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Número 2 - Noviembre 2001
Qué política del signo?
Guy Le Gaufey
Traducción de Marta Dubini

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Versión en francés

Que esto nos ayude a situar el : no hay humo sin fuego, al mismo paso (pas) que :
no hay plegaria sin Dios, para que se entienda lo que cambia
J. Lacan, " Radiophonie ", Scilicet 2/3, p. 67.

El método freudiano conoce una tensión esencial, presente en Freud mismo, entre la particularidad fáctica del caso y la especulación teórica que se supone asegura su descripción y funda su inteligencia. Serían suficientes los Estudios sobre la Histeria para dar testimonio de ello, si su continuación, La interpretación de los sueños - así como los Cinco psicoanálisis o el último Moisés - no viniese a confirmar este movimiento.

El caso parece venir, cada vez, a encarnar el empeño de la realidad en no plegarse muy rápidamente a las construcciones teóricas que tratan de aprehenderlo.

El famoso "Eso no le impide existir" de Charcot, que Freud gustaba tanto citar, viene a confirmar, a su modo, a esta obstinación de la realidad en desbordar, y por ello poner singularmente de relieve, los andamiajes simbólicos que permiten delimitarla.

Esta tensión no se ha mantenido idéntica a lo largo de la enseñanza de Lacan, aun cuando el caso haya permanecido igualmente omnipresente en ella, no sólo en el plano "clínico" sino también en el literario (Joyce, Poe, Gide, etc.) y, más aun, en topología.

Sin embargo, la lectura que de él propone cada vez, no plantea los mismos desafíos en la medida en que la "realidad" del caso ya no está más situada de la misma manera. De pronto, insensiblemente, el caso se desliza hasta no ser más el que era en los orígenes del psicoanálisis : su literaridad lo lleva muy a menudo a esta particularidad.

Hacemos aquí la hipótesis de que esta evolución del caso resulta de la puesta en juego de otra política del signo, una política que no puede contentarse con negar la anterior, de la cual tiene íntima necesidad, aun cuando viniendo a suplementarla, no lo hace sin contradecirla localmente.

De allí las molestias e incomodidades relativamente nuevas respecto de la tradición freudiana, que nos proponemos situar en su actualidad.

1 - Entre signo y significante : el "alguien"

Queda excluido oponer término a término signo y significante, aun cuando comandasen las dos políticas diferentes y a veces opuestas que acabamos de mencionar.

Ambos se presentan, en efecto, en una complementariedad tal, que no vemos, en un primer abordaje, cómo se podría siquiera separarlos: no hay signo sin significante y no hay significante sin signo.

Y, sin embargo, detrás de esta asociación permanente, el hecho de apuntar a uno preferentemente que al otro, hace, prácticamente, cambiar el fusil de hombro.

Hacer entender esta separación fue uno de los objetivos de Radiofonía – En toda la extensión del texto, Lacan se apoya en la definición del signo de C.S. Peirce, a decir verdad, la más amplia que se pueda concebir : el signo es lo que representa algo para alguien1.

Lo presenta así :

- El signo supone el alguien a quien hace signo de algo. [...]. Llame usted a ese alguien como quiera, será siempre una tontería2.

Por qué esta extraña precisión? Porque un nombre (¡sobre todo propio!) no bastará para alterar la personación (personaisson) de este "alguien", sólidamente atado en la lengua a un ser de razón, a una conciencia, a un ego, en fin, a todo lo que la tradición nos procura para pensar esto a partir de lo cual es conducido, a la velocidad del relámpago, el par sujeto/objeto, ahora mediado por el signo que se interpone entre ambos: sujeto/signo/objeto.

Apenas este alguien de la definición básica del signo clásico sirvió de albergue a la noción de persona, vinieron a ponerse sobre el tapete los prejuicios metafísicos más habituales y densos embrollando todas las perspectivas.

A lo largo de Radiofonía, Lacan se muestra perfectamente prevenido respecto de esta fatalidad que acompaña cualquier pensamiento sobre el signo, sin que piense, ni por un instante, en hacer ahorro de él sustituyéndolo por una teoría que sería la del significante.

En primer lugar, que bajo el pretexto de que he definido el significante como nadie ha osado; no se imaginan que el signo sea mi asunto. Muy al contrario, es el primero, será también el último. Pero este desvío es necesario 4.

