Psicoanálisis, estudios feministas y género

Parejas desparejas

Norberto Inda

Leído en las jornadas del Foro de Psicoanálisis y Género, Buenos Aires, 3 de Septiembre de 2000.

 

Introducción y mirada preliminar

Mañana fría en el lago de Palermo. Un grupo de varones hablan acaloradamente, se superponen, no se escuchan. Sin embargo, hay un tema -una fiesta futura- en la que hay convergencia: es la calidad y cantidad de mujeres probables para esa fiesta. Alguien dice: porque la otra vez eran todas viejas . Ya se perfila que quería decir "calidad". Es imprescindible aclarar que el promedio de edad de este ruidoso grupo oscila entre los 48 y los 56 años. Que cuando hablan de mujeres potables, se refieren a aquellas que rondarían los 35-37 años. Todo esto es absolutamente consensuado, y natural. Tan consensuado y natural como el hábito de que los hombres deberían ser mayores, por lo menos unos años, con respecto a la mujer, futura pareja. Foucault tenía razón: el poder es capilar, consensuado, silencioso.

Esto, además no es solo un dato contemporáneo. En Roma, una chica era adulta a los 14 años, los adultos la llaman señora, y un arreglo posible es que su marido se encargue de su educación. Pero en todo caso, su único destino es ser de un hombre. Mientras tantos, los jóvenes varones de su edad prosiguen sus estudios. Paul Veyne llama a estas esposas "pequeñas criaturas".

Nuestro prócer, José de San Martín se casa con Remedios de Escalada, teniendo él 34 años y no habiendo cumplido ella los 15, en 1812. Luego de la primera menstruación las jóvenes de la elite porteña eran consideradas candidatas para el mercado matrimonial. Por esta época, casarse entre los 15 y los 20 años era lo más común para una mujer, los hombres llegaban al matrimonio más grande. Pero la enorme distancia que existía a principios del siglo XIX fue decreciendo con el correr del siglo.

Woody Allen se casa con su ex hija adoptiva, él tiene 64 años y ella menos de 30; otros ejemplos de esto son Ch. Chaplin y Oona O'Neill, y Anthony Quinn, padre a los 82 años, etc. Son francamente menos numerosos los casos de Edith Piaf y Theo Zaraphos, que en su momento fueron escándalo.

Lo nuevo, lo que produce más ruido, y prensa, son las parejas en las que la diferencia de edad es a favor de la mujer, cuando es mayor con respecto a los jóvenes, a veces muy jóvenes. Decir a favor, implicará que la edad es una prenda utilizada para ganar gobernabilidad.

Que las relaciones de género son carriles privilegiados de los juegos de poder es algo largamente trabajado por eso no voy a repetirlo, justo en unas Jornadas sobre Género. La edad también es una marca, como la historia cuenta... pero una marca que perdura. Un dato, aparentemente neutral, que sin embargo, está cargado de imaginarios, desde la idealización hasta el desprecio. Oímos hablar de "pendejo insolente", "viejo de mierda", o "cincuentona" o "viejo verde", "la edad de la inocencia" , "la juventud dorada". No es un dato neutro: desde "la sabiduría de los años", al "viejo cascarrabia" o "la veterana".

Y por otro lado, la pareja, esa transacción entre la pulsión y la cultura, sitio íntimo de consagración del amor y despliegue del poder capilar.

Entonces: género, edad, emparejamiento.

P. Bourdieu trabaja el concepto de hábitus, "ese principio no elegido de tanta elección", como un sistema de esquemas adquiridos que funcionan, en estado práctico, como categorías de percepción o clasificación que al mismo tiempo organizan la acción. En relación a las armazones transubjetivas del psiquismo, el hábitus "mantiene con el mundo social, del que es producto, una verdadera complicidad ontológica, principio de un conocimiento sin conciencia, de una intencionalidad sin intención. Y de un dominio práctico de las regularidades del mundo que permiten adelantar el porvenir sin tener que representarlo".

Recordemos la charla de los hombres. Y también, que esas disposiciones que nos miopizan incluyen a las anteojeras de la actividad teórica. Para muestra, basta la resistencia fenomenal de la incorporación por la mayoría de los psicoanalistas del concepto de género: hay cuestiones que no se presentan, que no pueden presentarse porque tocan a las creencias fundamentales que están en la base de la ciencia y su funcionamiento

Bien, me parece que hacer del hábitus un síntoma, será en este caso preguntarse por qué es natural, o al menos no tan discutida, la diferencia de edad cuando el mayor, a veces muy mayor, es el varón de una pareja. Al fin, "La psicopatología de la vida cotidiana" no solo incluye lapsus, sino también instituídos esclerosados, modos de ser que no se problematizan.

