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Se expresan los adultos mayores

El soplo de Dios

María José Ferré Prieto

escuchatuespiritu@gmail.com / psicoimagen@yahoo.es

Un octogenario semiparalítico de admirable conocimiento nos cuenta su vida en una residencia de ancianos, desvelándonos una cruda realidad desconocida por unos e ignorada por muchos otros.

"Ella" le otorga un halo de esperanza. Desde estas páginas lanzamos un llamamiento a quienes trabajan con ellos, a quienes les cuidan y a quienes les acompañan, para que reflexionen que su labor puede ser la más humanitaria o la más deshumanizada y en ellos está inclinar la balanza.

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Buenos días, hoy quiero hablarles de mi vida, no de todo lo que ya hice para ganarme el pan, sino de mi vida actual; hace años fui un joven que trabajó en lo que pudo e intentó dar lo mejor a los suyos, ahora soy un abuelo apartado de todo y vivo en una residencia de ancianos a la que catalogan como de "alto nivel".

Recuerdo que antes, cuando yo era niño, ser anciano era ser respetado por los jóvenes, considerado por tu familia y admirado por la sociedad.

El mejor de los sitios en una casa era reservado al abuelo. Ahora me pregunto por qué hemos pasado a ser el mayor de los estorbos y hacia donde se avoca la humanidad al tratarnos de esta forma.

En fin, voy a contaros como es un día normal en mi vida aquí y como la conocí a ella, a esa chica especial, que, con su presencia, llenó de luz esta oscuridad y que con su voz puedo ahora hablaros.

Así comienza mi día normal: Empiezan a despertarnos a las 5 de la mañana, cada una de las auxiliares que nos "cuidan" tiene que hacer entre siete y diez residentes así que no nos pueden dedicar mucho tiempo a ninguno, entran y bruscamente me levantan, no les importa si me hacen daño, -la piel y los huesos de un anciano son frágiles y duelen mucho, pero con el tiempo he aprendido a no quejarme-, entre dos me llevan al baño, me duchan -quiera yo o no quiera-, sobre una silla sucia de las heces del anterior usuario, y como tienen prisa no hay tiempo para esperar que el agua salga caliente, empiezan a mojarme como quien lava un coche viejo, el jabón me entra en los ojos, me escuece, pero yo ya se que protestar solo sirve para ser contestado con malas palabras o peor aún, sedado para que no moleste más, así que no digo nada, conozco a muchos que ya ni se acuerdan de hablar.

Los ojos me escuecen mucho.

Me secan, -tan delicadamente como quien lija una madera-, me echan colonia por todo, por suerte esta vez, la colonia no me ha caído en los ojos, me visten con una ropa que yo no reconozco como mía y nadie me pregunta si me gusta o si me siento cómodo llevándola, oigo a mujeres todos los días intentando buscar aquella prenda que años atrás les hacía sentirse bellas, pero ni está la prenda ni tampoco ya ellas mismas.

Se suceden los gritos y las palabras malsonantes, las chicas nos hacen reprimendas inapropiadas, dicen frases con las que nos ridiculizan tratándonos como si fuéramos niños o subnormales, y hablan de sus novios o de cualquier cosa delante de nosotros como si no existiéramos, mientras nos desnudan o nos limpian con la puerta de la habitación abierta.

Todo esto tiene lugar desde primera hora de la mañana y sigue durante todo el día y … todos los días.

Aquí no hay dignidad, no hay intimidad, no hay amor.

Después me dejan en una sala de espera sin ningún tipo de distracción o en medio del pasillo, no les importa mucho donde me "aparcan" cada día. A mi lo que más me molesta es que me dejen cara a la pared, lo paso muy mal así.

Y ahí nos amontonan mientras terminan de asear a los demás, los primeros en ser traídos aquí pueden llegar a esperar unas 3 horas.

