Estados Generales del Psicoanálisis

Las locas de plaza de mayo

Osvaldo Saidón

Prólogo:

El presente trabajo fue escrito, ya hace unos años, a raíz de un encuentro de derechos humanos realizado en el Brasil. La razón para incluirlo ahora, a pesar del tiempo transcurrido, se basa en el hecho de que algunas de las cuestiones que aquí se plantean siguen problematizando nuestro trabajo clínico.

El acontecimiento político que produjeron las Madres de Plaza de Mayo ha merecido las más diversas interpretaciones. Aquí, lo que se postulaba era un camino inverso. En el sentido que el propio acontecimiento sirva para mostrar un camino posible de interpretación y un modo de abordaje productivo y deseante para enfrentar la adversidad.

No se trata, de ninguna manera, de un psicoanálisis aplicado ya que éste en general no pasa de la utilización de categorías teóricas preestablecidas en un cierto acontecimiento. Esta perspectiva, al dejar intacta a la teoría, acaba simplemente convalidando los postulados y los conceptos preexistentes sin percibir el efecto de novedad que el propio acontecimiento produce. Por otra parte, la reiterada insistencia del psicoanálisis en ciertos conceptos como la carencia, la castración, el Otro, lo han llevado a un discurso hermético y desimplicado de la realidad social que corre el riesgo de inhabilirtarlo para hacerse cargo de los actuales desafíos clínicos.

Este trabajo lo incluimos, entonces, en cuanto nos muestra la posibilidad de un enfoque singular y actuante -realizado por un grupo de mujeres en un determinado momento histórico de nuestro país- que continúa siendo uno de los mandatos fundamentales que deberíamos seguir en nuestro trabajo clínico.

No desconozco que la actual situación de la lucha de diversos organismos de derechos humanos merece que hoy sean revistas muchas de las ideas aquí vertidas. En todo caso, que estas líneas sirvan de estímulo para ese trabajo.

Las locas de Plaza de Mayo: Carencia o Intensidad

Entre los griegos existía la bella muerte. Era aquella que el guerrero, todavía en su juventud, conquistaba en el campo de batalla. Su heroicidad y su belleza juvenil perduraban más allá de su muerte. Su cuerpo era venerado, era embellecido y se le otorgaban honras fúnebres que transformaban en bella su precoz muerte como bravo guerrero. El enemigo, en ciertos casos, no se contentaba con matar a su rival: destruía de diversas maneras su cadáver como un intento de exterminar toda belleza en esa muerte y en ese cuerpo. El ultraje de los cadáveres es una práctica que aparece en la Ilíada con frecuencia, lo que nos viene a develar el carácter monstruoso que acompaña, cada vez más, las prácticas guerreras y, al mismo tiempo, la inutilidad de este ultraje que no consigue acabar con la bella muerte, que los dioses protegerán a pesar de todo eternamente.

El desaparecimiento de los cuerpos, técnica llamada guerra antisubversiva inaugurada en este último decenio en Latinoamérica -solamente en Argentina son 30.000 los cuerpos desaparecidos entre adultos, jóvenes y niños-, parece ser la exasperación en que se cayó para acabar con la posibilidad de la bella muerte. Se intentó acabar hasta con la muerte, instalando el terror de la inquietud y el desconcierto sobre el destino de miles de hombres y mujeres. Intentábase con eso, no sólo castigar a los que combatían un régimen, sino aterrorizar a toda la sociedad civil. Los familiares de los desaparecidos, en crisis, serían el testimonio en que puede quedar una familia que engendra un cuerpo subversivo, opositor o colaborador de ellos.

Ni las prácticas crueles de la antigua mitología habían podido pensar tan macabro plan. Se precisó quizás del moderno pensamiento, con sus conceptualizaciones sobre la nada, la carencia o la falta, para poder dar lugar a esta nueva tecnología de la dominación y la obediencia.

Intentaremos aquí, más que entender este fenómeno del desaparecimiento, dar una mirada a las formas de resistencia y fuga que la propia sociedad creó para conjurar la tristeza y el terror de sus cuerpos. Es la acción de las Madres de Plaza de Mayo, "las locas de la plaza" como son universalmente conocidas, que protagonizan con más claridad y energía esta resistencia.

Acreditamos que la reflexión sobre estos acontecimientos se impone no sólo como garantía de la memoria histórica. Para nosotros, llamados trabajadores sociales o de la cultura (sociólogos, psicoterapeutas, cientistas políticos), estas reflexiones podrán iluminar nuestras prácticas, en cuanto ellas necesariamente hacen bloque con el acontecer histórico a cada instante.