Algunas paradojas para contextuar estos tiempos.

Por ejemplo la triste ironía de una tecnociencia que ha logrado maravillas en el alargamiento de la vida humana, en una cultura que desatiende y descalifica a los viejos. El siglo más prolífico en la extensión de los ciclos vitales es el mismo que inventó los geriátricos.

Otra paradoja: un tiempo en que el cambio y la transformación son entendidos como valores indiscutibles, ha fomentado la necesidad de la fijeza de un rostro de un cuerpo, de una edad, a través de la cirugía plástica y toda la tecnología travestística. Permanecer inmutable, desconociendo la variable cambio -por ejemplo la de la edad- en una cultura que alienta el cambio.

Otra paradoja es la apología de la juventud, casi como estado permanente, en un tiempo en que los jóvenes son los que más padecen falta de trabajo, sus porvenires profesionales más que inciertos, y deben prolongar un estado adolescente de dependencia paterna, al menos en nuestro país.

Por supuesto, debe haber otras paradojas. Esto, además ocurre en un tiempo de progresiva democratización de las relaciones de género. También un tiempo en que la mengua de nacimientos va produciendo sociedades con más gente mayor, porcentualmente hablando. Lo que describo no es sólo contexto, como algo exterior; es un texto que va produciendo marcas subjetivas.

Prácticamente no hay artículo ni conferencia que tenga a la problemática del género como eje, en que no se recomiende que es una variable que necesariamente debe cotejarse y hacerse trabajar junto a las determinaciones de clase, etnia, elección sexual, edad, religión, etc. Bien, con frecuencia esto queda como una petición de principios, metodológicamente irreprochable, pero formal. Como le respondía, una mujer blanca a una mujer negra en un debate, "yo no respondo como una mujer, sino como una mujer negra, porque la raza, su color, es una presencia insoslayable y opresiva en una sociedad hegemonizada por los blancos. Debiéramos decir, mujer- negra -clase media, heterosexual, metodista, de 43 años". Y ahí junto a la versión de su historia personal, nos acercamos algo más a la singularidad de una experiencia subjetiva.

En este caso, intento correlacionar género, edad y ciertas modalidades de apareamiento, deseadas y realizadas. Más precisamente la problemática de algunos varones entre 47 y 60 años, por lo general de clase media, heterosexuales, que se unen a mujeres bastante más jóvenes, quince, veinte o más años menores que ellos son mayoritariamente divorciados y, la crisis de la mitad de la vida les hizo un gol, o tratan de gambetearla.

Por favor, aunque el modo de comentarlo peque de los vicios de la generalización, que quede claro todo el tiempo, que para nada pretendo que estas reflexiones supongan alguna universalidad.

Entonces, género, edad, emparejamiento.

En relación a lo anterior -género y edad - como emblemáticas -o carriles- de poder.

¿Es hoy la ilusoria recuperación de dominio de un varón frente a mujeres - sus pares de edad- porque ellas ya no son lo que eran? Por cierto no son lo que eran aquellas jovencitas que habían conocido allá lejos y hace tiempo. Han madurado en ideas y envejecido en sus cuerpos. Pero además de los trayectos singulares, múltiples, son mujeres que "ya no son lo que eran", porque han vivido el tiempo de un reposicionamiento formidable de sus lugares de sometimiento, de sus destinos inevitables, de conformidad. Han gozado y sufrido la revolución del feminismo... y ya se comen menos sapos. Pero el enmascarado no se rinde... ¿alguna jovencita permitirá volver las cosas a su lugar? ¿A espejarse en un rostro que, admirado, devuelve cierta potencia, hecha ahora de experiencia, algunas canas y cierto fluir económico?

A la pregunta "¿por qué una mujer más joven?", decía uno de los walkmen de Palermo: -"Salir de la problemática de la edad en que estoy... que también tienen las mujeres de mi edad." "n modo de eyectar los propios sustos, las propias incertidumbres. Parece que juntarse con jóvenes rejuvenece, es una especie de antropofagia con ribetes de pedagogía sentimental.

Otro hombre bastante agitado -ya era la tercer vuelta al lago- transpiraba así: "cuando uno está con alguna temática ligada a la muerte, una mujer joven puede brindar una especie de contagio, si es una mujer deseante, te potencia por esa identificación con las ganas...."

