Psicoanálisis, estudios feministas y género

¿El género hace al síntoma?
Masculinidad y trastornos obsesivos

Teresa Quirici

Montevideo, setiembre 2000

 

INTRODUCCION

Para los que nos hemos dedicado a la clínica psicoanalítica, hay preguntas que durante años han quedado sin respuesta. Una de ellas: ¿por qué los hombres son obsesivos y las mujeres histéricas?

Cifras estadísticas corroboran esta incidencia por sexo de la neurosis obsesiva. El DSM IV nos dice que los trastornos obsesivo-compulsivos de la personalidad son diagnosticados dos veces más en los hombres que en las mujeres.

Los estudios de género han permitido dar cuenta de la prevalencia de la histeria entre las mujeres, mostrando cómo las instituciones culturales normativizan de manera diferente el ejercicio de la sexualidad en cada sexo. Para el varón, una sexualidad plenamente legitimada, un deseo autónomo, en estado puro, que lo ubica como "sujeto de deseo". Para la mujer, una sexualidad sólo legitimada por el amor. La mujer ha quedado reducida a poco más que un cuerpo que incita el deseo del hombre, ha sido pasivizada como "objeto de deseo".

Si pensamos que el ideal femenino tradicional propone a la mujer el cultivo de sus dotes seductoras, a la vez que le prohibe el libre goce de su sexualidad, es fácil comprender la incidencia mayor de la histeria en el género femenino. Con su frigidez la histérica reivindica el deseo de ser reconocida y no solamente deseada, como ha propuesto Emilce Dío (1985).

¿Podría el género también dar cuenta de la prevalencia de los trastornos obsesivos en los hombres?

Este es el tema que me propongo desarrollar hoy. Intentaré articular masculinidad con obsesividad, tomando como ejes la masculinidad tradicional – la que habitualmente todos reconocemos como tal en nuestra cultura – y la conceptualización clásica freudiana acerca de la neurosis obsesiva, que considero una referencia obligada para todos los que nos dedicamos a la clínica psicoanalítica.

Recordaremos brevemente que Freud plantea como pre-requisito para su génesis la fijación o la regresión a la fase libidinal sádico-anal, que da cuenta del importantísismo papel que los impulsos de odio desempeñan en su sintomatología. Esta teoría, que establece una correlación entre las fases libidinales y los cuadros psicopatológicos, se enmarca en el sesgo biologista del pensamiento freudiano que privilegia el cuerpo sobre la mente y que busca el sustento corporal que de cuenta de los procesos anímicos. Se trata de una visión no sólo biologista sino además endogenista del psiquismo.

Las investigaciones actuales, que los estudios de género avalan, han indicado la necesidad de nuevos paradigmas para la comprensión de la subjetividad y de la génesis de los cuadros psicopatológicos. Me refiero a la introducción del concepto de intersubjetividad. Si el bebé nace a un mundo simbólico que lo precede y que le es vehiculizado por sus padres y su entorno, a través de mensajes impregnados de significaciones, tenemos que pensar en una subjetividad no sólo asentada en la erogeneidad del individuo aislado sino también en la relevancia de los vínculos para su estructuración.

Es desde este modelo intersubjetivo que me propongo plantear una articulación posible entre masculinidad y trastornos obsesivos. He orientado mis reflexiones alrededor de tres ejes temáticos: el deseo predominante en los síntomas obsesivos, los mecanismos de defensa típicos de este cuadro y el sentido de las tendencias homosexuales inconscientes de estos pacientes. Finalmente, he intentado una re-lectura del Historial del Hombre de las Ratas desde la perspectiva de la masculinidad

 

EL DESEO HOSTIL Y LA MASCULINIDAD

La clínica indica que las tendencias hostiles son de singular importancia en determinadas afecciones, en especial en la neurosis obsesiva y en la paranoia. Si recordamos el historial del Hombre de las Ratas, paradigmático de la neurosis obsesiva, recordaremos la lucha defensiva del paciente contra los deseos inconscientes de muerte de su padre y de la mujer que ama, que aparecen en la consciencia como temores (Freud, 1909).

Que los contenidos de los síntomas obsesivos están asociados a temas de odio, de muerte, de matar, de autoeliminarse, de violación, de robo, de blasfemar, de preferir palabras obscenas, es un dato que quizás sea relevante para nuestros propósitos. Así como la neurosis histérica de Dora es una historia de amor, Eros está en primer plano, en la neurosis obsesiva sentimos la presencia de la muerte, de Tánatos (Green A., 1983).

