Investigación à Psicoanálisis

Trabajos de Investigación Clínica y de Inserción del Psicoanálisis en diversas Áreas Temáticas
Investigaciones teórico conceptuales

La transmisión de lo real en la supervisión clínica (1)

 

Panelistas:
1. José Grandinetti (Htal. Borda)
2. Adriana Casaretto (Causa Clínica / UBA)
3. Noemí Sirota (Escuela Freudiana Argentina)
4. David Laznik (UBA).

 

1. José Grandinetti.

- Buenas tardes, en principio quiero agradecer a los organizadores por la invitación. Trataré de ser breve respecto de un tema que, si se trata de pensar algo atinente a la transmisión de lo Real en la supervisión, creo ineludible situar de qué hablamos cuando nos referimos a la llamada supervisión.

No pretendo en estas acotadas páginas historizar una cuestión tan espinosa, tan enredada. Quisiera remitirlos eso si a la hoy “vieja historia” del psicoanálisis. A la historia de eso que Freud llamó “intercambio de ideas” y que sin dudas tuvo su tiempo originario en la correspondencia Freud-Fliess. Verdadero contrabando de lo Real por las vías de lo Imaginario, como por otra parte –sospecho– opera todo contrabando de lo Real. Esto no quiere decir en modo alguno que Freud no haya realizado el esfuerzo por simbolizar ese real hasta dar con su límite. Es que las vicisitudes del Sujeto Supuesto Saber encarnado en la persona de Fliess no encontraron su “oportunidad” analítica, por la sencilla razón de que allí el psicoanálisis se estaba inventando y por lógica consecuencia el deseo del analista, que devendría de tal invención.

Podríamos decir entre otras cosas, que la caída de ese Sujeto Supuesto Saber le permitirá a Freud el “encuentro” con la falta misma de objeto que signa a la sexualidad en el territorio del “hablante ser”.
Y tratándose de correspondencias, cómo no hacer jugar las cartas que Freud intercambió con Jung, con Pfister, con Ferenczi, con Eduardo Weiss (el traductor al italiano de la obra de Freud). Las consideraciones de Theodor Reik acerca de eso que prefirió llamar “control del análisis”, en oposición a sus contemporáneos que ya habían instalado (y lo que es peor, institucionalizado) el análisis de control. Hay un trabajo (de Reik) llamado “¿Estudiantes o aprendices de hechicero?” en el que trata –con la agudeza que lo caracteriza– la transmisión de lo Real en el llamado análisis de control. Se pregunta allí “¿qué es lo que puede ser controlado?” Respondiéndose, que básicamente, uno puede verificar la técnica, el aspecto externo de un análisis, pero sus capas más profundas, el corazón del análisis se hallan exentos de todo “control”.

Ese “trato epistolar” de Freud con algunos de sus discípulos (y podríamos agregar a la lista a Groddeck, a Lou Andreas-Salomé y a Abraham sin por ello agotarla) pone en evidencia que ese “intercambio de ideas” resultaba tal, en la medida en que el analista supervisante se “dejaba hablar”, a partir de los movimientos propios a cada uno de los tratamientos que acompañaba.
Si bien los “análisis de control” realizados por Freud a los que podemos hacer referencia no son demasiados, existen desde ese supuesto inicio adjudicado a la supervisión del trabajo de Stekel. Demanda que según parece, desvió lo real de su análisis con Freud, imaginarizándolo en un pedido de control. Existen decíamos desde un comienzo, en tanto serie de puntuaciones “logicizables”, que permiten abordar ese real no exclusivamente por las vías de las pequeñas fórmulas, sino por lo formulable lógicamente. Diferenciando así la transmisión psicoanalítica del campo de las experiencias místicas.

Las consideraciones hechas sobre algunos de los análisis conducidos por Eduardo Weiss, y muy especialmente el “affaire C. Jung–Sabina Spielrein”, pueden servir de “guía” respecto del develamiento de lo real y su posible triangulación, tal como ocurrió en la relación Freud-Jung-Spielrein.

Se podría decir que se trataba y se trata aún hoy, de un “intercambio de ideas” que intercambian de lugar por efecto de la transferencia propiciada tanto en el análisis como en la supervisión. Obvia tal vez recordar que eso que Freud gustaba llamar “intercambio de ideas” se refiere a los significantes y a los rastros del objeto caídos en el fondo, esto es reprimidos, que pueden develar la posición fantasmática del sujeto y por el camino del síntoma, su particular modo de gozar del inconsciente. O en el caso del analista en posición de supervisante, los modos en que el goce de su analizante puede llegar a  particularizarse en él, me refiero al analista supervisante, reavivando su fantasma, su posición de sujeto dividido, sus modalidades de respuestas a lo real pulsional. Posiciones éstas expresadas frecuentemente por las vías de la perplejidad, el embarazo o la angustia, que no se remedian –como puede llegar a pretender la suficiencia de los “didácticos”-, por obra y gracia del discurso universitario consagrando el saber del Amo.
¿Hará falta recordar aquí que la referencia a los discursos no es geográfica ni se refiere a “establecimiento alguno”, sino al detenimiento de cualquiera de ellos que declara así su resistencia, impidiendo la dialectización que relanza el discurso analítico?
Considero que son esos atascamientos, esas dificultades, esos “peligros” los que reclaman la intervención de otro analista en posición de supervisor poniendo en juego la enseñanza por las vías de la transmisión.

Llegado a este punto, convendrá distinguir entonces el dispositivo de la supervisión o superaudición, como algunas veces lo llamó Lacan, de otros como los ateneos, las interlocuciones y las conversaciones acerca de la clínica que suelen promover las instituciones de asistencia, que por supuesto en la actualidad no se limitan a los Hospitales o a los Centros de Salud.

