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El chiste y su relación con el paro activo
Sueño de una tarde de otoño
(Clase pública llevada a cabo el 19 de mayo de 2005)

Diego Zerba (x)

Acto único

Escena

Resguardados por hileras de bancos colocados como barricadas en el sentido del tránsito, el profesor ubicado en el medio de la calle frente a estudiantes sentados en otras hileras de bancos que se despliegan en dirección al cordón de la vereda, comienzan la clase del día de la fecha.

El presidente del Centro de Estudiantes abre la clase pública señalando brevemente las razones del paro y cede la palabra al profesor.

Profesor: Antes de venir a dar clase, escucho por radio que el Sr. Rector se paseaba preocupado por los pasillos del rectorado con las manos en los bolsillos. Al observarlo en esa actitud se le acerca un periodista y le pregunta:

- Señor Rector ¿hay paro?.

- No –responde con molestia- es una bola que se corre.

Comienzo de este modo la clase, a la que titulé cuando llené en la planilla de asistencia la columna correspondiente al tema de hoy: "El chiste y su relación con el paro activo". En su trascurso voy a recordar la diferencia entre el chiste y lo cómico que ya expuse la semana pasada, introduciendo algunos agregados alusivos a esta jornada. Indicaré, además, una clave de lectura para pasar revista a las clasificaciones exageradamente exhaustivas formuladas por Freud al final del texto previsto para el desarrollo de hoy (1). Por último anticiparé otras precisiones (a desarrollar más adelante), que diferencian al chiste del humor y la ironía.

(Empiezan a escucharse sonidos de bocinas, y gruesos epítetos por parte de los automovilistas -ante los cuales el profesor agradece- matizados por bocinazos acompasados en señal de saludo).

Dije la clase anterior que mientras el chiste es una producción eminentemente discursiva, lo cómico, en cambio, afecta a la imagen. Siguiendo esta senda, lo cómico implica la caída del Ideal del Yo, es decir el rasgo idealizado que sostiene a esa imagen que se nos presenta como Yo ideal. Piensen, por ejemplo, en un enardecido chofer de la línea 96 que baja en este momento del vehículo y me hace tragar el megáfono a la manera de Bugs Bunny, mientras que con sonidos guturales trato de explicarle la necesidad de la solidaridad proletaria.

(Se escuchan risas generalizadas y el presidente del Centro de Estudiantes con un gesto señala que no lo permitirían)

K. Fischer ubica la caricatura entre el chiste y lo cómico. Plantea que desoculta lo feo en donde quiera que se haya escondido para someterlo a la observación cómica. Del lado de lo cómico, lo feo desoculto no es más que la sobre acentuación del rasgo, en tanto que el desocultamiento -como tal- la aproxima al chiste.

(Pasa un auto de marca BMW haciendo bruscas y ruidosas maniobras, mientras en su interior el conductor de barba levemente crecida y empalagosas fragancias de perfume Armani le comenta a su acompañante: "con Menem estábamos mejor")

Una variación de la caricatura es la práctica del mimo, consistente en sobreactuar el rasgo con el cuerpo. Se trata del género de la parodia.

Imaginen en la cola de automóviles un matrimonio con su pequeña hija, en la que se desarrolla la siguiente situación.

-Esposa: "¡¡ A vos te parece ... , esta gente ... , no nos va dejar llevar a la nena a Temaiken!!. (Y con un gesto comparable al de Salomé pidiéndole la cabeza de Juan Bautista a Herodes, continúa de este modo) ¡¡Vos tener que bajar y hacer algo con ese piquetero!!

-Esposo: "Pero querida ..."

-Esposa: ¡¡¡Siempre el mismo cagón!!!

(El docente exagera los detalles de la situación, mientras crecen las carcajadas de los alumnos y las bocinas se vuelven atronadoras. Un taxista con los ojos inyectados de sangre y Radio 10 sintonizada a todo volumen grita: "¡¡Vayan a laburar!!")

Fernando Peña es un maestro de este género, que intento mostrarles de manera amateur con mi dramatización.

