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Presentaciones de libros

Tres grandes sueños
Pablo España - Mario Alquiciria

 

Hace cien años que Sigmund Freud —el padre del psicoanálisis— publicó un texto que revolucionaría gran parte de las ideas con las que transitaría el siglo XX. "La interpretación de los sueños" devolvió al sueño la importancia que universalmente se le reconoció en épocas antiguas y le aplicó un procedimiento diverso al empleado en aquel entonces.

Dicha obra está basada sobre la idea de que los fenómenos oníricos son productos capaces de revelar su significado mediante una labor interpretativa, caracterizada por su minuciosidad y rigor científico.

De aquí se desprende el hecho crucial de que la interpretación sea el punto privilegiado desde donde se abordan tales productos.

El presente libro se propone abordar tres grandes sueños que tienen como común denominador la pasión, la locura y la seducción. Tres grandes sueños soñados por grandes personajes de nuestra historia. Personajes trágicos que, a pesar de estar separados por el tiempo y la distancia, comparten los atributos esenciales de todo "sujeto imposible".

El primer sueño que aquí se analiza es el de la "inyección de Irma", sueño emblemático que representa una de las más importantes etapas en la construcción del método psicoanalítico para el conocimiento del inconsciente. Fue el primer sueño interpretado detallada y sistemáticamente por Freud, y le serviría además como modelo para ejemplificar su teoría de los sueños.

El segundo sueño es el que tuviera el famoso filósofo marxista francés, Louis Althusser, y que anticipara la tragedia que tendría lugar dieciséis años después, cuando la mañana del 16 de noviembre de 1980, Althusser estrangulara a su esposa, con quien había convivido durahnte más de treinta años.

Y, por último, "Alicia en el país de las maravillas" de Lewis Carroll, que, sin ser propiamente un sueño, posee todas sus peculiaridades y es, por tanto, susceptible de ser sometido a una interpretación psicoanalítica.

Tres grandes sueños que revelan mucho más acerca de sus respectivos autores que de lo que gira en torno a ellos. Tres grandes soñadores que, como podrá comprobar el lector una vez concluida la lectura de este libro, no son más que tres "sujetos imposibles" movidos por una sed insaciable de pasión, locura y seducción.

Este libro no se vende en librerías. Para los interesados en adquirirlo favor llamar a los teléfonos: (5)2118763, (5)6591168 y (5)6180711. O acudir directamente a las instalaciones del Círculo Psicoanalítico Mexicano, A.C., ubicadas en Parral #73 Col. Condesa, Del. Cuauhtémoc, México, D.F.

 

Palabras de presentación del libro de Pablo España y Mario Alquicira, titulado: Tres grandes sueños de pasión, locura y seducción. Una visión psicoanalítica.

 

Dr. Juan Vives Rocabert
Presidente de la Asociación Psicoanalítica Mexicana

Quiero agradecer a los autores su atenta invitación a presentar su más reciente libro; me siento muy afortunado ante la posibilidad de comentar un texto tan lleno de ideas, sugerencias y guiños de complicidad —además de que ha sido escrito en un magnífico español que, con frecuencia, alcanza momentos de gran belleza formal y estilística.

Se trata de un libro que, siguiendo la onda expansiva dejada por la celebración de los cien años de publicación de La interpretación de los sueños, de Sigmund Freud, también aborda esa materia sutil y evanescente que se construye noche a noche durante el proceso onírico. Tres grandes sueños de pasión, locura y seducción. Una visión psicoanalítica, de Pablo España y Mario Alquicira es un texto basado, en lo esencial, en el que ha sido llamado el sueño de los sueños: el de la inyección a Irma, que soñara Sigmund Freud la noche del 23 al 24 de julio de 1895; pero también en el sueño siniestramente predictivo que tuviera Louis Althusser dieciséis años antes de que asesinara a Hélène; y en ese par de obras-sueño de Lewis Carroll, inspiradas en el amor paidofílico que su amiguita Alicia Liddell le inspirara, y cuya concreción literaria conocemos como Alicia en el país de las maravillas y Alicia a través del espejo. Es interesante destacar los atributos con los que nuestros autores reparten los tres adjetivos para calificar estos tres sueños, colocando la pasión en Freud, la locura en Althusser y la seducción en Carroll.