Está demás decir que estamos en un "combo cultura" que se aplaude y promociona: "juventud perpetua - cambio - velocidad". Pero, como McDonald, puede incluir "comida chatarra". Prestigia conquistar a una mujer más joven, es lindo ser elegido. Es lindo en el plano pasional, un cuerpo más joven... después puedo aburrirme, porque el sexo no es lo único que arma mis relaciones posibles.... "después viene la eternidad..."- decía otro divorciado, algo obeso. La eternidad es el tiempo que media entre el fin del orgasmo y la llegada del remise.

-¿el placer en relación al cuerpo? Bueno, con la maduración el goce proviene de múltiples vías, más alla y alrededor del coito mismo. La madurez es avanzar con los inconvenientes, no hacerlos desaparecer maníacamente.

Dice Pierre Bourdieu que "la masculinidad es un conjunto emblemático de atributos". Creo que el orden simbólico es un troquel, donde también se dispone la feminidad. Sólo que la construcción social de las niñas y las jóvenes, las habilitaría mayormente para un registro más fino de la dimensión emocional, corporal y relacional. Talentos ausentes en la currícula de un varón. Y en este sentido, la dependencia de las prescriptivas de género es diferente.

 

Todo encuentro posible imaginario en relación a cierto formato así, fuera "la edad de la mujer", "el dinero del señor", o el que fuere se vincula mucho más con un completamiento narcisístico, aquel en que el otro corre riesgos seguros de tener que adaptarse a las expectativas del primero, más que a mostrar su singularidad. Se trataría más del destino de configurar una relación de objeto interno, que la de generar un encuentro abierto a la perplejidad, más transferencial que novedoso, como ocurre en el mercado de personas que se ofrecen y demandan en los diarios o en los sitios de chat de Internet.

Se trata más de una intersubjetividad para el completamiento identitario, inherente al yo, que a la dimensión vincular, de abrirse a la irreductible ajenidad del otro. La operación es metonímica: la parte, el rasgo, por el todo. La edad, como emblema que aplana y generaliza, y sexista, pues también el género, reenvía unidimensionalmente, a una posición.

En un trabajo anterior "Mujeres fuertes-hombres fragilizados", he planteado que el vínculo de pareja, se constituye en un dador privilegiado de "pertenencia" y apuntalamiento subjetivo, aun en tiempos de individualismo militante y de apología del sí mismo. Todo emparejamiento supone la elección de un otro privilegiado en su capacidad de reconocimiento. Una mujer más joven, entre muchas otras cosas, es una conjura al paso del tiempo. Un señor mayor, es una conjura a cierto ¿desamparo?. Pienso que todo encuentro es un des-encuentro, pues en la línea del narcisismo, el Ideal puesto en la espera del otro, cae. Esto también implicará otros des-encuentros, toda vez que el otro, o mejor dicho, la edad o el género del otro, condicionaran un reconocimiento esclavizado a los determinantes instituidos. Es un reconocimiento con valores pre-pautados, sin calidad instituyente y con mengua de fluidez en la experiencia inédita de los intercambios singulares.

Ignacio es un escribano exitoso, 54 años divorciado, 3 hijos con quienes tiene poca relación, , tuvo un affaire con Norma, una discípula de 36 años, de la que queda muy enamorado. Se separan, ella se encuentra algunas veces con un ex novio y queda embarazada, pero esta relación no continúa. Todo el ideal de sí y de pareja de Ignacio, se concentra en Norma, que alternativamente lo tienta y lo elude. Y esto incrementa el fuego en Ignacio. Se imagina teniendo el hijo con ella, arreglando el cuarto para ese niño. Le propone que trabaje menos y pasarle una paga mensual. Intenta protegerla de múltiples maneras, no puede dejar de llamarla varias veces al día. El porvenir resplandece, se siente más joven, "todo puede comenzar en el 2000", "ella va a entender al final que él es un verdadero hombre cabal, no ese irresponsable",

"todos en el estudio me dicen que no me conviene, que estoy loco, que me quiere usar, pero ¿que saben?, si yo con ella, ahora volví a bailar"....

Infinitos comentarios de un hombre, monocordemente orientados a la misma pasión. Ella a su vez, y según su relato, está halagada por tanta incondicionalidad, por una admiración que ninguno de su edad le prodiga. Acepta viajes e invitaciones y enseñanzas profesionales, mientras la panza cobra presencia.

