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Se expresan los adultos mayores

El castigo

Nilda Saenz

Estábamos en quinto grado y nuestra maestra era la señorita Emilia Ahumada Leiro. Vivía en una pensión frente a la Escuela Provincial Nº 364 de Santa Clara de Buena Vista, porque ella era de Esperanza, muy cerca de la ciudad de Santa Fe.- Yo estaba enamorada de sus rulos color cobrizo y de ese pañuelito con lunares, a veces con flores o con puntilla, que asomaba del bolsillito del guardapolvo, cerca del corazón,

  ¡Tenía novio! y a veces cuando salíamos a hacer ejercicios al patio rodeado de alambre tejido que daba a las veredas de alrededor de la escuela él pasaba, se paraba y ella se acercaba y hablaba con él, todos la veíamos pero guay de decir una sola palabra sobre el tema.

  Un día vino a clase muy seria, muy enojada (pero con sus rulos y su pañuelito) se paró frente a los alumnos y casi gritando dijo "¿quién fue a contar "por ahí" que yo me pongo a hablar con el Sr. Massini cuando estamos en el patio? el que lo haya dicho que se quede sentado, todos los demás se ponen de pie". Nos paramos todos; y volvió a dar la consigna después de hacernos sentar. Por supuesto otra vez todos de pie... y entonces roja de ira fue hasta el banco de nuestro compañero Deolindo Colla, feo, rubio, con ese pelo que parecía paja y esos ojitos celestes y chiquitos como descoloridos, flaquito, desgarbado, pero buenísimo... lo tomó de los hombros lo sentó con toda su fuerza, lo sacudió y dijo: ¡que sea la última vez que se digan esas cosas, sino el que sea será expulsado de la escuela!. Deolindo lloraba y decía: "yo señorita solo se lo conté a mi mamá";  el silencio que reinaba en el aula era casi sepulcral.

  Varios minutos pasaron antes de que la señorita Emilia comenzara a dar clase a todos, menos al pobre Deolindo, al que había sacado del aula de un brazo y lo había parado en la puerta del lado que daba a la galería.

   ¿Y nosotros qué hicimos? ¡NADA!, teníamos miedo era una época difícil en la escuela y en la casa; cuando contábamos que nos habían castigado nos decían... ¡algo habrás hecho! y ahí se acababa todo, la razón por lo general la tenía el maestro.

  Deolindo faltó varios días a clase, pero cuando volvió pudo más nuestro cariño y nos acercamos para integrarlo a nuestros juegos y conversaciones.

  Nadie le preguntó nada sobre lo sucedido

 

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