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COLOQUIO
A CIEN AÑOS DE LA TRAUMDEUNTUNG
La interpretación de los sueños hoy

Soñar, ¿No cuesta nada?

Julio Ortega Bobadilla

"Hay en todo hombre, aun en aquellos de nosotros que
parecen mesurados, una especie de deseo temible, salvaje
y contra ley, y [...] ello se hace evidente en los sueños".

Platón (La República. Libro X, Capítulo 9).

 

"Vivir es soñar, morir es despertar.
Por favor, no me despierten".

Carlos Santana.

Se ha convertido en lugar común, aceptado y por demás bien visto, decir que la Traumdeutug introduce en la historia del pensamiento occidental una visión sin precedentes acerca del predominante papel de la sexualidad y del deseo en la vida humana, situando ambos vectores como la aportación principal de este trabajo y, en general, de la obra del creador de esa nueva psicología llamada psicoanálisis. He reflexionado mucho sobre esta afirmación, que para algunos consiste en el corazón del invento freudiano, y la encuentro justa sólo en parte. Se pueden rastrear en la filosofía griega antecedentes casi de primera mano acerca del complejo de Edipo, y la lista de referencias antefreudianas ya lo veremos es tan extensa como la cultura de quienes las citan. Me parece a mí que la aportación de Freud va precisamente más allá de eso, y es lo que trataré de demostrar en este trabajo.

Adelantaré para el lector, que considero sostenible considerar al psicoanálisis no solamente como una teoría, una práctica clínica y un método de investigación; también puede calificarse de un punto de vista filosófico pese a que Freud no era filósofo ni tenía intención alguna de serlo. No le llamaría una Weltanshaung porque el psicoanálisis no es un sistema de pensamiento cerrado que proporcione una explicación última de todas las motivaciones del ser humano; así, esos ejercicios de análisis aplicado que explican la conducta inhumana y aberrante de Hitler o la paciencia y santidad de Ghandi sobre la base de sus historias infantiles me parecen grotescos. El mismo Freud cedió a la tentación cuando aceptó escribir con Bullit la biografía de Wilson bajo esta perspectiva. Coincido con quienes señalan el absurdo que representa elevar el psicoanálisis al rango de ideología o religión. Simpatizo con el paranoico Castel, el personaje de El túnel, de Sábato, quien al ser invitado a un cóctel de la Asociación Psicoanalítica Argentina dice de la jerga balbuceada por los invitados:

Todo era tan elegante que sentí vergüenza por mi traje viejo y mis rodilleras. Y sin embargo, la sensación de grotesco que experimentaba no era exactamente por eso, sino por algo que no terminaba de definir. Culminó cuando una chica muy fina, mientras me ofrecían unos sándwiches, comentaba con un señor no sé qué problema del masoquismo anal. (...) Damas y caballeros tan aseados emitiendo palabras genito-urinarias.

Baños Orellana ha rastreado los artículos que se publicaron más o menos al mismo tiempo que esas líneas, y ha detectado un artículo de Arnaldo Raskovski en la revista de dicha asociación (Vol. 4, No. 3, 1946) con un título tan descabellado como el contenido mismo de su texto: "Interpretación psicodinámica de la función tiroidea". Es una pena, porque es cierto que el mismo Freud da pie por momentos a estas interpretaciones que fundan una hermenéutica desafortunada (pero, ¿hay alguna que lo sea?) que podría revelar el lugar de un Freud al que no se debiera retornar. El mismo autor, por cierto, acaba de presentar en París un libro donde critica de manera severa la manía de hablar en "lacaniano" o "lacandón", y describe los callejones sin salida a los que conduce repetir hasta el cansancio las fórmulas del acróbata del verbo francés sin ningún aparato crítico, hasta que se las convierte en recetas sin sentido y guiones de repertorio entresacados de los CD rooms de las Obras Completas de Freud y de los seminarios de Lacan, instrumentos tecnológicos sumamente útiles para la confección de choremas, híbridos teóricos sumamente condimentados y del alcance heurístico de un buen chorizo). Pensar analíticamente discurrimos nosotros va más allá del recorte y pegado de citas en la computadora; esto lo que debiéramos tener siempre presente quienes escribimos sobre la materia.

