Trabajo y Psicoanálisis

La desocupación: algunas de sus consecuencias(*)

Dr. Miguel Angel de Boer(**)

 

I. Breve introducción

Los años venideros darán cuenta de si el cambio que se está viviendo en el mundo corresponde al colapso de la modernidad, o es un proceso del cual emergerá una instancia superadora de la misma.

Lo cierto es que nuevas condiciones políticas, económicas y tecnológicas han modificado a la sociedad de un modo impensable en cuanto a su magnitud y vertiginosidad.

La globalización de la economía con el consiguiente desdibujamiento territorial, es decir la transnacionalización; la aceleración del cambio tecnológico con el auge de la informática y su impacto en la comunicación; el predominio de la racionalidad del mercado en desmedro de la intervención del Estado como mediador de los distintos intereses sectoriales (privatización); la descentralización del ser humano como sujeto prioritario del acontecer histórico; han condicionado una situación de precariedad en la vida cotidiana que se patentiza en una cada vez más aguda fragmentación social, con impactos múltiples a distintos niveles.

El culto al consumismo, la oferta ilimitada de la diversidad ("el imperio de lo efímero", donde todo lo que aparece ya es obsoleto), la pérdida de hegemonía del saber y el conocimiento, la transformación de los roles familiares y sociales, la modificación de las costumbres, están produciendo un cambio en la percepción de la realidad tal cual era captada hasta hace muy poco tiempo.

La sociedad pareciera estar decidida a mostrarse en toda su desnudez, tanto en su capacidad de desarrollo y evolución, como en el grado de injusticia e inequidad a la cual está dispuesta en función de la lógica del rendimiento.

Nunca se ha puesto tan en evidencia la ilimitada inteligencia del ser humano, como nunca se expusieron de un modo tan desenmascarado las desigualdades y las miserias.

Todo lo cual conlleva una vivencia de incertidumbre que derrumba los sentimientos de seguridad, vulnera los proyectos colectivos, dejando inerme a la gran mayoría ante una realidad cada vez más compleja, donde las expectativas se ven frustradas permanentemente, generando la pérdida de referentes indispensables para la cohesión individual y social con la consiguiente desorientación y confusión.

Ya nada es como era, y lo que es va cambiando permanentemente. La realidad se ha hecho más irreal en algún sentido y mucho más real (hiperreal) en otro. Todo es posible y todo es imposible. Se ha anunciado que sería posible superar la velocidad de la luz. Podemos presenciar cualquier acontecimiento que ocurre en cualquier lugar del mundo al instante, a la vez que no sabemos que va a ser de nuestras vidas la semana próxima. El mundo se encuentra al alcance de todos (¿de todos?) aunque a muchos ya no les "alcance" el dinero para comer. Los llamados "chicos de la calle" manejan con habilidad juegos electrónicos que la mayoría de los adultos sienten como inaccesibles, y es de esperar que muy pronto se difundan a nivel masivo los juegos de realidad virtual. En muy poco tiempo los mecánicos que no conozcan computación no sabrán que hacer con los vehículos que salen al mercado. Los jóvenes no saben qué estudios seguir ( los que pueden) porque las posibilidades de sobrevivencia a través de una profesión se ven acotadas. Ser comerciante o empresario no garantiza un futuro de bienestar económico. Las profesiones liberales no son reaseguro de nada. Las relaciones de dependencia tampoco.

Los pocos beneficiados ostentan sus privilegios sin ningún pudor, y los marginados comienzan a exteriorizar su malestar de múltiples maneras.

La democracia como sistema de gobierno parece haberse fortalecido. La dificultad radica en qué hacer con ella, para poder articular un proyecto que beneficie a la sociedad, esto es: que el crecimiento económico no se produzca a expensas de la justicia social.

Y dentro de los múltiples problemas que se deben resolver, se destaca una nefasta consecuencia de los cambios que se están produciendo y que se ha transformado en un emergente social que se agrava día a día: la desocupación.

II. Algunas precisiones

El ser humano no adquiere su condición de tal únicamente por su condición biológica. Esto es: el cuerpo anatómico se humaniza en tanto adquiere una identidad, la cual se construye a través de (y lo enraíza en) la cultura. Y en ese recorrido de lo biológico a lo social deviene como un ser trascendente con conciencia de sí mismo y para los demás.

De modo que el lugar que ocupa una persona en el medio social al que pertenece, es un elemento determinante de su constitución como tal, en tanto factor de sostén y de integración, sin el cual queda marginado y excluido como actor o agente social, queda desarraigado.

