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COLOQUIO
A CIEN AÑOS DE LA TRAUMDEUNTUNG
La interpretación de los sueños hoy

El hogar del desarraigo
De como los sueños sirven para tramitar
angustias generadas por situaciones vitales -
un juego de interpretación

Sergio Stern Nicolayevsky

"Con las patas de atrás todavía se aferraban al judaísmo de su padre y con sus patas de adelante no podían encontrar tierra firme. La desesperación se convirtió en su inspiración"

—Franz Kafka

Ejemplo de un sueño

Estoy en la cima de una roca, agachándome, sujetándola firmemente con mis dos manos. La roca está en medio del océano. Es angosta y estrecha y se encuentra decididamente anclada en el piso marino. Me siento seguro, contemplativo. De pronto, me doy cuenta de que el nivel de las aguas a mi alrededor empieza a subir, bastante rápido, como si una enorme ola estuviera aproximándose de manera amenazadora. Veo a dos de mis mejores amigos, J. y S., nadando en las cercanías. Me gritan: "¡Apúrate, salta al agua, si no el agua te cubrirá!" Me percato de que la roca en la que estoy parado será inundada, y dentro de muy poco tiempo. Sin embargo, también sé que si me las arreglo para quedarme encima de la roca, agarrándome a ella con fuerza, voy a estar bien. Por lo tanto, les grito de regreso: "No, no, estoy bien aquí, voy a estar bien." Ellos contestan: "¡Órale, salta, salta!" Titubeo por un instante, pero finalmente salto. Empezamos a nadar. A la distancia, divisamos una roca enorme, una, sabemos, que nunca sería cubierta por la marea creciente. Nadamos hacia ella. En ese momento, repentinamente somos rodeados por tiburones. Se dirigen hacia nosotros. Nadamos con todas nuestras fuerzas. Un tiburón le llega a J. por detrás. Oigo sus gritos. Sé que está muerto. Mientras tanto, S. desaparece. No lo veo más. Luego, otro tiburón viene hacia mí, y con una mordida logra cortarme la totalidad de mi brazo izquierdo y partes de mi pierna. De alguna forma, logro alcanzar la enorme roca. Comienzo a subir por ella, con mucho esfuerzo. Me siento mareado, exhausto. Una vez fuera del agua, me doy vuelta y todavía veo el remolino ciego compuesto por la boca abierta del tiburón. Este intenta salirse fuera del agua, pero es en vano. Yo me desplomo a tierra. No me puedo mover. Estoy completamente paralizado, en una posición semejante a la fetal, cubierto de sangre y en dolor. Pero estoy vivo, y sé, en lo más profundo de mi interior, que estaré bien.

Una interpretación Freudiana: Un sueño edípico

De acuerdo con la teoría psicoanalítica del complejo de Edipo y del complejo de castración, desarrollada por Freud a lo largo de su obra, el sueño recién descrito constituiría un claro ejemplo de una contienda donde se pondría en juego la temática del deseo y la Ley en la configuración de un sujeto. Al principio, me encuentro encima de una roca, una que es pequeña y frágil; no obstante, una que está profundamente arraigada en la intimidad de mi pasado. Esta roca representaría una suerte de relación exclusiva entre el deseo de mi madre y el mío, los dos como "uno", estado de cosas al cual Freud (1914) aludió con el término de Yo ideal, construcción imaginaria fundada en un supuesto goce de la infancia, en el deseo de recrear un estado de seguridad otorgada, incondicional. Sin embargo, con el paso del tiempo, simbolizado por la amenaza de las aguas crecientes, me veo forzado a abandonar un ideal de felicidad que ya no funciona. Una unidad auto-contenida, simétrica y ensimismada no es solución para el problema de tener que confrontar un mundo donde la diferenciación y la adquisición de normas culturales y sociales se consideran como parajes esenciales del desarrollo. Sé que ya no me puedo quedar en mi roca como antes. Impelido a dejar a mi madre, a separarme de aquello que ella representa, su deseo, he de seguir el llamado de mis amigos y saltar al océano, el recipiente de los mandatos de la cultura, la necesidad de partir y de vivir en el mundo. Pero tengo miedo: es peligroso abandonar la seguridad que uno ha imaginado, aunque sea precaria y simbiótica. A través de mis ojos de niño, percibo la inmensidad de la cultura, del devenir, como caos y confusión.