Por mi parte, afirmaré que el método de introspección derivado del psicoanálisis conduce al paciente a preguntarse sobre el ser y su devenir, quizá no con las herramientas del filósofo, pero tomando como base su propia experiencia y su personal lengua como lenguaje, desarrolladas a partir de sus experiencias y contacto con el otro. Por razones diferentes, creo cierta sin embargo la afirmación de Focault en su entrevista con los japoneses Shimizu y Watanabe, publicada el 12 de diciembre de 1970, en la que, tras de calificar al aporte freudiano como una elección original a la par de Parménides, Platón, Aristóteles, Descartes, Kant y Hegel, nos dice en un atrevido arrebato de inteligencia: "Pensándolo bien, una elección como la llevada a cabo por Freud es bastante más importante para nuestra cultura que las elecciones filosóficas de sus contemporáneos, como Bergson y Husserl".

Pero volvamos un poco atrás. A la parcialidad del lugar común antes señalado no escapa el mismo Michael Foucault. En un escrito temprano, de 1954, reeditado recientemente y que sirve de prólogo al libro de Binswagner Le revé et L’Existence, leemos una frase lapidaria, aguda y crítica que demuestra una lectura en este sentido y que dice lo siguiente: "Freud pobló el mundo de lo imaginario con el Deseo, de la misma manera que la metafísica clásica había poblado el mundo de la física con la voluntad y el entendimiento divinos: teología de las significaciones en que la verdad se anticipa a su formulación, y la constituye por entero". La tesis del texto foucaultiano es sostenida de una manera más que curiosa porque precisamente la rigurosa reminiscencia de los trabajos de filósofos y poetas, médicos y literatos, demuestra justamente lo contrario de lo que quiere afirmarse en dicha introducción. Es así como nos enteramos de que el hecho señalado por Lacan en su lectura de Freud acerca de que la esencia del Ser humano es el deseo y otras varias tesis psicoanalíticas se hallan adelantadas de diferentes maneras y estilos por una infinidad de pensadores antes que el fundador del psicoanálisis.

Podría citar in extenso la referencia sorprendente del Libro X de La República que el mismo Freud pasó por alto, una de las frases que me he servido en el epígrafes y en la que Platón desarrolló el siguiente diálogo lleno de resonancias postedípicas y prefreudianas:

¿Y qué deseos preguntó son esos de los que hablas? Los que surgen del sueño respondí, cuando duerme la parte del alma razonable, tranquila y buena rectora de todo lo demás y sale lo salvaje de ella, ahíto de manjares o de vino, y, expulsando al sueño, trata de abrirse camino y saciar sus propios instintos. Bien sabes que en tal estado se atreve a todo, como liberado y desatado de toda vergüenza y sensatez, y no se retrae en su imaginación del intento de cohabitar con su propia madre o con cualquier otro ser, divino o bestial, de mancharse de sangre de quien sea, de comer sin reparo el alimento que sea; en una palabra, no hay disparidad ni ignominia que no se deje atrás.

Seguir, con la función de guardián del dormir que el vienés le confiere al sueño y que estaría adelantado por Aristóteles en un escrito citado por Freud: Sobre los sueños, cuando vincula justamente al sueño con la serenidad del alma y donde en acuática unión con el Kosmos se realizaría un estado de armonía. Asimismo, se encontraría allí la sorprendente afirmación (por anticipada) de que las situaciones absurdas y las distorsiones del sueño provienen del retiro de la estimulación externa del sujeto como producto de la disminución sensorial correspondiente al descanso. Freud trata con cautela las opiniones del Estagirita lo que evidencia una curiosa y respetuosa distancia de los filósofos y la filosofía diciendo en la primera edición de su libro: "Debido a la insuficiencia de mis propios conocimientos y a la falta de ayuda especializada, no pude penetrar más profundamente en el tratado de Aristóteles". Sería ésta, por cierto, la primera aproximación psicológica a la comprensión de los sueños en la historia.

La lista de referencias premodernas que consideran el sueño como lugar de verdad puede ser interminable, y Foucault agrega a la ya proporcionada por Freud en su Traumdeutung al nomológico Spinoza, a quien asociaría en su correspondencia con Balling a ciertos tipos de sueño con el presagio de la verdad, o a Nicolás de Malebranche, que vería en la presentificación de las figuras esquivas del sueño el surgimiento de una verdad, aunque en este caso trascendente al hombre, y que enfrentaría a su espíritu con una experiencia que no puede ser reconstruida totalmente en lo individual y psicológico del hombre, una verdad trascendente y casi ajena al soñante, tal y como la entendería el religioso y pro-nazi Carl Jung o, ¿por qué no?, Hugo Hiriart en su prescindible tratado sobre el sueño.