Un des-ocupado es alguien que ha dejado de ocupar su lugar. Lo ha perdido. Perdiendo no sólo un marco de referencia temporo-espacial, sino los atributos inherentes al mismo, tanto desde el punto de vista subjetivo (para sí mismo) como en relación con su contexto. Existimos en tanto seres vivos, pero somos en la medida que podemos expresar y desarrollar socialmente nuestra personalidad. En este sentido ser un desocupado equivale a un ser-a-medias o a un no-ser (en tanto vivencia de incompletud).

Es decir que el trabajo no sólo sirve para hacer dinero ( hay muchos otros modos de poder lograrlo), sino que brinda la posibilidad de orientar los componentes vitales hacia fines sociales (entre ellos las pulsiones agresivas). Y con esto no me estoy refiriendo al trabajo en sí mismo, sino a aquel que contempla las necesidades y las capacidades, es decir al trabajo digno y no al que suele enmascarar la mas crueles formas de explotación y denigración humanas o al que se utiliza para ocultar lo que en realidad no es sino parasitismo y corrupción.

De modo que quedar desocupado implica quedar afuera, al margen de las posibilidades, no sólo del progreso o la mera sobrevivencia, sino de la inserción social misma, en la medida en que la improductividad –en una sociedad que hace de la eficiencia y la capacidad de consumo valores de reconocimiento- estigmatiza (señala) a quien no trabaja como alguien que ha "fallado" en cuanto a responder a los mandatos que esta misma sociedad le ha impuesto, y que están interiorizados en tanto mandatos culturales.

Esto significa que todo aquél que ha perdido su fuente laboral vive tal situación como un fracaso personal (por más que la misma sea producto de un proceso socio-económico), generándose numerosos conflictos que se expresan a nivel individual, familiar y social.

III. Consecuencias

A la luz de la experiencia que hemos tenido oportunidad de vivir hasta el momento se pueden considerar tres etapas (a los fines descriptivos) respecto a la desocu pación:

l) la amenaza de quedar desocupado, 2) el momento en que se produce la desocupación y 3) la situación de ser un desocupado.

l) La amenaza

Esta etapa –que hoy por hoy vive la mayoría de la población- se caracteriza por una serie de mecanismos que entran en juego con la finalidad de atemperar o conjurar la idea de que tal situación pueda llegar a producirse.

Las fantasías tienen un carácter mágico y su sustrato común es la idea de que "a mí no me va a pasar" o "a mí no me puede pasar". Racionalizaciones tales como: "con los años que llevo no creo que me despidan", "soy joven pero efectivo", van adecuándose según la situación de peligro va avanzando ( despido de compañeros de trabajo, anuncio de reestructura ciones, etc.). En el caso de las empresas estatales (como YPF) el conjuro estaba sustentado en hechos como la supuesta seguridad que brindaban ciertos cargos jerárquicos o el "manejo de la información" que circulaba a través de una intensa y confusa campaña de rumores; argumentos emocionales tales como: "con todo lo que le di a la empresa no me puede hacer esto" o francamente místicos: "no he hecho nada para que Dios me castigue de esa manera".

Los intentos de negar o desmentir la posibilidad del desempleo se van tornando con el tiempo cada vez más ineficaces, lo cual se pone de manifiesto en un incremento constante de la ansiedad, trastornos del humor, dificultades a nivel familiar con un bajo nivel de tolerancia y aumento de la agresión, incremento del consumo de alcohol y/o psicofármacos, con un paulatino estado depresivo (cansancio, pérdida de interés, dificultades de memoria y concentración, trastornos del sueño, etc., acompañado por lo general de fantasías catastróficas), donde no son infrecuentes los ataques de pánico (súbito temor a morir acompañado por sensaciones que semejan una crisis cardíaca, con mareos, palpitaciones, etc.), diversas manifestaciones psicosomáticas ( hipertensión, gastritis, asma, problemas de piel) y afecciones compatibles con un elevado nivel de estrés tales como las crisis hipertensivas, los infartos y los accidentes cerebro-vasculares. Desórdenes todos compatibles con la sobreadaptación a la que se debe hacer frente.

La situación repercute a nivel familiar con las consecuentes dificultades de pareja (disputas de diversa índole, disfunciones sexuales, etc.) y diversos trastornos en los hijos: de conducta, de aprendizaje, alimentarios, psicosomáticos, etc. (los niños y los adolescentes por su vulnerabilidad suelen ser los primeros en acusar el impacto).

En el caso de las personas que no están en relación de dependencia las consecuencias no son muy distintas, salvo el desasosiego debido a la carga que implica la autonomía y la consiguiente autoresponsabilidad en los resultados de la posible catástrofe.