No se trata, entonces, de soltar la presa del signo por la sombra del significante, sino de organizar un desvío en la aprehensión del signo a fin de evitar un impasse (sin salida) en lo que, en el funcionamiento de este signo, queda pegado solo al significante : ese tipo de sujeto que Lacan machaca como "dividido5" y que está en las antípodas de este famoso "alguien..." del cual no es cuestión, sin embargo, prescindir.

Es así, por lo menos, como Lacan encara la cuestión cuando emprende la explicación de cómo el significante "vira" al signo :

[...] dónde encontrar ahora el alguien, que es preciso

[el signo] procurarle con urgencia?

Pues si el significante no implica más que el sujeto, el signo continúa teniendo necesidad de su alguien para funcionar. Lacan conviene en esto, sin pestañear, aun cuando batalle directamente para que dejen de confundirse este alguien del signo y el sujeto del significante.

Parece, no obstante, desesperar por lograrlo, en este texto al menos, a través de una exposición racional, puesto que llega entonces a decir al respecto:

Hablaré, entonces, en parábola, es decir, para desorientar.6

La parábola será la de "no hay humo sin fuego". Lacan se esfuerza allí en dar un giro de 180° a la comprensión usual para la cual el humo es el signo del fuego para... el alguien que lo ve y lo interpreta, entonces, irresistiblemente, como el signo aparente de un fuego por el momento oculto. Primer comentario introductorio de Lacan:

Al mirar más de cerca el no hay humo (pas de fumée), si me atrevo a decirlo, tal vez franqueará el de advertir que es al fuego al que ese no hay hace seña (signe)

No parte, por lo tanto, del humo, de la positividad de una humareda que remitiría a la positividad de un fuego, en el sentido más clínico y realista del término, del mismo modo que la fiebre es signo de infección, o la inhibición signo de conflicto, sino del "no hay humo", que debe entenderse en la línea de su famoso comentario del "no hay huella", en el cual la positividad de la huella se confundía con el instrumento mismo de la negación en francés.

Con la atención dirigida al no hay humo (pas de fumée), termina de captarse, por la escucha de la fórmula, para un indio escrutando el cielo en Monument Valley: el "no" (pas) fue suficiente para el borramiento del signo que no deja más que el significante humo, el cual hace signo a "fuego" y a nada más, y para nadie.

La localización de la negación es aquí esencial y muy comúnmente olvidada en la apreciación de la máxima donde el "no" (pas) [hay humo] (de fumée) se une con el "sin" (sans) [fuego] (feu) para desaparecer en el crisol de una articulación lógica y gramatical : no uno sin el otro (pas l’un sans l’autre). Pero es, precisamente, en donde Lacan puede encontrar alguna razón para sostener – lo que sin ello podría parecer escandaloso - que el no hay humo (pas de fumée) no hace signo de un fuego para alguien, sino que hace primeramente signo al fuego... de qué, desde cuándo? Del sujeto, responde Lacan, del ahumador y de nada más. Lo cual lleva, en este contexto altamente alegórico, a una aplicación estricta de la fórmula definiendo al sujeto por el significante.

[…] una humareda es más bien el signo de ese sujeto que representa una cerilla para su caja […]

Así, entonces, entre humo y fuego, Lacan viene a introducir subrepticiamente al ahumador, en tanto que estos dos significantes, humo y fuego (fumée et feu) (audibles en tanto significantes debido a la negación que los vacía de toda realidad empírica), apuntan a un sujeto del cual, sin embargo, queda el signo.

Por lo tanto, ¡algo que continúa representando otra cosa... para alguien! Habremos solamente girado en redondo?

No, pues la parábola va avanzar un paso introduciendo un nuevo elemento, Prometeo, en primer lugar, pero sobre todo Ulises, excelente ejemplo de alguien que, al llegar a una isla desierta y observar allí un fuego, concluye por ello, de oficio, que la isla no está desierta sabiendo leer ipso facto en ese humo el sujeto que ella determina, aunque borrándolo, en la articulación lógica de un pas...sans... Pero extraño también para Lacan hacer enseguida de eso un comentario perfectamente pro domo:

Es dudoso, sin embargo, que Ulises proporcione el alguien, si recordamos que el también es nadie (n’est personne). Es en todo caso persona en que se engaña una fatua polifemia.

Expresión extraña y rebuscada donde encontramos, sin embargo, un innegable eco del "llámele como quiera, será siempre una tontería."