¿Ser de sí? ¿ser de otro? Quién podría afirmarlo, y a quién de estos personajes, adjudicar cuál rol?. Norma tiene al menos, por momentos, el beneficio de la duda. ¿Intuirá que un protegido suele ser el embrión de un dominado? Ignacio está tomado por la escena. Imaginariza un futuro sin discontinuidades, los años -su diferencia- quedan negativizados. Por otra parte la negatividad es constitutiva de todo vínculo. Norma -para él- puede suturar el avance insidioso de la edad. Volver a tener hijos pequeños es volver a ser un poco aquel joven que los tuvo y no los aprovechó.

Norma no puede esperar demasiado tiempo para ser madre. El reloj biológico puede acelerar elecciones sin elección. Como aclara J. Benjamin: "intersubjetivamente, la sumisión a un otro poderoso puede entenderse como un medio de asegurar al sí mismo, y al mismo tiempo lograr reconocimiento". Y ser reconocido implica una forma de identificación con el otro, más específicamente sería el modo de experimentar el poder del otro. Freud trabajó también los vínculos entre dominio y erotismo, una dimensión interesante para entender algunos vínculos que no parecen entenderse.

Nuestra dra. Diu la rescataría: "a las mujeres nos gusta buscar amos a quienes esclavizar".

Para Ignacio, los aportes de una persona más joven funcionarían como guardianes del narcisismo, así un polo de investidura erigido en Ideal facilitaría el descentramiento de la libido autodirigida, y reaseguraría la ilusión de la propia continuidad.

Siempre un emparejamiento gobernado por emblemas, -edad, género, caracterización indispensable del partenaire- además de abonar la complementariedad como destino, hace que el otro quede en mayor o menor medida como pieza de una historia ajena.

Otras herramientas posibles para pensar en estos emparejamientos, son la importancia de la imagen y cierta forma del vampirismo, además de la "identificación recíproca", término acuñado por Ferenczi, ya implícito en párrafos anteriores.

Decía Lacan, en relación a la fases del espejo, que "el niño, al identificarse con la madre, el gran Otro, y más precisamente con su gestalt corporal conforma una imagen de sí que unifica anticipatoriamente su cuerpo desmembrado". Acá se trataría de una unificación en un espejo de alguien más joven, que permitiría reconocerse en su propia imagen retrospectiva, la de aquel cuerpo con las trazas de la juventud y potencia anteriores puestas en el lugar del Ideal. Recordemos que estamos hablando de una cultura que apologiza la imagen y la potencia joven, como paradigmas de la imagen. Recordemos que estamos hablando de una cultura que apologiza la imágen y la potencia jóven, como paradigmas. Si bien el ideal estético es aún a predominio de la emblemática femenina, para un varón -construido en términos de potencia, conquista e indestructibilidad- las alertas de un cuerpo que declina tienen también sus consecuencias.

El otro

J.Laplanche, en la prioridad que da al otro en psicoanálisis, y solidario con su hipótesis de la seducción generalizada, rescata al otro de la seducción, aquel cuya frecuencia en los historiales de sus pacientes histéricas le hizo decir a Freud "ya no creo en mi neurótica".

Sabemos que aquel viraje transformó la seducción externa por una fantasía de ser seducida. Pasaje del objeto externo como causa, al de la fantasía ligada a un objeto interno. Todo vínculo, saben los grupalistas, tiende a hacerse isomórfico.

Decía Martín Buber que "los seres verdaderos son vividos en el presente, la vida de los objetos está en el pasado". Cualquier proyecto de vínculo que se imaginariza en función de un rasgo (edad, género, color, o lo que sea) necesariamente tiene más las características de una relación de objeto (intrapsíquica) que de encuentro con la ajenidad irreductible del otro. Sigue Buber : "cada tú (presencia del otro) corre irremisiblemente el destino de volverse una cosa: un Ello". Podríamos decir, cada sujeto, invariablemente se vuelve objeto. El encuentro yo-tú es una especie rara, la alteridad es un desafío, e implica una dificultad intrínseca. Al menos en la lógica de Occidente, -por algo decía Sartre que "el infierno son los demás"-. Las lógicas de la vida amorosa están amazadas en juegos de poder. A veces hacen ruido, síntomas de desencuentro y malentendido, que pueden devenir en una apología del reproche. Otras veces, y este es el naturalizado del que hablaba antes, son réplicas acríticas del poder capilar, el que hace consenso y produce saberes domesticados. Lo intersubjetivo, como dimensión relacional en la vida y en la clínica de los dispositivos vinculares, no produce necesariamente al otro. Si bien, por ejemplo esa clínica favorece la presencia del otro en su encarnadura, el otro que puede hacer tope, que puede decir que no, nunca deja de sorprenderme como el otro puede ingresar al pacto propuesto por el primero, naturalizando una especie de delirio autoreferencial. Y no hay resistencia más fuerte que la que se construye de a dos, donde se legaliza la complementariedad de dos sujetos desiguales, no en atributos diferentes, sino en capacidades dicotomizadas. De esta forma, las armazones presubjetivas (edad-género-poder), quedan naturalizadas, al modo de esencias. P. Bourdieu suscribiría la idea de que "el habitus hace al monje".

