Estados Generales del Psicoanálisis

Aquello de lo que la medicina de hoy no puede ocuparse

Guillermo Izaguirre

 

"¡Maldito sea quien de más de lo que tiene!"

Sigmund Freud (1)

Tradicionalmente se ha llamado a la medicina ‘el arte de curar’. En la actualidad parece avergonzarse de ello y pretende cubrirse con los oropeles de la ciencia. Este desplazamiento, de arte a pretensión de cientificidad, tiene consecuencias.

Lacan en el Seminario XIII, El objeto del psicoanálisis, ubica en una línea que va del nacimiento a la muerte, al saber entre ambas y a la verdad en uno y otro extremo. Sitúa al psicoanálisis en relación, aunque diferenciándolo, con la magia, la religión y la ciencia. En la sesión del 26/3/66 dice: "Salvar la verdad, y por esto no querer saber nada de eso. Esta es la posición fundamental de la ciencia y este es el por qué ella es ciencia" (2). Y en la del 1/12/65 afirma que la ciencia se sostiene en el hecho de que de la verdad como causa no quiere saber nada.

La medicina es una práctica sobre la cual la sociedad moderna ha delegado el poder de certificar quien ingresa en la vida y quien sale de ella. Le supone un saber sobre la vida y la muerte, un saber sobre la verdad. En razón de esta delegación y por su pretensión de cientificidad, se debate entre excluir la verdad y tener que saber sobre ella.

Además los médicos se prestaron, más o menos cómodamente, a la tarea de ejecutar ciertas formas de segregación.

La cultura de occidente intenta sobreponerse al deterioro que el tiempo produce en los cuerpos. La práctica médica acompaña esta vorágine con su desarrollo tecnológico que, a su vez, la sume en una cierta impotencia.

Creo que es necesario pensar en qué de la medicina de hoy, tal como lo plantea Lacan en "Psicoanálisis y medicina" (3), encontramos las marcas que delatan los puntos esenciales de su impotencia y de qué modo el psicoanálisis puede situarse con relación a ello.

El arte de curar ha operado de un modo análogo al de la policía de La carta robada de Poe, capaz de cuadricular el espacio somático, pero impotente para encontrar la carta, aunque sepa que está en otro espacio. Mientras que la medicina de nuestra época pretende que la carta no existe. En su discurso, la muerte queda en el horizonte, en el más allá, incluso en el punto de fracaso, es expulsada. La misión del médico es evitarla, postergarla, excluirla de su campo de tal modo que cuando llega ya no le pertenece, es del otro (léase de Dios, de la nada, de otro mundo, del destino, etc.).

Pensemos sobre dos anécdotas de la práctica médica. Una de cuando era ‘el arte de curar’, la otra de la actualidad. La primera es el relato de una hermana de caridad de un Hospital de una ciudad del interior que elogiaba a un médico muerto ya hace casi 50 años. Decía que a pesar de que no era católico (era ateo, lo que entonces se llamaba un librepensador), lo recordaba como alguien profundamente piadoso, considerándolo por ello cristiano, ya que jamás se separaba de su lugar junto a la cama de un paciente moribundo hasta el último suspiro.

La segunda es también de un médico de provincia. En el final de la vida de una paciente con cáncer estuvo junto a su cama hasta el momento mismo en que decidió, según su conocimiento médico, que ya nada podía hacer para curarla. A partir de ese momento, después de asegurarse que no sufriría dolor, dejó ese lugar junto a la enferma y ya no pudo ser visto por los familiares hasta que tuvo que firmar el certificado de defunción que la ley le obliga.

Dos actitudes ante la muerte que dicen de dos modos de posicionarse ante ella. No son diferentes en el sentido de la compasión o piedad de una y su ausencia en la otra, si no que divergen en el modo de leer acerca de la muerte. Pero en sus efectos uno da lugar a la piedad y a la compasión mientras que el otro las excluye en nombre de un conocimiento supuestamente científico.

