Investigación à Psicoanálisis

Teoría de la Investigación en Psicoanálisis

El valor de la formulación de preguntas
para la orientación de la investigación psicoanalítica
(1)

Gabriel O. Pulice - Oscar Zelis - Federico Manson

Vamos a abordar ahora, para dar un paso más en nuestro recorrido, uno de los puntos más complejos y controvertidos en la teoría de la investigación, que toca a lo que podría señalarse, incluso, como «la psicología del investigador»; es decir, a los procesos de pensamiento que permitirían -esa es la zanahoria detrás de la que se quiere hacer correr al burro- que posibilitarían orientar de manera correcta el rumbo de una investigación. La cuestión que se plantea es si sería posible sistematizar tales procesos de pensamiento, y cómo. Y si podría hacerse efectiva, además, una transmisión o una enseñanza de tales procedimientos, los que estarían por lo tanto a la base de una «metodología de la investigación» aplicable de manera universal.

Una de las vías por dónde podemos impulsar una primera aproximación a tal asunto está en relación al valor que deberá asignarse, en el camino de una investigación, a la formulación de las preguntas que la encarrilen, que la rijan, que la causen. ¿Hay quien nace con cierta «Capacidad de Preguntarse»? ¿O se trataría de «aprender» a formular preguntas? En suma, podemos resumir la cuestión en el siguiente interrogante: ¿Cómo «nacen» las preguntas?

Para comenzar, podemos remitirnos a cierta polémica planteada en torno de lo que sería la «producción de conocimiento», tal como aparece en el artículo de los lógicos finlandeses Jaakko y Merrill B. Hintikka, «Sherlock Holmes y la lógica moderna: hacia una teoría de la búsqueda de información a través de la formulación de preguntas»2. Ellos dicen allí que habría una polémica planteada entre buena parte de los filósofos -por un lado- y cierta corriente del pensamiento popular -por el otro-, en donde de lo que se trata es de comprobar si hay algún «uso de la lógica» que haga posible la producción de conocimiento nuevo o si, por el contrario, y tal como afirma Wittgenstein en su Tractatus Logico-Philosophicus en forma solidaria con la mayoría de los filósofos, «todas las verdades lógicas son tautológicas». Lo que significa, en otras palabras, que una inferencia lógica no incrementaría en ningún sentido válido nuestro conocimiento de la realidad empírica3.

En este contexto, y en contraposición a tal pensamiento de los filósofos supuestamente alineados con Wittgenstein, Sherlock Holmes aparece como paradigma de ese pensamiento popular que sostiene la idea de que la producción de conocimiento nuevo, a través de la lógica y la razón, sí sería posible4. Frente a esta polémica, los Hintikka plantean lo siguiente:

«Somos del parecer que los filósofos se han precipitado al menospreciar las deducciones de los detectives como si no fuera legítimo llamarlas así o como si se tratase de simples entinemas, inferencias a partir de premisas sólo parcialmente formuladas. En realidad, creemos que no hay nada en la Ciencia de la Deducción y del Análisis de Holmes que, en último análisis, sea incompatible con la tesis de los filósofos según la cual, en el sentido más legítimo de la palabra, las inferencias lógicas son tautológicas».

No obstante, según el criterio de los Hintikka, ésta última afirmación, que «las inferencias lógicas son tautológicas», deja sin embargo irresuelta la tarea de explicar aquellos «usos de la lógica» que podrían producir información nueva. Hablar de la lógica en términos de un valor de uso es algo que resulta novedoso, y nos sugiere la posibilidad de pensar a la lógica como una herramienta -cuyas aplicaciones habrá que determinar-, y no como un mero y abstracto ejercicio de pensamiento. La apasionada y constante alocución de Sherlock Holmes en favor de la potencial fecundidad de la lógica, y la eficacia con que permanentemente se sirve de ella en su búsqueda de la verdad, representa por lo tanto «un reto, una tarea nueva e importante que aún no ha sido abordada»: la de poder dar cuenta conceptualmente sobre si ese valor de uso que él le asigna a la lógica para la resolución de sus asuntos tanto como para las más variadas cosas de lo cotidiano, si implica o no la producción de conocimiento nuevo. Aunque, nos advierten, hay al menos un obstáculo que es necesario sortear para llevar adelante nuestro propósito, y es que los instrumentos de la lógica filosófica contemporánea con los que estamos más familiarizados nos resultarían limitados, insuficientes, y no del todo adecuados, por lo que se hace necesario introducir conceptualizaciones nuevas.

Entonces, en este intento de explicar aquellos usos de la lógica que podrían producir nuevos conocimientos, una de las claves que nos proponen introducir consiste en la diferenciación entre la información explícita y la información implícita, no explicitada o tácita.

¿Cuál es la diferencia entre una premisa explícita y una premisa implícita? Como punto de interés, recordemos que en gramática el sujeto tácito es aquél que no está explicitado pero que, sin embargo, se hace necesario inferir a partir del enunciado de una frase, del predicado. Por ejemplo, cuando leemos:

«Todo intento de consultar a un nuevo médico provocaba su resistencia, y también a mí acudió movida sólo por la palabra autoritativa del padre…».