Aclaremos que ésta distinción apunta a considerar los efectos de transmisión que puedan darse en cada uno de esos ámbitos, aunque por supuesto tiendan a responder por diferentes cuestiones de su emplazamiento al discurso del Amo ilustrado. Digamos que esto no invalida, que la lógica de ese emplazamiento pueda ser interpretada desde el discurso del analista, operación del deseo del analista mediante.

Es en esa historia, que es lo más actual de la nuestra, donde a partir de Lacan podrán leerse las manifestaciones y los escamoteos de ese Real imposible que se trasmitirá simbólico mediante, sólo si se atiende a los intersticios de esos “intercambios de ideas”, a sus movimientos, a sus insistencias, a su ritmo, al hábitat de sentido en el que lo real suele albergarse, a los modos en los que “El Decir” se decide a decirse. Esto es, a la posición de “La Palabra” en el discurso.
Volviendo a la cuestión nominativa que no es solo una cuestión de nombres sino de dispositivo y de disposición analítica, decíamos que la palabra “control” ha sido cuestionada desde Reik a Lacan, sin desconocer los lúcidos aportes de Mannoni y de  Safouan.
Control que hace pensar en la domesticación del analista a los ideales de determinada institución y que no se resuelve solo al invertir los términos.

Formulemos ahora algunas preguntas: ¿Qué controla en el llamado control? ¿Qué se visa en la llamada supervisión? ¿Es que este supervisar implicará como muchas veces se lo demanda, una determinada certificación, un visto bueno o lo que es peor la creencia de que allí y gracias al súper-analista se le otorgará al analista supervisante, la visión como revelación de un misterio? ¿El misterio mismo de la anunciación de lo Real? Claro que nada de eso analíticamente se quiere, aunque no por ello todo eso pueda ocurrir.
Aquí recuerdo el título de un trabajo de Guy Le Gaufey, que en un tono casi suplicante podría leerse ¿Con quién identificarse, de quién fiarse? Vale la pena resaltar que el análisis del analista llegado a su fin, o teniendo su fin como dirección, implica una labor (y en esto el análisis es interminable), que lleva al sujeto a “entrever” entre otras cuestiones, las identificaciones que rigieron los tiempos cruciales de su existencia, y el lugar que esas identificaciones ocupaban en su economía fantasmática. En su facilitación a lo real-con-sentido o si se prefiere al consentimiento complaciente de lo real. Trabajo “analizante” que no sin sudar la gota gorda, lleva a la inconsistencia del Otro, de la que no es La Nada lo que surge (aunque fenomenológicamente se manifieste en cierto tono depresivo propio al fin del análisis), sino un resto siempre atragantable, no mangoneable, algo molesto, inoportuno, y políticamente no institucionalizable (me refiero al objeto a), al que el analista, más allá de su análisis (aunque aún transcurra en el) intentará mantener a distancia de todo Ideal, de toda captura fantasmática, de toda envoltura sintomática. O de los encapsulamientos de la imagen narcisística y su infatuación yoica, ofreciéndolo bajo semblante en transferencia, como causa de la división de su analizante.
Y ahora sí, como se habrán dado cuenta, estoy refiriéndome al deseo del analista, al cual efectivamente considero tema principal de la supervisión.

Jacques Lacan introduce una pregunta, que advierte que no puede dejarse fuera de los límites del campo analítico, como ocurre en las ciencias modernas más fuertes, donde nadie se pregunta a menos que ocurra una verdadera crisis (como en el caso de Oppenheimer) que acontece por ejemplo con el deseo del físico. La pregunta a la que me refiero, la formula de la siguiente forma: “¿qué tiene que ocurrir con el deseo del analista para que opere de manera correcta?” Considerando además que lo “didáctico” del análisis del analista no puede servir para otra cosa que para conducirlo a ese punto que en su álgebra se designa como deseo del analista. No privándose en este caso de dar unas vueltas por la alquimia. En particular en lo que hace a esa búsqueda que los alquimistas situaban como un trabajo de purificación en el alma del operador, que implicaba la lectura de las letras ocultas. De alguna manera y sin negar los aportes de Lacan, creo que también se trata de eso que Freud denominaba “el factor personal” y que prefigura al deseo del analista.

Deseo del analista, que es deseo de obtener (más allá de quien sea el analista) la diferencia absoluta, la que interviene cuando el sujeto confrontado al significante primordial accede por primera vez a la posición de sujeción a él. Tiempo mítico estructural que no es sin consecuencias en el plano de la existencia y mucho menos lo es en la de un analista. Resorte fundamental de la operación analítica, que subraya el mantenimiento de la distancia entre la I y la a (El Ideal y la Causa del deseo).
Si la transferencia, dirá Lacan, es lo que de la pulsión aparta la demanda, el deseo del analista es lo que la restablece. Y por esa vía, aísla el a, lo coloca a la mayor distancia posible del I, que él, el analista, se ve llamado por el sujeto a encarnar. Es de esa idealización que el analista ha de declinar para ser el soporte del a separador, en la medida en que su deseo le permite (y me refiero al deseo del analista), en una hipnosis al revés, encarnar, al hipnotizador.
Me parece que ésta definición que implica al analista en un “operar” es razón necesaria, aunque siempre insuficiente, para la constitución del dispositivo de la supervisión. Dispositivo donde “visión” refiere al análisis de la transferencia y sus vicisitudes (incluida la llamada contratransferencia) del analista supervisado. Dispositivo donde el analista supervisado pone en juego, despliega, dice de su “escuchar”. Entendiendo ese “escuchar” como un ejercicio proveniente de su propio análisis en tanto un “haberse dejado decir” y en la supervisión como un “dejar-se-decir- de lo escuchado”.

Sospecho que es en este fluir donde se vehiculiza, se ordena, se formula y por lo tanto se trasmite lo Real que “se refleja” en el sentido.
Visión que sin ser “super” ligará al analista supervisor y al analista supervisante en un “ver” que es examinar y considerar.
Una “visión” que es lectura y que se caracteriza por lo incisivo y  por lo separador.