El género, en tanto construcción sociohistórica y por lo tanto perteneciente a una dimensión simbólica, estructura en forma diferente los sistemas narcisistas Yo-ideal, Ideal del yo y al Superyo que legitimará, o no, la puesta en acto de las pulsiones tanto agresivas como sexuales en cada sexo. En nuestra cultura, y en la mayoría de las culturas estudiadas por la antropología, la agresividad está indicada para la masculinidad y contraindicada para la feminidad. En la mujer, la conducta hostil recibe una doble sanción: moral y de género. (Dio, E., 1997). No es tolerada y provoca en la agresora sentimientos de culpa. Cuando debería enojarse, la mujer se deprime (Meler, I., 1996). En el hombre, la agresividad, en tanto integra el narcisismo de género es egosintónica y considerada un atributo "natural" de la masculinidad. Esta visión de la "naturaleza" agresiva del varón está muy arraigada en el pensamiento popular e incluso ha recibido apoyo científico por parte de biólogos y psicólogos. Se ha sostenido que la agresividad del varón, pruebas incluidas, se desprende de su anatomía y hormonas masculinas. El antropólogo biológico Konner en un difundido ensayo, llega a la conclusión de que la testosterona, principal hormona masculina, predispone al varón a un nivel de agresividad apenas más elevado que el de la mujer. (Konner, M., citado por Gilmore, D., 1994), con lo cual da un duro mentís a las teorías que naturalizan la hostilidad masculina.

De todas maneras, es un hecho comprobable que la violencia tiene, en la vida y en la muerte de los hombres, una mayor incidencia que en las mujeres. Las cifras estadísticas que analizan las muertes por causas violentas – accidentes, homicidios o suicidios – muestran una apabullante prevalencia entre los varones (Inda, N., 1996).

Que los hijos varones son más barullentos, inquietos, que sus juegos son más bruscos y que son más agresivos, que siempre andan llenos de machucones y lastimaduras, son lugares comunes cuando se les pide a los padres y madres que los definan. Y en realidad es así, pero lo que generalmente se desconoce es que ellos mismos han codificado la agresividad como un atributo valorado, integrante de la masculinidad tradicional. Y se desconoce también que las diferencias observadas entre varones y niñas son ya el producto de un modelaje cultural, en el que ellos han participado activamente aún sin saberlo. Me refiero a las distintas maneras en que los adultos se acercan a los bebes: movimientos bruscos, timbre de voz más alta para los varones, movimientos más suaves y voz más "aniñada" para las niñas: primeros estímulos para la futura mayor agresividad del hombre y tendencia a la dulzura en la mujer. Los estilos de crianza diferentes según el género continúan durante toda la infancia. Mabel Burín (2000) cita investigaciones que muestran cómo los padres suelen ser más severos y exigentes con los hijos varones, llegando incluso a la coerción física. Con las hijas, por el contrario, son más cariñosos y utilizan con ellas principalmente la coerción verbal.

Hasta aquí me limito a mostrar la relación entre masculinidad, deseos hostiles y trastornos obsesivos, que sería equivalente, pienso, de una fórmula que conjugue feminidad, deseos amorosos e histeria.

MECANISMOS DE DEFENSA OBSESIVOS

Sabemos que los mecanismos de defensa son utilizados por el yo para mantener afuera de la conciencia determinadas representaciones intolerables e impedir el desarrollo de afectos penosos.

A partir de los estudios de género que el psicoanálisis ha integrado dentro de su teoría del aparato psíquico, también sabemos que el género es un atributo del yo. Como bien ha esclarecido Emilce Dio, "el yo es desde su origen una representación del sí mismo genérico", no hay feminidad ni masculinidad ni anterior ni posterior al yo, ya que el yo se constituye en las identificaciones primarias del niño o niña con sus padres, especialmente con su doble de género (1997, pág.65); y por las identificaciones proyectivas de estos hacia el niño/a, que implantarán en sus hijos los significados culturales de la masculinidad o feminidad y los provenientes de sus propias historias individuales.

Propongo como hipótesis, considerar que este yo "impregnado de género" se ve compelido a diseñar defensas de un matiz especial, que eviten el conflicto con lo que es propio de sus atributos genéricos. En otros términos, diríamos que el género actúa como un marco, o un guión al que el yo deberá ceñirse para desarrollar los mecanismos defensivos. Si pensamos que para la mujer el mandato cultural prohibe el libre ejercicio de sus pulsiones sexuales y agresivas, no es de extrañar que la represión sea el mecanismo princeps del yo femenino.