Desocultar el rasgo por la vía gráfica o de la actuación es lo opuesto a su caída. Por su parte el chiste genera un efecto de fugaz desconcierto y esclarecimiento. Es decir que la caricatura y la parodia no poseen la caída propia de lo cómico, ni el efímero desocultamiento del chiste. Por ganarle lo desocultado al inmediato ocultamiento que les destina el chiste, pueden volverse con una excesiva prolongación imprudentes y pesadas.

(Un empleado de la Facultad de Psicología ayuda con el parto a una señora, mientras el flamante papá exclama con énfasis: "se llamará Adolfo Benito")

La caricatura a través de la creativa mano del dibujante sostiene de la forma más acabada el subrayado del rasgo, a la que el mimo debe claudicar en algún momento en nombre de seguir siendo ser el mismo y actuar al mismo tiempo. El psicoanalista inglés D. Winnicot define con esos dos atributos al actor.

(Llegan velozmente dos móviles policiales para reforzar el cerco de bancos. Tiempo después algunos vecinos iban a contar que vieron bajar de uno de ellos a un inspector de acento afrancesado, que le comentaba con sigilo a un subordinado: "Totó, sospecho que estamos ante una célula terrorista dormida)"

El chiste como producción discursiva no necesita de una puesta en escena especial. Basta recordar a Jorge Corona, que solo requiere de alguna sustancia tóxica, como en ocasiones lo confiesa, para tornar más intensa la convicción del relato.

Sin moverme un milímetro de este reticulado de asfalto, por ejemplo, puedo decirles con un amaneramiento infantil: "mamá me la arregla". (Se escuchan algunas risas dispersas). Aquellos que se ríen pueden explicarle a los demás el chiste, aunque las explicaciones de las damas seguramente diferirán de las correspondientes a los caballeros. En los otros géneros abordados, la evidencia de la imagen no amerita agregar nada más. Por mi parte no les voy a explicar esa viñeta por tratarse de una moción criminal contra el chiste (de la cual no logró escapar ni el mismo Freud), que hace mucho, pero mucho tiempo atrás (el 99 % de ustedes aún estaban escindidos en óvulo y espermatozoide), llevaban al terreno de lo cómico en un programa de televisión. En él un libretista le contaba al cómico un chiste para que lo relate en su actuación de esa noche. Luego de escuchar atentamente la narración, el cómico impertérrito le decía: "Renato, amigo mío, no entiendo". Una y otra vez el libretista se lo explicaba, volviéndolo al chiste cada vez más imbécil. Algo así como los psicoanalistas hacemos con famillionär.

El equipo de aquella parodia televisiva podría haberse dedicado a la filosofía pero nunca al chiste. La filosofía desarrolla extensos relatos para hacer consistir al concepto con los argumentos más acabados, pero desde luego que a nadie le va a causar el menor efecto risueño la Crítica a la Razón Pura o La Fenomenología del Espíritu. Dentro de la filosofía, la metafísica sepultó los primeros pensamientos que se desplegaban en un decir poético. Muy poco se conserva de ellos. Lo más antiguo es un brevísimo fragmento de Anaximandro que dice: "Aquello a lo que todos los estandos deben su existencia es también aquello a lo que retornan tras su destrucción según su necesidad. Y esos estandos se hacen unos a otros justicia y reparación de su injusticia según el orden del tiempo" (2). En esos términos dejaba librada a la escucha y no a la comprensión, la explicación del tiempo circular concebida por los antiguos. Escucha de la que carecía el humorista frustrado de aquel programa televisivo. Heidegger retorna a estos primeros pensadores para rescatar a la verdad como aletheia, entendida en lo términos de desocultamiento en el ocultamiento. Siguiendo a Freud se manifiesta a través de un desconcierto y esclarecimiento.