Y cuando ya estamos todos como ellas consideran que si viniera un familiar no podría quejarse de nuestro aspecto, entonces vuelven a por mi, me llevan al comedor, hay que bajar un ascensor y otra vez a esperar, a veces me bajan y me suben varias veces, porque en el comedor nadie me saca del ascensor y vuelvo otra vez para arriba, yo me mareo si además me han vuelto a dejar cara a la pared.

Me colocan por fin en la mesa, el desayuno es el mismo de siempre, varía porque la leche a veces está muy fría y otras veces me abrasa pero me lo van a hacer tragar de cualquier forma, eso seguro.

Al terminar me llevan a otra sala, a muchos les pasan de la silla de ruedas a un sillón, a mí no, no hay sillones para todos, así que me quedo aquí sentado el día entero, estoy tan incómodo que me duele todo el cuerpo, cada cierto tiempo vienen, me cogen, me llevan al cambio de pañal (porque aquí todos llevamos pañal, incluso gente que no lo necesita, con la consecuente degradación personal que esto supone) luego me vuelven a dejar, o me hacen beber algún líquido, tienen que mantenerme en condiciones por si viene algún familiar, y si vienen a verme ten por seguro que yo les diré que estoy bien, que no se preocupen, que vivan su vida tranquilos, porque aquí todo está bien.

Sí, siempre les miento. Y voy a seguir mintiéndoles.

Estando aquí sentado un día llegó a trabajar una chica nueva, esa que os dije al principio, es un sol, diferente a todas, lo supe en cuanto la vi.

Saqué mi voz de donde pude para saludarla y ella me respondió amablemente, con sonrisa incluida, y además me estrechó la mano, los dos nos caímos muy bien enseguida.

Yo en ese momento pensé: "¿de donde habrá salido? Basta mirarla para ver que no encaja aquí, no durará mucho."

Enseguida la recriminaron, ella había venido aquí a trabajar no a saludar ni a reírle las gracias a este viejo que os habla.

Ese mismo día volvió a buscarme y se empeñó en pasear conmigo por el jardín, yo accedí de mil amores, hacía meses que no veía el jardín ni me daba el aire en la cara, caminamos un buen rato, contándonos cosas, entablando una amistad limpia, sincera y, en esos momentos, necesaria para ambos.

Pero le dije que se fuera pronto o le llamarían la atención por estar demasiado tiempo conmigo.

Me hizo caso.

Desde ese día siempre se guardaba unos minutos para pasear conmigo y el resto del tiempo atendía sus obligaciones, cada vez que estábamos juntos me contaba todo lo que veía que no le parecía bien y que quería cambiarlo todo, pasé a ser su amigo y confidente y por supuesto, su consejero, yo no quería que se metiera en problemas por intentar cambiar algo que ella sola no podía.

Le recordé que pidiera a Dios eso de: Serenidad para aceptar las cosas que no puedes cambiar, Valor para cambiar las que sí puedes y Sabiduría para ver la diferencia. Y le cayeron lágrimas cuando añadí: "Ya sabía yo que Dios no nos había abandonado, por eso has llegado tú."

Aún cuando le tocaba "hacerme" a mí era profesional, me hablaba lo justo, para que sus compañeras no le amonestaran, pero siempre había una mirada de complicidad entre nosotros. Eso me encantaba.

Os quiero contar un secreto: Un día yo iba paseando por el jardín con ella y se acercó su jefa ordenándole que me dejara solo, que no era necesario que me acompañase, ella se negó y contestó bravamente (porque ella es dulce pero sólo hasta que revienta) y las dos tuvieron un feo enfrentamiento delante de mi.

Cuando ella acabó su turno esa mañana, yo actué con astucia. Por la tarde me tiré al suelo, y empecé a quejarme, pedí que viniera el médico y le conté que hacía tiempo sufría mareos cuando intentaba pasear, que necesitaba un apoyo continuo, conseguí que se lo creyera (me recetó otras pastillas) y a la mañana siguiente cuando volvíamos a pasear y su jefa venía a recriminarla de nuevo, el médico intervino y le ordenó a ella, a mi dulce joven, que se encargara de no dejarme nunca solo en los paseos.

