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Número 7 - Diciembre 2005

La femineidad como escritura

Mauricio Szuster


Anterior a los tiempos, el enigma femenino, desde Lilith en la tradición judeo cristiana, encarnación de un goce sin límites, hasta el muy porteño y tanguero "percanta que me amuraste", se resiste a estabilizarse en un signo que indique su identidad.

En una doble dimensión, como artífice de las tentaciones que conducen a la caída en el vértigo embriagador del deseo o, subsecuentemente, enfrentar la decepción, consecuencia de su insatisfacción, la femineidad traza, en esta oscilación, su condición irreductible a las aspiraciones de una normatización.

El árbol de Porfirio sacude sus frutos, desempolvando una vieja polémica: ¿Platón o Aristóteles?

¿Las categorías (género, especie, diferencia) son producto del entendimiento o de las cosas? Es que, el enigma femenino podría entonces resolverse por la vía de une minuciosa y rigurosa observación de orden fáctico? Desde antiguo, la apuesta arriesgó por la diferencia de genitales. Para Hipócrates, ciertas alteraciones femeninas se explicaban por las migraciones de los hústeros, desde el útero hacia otras partes del cuerpo, desplegando sus travesuras en su nuevo destino. Tiempo más tarde, Pinel, de la mano del iluminismo, y como para que todo encaje en los límites que impone la razón (cualquiera sea esta), opta por elevar ciertas secreciones hormonales de la matriz, a la condición de causa.

Y, ¿que mejor que una hormona para dar cuenta de una racionalidad que no se resigna a su condición de ficción teórica?

Si hombre y mujer, son géneros respecto de una esencia, la complementariedad toma la función lógica de lo necesario, haciendo de aquello que la exceda, una alteración.

Tomar lo femenino y lo masculino en una relación de complementariedad, al modo de un orden natural de las cosas, supone ya una función en operación, no sin reminiscencias de una hipótesis creacionista, la de un ser en potencia que se realiza en acto. Dirimir esta cuestión, nos plantea al menos, dos alternativas.

Género y especie para, como el intento del árbol de Porfirio, definir universo, o pura diferencia como terciaría más tarde Guillermo de Ockham, diferencia que aporta el nombre como tal. En verdad, ya puede leerse en el Corán, en aquél versículo en que se nombra, a Adán como el que recibió todos los nombres.

¿Que quiere una mujer? Pregunta de Freud, que en su estructura misma, pone en relieve una diferencia, y fractura el plano de complementariedad con su par opuesto, en el lenguaje, el hombre. ¿Que quiere una mujer? es una pregunta que se tensa en la subjetividad de Freud para alcanzar en su despliegue la fundación misma del psicoanálisis. La mirada, con que sus maestros de la Salpetriere pretendían indagar en los secretos de aquellos cuerpos extáticos, desafiantes de toda razón de la anatomía o de la fisiología, obtiene lo que es propio de la mirada, congelar en una nosografía la quo la desborda, al punto de, agrupar en un mismo pabellón a las histéricas con las epilepsias simples. La pregunta de Freud nos lleva de un cuerpo a ser mirado por el médico, a un cuerpo a ser escuchado. Entonces, un cuerpo habla y develar los misterios de un cuerpo que habla requiere del pasaje de la continuidad de la mirada a la discontinuidad del lenguaje. A su retorno de París, Freud continúa, por encargo de Charcot, un estudio comparativo de las parálisis histéricas y las parálisis motrices. Resulta de su informe, que los síntomas histéricos son efecto de una fragmentación del cuerpo, dado que una parte del mismo, afectada por el síntoma, ha pasado a tener función de representación.

Huidizo a la mirada diagnóstica del médico, el cuerpo, por efectos de lenguaje, se ha transformado en una otra escena, respecto de aquella á la cual la confinaba la razón diagnóstica. Efectos de lenguaje, que organizan un cuerpo transgresivo respecto del cuerpo de la anatomía.

Es el gran descubrimiento de Freud, algo habla en esos cuerpos y paradojalmente, en su sufrimiento, dice de otro orden de satisfacción que, respondiendo a una etiología sexual, desborda toda noción de complementariedad.

Y esa pregunta, ¿que quiere una mujer? se multiplicó en los desarrollos freudianos hasta culminar en la conferencia sobre La Femineidad para mostrar que entre hombre y mujer, respecto de la satisfacción en el goce sexual no hay complementariedad sino heterogeneidad.