(Aprovechando algunos bostezos y un breve aminoramiento de la tensión, un pibe se entremezcla en la concurrencia repartiendo estampitas y un dealer cautelosamente abre su maletín)

Por esta vertiente el chiste puede caracterizarse como una artesanía poética. Sobrevive a la devastación de la función poética de la palabra propinada por la metafísica, aunque como veremos más adelante le reserva un plus de satisfacción que no tiene la poesía. Si ponemos el poeta frente al severo análisis del filósofo, a la estrofa de Mario Benedetti que dice: "Si te quiero es porque sos, mi amor, mi cómplice y todo", puede observarle que se trata de un juicio redundante en tanto que todo incluye a mi amor y a mi cómplice.

(Nuevamente el desasosiego invade la vía pública, cuando el móvil de exteriores de una radio llega al lugar de los hechos y estaciona en el único carril de la avenida Independencia que quedaba habilitado al tránsito. En medio de toda clase de gritos baja un movilero agitado, remedando el estilo del legendario José De Ser, para repetir por espacio de varios minutos la misma frase ordenada de distintos modos: "El clima de tensión puede cortarse con un cuchillo, es la guerra de pobres contra pobres". Una camioneta comienza a atropellar el móvil y este prestamente se retira con el movilero del teatro de operaciones )

Freud destaca la condición poética del chiste, pero a la hora de explicarlo lo hace con el modelo científico de mayor consenso en su época, a saber, la física mecánica y dentro de ella la termodinámica. Por eso asignándole la condición de modelo del trabajo inconsciente, le adjudica sus mecanismos más importantes: la condensación y el desplazamiento. Para no continuar degradando el ingenio de Heine (poco risueño traducido al español), vayamos al neologismo "inimputeable" del pensador argentino Raúl Portal. Siguiendo las coordenadas del modelo indicado, el afecto se desplaza de las representaciones inimputable y puteable a la representación mixta que las condensa: inimputeable. (Por cierto que cuando se me acerquen los hombres de azul o algún taxista sanguíneo, apelaré a este principio de la jurisprudencia chistosa).

No obstante, haciendo una lectura sintomática del capítulo en cuestión, encontramos como Freud advierte que la mayor parte de los chistes no pueden ser explicados dentro de este modelo. Por eso hace una minuciosa clasificación, dentro de la cual solo en una tercera parte hay condensación. A modo de sugerencia les digo que no traten de recordar cada una de estas clases, sino es para observar como se las ve de figurillas para dar cuenta de una producción discursiva con conceptos extraídos de la termodinámica. El mismo Freud está alertado cuando antecede su enumeración con esta frase: "Hemos llegado a conocer tantas y tan diversas técnicas del chiste, que convendría formular una relación de ellas para evitar olvidos y confusiones."

Y la concluye con esta otra:

"Tanta variedad nos confunde un poco. Pudiera hacernos lamentar el haber dedicado nuestro interés al examen de los medios técnicos del chiste e inducirnos a sospechar exagerada la importancia que a dichos medios hemos atribuido en la investigación de la esencia del mismo." (3)

En tanto Freud privilegia el modelo de la termodinámica, Lacan hace lo propio con el de la lingüística. Así este último sustituye condensación y desplazamiento, por metáfora y metonimia, respectivamente. Dando este paso se puede dar cuenta de todos los chistes sin perderse en clasificaciones leguleyas.

Por metáfora se entiende la sustitución significante, y por metonimia el deslizamiento de la significación. De est a manera el significante

-concebido provisoriamente como la palabra despojada de significación- reemplaza a la representación, y la significación – por su parte- hace otro tanto con el afecto.

En tren de conjetura podemos suponer que si Freud hubiera conocido a Ferdinand de Saussre, que allá por 1913 comenzaba el Curso General de Lingüística, tal vez hubiera cambiado su modelo (como posteriormente lo hace Lacan). Pero por entonces no existía Internet, ni el rubro "congresos" de la industria turística. Este último, aparte de banalidades como participar de concursos para asistir a nuevos congresos, o calcular levantarse a una minita en la fiesta de Laboratorio Pendorcho, excepcionalmente permite el intercambio de ideas y trabajos. Una de esas excepciones podría haber sido el encuentro entre Freud y Saussure, de haber vivido ambos en este tiempo (y no haberse quedado dormidos por bailar hasta las 6 de la mañana).

