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Número 5 - Noviembre 2002

Entre el cuerpo y la escritura: un tratamiento posible

María Eugenia Cora


El paciente al cual voy a referirme tiene 38 años. Un año antes de consultar en Psicopatología, concurre a Dermatología por un eczema ectópico que tiene desde chico. En esa oportunidad vio el cartel de psicosomática, y preguntó, pero según dice "se le fue pasando la motivación".

Llega al equipo de psicosomática. Comienzo a escucharlo hace dos años.

Confusión, desorientación, ¿debilidad?

R. consulta "por el eczema". Dice que hay algo que no entiende, de cómo funciona su forma de pensar, que hace que en algunas situaciones en lugar de decir, eso salga por el eczema. Señala el cuello con el índice. Cuando indago o pido ejemplos de estas "situaciones", no puede dar más respuesta que otra generalidad. Responde que no entiende la pregunta, que se perdió o se olvidó. Manifiesta mucha confusión.

Es un discurso que da la idea de cierta circularidad: dice que viene por la alergia y que esto se debe a la crianza, que eso "se traduce". Pregunto y vuelve a decir: "La manera en que me criaron".

Durante las primeras entrevistas relata cómo es su vida cotidiana: me cuenta que mira televisión, come solo, no habla con nadie. Dice que no le alcanza el tiempo para "meditar", no puede dejar de pensar, aunque no tiene tiempo. Introduce en este punto a su pareja y a sus hijas.

Se queja de la relación que tiene su mujer con sus hijas, le da bronca cómo trata a las niñas; mientras que él no se ocupa porque no tiene tiempo.

Describe cuánto tarda en bañarse, en hacer el desayuno, en vestirse, etc. Explica que no puede hacer "nada a la vez": si habla con la mujer no puede desayunar, si se peina no puede pensar en las hijas.

Al cabo de un tiempo, comienza a incorporar en sus dichos una curiosa modalidad de formularse preguntas, siguiendo el estilo de las que yo le hacía desde que comenzamos a vernos. Dice por ejemplo: "¿Qué sería no tener tiempo? No tener tiempo es..." y da una explicación a modo de respuesta a su propia interrogación.

A la par de esta modificación en su discurso, empieza a sentarse del mismo modo que la analista: cruzando la pierna para el mismo lado, poniendo su bolso debajo de la silla igual que yo desde que empecé a hacerlo... Da la impresión de estar frente a un espejo.

Es el momento de sostener la duda diagnóstica. En ausencia de lo espectacular de los fenómenos elementales, la apuesta estuvo del lado de la escucha de los detalles que pudieran orientar por la estructura.

De la "motivación" a un motivo de consulta.

No quedaba claro por qué consulta R. Andaba por el hospital: había ido a hacerse un chequeo porque unos amigos lo habían hecho y él pensó que era una buena idea.

Sí aparecían, cómo él los denomina, "temas para resolver" pero desconectados unos de otros. Entre éstos enumera: "el tema del trabajo", "el tema de la crianza", "el tema de la pareja", "el tema de la fe".

R. vive con el dinero que busca en la casa de sus padres, adonde no le gusta ir porque "se brota". La cercanía con la madre le provoca, según la propia idea del sujeto, la picazón en el cuello. Cuando se va acercando, se hincha y no puede evitar el ardor. Por otra parte: ya sabe que esto va a suceder. Sabe como funciona.

Se mudó de allí cuando se fue a vivir con su pareja. Consiguió el terreno para su casa "por unos amigos de la Iglesia" y es también "por la Iglesia, por el tema de la fe" que consiguió trabajo como chofer.

Respecto de estos chicos de la Iglesia, relata un episodio que finalizó con su distanciamiento.

Pareciera ser lo que precipita su consulta.

Ubica que "le pasan" accidentes, choca en dos oportunidades, pero lo que le preocupa son las "imputaciones" que le hacen los chicos. Le recriminan que es vago y que no le gusta trabajar. Piensan mal de él, hablan mal de él.

A una semana de iniciadas las entrevistas, R. dice tener dos lugares de referencia: primero Dios. Después, el hospital. Es por esto que frente a un nuevo "brote" en el cuerpo recurre a la guardia, porque no tenía cómo ubicarme y no sabía qué hacer.

Decido darle mi teléfono y dice que se siente más tranquilo, pero que no le alcanza el tiempo para escribir.

Me cuenta que siempre tiene que anotar lo que habla con su mujer, para no olvidarse lo que discute o lo que argumenta. Piensa y anota, habla y anota. Tiene que escribir todo el tiempo y a veces no puede pensar en lo que escribió.

Además, le preocupa que tiene que trabajar para ganar dinero. Es la manera de no tener que ver más a sus padres. Él sabe que es una vía para cortar con eso que lo brota.

Un horario para la escritura; un orden a los pensamientos.

Con la hipótesis de psicosis como orientación, le sugiero a R. que puede dedicarle, por ejemplo, una hora del día a la escritura y nada más que a eso. También lo invito a que traiga a la entrevista los cuadernos en los que escribe.

Su escritura es sobre "temas". Pone título en cada hoja y escribe frases, oraciones, preguntas. Lo hace para acordarse después o para pensar. Pero sitúa que en las entrevistas prefiere hablar como lo venía haciendo, y no leer.

Refiere que hay "temas de traición", y me explica que son temas que los otros interpretan como de traición. "Por ejemplo ilusionarme con otras mujeres. Lo que uno proyecta o imagina. Lo anoto y trato de ver qué siento", dice.