Comentaré de paso que, en su recuento, tanto Foucault como Freud omiten a Filón de Alejandría (15-10 a.C. a 45-50 d.C.), también llamado Filón "El Judío", y su obra De somniis, de la cual se conservan tan sólo los dos libros segundos. Filón, en su clasificación onírica, adelanta una observación que hoy es para mi gusto esencial y que, como veremos, tiene una relación con la tesis que desarrollaré. Este autor hace una minuciosa clasificación de los sueños del modo siguiente:

1. Oneiros o somnium: sueño alegórico que requiere una interpretación de sus símbolos.

2. Horama o visio: sueño predictivo literal que muestra los eventos tal y como van a ocurrir.

3. Chrematismos u oraculum: aparición de Dios mismo o de alguno de sus emisarios que predicen el futuro.

4. Enupnion o insomnium: sueño sin ningún valor predictivo ni razón aparente.

5. Revelatio: sueño en el que el futuro puede verse.

6. Phantasma o visum: sueño que contiene una aparición aterradora.

En sus referencias, Focault prescinde curiosamente de citar también a Artemidoro de Daldis, escribano griego del siglo II, quien ya había sido reconocido por Freud como el precursor más directo del arte de la onirocrítica y antecesor directo de la concepción del Inconsciente. Artemidoro de Daldis se negaba, por cierto, a establecer una correspondencia entre las imágenes del sueño con los símbolos universales, optando por pensar que la llave del sueño varía de acuerdo con las circunstancias de la vida del soñador.

Una referencia histórica obligada es - por supuesto -, la de la Biblia, en la cual el ejemplo siempre recordado por todos es el del sueño del faraón, quien en un gesto premonitorio y por demás simbólico (aquella visión onírica de las siete vacas gordas y las siete vacas flacas) corrobora el carácter no sólo verdadero sino profético de los sueños. En esta obra de revelación divina sobre todo en el Viejo Testamento y, en consecuencia, en el corazón de la tradición judía el mensaje del sueño es siempre una experiencia trascendente (cuestión no evidente del todo en sus razones; se podría uno preguntar por qué es así y, más que nada, cuestionar el origen divino de las imágenes), en donde la voluntad del Supremo encuentra invariablemente un fast track para llegar al corazón de sus criaturas, como en el caso de Job. En el Nuevo Testamento está también nada más y nada menos que el sueño de la Anunciación de San José, al que Dios advierte que María tendrá un hijo y que él no tiene por qué recelar de la voluntad divina. Mediante el sueño, Dios distribuye generosamente advertencias, pruebas y profecías. Por ejemplo, en el caso de los Reyes Magos, que son puestos sobre aviso por un telegrama onírico de que no deben regresar por Jerusalén una vez que adoren al Niño, pues Herodes les miente y les espera una trampa. Es asimismo el sueño, en su esencia, la puesta a prueba de una libertad humana siempre inestable, atormentada en este caso por el Deus ex machina valga la expresión que es el sueño mismo. La disputa teológica de la Gracia podría ser aderezada sabrosamente si se tomase en cuenta la perturbación propia que encontramos en esos misteriosos visitantes de la noche.

Los sueños, por otra parte, no parecen haber sido (hasta donde tengo noticia) una temática privilegiada entre los escolásticos, ocupados en una teología que pone a Dios en el lugar del Otro, que asegura un orden y un porqué a las cosas del mundo. Enfrascados en la tarea de tratar de fundamentar su fe, el sueño debe de haberles causado más bien repulsa y rechazo por incomprensible e irracional; en este punto, la escotomización del asunto pone de manifiesto una elección por borrar todo rastro de caos, sinrazón y pesadilla del ya heterogéneo y cruel mundo al que el hombre se ve sometido.

Los sueños de significado trágico siempre han planteado problemas a la conciencia cristiana. Encontramos en el siglo XVII que Tristán (1636), tras un sueño funesto, le hace decir a Herodes:

Lo que el Destino escribe no puede ser borrado...
De sus trampas secretas no se puede escapar.
Corremos hacia ellas queriéndolas evitar.

En el Adreste de Ferrier de la Martinière, tras una pesadilla, uno de los personajes declara:

No, Señor, en el cielo nuestra muerte está escrita,
El hombre nunca franquea esta línea preescrita
Y sus precauciones le hacen precipitar
En las desgracias mismas que trata de evitar.

Así es como de los dioses la grandeza soberana
Se complace en jugar con la debilidad humana.