"Inhibición, Síntoma y Angustia" es el texto en el que Freud (1925) consolida sus conceptualizaciones acerca de las neurosis. Cuando se refiere a la neurosis obsesiva, no se muestra conforme y, aunque se mantiene fiel a su teoría del complejo de Edipo como nuclear, considera que el problema de esta neurosis está aún sin terminar de resolver.

En relación con los mecanismos de defensa, resalta el importantísimo papel de la regresión de la fase fálico-genital a la sádico anal más temprana, regresión que determinará todo el curso posterior del proceso. Esta regresión, aquí considerada una defensa del yo frente a las exigencias de la libido, provoca una disociación, defusión de las pulsiones de Vida y Muerte. Los impulsos libidinales tomarán un disfraz de violencia y crueldad. Esta regresión, entonces, da cuenta del mundo fúnebre del obsesivo, donde todo es peligro, muerte, crimen. El yo se resiste a la emergencia en la conciencia de estos impulsos crueles, utilizando los dos mecanismos típicos de esta neurosis: el aislamiento y la anulación.

El aislamiento es, según Freud, una técnica defensiva peculiarísima de la neurosis obsesiva. El suceso no es olvidado pero sí es despojado de su afecto y suprimidas o interrumpidas sus conexiones asociativas. La representación continúa en la conciencia pero separada del afecto correspondiente. El afecto, desligado de su representación significativa puede unirse a otra representación insignificante o "subir ", podríamos decir, al pensamiento, sexualizándolo. Esta sexualización quizás explique la omnipotencia del pensamiento y la frecuencia de los mecanismos de racionalización e intelectualización.

En la clínica es común que se aprecie el empobrecimiento emocional de estos pacientes: suelen expresar afectos en forma muy controlada y se sienten incómodos en presencia de personas emocionalmente expresivas. Son formales y serios, donde otros ríen y están contentos. Se preocupan por lo lógico, lo intelectual y son intolerantes con el comportamiento afectivo de los demás; les cuesta expresar sentimientos de ternura (DSM IV – Trastornos obsesivo-compulsivo de la personalidad). A riesgo de ser catalogada de sexista: ¿No parece una descripción tal vez un poco exagerada del carácter "normal" de los hombres de nuestra cultura?.

Vayamos ahora hacia el mecanismo de la anulación –o de magia negativa, como dice Freud- que consiste en la realización de un acto que suprime al anterior. El ejemplo clásico es el de la piedra en el camino, que el Hombre de las Ratas por odio colocaba para que su amada sufriera un accidente que luego, por amor, la retiraba.

En el comportamiento normal, este mecanismo de anulación aparece en la decisión de considerar algo como "no sucedido", prescindiendo por completo del suceso y de sus consecuencias, sin ocuparse de él para nada. Y, nuevamente debo de afrontar el riesgo de ser acusada de sexista: ¿No es común que luego de una desavenencia conyugal, que ha desencadenado en la mujer sentimientos de dolor o rabia persistentes, se encuentre con un marido que vuelve a la casa "como si nada hubiera pasado"? y que pregunta: "¿Por qué tenés esa cara?" O "¿qué te pasa ahora?" Y que agrega: "Eso ya fue, ya pasó", cuando le recuerda el suceso que la ha sumido en este estado.

¿Seremos las mujeres tan proclives a usar este mecanismo? Sería interesante conocer la opinión que los hombres tienen de nosotras en este punto.

Varios aspectos se dan aquí como solidarios: la disociación entre la representación y el afecto, la anulación, los temas de agresión, muerte y odio y la erotización del pensamiento. El problema es cómo vincularlos. ¿No podríamos plantearnos la conexión que todos poseen con la masculinidad?.

¿Acaso no se privilegia en el hombre el poder de la razón, de la inteligencia sobre los afectos? ¿No es la afectividad el terreno propio de la feminidad? El hombre se ve compelido a ejercer un permanente autocontrol para regular la exteriorización de sus sentimientos de dolor, de tristeza, de amor, de placer (Corsi, J., 1995) Está "mutilado del afecto" como propone Dierichs (cit. Por Badinter, 1992).

Por otra parte la agresividad, la violencia, el estar preparado para el combate, la competencia, la actitud pendenciera, la disposición para correr riesgos que pongan incluso en peligro la propia vida ¿no son valores asociados a la virilidad en la mayoría de las culturas?.