¿Cómo pensar el acontecimiento del desaparecido, cómo atreverse en un tema que nos llena de desesperanza, desconcierto y rabia? El procedimiento está destinado justamente a perturbar el pensar, impedir el duelo, mortificar toda elaboración. ¿Cómo resistir con nuestros cuerpos a esta inoculación terrorista que el estado coloca dentro de cada uno? ¿Cuál es la locura que deberemos transitar para poder pensar y actuar dentro de la perversidad que el fascismo latinoamericano decidió transformar en acción política en esta última década?

Los terroristas de Estado ensayaron sus atrocidades para mostrar una posible y novedosa estrategia de perpetuarse en el poder, aterrorizando toda revuelta y fascistizando todo el cuerpo social.

No se puede resistir al terror con generalidades, con banderas abstractas, con programas políticos. Las Madres de Plaza de Mayo lo derrotan con su singularidad, con ninguna bandera, con ellas mismas, con ninguna otra lucha que la de ellas, la de madres. Ellas son las locas porque radicalizan, intensifican hasta el fin su situación de madres.

Ellas no discuten las causas, no argumentan sobre política, no discuten sobre el futuro económico social. Ellas quieren los cuerpos de los desaparecidos. Ellas están fuera de la "política" y producen el acontecimiento político más inédito y radical en la sociedad argentina. Ellas no se quiebran porque son locas, han transitado todas las líneas de fractura, no son mediocremente humanas. Ellas son lo que son, madres de desaparecidos, y lo serán hasta que los cuerpos aparezcan. Qué simple y contundente!

Las madres no actúan por representación; nadie las representa. No quieren que a sus hijos nadie los represente.

Ellas no piensan ni actúan por identificación; no hacen luto; no se identifican con la ausencia. En realidad no conocen la ausencia, son locas, deliran porque quieren lo imposible en este universo de lo simbólico.

Se les ofrecen representaciones, símbolos, pensiones, certificados de defunción, quizás hasta homenajes. No hay caso. Su lugar, el de madres, está intensificado definitivamente. No van a parar, su voluntad es más fuerte que su propia figura de señoras más o menos viejas o más o menos frágiles. Su voluntad afirmativa es más fuerte que sus propias personas.

Quisieron imponer el absurdo de la negatividad hasta la náusea y ellas responden con una radicalidad afirmativa que no hay contrato, negociación, conveniencia que la tolere.

Los dueños de la fuerza armada, los mismos que proyectan la nuclearización del mundo, ensayaron aquí en el cono sur, una nueva manera de destrucción y endocolonización de la sociedad civil. Asesorados por sus científicos, llevaron el pensamiento de la ausencia y de la falta hasta transformarlo en una tecnología de guerra, de exterminio. Desde esta perspectiva, los campos de concentración son un arcaísmo frente a la práctica del desaparecimiento. Es una guerra sin necesidad de territorio; ella, como la guerra moderna enseña, transcurre en el tiempo, en la velocidad. Se practica aquí lo que futuramente podrá tener que ser usado en otros lugares, en el mundo desarrollado quizás. Están experimentando y sacando sus enseñanzas. 1

La resistencia de las madres también nos enseña un modo de pensar y actuar en relación a esa tecnología, esa velocidad de la destrucción y el exterminio. No es "La madre de Gorki" identificándose con el hijo muerto, tomando sus banderas, viendo resurgir en sí el espíritu del hijo muerto. Si fuese así, ellas admitirían la falta, la carencia, como motor histórico. Ellas invierten en otra dirección: ante un acontecimiento, sólo otro acontecimiento, ni una simbolización, ni una sublimación, ni una elaboración, ni cualquier subjetivización.

El accidente es de ellas, no lo niegan, ni lo psicoanalizan. Lo intensifican. Nada de luto o melancolía. Transforman su accidente en aquello que debe habitar, intensificar. No son cuerpos tristes deambulando sin rumbo. Son cuerpos intensos, caminando insistentemente en una ronda alrededor de la plaza, ronda expansiva, que agencia otros cuerpos, que posibilita que todos caminen con ellas, afectando todos los cuerpos que se aproximan.

Esta máquina de guerra que constituye la lucha de las madres, nos aporta una serie de entendimientos sobre nuestra sociedad. Nos alerta contra los peligros de los diversos fascismos y microfascismos que segregan los capitalismos nacionales, o los capitalismos integrados con sus burocracias, y nos orienta en una teoría para la acción.

Toda una pragmática surge de este agenciamiento desaparecidos-Madres de Plaza de Mayo.

