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Consultorios Externos (tarde)

-Ciclo de Conferencias-
"El Psicoanálisis, hoy"

Conferencia:
"El trabajo de los analistas en tiempos de trauma social.
Segregación, exclusión y hospitalidad"
Carlos Guzzetti

Nuestro invitado de hoy es Carlos Guzzetti.

Bueno, ante todo muchas gracias por la invitación, siempre en estos tiempos es estimulante encontrarse con gente que todavía cree en el porvenir del psicoanálisis, gente que trabaja activamente para que el psicoanálisis sea una alternativa a nuestra época marcada por la destrucción de una enorme cantidad de lazos sociales, de modo tal, que me parece propicia la oportunidad de dialogar con ustedes acerca de algunas ideas que tengo sobre esta cuestión del trabajo.

Un tanto quizás ambicioso, o prometedor, a lo mejor los decepciono, es el título que me propuse porque, efectivamente, me parece que en tiempos de trauma social de lo que se trata siempre es del trabajo y, sabemos bien, que el psicoanálisis precisamente se trata del trabajo.

El concepto del trabajo es un concepto muy elaborado en Freud, en sus obras, no voy a detenerme en esto. Pero básicamente lo que me interesa señalar es que los psicoanalistas tenemos en estos tiempos una importante función que cumplir, porque precisamente los tiempos de trauma social son tiempos de destrucción de subjetividades, son tiempos de abolición de los relieves subjetivos, aquello de lo en verdad, nos ocupamos permanentemente los analistas.

Yo tengo algunas ideas elaboradas para decirles, pero, mientras venía para acá, pensaba que quizás el tiempo en que vivimos, es tan vertiginoso, que algunas cosas que por ahí pensamos hace algunos meses, hoy en día deben ser reformuladas. No quiero decir con esto que no tengan validez, pero siempre es preciso repensar los instrumentos para el análisis de los tiempos en que vivimos en cada momento. Me parece que asistimos a la caducidad incluso de buena parte de nuestra batería conceptual en los términos en que fue concebida. Quiero decir, lo que nos queda, son los grandes conceptos del psicoanálisis, pero, a partir de allí, es preciso que elaboremos permanentemente nuevos instrumentos conceptuales porque en momentos como este nunca alcanza el saber que creemos, del que disponemos.

Yo creo que es posible pensar estos tiempos, ¿Por qué dije trauma social? Digo esto porque yo quiero distinguir la noción de trauma de la noción de catástrofe. Me parece que muchas veces escuchamos en el consultorio, que las situaciones difíciles de la vida, ya sea de la vida individual de alguien, o de la vida social incluso, en estos tiempos esto es muy evidente, aparece en el relato bajo cierta forma de catástrofe.

¿Qué entendemos por una catástrofe? Yo creo que tenemos que entender por catástrofe aquella circunstancia en la cual toda la batería simbólica de una época sucumbe, o en un tiempo limitado, aunque sea. Es absolutamente imposible disponer de esa batería simbólica para pensar el propio tiempo. Este es un tiempo de catástrofe. Si bien es cierto que nunca se puede pensar el propio tiempo desde el interior de la época, creo que en ese sentido el valor que tiene la obra de Freud ha sido el valor de un interpretador, que, de algún modo se sitúa en una posición éxtima respecto de su época, siendo el lugar más íntimo por un lado, porque no se puede negar que Freud ha sido un resultante, un producto de su tiempo, pero también ha sido un extranjero a la cultura de su tiempo, esto es, él mismo lo ha dicho, hay una frase de él que ha sido infinitamente citada, que dice que, en una alocución que él hace ante la Sociedad de Viena, que es una sociedad judía, él se sitúa como judío, pero no como creyente, y dice allí que él jamás, que la posición que él ha adoptado en la cultura ha sido la de no poder pertenecer jamás a la mayoría compacta. Esto lo sitúa en una posición de cierta extranjeridad respecto de la época. Bueno, esto es un pequeño paréntesis que abro para decir que en definitiva, es muy difícil pensar una época desde el interior mismo sin situarse de alguna manera como extranjero a ese propio tiempo.

Lo que intento decirles es el modo en que yo pretendo, el trabajo que hago para poder sostenerme en una cierta posición de exterioridad respecto de estos tiempos en los que estamos, que es la posición desde la cual, podemos intervenir en un análisis incluso, en el reconocimiento de esa condición esencial de extranjero que tiene el paciente respecto de nosotros. Si compartimos los mismos materiales con lo que se construye la neurosis, - porque no es otra cosa de lo que sufrimos los analistas que de lo que sufren nuestros pacientes - , sin embargo, quizás, la posición que nos resulte posible, en esa profesión imposible, que Freud decía que era el psicoanálisis, es una posición de cierta extranjeridad respecto del campo en el que trabajamos.

En este sentido, a mí me parece que sería posible que pensemos, que la historia no tiene un desarrollo lineal. La historia de la humanidad, la historia de un análisis, incluso, creo, que en este sentido bien podemos ser freudianos y asimilar una cosa y otra, no tienen un desarrollo lineal, un desarrollo homogéneo. Diría casi la historia forma grumos, forma lugares donde se apelotonan circunstancias determinadas y otros donde parece fluir la historia. En el análisis pasa esto, en los momentos de detención de los análisis, en los momentos que son al mismo tiempo los momentos de producción del análisis, son como grumos en el devenir de un relato que no tiene nada de monótono. Por otra parte, aunque a veces nos encontramos, todo el mundo lo habremos experimentado, con situaciones clínicas donde nos resulta profundamente aburrido y repetitivo el discurso de quien tenemos delante, pero quiero decir de todas maneras que nunca, nunca una historia es lineal y fluida, a veces detiene su movimiento.

Digo. Pensándolo en la historia de la humanidad me parece que hay momentos históricos que estallan como productores de cultura; no sé, en la antigüedad griega uno puede decir el siglo de Pericles, el siglo V a.C. fue uno de estos momentos de estallido de la cultura, de la creatividad, donde los griegos crearon la filosofía, el teatro clásico, las artes plásticas, la escultura llegan a su máximo desarrollo, la política, el pensamiento. Son momentos, diríamos, son esos momentos de fermento donde la cultura se genera. Uno de estos momentos se ha dicho que fue la época en que el psicoanálisis se inventa, la Viena de fines del siglo XIX también ha sido cuna de movimientos culturales de otro tipo no solo el psicoanálisis, y el psicoanálisis es tributario de ese movimiento, del conjunto de la cultura centroeuropea a quien le debemos nuestra presencia hoy aquí en todo caso.

Esos tiempos dejan huellas indelebles en la historia. La tragedia y la comedia griega nos han dejado una marca indeleble hasta hoy en día, seguimos leyendo los trágicos griegos con el mismo entusiasmo con que sus contemporáneos iban al teatro a escucharlos. Seguramente escuchamos y leemos otras cosas pero eso no quiere decir que no nos siga generando alguna receptividad en nosotros.