Aparentemente en nuestra sociedad occidental, los ideales masculinos han variado muy poco en el curso de los siglos. A través del cine y la televisión, se consumen masivamente héroes viriles que conjugan la disposición agresiva con la inexpresividad emocional. Son ejemplos el cowboy, el gangster italoamericano, el detective privado y las verdaderas caricaturas de masculinidad representadas por Rambo o por Terminator, máquina de destruir, despojado ya de toda humanidad.

¿Podemos entonces extrañarnos de la incidencia mayor de los trastornos obsesivos en el sexo masculino?

Resumiendo: mi idea es que el yo va a utilizar aquellos mecanismos de defensa que no contradigan los ideales narcisistas de su género. Dicho en otros términos: los mecanismos de defensa, elementos claves a la hora de diferenciar una neurosis de otra, llevan impresos la marca del género.

TENDENCIAS HOMOSEXUALES INCONSCIENTES

El origen de los impulsos homosexuales inconscientes en los obsesivos encuentra explicación - según la teoría oficial – en la represión y regresión sádico anal de los componentes edípicos negativos. La presencia de fantasías homosexuales es ciertamente frecuente dentro del cuadro.

Un paciente obsesivo de M. Bouvet le comunica sueños de relaciones homosexuales con su padre (M. Bouvet, 1983, pág. 168):

"La felicidad que experimentaba en esos sueños era absolutamente extraordinaria, ya no tenía miedo de nada, me sentía fuerte..."

Otro paciente relata este sueño transferencial:

"He soñado que teníamos una relación sexual, participaba de su fuerza y de su virilidad, tenía el sentimiento de una expansión, de una certidumbre, no tenía ya miedo, lo llevaba dentro de mí" (negritas son nuestras)

Un paciente obsesivo grave, al que se refiere Silvia Bleichmar, (1992) al tener relaciones sexuales con una mujer siente que otro lo penetra analmente con su pene y de esta manera logra la potencia necesaria para el ejercicio genital.

Tres ejemplos clínicos que confluyen en la misma idea, de una homosexualidad que no parece orientada exclusivamente a la búsqueda del placer sexual sino también "descentrada" de la sexualidad y asociada a la afirmación de la virilidad, la potencia y la fuerza. En suma, de los ideales de la masculinidad.

Sabemos, a partir de las investigaciones de Stoller (1992) que el supuesto freudiano de una identidad masculina inicial en el varón ha sido suplantado por la teoría que sostiene que la fase más temprana en el niño no es de masculinidad sino de protofeminidad, inducida por la fusión que se produce en la simbiosis madre-hijo. Cuanto más prolongada sea esta fusión y menos presente esté la figura del padre para interrumpirla y servir de modelo de identificación, mayor será la feminidad de un varón. Por su lado, el niño debe erigir barreras intrapsíquicas que lo resguarden del deseo de "ser uno" con la madre, en las que colaboran, de manera privilegiada, el desarrollo de sus funciones yoicas. La identidad masculina es secundaria y se define por la negativa: ser hombre es no ser mujer y el hacerse hombre es una ardua tarea, nunca concluida totalmente, porque el peligro de la regresión a la simbiosis con la madre está siempre al acecho.

¿Cómo se identifica el niño con el padre, a la vez que logra desidentificarse de la madre?. Sabemos que la identificación se basa en la incorporación – introyección, como modo de apropiación simbólica del objeto. Estas fantasías homosexuales, a veces actuadas, ¿no podrían inscribirse en la línea de la búsqueda de la identificación con la fuerza, la potencia, la virilidad del padre, es decir, de los ideales narcisistas del género y no solamente en aquella de la pura sexualidad? Paradojas de la constitución sexual masculina, como afirma S. Bleichmar (1992), que marca el acceso a la masculinidad a través de la incorporación anal "homosexual" del pene. Paradoja, especialmente en una sociedad como la nuestra, homófoba, que equipara masculinidad con el ejercicio exclusivo de la heterosexualidad.

Contribuciones desde la antropología corroboran esta línea de pensamiento. Herdt (1992) ha investigado durante años la cultura sambia de Nueva Guinea, y ha descrito con detalle los ritos de iniciación a los que son sometidos los niños para conformarlos de acuerdo a los ideales masculinos de su grupo. Señalaremos aquí la felación ritual obligatoria con adultos jóvenes solteros, que tiene como principal objetivo la ingestión del semen, sin la cual, según ellos, no se hace posible la maduración masculina. En términos psicoanalíticos diríamos que se trata de una incorporación – introyección oral de la masculinidad.

