Psicoanálisis, estudios feministas y género

Comentario del trabajo
"
Sexualidad recontextualizada"
de María Rita Kehl

Irene Meler
iremeler@fibertel.com.ar

Este interesante trabajo es un exponente de la influencia que los estudios de género han ejercido sobre el pensamiento psicoanalítico contemporáneo. En muchos casos no existe un conocimiento por parte de quienes escriben acerca de la bibliografía que articula psicoanálisis y teorías feministas, pero sin embargo, la impregnación cultural del feminismo demuestra su influencia en el pensamiento de algunos/as psicoanalistas.

El trabajo de María Rita Kehl se inscribe dentro de la corriente lacaniana de psicoanálisis, que ha tenido gran influencia en América Latina. Los aportes de Jacques Lacan y sus discípulos, si bien han aportado algunas perspectivas de gran interés, son con frecuencia presentados como equivalentes del discurso freudiano. Esto me parece inexacto, ya que según pienso, constituyen una lectura particular de los principios y desarrollos teóricos creados por Freud. Asimismo, a semejanza de lo que ha ocurrido con Freud, el lacanismo no escapa al falogocentrismo cultural, sino que, por el contrario, en algún sentido lo exacerba. Esto plantea dificultades que todos los psicoanalistas compartimos en alguna medida, ya que trabajamos con herramientas teóricas impregnadas de prejuicios sexistas, pero cuya riqueza intentamos rescatar reformulando determinados conceptos.

La autora se compromete con audacia en este proyecto de reformulación y análisis crítico, logrando algunos aportes felices, pero en otros casos, no puede evitar, según opino, replicar el sexismo teórico en el que permanece de cierto modo entrampada.

La antinomia entre razón o cultura y naturaleza y la adjudicación imaginaria de las mujeres al reino de lo natural, ha sido destacada por numerosas autoras feministas, entre las cuales puedo mencionar a Juliet Mitchell y Jane Flax, entre las psicoanalistas. Las antropólogas tales como Michelle Rosaldo y Louise Lamphère también aportaron en este sentido. En función de estos antecedentes, coincido con el análisis de Kehl sobre la mujer freudiana y su equiparación con la imagen de mujer presentada por Rousseau. Considero que la ampliación de las fronteras de los simbólico a partir de los desafíos planteados por la feminidad, deriva del hecho de que el orden simbólico es androcéntrico, y por lo tanto, las mujeres revistamos a su interior en carácter de excepciones o desviaciones.

También acuerdo con la observación que realiza la autora acerca de la naturalización de la masculinidad en el discurso freudiano. Me parece acertado definir "El problema económico del masoquismo" como un revelador de la índole de las representaciones masculinas sobre la feminidad (Ver el trabajo "Violencia entre los géneros" que figura en este Foro). Pero este acuerdo se problematiza ante la cita de un trabajo de Joel Birman donde ese autor considera al masoquismo femenino y al masoquismo moral como defensas fálicas contra el masoquismo erógeno. Es una afirmación que me resulta oscura.

Desde mi punto de vista, el masoquismo femenino es un concepto equívoco que deberá ser abandonado, ya que confunde a las mujeres con las fantasías cargadas de sadismo anal propias de los varones púberes. En cuanto al masoquismo moral, me parece que es patrimonio común de la especie, al igual que el masoquismo erógeno. Este último es un recurso para procesar los traumas que brinda buenos servicios en situaciones de inermidad y pasivización. Las mujeres han desarrollado más este recurso defensivo debido a su estatuto de subordinación social, que las hace más proclives a experimentar abusos.

Al mismo tiempo que expreso mi acuerdo con la caracterización que hace la autora respecto de que en la teoría freudiana existe una equivalencia imaginaria entre pene y falo, y que la diferencia naufraga como concepto en una representación de jerarquía, me inclino a pensar que la aceptación de una mascarada de castración por parte de las mujeres, es un recurso propio de la opresión padecida y perpetuada. Este recurso tiende a devenir obsoleto, y por cierto, no tiene nada que ver con el reconocimiento de la inevitable carencia que da lugar al deseo.

Efectivamente, "aceptar el hecho de su castración", tal como Freud lo planteó, no parece una alternativa válida para ninguna mujer, no al menos mientras persiste la ilusión fálica atribuida a los varones. ¿Por qué sostener entonces que "la condición de objeto de deseo sea la que más conviene a la condición femenina para hacer funcionar la ficción de relación sexual?" (la traducción es mía). Me inclino a pensar que la posibilidad de un juego flexible entre las posiciones de sujeto deseante y objeto del deseo del otro es habilitadora de la salud mental para ambos géneros . Recordemos que Jessica Benjamin, basándose en desarrollos de Irene Fast, propone una etapa postedípica en el desarrollo psicosexual humano, donde una vez establecida la diferencia sexual de forma esquemática (y yo agregaría, de forma reminiscente a la oposición infantil fálico-castrado), se hace posible un juego flexible donde se trasciende la polaridad rígida. Retornando a la postura de Kehl, si ella afirma que: "El pasaje de objeto a sujeto del discurso debe mucho a la técnica de la expresión verbal inaugurada con el psicoanálisis" (la traducción es mía), por qué insiste en considerar más apropiada a la posición femenina la ubicación de las mujeres como objetos de deseo?.