En el manual de ética aprobado por el American College of phisicians, publicado por la Revista Fundación Facultad de Medicina (4), nos encontramos con las siguientes expresiones: "prolongación de la vida" y "resucitación". En el apartado "Dilemas relacionados con tratamientos para prolongar la vida" se dan las indicaciones que se deben seguir éticamente para dar respuesta a los siguientes temas: "retiro o detención del tratamiento", "órdenes de no-resucitación", "enfermos terminales" y "determinación de muerte". Con relación a los enfermos terminales dice: "Aunque la enfermedad subyacente no pueda ser revertida, el médico debe estar cerca del paciente para hacerlo sentir lo más cómodo posible reduciendo el dolor físico y psicológico". Y agrega "el tratamiento paliativo(...) incluye alivio del dolor, radiación y terapia con antibióticos si le dan alivio al paciente". Tal como se lee la medicina da lugar al dolor, incluso psicológico, pero no incluye lo que ocurre con ese sujeto ante la inminencia de la muerte o qué de la muerte se juega en la vida del mismo, cómo procesa el goce puesto en juego en esa situación, de qué modo aloja su dolor, la erogeneidad adherida al mismo.

En el punto "Determinación de muerte" expresa: "La muerte del total del cerebro, es hoy en día un parámetro aceptado en todos los Estados para determinar la muerte", lo que es un modo de instituir a la neurología como dominante en la medicina.

Recordemos que para Michel Foucault la neurología, en la medicina, introdujo un nuevo cuerpo que vino a sustituir al constituido por la anatomía patológica. Sustitución que dio lugar a un cuerpo al que se le imponen consignas (camine, mueva esto o aquello, haga la seña del siete, etc.), un cuerpo de imposiciones de acciones. A él, según Foucault, respondió la histérica, conformando una forma de nombrar la sexualidad, como resistencia.

La operación que establece es la siguiente: Charcot somete al cuerpo neurológico a la hipnosis y, tal como lo señalara Freud, hace reinar la voluntad del médico. A esta sexualidad como resistencia la piensa producido en tres actos. En el primero se trata de "reproducir, ante la demanda del poder –saber médico, una sintomatología conforme a la epilepsia". En el segundo, al buscar provocar la enfermedad a su antojo, el médico creyendo encontrar la enfermedad como natural, vuelve evidente que la histeria sigue la sugestión del médico. En el tercero la histérica utiliza la brecha que allí se abre para introducir un cuerpo erógeno. Es decir, voluntad del médico, ilusión de naturalidad, entrada de la sexualidad (5).

A esta sexualidad la medicina le dio cabida en su discursividad acomodándola a sus posibilidades, de la mano de la psicología. Así algo del deseo es aceptado en el cuerpo doctrinario de la medicina. Ahora bien, Lacan dice, en la clase del 23/3/66 del seminario XIII, que Freud le dio entrada a la sexualidad por el deseo de saber, pero, agrega, los otros deseos, el de dominación y el de goce, cito, "están precisamente ahí para manifestarnos lo que llamaría la duplicidad del deseo, porque lejos de que el deseo sea deseo de goce, es precisamente la barrera que le mantiene la distancia más o menos justamente calculada de este fogón ardiente de lo que debe necesariamente evitarse para el sujeto pensante y que se llama el goce" (6). Considero necesario señalar que evitar el goce, introducir alguna barrera para ello, no es lo mismo que expulsarlo del discurso.

Pero la neurología de hoy no es la de Charcot; es la de las neurociencias que han pasado a ocupar, junto con la genética, un lugar de preeminencia en la formación médica (7).

Considero que esta nueva forma expulsó del discurso médico lo que tiene relación con el cuerpo en tanto sustancia gozante. Con las neurociencias y la manipulación genética está implicado otro modo de tratar el cuerpo que, al intentar exilar del discurso a la muerte, crea las condiciones de la presentificación del goce.

Estas cuestiones son congruentes con las formas que utiliza la sociedad actual para procesar el duelo. Decía un paciente en su sesión de análisis que, en los años cuarenta, cincuenta, en su pueblo, cuando alguien moría todos los habitantes quedaban comprometidos, era el tejido social el que reaccionaba. Esa dimensión del duelo ha sido desplazada por su tratamiento en la intimidad lo que constituye otro modo de expulsar la muerte del discurso. Dando lugar a la ‘muerte seca’, como propone Jean Allouch (8). Es la muerte blanca, aséptica, la de las salas de los hospitales, de moribundos enganchados en máquinas de prolongación de la vida y de resucitación, de aparatos estériles y de la ausencia de médicos y seres queridos. Es la del cadáver trasladado anónimamente desde la sala estéril a la no menos aséptica sala de velatorios.