El tono afectivo del sueño es indicativo de angustia de castración. Esta angustia es el corolario de la endeble aspiración de querer conservar un mundo estático, inmóvil, donde nada falte. Es en este sentido que cobra importancia la frase "desear a mi madre". Se trata de un movimiento regresivo, consagrado a lo anterior, cuya función es proteger del temor hacia nuevas combinatorias1. Ahora debo encarar la persecución de un supuesto padre asesino, el tiburón, que ha de condenar, para preservar la integridad de la cultura (y de mi mismo), cualquier transgresión incestuosa de mi parte. El tiburón finalmente me atrapa, el brazo y la pierna siendo meros desplazamientos del falo, esa completud anhelada. He de abdicar a una identidad anticuada forjada en la relación con mi madre y tomar parte en el mundo circundante (internalizar las demandas sociales, identificarme con mi padre). La castración es básicamente representativa de la necesidad, y urgencia, de entrar en el mundo y sus leyes, de conformar a él: denota el "triunfo" del principio de realidad, entendido no como adaptación al consenso utilitario y pragmático de un grupo de personas, sino como la aceptación más profunda de la imperfección, la transitoriedad (Freud, 1916[1915]) y la naturaleza intrínsecamente porosa de todo lo que existe. No tenemos autoridad, o control, sobre el constante surgir y cesar de los fenómenos, los cuales siguen sus propias leyes. El tiburón es el agente a través del cual llevo a cabo mi deber. En efecto, no tengo otra alternativa: el no entrar en el mundo, en la cultura (aquel conjunto de símbolos que indican pero que no atrapan), implica el ahogarse en la no-diferenciación y el solipsismo; en corto, en la psicosis.

Aun así, parecería que hay algo prometedor en este tránsito del principio del placer al principio de realidad, o del Yo ideal a la construcción de un Ideal del yo (Freud, 1914; Chasseguet-Smirgel, 1975), es decir, a un anhelo de realización que se inscribe en el futuro, no en una teoría de lo que fue o en un lamento de lo que pudo haber sido, sino en la inspiración de aquello que si pudiera ser —lo cual permite afirmar, como el poeta Kavafis, que los caminos están hechos para ser recorridos y no para llegar. El modo en que la angustia de castración es manejada en el sueño es a través del mecanismo de la sublimación. La roca grande hacia la cual estoy nadando representa una formación de compromiso entre mi ideal arcaico de felicidad (la roca pequeña) y la necesidad urgente de sumergirme en el mundo (el océano). Al ser más grande, esta roca proporciona también una respuesta más grande: soy yo y el mundo después de haber entablado un diálogo con él, después de haber pasado por algunas de sus pruebas. La concepción de Freud acerca del amor y del trabajo, en gran medida productos de la sublimación, pone de manifiesto que estas experiencias son incluyentes más que excluyentes de los requerimientos del mundo. Al mismo tiempo, contienen en su seno toda una gama de anhelos originados en la infancia. El conflicto retratado en el sueño, por lo tanto, se juega entre un deseo regresivo y otro progresivo, dilema que se resuelve a través de la imagen de la roca grande: representa una síntesis, simultáneamente atendiendo ambos deseos, el de recoger la semilla original y plantarla en una tierra más fértil. Como una síntesis, ésta imagen contrarresta un miedo intenso de castración (miedo a lo inevitable), en la medida en que suaviza la caída hacia el mundo al ofrecer una promesa de esperanza y preservación.

Una interpretación Jungiana: La travesía del hijo-héroe

En la teoría Freudiana, no existe un sentido amplio de trascendencia, a menos de que ésta se entienda como la sublimación de los impulsos primarios, el amor y el odio, la sexualidad y la agresión. Pero en Jung, la trascendencia, el intento de ir más allá de uno mismo, es la meta del proceso de individuación. En este autor, la teleología (movimiento hacia el futuro) hace sombra sobre la causalidad (determinismo por el pasado). Los sueños, desde esta perspectiva, no serían vistos como un mero disfraz para la satisfacción de deseos infantiles, sino como expresiones reales de la búsqueda de la realización de la personalidad: aquello que Jung llamó el Self.