Para finalizar y con un afán que quisiera diferenciar del interés técnico –es decir del ocultamiento de las verdades en un hacer que se desentiende del “dejar surgir”-, digamos que la supervisión del deseo del analista respecto de ese “correcto operar,” no es de corrección en el sentido pragmático, mecánico, sino ético. Y se refiere a los diferentes momentos de la dirección de una cura, momentos que no se dan sin los peligros que le son concomitantes.

Por ejemplo:

a) La instauración del Sujeto Supuesto al Saber y la confusión de ese sujeto con la persona del analista y la de ese saber con el conocimiento. En otras palabras, el peligro de un saber referencial superpuesto al textual con la falta de singularización que comporta.
b) El diagnóstico en transferencia, que deviene de la puesta en acto de la estructura y el lugar que el analista ocupa en el “cuadro”, con el diagnóstico médico-psiquiátrico, caracterizado por su intento de objetivación y su rechazo a la transferencia.
c) El hacerse hacer con el a del analizante y no con el a del fantasma del analista (allí después podríamos hablar del acting del analista).
d) La confusión de la revisión del sistema identificatorio con las propuestas identificatorias del “yo advertido” del analista.
e) El de-ser del analista que resulta de un trabajo de duelo, opuesto a la consistencia del ser, cualquiera que éste sea.
f) La interpretación urdida del texto (umdichtung) de la simple traducción (ubersetsung).
g) La del síntoma, en tanto verdad que se abre camino, diferenciada del signo o la generalidad de un saber médico-psicológico.

Concluyendo, y contando con los agregados y las correcciones de cada uno de ustedes, permítanme resaltar que hacer la experiencia analítica, que incluye a mi criterio la supervisión del deseo del analista, anuncia un “dejarse alcanzar”, acaecer. Un dejar que esa experiencia nos toque y nos lleve a lo largo del camino, sin creer por eso, que “estamos de vuelta”. Nada más, gracias. (Aplausos)

 

2. Adriana Casaretto.

- Buenas tardes, agradezco a la comisión organizadora la invitación y principalmente a Gabriel Pulice con quién he compartido un tiempo de trabajo institucional, y me honra estar en esta mesa acompañada de los colegas. Bueno, me gustaría abordar con mi trabajo los términos que están contenidos en el título; propuesta difícil la de esta mesa hablar sobre la transmisión de lo Real de la supervisión clínica.

Una afirmación fuerte para comenzar, se podría decir un axioma: Un analista surge de su propio análisis; eso es necesario pero no suficiente afirma Lacan en La Nota a los Italianos de 1974.
El principio freudiano del trípode  para la formación es retomado por Lacan y observado por el conjunto de las sucesivas agrupaciones  psicoanalíticas.  Sea cual sea la tribu o parroquia de que se trate, en todas se sostiene la triple repartición de la formación; la diferencia estriba en  la modalidad de su implementación, sostenida en fundamentaciones lógicas diferentes. Análisis personal, teoría (trabajo epistémico sobre la doctrina) y control/supervisión.

La fórmula tripartita me interesa enlazarla con las tres tareas imposibles que también Freud señaló: analizar, educar y gobernar. A estos imposibles freudianos J. Lacan les hace corresponder tres formas discursivas: el discurso del analista, el discurso universitario y el discurso del amo. Este enlace entre la formación y lo imposible nos indica que si pretendemos analizar, enseñar o controlar sin resto, estaremos ante una tarea imposible. Por esta vía entramos en relación a uno de los términos contenidos en el título de la mesa: “lo real” uno de cuyos nombres es lo imposible. Lo que causa la demanda de supervisión es ese real en juego en la experiencia.
Eric Laurent en su artículo “El buen uso de la supervisión”  señala que Lacan en 1975 en las conferencias de EEUU reconoce una dimensión original del decir en la supervisión ligada al real en juego en la experiencia. Cita a Lacan: «No sé por qué se llama a eso supervisión. Es una super-audición. Quiero decir que es muy sorprendente que se pueda, escuchando lo que les relata un practicante –sorprendente que a través de aquello que él les dice se pueda tener una representación de aquel que está en análisis […] Es un nueva dimensión». Eric Laurent concluye que no lo toma por una conquista evidente, pero lo constata como sorprendente.

Lacan en el Discurso de la Escuela Freudiana de París refiere: “Yo, a menudo, en mis controles –o  al menos al comienzo- más bien aliento a que siga su propio movimiento. No pienso que sea sin razón....que alguien venga a contarle algo en nombre simplemente (...) de que le han dicho que era un analista”. Ubico  una posible  alusión a lo real en juego cuando refiere “aliento a que siga su propio movimiento”; ¿que lo real haga su trabajo?
En la formación del analista, ¿qué es ese resto, ese real que lo simbólico no alcanza a recubrir? ¿Qué es  lo que no cesa de no inscribirse? Allí se ubica el SER del analista; no sabemos qué es un analista;  no hay garantía de la consecuencia de su acto, no hay Otro del Otro en el que pueda autorizarse, no hay significante del analista. Hay la falta que también es falta en saber y la escribimos S(₳). Es por todo esto que el control se impone; se impone  sin necesidad de que sea impuesto, en función de los efectos que  la práctica produce sobre el practicante.

Testimonio de ello es que el control nació casi al mismo tiempo que la práctica del psicoanálisis sin haber mediado ninguna imposición; Freud le escribía sobre  sus casos a Fliess; Stekel, su discípulo, le pidió al maestro conversar sobre su clínica; rápidamente surgieron las reuniones de los miércoles en la Sociedad Psicoanalítica de Viena y allí se discutían las alternativas de los  tratamientos en curso. Es porque la posición del analista es insostenible, que el control se impone, intentando asegurar que hay psicoanalista y no desde una vertiente superyoica sino responsable y ética.  Al respecto en la Nota Adjunta del Acto de Fundación de la Escuela Freudiana de París en el 64, Lacan afirma: “está en juego una responsabilidad que la realidad impone al sujeto, cuando es practicante, asumirla por cuenta y riesgo”.

