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Se expresan los adultos mayores

Cuestión de tiempo

Chiche de la Torre

En este mundo existen cosas que no parecen responder a una economía racional, a una planificación consciente. Tomemos, por ejemplo, el asunto del tiempo. En algún momento -esto de momento sólo es un decir, porque en las épocas en que no había tiempo, no podían existir momentos y, menos que menos, épocas- retomo: en alguna ocasión, a Alguien con poderes suficientes se le ocurrió inventar el Tiempo y nos metió a todos en un flor de brete que, si bien a primera vista no parece demasiado engorroso -coincidimos en el disfrute de cada nuevo amanecer- si profundizamos la cuestión vemos que a causa del tiempo uno cambia, se pasa de moda, envejece, se deteriora y, en casos extremos, puede llegar a fenecer. Aparte de los relojes, los almanaques, los brindis de fin de año, la Historia Universal, el antes y el después, la rapidez y la lentitud, las tinturas para canas, etc., etc., etc., el tiempo conlleva en su esencia la necesidad de la memoria, cualidad que estaría al cohete en medio de la inmovilidad atemporal. La memoria es como un anotador donde vamos registrando lo que nos acontece a nosotros y algunas de las cosas que les pasan a los demás. A veces sucede que, cuando el anotador se va llenando, empezamos a escribir en hojitas sueltas que suelen entreverarse y esfumarse para reaparecer en sitios inverosímiles cuando ya no sirven para nada. Si las anotaciones fueron hechas con mucho dolor, bronca o susto puede suceder que se extravíen secciones enteras, esto se conoce como amnesia parcial. Cuando lo que se fue al tacho es todo el cuaderno, la amnesia es total y quien la padece es llamado amnésico.

Esta cuestión de la amnesia le vino a dar justo a la Rogelia Negación Evocativa, quien supo estar casada con el Julián Melastomo.

La Rogelia se había hecho famosa por su memoria descomunal. Sus recuerdos eran tantos que se le apelotonaban en la cabeza, arremetían desde todos los rincones de las circunvoluciones luchando frenéticamente por salir y desbordaban. Esto la convertía en un continuum parlante de energía inextinguible que se interrumpía sólo en las diminutas fracciones de segundo imprescindibles para tomar resuello. Repetía con exactitud los diálogos de cada una de las entregas de "El León de Francia", transmitida por Radio del Pueblo en 1947, describía al detalle los atavíos de los invitados al casamiento de Grace Kelly con el príncipe Rainiero, recordaba las fechas de onomásticos, aniversarios, vencimientos, defunciones, menstruaciones y otros acontecimientos acerca de los que era consultada por miembros de la familia, vecinos y allegados. Antes de la invención de las videograbadoras, la gente solía venir desde lejos para que ella les contara algún capítulo perdido de "El Fantasma de la Ópera" o de "Cuatro Hombres Para Eva".

Toda esta gloria expiró cuando Julián se tomó el piróscafo eterno, dejando a la Rogelia revolcándose en un desierto inmóvil, en una tábula rasa, en la más escasa escasez de memoria que se recuerde.

El marido prófugo supo ser un relojero parco, pálido y muy respetado. En aquellas épocas, cuando la electrónica ni siquiera estaba en pañales, la gente acostumbraba hacer arreglar sus relojes mecánicos porque eran objetos de alto precio que se regalaban en cumpleaños de importancia -como ser los 15, los 18 o los 22- en aniversarios de casamiento o -y esto escapa a toda lógica- cuando el obsequiado se acogía a los beneficios de la jubilación. Julián había estudiado el oficio por correspondencia y tenía el tallercito en el zaguán. No necesitaba mucho: una mesita baja, silla, pincitas muy pequeñas, la lupa que se incrustaba en el ojo izquierdo, tranquilidad y una maníaca meticulosidad para manipular lo minúsculo.

Ruedita dentada va, tornillito viene, Julián fue impregnándose de sabiduría y aprendió a vivir el presente. A fuerza de reparar cronómetros pudo comprobar empíricamente la relatividad del tiempo, supo que algunos segundos son más largos que otros y se resignó a jamás conocer la exacta duración de los minutos fatales. Cuentan que gustaba repetir, aunque no cuadrara: -"Tiempo al tiempo compañero, al que madruga, Dios lo ayuda, pero no por mucho madrugar amanece más temprano."

Algunos vecinos maliciosos aseguran que las primeras desapariciones de Julián se debieron a los constantes –"¿Te acordás?" con que lo bombardeaba su consorte, los que acabaron perforándole la paciencia, que el relojero poseía extensa, mas no infinita. A Julián le importaba tres pitos el recordar o no, si el 5 de marzo de 1952 la nena había perdido su primer diente, si el ruedo del vestido acampanado que había usado la prima Marisa para el bautismo de Robertito chingaba por detrás, o si Olga Zubarry estaba a la izquierda o la derecha de la pantalla cuando se sacó el tapado en "El Ángel Desnudo". La solución a su creciente incomodidad llegó por azar. Estaba reparando el gran reloj de péndulo que había pertenecido al tío abuelo de los Ronconi de la Prosapia, cuando un ajuste sobredimensionado en el tercer engranaje de la esfera central creó lo imposible. El atónito relojero se convenció del desnivel temporal al escuchar los gritos: -¿Dónde estabas? ¡Cinco días buscándote! ¡Cinco! –gemía Rogelia. No se supo qué contestó él, lo cierto es que estas ausencias fueron perdiendo poco a poco su fugacidad hasta convertirse sólo en una y con carácter permanente.

Muchas fueron las explicaciones causales que se dieron al caso. Quizás la más aproximada a la verdad sea la de Don Aforístico Notorio, quien pontificaba: -Cuídense las mujeres de intentar superar a sus maridos, pues ellos vencerán con creces en el mismo campo o en aledaños-. La críptica referencia fue decodificada de diversas formas y quédale al lector acuñar la que prefiera. Pero dicen los que saben que, a partir de las primeras desapariciones, Julián solía mirar de chanfle a su mujer, sonreír con disimulo y musitar: -A ver vos, que te acordás de todo, a que no sabés con qué mano Colón paró el huevo ¿eh? ¿Cuántos piojos tenía María Antonieta en su peluca? ¿A qué jugaba Tutankamón a la hora de la siesta?- y otras incongruencias por el estilo que hicieron recelar de su equilibrio mental. Sospecha que se agudizó el 4 de octubre de 1957, cuando dicen que dijo ante el doble asombro del vecindario que se dedicaba a otear los cielos: -¡Qué satélites viajeros ni rusos adelantados! ¡Para viajes piolas: la Internet! ¿Para qué querés memoria Roge, si tenés el mundo todo al alcance del ratón!-. A partir de allí, sus rajes se hicieron más frecuentes y prolongados hasta que se esfumó para siempre.

Rogelia fue perdiendo la sonrisa, la locuacidad, las ganas de barrer la vereda. La memoria desmesurada que la había caracterizado se transformó en un aluvión amnésico. Hoy, quienes visitan su zaguán, pueden verla derrumbada en la sillita baja, sujetando un reloj en cada mano, con la mirada fija en un punto inmóvil. Ni siquiera recuerda su nombre. Pero algunos afirman que los ojos se le inundan cuando llegan hasta ella, desde alguna radio de la vecindad, los versos de un conocido tango de Panizza y Donato, sobre todo la parte que dice: "Negro/ yo nunca podré olvidarte/ y siempre sabré esperarte./ Piensa en el nido abandonado,/ un corazón destrozado/ sólo puede perdonar./ ¿Por qué me abandonas mi lindo Julián?"

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