Antes de pasar al tema del libro de España y Alquicira, quisiera referirme, si bien brevemente, a una de las cuestiones aún muy debatidas dentro del psicoanálisis: me refiero al tema mismo del análisis aplicado. Interpretar cualquier producto psíquico sin disponer de las consecutivas asociaciones del sujeto productor de un sueño, un discurso, un texto literario, una pintura, una obra musical, una creación cinematográfica, o cualquier otro “material”, ha sido criticado por una buena parte de los analistas como una tarea poco seria, superficial, carente de bases sólidas —incluso, como ejercicios de exhibición autobiográfica más o menos encubierta. En el otro polo, quienes se aplican con rigor al método psicoanalítico como una forma particularmente penetrante de ejercicio hermenéutico, consideran legítima esta aplicación de los conceptos psicoanalíticos al estudio de los productos, tanto individuales como colectivos, de la mente humana. Freud mismo fue el iniciador de esta segunda perspectiva. A partir de aquel lejano intento de aplicar sus intuiciones psicoanalíticas al mejor entendimiento del cuento de Ferdinand Meyer, titulado La jueza, el descubridor del inconsciente no dejó de aplicar el método psicoanalítico y las teorías que de él derivan al estudio de las obras artísticas de los grandes creadores: Leonardo da Vinci, Miguel Ángel, Dostoievski, Goethe, Shakespeare, Cervantes, Ibsen, Balzac, Zola, etc.; así como al estudio de las religiones y la religiosidad, los mitos universales, el origen de las lenguas, las formulaciones de la historia y la antropología, la dinámica de las normas morales y las pautas culturales de todos los tiempos, las entretelas de los chistes y el humor, etc.

Una vez aclarada la legitimidad de este tipo de estudios, podemos pasar a Tres grandes sueños de pasión, locura y seducción. Una visión psicoanalítica de Pablo España y Mario Alquicira. En la primera parte, los autores nos recuerdan algunos de los sucesos más importantes durante el proceso de descubrimiento del psicoanálisis como disciplina, así como de la institución analítica. Un aspecto relevante de esta revisión tiene que ver con la constatación de la casi febril búsqueda de Freud para encontrar un alivio para el sufrimiento neurótico: primero para sus propios problemas depresivos —a los que denominaba “neurasténicos” y que en un primer momento intentó aliviar por medio de la cocaína— y luego con el psicoanálisis como una forma de tratamiento para los neuróticos que llegaban a su consultorio. No resultan indiferentes en esta historia las intensas corrientes afectivas que el descubridor del inconsciente cruzaba con Wilhelm Fliess, ni los denodados esfuerzos que hacía —incluyendo el sueño de la inyección de Irma— para conservar su admiración y amor. La pasión amorosa por Fliess puede advertirse como telón de fondo, a veces casi sin disimulo, a lo largo de su correspondencia. En relación al de la inyección a Irma, los autores sostienen que se trata de un sueño-impostura, ya que viene a sustituir a otro sueño, censurado por su amigo. En forma semejante, muy influidos por Jean Baudrillard, enfatizan el aspecto transferencial de este producto onírico desde lo que tiene de seducción, de violación y de crimen. Desde esta perspectiva, Freud aparece, a los ojos de los autores, con una suerte de vocación de seductor: más como un violador que como un conquistador, como él se autodenominaba.

El hecho es que este sueño vino a abrir un campo de investigación inabarcable y fascinante: el sueño es la manifestación de un fenómeno regresivo que, día con día, necesitamos con el fin de establecer un paréntesis en las tareas cotidianas que hemos llevado a cabo desde la actividad psíquica consciente donde imperan los modos del proceso secundario; también corresponde a una forma especial de trabajo psíquico sobre todo aquello que durante el día no pudo ser atendido o elaborado —es decir, ligado a sus respectivos árboles asociativos. El dormir ofrece la oportunidad única para el despliegue de la actividad onírica, en virtud del relajamiento de las cortapisas que la vida civilizada nos impone durante la jornada diurna mientras estamos inmersos en los compromisos que la sociedad nos impone. El proceso onírico nos libera de nuestras ataduras superyóicas; es el momento en que domina nuestro Yo más narcisista, donde no tenemos el imperativo de la consideración por el otro, paréntesis durante el cual podemos hacer caso omiso de las normatividades culturales y éticas con las que nos regimos en la vida despierta, donde existimos en un presente atemporal y mágico. El sueño es el territorio de la libertad casi irrestricta —dado que la censura onírica nunca duerme del todo— y de la satisfacción de nuestros más caros e irreductibles deseos infantiles.