A la manera de La Historia Interminable, el libro maravilloso del escritor Michael Ende (1986), quien narra la historia de Atreyu en su justa (agon) por salvar el Reino de Fantasía, el sueño recién descrito podría ser visto como una manifestación del mito del héroe: un viaje arquetípico desde el ego hacia el Yo (con mayúscula). Al principio del sueño (es decir, del viaje), me veo a mi mismo arriba de una roca delgada y estrecha situada en medio del océano. Sólo una pequeña porción de la roca sobresale del agua: es mi "pequeño yo", del cual me estoy agarrando con fuerza. El resto de la roca permanece inconsciente, fuera del campo de visión, como un secreto que estuviera siendo fielmente guardado por la vastedad del océano. No obstante, a medida que la vida toma su curso, con el paso del tiempo y el subir de las aguas, me descubro obligado a saltar en el mar y abordar así los diferentes y numerosos aspectos que forman mi personalidad; aspectos que se esfuerzan por acceder a alguna integración. He de progresar hacia el Self, descrito por Jung (1983[1934]) como la meta de la vida, "la expresión más completa de esa combinación inexorable a la que llamamos individualidad."

En el sueño, el océano contiene una multitud de elementos, todos aspectos de mi persona que han de ser confrontados: la Sombra, proyectada hacia mi amigo J., significa lo inaceptable dentro de mi, el niño que se siente mudo y dependiente, al cual le gusta ser mimado; el Ánima, proyectada hacia mi amigo S., representa lo femenino, todavía temido, aunque indispensable para el desarrollo de mi vocación y de todas las actividades que para mi son importantes; la Buena Madre, simbolizada por mi brazo izquierdo y otras partes desgarradas de mi cuerpo, es todo aquello que encarna el nutrimento y la confianza, frágiles, fácilmente perdibles; y la Madre Terrible, simbolizada por el tiburón, todo aquello que encierra lo ininteligible y lo propiamente confusional. Me encuentro en medio de una batalla entre la Madre Buena y la Terrible (el tiburón y mi brazo izquierdo). La única solución es arribar a un Yo más amplio (la roca grande), uno que pueda trascender a ambas, los efectos estorbosos del nutrimento y la fuerza devastadora de la confusión. He de despedir a mi "pequeño yo", aquel encapsulado en el ego y en mi identidad, penetrar en el inconsciente, en lo desconocido, luchar contra el Dragón, sobrevivir, y eventualmente alcanzar un Yo que abarque más, el Unus Mundus, un Yo que pueda contener la Sombra, el Ánima, y otros aspectos de mi personalidad, pero en una forma desarrollada e individuada.

Jung (1983[1939]) describe este proceso como "el viaje heroico del hijo"; y es a través de la activación de este arquetipo que el sueño desempeña su función compensatoria. El sueño desenmascara una necesidad urgente de individuarme y crecer. Muestra como soy capaz de acceder a un Yo más amplio (la roca grande), pero lo hago después de haber sido totalmente devastado. Estoy incompleto, quebrado. La pregunta presentada por el sueño es por tanto la siguiente: ¿Qué aspectos en mi persona piden ser atendidos y desarrollados, reparados, de tal manera que pueda llevar a cabo este pasaje? La respuesta parece apuntar en una doble dirección. Por un lado, es evidente que la crisis escenificada en la pantalla del sueño habla de un cierto sentido de masculinidad amenazada: mi potencia se halla en peligro. Sin embargo, por otro lado, constata la misión de volver a reunir, en una nueva forma, el Ánima y la Sombra, es decir, todo aquello en mi que es femenino e infantil. He de recuperarlos, no como dependencia y pasividad, sino como cualidades más diferenciadas de mi persona; por ejemplo, a través de ingredientes como el juego y la creatividad y el modo en que pueda introducirlos en las actividades que realizo de una manera más suelta; asimismo, en la receptividad hacia los cambios y en la apertura hacia lo incierto que siempre los acompaña. El sueño, por consiguiente, llama hacia una revalorización de lo femenino e intuitivo, de la curiosidad y la capacidad para el asombro. La meta es la restitución de un proceso de transformación. Pulir la piedra de los alquimistas (Jung, 1983[1944]; von Franz, 1982), una y otra vez, convertirla en espejo, conocerme mejor.

