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La libertad leninista

From: Ricardo Perez - ricardoperez@ciudad.com.ar - 11/06

En una polémica contra los críticos mencheviques del poder bolchevique en 1920, Lenin contestó a la afirmación de uno de estos críticos (“Camaradas bolcheviques, ya que desde antes de la Revolución y la toma del poder ustedes hablaban a favor de la demoracia y la libertad, sean tan amables de permitirnos publicar una crítica de vuestras medidas de gobierno”) de esta manera: “Por supuesto, caballeros, tiene toda la libertad de publicar su crítica –pero, entonces, sean tan amables de permitirnos alinearlos contra la pared y fusilarlos.” Esta libertad de elección leninista –no “La bolsa o la vida” sino “La crítica o la vida”-, combinada con su actitud despreciativa hacia la noción ´liberal´ de la libertad explica la mala reputación de Lenin entre los liberales. Ellos argumentan su posición en el rechazo a la oposición marxista-leninista estándar entre la libertad ´formal´ y la libertad ´actual´: como incluso los liberales izquierdistas como Claude Lefort enfatizan una y otra vez, la libertad es en sí misma ´formal´, por ende la ´libertad actual´ significa la ausencia de libertad. Es decir, que en relación a la libertad, Lenin es más que nada recordado por su famoso planteo “Libertad, sí. Pero ¿libarse de quién? ¿para hacer qué?” –para él, en el caso anteriormente citado de los mencheviques, su ´libertad´ para criticar al gobierno bolchevique implicaba efectivamente la ´libertad´ para debilitar al gobierno de los obreros y campesinos en beneficio de la contrarrevolución... ¿No es ahora, luego de la aterrorizante expeciencia del socialismo realmente existente, absolutamente evidente donde residía la falla de este razonamiento? Primero, reduce una constelación histórica a una situación cerrada, plenamente contextualizada en la que las consecuencias ´objetivas´ de un acto están plenamente determinadas (“independientemente de sus intenciones, lo que ustedes están haciendo ibjetivamente sirve a...”); en segundo lugar, la posición de enunciación de estas afirmaciones usurpa el derecho de decidir lo que los actos de cualquiera significan ´objetivamente´. El aparente ´objetivismo´ (el centro del ´significado objetivo´) es la forma de aparición de su opuesto, el puro subjetivismo: Yo decido lo que tus actos significan objetivamente, dado que yo defino el contexto de la situación (por ejemplo, si concibo mi poder como la expresión inmediata, el equivalente directo del poder de la clase obrera, entonces cualquiera que se me oponga es ´objetivamente´ un enemigo de la clase obrera). Contra esta contextualización plena uno debe enfatizar que la libertad es ´actual´ precisa y únicamente en tanto capacidad de ´trascender´ las coordinadas de una situación dada, de (como lo hubiese dicho Hegel) “[posit] las presuposiciones de nuestra propia actividad”, es decir, de redefinir la situación misma en la cual uno actúa. Inclusive, como muchos críticos han señalado, el término “Socialismo realmente existente”, si bien fue acuñado para señalar el triunfo del socialismo, es en sí mismo una prueba de su fracaso, del fracaso de los intentos de legitimar a los regímenes socialistas. Se trata de una expresión surgida en un momento histórico en el cual la única razón legitimante del socialismo era el mero hecho de que existía....

¿Pero es esta, sin embargo, la historia completa? ¿Cómo funciona efectivamente la libertad en las democracias liberales? Si bien la presidencia de Clinton simboliza la Tercer Vía de la (ex) izquierda actual sucumbiendo al chantaje ideológico de la derecha, su Programa para la Reforma del Sistema de Salud Pública podría haber sido considerado como un intento, al menos en las condiciones actuales, de “hacer lo imposible”, ya que habría estado basado en el rechazo de la noción hegemónica sobre la necesidad de achicar el los excesivos gastos del ´GranEstado´. No es sorprendente, entonces, que haya fallado: su fracaso –tal vez el único acontecimiento significativo, si bien negativo, de la presidencia de Clinton- es testigo de la fuerza material de la “libertad de elección” como noción ideológica. Lo que significa que, si bien la gran mayoría de la así llamada ´gente común´ no estaba adecuadamente informada del programa de reforma, el lobby médico (dos veces más poderoso que el infame lobby de defensa) logró imponer en el público la idea fundamental de que, con el sistema de salud universal, la libertad de elección (en cuestiones relacionadas a la medicina) iba a estar de alguna forma amenazada –contra esta referencia puramente ficcional a la ´libertad de elección´ cualquier enumeración de ´hechos reales´ (en Canadá, el sistema de salud es menos costoso y más efectivo sin una reducción de la libertad de elección, etc.) se demostró inefectiva.