Hay otros momentos históricos que son exactamente lo contrario, casi como la concentración del mal diríamos, momentos de profunda destructividad de la cultura aquellos momentos en los que Freud decía que se desencadena la pulsión de destrucción. Me parece que estamos rondando uno de estos momentos. A nivel mundial me parece que hay indicadores suficientes de que el momento de la historia que nos toca es un momento donde, lo que podríamos pensar, desde esa perspectiva freudiana, como un momento de particular desamarramiento de la pulsión de vida y la pulsión de muerte, diría Freud, donde la pulsión de muerte queda desamarrada y produce estos efectos más destructivos.

El 11 de Septiembre, la guerra contra el talibán, la operación policíaca a nivel internacional que implica la política norteamericana, me parece que son indicadores de esta tendencia generalizada. Nuestra situación particular como país también es tributaria de ese desarrollo inexorable de la globalización del cual somos claramente víctimas.

Nuestra práctica también está afectada por las leyes generales de la globalización y del desarrollo capitalista a nivel global. Esta globalidad del mundo, parecería, en cierto momento ha sido considerada como, quizás una nueva utopía, sería posible alcanzar un grado de desarrollo a partir del desarrollo de las comunicaciones, la facilidad de acceso a la información, era posible, podría haberse pensado alcanzar un grado de desarrollo en el cual cada uno de nosotros pudiese disponer a nivel subjetivo, de mayores recursos para otra cosa que no fuera la subsistencia misma. Esto era la idea, que quizás esto podría habernos conducido a una extensión de la cultura a lo largo de la marcha del tiempo. Pero esto se reveló, sin embargo, en su faceta de arrasamiento de las singularidades. Bueno, lo que les decía, la guerra contra el terrorismo, entre comillas, que también es la guerra contra nosotros mismos. Me parece que, el surgimiento de estos grupos, Le Pen en Francia, todos estos fenómenos que en el diario de hoy están, me parecen que hablan precisamente de que estamos en una época como esta, no es una época propicia para el desarrollo de la cultura sino mas bien es una época donde la destrucción de las 2 culturales de la humanidad están a la orden del día.

¿En qué nos incumbe esto a nosotros? ¿Qué nos interesa de todo esto? ¿Por qué podemos hablar de esto? Yo estoy muy lejos de pretender hacer alguna suerte de aplicación de la teoría psicoanalítica sobre la teoría de la sociedad, de la cultura, muy lejos de eso. Yo si vengo a hablarles acá es de mi práctica analítica cotidiana, con pacientes que sufren, con jóvenes, con mayores, con ancianos que sufren de diversos padecimientos neuróticos, con la convicción que es posible a partir de nuestra práctica hacer que la vida valga la pena ser vivida como decía Winnicott.

En definitiva de esto se trata el trabajo que todos los días encaramos en nuestro consultorio, ayudar a que la vida tenga sentido ser vivida, valga la pena, tenga algún grado de creatividad, de producción que la haga valiosa, y que la producción no quede solamente del lado de la producción del síntoma, sino que la producción del inconsciente pueda ponerse al servicio de la producción cultural, del lazo con los demás, de la satisfacción de una tarea compartida con otros. Creo que esta es en definitiva una idea desde la cual yo parto en mi práctica cotidiana.

Me parecía oportuna recordar que Freud definía al psicoanálisis como una de las grandes heridas narcisista que se le ha infringido a la humanidad. ¿Se acuerdan? Copérnico que quitó a la Tierra del centro del universo, Darwin que quitó a la especie humana del centro de la creación, y él que sustrajo al sujeto de la idea de que era soberano en su propia alma.

Eso era novedad en el terreno científico de su época, después hay todo un debate, que no me interesa en este momento mas que recordarlo al pasar, respecto de la condición de cientificidad del psicoanálisis, pero, me parece que más allá de la discusión que se pueda hacer sobre eso, no está sujeto a controversia, el hecho de que ha tenido un alcance extraordinario sobre las más diversas producciones culturales y de pensamiento.

La filosofía contemporánea no puede prescindir del psicoanálisis, el arte no puede prescindir del psicoanálisis. La cultura de masas, la de medios, los medios no pueden prescindir del psicoanálisis, lo cual tiene sus ventajas y sus desventajas. Las resistencias que Freud decía que ejercía la cultura norteamericana en particular sobre el pensamiento analítico ha dejado de ser esa, ya no se trata de los mismos Podemos decir que la cultura es reticente a la incidencia del psicoanálisis, pero lo que más bien podemos decir, es que el psicoanálisis mismo, sus conceptos, su manera de transmisión, su corpus teórico muchas veces actúa como un elemento resistencial al propio desarrollo del análisis. Esto se nos hace patente en la clínica todos los días. Si nos ponemos a pensar acerca de un concepto teórico en el momento en que estamos trabajando en una sesión, evidentemente, no vamos a poder escuchar absolutamente nada de lo que ahí sucede. El momento de producción de la teoría es otro que el momento de la clínica.

Pero no es posible desanudar estas dos dimensiones del trabajo de los analistas. No es posible desanudarlas. Porque si desanudamos la clínica de la teoría, produciremos, por un lado, alguna suerte de reflexión sobre una antropología filosófica o vaya a saber que clase de disciplina, una teoría del sujeto ajena al análisis, o algún tipo de clínica que, desamarrada de su teorización, puede transformarse en cualquier forma de manipulación subjetiva, supercherías o curanderismo. Esto, digo, es altamente conocido desde la época de Stekel, con Freud, toda la polémica aquella del análisis profano.

Hay un fenómeno singular que tiene la práctica analítica y es que a diferencia de otras teorías, para ser eficaz, la práctica del análisis no precisa en lo más mínimo del asentimiento o de la fe del paciente en los conceptos teóricos en que se funda. Quiero decir, no hace falta creer en Freud para analizarse, no hace falta.

Por otra parte, también es cierto lo contrario o la reciproca. No es suficiente adherir a la teoría psicoanalítica para analizarse. Muy por el contrario, muchas veces la adhesión amorosa, fanática en algunos casos a la teoría psicoanalítica, no conduce a que los análisis progresen. Quiero decir,entonces, que el saber y la experiencia analítica no van de la mano, pero no pueden desanudarse entre sí.

Lo que determina la eficacia del análisis es algo que sucede, entonces, no en el plano de las ideas, sino en el interior mismo de ese vínculo que se genera entre analizante y analista, de eso que el análisis define como la transferencia. Y acá me parece que está lo más singular, lo más inédito, lo más nuevo que introduce el freudismo en la cultura de occidente, hace ya mas de un siglo. Introduce un lazo social que es completamente nuevo. ¿Por qué novedoso? No precisamente porque está hecho de algo distinto que, o de algo nuevo, eso está hecho de lo mas viejo, decía Freud, que es el amor, el viejo amor, del que habla toda la cultura humana.