En Osman, del mismo Tristán, leemos:

Pero el cielo sin embargo puede, durante el soñar,
Sorprender a nuestro espíritu para poderlo aconsejar,
La resolución de nuestro hado
No siempre en sus avisos está determinado
Los rayos rumorosos no caen con tino,
Un movimiento del corazón desvía su camino.

Encontrar el cuestionamiento de la voluntad divina y un acercamiento a una explicación subjetiva y naturalista es algo a lo que lentamente se arribará. El regreso al mismo tono con que Edipo enfrenta la tragedia y el horror sin ayuda del Olimpo ni de ningún Dios, convirtiendo su gesta en doblemente trágica y a la vez profundamente filosófica, tal y como ha hecho notar Jean-Joseph Goux, será algo que tomará su tiempo. Pero un poco más tarde, en Novalis (1772-1801), podemos leer:

Los sueños nos protegen contra la monotonía y la vulgaridad de la existencia. En ellos descansa y se recrea nuestra encadenada fantasía, mezclando sin orden ni concierto todas las imágenes de la vida e interrumpiendo con su alegre juego infantil la continua seriedad del hombre adulto. Sin nuestros sueños, envejeceríamos antes. Habremos pues de ver en ellos, ya que no un don directo de los cielos, una encantadora facultad y una amable compañía en nuestra peregrinación hacia el sepulcro.

Las citas en el sentido de la imaginación, los apetitos del hombre y la s necesidades podrían seguir, y Freud hace gala de su cultura en la Traumdeutung . Sin embargo, frente a todas estas opiniones con las que dejaré de atormentar al lector y que no harían sino fortificar y aportar argumentos a favor de la posibilidad de interpretación siempre puntual de un sueño en la dirección del deseo y hasta de la represión sexual, leamos a Freud, quien en el apartado de la Traumdeutung intitulado " Olvido de los sueños" nos dice algo sorprendente:

La pregunta de si todo sueño puede obtener una interpretación debe ser contestada en sentido negativo. No debemos olvidar que aquellos poderes psíquicos de los que depende la deformación de los sueños actúan siempre en contra de la labor interpretadora. Se nos plantea, pues, el problema de si con nuestro interés intelectual, nuestra capacidad para dominarnos, nuestros conocimientos psicológicos y nuestra experiencia en la interpretación de los sueños conseguiremos dominar la resistencia interna. De todos modos, siempre lo conseguimos en grado suficiente para convencernos de que el sueño es un producto que posee un sentido propio e incluso para llegar a sospechar tal sentido. (...) En los sueños mejor interpretados solemos vernos obligados a dejar en tinieblas determinado punto, pues advertimos que constituye un foco de convergencia de las ideas latentes, un nudo imposible de desatar, pero que por lo demás no ha aportado otros elementos al contenido manifiesto. Esto es entonces lo que podemos considerar como el ombligo del sueño, o sea el punto por el que se halla ligado a lo desconocido. Las ideas latentes descubiertas en el análisis no llegan nunca a un límite y tenemos que dejarlas perderse por todos lados en el tejido reticular de nuestro mundo intelectual. De una parte más densa de este tejido se eleva luego el deseo del sueño.

No sé qué evoquen en el lector estas palabras, pero en mí resuenan de una manera particularmente provocativa e interesante porque ponen de manifiesto el punto donde el positivista Freud es rebasado por su descubrimiento, que trasciende la explicación cientificista y el sistema mismo que ha creado al puntualizar los límites de interpretabilidad puntual de un sueño en función de un solo vector. En una carta a Fliess, fechada en junio del año 1900, Freud imagina, a propósito de una estadía en Bellevue, una placa de mármol con la siguiente inscripción: "Aquí, el 24-7-1895 se le reveló al doctor Sigmund Freud el enigma de los sueños". O bien, en la traducción que hace Erikson de la famosa inscripción: "En esta casa, el 24-7-1895, el misterio del sueño se reveló a sí mismo ante el doctor S. Freud". La diferencia en las dos versiones no es sólo de estilo sino de contenido; la segunda implica no una intención y búsqueda dirigida consciente del investigador, sino la aceptación por éste de las conclusiones y hallazgos que van revelándose merced a su mismo método, y que en un momento dado podrían atentar en contra de su propio deseo. Creo que la traducción de Erikson pone de manifiesto que Freud construyó a pesar de sí mismo, de sus limitaciones de época y de sus resistencias personales un método de introspección radical a partir justamente de sus propios sueños.