Nos encontramos en el mismísimo núcleo de la ideología liberal: la libertad de elección, asentada en una noción ´psicológica´ del sujeto, provisto de propensiones que él o ella intentan concretar. Y esto se sostiene especialmente hoy, en la era de lo que sociólogos como Ulrich Beck llaman ´sociedad de riesgo´, donde la ideología dominante nos vende la inseguridad causada por el desmantelamiento del Estado de Bienestar como la oportunidad de tener nuevas libertades: ¿tenés que cambiar de trabajo cada año, depender de contratos a corto plazo en lugar de una posición estable a largo plazo? ¿porqué no verlo como una liberación de las limitaciones de un trabajo fijo, como la oportunidad de reinventarte a vos mismo una y otra vez, encontrando y realizando las potencialidades ocultas de tu personalidad? ¿Ya no podés contar con la cobertura de salud estándar y el plan de jubilaciones, teniendo que optar por una cobertura adicional que debés pagar vos mismo? ¿Porqué no percibirlo como una oportunidad adicional para elegir: o una mejor vida ahora o la seguridad a largo plazo? Y si esta prédica te causa ansiedad, el ideólogo posmoderno te acusará inmediatamente de no ser capaz de asumir la libertad completa, de ´escapar de la libertad´, de un apego inmadura a las viejas formas estables... Y hay más aún, cuando estos enunciados son inscriptos en la ideología del sujeto en tanto individuo psicológico poseedor de habilidades y tendencias naturales, comenzamos a percibir, de manera automática, todos estos cambios como si fuesen resultados de nuestra propia personalidad, no un resultado de ser manipulados por las fuerzas del mercado.

Fenómenos como estos hacen más y más necesario hoy replantear la oposición entre libertad ´formal´ y libertad ´actual´ en un sentido nuevo, más preciso. Lo que necesitamos hoy, en la era de la hegemonía liberal, es un “Tratado leninista de la servidumbre liberal”, una nueva versión del tratado de La Boetie sobre la servidumbre voluntaria que pueda justificar plenamente el sentido del aparente oxímoron “totalitarismo liberal”. Jean-Leon Beauvois tomó los primeros pasos en esta dirección dentro de la psicología experimental, con sus precisas exploraciones de las paradojas que produce en el sujeto la libertad de elección. Experimentos reiterados establecieron la siguiente paradoja: si, luego de obtener de dos grupos de voluntarios el acuerdo para participar de un experimento uno les informa que el experimento va a implicar algo desagradable, incluso poco ético y si en ese momento el investigador le plantea a uno de los grupos que tiene libertad de elección para negarse a participar del experimento mientras que al otro grupo no se les dice nada, el mismo porcentaje de personas (muy alto) acordará seguir participando del experimento. Esto significa que conceder la libertad de elección formal no produce ninguna diferencia en los comportamiento: aquellos a los que se les otorga la libertad van a hacer lo mismo que aquellos a quien (implícitamente) les fue negada. Esto, sin embargo, no significa que el recordatorio de la libertad de elección no produzca efecto alguno: aquellos a los que le fue otorgada esta libertad no solamente van a hacer lo mismo que el otro grupo; sino que además, van a tender a ´racionalizar´ su ´libre´ decisión de continuar participando del experimento, siendo incapaces de sostener la así llamada disonancia cognitiva (la certeza de que libremente acutaron contra sus intereses, propensiones, gustos o normas), van a tender a cambiar su opinión sobre la tarea que les fue solicitada realizar. Por ejemplo, digamos que un individuo es inicialmente invitado a participar de un experimento relacionado con el cambio de los hábitos alimenticios en función de luchar contra la desnutrición extrema; entonces, luego de aceptar participar, se le informa en su primer visita al laboratorio que lo que tiene que hacer es tragarse un gusano vivo, recordándole de manera explícita que, si encuentra ese acto repulsivo, él puede, por supuesto, decir que no, ya que tiene una absoluta libertad de elección. En la mayoría de los casos, la persona aceptaría tragarse el gusano, y luego racionalizaría sus acciones diciéndose a sí mismo algo así como esto: “Lo que me piden hacer es desagradable, pero yo no soy un cobarde. Debería demostrar algo de coraje y autocontrol, de otra manera los científicos van a pensar que soy una persona débil, que retrocede ante el primer obstáculo. Además, los gusanos tienen muchas proteínas y pueden ser usados efectivamente para alimentar a los pobres. ¿Quién soy yo para obstaculizar tan importante experimento? Y, finalmente, tal vez mi disgusto por los gusanos no sea más que un prejuicio. Tal vez comer gusanos no sea tan malo. Probarlos, ¿no constituiría una experiencia nueva y aventurada? ¿Qué tal si descubro una dimensión de mí misno inesperada, levemente perversa que previamente estuvo oculta?