Pero es un amor que, si bien es verdadero, - quiero decir, es verdadero en el sentido de que no es nada distinto al que tiene un padre por un hijo, o un hijo por un padre, no es nada distinto del amor que tiene un amante por su partenaire - no es otra cosa que eso, en los momentos de emergencia transferencial esto se ve con claridad, en las regresiones que produce el desarrollo de un análisis. Uno encuentra esos sentimientos infantiles, casi en estado puro muchas veces, bajo la forma de la mimesis misma: un adulto que se comporta como un niñito de pocos años, suplicando, lloriqueando, buscando agradar. Soportamos eso los analistas, soportamos en transferencia este tipo de situaciones.

Es el verdadero amor, que puede conducir a los actos más elevados como a los crímenes más espantosos, altruismo, violación. Todo eso pero también puede transformarse muy rápidamente en un odio extremo, puede provocar las reacciones más inexplicables el sacrificio, el suicidio, la degradación y la poesía, todo eso.

El amor siempre encierra una promesa ¿Qué promete? Promete la inmortalidad. Ya lo decía Guatari del erotismo: la idea de introducir la vida aún en la muerte. Promete algo de la inmortalidad, cuando el amante le dice a su amada, esto suele ser una historia que se cuenta de este modo: - te amaré hasta la muerte, mas allá también, de la muerte -, esa es la promesa que toda declaración amorosa tiene en su base. Es inconcebible un amor que se proponga una finalización en la vida real, porque si así se plantea, deja de ser amor de inmediato, prueben ustedes con alguien que pueda ser digno del amor, prometan algo de esto: - te amaré hasta el 14 de abril del 2004 -; qué clase de amor se sostiene en eso.

Digo, no puede haber un límite planteado desde el comienzo, porque sino no se sostiene como tal. Pero en el análisis sí se sostiene desde el comienzo, y esto, es lo singular que tiene el amor de transferencia: Es un amor que no promete ser inmortal. Si prometiéramos eso, verdaderamente me parece que actuaríamos, desde un punto de vista ético, como canallas.

La cuestión elemental, les digo a ustedes, a los colegas que trabajan en el hospital, deben tener esta cuestión a la orden del día. ¿No es cierto? La finalización de los plazos de tratamiento en las instituciones siempre plantean algo de esto de una manera brutal, obviamente, de una manera a veces inanalizable, pero, que introducen esta dimensión de la caducidad de un tiempo de finalización que está en la base misma del dispositivo analítico, en la base misma de la relación transferencial. Esto, aún en los casos en que uno está dispuesto a recibir al paciente en su consultorio cuantos años sea necesario, también en esos casos, donde la urgencia de la atención de los pacientes no nos acucia, también en esos casos se plantea el amor con un término. Y esto introduce alguna novedad respecto del lazo social, esto es lo que les digo.

Para pensar esta dimensión, del amor de transferencia, me parece que es posible utilizar como metáfora quizás, la vieja metáfora freudiana del juego del niño, esa capacidad que tienen los chicos de transformar cualquier objeto en un juguete, ese juguete tiene tanta más productividad en cuanto este más disponible como para representar lo que sea, cualquier cosa. Es más difícil para un niño creativo, para un niño sano jugar con el muñequito de Picachú, es más difícil jugar con Picachu, porque a lo único que se puede jugar con Picachu es a los combates de los Pokemones, que jugar con el carretel, con el viejo carretel de Freud. Si no hay carreteles de esos que se usaban cuando yo era chico, - leí en el diario, que hay una exposición que se hace en el Museo de la Ciudad sobre objetos de las tiendas de los años 50, esto me ha puesto muy nostálgico, así que no pienso visitarla -, donde seguramente se encuentran esos viejos carreteles de madera con el que jugaba el nietito de Freud.

Digo, ese objeto es tanto más productivo cuanto menos representativo sea. Digamos, el sentido que tiene es ser el representante de la representación, como lo llamó Lacan ahí. Pero la idea es que básicamente, ese objeto pueda someterse a los destinos de la pulsión, que son extremadamente variables. Y ahí tenemos toda la variabilidad que la clínica nos muestra, en los niños y en los adultos también, porque esto no es algo que se pierde con la edad. La conservación coleccionista es una manera de tratar con ese objeto. La destrucción que investiga, esos que rompen los juguetes o la gente que, - nosotros somos un poco esto -, los analistas rompemos para investigar, descomponemos. Este es nuestro trabajo. Muchas son las maneras con que el chico dispone del objeto ese, pero, en cierto momento, si las condiciones son propicias, si todo ha podido tener un destino afortunado, en cierto momento, si el chico jugó suficiente, este objeto, en algún momento, es abandonado.

Es abandonado porque deja de tener utilidad para poder relanzar el juego, y no es que lo pierde, no es que hay un duelo por ese objeto, no es que es abandonado en un rapto pasional de odio para dañarlo, sino que se agotan las potencialidades que tiene para sostener el juego. Casi diríamos, cae en desuso, no sirve mas, porque agota esa capacidad de producción.

Me parece que algo así pasa con los analistas en el curso de un análisis afortunado. Si sostenemos con nuestra presencia la posibilidad del trabajo del análisis, la sostenemos tanto más cuanto estemos más disponibles para ser usados en el juego, a veces seremos un personaje u otro de la novela neurótica, según cada momento del análisis, según el recorrido por los fantasmas que fundan a cada sujeto. No podemos evitar esto. La cura no se desarrolla en ausencia, sino en la actualidad de la transferencia. Para conjurar esos demonios que decía Freud del inconsciente hace falta hacerlo desde el interior mismo de esa lógica. La presencia de los analistas motoriza ese trabajo de exploración y elaboración de los múltiples matices que tiene el Otro.

En esto creo que la escena transferencial es como un prisma que refracta esas dimensiones del Otro, ese otro que puede ser el semejante, que puede ser el doble, que puede ser el enemigo, el que da amparo, el amable, el objeto erótico, el modelo, el ideal. A lo largo de un análisis se recorren todos estos rostros del prójimo. El prójimo, quiere decir el que es más cercano pero a la vez es también el que es más extranjero.

Y yo creo que si podemos decir algo sobre esto, si yo hoy puedo hablar de esto, es porque en verdad, estos pasajes del sujeto por las facetas diferentes de la alteridad, la soportamos con el cuerpo en el análisis.

El dispositivo mismo del análisis es como un espacio fronterizo, un espacio que no es ni de uno ni del otro, la idea del espacio potencial o transicional que tenía Winnicott. No es ni de uno ni del otro ese espacio, es un territorio móvil, que no es propiedad de ninguno, pero, que al mismo tiempo, puede permitir un tránsito fluido. Pero eso a condición de que la frontera esté delimitada. Quiero decir con esto, que hayan condiciones particulares de producción de ese lazo social singular, no en cualquier lado esto es posible sino solo bajo las condiciones del dispositivo analítico.