Abandonando el estudio comparado de las lenguas, con Saussure comienza la lingüística contemporánea precipitada en la aventura de constituirse en una ciencia. Uno de sus sucesores es R. Jackobson, que se ocupará de indagar en la función poética del lenguaje. Este último se constituyó en uno de los referentes más importantes de Lacan.

("Basta de verso - grita un hombre joven de traje y cabello corto peinado con gel- hay que resolver los problemas puntuales del paciente reprogramando sus estructuras cognitivas, mientras que desde otro rincón un hombre mayor de pelo entrecano y algo revuelto agrega: "Tenés que dar Psicoanálisis Freud, no Escuela Francesa. Siempre el mismo, vos, así vas a ganar un concurso el día de la escarapela. Lo único que falta es que estés haciendo un video con esta payasada". Un joven se aproxima al hombre mayor para trompearlo, mientras el bedel sale a la calle a interceptarlo")

La metonimia de la significación tiene lugar cuando una vacilación del sentido produce un pasaje de sentido. Es decir un desconcierto y esclarecimiento. Dicha vacilación es el sin sentido, que a la manera de un cambio operado en un cruce de vías ferroviarias corre el tren del discurso a otro carril de sentido. Para que quede más claro sin recurrir al recurso torpe de la explicación, recurriré a la escritura como el mismo Freud lo hace con sus ejemplos. (el profesor manotea un cuaderno del vendedor refunfuñante que está a su derecha, y un alumno le proporciona un bolígrafo). ¿Ven?

Mamame la regla

Sin palabras mixtas, mamame y regla operan como metáforas para el corrimiento del sentido.

(Desde el fondo un muchacho grita ·"Renato, no entiendo". Explota una carcajada generalizada)

Solo te digo –responde el profesor- que " Luchemos por la vida" nos alerta de muchos peligros que implica el sexo oral, pero no de todos (más carcajadas).

La semana que viene nos detendremos en "Las tendencias del chiste" (4). Así como el modelo termodinámico resulta inadecuado para pensar la configuración discursiva del chiste, se ajusta mejor para dar cuenta de su goce. Vamos a ver que la técnica de la que nos henos ocupado, no es suficiente para provocar hilaridad. Además tienen que estar presentes sus dos tendencias: la agresividad y el desnudamiento. De lo contrario estaremos ante un chiste ingenuo. Este es un ejemplo al respecto: Un niño esquimal le pregunta al papá: "¿qué es un rincón?" (se escucha una complaciente risilla femenina)

Otro géneros distintos también son reunidos por el efecto risueño. El humor, al que le dedicaré futuras clases, es uno de ellos (5). A modo de adelanto les indico que el humor, a diferencia del chiste y lo cómico, no exige la función de alteridad. La función de alteridad, como condición de los rasgos a los cuales quedamos alienados por identificaciones, es el lugar del Otro (el profesor lo escribe con mayúscula, en la misma hoja algo ajada ya) que nos emplaza en nuestro carácter de sujetos divididos. La brusca caída del rasgo idealizado provoca la carcajada de lo cómico, al suspender transitoriamente la tensión especular que el lugar del Otro hace posible. En otro orden, desde ese lugar la risa sanciona el desconcierto y esclarecimiento cuando un chiste semidice una verdad (aletheia). De esa manera el sujeto advierte de un modo invertido en la risa proveniente del Otro, que habrá sido escuchado el chiste.

