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Hospital de Emergencias Psiquiátricas Torcuato de Alvear
Consultorios Externos (tarde)

-Ciclo de Conferencias-
"El Psicoanálisis, hoy"

Conferencia:
"Aliviar, no acallar"
Marcelo E. Lahitou

Mesa Hospital Alvear, 15/ 10/ 02

Al comenzar mi acercamiento al psicoanálisis y a la psiquiatría hace ya muchos años, era frecuente escuchar a disertantes plantear que pretendían en tales circunstancias proponer nuevas preguntas y no cerrar respuestas sobre las temáticas que trataban. La avidez de conocimiento y/o saber en esos momentos me llevaron en más de una oportunidad a anhelar alguna respuesta a tantos interrogantes que se multiplicaban como panes. Fue así que proporcionalmente se multiplicaron las lecturas, los grupos de estudio, los cursos, las sesiones de análisis, las supervisiones, el número y la complejidad de los pacientes a atender, etc.

A casi 20 años de aquellos jóvenes tiempos me encuentro que, intacto ese interés, a veces a un modo de presentación casi diría "pulsional", según una expresión de una colega y sobre todo compañera, decía me encuentro que la alocución de hoy reedita en mí ese espíritu de apertura de nuevas dudas, hoy en relación al posicionamiento respecto de la dificultosa tarea que le concierne al psiquiatra en un hospital público, en circunstancias sociales como las actuales.

La pregunta actual es la de cómo arribar a una posición alternativa. Las buenas intenciones, humanitarias, casi reformistas con las que comenzamos nuestro camino, se enturbian colonizadas por una serie de procedimientos, de orden disciplinario, organizadores del espacio social, de control.

El caso con el que quiero ilustrar (como paradigma), que abrió las compuertas de la charla de esta tarde es el de un sujeto que consulta en una entrevista de admisión por presentar un estado aparentemente depresivo importante, horadado por frecuentes súbitas crisis de angustia o ataques de pánico, incontrolables, desbordantes, que en general empujaban a esta persona a pensar en la muerte como única salida al sufrimiento impuesto por estas manifestaciones. Una apelación tanática de solución drástica al insoportable malestar del cuerpo vampirizado por el dolor. Dolor de soledad, de desocupación, de pérdida de actividad productiva, de marginación social, de imposibilidad de administrar alimento y educación a sus 4 hijos y esposa, de pérdida de lugar habitacional, ya perdidos atributos "suntuarios" como teléfono, luz, gas, etc. , de ausencia de solidaridad.

Por un lado se encuentra la ideología (en sentido verdaderamente amplio del término) de la altruista intención hacia los tratamientos de los problemas. Ya está planteado de innumerables maneras el sitio que la indicación de cierta medicación tiene en determinados estados. Ya sea apelando a la filigrana freudiana del proyecto de 1895 de la imposibilidad del aparato psíquico de dar cualidad a la cantidad de energía libre. En el trauma, considerado como el aumento de energía que no puede asimilarse, perturbando la función, el monto de excitación coincide con la incapacidad del sujeto de responder a ella. Y la gran "autorización" que nos aporta Freud en Esquema del Psicoanálisis, del año 1938, en donde afirma que " ... quizás en el futuro podamos influir en forma directa por medio de sustancias químicas específicas sobre los volúmenes y distribuciones de energía en el aparato psíquico..."

Pero por el otro, por momentos sentimos que se trata en ocasiones de un procedimiento disciplinario, a veces instrumento de programas para mantener bajo vigilancia a cualquier ebullición de tipo social. Es decir, tomar la decisión de alinearse como agente del aparato de control. Aportan a este temor, es verdad, los discursos, malinterpretados a mi modesto entender, de la responsabilidad profesional frente a un individuo desbordado por su padecer que lo deja a merced del acting o del pasaje al acto. No acallar totalmente su síntoma. ¿Pero puede lograrse acallar totalmente un síntoma?

Desentenderse de este punto es suponer una objetividad o una abstinencia terapéutica que en sí no es tal.

Tuve oportunidad de escuchar graznidos de que hay que dejar hacer a esta angustia, que el individuo tome acciones a fin de obrar contra los causantes del mal social actual, en una repugnante actitud falsamente revolucionaria en la que el otro va al frente mientras uno cuenta miserablemente los miserables pesos de su remuneración. Ejemplos sobran.