Es interesante retomar después de estas consideraciones la famosa expresión de Lacan: “El analista se autoriza de sí mismo”, ubicándola en correlación con lo dicho: no hay en qué ni en quién autorizarse; lo que sí hay, es la posibilidad de la formación en relación al trípode mencionado.

La  escritura del discurso analítico indica verificar en el control la posición del analista;  su ser de dispositivo que se soporta en el semblante del objeto a. Por más que se trate de un caso, lo que está por verificarse es la posición del analista. Eric Laurent en el artículo “Su control y el nuestro” señala: “Ser cualquier cosa para cualquier sujeto  podría ser una definición del semblante del objeto a”. También refiere que  es necesario poder constatar a través del relato, que en su acto el analista  permite que el saber inconsciente se coloque en posición de verdad; se trata de que no obstaculice el trabajo analizante para que el psicoanálisis avance.  Si al decir de Lacan el analista es al menos dos, el que está inmerso en la transferencia y el que teoriza esa experiencia, la tarea del control queda situada en ese  segundo tiempo en el cual intentará producir una elaboración de saber respecto de los fundamentos que animan su práctica. Al control se va en busca de un saber que produzca alivio, pero para el peso del acto no hay alivio posible.

Al analista al que se le dirige la demanda no es cualquiera; es alguien a quien se le supone un saber y una ética. Sin ninguna duda hay resortes comunes entre el control y el análisis que es didáctico y por lo tanto se entrecruzan en sus efectos.  El supervisor también está regido por las condiciones del discurso analítico sin que entre en  funcionamiento el par  asociación libre–interpretación, ya que –como dijimos- se trata de un trabajo efectuado por medio del caso que el practicante presenta. Según el discurso  que tenga preeminencia en la respuesta que le es demandada, se producirán  distintos efectos. Si  como resultado se “ve el caso” sin tener en cuenta las subjetividades en juego, se opera allí la inconveniente preeminencia del discurso del amo;  puede darse también el deslizamiento hacia el discurso universitario  al adoptar una posición de saber casi  profética sobre el caso. Estos dos modos de respuesta sostienen la ilusión que el supervisor sería la medida del saber que se le supone; no es de esta manera como se puede avanzar. Si se da la posibilidad  de responder con la incitación al practicante a producir una elaboración de los indicadores del caso en los que podría apoyarse  y maniobrar en la  dirección de la cura, se produce una  torsión de la demanda. En esta opción quien supervisa queda ubicado como sujeto dividido, trabajando con  lo que se pone en juego del saber inconsciente en esa cura, las alternativas transferenciales y los efectos de su decir en tanto sus palabras hayan tomado o no, el estatuto de interpretación.  Aun así, con todo este trabajo en el dispositivo,  la división que opera en él no debe ser suturada; la ignorancia debe seguir animando su posición que no lo emparenta con un “no quiero saber nada”, sino que lo deja en referencia al deseo de saber.
Pero hay dos etapas. Lacan así lo afirma tanto en la cita referida anteriormente donde ubica que él al principio, en el control alienta el movimiento, como en  el Seminario XXIII, cuando dice: "Suele ocurrir que me dé el lujo de controlar, como se lo llama, a cierto número de personas que, según mi fórmula, se han autorizado ellas mismas a ser analistas. Hay dos etapas. Está ésa en la que son como el rinoceronte, hacen poco más o menos cualquier cosa y yo los apruebo siempre. Efectivamente, ellos siempre tienen razón. La segunda etapa consiste en jugar con ese equívoco que podría liberar el síntoma (...)"

Estos dos tiempos nos indican que no en todos los casos, el control pasa la prueba de una transmisión  del punto de real que el  caso comporta. Según el grado de consecuencia que haya  alcanzado para el practicante su análisis personal, quedará ubicado en un tiempo o en otro de los que Lacan describe para la tarea del control. Lo que se puede transmitir es una falta; algo que tiene relación con el deseo inconsciente, con su causa y con el goce enigmático correlato de lo real de la pulsión. El acto de transmisión que está en relación con el acto analítico en transferencia, es pasible de constatación en la sesión de análisis, en un control cuando puede desatarse la sutura que el punto ciego representa y también en el dispositivo del pase, cuando el pasador puede transmitir las vicisitudes de un deseo insobornable de analista cuya causa evidente es la pulsión. Es la estructura del discurso analítico la que habilita las condiciones para que un dicho, un lapsus, una escansión, una interpretación, pueda tener valor de acto analítico, permitiendo al sujeto encontrar su división como sujeto inconsciente, entre el saber que portan sus palabras  y el goce perdido que imagina poder recobrar al amparo del fantasma. Si este efecto se produce, el sujeto sabrá más sobre la falta que lo constituye como hablanteser. Es esto lo que es posible  transmitir en el análisis personal, en la clínica, en el control y en el pase.  La ética de la falta, lo real, lo imposible, la inexistencia de la relación sexual, marcan a ese acto como efecto de la apertura del inconsciente. (Aplausos).

 

3. Noemí Sirota.

-Gracias. También quiero agradecer a los organizadores de esta Jornada. Para mí realmente es un gusto estar aquí, sobre todo porque no he vuelto a la Universidad desde la época de la dictadura, mi camino ha sido con la Escuela Freudiana de la Argentina y los dispositivos de Escuela, y realmente compartir esta mesa con colegas, amigos de otra época y en este lugar realmente me emociona y me produce un gusto enorme.