La neurosis de transferencia es una neurosis artificial, decía Freud. El amor de transferencia es una ficción, con lo cual no quiere decir que no sea verdadero. Pero es una ficción porque es eficaz, las condiciones de instauración de la transferencia son eficaces para alojar los deseos del sujeto. Solamente en esa condición de alojamiento amoroso, es posible que se despliegue el deseo del sujeto y que se lo pueda hacer producir algo, por lo menos, algún síntoma diferente.

La vida está en otra parte, este es el título de una novela de Kundera. La vida esta en otra parte, es la verdad; la vida no está en el análisis; la vida está en otra parte, está afuera. El análisis es un momento, casi diríamos de suspensión, de paréntesis de la vida real donde la dimensión del Otro se amplifica de un modo muy singular, y es como utilizar una lente de aumento para pensar la microscopía del lazo social.

El problema es que como la vida está en otra parte, esa vida también está regida por alguna de estas leyes que les hablaba al principio, de la globalización.

Hace un par de meses salió en Página 12 un artículo mío que tiene sus años, pero les pareció a los editores que tenía cierta actualidad. A mí la verdad me puso contento porque me dí cuenta que a veces las cosas que uno piensa en cierto momento pueden tener algún efecto un tiempo después. Un artículo que se refería a un trabajo que yo hice sobre la segregación en el campo de concentración como fenómeno característico de nuestro tiempo y le pusieron como título en el diario "Días en que el hombre es una cosa para el hombre".

Me parece que allí hay algunas ideas que me gustaría contarles brevemente para poder pensar esta dimensión de la charla de hoy.

La idea es que el campo de concentración genera un proceso de desubjetivación progresiva, es un proceso racional de liquidación de sujetos. La dictadura militar en la Argentina ha producido ese mismo fenómeno bajo la forma de la figura del desaparecido, es la liquidación de una dimensión simbólica, y en este caso, en el caso del campo de concentración en particular, es la liquidación también de la dimensión imaginaria.

Yo decía allí que la operación segregativa comienza, con la primera reducción de la subjetividad a un rasgo diferencial, puede ser judío - yo me baso en algunos testimonios literarios de Primo Levi, de Jorge Semprún 3, gente que ha vivido en el campo y que ha sobrevivido al campo no ha sobrevivido a la experiencia. Semprún sí, pero Levi no. Bettelheim, un analista que, según se decía, había sido analista de Woody Allen. No sé si esto es cierto. Figuraba como una de las mitologías del campo psi norteamericano. Pero bueno. Bettelheim también vivió y terminaron, tanto él como Levi suicidándose. En fin, no quiero entrar demasiado en esta cuestión.

Yo señalaba allí que esta operación de liquidación de sujetos, comienza con esa reducción a un rasgo diferencial, judío, comunista, que sé yo, la que ustedes quieran, subversivo, enemigo del soviet, que sé yo, cualquiera de esos rasgos diferenciales, que generan la separación, la división entre quienes lo portan y quienes no. Así se entraba al campo - ¿qué es?- ,decían: - Estudiante-. Entonces los estudiantes iban a parar a las minas y morían como moscas. Si tenían un oficio más o menos útil podían tener alguna posibilidad de sobrevivir un poco mejor, hacer laburos un poco más interesantes. Los que sobrevivían porque hacen laburos más interesantes, mas elaborados, más productivos. Más productivos quiero decir en el sentido de productividad inconsciente. Uno trabajaba de químico, era químico,Primo Levi. Semprún era traductor, era el que sabía el alemán y traducía a todos los demás prisioneros. Además militaba políticamente, quiero decir, había como ciertos sostenes de la identidad que iban más allá de esta operación segregativa brutal que era el comienzo.

La segunda fase era la desposeción de todo lo que tenían. Le sacaban todo lo que tenían hasta la c osa más elemental; los ponían en cuero, los rapaban, le sacaban hasta el pañuelo sucio, nadie poseía nada y después la liquidación del nombre: Eran un número.

Detalle al pasar, el lugar donde había mayor posibilidad de establecer un vínculo social en el campo en el que estaba Semprún, eran las letrinas, porque los guardianes no se acercaban a las letrinas, como había muy feo olor, se juntaban los prisioneros allí y hacían canje de cosas; hablaban de filosofía, acompañaban al compañero que estaba muriendo. Había allí la posibilidad, al abrigo de cierta mirada omnipresente de ese monstruo en que se había convertido el Otro; podían empezar a desarrollarse vínculos de otro orden, vínculos subjetivantes, vínculos propiamente humanos.

Lo interesante de esto - y aquí quería detenerme con todo este ejemplo para no ponernos un poco tan sombríos-, lo interesante de esto, es que esta operación segregativa propia del campo, ponía de relieve que la relación entre vivir o morir carecía por completo de lógica. No había ningún por qué, no había ninguna razón. - Aquí no hay ningún por qué -, dice Levi, que se decía en el campo. Las cosas suceden porque sí, no hay ni siquiera una voluntad cruel, en el sentido erógeno, diríamos, el torturador, el guardián, el carcelero no tienen ningún sentimiento respecto de la víctima. No es que lo hacen porque lo odian, porque allí ponen en juego ciertas inclinaciones eróticas. No lo hacen por eso. Lo hacen porque el dispositivo lo indica de ese modo. Es un dispositivo absolutamente anónimo, donde no hay ningún por qué, la caducidad absoluta de toda trama simbólica posible. Al mismo tiempo que la liquidación de cualquier reconocimiento posible en el semejante.

Me parece que algunas dimensiones de la situación por las que atraviesa la sociedad argentina tienen, en principio estas dimensiones. Tienen sobre sí la amenaza de que este fenómeno se imponga nuevamente entre nosotros por un lado, pero por otro lado, creo que ya cierta caducidad de los lazos tradicionales que sostenían alguna sociabilidad entre nosotros pueden tener este efecto traumático que tiene el dispositivo segregativo y ahí la exclusión.

Creo que en el hospital esto debe vivirse de una manera dramática, todavía los analistas en el consultorio recibimos gente que no se cayó, digamos, del plato; pero, en el hospital se cayeron muchos ya. Levi escribió un libro que se llama "Los hundidos y los salvados". En el consultorio suelen llegar más salvados, algunos están hundidos, sin dudas, y también los recibimos, pero, quiero decir con esto, que en el hospital, es mucho más presente esta dimensión de exclusión.

Exclusión, digo, no me refiero a la exclusión social exclusivamente; no me refiero a la exclusión de las leyes del mercado del consumo, del mercado del trabajo, etc. que también tienen sus efectos. Me refiero a los efectos de exclusión subjetiva que tienen enorme cantidad de circunstancias de la vida diaria de alguien, algunas que son singulares y algunas que son compartidas.