…podemos preguntarnos: ¿de quién se está hablando? Inferimos que allí hay alguien que se resiste a cualquier intento de consultar a un nuevo médico. El género femenino de la palabra «movida» nos indica que se trata de una mujer. También inferimos que acudió al narrador del texto que estamos leyendo tan sólo por la presión de su padre, a cuya autoridad esta mujer aún parece responder. Lo que nos interesa destacar aquí es que no aparece en el texto, en forma explicita, palabra alguna que represente al sujeto de quien se está hablando. Si nos dieran, por ejemplo, la indicación de realizar el análisis sintáctico más elemental de ese texto, indicar cuál es el sujeto y cuál es el predicado, no nos sería posible ubicar más que el predicado: el sujeto aparece sólo en forma tácita. Si avanzamos en el texto, podemos ubicar algunas cosas más:

«La vi por primera vez a comienzos de un verano, cuando ella tenía dieciséis años; estaba aquejada de tos y afonía…»

Quienes están mínimamente familiarizados con la obra de Freud, ya podrán sospechar de quién se trata5. Ahora bien, supongamos que tenemos determinada masa de información, parte de la cual se nos revela explícitamente, pero cuya mayor parte permanece aún sin ser enunciada, como información tácita no explicitada: la cuestión que se plantea, entonces, es de qué modo podría producirse ese pasaje a través del cual esa información tácita, o no explicitada, podría revelarse. ¿Cómo hacer posible esa operación que permita capitalizar toda la información implícita, para que pase a estar disponible?

En las investigaciones de Holmes, podemos observar que la operación que él realiza con mayor frecuencia en sus llamadas deducciones, no consiste tanto en derivar inferencias explícitas de premisas explícitas, sino más bien en extraer, de una masa enorme de información de fondo no organizada, las premisas adicionales que le permiten ir ampliando y ordenando esos datos que, en definitiva, son los que lo conducen a la solución de cada enigma. Premisas que Holmes va formulando a partir de esa masa de información, y que llamamos adicionales porque se suman a las otras premisas que sí estaban ya explicitadas, por ser evidentes.

El propósito principal de este ensayo de los Hintikka es esbozar una estructura conceptual que permita dar cuenta de ese procedimiento a partir del cual esa información tácita podría hacerse explícita. La idea clave en que se basará esta estructura conceptual es la noción de pregunta.

«…Consideraremos las premisas recién explicitadas (no reconocidas anteriormente) como respuestas a preguntas dirigidas al conocedor tácito. El elemento de información anteriormente no reconocido se hace efectivo mediante la pregunta de la que él es la respuesta. En este sentido, el proceso de activación del conocimiento tácito es controlado por las preguntas que sirven para hacer efectiva esta información…Por ejemplo, una pregunta puede ser mejor que otra en el sentido de que las respuestas a la primera serán más informativas que las respuestas a la segunda. Nuestra tarea de examinar el modo en que el conocimiento tácito predeductivo se hace efectivo se convierte, por lo tanto, en parte de una tarea más amplia, como es el estudio de preguntas, respuestas, y sus interrelaciones».

La alternativa por ellos propuesta de avanzar en «una buena teoría» que dé cuenta de la relación pregunta-respuesta, se sostiene y se justifica en la idea de que el proceso de recolección de información podría ser regulado por medio de una adecuada elección de las preguntas. Pero, para ello, es necesario haber comprendido previamente la relación de determinación entre una pregunta y sus respuestas posibles. Esto es lo que ellos llaman el «modelo interrogativo», y que lo presentan como contrapuesto al «modelo inferencial». Vale la pena detenernos a considerar sus peculiaridades y su aplicabilidad, si nos ofrece algún aporte en particular respecto del campo que a nosotros nos interesa: el de la Investigación en Psicoanálisis.

 

1. El modelo interrogativo.

En primer término, podemos plantear la siguiente cuestión: el conjunto de la información que maneja un sujeto (tanto la información explicita como la tácita, de fondo, o no conciente), ¿cómo cuantificarlo? ¿cómo clasificarlo? ¿cómo simbolizarlo?, en tanto y en cuanto capturar la totalidad de esa información en las redes de lo mensurable, de lo clasificable, de lo simbolizable, puede no ser posible.

No obstante, para el modelo interrogativo, no es necesario que una pregunta sea respondida sobre la base de una información reconocible en un lenguaje dado, aún cuando la pregunta -tanto como la respuesta- se formulen en ese mismo lenguaje. Lo cual hace del modelo interrogativo un modelo mucho más flexible, en contraposición al modelo inferencial, según el cual es preciso que la información de la que se extrae aquello que se infiere, sea formulada ella también a partir de frases explícitas, y en algún lenguaje determinado.

Esto implica, en el modelo interrogativo, el pasaje entre dos niveles heterogéneos: por un lado, lo que ubicábamos como «una masa indiscriminada de información»; y por el otro, «la pregunta» con que la abordamos, que no es indiscriminada y sí debe estar explicitada en un lenguaje determinado.

En el modelo interrogativo, también las observaciones quedan incluidas como respuestas a preguntas adecuadas. Es decir que una observación nunca es ingenua, sino que implica ya en sí misma una conclusión, a modo de respuesta. Desde Peirce, recordemos, se trata en última instancia de una «interpretación» de la naturaleza en la que está comprometida la operación de abducción, en su sentido más amplio6.