La fecha citada es la del sueño de Irma, y en la medida que en la Traumdeutung aparece fechado tal sueño, podemos saber que ése es el sueño de que se trata: el sueño princeps, el sueño inaugural del libro de los sueños. No es un sueño cualquiera, y sin embargo toda referencia a él se encuentra ausente de la correspondencia de la época, como también cualquier mención a la identidad de la misteriosa Irma, lo que no deja de llamarnos la atención si tenemos en cuenta que la misma había sido enviada por Freud a la consulta de Fliess, lo que permite suponer que esta linda mujer habría dado a ambos caballeros más de una cosa de qué hablar. Hoy día sabemos que la referencia a Irma es también una referencia a la transferencia persistente y necia de Freud hacia Fliess, transferencia en la que trata de olvidar la iatrogenia cometida por su amigo al dejar en la nariz de la paciente una gasa infectada tras cerrar una herida. El valor de un sueño contado en el análisis debe medirse siempre en relación con la transferencia; es un mensaje cifrado, pero siempre con destinatario. Desde siempre, el lugar del sueño en la historia del psicoanálisis es el de servir de acceso al deseo subconsciente; enfrentarnos a los sueños es atrevernos contra esa maraña que es el Inconsciente, pero también analizando con un poco de cuidado el lugar de la deformación onírica es acceder al sitio privilegiado donde se juega la resistencia a la transferencia. Esta reflexión nos conduce entonces al problema de la interpretación del sueño y el deseo del analista; es decir, a eso que en la práctica se traduce como el punto de apoyo en la interpretación del relato del paciente.

Pero volvamos a la escena onírica citada. A través de este sueño, Freud arriba a la célebre formulación del sueño como la realización de un deseo, de un anhelo; pero hallamos en este caso que el deseo en juego es el de arrojar fuera de sí y de su colega toda culpa por el fracaso del tratamiento de Irma, y éste sería un deseo que forma parte de las preocupaciones de Freud durante la víspera. El análisis que Freud hace del sueño siguiendo rigurosamente el método de asociación libre de cada fragmento lo conduce a la siguiente interpretación: el sentido del sueño sería el de olvidarse de lo que le ocurre a Irma, vengándose de paso de Otto (Fliess), de Irma, de M. y de todos aquellos que podrían reprocharle cualquier cosa en el plano de su conciencia profesional. Retozando un poco con los términos, Silvia Fendrick nos dice: "... de todos aquellos que podrían reprocharle el ser un inconsciente". El sueño, así, tiene en lo fenoménico el valor de una defensa, de un alegato frente a los que podrían acusarlo. Es un sueño, empero, en el que la responsabilidad moral está en un primer plano y que en su absurdo muestra el saldo negativo de la confianza injustificada de Freud en el loco delirante de Fliess.

A través del sueño de Irma, Freud es advertido de su incapacidad de distinguir con buen juicio lo verdadero de lo falso y lo absurdo de su salto de fe (sí, como el Abraham de Kierkegaard) al confiar en Fliess considerándolo su doble espiritual (una bien conocida foto de ambos los muestra con la barba aliñada, sonrientes y bien acicalados, como gemelos idénticos paridos por la misma madre). Irma es, en su opacidad, el rastro de la verdad dolorosa e inaceptable que Freud se niega a sí mismo en la vigilia. Irma es la marca también de la castración de Freud, que le enfrenta con un hombre que puede equivocarse justamente en algo tan preciado y tan peligroso también como el escoger amistades. En este sueño, Freud no sólo se burla de los otros: se burla de sí mismo; el humor y el absurdo hacen tolerable para el creador del psicoanálisis su propia estupidez.

Soñar, después de todo, sí cuesta, y en este caso el precio es alto: el enfrentamiento con la castración misma. El valor ético del sueño cobra vida para Freud de la misma forma que sucedió con Jezabel al aparecer en sus sueños la visión terrible de que el cruel Dios de los judíos se encolerizaba, o con Santa Cecilia cuando se le anunció en el sueño que su hijo se hallaba dispuesto para Dios. Agregaré un comentario: la verdad en el sueño siempre nos persigue, como las visiones de sangre que acosaban a lady Macbeth. Quizás no tan casualmente viene en este caso a Freud representada por una mujer: la verdad tiene rostro de mujer.