La configuración del humor, por su parte, involucra al ideal del yo aunque de modo diferente que en la comicidad. Si en términos económicos la sorpresa de la caída del Ideal del Yo precipita una gran liberación de energía en la comicidad, en el humor hay una particular distribución de la energía que desplaza grandes magnitudes al superyo. De ese modo el superyo se vuelve un padre cariñoso ante el yo, que lo consuela ante las mayores vicisitudes. Haciendo una modificación al ejemplo de Freud, supongamos que el chofer de la línea 96 en vez de hacerme tragar el megáfono, toma una actitud más resignada ante el destino y reflexiona: "linda manera de empezar la última vuelta". ¿Es rebelde esta posición, como dice Freud? Opino que no. La rebeldía esta en la ironía que implica una posición de no creencia, de cinismo ante el Ideal del Yo. Cuentan del cínico Diógenes, que en ocasión de ser visitado mientras tomaba un baño de sol ni más ni menos que por Alejandro Magno, cuando el ilustre visitante le pide que formule cualquier deseo que se lo va a satisfacer, él le responde: "Córrase que me tapa del sol". Podríamos decir que el cinismo ante el Ideal del Yo, conduciría a no creer ni siquiera en la termodinámica rigiendo un aparato psíquico. No hay presencia del Otro y toda la economía que regula la relación entre el Yo y el Ideal del Yo sufre una apagón de luz.

Con ese espíritu leemos los textos. Bajo la misma captura también se hicieron las revoluciones, cuando el estado consistía en los términos de una masa artificial. Hemos visto, siguiendo a Freud, que la masa establece sus vínculos a partir que cada uno de sus integrantes sustituye el Ideal del Yo por el líder. Así los dirigentes revolucionarios como Robespiere, Lenin, Trostky, o el Che no retrocedían ante la consistencia del estado, aunque nunca supusieron que el estado se iba a derretir dejando paso a las mareas aleatorias a las que esta tarde vinimos a torear. Ellos no creían en las ideologías de su tiempo constituidas en Otro, en cuyo interior los dirigentes del sistema ocupaban la función del Ideal, pero creían en la política centralizada por el estado. Hoy por hoy creer en la política estatal lleva en nombre del poder a no poder más nada. Una política para poder y no para el poder, exige constituir un nosotros entre las mareas aleatorias, como lo intentamos hoy.

Para cerrar esta clase les voy a leer un relato que corresponde al género de la glosa, que se caracteriza por reunir en la brevedad de algunas pinceladas todos los géneros abordados hoy. Se trata del cuento de Alejandro Dolina titulado "Un salón de Baile", él cual apela para hablar de la globalización a la comicidad, el chiste, el humor y la ironía.

"Cierta noche, Manuel Mandeb, el ruso Salzman y Jorge Allen se dejaron arrastrar por Marcelo de Bórtoli, un conductor de camionetas que –envalentonado por cuatro cañas- les prometió unas deliciosas aventuras.

Deambularon largas horas por patéticas confiterías, hasta que fueron a dar a un salón de baile de la más misteriosa índole. La música ensordecía. En verdad, se trataba de fuertes golpes de bombo, bajo las cuales sonaban arpegios electrónicos y tenues líneas de cuerdas simuladas. Las estructuras se repetían una y otra vez, como un tam tam, con un efecto hipnótico.

Centenares de personas se metían en las penumbras, mecánicamente. Los que no bailaban hacían, a intervalos regulares, unos gestos de asentimiento e incluso señalaban con el dedo al encargado de poner los discos. Este empleado ocupaba un lugar de privilegio, cuyo valor referencial era el de un escenario.

A pesar del aspecto poco hospitalario de aquellas instalaciones, los muchachos observaban con atención a algunas damas cuya disposición de ánimo se propusieron indagar. Expertos como eran en la realización de propuestas, completaron con la mayor ortodoxia las maniobras que son usuales. Pero las mujeres no les prestaban atención, ni siquiera los miraban Permanecían firmes y lejanas en sus ejercicios rítmicos. Jorge Allen intentó unos abordajes directos, verbalizados, con preguntas concretas que exigían respuestas expresas. No consiguió nada.

Recorrieron el salón para ver si encontraban algún conocido, o -al menos- a alguien que les explicara las reglas que allí se seguían para la seducción perentoria. Nadie les dirigió la palabra. Ni siquiera los mozos, unos seres con aire de superioridad que estaban interesados en hacer patente la condición forastera de los hombre de Flores.

De Bórtoli les explico que todos allí consumían una droga, fuera de cuyos efectos era imposible ninguna clase de disfrute. Hizo notar, sin embargo, que se trataba de un narcótico peligroso que obligaba a las personas a una imperiosa actividad de la que se tardaba mucho en egresar.