Las preguntas, entonces, serían el instrumento para: a) hacer explícita la información tácita; o b) producir una información nueva. Esta es una controversia de muy difícil resolución, y en realidad uno tendría que preguntarse cuál sería la utilidad de inclinarse por una u otra de estas alternativas. Desde el psicoanálisis, por ejemplo, esto podemos pensarlo respecto de la construcción de la escena fantasmática: el objeto a, por caso, ¿es algo que está allí, y que sólo habría que espolvorearle cierta substancia que lo haga reconocible? Lo mismo podemos plantear respecto del deseo y su interpretación. O podemos pensar, también, en las láminas de tres dimensiones, en las que a través de cierto ejercicio óptico logramos captar en toda su profundidad y su volumen todo tipo de figuras, no siempre reconocibles en la imagen que se ve en la superficie. ¿En dónde se localiza esa imagen oculta? Sabemos que no está allí, pero entonces, ¿dónde situarla? Y si no tiene localización, entonces, ¿porqué la vemos? Esto tiene para nosotros un interés particular, debido a la especificidad topológica del objeto psíquico, el objeto del psicoanálisis, lo cual es correlativo de las dificultades con las que nos encontramos para aproximarnos a su conocimiento y tratamiento. Este tema lo trataremos más extensamente en el capítulo siguiente, pero podemos agregar como ejemplo algo que aparece planteado en la película «Matrix», la consistencia de la realidad virtual, ahí donde a Morfeo la realidad virtual le hace salir sangre por la nariz7. De manera análoga, en el prólogo al libro de Conan Doyle sobre El misterio de las hadas se abre un interrogante que se ajusta perfectamente a lo que aquí estamos comenzando a bordear:

«Pero, ¿existen realmente o son tan solo pura fantasía? Se han preguntado muchos. Y si existen, ¿es o no es posible probar la existencia de las realidades intangibles?»8

A modo de ilustración de lo que venimos describiendo como modelo interrogativo, podemos recordar el conocido episodio «del perro en la noche», en la aventura de Silver Blaze, el famoso caballo de carrera que había sido robado y cuyo criador había sido encontrado asesinado en el páramo. Se sospecha de varios individuos, y el Dr. Watson se ha ocupado de recopilar toda la información posible acerca de lo ocurrido en esa fatídica noche. Es en ese contexto que se produce el célebre diálogo entre Holmes y el inspector Gregory de Scotland Yard:

G: ¿Existe algún otro detalle acerca del cual desearía usted llamar mi atención?

H: Sí, acerca del curioso incidente del perro en la noche.

G: Esa noche el perro no hizo nada.

H: Ese es el curioso incidente.

La importancia del famoso comentario de Sherlock Holmes sobre el «curioso incidente del perro en la noche» puede comprenderse mediante dos preguntas:

¿Ladró el perro guardián del criador cuando entraron en el establo para robar el caballo?

Como se sabe, la respuesta es no.

2. ¿Quién es la única persona a la que no ladraría un perro guardián adiestrado?

Su amo, naturalmente. De ahí, la «deducción» de Sherlock Holmes respecto del papel desempeñado por el criador. En realidad, el desenlace de casi todos los relatos y novelas protagonizadas por Holmes puede formalizarse como la decantación de las respuestas a la secuencia de preguntas reales o imaginarias que el detective se hace a sí mismo o al lector a partir de los enigmas abiertos en cada caso. En primer lugar, hay un ordenamiento lógico que Holmes realiza respecto de la información explícita de la que se dispone, pasando luego a una nueva operación que consiste en extraer de allí toda la información no explicitada. Este es el punto en que el modelo interrogativo se articula a ese ordenamiento previo que, más bien, estaría del lado del modelo inferencial. Es el momento de enunciar los interrogantes que impulsarán ese trabajo de pensamiento con el que se lo identifica. Sin embargo, a menudo aquí no concluye su tarea, dado que este trabajo de pensamiento encuentra con frecuencia sus límites, en donde queda agotada la posibilidad de extraer algo más por la vía del razonamiento, y no se ha llegado aún a la verdad, tal como gusta Holmes llamar a la solución de cada historia. Se abren allí las siguientes alternativas:

Cuando Holmes percibe de algún modo que la respuesta a un enigma planteado se encuentra latente dentro de la masa de información de la que dispone -aún cuando no le sea posible dar cuenta del motivo que justifique esa sensación- y, habiendo llegado al infructuoso límite de su trabajo de pensamiento conciente, buscará entonces la solución en ese movimiento casi mágico de la música del violín o, a semejanza del Chevallier Dupin, en la nebulosa ensoñación del tabaco.

En su defecto, cuando nada más parece poder extraerse de la masa de información de que dispone, entonces introduce las preguntas que despejan el campo hacia dónde deberá orientarse la búsqueda de esa información faltante, hacia esa producción del conocimiento que no se posee hasta allí ni aún en forma implícita, ni siquiera a nivel de lo preconciente -o, incluso, de lo inconciente-, más que como enigma; que no está contenido en la masa de información de que se dispone. Enigma abierto, precisamente, por aquellos elementos que desentonan en la escena, y que son la llave para algún encuentro posible con la verdad, a partir de esos interrogantes que introducen.

La sorpresa que genera aquello que conocemos como «acto de insight» está en relación, precisamente, a que los procesos de pensamiento que desembocan en él nos son completamente desconocidos. Solo nos aparece como emergente a la manera de un destello, de un resplandor, el resultado de lo que sin embargo podemos suponer como una larga cadena de razonamientos. Pero, al quedar éstos ocultos -incluso para el mismo sujeto que los produce-, ese repentino advenimiento de «la solución», o de «la verdad», parecería ubicarse más bien en la dimensión del «hallazgo», del encuentro más o menos milagroso. ¿Estamos penetrando en el terreno de la heurística?

2. En los bordes la heurística: la «invención» matemática.

La heurística es aquella disciplina que intenta establecer y conceptualizar las coordenadas del encuentro, de la invención, del descubrimiento. A nosotros nos interesa abordar algo de esto aquí, para poder pensar más detenidamente aquello que, en el modelo interrogativo, ubicábamos en términos de la «masa de información de fondo, latente, o no formalizada». Para ampliar esto vamos a ver el capítulo cuarto del libro de Beth9, Demostración estricta y métodos heurísticos. Podemos adelantar, no obstante, la idea de que no es posible dar reglas efectivas para procesos heurísticos. O, en otros términos, podemos decir que ni el acto de la invención ni el del descubrimiento pudieron ser hasta el momento reglamentados.