El sueño también nos puede anunciar catástrofes orgánicas, rupturas psicóticas con la realidad u homicidios por realizar, como ocurrió con Louis Althusser. La experiencia ocurrida con este filósofo también les proporciona a los autores un marco de referencia ideal para discutir la inquietante cercanía existente entre las teorías científicas y el delirio, el parentesco colindante entre la razón y lo irracional. El 10 de agosto de 1964, Althusser tuvo un sueño en el que se anunciaba el futuro asesinato de su mujer, cometido el 16 de noviembre de 1980. Este caso excepcional sirve como telón de fondo para analizar las relaciones entre la locura y una vida aparentemente juiciosa, para entender a la psicosis como un epifenómeno en el que se expresa un mundo falto de simbolización, donde la locura dice aquellas cosas que carecen de palabra y sólo pueden acceder a la realidad mediante un acto irracional, absurdo la mayoría de las veces, pero pleno de sentido para la lógica y la dinámica del proceso primario. Fuertemente determinados por el pensamiento de Jacques Lacan, los autores escriben sobre la elaborada filigrana del pasaje al acto como concepto que permite dar cuenta de lo psíquico no simbolizado —aquello que Christopher Bollas denominó como lo sabido pero no pensado.

Esta tragedia sirve de antecedente para las interesantes reflexiones que los autores hacen sobre otros casos en los que la dinámica sadomasoquista aparece con especial transparencia: el caso de Yukio Mishima y el divino marqués. En el caso del genio japonés, el sufrimiento infantil pudo encontrar una forma de simbolización en el arte: en la creación literaria y musical, pero también en un cultivo del cuerpo que desembocó en una singular identificación del novelista nipón con el asaetado San Sebastián, que simboliza la estructuración de una gravísima patología masoquista que culminaría con el suicidio ritual y la decapitación de Mishima. Esta modalidad exhibicionista de destrucción les da pié para el estudio de su homólogo libidinal: Giacomo Casanova. Al mismo tiempo, los autores establecen las diferencias entre la psicosis de Althusser y las actividades literarias de Sade, gran fantaseador del mal y de la crueldad que, sin embargo, no pasó de ser un transgresor un tanto pálido en la realidad.

Sin embargo, el caso de Althusser está lejos de ser simple, ya que en este insigne filósofo la dinámica de la locura se juega en una dialéctica en la que la pulsión de muerte transita con libertad entre ambos miembros de la pareja, en una dinámica dual en la que el suicidio y el homicidio dejan de tener límites definidos —por el contrario, ambas formas destructivas son actos equivalentes para el psiquismo de vasos comunicantes existente entre Louis Althusser y Hélène. De ahí la lucha que, desde que trabaron conocimiento sostuvieron con el fin de dilatar hasta el límite de sus fuerzas el imperativo del asesinato-suicidio, lucha en la que René Diatkine —analista del primero— también se debatió hasta el límite de sus recursos psicoterapéuticos y humanos, siempre vivido no tanto como el analista sino como el incondicional admirador de su brillante analizando. Caso patético de sufrimiento llevado al límite, ejemplo de la complejidad que puede entretejerse en los destinos de la pulsión de muerte: hacia el adentro y hacia el afuera simultáneamente, como lamentablemente hemos podido constatar en los episodios terroristas del 11 de septiembre de 2001 ocurridos en Nueva York y Washington en los que los homicidas se autodestruyeron (dimensión suicida) al tiempo que destruían en el afuera (parte homicida de la pulsión de muerte), Doble vertiente de la folie à deux. Locura de dos entre Louis y Hélène, dos seres que comparten la misma y aterradora enajenación; pero también doble locura en la que la pulsión de muerte se manifiesta tanto en el adentro (en el suicidio psíquico de Louis Althusser) como en el afuera (en la destrucción física de Hélène), Es como si en lo siniestro del fenómeno del doble conviviesen codo con codo, en pie de igualdad, gemelarmente, los procesos primarios y los secundarios. Se trata de un vínculo paradójico basado y energizado por las fuerzas de la desvinculación, de una mano que acuchilla a su imagen en el espejo y la/se mata.

El fenómeno del doble y la dinámica narcisista del espejo son el pretexto que Pablo España y Mario Alquicira usan para ofrecernos sus reflexiones en torno de las obras gemelas y complementarias de Lewis Carroll: Alicia en el país de las maravillas y Alicia a través del espejo. Como era lógico imaginar, el drama del espejo ancla sus motivaciones en la duplicidad interna del autor de los cuentos, en la escisión que se estableció entre la rigidez, mal humor y severidad del religioso Charles Ludwidge Dodgson y la capacidad lúdica, el espíritu juguetón y las manifestaciones de una libido polimorfo-perversa y paidofílica del cuentista Lewis Carroll. De ahí que no sea extraño que el doble —el espejo— sea el marco desde el cual se desarrollan estos cuentos oníricos, tan pletóricos de simbolismos y de las sinrazones propias de los sueños. También resultan lógicas las referencias obligadas a El hombre de arena, de Hoffmann (base para el trabajo sobre “Lo ominoso” de Freud); a El retrato de Dorian Gray, de Oscar Wilde; y a la más representativa de las novelas sobre el género: El extraño caso del doctor Jekyll y Mister Hide, de Robert Louis Stevenson.