En un retorno a Freud, por la vía de una rigurosa lectura de la experiencia freudiana, Lacan anuncia con aires de boutade, La mujer no existe, al mismo tiempo que se esfuerza por dar consistencia lógica al discurso del psicoanálisis. Por supuesto, que la negación de existencia recae sobre el La en tanto lleva a prevalecer del lado de la posición femenina, la singularidad, cada mujer ha de ser considerad una por una.

La diferencia de los sexos no es cuestión de diferencia de genitales sino de diferencias que ordena el lenguaje. Si bien las afirmaciones precedentes, parecen ser formuladas para espantar bienpensantes, lo que escuchamos en nuestra práctica clínica nos conduce, en lo referente al goce sexual, a dar cuenta de un orden que no es de adecuación. Inadecuación, que poniendo en cuestión el universo construido a partir de la noción de complementariedad, se hace reveladora de las posiciones singulares respecto del orden que el lenguaje introduce respecto de la diferencia de los sexos.

Es el caso de Celina, quien llama solicitando una entrevista. A la propuesta de fijar un encuentro para un horario de una semana más tarde, un silencio indica alguna vacilación, para continuarse en un "soy bulímica", que parece deslizar ese tiempo de espera, en un tiempo de angustia.

Pero, contrariamente a lo esperable, no es la inminencia de una ordalía alimentaria el motivo de sus desvelos, sino, Pedro que se convierte en eje de dilemas irresolubles.

Una extraña disyunción queda planteada en esta primera entrevista. 0 Pedro y el vaginismo, o la bulimia. Problema digno de las paradojas de Lewis Carroll.

Veamos los términos de esta disyunción. Pedro es una relación reciente, que ha sido muy' considerado y atento, la ha sabido escuchar, pero considera que ya es tiempo de llevar la relación a otro escenario, el lecho.

Celina tiene reparos que enumera cuidadosamente. Separada hace seis años, llegó virgen al matrimonio, velando una frase de su madre "los hombres te cogen y después se van" aunque ella misma, su madre, parece no haberse privado de ninguno. Su marido, torpe sexualmente, no supo conducirla a superar su vaginismo salvo haciendo de acompañante en reiteradas visitas al ginecólogo. Preocupada por su propia apariencia física, Celina admira profundamente la belleza y capacidad de seducción de su madre. Entre la preocupación por su improbable atractivo físico a causa de un antiguo exceso de peso y su vaginismo, Pedro coloca a Celina en un dilema sin salida: el lecho y sus consecuencias que amenazan estos seis años de castidad, o la bulimia por la pérdida de Pedro. Si Freud con el descubrimiento del inconsciente, despeja para el síntoma su función de responder a un otro orden de satisfacción, vaginismo y bulimia cobran el valor de dichos, este contexto, cuya diferencia queda por establecer.

Por una vía negativa, el vaginismo supone una consideración de la diferencia sexual que parece apuntar en Celina, a la mujer que ella no es pero debería ser, más que al hombre como otro de la diferencia.

Entre la mujer que es, y lo femenino que ha producido como Otro que opera como fantasma asfixiante, Celina debate sus posibilidades de tomar su parte en el goce simbólico, que Lacan llamó goce fálico. Por el lado de la bulimia, donde parece escenificado el positivismo de satisfacción pulsional, devorar ser devorado, el pasaje al acto le deja como posibilidad la clausura narcisística, más allá de la diferencia de los sexos. Una por una, en su singularidad, porque La mujer no existe! Contingencia de lo femenino, que inscripto en un orden simbólico, se sitúa en una relación de exterioridad respecto a este orden. Como lo que cesa de no escribirse, denominó Lacan a esta categoría modal de la contingencia.

En el contexto del Seminario XX, la contingencia produce una escritura como fenómeno de borde, respecto del orden simbólico que no cesa de escribirse (categoría modal de lo necesario) y respecto de lo Real imposible de decir, que no cesa de no escribirse. Una escritura, definida como negatividad, no-todo goce fálico, se abre a la producción de una verdad, cuya estructura es de ficción.

La verdad, las mujeres, lo femenino, Celina entre la bulimia y el vaginismo, el universo de la diferencia de los sexos' se pone en cuestión como tal, apuntando a aquello que constituye el centro del quehacer psicoanalítico, la lectura. "La escritura, entonces, es un trazo donde se lee un efecto de lenguaje" (Seminario XX).

En la disociación entre significante y significado, la operación de lectura, produce el significado por medio de aquello que en el significante funciona como trazo de escritura. Vaginismo y bulimia, trazos de escritura, garabatos, respecto de un cuerpo inscripto en un universo semántico, indican lo que es excedido en este universo.

Cuerpo "escritor", uno por uno, cuyos trazos en el límite del lenguaje, participan, cada vez, del orden de una creación.

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