Ello no implica, sin embargo, que tales procesos no se puedan discutir y evaluar racionalmente una vez obtenida la estructura conceptual adecuada. Eso es lo que intentan establecer los Hintikka, y en relación a ello es que también nos interesa abordar lo que Beth introduce con su comentario sobre la conferencia de Henri Poincaré acerca de «La invención matemática», con la que este autor responde a cierta encuesta realizada por H. Fehr en relación al método de trabajo de los matemáticos, y que fuera publicada en París y en Ginebra en 190810. Veamos qué dice:

«Poincaré distingue dos fases en el trabajo de invención matemática, fases que se encontrarían separadas por una fase inconciente. Esta concepción está de acuerdo con una experiencia muy corriente acerca de lo que sucede cuando se resuelve un problema matemático suficientemente difícil: tras una serie de tentativas infructuosas llega la fatiga, y se ve uno obligado a abandonar la indagación; más luego, tras un período de reposo, la solución se presenta repentinamente, sin esfuerzo alguno conciente y con claridad y certidumbre sorprendentes; de suerte que la segunda fase del trabajo conciente no consiste sino en comprobar y formular lo que acaba de encontrarse».

Un maravilloso ejemplo de esto, aunque no pertenece al campo de las matemáticas, es el episodio que desemboca en la invención de la máquina de coser por parte de Singer, quien -según cuenta la leyenda- no hallaba el modo de enhebrar el hilo en la aguja de la máquina para que ésta funcione. Así pasaba el tiempo pensando y pensando, sin poder terminar su invento. Hasta que una noche, agotado luego de tan infructuoso trabajo de pensamiento, se quedó dormido, soñando que era perseguido por un caballero con armadura, la lanza en ristre, notando en el sueño la particularidad de que la punta de la lanza tenía un ojal. Al despertar, por la mañana, pudo relacionar la imagen del sueño con aquello que le faltaba resolver para que su máquina funcione, logrando de este modo culminar su invento a partir de ubicar el ojo de la aguja en la punta, tal como aparecía en su sueño la lanza del caballero, y tal como desde entonces lo llevan en todo el mundo las máquinas de coser.

Por otra parte, como decíamos, es notoria la similitud de esta secuencia que describe Poincaré respecto del proceso de pensamiento que concluye en la invención matemática, con numerosos pasajes que encontramos en las historias de Holmes y Dupin, en donde ambos se detienen en cierto punto de su trabajo ideativo conciente frente a la imposibilidad de seguir avanzando: Dupin se deja envolver por la atmósfera del humo de la pipa, liberando así la corriente de su raciocinio; Holmes a veces hace lo mismo que su precursor, otras veces toca el violín, o desarrolla experimentos químicos. Esa relajación de la atención, lejos de resultar improductiva, va a tener efectos que no se pueden dejar de reconocer:

«A juicio de Poincaré, la fase transitoria que separa las dos de trabajo no es un período de reposo más que aparentemente: según él habría, en realidad, una fase de trabajo inconciente que conduciría, por fin, a la solución buscada».

También podemos comparar esta «fase transitoria» de Poincaré con el «Play of Musement» en Peirce e incluso, más específicamente, con la atención flotante en Freud. Por otra parte, como adelantáramos en el capítulo III, puede confrontarse esta posición con lo postulado por Hoffman11, quien afirma que tales procesos de pensamiento se producen a nivel preconciente. Esta afirmación, sin embargo, no tiene nada de nuevo. Sobre el final del segundo capítulo de El yo y el ello, Freud nos comunica que «tenemos pruebas de que hasta un trabajo intelectual sutil y difícil, como el que suele exigir una empeñosa reflexión, puede realizarse también preconcientemente, sin alcanzar la conciencia. Estos casos son indubitables; se producen, por ejemplo, en el estado del dormir, y se exteriorizan en el hecho de que una persona, inmediatamente tras el despertar, sabe la solución de un difícil problema matemático o de otra índole que en vano se afanaba por resolver el día anterior». No obstante, a partir de lo que sigue en el texto de Beth, observaremos que se van a ir evidenciando diferencias cruciales entre la concepción de inconciente en Poincaré y el inconciente freudiano:

«En cuanto a la naturaleza del trabajo inconciente, Poincaré no acepta la hipótesis según la cual se llevaría a cabo por un yo subliminal que igualaría, o incluso sobrepasaría al yo conciente en discernimiento, digitación o delicadeza: no quiere atribuir a aquel yo más que la capacidad de formar, merced a cierto automatismo, innumerables combinaciones de ideas, de entre las cuales sólo algunas penetrarían en el campo de la conciencia…».

Es decir que en ese trabajo inconciente no habría otra intencionalidad que aquella que se enuncia a nivel de la conciencia, quedando lo inconciente como un automatismo carente de lógica propia, más bien librado al azar de esa mera combinatoria de ideas, no sabiéndose sin embargo porqué algunas de ellas penetrarían en el campo de la conciencia y otras no. A esta altura de la puntuación de Beth ya podemos apreciar cómo Poincaré comienza a alejarse sin retorno de la concepción freudiana de inconciente, para insistir acerca de la importancia de las dos fases de trabajo conciente: la fase inicial, que puede parecer absolutamente infructuosa, pero que es la que «pone en marcha la máquina inconciente»; y la fase final, que es igualmente indispensable dado que en toda investigación, invención o descubrimiento científico, es siempre forzoso comprobar la solución dada. Sin embargo, a pesar de la insistencia de Poincaré por orientar nuestra atención hacia ambas fases del trabajo conciente, lo que más le interesa a Beth son los interrogantes que se abren respecto de ese pasaje que se produce de una fase a la otra: «Si se admite la hipótesis de Poincaré -continúa- según la cual la fase de incubación es, en realidad, un período de trabajo inconciente, la transición de lo conciente a lo inconciente merecería que le dedicásemos particular atención. Respecto de esta transición, propondrá dos hipótesis:

La «máquina inconciente se pone en marcha» poco a poco durante la fase del primer trabajo conciente y dicha «máquina se pone en marcha» bruscamente, al interrumpir el trabajo conciente.