Voy a coincidir en el punto de partida con lo que planteaba Adriana respecto del tema que nos convoca para ubicar la cuestión de la supervisión, como formando parte, como decía Adriana, de este trípode que hace a la formación del analista. Junto con el análisis y la incorporación de saber que implica el pasaje por los lugares que se imparte una enseñanza, universidad, escuelas, instituciones que no son del mismo orden, pero son los lugares donde en analista toma ese 30% de su formación digamos. Ese trípode crea las condiciones para que el analista practique el psicoanálisis, y en esa práctica construya su estilo. Todo esto ocurre, como dice Freud, según su deseo, es decir, siguiendo su deseo, como consecuencia lógica de su deseo. Entonces la supervisión forma parte de la experiencia del análisis, es decir, está marcada por la función deseo del analista; esa X  de su deseo que el analista pondrá en posición de objeto para otro, en posición del inconsciente, formando parte de la posición del inconsciente.
La primera consideración entonces para pensar la transmisión de lo Real en la supervisión clínica es de qué objeto hablamos cuando decimos que el analista en la experiencia pone su deseo en posición de objeto para otro. ¿Cuál es la dimensión que ponemos en juego cuando hablamos del objeto en el análisis y en este sentido, qué diferencia hacemos cuando con Lacan decimos que se trata de la objetalidad y no de la objetividad? Es la dimensión de lo Real la que introduce esa diferencia; ¿Esto qué quiere decir?

La dimensión de lo Real, Lacan la va definir como lo imposible y nos va a invitar a demostrarlo. También lo dice de otras maneras, lo Real es lo que siempre vuelve al mismo lugar, lo que no cesa de no inscribirse, también dirá que en lo Real no falta nada, es pleno; y en los últimos tiempos de su enseñanza va a decir que lo Real ex -siste, cuando trabaja la referencia a los nudos. Cada una de estas maneras de definir lo Real implica alguna articulación precisa, pero es claro que en la enseñanza de Lacan, cada vez es más preciso y se va llegando por diferentes caminos a ubicar que el Real del que se ocupa el psicoanálisis es la imposibilidad de la relación sexual.

Esta imposibilidad de los seres parlantes que por ser parlantes están afectados de inconsciente. La práctica del análisis y por lo tanto de la supervisión son correlativas de esta imposibilidad, ¿por qué? Porque este Real del que se ocupa el psicoanálisis es de naturaleza sexual, precisamente porque al hablar se pierde el orden natural, el orden etológico, esa respuesta automática a un esquema referencial innato. ¿Cómo se transmite en la supervisión esa imposibilidad? Hay un camino que Freud señala y que Lacan formaliza y ese camino esta balizado por la angustia, es posible transitarlo por ese objeto que Lacan inventa que es el objeto a. ¿Por qué el camino balizado por la angustia es posible transitarlo con este objeto que Lacan inventa? Porque la angustia es la traducción subjetiva del objeto a; entonces es lo que nos permite introducir “al sujeto en el orden del deseo”. Acá voy a hacer una precisión, digamos, es “el sujeto” y no “a el sujeto en el orden del deseo”. Es una diferencia de traducción que en la versión oficial dice “a el” y cambia mucho el sentido ya que el sujeto se introduce en el orden del deseo por el objeto en tanto antecedencia del deseo, es decir por la relación a su falta.

 Quiero contarles un ejemplo para transmitir lo que me interesa ubicar respecto de la angustia. Alguien que viene a supervisar habla de un analizante que practica su sexualidad, que su sexualidad se reduce a la masturbación y a encuentros más o menos frecuentes con prostitutas. Secretos; duerme en camas separadas, en una habitación separada de su esposa; también se enamora de compañeras de trabajo a las que adora sin decirles nada, en secreto. Además sus escapadas con amigos son para fumarse un porro que mantiene en secreto, todos sus placeres son secretos. Cuando este valor de secreto es subrayado por el analista surge angustia y se pregunta para qué se va a analizar, surge angustia también en el analista por la rareza de las prácticas sexuales de este señor. La angustia es porque eso le da placer y no quisiera dejar de hacerlo, no quisiera perder ese goce, el secreto muestra su condición de objeto a. En ese sentido podemos decir que hace falta precisamente ir teniendo en cuenta la instrumentación que se va poniendo en juego en la manipulación de ese objeto como cesible, así como Lacan habla en el seminario de La Angustia como del objeto voz y mirada y de los objetos de la demanda, pecho y heces cesible, elidido, separable; son las condiciones que Lacan va dando para ese objeto que es traducido subjetivamente en la angustia. El secreto indica la presencia del a como amenaza de pérdida, pero ¿Qué perdería? El sujeto dice que el placer, pero no sabe porqué eso es fuente de placer. Lo que sabe el analista es que atesora ese objeto  y es respecto de una distancia, que el sujeto va a poder ser intermediado por esos objetos. Es allí que opera la posibilidad de hacer un corte que oriente la angustia, por  su articulación a la falta. ¿Que pierde si los pierde? ¿Qué falta si ese placer se pierde? Será posible ubicar entonces su valor de resto como plus de goce respecto a la relación con el Otro y es esperable que si se revela su valor de resto, alcance a leerse como causa en el deseo en el fantasma. Quiero decir que la trasmisión de lo Real en el análisis como en la supervisión no es sin lo Simbólico y sin lo Imaginario, no es sin el juego de las dimensiones y la orientación que da la angustia, la que introduce “el sujeto respecto de su deseo”, muestra cómo, con qué cosa entra el sujeto en la escena del mundo, agarrado de qué cualquier cosa sube a la escena del mundo. Esto nos lo enseña el masoquismo cuando alguien puede entrar –por ejemplo como el paciente de Ella Scharp-, a la escena del mundo poniéndose en el lugar de un perro.  El analizante del que hablamos entra a la escena del mundo llevando de la mano un secreto, anda por la vida muñido de ese objeto que si lo pierde se encuentra con la sensación del deseo del Otro, es decir con la angustia, sin respuesta al ¿Qué soy? ¿Qué me quiere el Otro? Sin respuesta que no sea el secreto.