2) El despido

Es vivenciado en un primer momento como el fin de una larga agonía, con el consiguiente alivio inicial respecto de una situación psicológicamente insoportable. "Ya voy a ver que hago", "ya no aguantaba más" son algunas de las expresiones más frecuentes. Vivencias de este tipo aceleraron la decisión de muchos (sumado a la intensa presión psicológica a la que se vieron expuestos) a aceptar los retiros "voluntarios", como modo de acelerar el cese del sufrimiento. El alivio suele ir acompañado de cierta euforia (contracara de la depresión subyacente) respecto a las posibilidades de hacer algo "distinto", que se expresa en ideas como: "voy a trabajar por mi cuenta", "al fin y al cabo el trabajo ya me tenía podrido", "ya no voy a tener que bancar más a los del laburo", "con las relaciones que tengo, seguro que algo consigo", etc.

Alivio y euforia que luego van cediendo ante las dificultades que se van presentando para lograr los objetivos propuestos, con lo que la esperanza va disolviéndose para dar lugar a sentimientos de impotencia, de autodesvalorización, en fin, de intensa frustración y desasosiego.

En general el grupo de pertenencia (familia, pareja) –que un comienzo actúa solidariamente- va reaccionando frente a la nueva situación con actitudes de reproche y resentimiento hacia el desocupado, produciéndose una disgregación en los vínculos de cohesión, lo cual produce un reforzamiento del sentimiento de marginación. El tiempo ocioso forzado, con los consiguientes cambios en los ritmos cotidianos, son fuente de fricciones que van incrementándose con el tiempo, modificándose sustancialmente la valoración del rol que desempeñaba en el grupo familiar quien era - hasta ese momento- la base del sustento económico del mismo. Lo cual acrecienta el temor y la sensación de peligro del desocupado, puesto que a la marginación laboral se suma la marginación en el seno de la familia, es decir, se instala la amenaza de la pérdida del soporte y continente afectivo y emocional.

En esta etapa suelen aparecer en forma súbita - o se acentúan - las patologías enumeradas en la etapa anterior, destacándose la intensificación de la violencia, los conflictos de pareja (separaciones), los desórdenes en los hijos ( quienes comienzan a descalificar al desocupado, quien es visualizado - ahora - como el responsable de la frustración de sus necesidades y de su desprotección ). Los estados depresivos se instalan en toda su magnitud, del mismo modo que el uso de distintas sustancias, como modo de evadir tan penosas circunstancias.

En definitiva la sensación de aislamiento es cada vez mayor, y al empobrecimiento económico se suma el empobrecimiento de la propia identidad, la cual se ve convulsionada por una verdadera crisis.

3) El post-despido

Paulatinamente tanto el desocupado como el grupo familiar, van adecuándose a la situación, es decir, toman plena conciencia de su estado y sus consecuencias, frente al cual dos son las actitudes que se adoptan más frecuentemente:

a) La reorientación del grupo: con el reordenamiento de los roles, la intensificación de la solidaridad entre los miembros, la búsqueda de readaptación creativa a través del diálogo y el rescate de los lazos afectivos. En muchos casos se produce una ampliación de los vínculos en la red familiar (búsqueda de apoyo en parientes), como asimismo en el ámbito social de pertenencia ( asociaciones, vecinos, etc.). En definitiva se opta por el acercamiento y la confraternidad como modo de atemperar el impacto, lo cual se expresa a través de una participación social y cultural con predominio de los sentimientos de solidaridad y cooperación. Esta actitud posibilita una resignificación que abre las puertas a la búsqueda de alternativas de solución tanto individuales como colectivas (o mejor dicho: donde los intereses colectivos no se viven como opuestos a los intereses individuales), por lo que ni el desocupado ni el grupo familiar quedan aislados de su entorno, lo cual permite la transmisión y el uso de la experiencia (y cultura) acumulada.

b) La cronificación del desajuste y el deterioro: en cuyo caso predominan la dispersión familiar, la resignación paralizante, el individualismo (cada uno se "arregla por su cuenta"), cuando no directamente la destructividad en sus manifestaciones más primitivas. La violencia, el desapego y la renuncia a las responsabilidades, generan situaciones que suelen ser irreversibles: tal el caso del suicidio, la agresión física descontrolada o el abandono de los más débiles (enfermos, niños y ancianos). La confusión gana terreno produciéndose una verdadera pérdida del sentido de realidad. La frustración y la agresión se suelen expresar en esta etapa a través de diversas patologías tanto a nivel psicológico como somático ( los desórdenes de estrés post-traumático, las enfermedades cardiovasculares y psicosomáticas, los trastornos de ansiedad, la depresión, el cáncer, se ven incrementados), con lo cual se agrava aún más la situación económica, favoreciendo la aparición de conductas antisociales o delictivas.