Ni lo uno ni lo otro. El trabajo interconsultado entre los profesionales de una institución pugna por encontrar esa distancia. Lugares de encuentro entre psicólogos y psiquiatras que, y nuevamente tras la aguda mirada de esta compañera, se consuma en los pasillos, verdaderos vasos comunicantes entre sujetos que en su práctica encuentran su límite.

Si una antigua tendencia de control regresa (casi freudianamente) y se asienta sobre la práctica, no olvidemos que simultáneamente hay otra serie de procesos que quizá no tienen un discurso acabado o una sistematización científica, que podrían ser reservorio de alternativas. Y que justamente hoy no me es posible presentar claramente, sino aventurar y aludir a ellos en virtud de su no-organización discursiva. Pero el rechazo a esa falsa díada (psicologización vs. medicalización) abre una puerta de entrada a otra conceptualización. Y no retórica.

Quizá resulte aventurado: bordear este desfiladero de la limitación de nuestra práctica podría ser una investigación que edifique una teoría en lugar de ser objeto de alguna.

La institución es un lugar privilegiado de entrecruzamiento de discursos, a saber: Discursos médicos, psicoanalíticos, científicos, sociales, culturales, políticos, económicos, jurídicos, éticos, neuróticos, psicóticos, perversos, etc.

Sin entrar en la formulación de los 4 discursos que propone Lacan, me gustaría subrayar un par de ellos.

*Discurso médico, ordenando síntomas, conformado síndromes, que permiten encontrar un diagnóstico a fin de instaurar un tratamiento pertinente. Objetivo, produce un objeto, "la enfermedad". Otros discursos psicoterapéuticos no psicoanalíticos coinciden perfectamente con éste.

*Discurso universitario, un discurso constituido como saber, que se enseña, que se transmite parcial y degradadamente, produciendo devastadores efectos de fascinación que necesariamente obstaculizan el advenimiento de opiniones encontradas que alteren ese orden, negando la consideración de lo que no se inscribe en ese saber. Una pantalla que cautiva y captura la mirada sobre los hechos que constituye, excluyendo los hechos que allí no se inscriben.

Quienes trabajamos allí, atravesados por esa simultaneidad de discursos, y retornando al tema específico del espacio en que el psiquiatra se mueve en la institución, no hacemos fácilmente pie. Conminados frecuentemente por la demanda de una urgencia, muchas veces nos vemos tentados a echar mano de la medicación. Y la medicación, como bien claramente producido por el saber universitario, adolece de los mismos defectos. Intentando calmar el mal podría, si no se está advertido de sus efectos, desestabilizar la continuidad discursiva del individuo, fascinado en el rápido alivio (en el mejor de los casos), dejando de lado la emergencia que ese cuerpo intenta manifestar. Incluso, a veces, desestimando la importancia de los efectos adversos en pro de los efectos terapéuticos buscados. Pero el efecto adverso ¿es simplemente una acción secundaria no esperada (ni esperable, ni buscada, ni deseable) del fármaco, o es a veces también una respuesta, una sublevación discursiva (o que busca ser expresada) del sujeto frente al acto de su administración? Es sabido que no todos los pacientes manifiestan estos efectos adversos.

Es entonces donde la interconsulta, el intercambio, la comunicación con el otro profesional adquiere una más que significativa relevancia.

Quisiera detenerme brevemente en este momento corporal del síntoma. En el recorrido de casos o situaciones que jalonaban de ejemplos la confección de este trabajo, surgía reiteradamente este compromiso del cuerpo del sujeto y la aparición simultanea de situaciones vitales que, a grandes rasgos, podríamos nombrar provisoriamente como de exclusión.

Quizás se note una suerte de sobreencarnación del cuerpo debido a la desaparición de los así llamados "garantes metasociales", pérdida de referencias que tientan a una vuelta narcisística, que nos remite a nuestro propio cuerpo, al cuerpo propio.