Le pregunto si piensa en otra mujer y dice que no sabe pero tiene la ilusión de lograr su alimento espiritual. "Poder hablar. Ser escuchado y comprendido. Eso dentro de mi contexto no lo tengo", argumenta.

Conducir hacia un nuevo trabajo: apertura a otros "temas".

R. empieza a hablar sobre lo que le ocurre al manejar, por calles que él no conoce. Describe los signos que le aparecen en el cuerpo cuando conduce por laruta. Con la velocidad: transpira, se le ponen los brazos duros, aprieta las manos al volante y tiembla. Supone que le pasa porque no conoce y, fundamentalmente, porque sabe que le dieron el peorvehículo.

Surge la idea de una actividad propia, sin tener que relacionarse con otros para poder trabajar. Le propongo evaluar otras posibilidades de trabajo y le ofrezco pensar juntos estas opciones.

Empieza a leer los clasificados y arma su primer curriculum vitae copiando el modelo de su primo y así consigue distintas entrevistas y trabajos, que abandona "porque no le da el tiempo para pensar, para escribir, para estudiar". Introduce por primera vez sus ganas de estudiar. No sabe en qué orden pero quiere trabajar, estudiar y ocuparse de la religión. La invitación a hablar de este último tema abre la posibilidad para que R. decida enseñarme lo que conoce de Dios: lo que lee en la Biblia y lo que él sabe, delimitando un espacio donde confiar lo que le pasa.

Dice que a partir de los 20 no contó más los años. Cuando terminó el colegio ya estaba con el tema de Dios y como estaba mal hizo el siguiente razonamiento: "Dios es amor, canta el apostol Juan". "Un día algo me dijo que tenía que proteger a los chicos. No sé por qué me lo creía... Estaba como atento... acelerado mentalmente".

Comienza a llegar tarde a las entrevistas. Piensa que se distrae para no venir y que le pasa eso porque está entrando en temas dolorosos. También a partir de allí escribe como si estuviera hablando conmigo, sobre "cosas que le hacen mal".

Lo nombra "discernimiento": tiene que discernir, identificar, pensar. Me explica que hace algunos años empezó todo a partir de una iniciativa que tomó de conocer a Dios. Desde ese momento anota "para tener la referencia", para no olvidarse. Pero ahora, dice tener que regular los tiempos.

Lo estable del tratamiento

Consigue trabajo como vendedor de libros y comienza a ganar dinero. Es un tiempo en que las entrevistas se convierten en un encuentro de unos minutos, en los cuales relata cómo le ha ido en la semana, si vendió o no vendió. A veces le alcanza un llamado telefónico. No le preocupa nada, aunque tiene temas pendientes.

Se pregunta por la posibilidad de finalización del tratamiento, lo que introduce una serie de episodios "desordenados" en su trabajo, episodios que no entiende. Cambia de trabajo, pero ya no sabe cómo vender.

Le propongo dejar de lado el final del tratamiento, y pensar juntos en lo que él llama su "método de trabajo". Aparece la dificultad para trabajar en grupo: le hablan de travestis y de mujeres; lo molestan. Ubica su preferencia por estar solo y esto lo tranquiliza.

Es este "método" de estar solo lo que va a introducir una distancia con lo intrusivo del otro, que le retorna a R. como lo que lo descontrola, "lo brota". Es a la vez este recurso del sujeto el que marcará la orientación de la cura.

La posibilidad de anudamiento

Frente al "estar solo" como recurso, resulta necesario pensar qué lugar para el analista, entonces. Cuál es el lugar que ocupa el tratamiento para este sujeto.

Cuando se encuentra con el dispositivo analítico (o el dispositivo con él) R. ya cuenta con sus propias herramientas, se ha dado modos para responder a las fallas de la estructura. Es posible ubicar, junto a la interpretación del sujeto, que la escritura funciona como barrera al goce del Otro, al modo de suplencia del tope que no opera. Sin embargo, suplencia en un punto fallida, que no alcaza. Están también las respuestas que involucran al cuerpo: accidentes que frenan, que hacen de límite justo cuando está a punto de estallar y la alergia que aparece en el momento en que nada media entre lo intrusivo del Otro y el sujeto, introduciendo una localización del goce.

Pensando el eczema como fenómeno psicosomático, ¿qué estatuto darle a este fenómeno dentro de la estructura psicótica? Este interrogante ha funcionado como guía , modulando las intervenciones posibles para este caso.

Propongo pensar el fenómeno psicosomático como un intento de "anudar" lo que por ausencia del Padre como cuarto, en el marco de la clínica de los nudos, estaría "desanudado". Intento que, si bien logra cierta estabilización, tampoco basta.

¿Qué hacer con este fenómeno, entonces? La apuesta ha sido -y continúa siendo- por el lado del saber hacer del sujeto. Dejarse enseñar como posición privilegiada y sostener los recursos e instrumentos que son de la cuenta del sujeto.

Pero la pregunta es: si con esto no alcanza, en el punto en que sigue habiendo un exceso, qué puede sumarse a esta cuenta, para que reste.

Una aproximación es sostener que la presencia del analista, alojando desde la escucha y su deseo, permita -entre el cuerpo y la escritura- la instalación de un tratamiento posible.

 

Bibliografía:

Lacan, J.: El Seminario. Libro 22: "RSI".

Lacan, J.: Idem, Libro 3: "Las psicosis".Ed. Paidos.

"Los inclasificables de la clínica psicoanalítica". Cuadernos del ICBA, N° 1. Ed. Paidos.

"El cuerpo en la clínica psicoanalítica": síntoma y fenómeno psicosomático. EAIP, Hospital Argerich. Ed. Macchi.

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