Badinter (1992) utiliza la expresión "pedagogía homosexual" para referirse a este aprendizaje de la virilidad a través de las prácticas homosexuales. Por otra parte, esta pedagogía ha tenido un carácter institucional no solamente entre los antiguos griegos y romanos, como seguramente todos conocemos, sino también en otras culturas y en otros tiempos: los escandinavos del medioevo y los samurai japoneses (Gilmore, 1994) también recurrían a ella.

Luego de esta brevísima mirada a los aportes de la antropología en relación con la homosexualidad iniciática de la masculinidad, debemos retornar al campo psicoanalítico. Una precisión se impone: estos deseos homosexuales, presentes en los obsesivos ¿corresponden a una plena elección de objeto realizada en el marco del Complejo de Edipo y que implica una completa comprensión de la naturaleza sexual de la relación entre los padres, de la función específica de los órganos genitales en el coito y en el apogeo de la función genital? ¿Expresan sólo el deseo de identificarse al padre sexuado, genitalmente potente, poseedor de la madre, a través de la incorporación de su pene? ¿O es el pene, en tanto significante del falo, símbolo de la fuerza, la potencia, la genitalidad, atributos todos de la masculinidad, lo que se espera incorporar también a través del contacto homosexual? ¿Se trata de homosexualidad, en sentido estricto o de homoerotismo? ¿Y porqué no de homosexualidad y homoerotismo?

Pienso que es hacia esta última línea de interpretación que nos orientan los sueños de los pacientes de Bouvet y las prácticas homosexuales de los antiguos griegos y de los sambia contemporáneos. Relación dual, narcisista, especular, como quiera llamársela, que nos señala el camino hacia las raíces, en la etapa preedípica, de la identidad de género.

"Psicología de las masas y análisis del yo", y "El yo" y el "ello", son dos textos en los que Freud (1921-1923) hace referencia al vínculo más primitivo del niño con sus padres, en la prehistoria del complejo de Edipo. Aquí conceptualiza lo que se han denominado identificaciones primarias, que permiten dar cuenta de las etapas precoces de la identidad de género, desde el marco de la teoría psicoanalítica. El niño hace de su padre un ideal, quisiera reemplazarlo en todo, en una conducta estrictamente masculina y que se concilia muy bien con el complejo de Edipo, a cuya preparación contribuye. Querría focalizar nuestra atención en el carácter preparatorio de estas identificaciones primarias.

En efecto, llegado el niño a la etapa edípica, sexual y reconociendo que el padre es el objeto de amor de la madre y que el padre desea genitalmente a la madre querrá imitarlo y reemplazarlo en su lugar junto a ella. Por otra parte, para que la amenaza de castración sea efectiva, debe hacerlo sobre una ya establecida identidad masculina debidamente narcisizada. En realidad el niño teme perder el pene y transformarse en mujer. Para decirlo más precisamente, lo que el niño teme es perder su masculinidad, de la que el pene es el símbolo. Como nos dice E. Dio, si esta identidad se halla consolidada "a lo que conduce el desenlace edípico es a una normativización del deseo, a la elección de objeto heterosexual. Su fracaso a lo sumo puede alterar tal "normalidad" y pervertir el deseo, no el género" (E. Dío, 1985, pág. 48-49). Por lo tanto, una orientación heterosexual en el adulto presupone siempre una ligazón amorosa fuerte con el padre en la infancia, sin la cual la adecuada identificación masculina no se hace posible. (Laplanche, 1987). Es en este sentido que podemos considerar las identificaciones primarias como preparatorias del complejo de Edipo.

Podría formular aquí una hipótesis: que las tendencias homosexuales de los obsesivos, aunque correspondan a una plena elección de objeto, tienen su fundamento en una no totalmente adecuada consolidación de la masculinidad en las etapas tempranas, preedípicas, de la estructuración de la identidad de género y expresan la necesidad de afirmación de la virilidad.

LA MASCULINIDAD EN EL HOMBRE DE LAS RATAS

Quizás el célebre historial de Freud (1909) venga en nuestra ayuda para avanzar un poco más en esta línea de pensamiento.

Podríamos proponernos su re-lectura, centrando nuestro interés en las identificaciones del paciente, aunque más no sea brevemente.

Que Pablo, el Hombre de las Rata, tiene una identidad de género masculina y una orientación heterosexual del deseo, por lo menos en lo manifiesto, parecería fuera de toda cuestión.

