Investigación à Psicoanálisis

Teoría de la Investigación en Psicoanálisis

Monografías, trabajitos e investigaciones

Jorge Baños Orellana

Publicado en El Caldero de la Escuela, n°50, marzo-abril 1997, Buenos Aires; pp. 8-11.

 

La investigación psicoanalítica aquí y ahora

A primera vista, la situación de 1997 nos reúne en circunstancias inmejorables para la investigación psicoanalítica. Sus tres enemigos de siempre se encuentran en retirada o bajo control: no parecen inminentes ni la atomización de las instituciones en pequeños grupos de estudio (que desalentaría cualquier proyecto intelectual de envergadura); ni una internacionalización fuertemente centralizada (que, con su servicio de novedades, aplastaría el interés por la producción local); ni la instauración de un control universitario sobre el ejercicio del psicoanálisis (que impondría la aridez de las tesinas doctorales). Además, para mejor suerte, los bajos costos relativos de los que viene disfrutando, se redujeron todavía más. El abaratamiento de las publicaciones, de las comunicaciones internacionales y de los accesos a fuentes bibliográficas remotas (las compras mensuales por Internet sustituyen ventajosamente las espaciadas peregrinaciones por librerías y bibliotecas extranjeras) nos vuelve mucho menos periféricos.

Sin embargo, se habla de aburrimiento y de desgano, y no sería un abuso repetir que la investigación psicoanalítica está hoy en crisis. En una crisis inusual, porque sus obstáculos no deben buscarse en los costos (tenemos una infraestructura adecuada), sino en los ingresos; y porque su declinación está disfrazada de prosperidad: esta decadencia parece no traer correlatos materiales, en la medida en que el número de eventos y de textos psicoanalíticos no deja de aumentar (1997 promete agregar un aluvión de páginas lacanianas en la world wide web).

El obstáculo de los ingresos se nos aparece tan irreparable como elemental. En los últimos veinte años, la masa de profesionales psicólogos y médicos que se anuncian como analistas viene trepando a un ritmo superior al crecimiento de la demanda, y el avance de los seguros de salud sobre la práctica privada acelera la proletarización del oficio de analista. La caída de los ingresos que de ello deriva está reduciendo las horas de estudio y los gastos en análisis, supervisión y formación teórica de un amplio sector. Se entiende, entonces, que este empobrecimiento haya debilitado la calidad de la investigación; pero ¿a qué se debería la creciente de eventos (cada vez menos concurridos) y de publicaciones (cada vez menos leídas) que la acompaña? A mi entender, se relaciona con que los más jóvenes, previendo su horizonte de empleados, comienzan a perpetuarse como estudiantes de posgrado sin otra expectativa que la de incrementar los puntos de su curriculum; y con que los mayores, por haber reducido su sociabilidad a la del círculo psicoanalítico o porque los amenaza la escasez, buscan aumentar su exposición pública como analistas experimentados. Así avanza, entre los primeros, el hábito monográfico del estudiar para promocionar y, entre los segundos, el de apurar un tipo de presentaciones que, entrando en confianza, se acostumbra autocalificarlas como «trabajitos».

Indudablemente, tomados uno por uno, todos merecen respeto y una justificación piadosa de su proceder; el problema es que bajo estos imperios del número y de la urgencia, la investigación pierde terreno y decae, tras ella, el interés de la ciudad por el psicoanálisis. En su lugar, las monografías, que hasta la fecha no eran más que las figuras de relleno de las mesas simultáneas de los congresos y de los espacios en blanco de los house organs, hoy amenazan con imponer la dictadura de las cátedras. Y los trabajitos, que no pasaban de ser gestos pasajeros a los que se veían obligadas las autoridades por razones de gestión, hoy amenazan con acaparar los horarios y las páginas centrales.

Desde luego que a esta clasificación le caben las posibilidades de las medias tintas, los híbridos complejos y los autores mixtos. Seguramente lo habitual es sutil y las rutinas juegan con la escala de grises. De todas maneras, sería orientador y hasta urgente definir las tres formas puras y contrastar sus diferencias.