La consideración de las mujeres como "seres de Naturaleza" no se puede adjudicar, desde mi punto de vista, a sus numerosas pariciones en tiempos pretéritos. (Esto sin considerar que hubo épocas en que los nacimientos se controlaron mediante el adulterio, tal como ocurrió en la Roma Antigua). La razón fundamental no es biológica ni se vincula con la tecnología anticonceptiva moderna, sino que se relaciona con el estatuto social subordinado, o sea con el dominio masculino.

Otra observación: si "aquél pedazo de carne" no es "la encarnación, por excelencia, del falo absoluto", ¿por qué hablar de recursos fálicos al referirse a conceptos tales como agencia o autoría?.

Si es imposible, como efectivamente lo es, vivir en la posición femenina; ¿no habrá llegado la hora de redefinir tanto la posición femenina como la masculina?.

Me resulta útil la clasificación que propone la autora y la discriminación que establece entre sexuación, feminidad/masculinidad y posiciones masculina y femenina. Pero respecto de estas últimas, no me parece aceptable perpetuar en la teoría una observación psicosocial, confiriéndole un carácter estructural. Efectivamente, aún hoy día, es frecuente que las mujeres se disfracen de castradas para sostener el falicismo viril. Pero esta modalidad de intercambio amoroso irá cambiando, y no creo que debamos añorarla. Según pienso, es en el nivel de los vínculos de intimidad sexual, donde encontramos las improntas más persistentes de la subordinación femenina. Son duraderas debido a que se han erotizado, y pasarán muchas generaciones hasta que se modifiquen. Pese a que el pensamiento psicoanalítico tiende a atribuir a la sexualidad el carácter de motor del psiquismo, en algunos casos se observa que aparecen cambios en el régimen erótico una vez instalados nuevos arreglos laborales, económicos y políticos.

Pese a la importancia atribuida al lenguaje por el pensamiento lacaniano, se recae en el biologismo, cuando se vincula las posiciones femenina y masculina con la diferencia sexual anatómica, y con el hecho de que los varones "poseen en el cuerpo el órgano-símbolo del deseo materno" (la traducción es mía). Discuto también el supuesto de que el deseo materno se dirige exclusivamente al pene. Esta asunción taxativa parece olvidar el concepto de pulsión y reflotar la concepción prefreudiana de instinto. Pienso que las ventajas imaginarias de los hombres también implican ventajas reales y que esto se explica por el dominio social y cultural masculino. Todo grupo humano que detenta privilegios construye una estética y una ideología donde sus valores son ensalzados y donde las características de los subordinados son denigradas. Como se ve, asigno gran importancia a las relaciones de poder y considero que el pensamiento psicoanalítico contemporáneo no puede ignorar esta categoría de análisis.

"Hacer gozar al otro, gozando de esto", me parece una postura presente, felizmente, en muchos varones. "Privar al otro de gozo para hacer hablar al deseo", ha sido y aún es efectivamente, una especialidad femenina, pero encuentro que la hipótesis de Emilce Dio Bleichmar da mejor cuenta de este observable. Dio Bleichmar plantea que la mujer se hace ama de su deseo con el fin de restaurar su narcisismo, lesionado por causa de la denigración cultural del deseo sexual femenino. En otros términos, es preferible no gozar pero conservar la estima de sí, a acceder a un placer erótico que implica descalificación. Aunque tanto el doble código moral como la histeria en su versión decimonónica, van quedando en el pasado, sus huellas aún perduran.

Si existiera una representación cultural de la feminidad, sería posible tal vez discutir si "Lo femenino es aquello de lo que nadie desea saber". Pero considero que la representación simbólica de feminidad naufraga en la versión imaginaria que la asimila con la castración. Es, entonces, la castración aquello de lo que nadie desea saber.

Es cierto que para que circule el deseo "alguien tiene que saber destituirse de falicidad". Pero asumir que ese alguien será monótonamente la mujer, es un supuesto ideológico. Esto no implica negar que existe una crisis actual en las relaciones amorosas. Si el guión seguido durante siglos intrincó la sexualidad con el dominio y la sumisión, hoy los jóvenes no gozan con quienes olvidaron jugar ese antiguo juego. No creo que los analistas debamos recordárselos, sino más bien, acompañarlos en la exploración de modalidades eróticas alternativas.

Se trata, en fin, de la trabajosa construcción de representaciones simbólicas acerca de la masculinidad y la feminidad, que permitan a los sujetos ubicarse en posiciones femeninas o masculinas sin necesidad de jugar la parodia del fálico y el castrado.

Como bien dice la autora, las mujeres nos estamos tornando autoras de nuestro propio discurso. En el trabajo, encuentro lúcidos hallazgos que contestan el falogocentrismo freudiano y lacaniano. Se trata de ahondar más aún la radicalidad de las nuevas formulaciones.

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