Su jefa no tuvo más remedio que permitir que me acompañara.

Al fin conseguí que no la reprendieran más por venir conmigo y desde entonces pudimos pasear los dos tranquilos.

Y a ella sólo le dije que me había caído el día anterior.

Sigo ahora contándoos como es un día cualquiera aquí; después de pasar la mañana en la estancia donde os he dicho cómo la conocí, nos llevan al comedor y en sólo media hora todos comemos, queramos o no, a veces alguien se cae o le da algún ataque y entonces puede librarse de la comida, pero por lo general te la hacen tragar, te meten la cuchara hasta la garganta y al igual te hacen tragar bruscamente un montón de pastillas, yo aquí sólo quisiera que algún día me dejaran comer un trozo de pan, añoro el pan y estoy harto de purés desaboridos, cuando a veces me hago con un trozo de pan las enfermeras me lo quitan, me lo tiran al suelo y me reniegan, dicen que es por mi bien pero yo sé que es porque les encanta hacerlo. Un pequeño trozo de pan no puede hacer mal a nadie. Por lo menos a mí no.

 

A veces trato de justificar por qué actúan así, ya no pido que tengan algo de cariño o de simpatía, tan sólo un poco de humanidad, pero cuando algo está mal hecho no tiene justificación.

Y he llegado a una conclusión: Es que no hay droga peor que el poder. Es peor que el alcohol, las drogas, el juego, o cualquier otra cosa adictiva, el afán de dominio sobre los demás crea tal adicción que causa espanto.

He visto como chicas majas se convierten en arpías sólo porque ven que pueden dominar a otros.

A veces no necesitan tener algo que exigirnos, tan sólo nos mandan porque saben que vamos a obedecerles y eso les hace sentirse superiores, a veces pienso que fuera de aquí, en sus casas y con sus amigos son unas pobres desgraciadas a las que nadie hace caso y por eso cuando llegan aquí se recrean sometiéndonos.

Por nada del mundo quisiera que ella se volviera como estas chicas, prefería que se fuera de aquí, siempre se lo decía, no quería que ella cambiara, he visto a muchas cambiar, pero a ella no, no iba a consentirlo.

Porque he de añadir que para estas chicas tampoco es fácil. Cuando entran en nuestra habitación para higienizarnos (eufemismo que solo encierra sufrimiento y vergüenza) no encuentran ojos cristalinos que las miran con ternura, sino ojos pegados, legañas como caracoles, bocas podridas, úlceras, vómitos, mierda hasta en las paredes, golpes, insultos, blasfemias, gritos, dolor, olores insoportables, …

Pues no estoy haciendo apología de lo majos que somos los ancianos y lo mal que nos tratan, uno no es más sabio ni más bueno por llegar a viejo, si uno ha sido un burro de joven, de mayor es sólo un viejo burro.

Yo, gracias a Dios, sigo teniendo en mí algo del caballero que fui, y siento vergüenza cuando compañeros míos dicen obscenidades o meten mano a estas chicas que nos mal cuidan, esto me hace sentirme muy mal, sobre todo cuando lo hacen con ella.

En fin, os sigo narrando cómo es un día normal en mi monótona vida: Después de mal comer nos llevan a la misma sala que antes os he comentado, allí aburridos pasamos toda la tarde hasta la hora de cenar, nos van vigilando por si viene alguien de fuera, para que mantengamos una "saludable" imagen.

Porque si los familiares o simplemente alguien ajeno al centro está presente, las chicas parecen tener un radar especial para detectar quien puede estar mirando. Aunque en las salas adonde tienen acceso las visitas no están los ancianos ni los enfermos que peor pinta tienen, a esos los esconden.