Por su parte, Philip Aries (9), habla de la ‘muerte invertida’, y señala que por vía de la privacidad la muerte es expulsada de la escena pública, ya sea mediante el traslado al hospital, como por la ocultación y la vergüenza del doliente e incluso por la indecencia del duelo. Para Aries la exclusión de la muerte es también la creencia en la eficacia de la técnica.

El discurso médico con su pretensión de cientificidad y su tecnificación, al expulsar la muerte, con lo que no quiere saber nada es con la segunda muerte, con la pulsión de muerte freudiana, con el más allá del principio del placer, con el goce. Lo que en Kierkegaard es la repetición, la irrupción de lo eterno en lo cronológico.

Si la medicina ahora puede darle cabida al deseo, aunque sea en su forma psicológica, de lo que se trata es de no dar entrada al goce, en cuyos setos se aloja el deseo. Goce que sin embargo está siempre revoloteando en la práctica de los médicos, es la substancia con la cual trabajan y que jamás los deja tranquilos.

Si esta nueva forma de establecer el poder- saber del médico de los tiempos de la muerte invertida, de las neurociencias y de la manipulación genética, no es cuestionado por el tradicional discurso de la histérica, lo que me pregunto es de qué modos se responde a esta exclusión. Es posible pensar que eso regrese en sus formas más descarnadas, donde casi no hay retórica, al menos no la que acostumbramos a leer en la conversión histérica.

Sólo mencionaré algunas situaciones a título de ejemplo. Cuando una mujer embarazada recurre al genetista para que mediante un estudio de su especialidad diagnostique la enfermedad de Down, esa práctica sólo puede producir como efecto enfrentar a los futuros padres a una decisión que no puede sino llevar a una de las formas del horror. ¿Se sabe acaso lo que puede recaer sobre la cadena generacional en el caso de elegir no continuar con el embarazo? ¿O de continuarlo?. Al respecto no debemos olvidar el lugar de los niños muertos con relación a la locura.

O bien cuando las manipulaciones genéticas nos muestran las posibilidades de intentar crear monstruos supuestamente superdotados, supuestas o sospechosas razas superiores, seres que cumplan con todas las condiciones de algún ideal, cualquiera sea, de tal modo que se manipule materialmente la superposición del ideal y el objeto, ¿no estamos, en el enunciado mismo, introduciendo el horror?

También nos enfrentamos a él en numerosas situaciones del psicoanálisis y de la práctica de la clínica médica y quirúrgica, como nos muestra el siguiente ejemplo: una paciente es derivada a Psicopatología por el cirujano que había indicado la extirpación quirúrgica de un cáncer de mama. El motivo de consulta y de derivación era su temor a la anestesia general. Pero nos llamó la atención el modo en que lo manifestó: "tengo terror a quedarme dormida con la anestesia". A partir de escuchar algo más allá de la demanda manifiesta en la expresión "dormida", se dio lugar a que relatara que en una operación anterior había podido ver todo lo que hicieron en su cuerpo y escuchado los comentarios de los médicos. Al goce puesto en juego en esa observación y esa escucha se le fue sumando el relato de situaciones, en las cuales se situaba como espectadora de accidentes, despedazamientos de cuerpos, de cadáveres, bajo un modo incontenible de dar lugar a formas inimaginables del horror. Dar los detalles del caso, que la paciente no nos ahorró, sería un modo de hacer presente aquí ese mismo goce.

Otra paciente que se sometió livianamente a una práctica quirúrgica de cirugía estética, luego de la operación, tuvo una infección que le provocó una septicemia que la llevó al borde de la muerte y fue necesario volver a operarla sin anestesia.

Entonces no es una falla de los médicos, es que la medicina se mete necesariamente con cuestiones demasiado perturbadoras Son mostraciones que la medicina "científica" y "tecnológica" no puede procesar por ser impotente para inscribir la muerte en el discurso, salvo como fracaso. Impotencia tan radical que el desenvolvimiento de su propia dialéctica no haría más que embrollarla. La misma impotencia que, incluso bajo los ropajes de la omnipotencia, permite el contrabando de las llamadas medicinas alternativas, aún más obturantes que ella.