Pero sigo adelante y dejo al sueño inaugural en su sitio: el de los orígenes perdidos y la tierra del Nunca Jamás. Una diferencia esencial que ha hecho notar Hernanz, siempre empeñado en llegar al fondo del tema de la inteligencia artificial entre los hombres y las máquinas es la capacidad de soñar. Es, si se piensa con cuidado, una cuestión de peso, terrible. El hombre necesita soñar y su cordura depende de ello. Freud hace hincapié en el hecho de que el sueño es el guardián del dormir. La fatiga es un problema asociado a la vida, y aunque los virus y las bacterias no descansan, en general los seres vivos requieren más del reposo en una medida proporcional a su sitio en la escala evolutiva. Gracias al mismo Freud, quizá podamos hoy ir más lejos y decir con certeza que éste es el guardián de la cordura.

Aunque hay algunas razones fisiológicas de peso para el dormir, parecen existir ciertos trastornos en el sistema P.G.O. que llevan a algunas personas a perder el sueño sin que ello implique necesariamente la pérdida de la cordura. Uno de estos sujetos no sé si decir afortunados se había dedicado a estudiar idiomas y sabía más de siete; otro más estudiaba por correspondencia varias carreras a la vez; una mujer se dedicaba a hacer limpieza exhaustivamente y a tejer. Allá cada cual con su inteligencia e intereses.

Lo que es un hecho clínico sabido por los psicoanalistas es que el común de los mortales enloquece por el extravío del sueño; nuestra cordura depende de esas horas en las que nos desconectamos del mundo y vagamos por nuestra intimidad dando rienda suelta al mundo de lo Imaginario, y conectándonos a través de éste con lo Real por debajo de lo Simbólico. El sueño es el pedacito de Real del deseo y de la realidad, misma que no tendría que definirse como externa al sujeto, que podemos soportar gracias a la artimaña de estar presentes y ausentes al mismo tiempo.

Lo Real no sólo es lo imposible sino lo insoportable. Del lado del deseo encontramos la paradoja de que éste es precisamente el motor del hombre y, a la vez, un remedio difícil de soportar en sus formas más puras. De hecho, en sus crisis algunos psicóticos pierden el sueño, lo que propicia esos episodios delirantes llenos de sufrimiento, irritabilidad y angustia. Casi podría establecerse una relación definible como algorítmica: menos sueño = más delirio, y viceversa. Podemos afirmar que el aumento de las horas de dormir y la aparición de sueños es un síntoma de mejoría en aquellos pacientes que han atravesado por una crisis emocional. Es conveniente hacer notar, que cuando Freud se refiere al poder diagnóstico de los sueños, va más lejos y nos habla de la posibilidad de que puedan percibirse modificaciones orgánicas durante el sueño que no son observadas en el nivel consciente y que aparecerían señalizadas en los sueños previniendo al soñante de futuras enfermedades. He aquí la base de las elucubraciones de Raskovski.

Por otra parte, el delirio, en su invasión de lo Real, parecería tener la consistencia y las peculiaridades de un sueño. Freud no pasa por alto el hecho y cita en la nota 276 de la Traumdeutung a Hughlings Jackson, quien escribe: "Hallad la esencia del sueño y habréis hallado todo lo que sobre la demencia es posible saber".

Empero, es precisamente Lacan quien hace notar que se trata de dos fenómenos de naturaleza diferente. Y no sólo porque en el sueño no hay escape ni mediación alguna del proceso primario, sino porque supongo el mismo proceso primario se encuentra alterado; y lo está porque las imágenes en el sueño que generalmente se refieren a procesos simbólicos vinculados a un cierta ligadura del sujeto a la cadena del lenguaje, serían en el delirio no más ni menos que una reseña salvaje de lo Real desde el registro de lo Imaginario, desligados ambos campos de lo propiamente Simbólico perdido en la forclusión del nombre del padre.

Desde sus determinaciones lingüísticas, el sueño es visto tanto por Freud como por Lacan como un texto a descifrar que requiere un "interjuego" de las posibilidades de significación que sugerirían las imágenes del sueño mismo. Así, encontramos que lo que hace Freud en el análisis del Hombre de los Lobos es una simple inversión de los términos: los lobos inmóviles de bellas colas significan una movilidad frenética que se traduciría nada más y nada menos que en la castración y pérdida de la colita-pene del niño.

Para nosotros, la empresa de interpretar un sueño con el paciente siempre en el contexto analítico obedece al propósito de inyectar un sentido siempre determinado por la subjetividad del paciente y no por la objetividad de algún diccionario onírico; tampoco por la comparación de los procesos simbólicos entre el soñante y los mitos de diversas culturas, y ni siquiera por la intuición y experiencia del analista. El místico Jung intentó redescubrir, en el sentido de los sueños, aquellos símbolos constantes y reconocibles en la historia de la humanidad que diesen cuenta de ciertos arquetipos de la raza humana. Dejo de lado por hoy la discusión de si es posible o no rastrear éstos en algo llamado "especie humana"; digamos que, en todo caso, no es relevante; lo importante es que se sale ya del campo del psicoanálisis, que, por definición, se ocupa del sujeto y nada más que del sujeto.