Porque todo gira en torno a ofrecer una buena imagen, no en que nosotros nos encontremos mejor.

Una vez una de las chicas le comentaba a los hijos de una residente lo bien que su madre se lo había pasado en el baile el día anterior, y yo sé que esa mujer ni siquiera se enteró de que hacían baile.

Con casi todas las actividades que nos hacen pasa lo mismo, pocos son los que las disfrutan, nadie se ocupa de llevarnos, nadie nos pregunta si queremos participar, las actividades extraordinarias no entran en su orden del día, y si tus piernas no te lo permiten, te quedas en la más aburrida indiferencia, así que sólo las disfrutan unos pocos, casi siempre los mismos. Pero eso sí, siempre hay quien se preocupa de hacer fotos para colocarlas en los paneles y que la gente cuando venga pueda ver lo "bien" que se está aquí.

En la biblioteca nunca ha habido un solo libro.

Cuando alguien trae revistas las retiran enseguida porque dan una imagen desordenada.

Tenemos juegos de mesa, pero nunca he visto a nadie jugar con ellos.

El gimnasio funciona sólo una hora a la semana, eso sí que me gusta, pero a mí no me toca siempre. Ella procuraba llevarme siempre que podía, para que yo no perdiera movilidad. ¡Cuánto bien me hacía!

La peluquería y la sala de podología siempre están cerradas, solo abren para arreglarnos de uvas a peras o cuando van a venir visitas especiales, además no hay tiempo para hacer a las mujeres esos entrañables moños que llevaba mi abuela; aquí es pelo corto y ya está.

Pero eso sí: Tenemos de todos los especialistas titulados que hay que tener, no se donde se meten, pero siempre dicen que están.

Una vez pude oír al médico animar entre risas a tres auxiliares para que usaran la fuerza con un enfermo deforme, es un hombre con un cuerpo retorcido y para afeitarle deben forzarle mucho, le hacen mucho daño, y le llenan la cara de cortes, también a mí me suelen cortar a menudo, y yo me pregunto: ¿tan cara debe ser una maquinilla de afeitar eléctrica?

Y es que hace falta tener mucha entereza para no perder la cordura viviendo aquí.

No todos estamos en la misma situación, unos pueden andar y más o menos se defienden, son los válidos; otros como yo, somos los llamados "semiválidos" luego están los no válidos, que están peor que yo pero aún no para morir, y por último los encamados, son cadáveres en vida que hay que mantener pues no dejan de ser una fuente de ingresos.

Además, de entre los que estamos medio bien físicamente, hay que restar a los que su mente no les permite razonar. Todos los días veo a esa mujer que anda llamando a la muerte. Otra que cada noche quiere que alguien le indique como ir detrás de una panadería donde dice que la espera un chico del colegio. A otra la oigo hablar convencida con alguien a quien nadie puede ver. Y mil delirios más que solo dan pena, pero con los que es difícil convivir a diario. Y aquí estamos todos mezclados, jóvenes enfermos, ancianos, locos, cuerdos …

En este lugar los días son como años y rápidamente empeoramos si estamos mal o perdemos la razón poco a poco. Hay gente que de un día para otro ha dejado de conocerme.

Una vez, una mujer, al terminar de comer se levantó exaltada y me dijo: "Voy a buscar a mis hijos, que hemos venido juntos a ver este sitio y ahora no sé dónde se han metido."

Detesto que la familia sea tan cruel, huyen, dejando aquí a su madre, sin explicaciones, sin amor; cuando ella se dé cuenta se hundirá en el vacío de una oscuridad de la que ya no querrá salir y los demás mirándola sólo dirán: "Pobrecita, no está bien"

También veo hombres que cuando son saneados su mente se evade de tal modo que a uno le oí como le decía ella, a mi auxiliar favorita: "¿sabes? Me gustaría hablar contigo cada día, yo voy con buenas intenciones, soy un buen hombre, tan solo tengo una cosa de que avergonzarme, es que… llevo pañales!!"