Una interpretación existencial: Confrontando la propia finitud

Un enfoque existencial se aproxima al sueño como el lugar donde poder elaborar y trabajar con situaciones concretas relacionadas a nuestra existencia, cuestiones que siempre están presentes en la vida de una persona: el tema de la autenticidad, la exploración de nuestras posibilidades, la libertad, la responsabilidad y la necesidad de enfrentar el hecho ineludible de la muerte. El énfasis de este enfoque, por lo tanto, gravita en torno a la pregunta de qué y cómo hacemos con nuestra vida en el hic et nunc —el aquí y ahora.

El sueño recién descrito puede ser entendido como una crisis a la mitad de la vida, una elaboración existencial acerca de lo que se es y no se es. Me encuentro en tiempos turbulentos (el subir de las aguas), habiendo recientemente concluido un cambio de residencia de la Ciudad de México a la Ciudad de Xalapa, habiendo contactado así con profundas angustias relacionadas con las migraciones, los éxodos y exterminios, progroms, diásporas, tierras prometidas y perdidas, en suma, con el resquebrajamiento de todos los esquemas conocidos. Mi persona está siendo hondamente cuestionada: he de encarar disyuntivas entre deseos muy vitales y mandatos muy arcaicos, contradicciones que a veces adquieren proporciones épicas. Me descubro enfrentado a lo que por momentos aparece como un mundo caótico y arrollador, seguro un reflejo de mis propias angustias proyectadas; no obstante, un mundo al cual he de acoplarme, aunque esto implique el reconocimiento de aspectos de mi mismo que por mucho tiempo he negado o evitado. También significa abordar la confusión y el dolor, en última instancia, la certeza de la muerte. No tengo otra opción. No puedo seguir eligiendo el no elegir (Sartre, en Kaufmann, 1975; Tillich, 1952). No puedo seguir huyendo del ser-hacia-la-muerte que propone Heidegger (1962), escondiéndome detrás de las máscaras impuestas por el camino prefabricado y masificado de los demás2. Nadie puede ya elegir por mi. Desde la matriz intersubjetiva que comparto con mis contemporáneos, soy suficientemente libre para crear y construir un mundo propio: plantarme frente a la problemática de la autenticidad, intentar conciliarme con mi propia finitud y con mis limitaciones, darle la cara a la inevitabilidad de la muerte, la mía y la de mis seres queridos.

El sueño es indicativo de una batalla existencial caracterizada por un choque de opuestos: la Muerte versus el Ser, querer autentificarme versus una caída en las fauces del deseo del Otro (la negación del si-mismo), moverme y fluir versus estancarme y petrificarme. Es un conflicto entre lo dado y lo posible, la realidad y la esperanza, la finitud y la trascendencia. Está lo viejo y lo nuevo: por un lado, la búsqueda de nuevos horizontes, por otro, el peligro de desgajarme en un abismo, extraviarme en un destierro. Está el tema de continuar con una tradición, lo enriquecedor de conservar un vínculo con los ancestros, pero también lo mortífero de la historia. El problema sería justamente sucumbir ante un ideal falso, un intento fallido de trascendencia, demandar una respuesta monolítica. Mi afán de complacer a todos se sustenta en el deseo de vivir en un mundo donde no haya discordia, acallar así las voces de la consciencia. En este esquema, diferencia significa catástrofe. Anhelo un absoluto hegeliano donde opere el reino del Entendimiento: la completa realización del Espíritu. Pero pronto descubro, entre la roca pequeña y la roca grande, como si me resbalara de una cuerda de volatineros3, que esta aspiración constituye otra manera de escapar de los duros hechos de la realidad, de lo inmediato (los peligros del océano). Es una ilusión (Lacan, 1990[1949]), un imaginario asentado sobre el dolor de la herida que se abre al reconocer nuestros cortes y carencias, al tomar contacto con la Falta constitutiva de los seres vivientes: esforzarse por un mundo de total entendimiento equivale a buscar la perfección, y eso, no es posible. No es la realidad.