A falta de otro solaz, se quedaron largo rato observando a la concurrencia. Jorge Allen estaba rigurosamente enamorado de los saltos de una morocha. Llegó a gritarle en el oído que estaba dispuesto a cualquier cosa, pero ella siguió saltando.

Casi al amanecer trataron de emborracharse, pero De Bórtoli les dijo que en aquel lugar solo servían agua mineral. Las sustancias que motorizaban a esa muchedumbre provocaban una deshidratación que debía remediarse tomando agua a cada momento. Las canillas en los baños estaban selladas para que los bailarines no tuvieran más remedio que pagar sus tragos.

Se hicieron las ocho de la mañana y después las nueve y las diez. Con súbita alarma, el ruso Salzman descubrió que algo estaba ocurriendo.

¿Por qué no nos fuimos todavía?

Jorge Allen trato de contestar pero, en cambio, apuntó su dedo hacia Saltzman y lo señaló rítmicamente. Mandeb miró un espejo y se vio a si mismo moviendo la cabeza. De Bórtoli había desaparecido. Después de una breve inspección, lo vieron en el medio de la pista, ya completamente integrado a la concurrencia, saltando y bebiendo agua. El ruso comprendió que era necesario reaccionar. Se subió a una mesa y se puso a gritar como un loco.

En la pampa legendaria
donde relincha el peludo
había una yegua muerta
con una flor en el culo

Se llenó la boca de agua y empezó a escupir chorros finitos en las cara de las personas. Después, vació una botella en el rostro de una rubia.

Échenme –gritaba- ¡Échenme a patadas!

Nadie le prestó la más mínima atención. Saltzman se acercó a sus amigos.

¿Por qué no nos echan?

Porque no hemos venido –contestó Allen- Corramos hasta la puerta ahora mismo, porque sino, permaneceremos aquí toda la vida.

A empujones, fueron acercándose a la salida. En el camino trataron de arrastrar a De Bórtoli pero el hombre ya no los escuchaba. Tuvieron que dejarlo en medio del gentío y no volvieron a verlo nunca más.

El sol brillaba en la vereda. Caminaron en silencio casi diez cuadras. Al llegar a una plaza, Salzman murmuró:

¡Qué lugar!

Y Mandeb respondió por lo bajo:

Así son todos los lugares (6).

(Aplausos)

(Concluida la clase se acerca a felicitar al profesor una joven de ojos vivaces y pearcing en la nariz, en tanto que una señora madura, con el peso del saber que dan los años, lo retenía diciéndole: "Eso que hizo no sirvió para nada, estos chicos no saben nada, no saben que pasa con la Educación, con la Ley Federal...". Caída ya la tarde militantes del Centro de Estudiantes entran los bancos a la Facultad, mientras el pibe acomodaba el fajo de estampitas canturreando: "Paralizando la Tierra, el día que apagaron la luz".

Versión corregida y aumentada.

Desgrabación: Diotima Tania.

NOTAS

(x) Diego Zerba. Licenciado en Psicología. Psicoanalista. Profesor Adjunto de la materia Psicoanálisis Freud y docente en Psicoanálisis: Escuela Inglesa de la Facultad de Psicología / UBA. Profesor Adjunto en la materia Psicología del Ciclo Básico Común / UBA. Director del Centro Asistencial FUBA XXII . Supervisor de instituciones clínicas y educativas. Autor del libro "La estructuración Subjetiva. Pensar las psicosis infantiles".

1 "El chiste y su relación con el inconsciente", capítulo 1 "La técnica del chiste. Editorial Biblioteca Nueva, Madrid, 1973.

2 Esta cita esta extraída de Heráclito, de Jean Brun. IDAF, Madrid, 1976, p. 31.

3 En la versión de Biblioteca Nueva, el título de este capítulo está traducido como "Las intenciones del chiste".

4 "La técnica del chiste", ob. cit., p.1049

5 S. Freud, "El humor", ob. cit.

6 Alejandro Dolina; "Bar del Infierno", Planeta, Buenos Aires, 2005, pp. 179 a 183.

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