Ya lo decía D. Winnicot "cada sí mismo puede experimentar al otro como parte de él o como un centro de existencia equivalente pero distinto". Los múltiples descentramientos del yo, objeto del inconciente, de la cultura, de la pulsión, del otro, lo llevarían a recuperar, a ilusionar, una cuota de actividad, de potencia propia, poniendo al otro en el lugar deseado, imaginarizado, es decir un no-otro, como estrategia para paliar "la insoportable ajenidad del otro". Levinas, en Totalidad e infinito, radicalizando la postura de Buber, plantea que "la ética antecede a la ontología" y afronta la alteridad en toda su desnudez, que es su irreductibilidad. La apertura al otro se opone a la reducción del otro al mismo, propia de la tradición occidental. En las antípodas de Sartre, Levinas en cambio define al otro como lo infinito en mí, en la medida en que provoca una ruptura en el yo del sentimiento de identidad. Toda elección en relación a una marca previa corre el destino de ser un encuentro signado por la repetición.

La novedad del Acontecimiento vs. Repetición: Sistemas de nominación y no fenoménicas. Presentación vs. Representación. Como planteaba Levinas "la irrupción del otro es constitutiva, es una metafísica de la presencia más que del logos".

Mujeres mayores que los señores

Caracterizadas así las cosas, y los vínculos de poder entre género-edad-emparejamiento, ¿Cómo inteligir la ecuación inversa, esas de mujeres unidas a varones más jóvenes.? El orden de los factores...¿altera el producto? ¿es un cambio de roles para la misma escena? ¿se pueden pensar dos en pareja como pares políticos, con alternancia sucesiva de funciones?

No me voy a referir a las más famosas, con encuentros muy publicitados, del tipo de actrices como Graciela Alfano, Soledad Silveyra, Nacha Guevara (pionera en esta lides) porque aquí creo se superponen variables específicas, como la misma fama, la figuración, el sostén de la imagen, etc. Todas muy exitosas, de vuelta en muchos sentidos, símbolos fálicos evidentes, unidas a jóvenes menos famosos, lindos, presas lujuriosas ganadas en el coto de caza menor , propiedad de un exhibicionismo que confirma una potencia.

Las nada famosas dicen –según una encuesta del diario Clarín- que:

- Son económicamente independientes... y vienen de relaciones conflictivas con varones mayores.

- Esos jóvenes tienen menos problemas en expresar sus sentimientos (recordemos la ineficacia expresiva de los varones de la modernidad).

Que son más fieles, y que si no lo son, lo dicen

- Compiten menos.

- Tienen menos rollos (en la cabeza... y en la panza)

- Comparten más y son más transparentes.

- Tienen más y mejor mejor sexo, pero no sólo como atletas del orgasmo y el rendimiento, sino que tienen una apertura mayor para jugar y experimentar.

La encuesta repite estos comentarios, y esta tendencia va en paralelo con la imagen de una nueva mujer que permanece más tiempo en el mercado laboral y erótico.

Dos comentarios : "los jóvenes tienen menos vueltas, yo me sentía más deseada y más ganadora, la relación es más franca, menos posesiva... las estrategias son visibles y se caen antes" "Yo digitaba toda la relación, pero me encontraba sóla con mis problemas... el sólo escucha, no tiene background suficiente... con un tipo de tu edad es un juego entre iguales"

"Yo le recordaba mi edad, siempre; él ni bola, pero me acuerdo que estaba más pendiente que nunca...de las blanduras".