Se lo dijo bajando la voz para que nadie más que ella pudiera oírle (aunque yo sí le oí, porque nos cambian a muchos a la vez, todos conocemos las vergüenzas de todos) y luego añadió: "Por favor, no se lo digas a nadie."

Yo me pregunto: ¿Quién se creía que le estaba cambiando?

Un caso que me causa especial dolor es el de un joven tetrapléjico que llora cada vez que le higienizan las chicas, Yo sé que él en su mente aún se siente ser un hombre, aunque su cuerpo no le permita poder demostrarlo. Sufre lo indecible por ello.

También hay quien, pudiendo marcharse de aquí, ya no concibe su vida sin este pozo en el que un día se vio avocado; os cuento un caso: alguien que oraba cada día para que su operación de cadera saliera bien, solo tenía esa pierna mal, el resto de su cuerpo respondía bien, Dios atendió sus súplicas, la operación fue un éxito y al tiempo lo que hace es quejarse de su otra pierna, ahora que puede intentar andar y fortalecer sus músculos para conseguir caminar y volver a su hogar, lo único que sabe hacer es seguir quejándose. Ahora reza para que le operen la otra pierna, la que nunca le dolió. Pero es que ya no sabe vivir sin esa queja, ya se ha acostumbrado a vivir en este pozo de agonía.

Tampoco podemos tener dinero ni nada de valor, a veces veo a mujeres enjoyadas y pienso: "mira, debe ser que entra hoy, todavía no se lo han quitado todo."

Aquí tampoco hay lugar para el amor ni para el sexo, no porque nosotros no queramos, que también a esta edad te puede apetecer tener algo con alguien, es porque no lo permiten, hay una pareja que en cuanto pueden se escapan a su habitación, pero si los encuentran los separan como a perros.

Y todas las rebeliones nuestras las anotan en un libro que luego entregan a los médicos y psicólogos para que ellos tomen medidas, esas medidas suelen ser sedarnos para que dejemos de molestar. Tengo un compañero que siempre andaba gritando y quejándose de este lugar, amenazando con escaparse de aquí; y desde hace días sólo duerme, no hace otra cosa que dormir. Supongo que a la pareja esa le darán algo para bajarles los ardores.

Bueno, ¿Por dónde iba? Vuelvo a retomar la narración de un día cualquiera en mi vida: Cuando llega la cena, vuelve a repetirse lo mismo de la comida, hay que tragar. Pero por la noche es peor porque yo estoy más cansado, agotado de estar en esta rígida silla todo el día y molesto porque veo en mi mesa porquería de otros comensales.

Después lo que se repite es lo del ascensor, me suben y bajan hasta que se ponen de acuerdo, luego la espera en el pasillo (rezo para que no me dejen otra vez cara a la pared.) Y cuando me llevan a la habitación… la misma delicadeza de siempre para quitarme la ropa. Por último me tiran en la cama como si yo fuera el tronco de un árbol. No puedes imaginarte como me duele todo. Suben las barreras de mi cama, no sé si para evitar que me caiga o para que no pueda levantarme y molestar, en cualquier caso me siento encerrado, aunque tengo la suerte de que a mí no me atan como a otros. Ahora han inventado artilugios modernos que los recetan los médicos, no son cuerdas para atar, pero hacen la misma función y te vejan igual.

Luego se van dando un portazo.

Ella nunca me trataba de este modo y venía a darme las buenas noches cuando su turno de trabajo se lo permitía, me encantaba que lo hiciera, descansaba mejor.

A lo largo de la noche no es fácil dormir, al menos para mí, me despiertan tres veces, para cambiarme, para darme de beber, para ver si sigo vivo … ¿por qué no me dejan dormir de seguido? Yo creo que descansar también es algo importante, a veces más incluso que un exceso de higiene. No dudarán en ducharme a mitad noche con agua fría si me ven sucio o si simplemente quieren hacerlo.