1. Las investigaciones son inactuales

Es sabido que una investigación se cumple en la medida en que se resigna a estrechar su punto de vista a un solo tema (de ser posible, a un solo aspecto de un tema) y a demorarse pacientemente en él, desatendiendo monogámicamente otras atracciones. De allí que, por lo general, las investigaciones dan espectáculos inactuales; únicamente por azar coinciden con los temas centrales de Jornadas y Encuentros que se renuevan anualmente. Las monografías, en cambio, carecen de esa autonomía de vuelo; y si bien no escatiman esfuerzos, la diferencia está en que en vez de orientarlos al futuro del psicoanálisis, los ofrecen a quienes toman por sus presentes amos. Necesitadas de una férula universitaria, convierten los temas de moda en programas; los calendarios de eventos, en fechas de finales; y las últimas publicaciones, en clásicos.

Muy distintas son las coordenadas de tiempo y tema de los trabajitos. Se presentan detrás de la excusa de no haber contado con el tiempo suficiente; pero su levedad no los avergüenza, sino que redobla la importancia de sus firmas: un trabajito no es pequeñito por desidia, sino porque es propio de los grandes analistas el estar ocupadísimos en sus consultorios. En contrapartida, los trabajitos son temáticamente impecables; escritos sobre la hora, están confeccionados a la medida de la circunstancia, y consiguen situarse fácilmente en el centro del foco de luz. Sus citas son, asimismo, de gran actualidad y afectadas de la intención de sugerir que mantienen una cercanía personal con los autores que citan.

2. Las investigaciones son oportunas

El valor intelectual de las citas es, para los trabajitos, un aspecto secundario; su vigencia durará mientras duren como información restringida. Cuentan menos por su aproximación a la verdad que por su proximidad al poder. Las investigaciones también se mantienen atentas a las ideas más nuevas y más autorizadas, sólo que lo hacen de otro modo. Su rango de valores está mucho menos sujetado a la captura de la novedad que a la pretensión de eternidad de sus propios asertos; por eso cuando apelan a autoridades intelectuales se inclinan más por el rescate que por la confidencia reciente; rastrean, "retornan" a lo que de ellas fue olvidado. Prefieren representarse manteniendo una estrecha intimidad con las obras, antes que con los autores. Si se apoyan en la última palabra, es para desarrollarla; no para exhibirse en su compañía, no para apurar su acuerdo con ella. El triunfo de su bibliografía consiste en la cita oportuna, no en la oportunista.

Por su parte, ni suficientemente oportuna ni absolutamente oportunista, la bibliografía de las monografías tiene como meta el número abultado de títulos. En la escena de sumisión colegial en la que se mueven, hay que demostrar que se trabaja mucho y se respeta todo. Cualquier esfuerzo de selección podría ser mal interpretado como haraganería, cualquier evaluación sospechada de desacato, cualquier seducción textual acusada de inmoralidad.

3. Las investigaciones tienen una retórica propia

En lo que hace al par enunciado-enunciación, los trabajitos están hechos para imponer la autoridad del que habla, antes que para demostrar la validez de lo que dice: el pavoneo de la parada enunciativa se impone, en ellos, sobre el acento de la eventual originalidad del enunciado. En las investigaciones, en cambio, se procura borrar la identidad del sujeto de la enunciación a la calidad de testigo universal, en la aspiración de afirmar lo que es, más allá de quién lo diga.

Como todo su dispositivo retórico está puesto en la justificación del enunciado, el montaje de las investigaciones se organiza según el orden de las razones o según la secuencia de las marchas y contramarchas del hallazgo; configurándose como un silogismo o como una novela de viajes. En contraste, el montaje de los trabajitos tiene debilidad por los encadenamientos preciosistas: zapping de contraseñas, testimonios líricos y desarrollos convencidos que avanzan a golpes de ligaduras asonantes y etimologías amateurs.

Por su parte, la retórica monográfica se reconoce en que el sujeto de la enunciación está condenado a la tarea de acumular axiomas y citas, degradándose al lugar del archivista y del bibliotecario devoto; lo cual deja su marca en el montaje. No es que el desarrollo de las monografías siga el orden neutral del alfabeto; pero lo cierto es que se inclinan por encadenamientos igualmente anónimos. Como el cronológico, que a lo sumo acusa una prudente confianza en el Progreso.

Las monografías y los trabajitos son, por todo esto, impresentables fuera de nuestros muros analíticos; pero a las investigaciones no les bastará con perseverar en sí mismas; deben, además, ser interesantes: deben lograr transmitirse en el Witz.


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