Esa tontería se devela, ahora, en el absurdo según el cual si el humo vale desde ahora como signo de un sujeto (aquel que Lacan presenta como representado por el fósforo para la caja o por el humo para el fuego), si, entonces, este sujeto ha devenido ahora el "algo" de la fórmula del signo, no es tanto para alguien. O al menos, alrededor de este "para", es preciso entenderse 7

Pues es al hilar aquí la historia de Ulises como Lacan, igual que Penélope, arriesga allí los acampantes hacen fuego y les importa muy poco el humo que se desprende; les basta con gozar de él para cocinar su comida o calentarse los pies.

Para ellos, este humo no es directamente signo. Para Ulises, en cambio, que no está en la misma posición - ya que él "es alguien" – es de entrada signo en tanto el fenómeno que presenta remite, para él, a otro fenómeno : el fuego, el cual sólo a él le devela la presencia de este sujeto aprisionado entre humo y fuego como entre dos significantes decisivos.

De donde no se deduce, sin embargo, que los acampantes hacen fuego, y, por lo tanto humo, para que Ulises se dé cuenta de ello, lo cual no se le escapa a Lacan, que lo comenta, de entrada, así:

Pero la evidencia de que no es para hacer seña (signo) a Ulises que los fumadores acampan, nos invita a mayor rigor con el principio del signo 8.

El rigor va a referirse esencialmente al "para" de la fórmula de Peirce : que entendemos como el vector de una causa final – es para los bellos ojos del alguien que el signo, infatigablemente, representa algo – y henos aquí, disparados en plena paranoia ; todo, dicho de otra manera, cualquier cosa, hace signo, si es verdad que hay siempre alguien, quien quiera que sea a quien se dirige.

Razón por cual Lacan lleva su apólogo hasta hacer entrar allí, ya no sólo a los fenómenos que , es claro, no cesan de hacer signo y postulan, por lo tanto, todos y cada uno, un alguien cualquiera, sino también los noumen kantianos de los que se supone sobrepasan lo sensible y por eso mismo escapan a toda epifanía.

Si ellos también hacen signo, no puede ser entonces más que para "el alguien de ninguna parte que debe tramar todo ...". Le será preciso a Lacan alcanzar esos extremos (de una metafísica dudosa, sin embargo) para llegar a hacer entender lo que en este apólogo le importa : que todo (cualquier cosa) no hace necesariamente signo. Lo puntúa mediante una fórmula final de su cosecha.

Que esto nos ayude a situar el no hay humo sin fuego (pas de fumée sans feu) al mismo paso que el no hay plegaria sin Dios, para que se entienda lo que cambia9

Lo que cambia... cuando la política del signo toma en cuenta, cuando le canta, la dimensión del significante, la cual es abierta por el "pas" : poner al mismo paso ("pas"), es aquí reglar sobre el significante y su manera de borrar el objeto, y no tanto sobre el signo que resulta cuando este significante se articula al punto de hacer sentido, "virando", así, al signo encontrando al mismo tiempo su algo y su alguien.

Una vez consumada la operación, una vez constituido el signo en su funcionamiento de signo, el alguien estará irremisiblemente emplazado, nadie podrá hacer que se prescinda de él cualquiera sea la precaución que se tome entonces en su lugar.

A lo largo de todo este texto, Lacan se muestra perfectamente prevenido respecto de esta fatalidad semiótica, y no cesa de subrayar su precio: el alguien no podrá entrar en función sin despedir al sujeto dividido, su objeto llamado (a) y los significantes que los encierran hasta ahogar su huella en la pura sintaxis de un "pas" (un "no", una negación, un paso) reducido a un operador lógico dedicado a articular signos y nada más que signos.

¿Por qué, entonces, en el curso de este apólogo Lacan habla de los "acampantes", de

los que hacen fuego y gozan de él, preocupándose o no por el humo que ocasionan?

Porque permanece atento a lo que podría llamarse en Marx el valor de uso del fuego para aquellos que diversamente gozan de ello y no están, en ese momento, necesariamente preocupados por el valor de cambio del signo que producen por la interposición del humo.

Así, al menos, podemos comprender uno de los últimos vuelcos de este texto cuando Lacan hace notar que el proletario podría también pedir cuenta de la explotación que sufre, no tanto al capitalista – ese alguien para quien el valor de uso se ha evaporado en provecho del valor de cambio – sino a los productos mismos, de los cuales el proletario ha aceptado deshacerse dejando caer su valor de uso en provecho de su valor de cambio.