Esta idea de la «máquina inconciente» nos permite evocar el modo en que Freud intentaba conceptualizar el aparato psíquico desde las primeras épocas, a partir de intuir que hay ciertos procesos de pensamiento, sustraídos de la conciencia, que parecen cobrar vida propia, manifestándose a través de los síntomas y las demás formaciones del inconciente e imponiéndosele al sujeto, contrariando con frecuencia su voluntad. Ya en Sobre la psicoterapia de la histeria12 Freud hace notar la aparición «automática» de determinadas representaciones y su secuencia, como efecto del ordenamiento arborizado de la cadena asociativa. Esa misma distribución arborizada, es la que daría cuenta de una autonomía de la memoria inconciente a la que dicho ordenamiento de la cadena asociativa se subordina. Precisamente por eso, en realidad, esta cadena asociativa se diferencia del yo; esta sería una primera dimensión de la memoria que el inconciente descubre cuando se piden asociaciones13. No es otra cosa lo que intenta transmitir Lacan en su seminario sobre La carta robada, con el juego de par o impar. No es otra cosa lo que introduce Miller en su intervención en el seminario de la Lógica del fantasma, acerca de los «pensamientos que se piensan a sí mismos»14.

Vamos a tener que hacer el esfuerzo de ubicar las diferencias y las similitudes entre las concepciones de Freud y Lacan, por un lado, y las de Beth y Poincaré por el otro. El término «máquina» nos remite a algo en el orden del automatismo; pero tal automatismo de la máquina requiere, sin embargo, de un operador que la haga funcionar. Un operador sobre quien necesariamente recae, además, la intencionalidad… dado que por ahora, afortunadamente, no se ha descubierto que la haya en las máquinas, quedando esto por el momento limitado al terreno de la ciencia ficción, tal como aparece en películas como Blade Runner, Matrix o Terminator, por citar algunos ejemplos. En este sentido, el término «máquina» aparece en sintonía con ese vaciamiento de intencionalidad respecto de lo inconciente que aparecía sosteniendo Poincaré. Sin embargo…

«…según todos los datos con que contamos, la máquina inconciente es capaz de sacar partido de los resultados del trabajo conciente…»

La paradoja es que si «la máquina inconciente» no tiene intencionalidad propia más allá de la conciencia, entonces: ¿cómo es que podría «sacar partido de los resultados del trabajo conciente»? ¿En beneficio de qué? Lo cual, además, no resuelve la cuestión acerca de cómo, entre las innumerables combinaciones posibles de ideas, mediante esa fase de trabajo inconciente, se llega a formar la solución precisa de un problema. Cuestión que ya habíamos visto planteada por Peirce: «¿porqué la gente adivina correctamente tan a menudo?». El interrogante introducido aquí por Poincaré acerca de cómo se produce ese diálogo entre el sistema conciente y el inconciente, cómo se realiza ese intercambio, esa transmisión de información, podemos nosotros traerlo a su vez para nuestro terreno y traducirlo en términos de cómo proceder cada vez para extraer, de cada problema clínico que se nos presente, aquella lógica que nos permita arribar a una respuesta técnicamente eficaz. Lo cual por el momento, y afortunadamente para los analistas, no ha logrado realizar ninguna máquina. Lo que agregará de novedoso la teoría psicoanalítica en relación a este tema puede empezar a vislumbrarse, precisamente, con la introducción de los conceptos de deseo inconsciente y del saber-hacer.

 

3. ¿El lenguaje es un virus procedente del espacio exterior?

Volvamos al modelo interrogativo propuesto por los Hintikka. Nuestro desvío para interiorizarnos en las formulaciones de Poincaré acerca de la máquina inconciente y el pensamiento de los matemáticos en el momento de la invención se justifica porque nos permite ilustrar lo relativo a esa información de fondo no explicitada de la cual este modelo toma su fundamento para explicar la procedencia del material que dará substancia a las respuestas. Ahora bien, hasta aquí, esa masa de información aparece ligada al saber no conciente del sujeto, a esa información que, aunque no se encuentre para él fácilmente asequible a nivel de la conciencia, sin embargo posee. En el ejemplo de Poincaré sobre la invención matemática, toda la información requerida para que eso se produzca estaría ya disponible en las profundidades de la mente del inventor, y sólo restaría entonces la intervención de la máquina inconciente que acierte en localizar, entre la multiplicidad de respuestas posibles a un determinado problema, cuál sería la combinación estrictamente «correcta». No obstante, hemos de notar que buena parte de los matemáticos -en particular, los de la llamada corriente platonista15- testimonia que tales descubrimientos no provienen de su «interior», sino de la intuición de verdades cuya procedencia sitúan como externa, proveniente del «afuera». Lo que nos hace recordar la famosa afirmación de William Burroughs: «El lenguaje es un virus procedente del espacio exterior». Nos encontramos así frente a un problema topológico: ¿De donde proviene esa información? ¿De adentro, o de afuera? En este trabajo de los Hintikka, adentro y afuera parecerían ser dos universos heterogéneos, en donde el afuera cae del lado de la naturaleza -y, en este sentido, podemos decir que la vía regia para acceder a ella sería la observación. Lo que nos remite a esa otra masa de información que para el sujeto aparece como faltante; o que, como decíamos algunas páginas atrás, no se posee hasta allí ni aún en forma implícita -ni siquiera a nivel de lo inconciente- más que como enigma. En este punto los Hintikka ponen de relieve «la necesidad de encontrar medios de análisis racional y de teorización de aquellos procesos que sirvan para hacer que nuestra evidencia incompleta (premisas) sea cada vez más total». Es en esa dirección que sitúan, en el marco del modelo interrogativo, el lugar de las observaciones:

«No es necesario considerar que todos los elementos de la información de fondo hayan estado siempre presentes en las profundidades de nuestra mente antes de ser usados (…) Algunas de las premisas p1 y algunas de las conclusiones intermedias cn (…) pueden descubrirse mediante observaciones adecuadas en lugar de haber formado parte del conocimiento de fondo. Lo más interesante, sin embargo, es el hecho de que esto no modifica esencialmente el cuadro. Porque aún podemos seguir considerando que las premisas p1 han sido extraídas de una masa de conocimiento puramente potencial mediante preguntas adecuadas. Sólo ahora algunas de estas preguntas han sido dirigidas a la naturaleza en forma de observaciones pertinentes. No es preciso que los diferentes elementos de este conocimiento potencial hayan estado ocultos en algún lugar del inconciente. Pueden ser simplemente hechos observables que hasta entonces han pasado inobservados. Pero esto no modifica la situación lógica y metodológica de base. Podemos continuar pensando la nueva información (sobre todo las premisas p1) como si se la obtuviera en respuesta a preguntas adecuadas. Las observaciones efectivamente realizadas deben seleccionarse entre una gran cantidad de observaciones posibles, del mismo modo que las premisas usadas efectivamente se seleccionan entre una masa de información colateral. Podemos tratar de comprender esta selección de observaciones, y su papel en el establecimiento de ciertas conclusiones, considerándolas como respuestas a preguntas formuladas a la naturaleza (...) De esta manera la teoría de la búsqueda de información mediante preguntas que tratamos de desarrollar se puede aplicar más allá de su primera gama de aplicaciones, es decir, más allá de la explicación del conocimiento tácito».

Aquí conviene detenernos, para poder desbrozar algunas cuestiones. La primera, es que el modelo interrogativo no encuentra su límite en la explicitación de la información tácita, sino que puede aplicarse tambien a esa masa de información potencial externa al sujeto -la naturaleza, en términos de los Hintikka-, a través de las observaciones. ¿De qué modo? Las preguntas se sitúan en los bordes del Saber, allí donde arribamos a los límites del conocimiento asequible a nivel de nuestra conciencia. A veces, la información necesaria para responder a esos interrogantes se halla implícita, por ejemplo, como saber inconciente; es entonces cuando ese «trabajo inconciente del pensamiento» que anteriormente describíamos se vuelve fecundo, tal como veíamos en el relato de Singer tanto como en Dupin, Holmes, Peirce e incluso Freud. Otras veces, en cambio, hay allí un vacío, ese saber aparece agujereado, y entonces las preguntas que ahí emergen deberán dirigirse hacia otro lugar, en la búsqueda de una información «nueva» que permita articular alguna respuesta allí donde el Saber falta. Esto es precisamente lo que los Hintikka sitúan en términos de «formular preguntas a la naturaleza», metáfora kantiana que en el contexto del modelo interrogativo puede entenderse de un modo que ya no es tan metafórico, dado que podemos aplicar a las observaciones muchos de los atributos conceptuales aplicables a las preguntas y sus respuestas, incluso en lo relativo a las cuestiones metodológicas puestas en juego, por ejemplo, en la elección de las preguntas adecuadas, en las comparaciones informacionales, y en otros ítems similares.

Por otra parte, y en su esfuerzo por desactivar todos aquellos argumentos tendientes a menospreciar el valor de las observaciones, los Hintikka señalan que la dependencia que suele atribuirse a las observaciones respecto de su fondo teórico, puede reformularse ahora de una manera más precisa:

«Por ejemplo, en los últimos años se ha oído hablar mucho de que las observaciones están cargadas de teoría. Ahora podemos ver, sin embargo, que se puede hablar con mayor motivo de la carga de problemas y de la carga de preguntas de las observaciones. En nuestro modelo metodológico (…) una observación es siempre una respuesta a una pregunta. Esta carga de preguntas implica, por supuesto, una carga de conceptos, puesto que la respuesta a una pregunta tiene normalmente que ser formulada en términos de los mismos conceptos con que la pregunta fue formulada».

Como podemos apreciar, el acento se desplaza aquí desde el supuesto peso del marco conceptual -en su valor de obstáculo para la observación-, a las preguntas que brotan en sus extremos reclamando respuestas. Esto tiene sus fundamentos: si el acento recae en las preguntas, es en la medida en que son ellas quienes soportan el peso de la información faltante. De este modo, las preguntas se ubican como un nexo -y a la vez como un borde- entre la información que hay y la que falta. Con esto, nos estamos aproximando bastante a lo que está en el centro de nuestro interés. Sin embargo, debemos avanzar un poquito más. Sigamos el texto:

«A menudo la manera correcta de expresar el contenido de una observación es en forma de una conclusión que la mera observación imaginaria nos permite sacar, conclusión que va más allá del simple registro de nuestra impresión sensorial».