Una de las formas me parece que es la exclusión o la segregación que se produce a partir de la introducción del fármaco en el tratamiento de los padecimientos psíquicos. La lógica del consumo indica que las categorías de esos targets del mercado tengan que ser ordenadas por el producto que se les quiera vender: A quiénes les vamos a vender computadoras, a quiénes les vamos a vender medias de nylon, a quiénes les vamos a vender toallas higiénicas y a quiénes les vamos a vender Prozac, o Viagra o lo que fuere.

Las clasificaciones psiquiátricas, hemos visto como se han ido desplazando cada vez más para ordenarse según la sustancia que es eficaz para tratarla. Las clasificaciones del DSM IV corresponden, me parece, mucho más que algunos otros ordenamientos psiquiátricos más clásicos a la lógica de la sustancia. Y me parece que muchas veces de lo que se trata es de generar una ilusión. Por ejemplo, con el Prozac, como paso hace algunos años, de una vida, que sea posible una vida sin tristeza; que sea posible una virilidad artificial que no interrogue a un deseo que se ha agotado en la lucha por el reconocimiento. Los ansiolíticos que están para tratar los ataques de pánico etc., de lo que se trata son de acallar eso que en definitiva es la resistencia subjetiva al aplastamiento que amenaza a los sujetos en la vorágine de la vida en las urbes, en las grandes urbes, en las concentraciones humanas y en las condiciones de exclusión.

¿Qué tenemos nosotros que ver con esto? Nosotros tratamos con el padecimiento psíquico, sabemos que esto es ineludible por la condición misma de los sujetos hablantes, no hay posibilidad de vida sin dolor. Pero me parece que se trata de hacer algo con esa demanda que nos llega, cuando nos llega a nosotros una demanda de ayuda de parte de alguien que sufre, nos llega como la elección de uno de tantos recursos que están disponibles. Cada vez, quizás están menos disponibles pero son unos cuantos, desde la autoayuda mediática del buscador hasta la psiquiatría biológica, hay un abanico muy amplio de alternativas terapéuticas que ofrecen de una u otra manera la felicidad, o por lo menos, restituir algún estado anterior que fue perdido por las circunstancias de la vida, por alguna desgracia que ocurrió, por algún trauma. Hoy leí en La Nación que hay una terapia que se está ensayando en España o no sé dónde, con éxtasis, para inducir a las mujeres que han sido violadas a abreaccionar el trauma. El éxtasis parece liberar cierta barrera defensiva, digo la idea de recuperar el estado anterior perdido.

Lo que nosotros ofrecemos me parece en nuestro trabajo, los analistas, digo, no es precisamente silenciar el sufrimiento sino interrogarlo, ponerlo a trabajar para que podamos entonces reducir el padecimiento neurótico al infortunio común de la vida decía Freud. La vida no nos va a privar de infortunios por si misma pero quizás logremos afrontarla como si, en las mejores condiciones, reduciendo ese sufrimiento neurótico.

Yo decía que el análisis, en definitiva, es un recorrido por esas diversas facetas de la alteridad, ese encuentro con las diversas dimensiones del Otro. La presencia del prójimo indica en principio que el goce es inminente. Está el chiste ese que todos ustedes conocerán, cuando la violación es inminente... me parece que se trata de esto en la presencia del prójimo, el prójimo siempre es una amenaza. El Otro es la principal fuente de alivio y también la principal fuente de sufrimiento. El bebé se alivia ante la cercanía de la teta, pero también la cercanía de los cuerpos. Y esto se escucha en los síntomas, contado en el contexto de una sesión, de una situación en la cual alguien, un joven, lo carga toda la familia porque él pasa cerca de la madre, dándole la espalda, no sea cosa que algún roce le produzca una excitación que lo conduzca a una situación de angustia irrefrenable.

Quiero decir con esto que el prójimo indica que el goce es inminente. El marqués de Sade sabía de eso. En La filosofía en el tocador, dice que la máxima del libertino es "tengo derecho a gozar de tu cuerpo " esa es una máxima universal, que en definitiva solamente tiene aplicación bajo la forma de la tiranía de los que tienen un deseo mas decidido, y entonces, se impone de ese modo, una lógica que es la lógica de la víctima y el victimario. Gozar irrestrictamente del cuerpo del otro conduce al límite, al aniquilamiento. Los 120 días de Sodoma es una progresión hacia la liquidación del otro, ya no de la liquidación del otro como sujeto sino incluso como organismo vivo.

La crueldad, es la versión cotidiana de esta dimensión de la relación con el Otro, y la vida social contemporánea abunda en ejemplos de crueldad, basta mirar el noticiero.

Para ir cerrando y terminando con esta exposición, el prójimo también es siempre un extranjero, siempre es irreductible a la identificación, al menos en un punto. Podemos constituir con el prójimo cualquier colectivo, podemos ser todos psicoanalistas, todos argentinos, eso no tiene ningún valor hoy en día, por ejemplo, ese colectivo de ser todos argentinos, nos hermana en la desgracia, pero quiero decir, hay ciertas cosas que resultan más eficaces en ciertos momentos históricos otras que no. Hay gente que en Malvinas morían por ser argentinos, hoy no. Quiero decir, podemos establecer con el otro cualquier colectivo posible pero siempre el otro va a constituir en algún punto un enigma para nosotros, siempre el otro es, en este sentido, extranjero.

Y en tiempos como estos, la forma más directa de tratar con el extranjero son la xenofobia, el racismo, la agresión, porque todos en definitiva hemos sido xenófobos, al menos todos los neuróticos hemos sido, algunos siguen siéndolo, transformado este sentimiento infantil en un sistema de pensamiento. Le Pen no es que es un infantil. Le Pen ha transformado ese sentimiento infantil de xenofobia y odio al extranjero, de temor al extranjero, en un sistema de pensamiento.

La tendencia más arcaica es de expulsar violentamente de nosotros lo que no podemos asimilar en un derecho. El terror a lo desconocido es inherente a la estructura del Edipo, y la manera que hay para asimilar esta diferencia pueden ser varias. Una de ellas es la alienación en el Otro que creemos poderoso, hacernos uno con él, a costa de la sumisión por ejemplo ir todos juntos, entonces, como uno, como un colectivo, como una masa, enfrentar a los extranjeros que ahora sí son del mundo verdadero. La muerte del enemigo - recordaba Freud - siempre es una fuente de satisfacción, de modo tal que también en esto, en el deseo de muerte del enemigo hay una satisfacción erótica.

Hay sin embargo otro modo - yo insisto hace ya tiempo en esta idea – hay, sin embargo, otro modo de tratar con el extranjero y es el modo que los antiguos griegos habían instituido como la institución de la hospitalidad.