Hay algunas alusiones al juego de poderes : las estrategias más visibles, digitar la relación. Pero también me parece que se remarcan algunas positividades : transparencia-juego-sexo-creatividad-menos rollos... que no sé si ligan mecanicamente con la juventud de los partenaires, o con otra modalidad varonil, diferente a la de la masculinidad hegemónica de la modernidad. Son, sin duda, algunas de las marcas : competitividad, logros, inhibición de lo expresivo, de la pasividad, que tanto atormentan las vidas de los varones, las que en parte reprochan estas mismas mujeres. No habría que olvidar que, en el caso de las mujeres, ya ha sido efectiva su maternidad , deuda saldada con el estereotipo y que el horizonte de la paternidad no está igualmente investido por parte de los varones: otras metas los reclaman, y este es otro tema gigante pendiente en la subjetivación masculina. Acá se abre otro tema polémico : en qué medida la imposición de la cultura hacia la conyugalidad no presupone ese tánsito como indispensable para la legitimación de un hijo. Schopenhauer decía que el amor es la estrategia de la especie humana para poder perpetuarse en una genealogía. Debiéramos, tal vez ir, discerniendo entre "conyugalidad" y "parentalidad" como sistemas vinculares con un grado de autonomía creciente, que, con la idea burguesa de superponer amor con matrimonio, se transforma en prescriptiva. En algunos de los hombres entrevistados, sin embargo, aparecían fuertes deseos, rapidamente desestimados, de "hacerle un hijo a su joven novia", impulsos que solían crecer al calor del sexo. Es cierto que, a diferencia de las mujeres, los hombres pueden engendrar hasta su muerte. Pero hablo de una doble confirmación de potencia: todavía estoy en estado, de gozar y de ser padre, (que no es lo mismo que genitor), el porvenir se ilumina, el final de una etapa se puede correr.

Hasta ahora la variable edad va quedando del lado de los que son mayores en estos emparejamientos; en el caso de los varones, compensada con otros emblemas de potencia supletoria (experiencia, dinero, lograr una discípula, etc.), o con la fantasía de rejuvenecimiento que un cuerpo jóven puede infiltrar. Freud decía que las mujeres envejecen más pronto. No sé si era un signo epocal, teórico, pero aquellas mujeres sin duda no son las actuales. Salvo una de las entrevistadas, la de "las blanduras", el cuerpo no fue demasiado mencionado, a pesar de que la belleza física y el estar en línea es una especie de servicio militar femenino. Si bien la fantasía de Pigmalion, para producir "una bella dama", es recurrente en los varones en un sentido que desborda lo físico, alguien dijo que el verdadero Pigmalion de la postmodernidad es el cirujano plástico. Esperemos que estos doctores no se vuelvan Faustos, que canjean la inmortalidad física por el alma...

Epílogo

Todo vínculo está atravesado por el andamiaje de lo transubjetivo, los trechos de no conocimiento y de alteridad están rellenados- al modo de la ideología- de prefiguraciones en el sentido de representaciones sociales. Qué es, pero aún más, que debe-ser una mujer, un varón, una pareja, que-es-propio-de-una edad. Puro trabajo de la representación, como actividad psíquica, en su función de asimilar las discontinuidades a las estructuras y a las inscripciones anteriores.

En este sentido, podrían ser parejas instituyentes, pues no está la normativa etaria, ni la coerción de tener hijos, y tienen a su favor el atractivo de salir de la cuadrícula esperada. Sin embargo estas tres variables, edad-género-emparejamiento, operarán como disposiciones útiles para los juegos de poder y de complementariedad. Los lazos de amor casi nunca están exentos de espanto... ¿será por eso que se quieren tanto?

En relación al título de Benjamin, tal vez la meta no sea "Sujetos iguales, objetos de amor", que arrastra la terminología objetalizante, sino "Sujetos iguales, sujetos para amar".

Bibliografía

Acher, Gabriela :  "La guerra de los sexos está por acabar". Edit.Planeta, Buenos Aires, 1992
Duby, G.- Aries, P.: "Historia de la vida privada", Tomo I, Edit. Taurus,1987.
Benjamin, J.: "Los lazos de amor",Buenos Aires, Paidos, 1995.
Buber, M. :"Yo y tú" - Ed.Nueva Visión, 1994.
Burin, M.-Meler, I.:"Varones : género y subjetividad masculina".
Ed.Paidos, Buenos Aires, 2000.
Inda, N. :"Mujeres fuertes-hombres fragilizados"
Congreso Latinoamericano de Psicoterapia analítica de Grupo, Buenos Aires 1996.
Levinas, E.: "Etica e infinito". Ed. La balsa de la medusa. 1991.
Laplanche, J. :"La prioridad del otro en psicoanálisis" – Amorrortu Ed. 1996.

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