El problema es que tales conclusiones son, en forma recurrente, el resultado de complejas cadenas de razonamientos -y de secuencias pregunta-respuesta- que incluyen la formulación de ciertas conclusiones provisionales sobre las que se apoyan otras tantas preguntas que de ellas dependen, pero que serían muchas veces imposibles de explicitar. La razón principal de esta dificultad, para los Hintikka, es que «la supuesta cadena de razonamientos que va desde la información de fondo hasta las premisas p1 y hasta las conclusiones intermedias c1 puede ser totalmente inconciente». Esto incluye un problema que se nos presenta en forma conexa: ¿cómo discriminar cabalmente en qué proporción cada una de esas respuestas se ha forjado en base a información procedente de «adentro» o de «afuera»? Intentaremos ilustrar algo de esto a través del famoso diálogo sobre Afganistán, el día en que Sherlock Holmes conoce a quien luego sería su cronista e inseparable amigo, el Dr. John Watson16:

—El doctor Watson, el señor Sherlock Holmes -dijo Stamford al presentarnos.

—¿Cómo está usted? -dijo Holmes con cordialidad…-. Por lo que veo, ha estado usted en Afganistán.

—¿Cómo diablos lo sabe usted? -pregunté con asombro.

La posterior explicación de Holmes, algunas páginas más adelante, nos permite desandar el camino «no explicitado» de su pensamiento y hacer inteligible, asimismo, esa costumbre suya de formular «los enunciados de las conclusiones alcanzadas de modo inconciente como si fueran percepciones de juicios», presentándolas como si tuvieran el mismo valor que las conclusiones provenientes de deducciones. De este modo, él supo que Watson venía de Afganistán; pero al igual que éste, nosotros podemos preguntarnos: ¿cómo? El detective responde:

«—…Por la fuerza de un largo hábito, el curso de mis pensamientos se desarrolla tan rápido en mi mente que llegué a la conclusión sin ser conciente de los pasos intermedios. Sin embargo, hubo tales pasos. El curso del razonamiento se desarrolló así: He aquí un caballero con tipo de ser médico, pero con el aire de un militar. Es, por consiguiente, un médico del ejército con toda evidencia. Acaba de llegar de los trópicos, porque tiene el rostro atezado y este no es el tono natural de su piel, puesto que en las muñecas la piel es blanca. Ha sufrido privaciones y enfermedades, como lo pregona su rostro macilento. Ha sido herido en el brazo izquierdo. Lo mantiene rígido y de una manera forzada. ¿En qué país de los trópicos ha podido un médico del ejercito británico pasar por tantas privaciones y resultar herido en el brazo? Evidentemente, en Afganistán. Toda la sucesión de pensamientos duró apenas un segundo …».

En este comentario de Holmes puede percibirse la sutil interacción entre el recurso a la observación, por un lado, y sus inferencias basadas en la información para él disponible tanto en forma explícita como no explicitada; interacción que los Hintikka sitúan como distintiva del modelo epistemológico que ellos proponen, en el cual observaciones e inferencias pasan a ser equivalentes en tanto adquieren su valor en relación a las preguntas que -tanto unas como otras- vienen a responder. Respecto de las observaciones, además, cabe recordar aquello que en Peirce situábamos como «juicios perceptivos», en donde lo que se ponía de relieve es el valor abductivo de las observaciones. En relación a esto podemos situar el concepto de «proposición observacional» que proponen los Hintikka: «…Lo que realmente se registra como proposición observacional es en nuestra estructura una conclusión intermedia cn situada en algún lugar entre la información de fondo y la conclusión final…». Podemos decir, a modo de conclusión, que hay cierta zona de tales procesos de pensamiento en donde resultaría imposible discriminar la proporción en que participan el «afuera» -la naturaleza- y el «adentro» -lo preconciente y lo inconciente- como fuentes diferenciadas de información. Más bien podríamos decir que aquí tambien parece necesaria la solución Moebiana… La explicación de Holmes evoca, por otra parte, la intervención de Dupin acerca de Chantilly en Los crímenes de la calle Morgue -«Estaría mejor en el teatro de variedades»- y podemos también homologarla a la resolución por parte de Peirce del episodio del vapor de la Fall River Line; o, del lado del psicoanálisis, a la intervención de Freud en el inicio del tratamiento del Hombre de las ratas, cuando interrumpe las fantasiosas elucubraciones discursivas de su paciente diciéndole: «Yo no soy el capitán cruel»1. Para finalizar, aunque no nos adentraremos en esta cuestión, queremos mencionar lo que los Hintikka proponen acerca del modo en que se desarrollaría ese «juego contra la naturaleza». Hay que discriminar, en ese juego, tres tipos de jugadas:

Creemos que sería interesante pensar de qué modo este modelo de formalización podría articularse con lo que fundamenta, en el contexto de un tratamiento psicoanalítico, los criterios de validez y eficacia de la construcción y la interpretación. Tema que comenzaremos a desarrollar a partir del próximo capítulo.

 

 

Notas

1 Este artículo corresponde al capítulo V del libro: Investigación à Psicoanálisis. De Sherlock Holmes, Peirce y Dupin, a la experiencia freudiana, de G. Pulice, F. Manson y O. Zelis, Buenos Aires, Letra Viva, 2000.

2 El signo de los tres, capítulo VII.

3 Ver al respecto el capítulo III, punto 5 .Polémica que, en realidad, ya podemos ubicar en Aristóteles, por ejemplo en el «Organon». Otra referencia interesante es el comentario que introduce Lacan acerca del Tractatus de Wittgenstein en el Seminario 17, El reverso del psicoanálisis, capítulo IV, punto 2.