En esta tercera parte, los autores establecen la comparación entre la estructura del relato de Carroll y algunos de los postulados del surrealismo y su énfasis en lo irracional, en la ruptura de la lógica formal y en la profunda significación del sinsentido. Incluso pensamos que la conocida dinámica bretoniana del amor loco podría explicar buena parte del psiquismo de los tres protagonistas de este libro y, así, constituirse en la tesis nuclear de España y Alquicira. Asimismo, los autores recurren a las obras más significativas de Franz Kafka con el fin de establecer las semejanzas existentes entre los mundos oníricos del checo atormentado por las ataduras del superyó paterno y los del inglés torturado por sus imposibles enamoramientos de inquietantes prepúberes, a las que —con espíritu de entomólogo coleccionista— tuvo que contentarse con fijar en fotografías en un intento de detener el tiempo y evitar que la sexualidad se manifestara en ellas en su forma más elaborada. La necesidad de preservar esa “pureza infantil” —en realidad las fotografías realizadas por el señor Dodgson resultan bastante eróticas y sugestivas— de detener el tiempo gracias a la magia de la fotografía, provocan que el reverendo tenga que refinar, hasta su máxima perfección, el arte de la seducción. Su refinado arte de seductor de menores le proporciona momentos de arrobadora cercanía con sus modelos, a las que viste o desviste a placer. Su maestría consiste no tanto en la desnudez de la niña, sino en la develación de esa sugerencia de sexualidad que toda prepúber lleva en su cuerpo. De nueva cuenta inspirados por Baudrillard, los autores establecen las equivalencias entre la seducción y la violación, entre el hechizo y el crimen.

Al final, los autores concluyen estableciendo los puntos de unión en los que Freud, Althusser y Carroll devienen hermanados como tres grandes violadores, como tres criminales que se caracterizaron por su capacidad para la seducción, para esconderse bajo máscaras utilizando seudónimos o modificando sus nombres originales, por su excepcionalidad (quizás desde la perspectiva descrita por el propio Freud en “Las excepciones” — aunque los autores no tocan esta faceta del narcisismo negativo), por sus ideales de pureza y de belleza, y por su actitud ante la muerte y el tiempo. También quedan hermanados por su locura en la desmesura transferencial, la dificultad narcisista para asumir la incompletud, y su horror ante los genitales femeninos —es decir, la excepcional intensidad con la que la angustia de castración se manifestó en ellos.

Como podemos ver, se trata de un texto particularmente interesante, elaborado con cuidado, tiempo y erudición, que aborda tres episodios existenciales o momentos de vida críticos que resultaron determinantes para la creación o la destrucción. El descubrimiento del inconsciente, una profunda teorización sobre el marxismo y dos obras literarias de gran calidad y belleza, son el resultado formal de sendas vicisitudes en las vidas de Freud, Althusser y Carroll, respectivamente; pero tras estos productos de alto valor cultural, artístico y científico los autores nos descubren un mundo íntimo y subterráneo lleno de angustia, de locura, de pasión de erotismo y de muerte.

Se trata, pues, de un texto pleno de valiosas sugerencias e innovadoras ideas —algunas de ellas muy polémicas, pero preñadas de consecuencias. Pienso que su lectura, además de cumplir la misión de instruir al lector sobre los pormenores que explican cómo están entretejidos los vectores inconscientes que determinaron el destino de estos tres hombres de genio, aportan un material formidable y valioso para abrir una discusión sobre el problema de la psicosis y la creatividad y sus estrechas interrelaciones; sobre la importancia de los deseos parentales —de vida y de muerte— en la estructuración psíquica del sujeto, y sobre esos “delirios” vestidos de teorías científicas y esas “perversiones” al servicio del arte y de las ciencias humanas.

Sólo me queda agradecer de nueva cuenta a Pablo España y Mario Alquicira el haberme brindado la oportunidad de esta lectura y de una fructífera inmersión en ese universo de locura, pasión y seducción que su interesante libro me proporcionó. Muchas gracias.

Facultad de Filosofía y Letras, Ciudad Universitaria.

México, D.F., 10 de diciembre de 2001.

 

 

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