La influencia que sobre él ejercen los hombres – sus amigos, sus compañeros del servicio militar – con los que inicia su primera sesión del tratamiento y que Freud interpreta como expresión de sus tendencias homosexuales reprimidas, podrían ser re-interpretadas, a la luz de los nuevos conocimientos de la subjetividad masculina, como la búsqueda del reconocimiento narcisista de su hombría. Reconocimiento que, como sabemos, los hombres necesitan siempre recibir de sus congéneres.

Las preguntas que Pablo se formularía podrían ser: ¿Qué clase de hombre soy? ¿Hombre débil o vigoroso? ¿Valiente o cobarde? ¿Inteligente o tonto? ¿Irreprochable o criminal? ¿Valorado por Freud y aceptado como hijo político o rechazado?

El padre de Pablo, según sabemos por el historial, era un modelo de hombre irascible y violento, que sometía a sus hijos a severos castigos. Cuando el paciente era todavía un niño muy pequeño, recibió una dura golpiza por haber mordido a una institutriz. Agresividad plenamente permitida por el padre para sí y totalmente prohibida para el hijo. El padre es quien lo estaba golpeando y paradójicamente, le estaba proponiendo a su hijo una identidad de criminal. "Este niño será un gran hombre o un gran criminal", dijo al término de la paliza.

En el terreno de la sexualidad, el padre se opuso a las inclinaciones sensuales de su hijo en la infancia y también en la adultez, aconsejándole alejarse de la mujer que amaba. Pero, por otro lado, Pablo sospechaba que su padre se permitía tener aventuras extramatrimoniales. De nuevo nos enfrentamos a un padre que legitima el ejercicio pleno de la sexualidad, poligamia incluida, para sí, pero que la desalienta en su hijo. El investimento pleno de la sexualidad, del deseo autónomo, independiente del amor en el hombre están socialmente inducidos y se constituyen en prueba de hombría. En Pablo, toda manifestación pulsional que tienda a valorizar su género, ha sido prohibida. Sólo después de la muerte de su padre, siendo Pablo ya adulto, comienza a tener relaciones sexuales.

¿Qué modelo de masculinidad ha favorecido este padre en su hijo?

De la madre el Hombre de las Ratas, poco o nada sabemos, ella es la gran ausente del historial. Sólo sabemos que pertenecía a una familia acaudalada, que acogió al padre en las empresas familiares. El padre estaba enamorado de una joven sin fortuna a la que abandonó para concertar esta boda por interés. Probablemente a los ojos de Pablo, el poder por lo menos económico, lo tenía la madre. No sabemos si la madre favoreció o no, una prolongada fusión con su hijo, pero sí surge claramente del texto que el padre no cumplió adecuadamente con su misión de donador, narcisizante de su masculinidad. Si recordamos el ritual del espejo, cuando Pablo mira su pene desnudo, imaginando que su padre está próximo, ¿no estará buscando una mirada paterna que lo masculinice?.

En muchos aspectos, Pablo presenta actitudes que podríamos catalogar de femeninas: dependencia frente al padre, dificultad para tomar decisiones, pasividad, negativa a tener relaciones sexuales con una joven que lo requiere, cobardía, escasa actividad sexual...

El análisis con Freud fue exitoso y podemos suponer que a través de su relación transferencial logró consolidar una identidad masculina firme.

Desgraciadamente, pocos años después murió "como todo un hombre", en la guerra.

 

Una última pregunta: ¿predisposición constitucional, como propone Freud para la neurosis obsesiva o predisposición adquirida a través de la construcción de la masculinidad? Quizás la respuesta apropiada sea que es cierto lo uno y lo otro, considerados como enfoques complementarios.

Lo que sí afirmo fuera de toda cuestión es que el no tomar en cuenta la marca del género hace más difícil una adecuada comprensión psicoanalítica de las neurosis.

 

Teresa Quirici es Psicologa y psicoanalista, especializada en estudios de genero y en violencia domestica. Ha sido docente de Psicologia en el Instituto Magisterial Superior del Uruguay. Es docente de Psicoanalisis en la Asociacion Uruguaya de Psicoterapia Psicoanalitica (AUDEPP). Ha publicado, en colaboracion, el articulo "El genero en la construccion de la subjetividad. Un enfoque psicoanalitico"(en "Femenino-Masculino ". Psicolibros, Montevideo, 2000). Colabora como psicoterapeuta en "Mujer Ahora", organizacion no gubernamental dedicada a la asistencia de mujeres victimas de violencia domestica. Email: tquirici@adinet.com.uy

BIBLIOGRAFIA

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