Un cuerpo que no solamente plantea problemas referidos al pudor, a las relaciones con los otros, a la procreación, incluso a la bioética en la autonomía corporal frente a la responsabilidad frente al otro, como en el caso de los trasplantes, por ejemplo (hipótesis significantes ya de por sí de arduo recorrido). Un cuerpo de un sujeto involucrado en la Postmodernidad, pensamiento hegemónico que borra las fronteras de la identidad por la globalización, la manipulación a que se ve sometido por medio de los medios masivos de comunicación, al servicio de determinados intereses parciales, la mediatización del contacto humano, la crisis política y económica que rompe las leyes del contrato social. Un sujeto empobrecido para responder, inmerso en la atmósfera de una comunidad cautiva y desesperanzada, sujeta a un determinismo feroz. Un cuerpo no ajeno a esta cuestión que por momentos parece signar la derrota de las estrategias significantes, una falla en la simbolización.

Hoy, salidos de la fase del progreso industrial, esperanza de la Ilustración, aparece como conflictiva la lucha entre identidad y alteridad. Dificultad en encontrar un sentido, utopías; dificultad para oponer resistencia a la destrucción de sí mismo en un mundo de masas, inestable, de poderes absolutos; dificultad del sujeto en su capacidad de reconstituirse.

Esta existencia como "no sujeto" implica sufrimiento. A costo de muchos sacrificios muchas personas dan sentido a su vida, a veces pagando con ella, o con parte. Y el cuerpo allí como doblón de este pago.

El planteo abre muchas brechas para considerar también los movimientos en los que las personas se ponen al servicio de sí mismos y de los demás; de la relación con el otro, elemento fundamental en la formación o disolución del sujeto, si se trata de una relación con el otro como sujeto y en la que éste nos reconozca como sujeto.

Reencaminémonos, entonces, a lo planteado. Un cuerpo en llamas por la pérdida de sentido, de garantes metasociales, cuerpo de la ansiedad narcisística y depresiva de los adaptados, cuerpo de la indignidad de los excluidos (a veces con arranques de violencia incontrolada, sin consecuencias sobre los mecanismos de dominación).

Es un debate que nos desafía el planteo de cómo enfrentarse a la enfermedad y a la muerte. De cómo sobrevivir personalmente en un mundo que destruye la individualidad y la autonomía.

Un mundo en donde el individuo está encerrado, y cuya única norma es encerrarlo, no puede alumbrar el sujeto más que a través de la angustia. Y allí aparece el cuerpo, lo que le queda al sujeto cuando lo ha perdido todo. El cuerpo, la gran víctima, pero quizá también la gran esperanza.

Esta exclusión es el modelo a partir del cual muchos sujetos caen a la consulta psiquiátrica, teñidos sus inconvenientes actuales con el tinte de la locura, de la angustia "loca". Generador de situaciones de violencia, desamparo, injusticias, que desembocan en circunstancias patológicas. El lenguaje de esta locura discurre por palabras que han excluido (y no suspendido) la representación.

En este marco es que decidimos exponer la actividad que estamos realizando, sus limitaciones, y en qué dirección se encuentra nuestra labor. Lo que se exponen son pistas, ideas, lineamientos, es decir, instrumentos. Para hacer con ellos lo que se pueda.

Estamos ubicados, querámoslo o no, en el problema. Nos debemos la posibilidad de trazar un nuevo espacio de representaciones. Una serie de interrogantes que se reeditan incansablemente y que procuran una serie de inconvenientes, en este caso, de nuestra práctica. Es dificultoso que se llegue a conclusiones unívocas, coherentes y continuas. Son verdaderas lecturas fragmentarias que recaen en los mismos temas y conceptos, y que no cesan de plantear las mismas problemáticas. Aliviar, pero no acallar es el trabajo que venimos realizando, casi sin darnos cuenta. Esperemos que estas y otras reflexiones puedan ayudar a intentar encontrar el camino.

Bibliografía:

A la búsqueda de sí mismo. Diálogo sobre el sujeto. Alain Touraine/ Farhad Khosrokhavar

Estudios culturales. Reflexiones sobre el multiculturalismo. Slajov Zizek

Pensar la locura. Ensayos sobre Michel Foucault. René Major

Genealogía del racismo. Michel Foucault

El orden médico. Jean Clevreul

Historia y psicoanálisis. Michel de Certeau

Esquema del psicoanálisis. Sigmund Freud

 

Buenos Aires, 15 de octubre de 2002

HOSPITAL DE EMERGENCIAS PSIQUIÁTRICAS "DR. TORCUATO DE ALVEAR"

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