Con la vivencia de que "no hay nada que hacer", de que "todo está perdido" y de que "ya nada importa", la agresión desborda el ámbito familiar para trasladarse al ámbito social (cualquier motivo se torna válido para expresar la violencia contenida).

La pérdida absoluta de expectativas, la desesperanza y el escepticismo socavan el psiquismo, naturalizándose así conductas denigratorias de la condición humana con la transgresión de las más elementales pautas de convivencia.

Todos están dispuestos a cualquier cosa con tal de "zafar", tanto del hostigamiento externo como del desequilibrio interno, "huida" que –por imposible- produce situaciones cada vez más complejas.

IV. Conclusiones

De modo alguno he pretendido agotar con el presente las innumerables consecuencias de un problema tan complejo como es el de la desocupación. Trabajo que compete al ámbito de distintas disciplinas e investigadores. Mas no por complejo debemos eludir su reconocimiento y los modos de poder resolverlo.

No comparto el concepto de que se trata de un flagelo , pretendiendo con este eufemismo simplificar las causas que lo promueven. La economía de mercado - tal cual se ha implementado hasta el momento - ha traído aparejado una progresiva exclusión social, donde los "beneficiados" son cada vez menos. En la medida que no se promuevan soluciones genuinas, los efectos seguirán produciéndose inexorablemente. Los estallidos sociales que se presentan cada vez con mayor frecuencia son prueba de ello.

El asedio de la miseria y la pobreza generan un sentimiento de orfandad y de incertidumbre que llevan a la desesperación y al desdibujamiento de las expectativas. Se han globalizado la desilusión y el desencanto.

La exaltación de la ecuación costo-beneficio en desmedro de las necesidades de distintos sectores sociales vulnera los lazos de pertenencia y fractura los bases de arraigo a la comunidad.

La fragmentación familiar y la atomización social son el campo fértil para el surgimiento de la violencia en sus distintas manifestaciones (hasta no sería improbable un resurgimiento de cuño mesiánico que pretenda "cambiar" el curso de la historia).

La deserción del Estado en su función de mediador para el logro del bien común (que se patentiza en su desentendimiento en ámbitos como la salud y la educación) en conjunción con la reconversión que afronta el sector privado, sigue posibilitando la inequidad y la desigualdad de oportunidades, con el agravante de la declinación de valores éticos y morales sustentados en el afán de lucro y de poder, o en pos de la mera subsistencia ( empleados "ñoquis", funcionarios supernumerarios, elites a nivel dirigencial estudiantil y académico en las Universidades haciendo su negocio particular, es decir: burocracia administrativa, política y pedagógica, que contribuyen así a fortalecer la idea acerca de la ineficiencia y la incredibilidad en las instituciones estatales, etc.).(***)

La complejización de la realidad incrementa la vivencia de imprevisibilidad frente a la cual no caben soluciones simples. En ese sentido el problema de la desocupación afecta al conjunto de la sociedad y la única salida posible estará dada por la conjunción de esfuerzos de la sociedad en su conjunto.

Cabe señalar que entiendo que no es la desocupación el factor único y excluyente de todos los efectos que he señalado en el presente trabajo ( puesto que cualquier patología es consecuencia de múltiples factores, y no toda persona que atraviesa esta situación necesariamente ha de enfermarse), pero es indudablemente en este momento, el más relevante. Con esto quiero significar que no sólo generando fuentes de trabajo es que se va a mejorar linealmente la salud mental de la población, pero sin lugar a dudas contribuirá a acrecentar la misma de un modo notable.

Comodoro Rivadavia, Agosto, 1995

(*) Seleccionado como el mejor Trabajo Libre presentado en las II Jornadas Atlánticas de Psiquiatría, organizado por la Sociedad de Psiquiatría y Psicología Médica de Mar del Plata y la Sociedad de Psiquiatría de La Plata, realizadas entre el 31 de Octubre y el 2 de Noviembre de 1996.

(**) Presidente electo del Capítulo Salud Mental, DD.HH. y Tortura de APSA.

9 de Julio 880, 1º P. "10"- 9000 - C. Rivadavia. Chubut

TE: (0297) 444-4886 Telefax: (0297) 4 55-7469

(***) El Ministro de Economía (Domingo Cavallo) acaba de reconocer públicamente la existencia de bolsones de corrupción a distintos niveles gubernamentales ( "mafias").


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