Beauvois enumera tres modalidades en las que las personas llegan a acordar realizar actos que van contran sus propensiones y/o intereses: la modalidad autoritaria (el comando puro: “tenés que hacerlo porque yo lo digo, sin cuestionarlo” sostenido en el premio que el sujeto recibe si lo hace y el castigo si no lo hace), la modalidad totalitaria (la referencia a alguna causa trascendente o bien común que es más importante que los intereses del sujeto “tenés que hacerlo porque, si bien es desagradable, sirve a los intereses de nuestra Nación, Partido o a la Humanidad”), y la liberal (la referencia a la naturaleza interna del sujeto: “Lo que se te pide puede parecer repulsivo pero mirá dentro tuyo y vas a descubrir que está en tu verdadera naturaleza hacerlo, que te va a resultar atractivo, que vas a conocer nuevas e inesperadas dimensiones de tu personalidad”). En este punto, podríamos corregir a Beauvois: el autoritarismo directo es prácticamente inexistente. Incluso el régimen más opresivo se legitima públicamente a través de la referencia a lagún Bien Mayor y el hecho de que, en última instancia, “tenés que obedecer porque yo lo digo” reverbera como un suplemento obsceno sólo discernible entrelíneas. La referencia a una Causa Trascendente es más bien una especificidad propia del autoritarismo (“sean cual sean tus inclinaciones, tenés que seguir mi orden por el bien de la Causa”). El totalitarismo, como el liberalismo, interpela al sujeto en función de su propio beneficio (“lo que te sentís como presiones externas es en realidad la expresión de tus intereses objetivos, de lo que realmente deseás sin saberlo”). La diferencia totalitarismo/liberalismo está en otra parte: el totalitarismo impone al sujeto su propio bien, incluso contra su voluntad –recordar la famosa (e infame) afirmación del Rey Carlos I: ´Si alguien es tan tontamente innatural como para oponerse a su propio rey, su propio país y su propio bien, los haremos felices, con la bendición de Dios, incluso contra su voluntad.” (Carlos I, 6 de agosto de 1644). Ya aquí encontramos el tema jacobino de la felicidad como un factor político, así como la idea se Saint-Just de forzar a la gente a ser feliz... El liberalismo trata de evitar (o más bien, de ocultar) esta paradoja reclinándose al final en la ficción de la libre autopercepción inmediata del sujeto (“Yo no pretendo saber mejor que vos cuál es tu deseo –sólo mirá profundamente dentro tuyo y decidí libremente qué es lo que querés”).

La razón de esta falla en la línea de aurgumentación de Beauvois es que fracasa en reconocer el mecanismo a partir del cual la abisal autoridad tautológica (el “Es así porque yo lo digo” del Amo) funciona más allá de las sanciones (premio/castigo) que implícita o explícitamente evoca. Es decir, ¿Qué es lo que hace que un sujeto elija lo que se le en realidad se le impone contra sus intereses y/o propensiones? Aquí el recurso empírico a las motivaciones ´patológicas´ (en el sentido kantiano del término) es insuficiente: la enunciación de un [injunction] que impone en su destinatario un compromiso/obligación simbólico [evinces] una fuerza propia inherente tal que lo que nos seduce haciéndonos obedecer es justamente lo que puede aparecer como un obstáculo: la ausencia de un porqué. Aquí, Lacan puede prestarnos alguna ayuda: el “Significante Amo” lacaniano designa precisamente la hipnótica fuerza fuerza de la [injunction] simbólica que se sostiene únicamente en su propio acto de enunciación –es aquí donde encontramos la ´eficiencia simbólica´ en su forma más pura. Las tres modalidades de legitimar el ejercicio de la autoridad (´autoritaria´, ´totalitaria´, ´liberal´) son nada más que tres maneras de ocultar el poder seductivo del abismo del llamado vacío. De algún modo, el liberalismo es incluso el peor de los tres, ya que naturaliza las razones de la obediencia dentro de la estructura psicológica interna del sujeto. Entonces, la paradoja es que los sujetos ´liberales´ son de algún modo los menos libres: cambian las opiniones y percepciones de sí mismos, aceptando lo que se les impone como si se originase en su propia ´naturaleza´ -ya ni siquiera son concientes de su propia subordinación.