En este pasaje al intercambio – ya sea el del mundo de la mercancía o el de la significación y del sentido – se han perdido, a los ojos de Lacan, los valores de uso y del goce atinente, que determinaban un sujeto desde entonces rigurosamente ausente de la cascada de intercambios por venir

Cuando se reconozca, concluye Lacan la suerte de plus de gozar que hace decir " esto es alguien" estaremos sobre la vía de una materia dialéctica quiza más activa [...]10

Cuando, entonces, cesaremos de olvidar "esto" ( "ça") en el momento mismo en que equivaldría a este "alguien" con quien el signo va inmediatamente a tomar su aspecto de crucero, entonces sí, "estaremos sobre la vía de una materia dialéctica quizá más activa."

Es éste el caso del caso? ¿Llega a intercarlarse entre el eso (ça) y el alguien algo distinto que la cópula de la equivalencia general? Hay lugar para dudar de ello –de mirarlo más de cerca, como Lacan invitaba ya a hacerlo para el "no hay humo".

 

2. Transmisión versus experiencia

¿Es, sin embargo, fatal, semióticamente hablando, que todo caso, o que todo en el caso haga signo? ¿No se podría ordenar, aquí y allá, en el inevitable relato, rupturas, suspensos, desvíos que permitieran engañar el andamiaje representativo desplegado al hilo de las páginas?

La fábrica del caso – tal al menos como se lo ha intentado desde los comienzos de la escuela lacaniana – no dejado de aventurarse por ese lado11. Pero el problema no es tanto estilístico como semiótico. Por más variables que sean los talentos puestos a trabajar en la elaboración, la escritura y la presentación de un caso, este permanece y permanecerá encerrado en una lógica semiótica que lo dedica al alguien al cual no cesa de hacer signo por todos los poros de su relato.

Ahora bien, a la inversa de esta dimensión de transmisión clínica en la cual el caso se revela como una pieza indispensable, el método freudiano se presenta desde sus comienzos como una transgresión en relación a ese relevamiento casual y casuístico. Lacan mismo, más de una vez saluda a Freud por habernos instruido obstinadamente en escuchar a todo paciente "sin que jamás sea un caso".

No dudo de que, actualmente, muchos verán en esta actitud una exigencia ética, altamente reveladora de los bien conocidos ideales humanitarios y democráticos del vasto superyo analítico. Me parece, sin embargo, que no se trata aquí más que una consecuencia directa de la sola hipótesis del inconciente.

En Freud, es posible, en efecto, comprender esta preocupación a partir de su modo de instaurar la regla fundamental : si la técnica puesta en práctica debe servir para engañar a las defensas ya emplazadas mejor que la hipnosis - que sabía ya hacerlo - esta técnica no puede confiarse en las únicas vías del interrogatorio clínico.

En este escenario, nuevamente montado, el caso es de entrada impertinente aunque más no fuera en el sentido lingüístico del término : cuando nos ponemos a escuchar a alguien en un análisis, como fuera de él, tenemos interés en olvidar los casos gramaticales que, sin embargo, no van a dejar de aparecer en lo que se va a articularse.

Existe, por lo tanto, a partir de Freud una tensión muy clásica entre el libre juego de las significaciones producidas en el seno de una palabra sin codificación consensual preliminar y la sintaxis de los casos registrados en la teoría.

Esta tensión la encontrarmos tanto en la casuística jurídica como en la casuística moral, en las cuales la singularidad de un caso no viene a sumarse a los otros ya registrados sino perdiendo su singularidad en provecho de una particularidad que lo hace articularse con los otros casos. Tan único como imaginemos el caso no deviene tal más que al inscribirse en un orden donde su hecceité se ha disipado sin remedio.

Lacan tuvo una intuición tan constante de esta situación delicada que ella pesó en él de manera mucho más decisiva que en Freud – en quien las reservas con respecto al caso no provienen más que del interés por preservar el anonimato del paciente, preocupación balanceada con el interés "científico" de la comunicación autorizada por el caso y solo él. En el momento en que, siempre en "Posición del Inconsciente", Lacan se dedicaba a una cierta "coinh de la subjetivación" que quiere a cualquier precio ver sujeto allí donde hay signo y sentido, concluía:

Es porque solo una enseñanza que triture esta coinh traza la vía del analisis que se titula didáctico, puesto que los resultados de la experiencia son falseados por el solo hecho de registrarlos en este coinh12

Aquí, la tensión torna al conflicto irreductible y el embarazo en el lugar del caso deviene extremo en la medida en que este último estaría dedicado a "falsear" los resultados de la experiencia. ¿Cómo y por qué?