En el sueño, mientras peleo con el tiburón, pierdo mi brazo izquierdo y así recibo una enseñanza. El perder esta parte de mi cuerpo representa la imposibilidad de alcanzar un mundo totalmente claro y transparente, uno de entendimiento absoluto. Puedo perseguir un absoluto, pero eso implica perder a mis amigos y porciones esenciales de mi mismo, derrochar la capacidad de estar realmente vivo. No, no puedo tenerlo todo. Esta es la disyuntiva que plantea el elegir. Buscar un absoluto es una tarea inútil y desahuciada desde el arranque: sólo conduce a la enajenación.

El sueño refleja entonces un momento de decisión, de encontrar mi camino. He de renunciar a un anhelo trascendental imposible y encarar la Realidad: "old age, sickness and death", esos bordes filosos y tajantes de la existencia, y también, el insight que generan, es decir, la probabilidad de un sendero4. Después de todo, uno sólo puede sentirse vivo en relación con su propia finitud. El gran psicoanalista inglés D. W. Winnicott solía expresar: "espero estar vivo cuando me muera" (Phillips, 1988). Don Juan no cejaba de recordarle a Castaneda (1976) que la muerte (nuestra mortalidad) era un excelente consejero. ¡Que bueno perder mi brazo izquierdo si esto ha de mostrarme que lo siniestro es esa búsqueda de perfección inhumana! Ya es hora de que me ponga a practicar en serio. Estoy tumbado, dolorido, lesionado, pero voy a estar bien. Sanar, en este caso, significa tomar la vida como una oportunidad para despertar, para aprender, acercarme a la noción existencial de libertad: en otras palabras, ponerme a hacer sabiendo que " todo se mueve" —panta rhei, afirmaba Heráclito de Efeso, o bien, como está inscrito a la entrada de muchos monasterios Zen, "¡despierta ya!, la vida transcurre en un abrir y cerrar de ojos, no pierdas el tiempo creyéndote inmortal".

A manera de conclusión

Las interpretaciones que aquí se ofrecen podrían parecer contradictorias. Y es cierto: no existe una interpretación correcta o exacta de un sueño. Son ángulos o puntos de vista que se enriquecen, obedeciendo a lo que Freud señalaba como la multi-determinación de los fenómenos mentales. No obstante, podría detectarse un hilo conductor…

Hay ocasiones, en la vida de una persona, en que hay que irse para sobrevivir. Pero el exilio también incluye pérdidas. En el contacto con la extranjería, con la otredad, con las diferencias y con lo nuevo, que por fuerza se suscita cuando uno deja atrás su lugar de origen, uno se encuentra con innumerables peligros, con un mar de sensaciones que de pronto se vuelven inhóspitas y amenazadoras, luchas de las cuales uno nunca sale intacto, y además, porque no, uno se tropieza con sus viejos fantasmas. La tentación es fascinarse con una fantasía de inmovilidad: quedarse quieto, detener el tiempo, volver una y otra vez, imaginariamente, al supuesto lugar donde todo comenzó, sólo para descubrir que es absolutamente inaprehensible, incomprensible, y que desde ya se ha esfumado como el humo. De todos modos, el precio de esta supuesta inmovilidad sería el caer enfermo, enloquecer en intentos cada vez más desesperados por conservarla5. Por el contrario, si existiera alguna promesa en estos períodos de transición, estaría dada por la capacidad que uno puede desarrollar para establecer territorios de encuentro. Estar en la periferia tiene sus ventajas, ya que se pueden divisar desde ahí, como señales de esperanza que cabalgan a lo lejos, los múltiples ensayos que envuelven a la humanidad para regenerar las aguas estancadas y fétidas en las que se encuentra. Crear territorios de encuentro, soltarse sin garantías y con suerte aprender a disfrutarlo: estos son los grandes retos de la vida y el trasfondo de las angustias más profundas.