Ustedes saben que Grecia era un lugar de grandes movimientos de gente. Los griegos eran muy viajeros, muy conquistadores, recorrían el mundo, y como recorrían el mundo, recorrían los caminos y las ciudades más cercanas y más lejanas. Los extranjeros estaban siempre presentes en la vida cotidiana de los griegos; hablemos de la época homérica – diríamos - o por lo menos de la época de los poemas homéricos. Hablemos - como les decía hace un rato - del s.V. el siglo de Pericles o hablemos de la época helenística inclusive, mas todavía en la época de Alejandro el Grande. Eran pueblos muy acostumbrados al trato con el extranjero y habían instituido una verdadera institución que era la hospitalidad, estaba muy reglada la hospitalidad.

Los bárbaros para los griegos, eran quienes no conocían la hospitalidad, los cíclopes, etc. Hay mucho material en la tragedia, en la mitología referida a la barbarie como idéntica a la falta de conocimiento, a la falta de práctica de las leyes de la hospitalidad. Las leyes de la hospitalidad eran privilegio de la cultura griega. Eran sagrados para ellos el extranjero porque suponían que los dioses podían disfrazarse de extranjeros y aparecerse en la casa de uno. Fíjense qué problema si uno maltrata a un Dios. Se gana su mala voluntad, así que el que llegaba, el peregrino era digno del mayor de los respetos y se le prodigaba una serie de cuidados; se le entregaba, se cedía al extranjero una serie de comodidades, se le daba alojamiento, se le daba comida, se le ofrecía el mejor lugar de la casa.

Esto, tiene que ver con una forma de regulación, de la tentación de liquidar al otro. El extranjero es por definición inicial un enemigo. Sin esta institución de la hospitalidad era posible entonces sucumbir a la tentación de aniquilarlo, de modo tal que, la hospitalidad, preserva de ese goce irrefrenable que puede constituir la muerte del otro.

Pero la diferencia que hay con la institución cristiana de amar al prójimo como a sí mismo, es que el huésped, no es amado por el anfitrión por aquello que lo hace uno con él, lo identifica con él, por aquello que es como yo. Es amado precisamente en su condición de extranjero, que habla otra lengua. No pretende reducir esa alteridad del otro a la identificación al sí mismo, consigo mismo, lo ama en esa diferencia radical que es el único modo de hacer lugar a la singularidad.

Esto, sin embargo, es un lazo social muy profundo, que no está basado en la identificación, o por lo menos no exclusivamente en la identificación. No digo que la identificación como fenómeno de constitución subjetiva no esté presente en esta institución de la hospitalidad, pero quiero decir sí, que no es pura identificación, que hay otra operación en juego.

Porque establece una deuda: Quien recibe a otro en hospitalidad, está instituyendo una deuda en el otro, el huésped queda en deuda. Pero no es una deuda que se paga como se pagan las deudas hipotecarias, se paga, digamos en una operación de reciprocidad, sino que quien queda obligado en la institución de la hospitalidad, estará obligado a dar hospitalidad a su vez, pero no necesariamente a pagarle la hospitalidad, o a retribuirle, para que, este es el mecanismo obsesivo que observamos muchas veces en los análisis, donde hay una compulsión a saturar, a cerrar la hiancia que queda en el otro a partir de alguna entrega, a partir de alguna cesión. Esa deuda, en rigor, es pagable en términos simbólicos, no es pagable en términos imaginarios.

Y la equivalencia que rige no es la equivalencia de te doy hospitalidad porque me diste hospitalidad. Es la equivalencia de los deseos de dar hospitalidad, deseo de alojar al otro. Porque este circuito se inicia con un gasto que es improductivo, no hace falta recibir al otro en hospitalidad alguna; no es preciso, hay algo de inútil en este gesto, hay algo de pérdida pura. Lacan decía que los analistas, pagan para analizar. Nosotros sabemos en la Argentina que a veces esto es también literalmente así en términos económicos. Hay algunas instituciones en Bs. As. que se sostienen en esta lógica de que los analistas pagan para analizar. Lo que Lacan decía es que el pago que hacemos siempre tiene que ver con algo de una pérdida irreparable del ser que nos pone en juego precisamente esta posibilidad del trabajo de un análisis.

Entonces, para concluir por hoy, me parece que es preciso, en estos momentos, recordar que el invento del psicoanálisis, como dispositivo terapéutico por parte de Freud, implico la introducción de un lazo social estrictamente novedoso. Estrictamente novedoso, y que, por otra parte se sostiene en lógicas completamente diferentes que las lógicas de la segregación. Que no es por la vía de la segregación que el análisis funciona. Que el análisis está sujeto a dispositivos segregativos no cabe ninguna duda: ¿quiénes son analistas, quiénes no son analistas? Que los sistémicos, que los gestalticos. Esto nos preguntan los pacientes: - ¿De qué lado estás del alambrado, del lado de adentro o del lado de afuera? Si sos lacaniano entonces me analizo con vos, si no sos lacaniano no me analizo -. Este tipo de consideraciones lamentablemente son muy insistentes en el clima de trabajo de los analistas. Yo creo que observamos en estos últimos tiempos, quizás por la caducidad, por el deterioro rapidísimo de otro tipo de referencias compartidas, me parece que observamos también con cierta tranquilidad, con cierta alegría, que estos dispositivos segregativos que nos segregan a nosotros de nuestros propios prójimos están cediendo paso a otras formas. Creo que el ejemplo que conversaba con Mirta, al comienzo cuando estaba llegando acá, la variabilidad de formaciones, de pensamientos, de ideas que ustedes han convocado aquí, me parece que da la pauta de que algo de este dispositivo segregativo está siendo trabajado en el seno de nuestro campo, del campo analítico en Bs. As.

Yo creo que quizás esta sea una de las ventajas colaterales, para usar esa metáfora tan brutal de los daños colaterales de los bombardeos, ventajas colaterales del bombardeo simbólico y real sin duda, que atraviesa nuestro medio en estos tiempos. Yo creo que la ventaja colateral es que empezamos a escucharnos un poco más y a preocuparnos un poco menos por el rasgo único que nos segrega de nosotros. Entonces me parece que en este asunto es interesante poner en juego esta dimensión de la hospitalidad, porque me parece que los análisis se sostienen, el analista sostiene ese lugar de hospitalidad respecto del deseo de quien llega a la consulta. Pero me parece que también entre nosotros, es preciso que pongamos a trabajar esta idea de la hospitalidad y que podamos escuchar, soportar y tramitar de las maneras mejores posibles la diferencia que nos marca la presencia del otro.

Comentario: Vos hablaste de los psicofármacos, vos sabes que este es un Hospital de Emergencias Psiquiátricas 4, me parece que trabajar, a veces sin psicofármacos...