Ellas hacen saltar la producción de un drama familiar (pérdida de un ser querido) hacia lo colectivo, lo social, la plaza. Las madres no introyectan su pérdida, la expanden.

Si se quiere entristecer un cuerpo, hay una conocida receta: se le inocula una resignación, se lo coloca en condiciones de introyección, y en ese momento está listo para recibir una interpretación. Si así fuese, los familiares de los desaparecidos estarían melancólicos, maníaco-depresivos, autistas negativistas o con neurosis traumática. Allí la sociedad y el Estado, con sus instituciones de cuidados médicos psicológicos, proveería las interpretaciones adecuadas.

Las madres, como decíamos, piensan en otro lugar, tan singular que va imposibilitando una a una las maniobras para encerrarlo en los modelos del Estado, del partido e, inclusive, de la familia.

Las instituciones sociales , los grupos instituidos, no les sirven más. Éstos participan de la manutención del mundo político jurídico, definitivamente instalados en la complicidad con el Estado, capturados para siempre en un pensamiento que no se arriesga. En este caso específico, lo máximo con que la llamada sociedad civil consigue responder es con un juicio. Un juicio justo a la medida para preservar o salvar sus instituciones. Va a procurar pruebas, testimonios para que la "verdad se conozca". Esto le basta, la verdad debe surgir, pero su producción debe ser hecha por el propio Estado, en sus instituciones, con sus discursos y su saber.

Las madres trabajan de otro modo. Tan simple, tan poco instituido, que los burócratas, los hombres de Estado, cada tanto salen de sus casillas, se irritan, muestran su intolerancia con lo que escapa a su captura.

Ellas están ahí, con su presencia, su cuerpo de madres sin hijos. Eso basta y sobra para que todo el mundo sepa lo que pasó, desde que comenzó la primera ronda por la plaza. Sólo no ven los que no quieren, o los que para ver precisan de las prótesis del sistema, los jueces, los discursos, los medios de comunicación.

Podríamos decir que las madres mantienen su locura en permanente estado naciente, no se la puede transformar en enfermedad mental. La práctica de estado que hace de la locura, el desvío o la desadaptación social una "enfermedad mental" debe ser conjurada permanentemente.

Las madres de la plaza habitan un mundo de cuerpos, simplemente intensifican su accidente, expanden sus propiedades. Actuando así, ellas conjuran toda tentativa de psiquiatrización, no pretenden una respuesta personológica, ni una solución a sus conflictos subjetivos. Quieren lo que todos los "normales" pregonan: verdad, justicia y sus hijos. Y esa prédica salpica a todos, produce un efecto de implicación que, en su efectividad, deja de lado la producción de todos los equipamientos de información y propaganda (televisión, diario, etc.).

¿Cuántas enseñanzas para una posible y futura práctica psicoterapéutica?

¿Cuándo los psi y sus clientes decidirán aventurarse fuera del campo calentito y mediocrizado de la subjetividad individual-familiarista?

¿Cómo salir del triste y reiterativo universo de lo simbólico, de la significancia, de la ayuda al prójimo?

Trabajar con los cuerpos , con los afectos, con los vecinos, con los simpatizantes, es el recado que nos da ese grupo. Trabajar con el grupo que va circulando, y cualquiera puede plegarse, expandir ese cuerpo-grupo, basta simpatizar, afectar, ser afectado. Sin bandera, sin programa, sin territorio, y con una potencia capaz de cuestionar todo un ejército de militares, políticos y empresarios del rigor y la obediencia. Se trata continuamente de una pragmática que hace saltar las máquinas de suspicacia, las máquinas metafóricas, los funcionamientos totalizantes. Hablan con las propias palabras, caminan con las propias piernas. Ese grupo no es un símbolo de resistencia a la dictadura como han querido interpretarlo por ahí. No existen símbolos, sólo existen cuerpos. Transformarlas en símbolo es un intento de estatizarlas, de detener su funcionamiento, de colocarlas en una cadena de significantes para captar su sentido.

La cuestión es funcionar para resistir, escapar continuamente a los lugares preparados, a los grupos preformados. Crear a partir del accidente nuevas y singulares formas de vida. No se trata de ver cómo sobrevivir con el dolor y la amenaza.

Procuramos con estas líneas acoplarnos a ese funcionamiento singular e intransferible que un grupo de guerreros iniciaron en nuestro Cono Sur. Expandir este acontecimiento, de modo que contribuya a desarticular las diferentes formas que los totalitarismos y las potencias estatales inoculan en nuestros cuerpos: la obediencia, la resignación y la falsa esperanza.

Osvaldo Saidón.

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