El hijo es un extranjero (Pérez de Plá, comunicación personal); asimismo, cada momento que nace. Hace casi 100 años, por el mismo tiempo en que Freud (1900[1899]) publicaba su trabajo revolucionario sobre la interpretación de los sueños, y en un lugar no muy lejano de donde él estaba, también perteneciente al imperio austro-húngaro, mis bisabuelos pensaban en emigrar, cruzar el océano, dar el "gran salto". Incluso lo intentaron una vez, pero su esfuerzo no fructificó y regresaron al pueblo del cual partieron. No fue sino hasta 1924 en que mi abuelo finalmente lo consiguió, trayéndose consigo a toda la familia, arribando igualmente a un lugar no muy lejano de donde hoy nos encontramos, el puerto de Veracruz, como muchos otros extranjeros a los que México les dio cabida y un lugar donde prosperar. Todos los que se quedaron en el viejo continente murieron años más tarde en los campos de exterminio Nazi. Sin embargo, aunque mis abuelos y mi padre se salvaron, tal como ocurrió con la familia de mi madre, no dudo de que hayan enfrentado muchas de las angustias que aquí relato, como las expresadas y elaboradas en el sueño.

El mito fundante del pueblo judío es la historia de Abraham, el primer patriarca. Él intercambia para siempre el país de sus padres por una tierra aún desconocida; experimentó la necesidad de ir a buscar "vida nueva" a otro lugar, fuera de Ur, y de esta manera dejar atrás lo que para él eran dioses petrificados y creencias claustrofóbicas inundando el acontecer espiritual de sus antepasados. Sin embargo, se aventuró por un camino difícil: como en el sueño, el de una salida sin retorno:

"La concepción de la errancía judía no habría surgido con el exilio milenario de la tierra prometida, sino en el momento mismo en que Abraham fue llamado a abandonar su Lugar de origen para dirigirse a otro espacio, pensado en términos levinasianos, como un no-lugar o, más bien, como el lugar que se edifica día con día sobre las arenas móviles del desierto" (Cohen, 1999, pag. 47).

Parecería que las revelaciones más importantes ocurren en medio de la fragilidad y el movimiento. En la concepción pre-socrática del mundo se encuentra el mito de Ulises que regresa a Ítaca, mito, por excelencia, del retorno o regreso a casa, a la ciudad natal; pero incluso en este caso, siguiendo el razonamiento de la escritora Esther Cohen (1999), Ulises no retorna a Ítaca siendo el Mismo, su odisea es experiencia y por lo tanto devenir, cambio, es decir, alteridad. El regreso siempre se hace hacia un lugar diferente, porque uno es diferente ya: entre tanto, hubo un proceso de transformación. Se podría pensar en Ulises y Abraham como principios organizadores del psiquismo, y aunque parezcan opuestos, "ambos personajes se exilian, cada uno de manera peculiar, de lo que el filósofo [Lévinas] llama la Mismidad, para dar cabida al(os) otro(s), en el transcurso de su periplo" (Cohen, 1999, pag. 46). Por consiguiente, sin que sea necesario, o aún aconsejable, tener que olvidar todo pasado —bien lo recuerda el sobreviviente de campos de concentración y premio Nobel de la paz Elie Wiesel— se trata de:

"pensar la identidad no como retorno a lo Mismo, a lo Idéntico, sino como apertura al futuro, y el por-venir es para Lévinas el Otro, el extranjero, lo desconocido; se trata de insistir en la necesidad de proyectar lo no-habitado y la no-morada del judaísmo hacia una realidad más universal… [reflexionar acerca del] pensamiento y la acción de un Abraham que inaugura, con su gesto de abandono, una nueva cultura" (Cohen, 1999, pag. 46).

Para mi, como reflejo del momento vital en que me encuentro —y de los temores y terrores que lo acompañan— éste es el mensaje del sueño que aquí presento. Angustia de separación, angustia de haberme ido lejos, es sólo un decir, así como la tentación de quedarme agasajado con las mieles de lo Igual. Hay algo mucho más profundo. Abraham y Ulises. Ur e Ítaca. Desolación y confianza. Es el miedo y soledad del fundador, del que parte y nada solo, pero a su vez, de aquel que retorna, únicamente que en este caso, ya no a un lugar seguro y monocorde sino a la sabiduría de la inseguridad. Cuesta trabajo, mucho esfuerzo. Hay heridas importantes de por medio. Sin embargo, se trata de partir, o regresar, hacia una especie de piedra filosofal: tomar refugio, quizá un respiro, en el "hogar del desarraigo", en un buque o navío que zarpa, cruza los océanos, pero no sabe exactamente adonde va.