C.G: Está muy bien la pregunta porque yo no quisiera que quede como idea de que acá hay una suerte de promoción de la no aplicación de los psicofármacos ni mucho menos. Los psicofármacos son una herramienta absolutamente invalorable para tratar el padecimiento psíquico de la gente. Eso no lo pongo en ningún momento en duda, y creo, que un buen manejo psicorfarmacológico en el contexto de un hospital público, pero también, en el contexto de ciertos casos clínicos, atendidos en el consultorio, que revisten cierta gravedad, es absolutamente imprescindible.

Yo quería señalar nada más como la cultura introduce al psicofármaco en una lógica que tiene que ver precisamente con el silenciamiento de la subjetividad pero es evidente que hay ciertos casos en los cuales la subjetividad está tan arrasada que sin la ayuda farmacológica no es posible ni siquiera encontrar el germen que nos permita comenzar a realizar un trabajo psicoterapeutico, ni siquiera pensar en los términos de un trabajo estrictamente analítico.

Comentario: Sería la psicofarmacología como segregación. Me parece que estamos viviendo una época en la cual, y sobre todo en nuestra práctica, nos está llevando a que todos los discursos pueden estar juntos en provecho del acotamiento del goce, del surgimiento del sujeto..

C.G.: A mí me parece promisorio esto que decís, verdaderamente si en el hospital se trabaja así, creo que estamos bien. Yo tengo muchos años de trabajo hospitalario y sin duda, yo creo que es posible, vamos a decir lo que nos decían, es posible el psicoanálisis en la institución hospitalaria.

Pregunta inaudible

C.G.: Te doy un ejemplo que me surge casi inmediatamente. Los conceptos a veces son una forma de meter en la manga de las vacas, las que van al matadero y las que quedan en el campo. Es como el juego de Martín Pescador, le pedían, al menos cuando yo era chiquito, para pasar, una palabra clave. Ahora la palabra clave la pide el software. Cuál es el password, si no tenés el password, sonaste, no podes hacer una operación bancaria, ni entrar a tu casilla de correo ni nada. Funcionan como password, muchas veces los conceptos. Cuando los conceptos funcionan como password, eso quiere decir entonces que pasará, pasará pero el último quedará, pasan los que la pronuncian bien, el shibolet?, no sé si recuerdan ese pasaje de Freud, donde Freud dice que algo que distingue al análisis de lo que no lo es, es como esa palabra que utilizaban en la antigua Palestina - en arameo creo que era la palabra - y de acuerdo a como se la pronunciaba se sabía de donde venia el que la pronunciaba, la palabra era shibboleth. ¿Se decía sibolet?. No recuerdo exactamente la región, venia de Somalia y si decía shibboleth seguramente que no venia de allí. Los conceptos analíticos también caen bajo esta lógica del shibboleth?. Si decimos objeto a, de acuerdo a donde estemos, pasamos o no pasamos; si decimos objeto transicional, pasamos o no pasamos. Yo digo, por suerte acá podemos hablar sin que esta cuestión esté en primer plano, hay lugares en que esto no se puede.

Comentario: También hablaste de dos formas de caducidad, una por la vía del análisis y otra por la vía del objeto. Por la vía del análisis, era que este juguete era abandonado en su momento...

C.G.: A mí me gustaba decir, a esto llamarlo caída en desuso, no creo que sea la misma cuestión en ese punto. En el proceso segregativo de lo que se trata es de la liquidación de esas dimensiones de la palabra que no sean el puro reconocimiento, pasa o no pasa, se liquidan con los elementos segregativos esa dimensión de la palabra, queda la dimensión de la comunicación si ustedes quieren.

En el trabajo del análisis lo que sucede, es que el analista como soporte de la fantasmática del sujeto cae en desuso en algún momento, y lo mejor que puede pasar es que esto suceda, que caiga en desuso.

Los finales de los análisis no son, en general como lo pensaba el freudismo esquemático en cierta época, grandes duelos. Cuando uno observa la terminación de un análisis - como yo decía - afortunado, se encuentra con disolución, decía Freud, se diluye algo de eso, cae; es otra manera de decirlo, quizás que tiene otras connotaciones, cae en desuso, el analista cae en desuso. Es una manera de pensar, por lo menos que yo pienso, la cuestión de la finalización de un análisis.

Pregunta:¿Y ahí los conceptos también caen?

C.G.: No. Lo que yo digo es que también a veces hay conceptos que caen en desuso. Por ejemplo, se me ocurre que a lo largo de la historia del pensamiento analítico hay muchos conceptos que han caído en desuso. En determinados momentos tenían un relieve particular y, hoy en día, no nos sirven para pensar nuestra clínica. A veces los agarramos, los sacamos del desván, del cajón los desempolvamos un poco y nos encontramos que son novedades, que nos dicen cosas completamente nuevas y son objetos que cayeron en desuso hace muchos años, hay autores que han caído en desuso. A mí me gusta siempre leer a los autores que han caído en desuso, porque uno les saca, los sacude un poquito y se encuentra con que hay ideas que todavía, hoy, son productivas, o que son, hoy, productivas y no lo eran hace 20 años, digo, autores como Balint, como Ferenczi

Pero este caer en desuso, no tiene que ver con la otra modalidad de liquidación del concepto en tanto palabra, esta es otra dimensión que tiene más que ver con una cierta subjetividad de la época; digo, para pensarlo en términos más acotados de la historia del psicoanálisis.

A veces quizás, como efecto del análisis, algunos conceptos caen en desuso. A mí me ha pasado, que algunos conceptos analíticos he dejado de utilizarlos como efecto del trabajo del análisis, del mío y el de mis pacientes, por lo menos de los que conduzco. Los conceptos, si los transformamos en alguna suerte de altar, de trono o de altar, me parece que ahí se ha perdido la dimensión propiamente analítica del trabajo que hacemos.

Hay una cierta forma de demostración de la clínica que tiene que ver con demostrar los conceptos de algún modo. Cuando uno se propone una operación de estas características ha dejado de analizar. Si yo quiero demostrar, supongamos, tal o cual idea sobre lo que escucho con mis pacientes, dejo de escucharlos, dejo de analizarlos. Ahí hay un equilibrio complicado, un giro de la navaja difícil donde la producción teórica es ineludible pero al mismo tiempo se constituye en un obstáculo en el momento y en la oportunidad de equivocarse.

Pero, digamos, para dejarles una conclusión que me gustaría haber podido sostener, a través de la charla de hoy, y es que los analistas tenemos mucho trabajo que hacer en tiempos de trauma social, mucho trabajo que hacer; a mí me parece que estamos en un momento donde tenemos mucho por hacer con nuestra disciplina, mucho por hacer con nuestras ideas, mucho por hacer con nuestros conceptos, mucho por hacer con nuestros pacientes y mucho por hacer con aquellos que todavía no han llegaron pero que van a llegar a la consulta. Y que es preferible para nosotros y también para ellos, que lleguen a nuestra consulta y no a otras alternativas que ofrece la cultura mediática, la cultura contemporánea.