La transmisión de lo Real de la supervisión está a mí entender en el desciframiento de ese lugar de objeto en el que el sujeto se ofrece al Otro en sacrificio, como resto de la determinación que el Otro ejerce. El desciframiento de ese lugar de objeto da al analista el tono de la composición del Semblant. Digo el tono en dos sentidos: en el sentido del color que es metafórico, pero también el sentido temporal que es Real. Cuando digo tono como color me refiero a la metáfora que Lacan utiliza cuando dice que la angustia es un color, y en ese sentido la supervisión transmite lo Real si se puede ubicar en la supervisión cuál es el tono que nos da la señal de angustia de parte del analista, cuál es el modo de abstenerse de eso, de dar la señal de angustia. Es decir, ubicar esa máxima diferencia entre el acto del analista poniendo en juego su deseo como objeto para otro y el acting-out y el pasaje al acto que son modos de hacer jugar la transferencia como escena y no como campo operatorio. Es una diferencia que es necesario que el analista tome en cuenta.  Ese tono que es Real está dado por la función de corte que opera entre otras cosas como regulador de la angustia. Quiero decir, que hay de lo Real de lo que se ocupa el psicoanálisis una lógica que rige el fantasma con el cual el sujeto sostiene su deseo y la lógica del acto analítico que permite la construcción de ese fantasma y la separación, esa separtición de la que habla Lacan en el Seminario X y de ese lugar fijo que el fantasma determina, es la puesta en función de la causa, es la separación de I y de a, la falta como causa del deseo, también para el analista. Nada más.
(Aplausos)

 

4. David Laznik.

- Buenas tarde, quiero agradecer la invitación que me han hecho los organizadores con quienes me une una intensa relación de trabajo, amistad, y de quienes puedo dar testimonio del empuje, la pasión, el deseo decidido con el que sostienen desde hace muchos años este trabajo de articulaciones, relaciones, intersecciones entre el psicoanálisis y la investigación, que permite poner en juego, desplegar, hacer algo interesante con ciertas preguntas importantes y preguntas que van formulando de un buen modo.

Esta pregunta ardua, compleja, acerca de la transmisión de lo Real en la supervisión, me parece que es la ocasión para volver a preguntarnos algo que ya está instituido como parte de las prácticas sistemáticas de los analistas y que configura la doctrina misma de lo que atañe a la formación del analista.  Ese es el punto por donde voy a empezar, que es el punto de la doctrina que participa del registro mismo de la repetición. Me parece que la trasmisión de lo Real supone la apuesta por un más allá de la repetición que implica, no una nueva doctrina, sino el fundamento de la praxis que sostiene la posibilidad de recrear y renovar la doctrina. No necesariamente fundando una nueva doctrina –no  es la sustitución de una doctrina por otra-, sino revisando cuáles son los fundamentos de la misma.

Bien, la doctrina como fue acá citado por la mesa anteriormente, la doctrina freudiana que hemos adoptado los analistas después de Freud, es que la formación del analista implica las tres dimensiones: la formación teórica, la supervisión y el análisis personal. Me parece que uno de los modos de interrogar la particularidad de estas tres dimensiones –a  mí me resulta útil al menos-, es cotejarlo, confrontarlo con otros tres registros, otras tres dimensiones, que son de otra índole digamos, pero que me permiten interrogar el estatuto de este trípode freudiano, que son las dimensiones de lo público, lo privado y lo íntimo. Introduzco especialmente la dimensión de lo íntimo porque muchas reflexiones apuntan a ubicar un binario de lo público y lo privado y me parece que es necesario ubicar una instancia ternaria e introducir la dimensión de lo íntimo que es la más compleja. Uno podría decir –al  menos yo lo puedo pensar de este modo-, lo público es lo que yo comunico a otros a partir de lo que yo sé, de lo que yo sé de mí; lo privado es lo que yo sé de mí pero me abstengo de comunicar a otros; mientras que lo íntimo, como una primera aproximación, quizá tenga que reducirlo –es  una cuestión bien compleja-, pero podemos pensar a lo intimo como aquello que no comunico a otros en el punto que tampoco lo sé de mí. Es decir que no es un acto de voluntad. Supone un saber de otra índole que no es comunicable, que no es comunicable por razones de pudor, de la moral, de la vergüenza, etc.  Uno está tentado –yo   mismo estoy tentado-, de ubicar una cierta gradación, una escala, una progresión que va de lo íntimo a lo privado y después posteriormente a lo público como si fueran amplificación de escenarios. Pero hay una instancia que permite ubicar la complejidad de esta cuestión, que es la particularidad de este fenómeno, de esta duplicación de las instancias, dónde se visualizan las películas. Vieron que hay un fenómeno bastante complejo, que no sólo están desapareciendo algunos video-clubs sino que están desapareciendo los cines. Algunos complejos de cines ahora ya van a cerrar por la cuestión de la instancia hogareña. Entonces está en duda si de aquí a 10 años van a seguir existiendo los cines. Pero mientras tanto, lo que es interesante es que mientras el cine, las salas de cines suponen el registro de lo público y la instancia hogareña el registro de lo privado, es significativo que lo íntimo se sostiene más en el ámbito público, ¿por qué? Porque en las salas de cine en el ámbito público, si uno quiere comentar la película con su acompañante se escuchan varias voces que lo acallan, y uno no puede decir: “bueno pongo pausa y voy a tomar un café, voy a tomar un whisky, voy a tomar un vino” o lo que fuera, o uno tampoco puede rebobinar para decir “hay algo que se me escapó y entonces …” ¿no? Parece paradójico, parece que es más posible sostener la dimensión de lo íntimo en el ámbito de la sala pública que en el ámbito de la instancia privada del hogar. No es para asimilar simplemente lo íntimo a lo público sino para alertar que no es cuestión de asimilar lo íntimo a lo privado. Son registros bien diferentes, y donde lo privado puede también contradecir la dimensión de lo íntimo. Efectivamente no se trata de una escala, sino que lo íntimo podríamos decir, es lo que le acontece al sujeto,  eso del orden de un acontecimiento, no comunicable. Y lo íntimo no es algo habitable sino que es el fundamento del sujeto que puede desplegarse o no en los ámbitos de lo público y lo privado, es decir que lo íntimo es aquello que del análisis puede ponerse en juego tanto en la formación teórica como en el registro de la supervisión. Por lo tanto esta pregunta que se plantea de la transmisión de lo Real en la supervisión me permite a mí formular  la pregunta de qué es lo que del análisis personal  se puede poner en juego y desplegar en el ámbito de la supervisión.