A lo mejor, como afirmaba Freud (1900[1899]), lo que está en juego en esta exégesis no es más que una elocuente realización de deseo. Aun así, si los sueños se pudieran dedicar, quisiera dedicarle este sueño, este trabajo, a todos mis hermanos y hermanas de barco, y si fuera posible rendir tributo, lo haría a todos aquellos deseos que nos hacen salir a buscar.

Notas

1 Esta tendencia regresiva es denominada Thalassa por Ferenczi (1938[1924]) y puede entenderse como una de las expresiones de la pulsión de muerte.

2 Ver la discusión que hace Heidegger sobre das Man y Sein Zu en su obra Sein und Zeit.

3 Kafka (Hoffmann, 1979) revela en uno de sus aforismos: "El verdadero camino va por una cuerda que no ha sido tendida en lo alto, sino apenas sobre el suelo. Parece destinada más a hacer tropezar que a que se camine por ella" (p. 147).

4 "La vejez, la enfermedad y la muerte", que en conjunto con el sendero forman las cuatro visiones estremecedoras (Piyadassi Thera, 1992).

5 En palabras del Buddha: "Incalculable es el comienzo, hermanos, de este ir y venir. El punto de inicio de este correr y correr, de este ir y venir, no es revelado, de los seres bañados en ignorancia, atados al deseo [de permanencia]" (Samyutta 15.1 & 2, en Olendzki, 1999).

 

Referencias

Castaneda, C. (1976). Relatos de Poder: Las Lecciones de Don Juan. México D.F.: Fondo de Cultura Económica.

Chasseguet-Smirgel, J. (1975). El Ideal del Yo: Ensayo Psicoanalítico sobre la "Enfermedad de Idealidad". Buenos Aires: Amorrortu Editores.

Cohen, E. (1999). ¿Habitar la lengua? En Humanismo y Cultura Judía (varios autores). México D.F.: Universidad Nacional Autónoma de México y Comité Unido Tribuna Israelita.

Ende, M. (1986). La Historia Interminable. México D.F.: Ediciones Alfaguara.

Ferenczi, S. (1938[1924]). Thalassa: A Theory of Genitality. Nueva York: The Psychoanalytic Quarterly.

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(1914). Introducción del narcisismo. Obras Completas, vol. 14. Buenos Aires: Amorrortu Editores.

(1916[1915]). La transitoriedad. Obras Completas, vol. 14. Buenos Aires: Amorrortu Editores.

Heidegger, M. (1962). Being and Time. J. Macquarrie y E. Robinson (trad.). Oxford: Basil Blackwell.

Hoffmann, W. (1979). Los Aforismos de Kafka. México D.F.: Fondo de Cultura Económica.

Jung, C.G. (1983[1934]). The development of personality. En A. Storr (ed.). The Essential Jung. Princeton: Princeton University Press, pags. 191-210.

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Lacan, J. (1990[1949]). El estadio del espejo como formador de la función del yo [je] tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica. En Escritos 1. México D.F.: Siglo XXI Editores.

Olendzki, A. (1999). The context of impermanence. Insight, Fall 1999: 29-35.

Phillips, A. (1988). Winnicott. Cambridge, Mass.: Harvard University Press.

Piyadassi Thera (1992). El Antiguo Sendero del Buda. Barcelona: Ediciones Cedel.

Sartre, J.P. (1975). Self-deception. En W. Kaufmann (ed.). Existentialism from Dostoevsky to Sartre. Nueva York: New American Library, pags. 299-328.

Tillich, P. (1952). The Courage to Be. New Haven y Londres: Yale University Press. von Franz, M.L. (1982). C.G. Jung: Su Mito en Nuestro Tiempo. México D.F.: Fondo de Cultura Económica.

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