Sólo el alguien puesto aquí en escena permite comprender esta penosa situación que se introduce como una astilla en el proceso de la transmisión. Pues si él es "aquel por el que el significante vira (o cae) al signo", entonces, es plenamente identificable con el sujeto supuesto saber quien, también él, sobretodo, se instala como el operador por el cual significantes enigmáticos "viran" al signo por el solo hecho de la suposición de sentido que, vía el análisis, los atrapa.

Con el sujeto supuesto saber, Lacan se encuentra habiendo dado al alguien no un nombre propio que lo hubo instalado más aun en la personación, sino una descripción definida que describe su función. He aquí un sujeto que, en las antípodas del sujeto del significante, permanece suspendido de una suposición, la cual le es ampliamente suficiente para perdurar en su ser .

Peirce, por su lado, no lo entendía de otra manera cuando hacía notar que el signo no tiene necesidad de entregar el sentido de su representación – a saber el "objeto" que representa. Basta con que alguien lo sospeche de tener sentido, dicho de otra manera, de representar a algo. En Peirce, este movimiento de suposición es suficiente para calificar y el signo y este alguien que lo ha considerado como tal antes incluso de que cualquier objeto sea actualizado por el signo. Peirce llevaba las cosas más lejos, hasta escribir por ejemplo:

Una proposición que podría ser expresada para todo el ser que pertenece a las proposiciones, incluso si nadie la expresa ni la piensa13

Es suficiente con que la proposición pueda ser expresada. Para Peirce, esta potencia es constitutiva del signo que no tiene ninguna necesidad de pasar al acto de su significación para completar su naturaleza de signo. Pues el objeto - a diferencia del alguien sin quien no habría jamás ningún signo - el objeto puede esperar! Puede incluso esperar indefinidamente.

Ahora bien, esta potencia es también lo que alcanza para instaurar el sujeto supuesto saber, sujeto todo en potencia que el analista permite desarrollar mucho más a través de sus silencios y sus no-respuestas que a través de sus interpretaciones. La sospecha que hace virar los significantes al signo confiriéndole una significancia, he aquí el crisol un poco paranoico común al alguien y al sujeto supuesto saber, seguros, uno y otro, de que no hay más humo sin fuego y de que no hay represión sin retorno de lo reprimido.

Esta connivencia, me parece estar en la raíz de la molestia nueva que sorprende, muy a menudo, al escuchar el relato del caso. No es tanto que una intimidad sea develada (aunque...) sino que, cada vez, el caso se pone al servicio del alguien del sujeto supuesto saber.

Y que no vaya a creerse que es suficiente con describir su eventual caída para que disminuya su soberbia: por más tropiezos que revele haber tenido analista en la conducción de la cura, la voz que de él hace caso se eleva por sobre sus eventuales errancias, no puede no magnificar al lector de signo que hace demasiado a menudo su número de clínico fino, de hábil lector de signos, aunque fuera esto después de la batalla.

Es, en efecto, en sus tropiezos interpretativos que el clínico, figura hoy omnipresente del sujeto supuesto saber en la escena analítica, se encamina mejor hacia su gloria. Bajo la caparazón de su lógica de la transmisión, este clínico, no desdeña, en efecto, tomar nota de sus eventuales desfallecimientos o derrotas en la medida en que se revelen, al final, al menos cargados de algo para transmitir.

Y, seguramente, tiene razón este clínico : transmitir es un imperativo vital. Sin el caso, sin ese ordenamiento sabio o ingenuo de signos que van hasta dibujar una figura, pero sobre todo, sin el inevitable alguien que mira de soslayo, pacientemente, a la espera de completar su conocimiento clínico, nada de la experiencia y del campo abiertos por Freud habría llegado hasta nosotros. Pero, entonces, qué es lo que permitiría encarar "aplastar la coinh"?  ¿Qué es lo que podría hacer que tengamos más de un solo címbalo en la mano cuando un sujeto pasa por ahí, en el espacio que una transferencia le otorga?

La respuesta es simple y compleja a la vez : lo que tenemos, en profusión, es un cierto saber. El caso lo convoca por sí mismo, lo fabrica hasta tener más sed de él, si se quiere. Pero tal como Lacan pudo reformular este término tan común en su propia terminología, un saber (S2) no vale, no llega a diferenciarse de ningún conocimiento sino al avanzar despojado de los significantes amo (S1) que lo comandan, asegurando el sostén axiomático y sosteniendo, así, los efectos de verdad.