Para Ricoeur, la región del símbolo es por antonomasia el sueño, el paraje habitado por el doble sentido. Así, si el sueño es como un rébus y designa toda la región de las expresiones de doble sentido, el problema de la interpretación marcaría en todo momento la comprensión del sentido; el intérprete está destinado a ordenar las expresiones equívocas: la interpretación es la inteligencia del doble sentido.

En la vasta esfera del lenguaje, el lugar del psicoanálisis sería el lugar de la inteligencia de los símbolos y del doble sentido, y ése donde se enfrenta el hombre con las diversas maneras de interpretar. A esta jurisdicción indica Ricoeur hay que llamarla "campo hermenéutico", entendiendo por hermenéutica la teoría de las reglas que presiden una exégesis, es decir, la interpretación de un texto singular o de un conjunto de signos susceptible de ser considerado como un texto.

De esta manera, si las expresiones de doble sentido constituyen el tema privilegiado de ese campo hermenéutico, es por el intermedio del acto de interpretar que el problema del símbolo produce una filosofía del lenguaje.

El símbolo, en Ricoeur, es una expresión lingüística de doble sentido que requiere una interpretación, y la interpretación un trabajo de comprensión que se propone descifrar los símbolos. Evoquemos aquí a Cassirer, quien remarca siempre que la "función simbólica" es la función general de mediación por medio de la cual el espíritu, la conciencia, construye todos sus universos de percepción y de discurso. Agrega que lo "simbólico" designa el común denominador de todas las maneras de objetivar, de dar sentido a la realidad. El mismo Ricoeur, al tratar de elucidar la razón de llamarle "simbólica" a esta función, expone lo siguiente:

a) Lo simbólico es la mediación universal del espíritu entre nosotros y lo real: lo simbólico quiere expresar ante todo el carácter no inmediato de nuestra aprehensión de la realidad.

b) El término "simbólico" designa los instrumentos culturales de nuestra aprehensión de la realidad: lenguaje, religión, arte, ciencia.

c) La palabra "símbolo" expresa la mutación que experimenta una teoría de las categorías espacio, tiempo, causa, número, etc. cuando escapa a las limitaciones de una simple epistemología y pasa de una crítica de la razón a una crítica de la cultura. En el querer decir otra cosa que lo que se dice se encuentra la función simbólica.

Con respecto a lo onírico, Ricoeur designa con este término tanto a los sueños diurnos como a los nocturnos, y precisa que el sueño es el "pórtico real" del psicoanálisis ya que es el sueño lo que atestigua que queremos incesantemente decir otra cosa que lo que decimos: hay un sentido manifiesto que jamás ha dejado de remitir al sentido oculto, por lo que afirma que ello convierte a todo durmiente en un poeta. Señala también que el sueño expresa la "arqueología" privada del durmiente, que a veces coincide con la de los pueblos, y observa que Freud suele limitar la noción de "símbolo" a los temas oníricos que repiten la mitología.

Ricoeur, asimismo, hace la aclaración de que, aun cuando no coincidan, lo mítico y lo onírico tienen en común la estructura del doble sentido, y que por ello el sueño como espectáculo nocturno nos es ajeno. No nos es accesible sino por el relato del despertar, relato que interpreta el analista y que sustituye por otro texto que a sus ojos es el pensamiento del deseo. Tras estas observaciones, admite que el sueño en sí mismo está próximo al lenguaje ya que puede ser contado, analizado e interpretado.

Las posiciones de Ricoer encolerizaron a Lacan, más que nada porque simplificaba un problema que no es otro que el de la relación de los registros Simbólico, Real e Imaginario. También, porque copiaba muchas de las ideas de su seminario y las ponía por escrito firmándolas él mismo, venciendo, a despecho de Lacan, la resistencia a escribir que durante toda su vida caracterizó a este último. A este otro francés le tomará mucho tiempo reflexionar sobre la naturaleza del sueño y sus fórmulas son bien conocidas, por lo que no haré más que enlistarlas aquí:

La interpretación de un sueño no pretende restituir punto por punto el pasado, o al menos no es ése su propósito principal. No podemos negar, empero, que esa es la pretensión de Freud en el análisis del joven aristócrata ruso descrito en el caso del Hombre de los Lobos, en donde precisamente ese impulso lleva a una construcción cuasi-delirante que no pide nada al delirio mismo del paciente, en beneficio de la corroboración de las ideas del analista y al olvido del propósito último de analizar un sueño en análisis: la tramitación de los afectos en juego y la revelación de una verdad inaceptada o inaceptable sobre la situación vital del sujeto que conduciría al enfrentamiento del sujeto a su propio deseo. Precisamente en este caso, encontramos por desgracia a un Freud cientificista, obsesionado en la comprobación de sus teorías sexuales infantiles, que pone por encima de la cordura del paciente el propósito de verificar sus ideas, un Freud al que no habría que retornar.

La interpretación de un sueño en la terapia psicoanalítica tiene, en fin, un uso bien delimitado y siempre en beneficio del paciente. En otras palabras, se trata de introducir, frente al sinsentido del sueño, un sentido provisorio pero significativo del sueño en términos de insight. El propósito terapéutico debe ser, en este sentido, el norte de la brújula al interpretar un sueño.

Queda pendiente en esta cuestión, el punto desde el cual debe ligarse la historia del paciente a su presente. Safouan, en un seminario expuesto en Argentina donde realiza un exhaustivo análisis del trabajo del sueño, nos advierte sobre el lugar del analista en el relato del sueño y nos invita a escuchar la cuestión de la transferencia como el principal vector de análisis de un sueño. La paradoja resulta entonces inevitable. Allí donde podría esperarse a un onirocrítico agudo, experto y consumado intérprete de sueños, el analista debe quedar muchas veces en suspenso, pues lo que hace la interpretación de la transferencia es avivarla, cuestión que siempre debe manejarse con pinzas ya que el analista, como bien nos hace notar Colette Soler, siempre oscila entre el pirómano y el bombero. Por otro lado, debemos repensar críticamente la cuestión de la interpretación a partir de la homofonía o del equívoco, así como el riesgo del deslizamiento hacia una nueva hermenéutica en la que resolvemos en forma anticipada las dificultades intrínsecas a la escucha del interjuego metafórico-metonímico del significante, perdiendo así la noción de sobredeterminación que siempre debemos tener presente, toda vez que nos recuerda que son múltiples series de ideas latentes las que siempre se hallan representadas en un elemento del sueño.

Ahora bien, el hecho de que Freud juegue preferiblemente a interpretar un sueño como un Witz, un chiste, un retruécano verbal, es algo que hay que hacer notar, porque si para Lacan la esencia del hombre es el deseo, podríamos decir, siguiendo a Freud, que la esencia del hombre sería el lenguaje. No es una cuestión de poco peso, y Focault, en el artículo sobre Binswagner, lamenta la pérdida de la pureza de la imagen en la aproximación freudiana. Traducir un sueño a palabras es anclarlo en el sentido, traicionar la libertad de lo imaginario y empobrecer su riqueza plástica desdeñando el contenido iconográfico.

Queda aún pendiente el sacarle todo el jugo a la frase de Foucault y preguntarnos cuál es esa elección de Freud, que está más allá de Bergson y Husserl. Nuestra respuesta, por supuesto, no puede aludir a la importancia de la sexualidad en la vida del hombre, respuesta fácil que traduciría como simple texto una conocida caricatura que muestra a una mujer semidesnuda surgiendo de entre los cabellos ensortijados de Freud. No sería tampoco la respuesta de Freud, empeñado en defender en la segunda parte de su obra la cuestionada y terrible pulsión de muerte, afirmando siempre enfáticamente (aunque tal vez no justamente) el carácter dialéctico de su obra. La respuesta la encontramos más bien en un rechazo a la conciencia intuitiva y a la percepción inmediata como testigos fieles de la realidad. Dicho en otras palabras, la postura de Freud implica un rechazo a la intuición y a la aproximación fenomenológica, también a la hermenéutica simple y, finalmente, un rechazo a la realidad como destilable hasta alcanzar una pureza esencial.

Aunque me parece seguro que Freud no leyó a Saussure, ambos coinciden en un punto fundamental: el énfasis en el hombre como un ser construido por las palabras, no como mero herrero del lenguaje sino como una obra surgida de éste y, parafraseando a Heidegger, actuando dentro del lenguaje por ser la morada del Ser. Pienso finalmente, que el lenguaje, a contrario de cierto Wittgenstein, no sería un mero instrumento sino la tela misma de la que está hecha la materia humana, incluida la de sus sueños.

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