Ubiquemos uno o dos momentos en Lacan. En “La Dirección de la Cura…” Lacan aborda una cuestión que es interesante, interrogando fundamentalmente –él tiene como referente la regla de abstinencia en Freud y ubica el registro de lo que los analistas debemos pagar-, ustedes sabrán que los analistas debemos pagar con palabras, con nuestra persona y con un juicio sobre nuestra acción. Este pago podemos abordarlo en una doble dimensión, en el sentido de que por un lado algo se pone en juego. Para pagar, algo hay que poner en juego, al mismo tiempo que el pago supone algo del orden de una pérdida. Claro, si hay que pagar con palabras quiere decir que un analista no puede ser mudo. Pero al mismo tiempo las palabras que diga no podrán ser su propia palabra, tendrán que ser las palabras que él escucha; que él dice lo que escucha que viene de lo que el analizante ha dicho. Le retorna al analizante su propia palabra, su propio mensaje en forma invertida, ¿para qué? Para que esto pueda constituir la interpretación y no una mera opinión del analista. Lo mismo respecto de la persona; es necesario estar ahí pero no con la propia persona, sino no hay posibilidad de hacer lugar a aquello que es transferido por parte del analizante. Efectivamente, la regla de la abstinencia es retraducida, re-transcripta por Lacan en el orden del muerto, del ausente de sus propias palabras, del ausente de su propia persona y que es solidario con dos vertientes de la transferencia: aquella en que somos soporte de la transferencia del ideal, por un lado, y aquella donde somos soporte de la transferencia del objeto, sea en la vertiente del objeto degradado, sea en la vertiente del objeto de la angustia (lo que Lacan tematizará después como el objeto a). La cuestión es que es éste el lugar al que estamos destinados, pero es necesario producir un juicio respecto de porqué habré de ocupar este lugar y qué hacemos cuando ocupamos este lugar. Por eso Lacan después dice que es necesario pagar también con un juicio sobre nuestra acción como analistas, es decir, la pregunta es: ¿qué deseo sostiene a esta acción? Efectivamente es el momento, no es casualidad, este es precisamente el texto donde por primera vez Lacan nombra, inventa el término deseo del analista, en “La Dirección de la Cura…”, cuando se interroga respecto del juicio sobre la acción del analista. Es el texto donde aparece por primera vez mencionado, es el inicio de la interrogación de Lacan respecto del deseo del analista que supondrá, a mi gusto, según mi lectura digamos, una cierta torsión respecto del planteo de Freud. En línea con el planteo de Freud, pero una recreación de que un análisis no produce un analista, un análisis produce un deseo novedoso, un deseo nuevo, un deseo con el cual un analista puede sostener su acto, puede ocupar un lugar en la transferencia, puede sostener su acto. Esto permite efectivamente sostener ese registro del deseo del analista que no es simplemente lo que un analista quiere hacer de su analizante, sino más bien lo que un analista desea que su analizante haga de él; si quiere que haga de él simplemente un descifrador del oráculo o si quiere que haga de él el objeto a. Aquí es, efectivamente, más problemática ésta última instancia.  ¿Y dónde es más problemática la exposición del analista como objeto a? Simplemente, porque ocupar la posición de objeto a implica, entraña, sugiere la dimensión de un goce masoquista. En principio, el neurótico al ocupar esa posición, implica, pone en juego una posición masoquista. Es por eso que algunos años más tarde Lacan hace una pregunta a mi gusto crucial, que es en el Seminario XIV, en el Seminario de “La Lógica del Fantasma”: ¿De qué goza el analista en la posición que ocupa? Es decir, si estamos destinados a ocupar la posición de objeto a entonces, ¿qué deseo sostiene esa posición, que nos veamos conducidos a esa posición? ¿Es el deseo que nos va a llevar a una posición masoquista, a un goce masoquista? Es una pregunta que efectivamente prosigue con la interrogación de Lacan por el deseo del analista.
Es ahí donde el aporte que les propongo es retomar una afirmación de Freud –que  me parece que no es una afirmación naif, es una toma de posición respecto del modo de cómo él sostiene su convicción, su posición como analista-, ahí donde él dice que un solo caso clínico, un solo análisis que contradiga la teoría psicoanalítica lo lleva a él a optar por desechar, si es necesario, el conjunto de los fundamentos teóricos del psicoanálisis y reconstruirlo. Vale decir que, y no lo dice en el inicio de su práctica –lo dice cuando, en términos de los tomos de Amorrortu estamos en el tomo XIX o XX-, “tiro por la borda todo lo que hice hasta el momento y vuelvo a empezar”. Ahí hay algo del orden de una apuesta de Freud en su práctica que implica la dimensión  del volver a empezar, no del que se está iniciando y se cae y se tropieza a cada rato y dice “bueno vuelvo a empezar”, sino en el punto de la mayor experiencia.