4 La paradoja es que Conan Doyle, en su vida real, no puede defender esa posición positivista de Holmes, convirtiéndose finalmente al espiritismo luego de perder en poco tiempo, a partir de la Primera Guerra Mundial, a su hijo, a su hermano menor, y a su madre. Resulta interesante la comparación entre esta última inclinación en el pensamiento del autor, y lo que sostiene en El sabueso de los Baskerville, en donde Holmes rechaza de plano cualquier otra solución del misterio que no sea razonable, a pesar de que el caso sugiere que la misma podría hallarse en el terreno de lo sobrenatural.

5 Freud, S.; Fragmento de análisis de un caso de histeria (caso «Dora»).

6 «Al mirar por mi ventana esta hermosa mañana de primavera veo una azalea en plena floración. ¡No, no! No es eso lo que veo; aunque sea la única manera en que puedo describir lo que veo. Eso es una proposición, una frase, un hecho; pero lo que yo percibo no es proposición, ni frase, ni hecho, sino sólo una imagen, que hago inteligible en parte por medio de una declaración de hecho. Esta declaración es abstracta; mientras que lo que veo es concreto. Realizo una abducción cada vez que expreso en una frase lo que veo. Lo cierto es que todo el tejido de nuestro conocimiento es un paño de puras hipótesis confirmadas y refinadas por la inducción. No se puede realizar el menor avance en el conocimiento más allá de la fase de la mirada vacua, si no media una abducción a cada paso». Fragmento de los Collected Papers citado por Thomas Sebeok y Jean Umiker-Sebeok, en El signo de los tres, capítulo 2.

7 En Matrix hay dos escenarios, uno es el de «la realidad», es la cabina de la nave, es el cuerpo de Morfeo como puro soporte biológico, cuerpo atado y enajenado de su propio dominio, en donde es llevado al extremo ese desdoblamiento con «la realidad virtual», la realidad psíquica, ese otro escenario a-topológico en el cual, sin embargo, se juega la suerte no solo de Morfeo sino de todo sujeto. La cosa se juega ahí, en otro escenario, del cual ese cuerpo inerte, sujetado, no sabe nada sino por sus efectos. Es notable, pero tanto aquí como en el relato de Bruce Sterling, Fantasma, aparece la cuestión de que no todos los sujetos están dispuestos a sostenerse del otro lado del Velo, del lado de «la verdad develada». No para todos es esto soportable. En esa realidad virtual, que bien podríamos pensarla en términos de Universo de Signos -no es otra cosa lo que en Matrix plantea El Traidor: ¿cuál es la diferencia entre un bifteck, y el estímulo neuroquímico que lo representa? Frente a lo cual se pregunta, con toda razón, cual es el negocio de conocer «la verdad», si eso implica tener que saborear todos los días el mismo repugnante guisado-, algo sin embargo se las arregla para incomodar, para llamar la atención de Neo, para impulsarlo en la búsqueda de la verdad, sin importarle su precio.

8 Clemens, C. y L; Prólogo a El misterio de las hadas, Barcelona, Hesperus Editorial, 1998.

9 Beth, E. W. y Piaget, J.; Epistemología matemática y psicología, Barcelona, Editorial Crítica, 1968.

10 Enquête de «L´Enseignement Mathématique» sur la méthode de travail des mathématiciens. H. Fehr contó para este trabajo con la colaboración de dos distinguidos psicólogos de la época, T. Flournoy y E. Claparède.

11 Hoffman, D.; Poe Poe Poe Poe Poe Poe Poe, Nueva York, Doubleday, 1972.

12 Freud, S.; Estudios sobre la histeria (1893-1895).

13 Cosentino, J. C.; Construcción de los conceptos freudianos I, Manantial, Buenos Aires, 1999.

14 Sobre esto, recordemos las referencias indicadas en el capítulo 3, punto 4, «Poesía y matemática en La carta robada».

15 Respecto de los matemáticos «platonistas, podemos tomar algunos ejemplos del texto de W. Beth y J. Piaget, Epistemología matemática y psicología: «Pues no damos a nuestro arbitrio leyes al entendimiento ni a las cosas, sino que, como amanuenses fieles, recogemos y describimos las que han sido mostradas y manifestadas por la voz de su naturaleza» (Cantor; 1895; lema de una de sus grandes memorias); «Si no me equivoco, existe todo un mundo, que es el conjunto de las verdades matemáticas, a las que no tenemos acceso sino por la inteligencia, como existe el mundo de las realidades físicas; uno y otro independientes de nosotros, ambos de creación divina, que no parecen distintos más que por la flaqueza de nuestro espíritu, que para un pensamiento poderoso no son más que una y la misma cosa y cuya síntesis se revela parcialmente en esa maravillosa correspondencia entre las matemáticas abstractas, por un lado, y la astronomía, con todas las ramas de la física, por otro». (Hermite; extractado de Lallemand, 1934, p.192); incluso Frege, a quien no podría considerárselo estrictamente enrolado en esa corriente: «Ni siquiera el matemático puede crear cosas a voluntad, como tampoco el geógrafo: él también sólo puede descubrir lo que exista y darle nombre». (Frege; 1894, pp.107-108). Acerca de la división de los matemáticos en «platonistas» y «aristotélicos», ver por ejemplo Badiou, A.: «Platón y/o Aristóteles-Leibniz. Teoría de conjuntos y teoría de los Topos bajo la mirada del filósofo», en Revista Acontecimiento, Nº 14, Buenos Aires, noviembre de 1997.

16 Estudio en escarlata


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