Esta huida, esta más o menos discreta hemorragia – no al final sino al comienzo de lo que se produce – hace toda la dificultad de la fábrica del caso. No se confunde con ninguna modestia enunciativa, con ninguna preocupación respecto de lo que el caso viene a contradecir o a derribar en la teoría11. Se trata, solamente, de hacer pasar al alguien el mensaje según el cual su existencia semiótica, su existencia de lector de signos está sujeta a caución.

Dudo que ningún caso llegue jamás a eso en tanto tal. En cambio, allí donde el alguien ha, verdaderamente, recibido un golpe en los últimos treinta años en el campo analítico, allí donde se ha creído alcanzar el colmo del caso psicoanalítico sin que de ello salga nunca nada semejante, allí donde la exageración de una singularidad máxima no ha producido hasta hoy ningún saber para sustentar incluso un alguien cualquiera , es a ese rinconcito adonde ha ido a habitar, con el correr de los años, sin hacer demasiado ruido - he nombrado : el pase. Éste, al menos, ha llegado a tomar lugar en la escuela lacaniana, en esta escuela donde, según un justo rumor se habla poco de caso "de análisis"

Si, en cambio, hablamos allí, de casos que toman a menudo aspecto de monografías es en gran parte porque en un escenario muy diferente, según otra lógica fuertemente extranjera al saber y a la consistencia semiótica del caso, el otro polichinela de la transmisión (bifidez del falo!) se desliza entre las manos ciegas e inexpertas de los encuentros por azar, de los equívocos sin fundamento. Salvo que ...¡Evidentemente! ¡No hay medio de asegurarse de ello!

Notas

1 . C. S. Peirce, Écrits sur le signe,rassemblés, traduits et commentés par Gérard Deledalle, Le Seuil, Paris, 1978, p. 121 : "Un signe, ou representamen, est quelque chose qui tient lieu pour quelqu'un de quelque chose sous quelque rapport ou à quelque titre."

2 . J. Lacan, " Radiophonie ", Scilicet n°2/3, Le Seuil, Paris, 1970, p. 56. Ceci n'est pas en soi une nouveauté de Radiophonie : dans " Position de l'Inconscient " (rédigé en 1964), Lacan écrivait déjà  : " Les signes […] représentent quelque chose pour quelqu'un ; mais ce quelqu'un, son statut est incertain […] à la limite, ce peut être l'univers en tant qu'il y circule, nous dit-on, de l'information. Tout centre o ù elle se totalise peut être pris pour quelqu'un, mais pas pour un sujet. " (Écrits, Le Seuil, Paris, 1966, p. 840).

3 . Peirce fit ce qu'il pouvait pour lutter contre cette conception des choses, allant jusqu'à écrire à sa correspondante en matière de sémiotique, Lady Welby, qu'il avait employait l'expression quelqu'un "pour donner à manger à Cerbère, parce qu'il se désespérait de faire entendre sa propre conception, qui était plus large.". C. S. Peirce, Écrits sur le signe…, op. cit., p. 51.

4 . J. Lacan, " Radiophonie ", op. cit., p. 65.

5 . Le sujet du signe ne l'est jamais, ou du moins pas de la même façon. L'ambivalence freudienne n'a pas grand chose à voir avec la division du sujet lacanien.

6 . J. Lacan, " Radiophonie ", op. cit., p. 66.

7 . Cette bivalence du " pour " constitue la plus grande difficulté pour toute fabrique du cas.

8 . J. Lacan, " Radiophonie ", op. cit., p. 66.

9 . Ibid., p. 67.

10 . Toujours page 67.

11 . D'autres également, confrontés à ce même problème, ont cherché, cherchent encore des voies de traverse pour parvenir à couper court dans le champ représentatif. Un bon exemple en est donné par l'article de Pierre Fédida, " La construction du cas ", dans le n°  42 de la Nouvelle Revue de Psychanalyse, " Histoires de cas ", Gallimard, Paris, automne 1990, pp. 245-260. Il y tente une " mise en abîme " d'un cas de supervision, de façon à sortir d'une certaine malédiction sémiotique. Sans grand succès - de ce point de vue-là tout du moins.

12 . J. Lacan, " Position de l'Inconscient ", Écrits, Le Seuil, Paris, 1966, p. 836. Je souligne.

13 . C. S. Peirce, MS 599, cité dans Christiane Chauviré, Peirce et la signification, PUF, Paris, 1995, p. 109.

14 . Ceci n'est qu'un rêve post-bachelardien entretenu comme un cliché par une épistémologie vivant au dessus de ses moyens.

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