Tomemos por ejemplo la situación de los países de Europa del Este alrededor de 1990, cuando el socialismo realmente existente estaba derrumbándose: de repente, la gente fue lanzada hacia una situación de ´libertad de elección política´ -sin embargo, ¿se les preguntó realmente en algún punto la cuestión fundamental de qué tipo de nuevo orden ellos realmente deseaban? ¿No se encontraban en la misma situación que las víctimas-sujeto de los experimentos de Beauvois? Primero se les dijo que estaban entrando en la tierra prometida de la libertad política; inmediatamente después, fueron informados que esta libertad implicaba privatizaciones salvajes, el desmantelamiento de la seguridad social, etc., etc. –ellos todavían tenían la libertad de elegir, así que si lo deseaban podían salirse del proceso; pero no, nuestros heroicos europeos del este no querían decepcionar a sus tutores occidentales y persistieron estoicamente en la elección que habían efectuado, convenciéndose a sí mismos de que debían comportarse maduramente, entendiendo que la libertad tiene su precio, etc. Es por esto que la noción de un sujeto psicológico provisto de propensiones naturales (que tiene que realizar su verdadero Yo y sus potencialidades; y que es, consecuentemente y en última instancia responsable por su propio éxito o fracaso) es el ingrediente clave de la libertad liberal. Y aquí deberíamos arriesgarnos a reintroducir la oposición leninsta entre libertad ´formal´ y libertad ´actual´: en un acto de libertad actual, uno se atreve, precisamente, a romper el poder seductivo de la eficiencia simbólica.

¿No fue algo homólogo a la invención del individuo psicológico liberal lo que tuvo lugar en la Unión Soviética entre fines de los años ´20 y principios la década del ´30? Las vanguardias artísticas rusas de principios de los ´20 (el futurismo y el constructivismo) además de apoyar celosamente a la industrialización, incluso promovieron la invención de un nuevo ´hombre industrial´ -no más el viejo hombre de las pasiones sentimentales y las raíces tradicionales, sino el hombre nuevo que alegremente acepta su rol como engranaje en la gigantesca máquina industrial coordinada. Como tal, el planteo era subversivo en su propia ´ultra-ortodoxia´: Esta sobre-identificación con el núcleo de la ideología oficial, la imagen del hombre que podemos ver en Eisenstein, Meyerhold, las pinturas constructivistas, etc. Enfatizan la belleza de sus movimentos mecánicos, su completa depsicologización. Lo que es percibido en Occidente como la pesadilla definitiva del individualismo liberal, como el contrapunto ideológico de la ´taylorización´, de la cadena de montaje fordista, era en Rusia aclamado como la perspectiva utópica de la liberación: recordemos como Meyerhold violentamente [asserted] el enfoque ´conductista´ en la actuación teatral- en lugar de la familiarización empática con el personaje, el [ruthless] entrenamiento y la fría disciplina corporal, habilidad del actor de realizar una serie de movimiento mecanizados... Esto es lo que era intolerable para y dentro de la ideología oficial estalinista, ya que el ´realismo socialista´ del estalinismo era un intento de reafirmar un ´socialismo con rostro humano´, es decir, reinscribir el proceso de industrialización dentro de las limitaciones del individuo psicológico tradicional: en los escritos, cuadros y filmes del ´realismo socialista´ los individuos no son ya delineados como partes de la máquina global sino como personas cálidas y apasionadas.

El obvio reproche que se impone aquí es, por supuesto: ¿no es la característica principal del sujeto posmoderno actual el opuesto exacto del sujeto libre que se sentía el responsable definitivo de su propio destino? ¿no es el sujeto posmoderno aquel que sostiene la autoridad de su discurso en su estatus de víctima de circunstancias fuera de su control? Cada contacto con otro ser humano es experimentado como una amenaza potencial –si el otro fuma, o me mira de reojo, ya me está agrediendo; esta lógica de la victimización está hoy universalizada, y va mucho más allá de los casos estándar de agresión sexual o racial –recordemos la creciente industria de los juicios por daños y perjuicios desde los vinculados a la industria del tabaco a los reclamos económicos de las víctimas del holocausto en la Alemania Nazi, hasta la idea de que EE. UU. debería pagar a los afro-americanos cientos de billones de dólares ya que todos fueron privados de derechos por la esclavitud... Esta noción del sujeto como una víctima irresponsable implica una perspectiva narcisista extrema a partire de la cual el encuentro con el Otro aparece siempre como una amenaza al precario balance imaginario del sujeto; como tal, no es el opuesto sino más bien el suplemento inherente al sujeto liberal: en las formas actualmente predominantes de la individualidad, la afirmación auto-centrada del sujeto psicológico padadójicamente se yuxtapone con la concepción de sí como una víctima absoluta de las circunstancias.

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