Comentario: Hablaste de la diferencia entre trauma y catástrofe...

C.G.: Sí, una idea sencilla, quizás haría una suerte de tripartición, catástrofe, trauma y acontecimiento, para decirlo en términos filosóficos de moda.

El trauma ha sido pensado por el psicoanálisis como la falta de - vamos a decirlo en términos bien estrictamente doctrinarios lacaniano - la falta de un significante, eso es traumático. Digamos que el campo del saber, el campo del lenguaje, el campo de lo simbólico no recubre por completo la experiencia, la experiencia que toca lo real, sin dudas. Esto es traumático, en este sentido el Otro es traumático siempre, el encuentro con el Otro siempre tiene algo de traumático. Pero esto es el motor, el motor de la subjetividad, esto es lo que hace que se construya un sujeto, que se produzca un sujeto, que haya un significante que falta, sino no habría subjetividad posible, el formulario. El encuentro con el Otro sería como cuando uno llena un formulario, si se equivocó en una palabra, se equivocó, esta excluida la dimensión subjetiva. Lo traumático precisamente es que esa dimensión subjetiva se impone, por lo tanto, esto me parece que es lo que constituye todo el psiquismo alrededor de esto.

La catástrofe, en cambio, es la caducidad total del sistema simbólico. Mientras que en un sistema simbólico traumatizado hay un significante que no está, siempre hay uno que falta, no es siempre el mismo, pero siempre hay uno que falta, en una situación de catástrofe caduca por completo el sistema de referencia simbólica. Somos también muchas veces testigos de situaciones subjetivas de esta naturaleza y - yo digo - la liquidación subjetiva que se pone de relieve en el dispositivo concentracionario es de este orden, catastrófico, no es posible construir nada a partir de allí.

El acontecimiento es la introducción de un nuevo significante que reordena por completo el campo de lo simbólico.

Comentario inaudible

C.G.: Si, no me gusta demasiado, estoy un poquito te diría personalmente cansado del estructuralismo. Estoy leyendo Levi Strauss, una cosa que me interesa pero me resulta particularmente tan pesado, esa idea tan cerrada del universo que implica el estructuralismo, pero bueno, digamos, implica, por lo menos la liquidación de una estructura y la necesidad de que alguna otra se construya, no de construirla uno sino que se construya, que en situación, estemos allí en la producción de esa experiencia nueva.

Esta distinción entre catástrofe, trauma y acontecimiento, pero yo digo, bueno, si pensamos en la situación en la que muchos pacientes afectados por la vida cotidiana llegan al análisis, decimos, bueno, es una catástrofe, un tipo que le robaron los ahorros, un tipo que se quedó sin laburo, esas cosas son catástrofes

El trabajo que me parece, tenemos los analistas desde este punto de vista es hacer de eso un trauma, un trauma productivo y por qué no, si muchas veces ese trauma productivo puede articular alguna situación que verdaderamente conduce a acontecimientos en la vida de un sujeto. Muchas veces un análisis, el encuentro con una experiencia analítica favorable es un acontecimiento en la vida de la gente, si no apostáramos a eso, no nos sentaríamos en el sillón. Digo, a veces, la primera vez y la única oportunidad en la vida que alguien tiene para tener un encuentro con el Otro que no sea devastador, a veces pasa eso, llegan pacientes que la única relación productiva en el sentido del deseo es la relación transferencial, en el mundo, en su vida real no encuentran asidero. Es duro sostener estas situaciones pero todos los días nos tocan, ustedes en el hospital.

Pregunta con relación a la hospitalidad griega y el análisis respecto a si hay algún tipo de ley que regule esta hospitalidad.

C.G.: Hay un pasaje que yo cito en un trabajo de la Odisea que dice que hay que recibir al extranjero, al viajero cuando llega amistosamente y dejarlo partir cuando allí le place, no intentar retenerlo. Justamente esa era la idea, plantear que hay algo de la dimensión de la hospitalidad que es intrínseco al procedimiento transferencial, al dispositivo analítico.

Es eso, es recibir al otro en su discurso, cuando uno le dice hable de lo que se le ocurra, está dispuesto a escuchar, cosas que nadie estaría dispuesto a escuchar fuera de ese contexto. Esos que hacen terapia con los amigos, tampoco le cuentan a los amigos o hablan con los amigos lo que hablan con un analista; porque está claro que la posición en la que se sitúan unos y otros son diferentes.

¿Por qué, digo yo, cuál es la diferencia entre ser un buen amigo de nuestros pacientes y ser un analista que haga posible la producción del inconsciente? Precisamente por que no nos unimos a él por lo que nos hace parecidos, digo, había, Rank creo que era, siempre se sorprendía que las pacientes se enamoraran de él siendo que él era tan feo; era un chiste que contaba Freud; chiste para nosotros, pero lo contaba dramáticamente este señor, ¿cómo es posible que sucedan estas cosas? Digo, ahí hay algo que no tiene que ver precisamente con la identificación, con lo que nos hace semejantes, sino tiene que ver precisamente con sostener esa dimensión de extranjeridad que hace posible el trabajo.

Lo que nos hace semejantes, ya lo dijo Freud en el Proyecto, lo que, el complejo que él llamaba del semejante o del prójimo, lo que, la identidad, no produce trabajo alguno la identidad entre el objeto percibido y el objeto recordado; no produce trabajo.

Está esa frase del "Más allá del principio de placer", la diferencia entre el placer exigido y el hallado, es ahí donde está el factor pulsional.

Digo, es precisamente en este punto, donde reconocemos al otro como extranjero, pero no como Otro absoluto, porque ahí hay otro problema, el Otro absoluto es el Otro del campo de concentración, dice Primo Levi: -¿Cómo es posible golpear sin cólera a un hombre? - . Lo cito de memoria, me lo acuerdo pero de memoria: - ¿Cómo es posible golpear sin cólera a un hombre? -.Esto es inconcebible desde la perspectiva del sujeto, ¿cómo no hay un goce en juego en eso? Lo que él dice es que en el campo no había goce, no era goce de un sujeto, era goce del Otro, del gran Otro, que es el goce de los dioses oscuros, el goce del mal absoluto diríamos.

Notas

1 Desgrabación a cargo de la Lic. Gisela Pereira.

2 Inaudible

3 La escritura o la vida. Ed. FABULA TUSQUETS.

4 HOSPITAL DE EMERGENCIAS PSIQUIATRICAS TORCUATO DE ALVEAR

Buenos Aires, 7 de mayo de 2002.

HOSPITAL DE EMERGENCIAS PSIQUIATRICAS TORCUATO DE ALVEAR

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