Es decir que lo que plantea Freud es que una experiencia ya conocida, muy conocida por él, puede resultar ser como la primera. Vamos a plantearlo en otros términos. Freud se propone, se reconoce, se ubica en la posición de una virgen. Es decir de alguien que a pesar de su experiencia, una ocasión, un acontecimiento podría ser como si fuera el primero. Él está en una experiencia, en el orden de una clínica, de una práctica, como si fuera la primera, cuando ya tiene años, ya tiene el cuero curtido. Es decir que propone como una nueva primera vez. Esta nueva primera vez suena extraño porque pensamos más bien que la primera vez es algo del orden del pasado, que lo nuevo es algo por ejemplo que puede mejorar. La noción de progreso se sostiene ahí, es un problema análogo a la constitución del sujeto, como seguramente resonará en todos ustedes, y no es casualidad. Intuitivamente Freud lo citó cuando en Tótem y Tabú ubica la constitución del sujeto en relación a la muerte del padre, es decir a la inscripción del Nombre del Padre. Pero inmediatamente después en el texto posterior que no entraba –parecía-, en Tótem y Tabú, en relación a los 3 tabúes –el  tabú de los reyes, el tabú de los muertos, el tabú de los enemigos, es decir las figuraciones del padre-, aparece el tabú de la virginidad, y es como si Freud hubiera en cierto estado práctico (esto lo formaliza mucho tiempo después Lacan) anticipado algo del orden de dos dimensiones que no se recubren, que se interceptan, que se conectan pero que no se recubren, que para situarla yo lo diría de este modo: es que no es cierto que la primera vez sea la mejor. Es decir, que la primera vez sea la mejor, es un mito –y  por experiencia no voy a pedir que  aquel para  quien fue la primera vez la mejor lo testimonie en público (risas)-, me parece que efectivamente el registro de lo íntimo debe ser preservado, pero me parece que aunque más no fuera, es bueno que la primera vez no haya sido la mejor porque sino después uno está condenado a vivir de las nostalgias (risas). Efectivamente “la mejor” supone el registro de la serie, es sabido que este registro de “el mejor” supone la serie, más propiamente el conjunto que Lacan nombra como goce masculino, como goce fálico. En el  goce femenino, aparece otro registro del goce que es de aquello que podríamos decir la primera vez no es la mejor ni tampoco la peor, lo que sí podemos decir es que es única, ¿Por qué? Porque es la única que no tiene antecedentes. Vale decir que en ese punto es irrepetible, es una primera marca que permanece como tal. Vamos a decirlo de otro modo: es un más allá de la repetición, y que efectivamente ubica a la Virgen en el orden de la inexistencia, en este lugar de no marcada por el sexo que la emparenta con la cuestión que en la teología ocupan los ángeles y que en la filosofía aparece como el lugar de la eternidad, vale decir de aquello aun no nacido. Esto tiene cierta solidaridad con cierto momento de   complejización en la teoría de Lacan donde podríamos diferenciar entre la posición femenina y el goce femenino. Digo, ahí donde si definimos la posición femenina como esta posición de ubicarse como el objeto a del fantasma de un hombre, efectivamente aparece como un instrumento de satisfacción, como aquello que permite satisfacer al hombre, pero la insatisfacción histérica nos testimonia que no es de ahí de donde obtiene su goce. El goce femenino más bien supone la pérdida de esta posición de objeto a que permite entonces alcanzar la dimensión de un vacío, vacío que no es un vacío puro. Es lo que Lacan escribe después de 12, 13 años: el significante de la falta en el Otro –del cual hablaba antes Adriana Casaretto-, que a la altura del Seminario VII, VIII, Lacan escribe del lado paterno, es decir asociado al padre muerto, 13 años más tarde (en el Seminario XX) Lacan escribe el significante de la falta en el Otro del lado femenino, digamos, es un giro significativo en la obra de Lacan y que efectivamente permite ubicar aquello que José [Grandinetti] antes situaba como esta referencia de Lacan de confrontar al significante primordial que accede el sujeto por primera vez. Es decir, una marca que inscribe como punto de partida un vacío. No es un vacío puro, es una marca que funciona como punto de partida, como origen que implica una primera vez que vuelve a producirse. Pero es una primera vez que no es la repetición de la primera (que esa puede ser mejor o peor, ya se instituye la serie, tiene antecedente); es una nueva primera vez, es cada vez única, implica un volver a pasar por esa marca, volver a pasar por esa marca que es una de las perspectivas que Lacan nos aporta respecto del fin del análisis. Es decir que este vacío aparece como una condición de posibilidad de un origen, de volver a pasar por este origen mas allá de la repetición, significa un volver a empezar. Quizá podríamos  establecer una cierta analogía (esta diferencia entre la posición femenina y el goce femenino) entre la posición del analista y la instancia donde un analista sostiene su acto. No es lo mismo la posición del analista como ideal o como objeto a, que esa instancia donde como analistas sostenemos nuestro acto, que supone la transmisión de ese Real en lo íntimo del análisis que puede desplegarse en el espacio de la supervisión, posibilitando que un analista se afirme en ese primera vez, en ese lugar de origen produciendo nuevamente su acto en un volver a empezar. Gracias.
(Aplausos).

Notas

(1) Mesa Redonda realizada el 28 de noviembre del 2009 en el marco de la” II Jornada de Investigación <> Psicoanálisis: El problema de la transmisión y los límites del lenguaje en la experiencia psicoanalítica”. Realizada en la Facultad de Psicología (UBA), organizada por la Secretaría de Extensión, Cultura y Bienestar Universitario de la Facultad de Psicología (UBA) y por el  Foro Investigación <>Psicoanálisis. El Comité Organizador estuvo compuesto por Omar Demattei, Luis Disanto, Gabriel O. Pulice, Rosa Rabinovich, Oscar Zelis
 

Volver al menu de Investigaciones Teórico Conceptuales

Colabore con una Membresía Solidaria y obtenga sus contraseñas únicas de acceso a todas las áreas de PsicoMundo (revistas, seminarios, etc.)

PsicoMundo - La red psi en Internet