Al despertarnos tantas veces hay quien se queja y grita mucho, todas las noches puedo oír gritos que dicen: "Socorro", "Sacadme de aquí", "Dejadme morir ya", "Dios mio ¿hasta cuando voy a tener que aguantar esta tortura?" y otros gritos de dolor, mezclados entre sollozos y lamentos.

Y ya que os estoy abriendo mi corazón, dejadme que os cuente algo que yo considero especialmente lamentable:

Una noche oí entrar en mi habitación a mi dulce joven muy angustiada, entró en el baño y comenzó a lavarse con saña, en su respiración excitada advertí gran rabia contenida; yo abrí los ojos asustado, sabía que era ella pero… ¿qué le había pasado? Agudicé el oído y oyéndola lavarse con esa furia con que lo hacía, fui pensando y comprendiendo.

Esa noche le ordenaron encargarse de un joven enfermo violento, sus compañeras rehuyen tratarle, suele pasar meses sin que nadie se ocupe de él (como puede andar y valerse por sí mismo es bastante independiente) y cuando lo tratan lo hacen entre tres o cuatro a la vez, pero esa noche le mandaron sanearlo a ella sola. Debió ser una especie de novatada.

Él le ha pegado, le ha mordido y le ha escupido en los ojos.

Y ella, en cuanto ha podido escapar, ha corrido a lavarse, pero su vestuario debía estar cerrado, y en su baño estaría fumando su compañera, así que ha decidido venir aquí, todavía sigue lavándose, y aún puedo notar su rabia.

Este enfermo mental tiene SIDA y tuberculosis y vete a saber que más cosas. Yo creo que este lugar no está preparado para enfermos jóvenes y contagiosos, pero aquí lo han metido, no sé por qué. Sólo espero que a ella no le haya pegado nada malo.

Imagino como debe sentirse, puedo notar la repugnancia que siente ahora.

Al cabo de un buen rato lavándose, la percibo más tranquila.

Se acerca a mi cama para ver como estoy, yo me hago el dormido, no quiero preguntarle lo que ya sé.

Luego se marcha en silencio.

Dios mío, ¡ojalá hubiera sido joven sólo para poder haberle evitado este momento!

Y después de las interminables noches llegan los interminables días y ya sabéis como transcurren en este lugar, repitiéndose una y otra vez.

Pero me niego a despedirme de forma triste, porque siempre ocurren milagros, Dios nunca abandona a quien le ama, ni siquiera en este desapacible lugar.

He vivido lo suficiente para dar testimonio de lo que aquí sucede y no espero ningún cambio para mí, pero sí espero que algún día, para otros ancianos que ahora son jóvenes, las cosas sean más dignas, porque si la humanidad progresa con maquinarias increíbles no puede permitirse perder los valores que le hacen ser precisamente eso: Humanos, hechos a imagen y semejanza de Dios.

Así que con mi granito de arena y con el de otros muchos, confío en que venga un tiempo donde los ancianos volvamos a tener nuestro merecido lugar en la sociedad y en el corazón de aquellos por quienes todo lo dimos.

Gracias por leer todo esto que hace tiempo tenía ganas de contar.

Yo sigo aquí, esperándola cada día, porque yo mismo le dije que no siguiera en este trabajo, sé de sobra que encontrará algo mejor; le dije que se marchara y que nunca dejara de ver el mundo de forma diferente, porque estoy seguro que algún día el mundo será como ella lo ve, como yo lo deseo.

Yo quisiera que estos lugares no tuvieran que existir, que las familias pudieran permanecer juntas hasta la muerte, pero si no es así, hagamos de las residencias un hogar donde merezca la pena trabajar y donde sea hermoso vivir.

Ella sigue viniendo a verme y cada vez que viene puedo sentir en su aliento el soplo de Dios.

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