Si el goce va a encontrar su entrada bajo la forma del horror, el desafío ético es darle lugar para permitir la emergencia del deseo que lo acote. Tarea que sólo el psicoanálisis podría realizar. O, para decirlo de otro modo, si se efectúa, habrá habido psicoanálisis.

¿Cómo darle entrada? Aquí debemos apelar a la intervención del psicoanalista en la singularidad de la situación. La apuesta ética sería acompañar a los médicos en el intento de desglosar el deseo de los avatares, siempre inesperados, del goce. Producir en el discurso un lugar para la muerte es condición necesaria para no ser engullidos por el horror.

El deseo que hacía oír la histérica al ser convocada por el neurólogo pudo tener un lugar a partir de la lectura que abrió la práctica freudiana. Pero lo que no pudo ser absorbido se refugió en el cuerpo gozante, dándose lugar mediante su mostración en el horror.

 

Notas

(1) Freud, Sigmund. "Conferencias de introducción al psicoanálisis" "Conferencia XVI. Psiquiatría y psicoanálisis". Obras completas. Tomo XVI. Buenos Aires, editorial Amorrortu, 1978. Pág.230.

(2) Lacan, Jacques. Seminario XIII, El objeto del psicoanálisis. Inédito. Clase del 26 de marzo de 1966.

(3) Lacan, Jacques. "Psicoanálisis y medicina". Intervenciones y textos. Buenos Aires, editorial Manantial, 1985.

(4) American College of phisician. "Manual de ética médica" en Revista fundación facultad de medicina. Volumen IV, No. 14. Buenos Aires, Facultad de medicina, 1994.

(5) Gross, Frederic. "Notas sobre la sexualidad en la obra de Michel Foucault" en Litoral, No. 27. Córdoba, edelp, abril de1999.

(6) Lacan, Jacques. Seminario XIII, el objeto del psicoanálisis. Clase del 23 de marzo de 1966. Inédito.

(7) Ver el proyecto para la nueva currícula de la Facultad de medicina de la UBA.

(8) Allouch, Jean. Erotique de la mort sèche. Paris, Epel, 1995.

(9) Ariès, Philip. El hombre ante la muerte. Madrid, Taurus ediciones, 1992.

 

BIBLIOGRAFIA.

(1)"Manual de ética médica". Revista de la fundación facultad de medicina. Vol. IV, No 14, Diciembre de 1994.

(2) Freud, Sigmund. "16* Conferencia: "Psiquiatría y psicoanálisis" en "Conferencias de introducción al psicoanálisis". Obras completas. Tomo XVI, Pág.230. Buenos Aires, editorial Amorrortu, 1978

(3) Gross, Frèdèric. "Notas sobre la sexualidad en la obra de Michel Foucault". Revista Litoral. No. 27. Córdoba, edelp, abril de 1999.

(4) Allouch, Jean. Erotique du deuil au temps de la mort sèche. París, EPEL, 1995.

(5) Ariès, Philip. El hombre ante la muerte. España, Taurus ediciones, 1992.

(6) Lacan, Jacques. Seminario XIII, El objeto del psicoanálisis. Inédito.

(7) Lacan, Jacques. "Psicoanálisis y medicina" en Intervenciones y textos. Buenos Aires, editorialManantial, 1985.

(8) Lacan, Jacques. "La ciencia y la verdad" en Escritos 2. Méjico, editorial Siglo XXI, 1986.

(9) Foucault, Michel. El nacimiento de la clínica. Méjico, Siglo XXI, 1991.

(10) Foucault, Michel. La historia de la locura en la época clásica. Méjico. Fondo de cultura económica.

(11) Miller, James.La pasión de Michel Foucault. Santiago, editorial Andrés Bello, 1995

(12) Lacan, Jacques. "Del trieb de Freud y del deseo del analista". Escritos 2. Méjico, Siglo XXI, 1986.

 

Buenos Aires, diciembre de 1999.

Guillermo Izaguirre.


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