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Se expresan los adultos mayores

Chocolate...!!

Carlos Dorado Mogro

En las calles de la ciudad, casi silenciosas, los últimos empleados, profesionales de todos los estratos sociales, dueños de negocios, se retiraban a sus casas presurosos, revolviendo en la mente los problemas de la mañana: disminuye el estrépito de las bocinas y vehículos; los canillitas han terminado su primera jornada, la corneta de sus

inconfundibles vocecitas ha cesado; los rayos del sol caen verticales en el pavimento. Todos saben que en la casa les espera el alimento de costumbre, especial quizás ese día: unos muy abundantes y exquisitos; otros, escasos y poco sustanciosos y algunos que sólo consisten en un plátano, un pan... y muchas lágrimas... todos tienen dónde ir, dónde

reposar un momento después del alimento del medio día. Pero hay alguien que no tiene dónde ir, no sabe qué hacer, para él esa hora es muy cruel; pasa por la puerta de las casas sintiendo el olor de las diferentes comidas, sólo puede absorber con el olfato y saborear, trayendo al recuerdo días mejores, cuando sus amos estaban con él; ahora vaga solo por

las calles de la ciudad, moviendo a compasión de algunos buenos transeúntes que le brindan un poco de pan o comida.

Sus amos lo abandonaron hace tiempo, viajaron. Él no sabe dónde, pero todos lo abandonaron, un día los vio salir y no quisieron llevarlo, pensó que nunca lo dejarían solo. Confiando que pronto regresarían, se quedó echado frente a la puerta de su casa con el hocico entre sus patitas cruzadas.

El manto de la noche cubrió su pelaje café oscuro; las luces se encendieron en las calles; pasos presurosos por todas direcciones, algunos parecidos a los de sus amos; al sentirlos, el corazón se le volcaba de un salto, nuevamente desconcertado y triste hundía nuevamente el hocico entre sus patitas.

Cuando el hambre le mordía las entrañas imperiosamente, corría husmeando donde una vez tuvo la suerte de recibir algo de comer; pero ese día, no solamente que no encontró la mano cariñosa que le brindaba unos restos de comida, sino que experimentó el desengaño más cruel de su vida: vio abrirse la puerta, y de su cavidad sintió con deleite que unos agradables olores penetraban por sus fosas nasales, la costumbre le impulsó a mover

la cola como señal de solicitud o de agradecimiento a tiempo que su lengua rosada, saboreaba en una u otra comisura. Y cuán terrible debió ser para este desdichado animal, cuando vio aproximarse dos pies, que le parecían descomunales y enormes, desde luego no eran los que él conocía por lo que su colita enmudeció y humildemente bajó la cabeza con temor y sin tener tiempo para correr, al instante vio uno de los pies "volar" en el aire y sintió estrellarse violentamente en su débil cuerpecito, a tiempo que una voz hiriente, fría y dura le decía.

¡Fuera...!

Los lamentos estremecieron a los transeúntes que buscaron la causa de

tamaña infamia, momento en que, la puerta se cerraba con violencia.

Aún se sentían las gemidos a más de dos cuadras cuando una persona

asomándose al grupo comentaba.

¡Este salvaje no es raro que haga esto!

Chocolate todo maltrecho con el corazón que se le salía de pecho, llegó gimiendo, nuevamente a la puerta de su casa; el cariño a ese aldabón que muchas veces lo habían visto moverse para darle paso al rincón preferido, lo llamaba insistentemente; cómo se le amontonaban los recuerdos, mirando fijamente, creyendo que al ver su desventura se movería para darle paso como antes...Pero todo en vano!

Nuevamente, voces, gritos, bocinas y el arrastrar parsimonioso y musical de una escoba pasa junto a sus orejas echando tierra y papeles, al mismo tiempo la voz conocida del barrendero de la cuadra de su casa: ¡Hola, Chocolate!, por qué duermes en la calle? Vamos...! entra a tu casa... Chocolate mira al barrendero y a la gruesa puerta que no quiere abrirse...

Al momento el barrendero lee en sus desesperados ojos la angustia que lo domina. Bueno...tocaremos la puerta, Chocolate. La puerta no se abre, el noble animal se para de dos patas gimiendo y da la impresión de querer ayudar a empujar la puerta...Y todo lo envuelve el silencio, que le penetra hasta las entrañas. Desconsolado, se sienta en sus dos patitas, llora mirando impaciente al barrendero - le dice que lo ayude - porque sus

actitudes y la expresión viva de sus movimientos del perro es su palabra convincente, y ellos así hablan.

El buen barrendero conmovido: -Chocolate, tus amos no están tendrás que irte conmigo a casa... Vamos Chocolate...!

Sí, palabras sencillas para el barrendero, pero cuán duras y desconcertantes para Chocolate. ¡Tener que abandonar su casa...!

¿Cómo tener que dejar lo que toda su vida fue suya? No: sus amos vendrán pronto; él no puede abandonarla. Pero como el barrendero exigiera llevarlo a su casa, se acerca Chocolate meneando la cola y le lame la mano, con lo que le diría ¡gracias...! yo me quedo aquí, este es mi deber; y regresa al pie de su puerta dando un profundo suspiro, cruza las patitas para acomodar el hocico en medio, entrecerrando los tristes ojos para continuar la espera interminable. Mientras por la hendidura de la vieja puerta se filtra el viento, trayendo el silencio de la casa que le satura el alma.

Pasan las horas, el cielo se oscurece encapotado y amenazante, gruesos nubarrones truenan con estrépito, el manto negro de la noche le cubre calándole el frío desde la cola hasta las uñas; ya en la noche no es más que un punto imperceptible e inerte al pie de amada puerta.

Los recuerdos le acuden atropelladamente; su cama, su pelota, su plato, su

pequeño amito... El sueño le invade suavemente, luego se sume en un mundo

desconocido y siente alejarse livianamente, sosegadamente...

El alba es rasgada por el canto del gallo de la vecindad; cobra vida el mundo de la ciudad: Pasos, voces, bocinas estridentes, la escoba con su arrastrar parsimonioso y musical, nuevamente pasa rozándole las orejas y el hocico, pero... ya no siente... mejor dicho sigue soñando que sólo tuvo un amigo, que lo abandonó, y seguirá esperando el regreso de sus amos! Y sólo se escucha un monólogo de su amigo barrendero, cubriéndolo con una bolsa que le sirve para botar la basura:

¡Pobrecito se quedó esperando a sus dueños!

 

Carlos Dorado Mogro nació en Tarija, Bolivia en 1917.

Profesión: Odontólogo. Trabajó como docente en la Universidad Mayor de San Simón en la ciudad de Cochabamba. Actualmente se encuentra jubilado.

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