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Se expresan los adultos mayores

Fluidos

Rubén Emilio Cuén

Nuestros abuelos aprendieron de sus abuelos que la vida debe fluir como el agua del río y el correr del tiempo. Sabían que el hombre le pertenecía a la naturaleza y dentro del organismo humano corrían otros fluidos como orina, semen, sangre, lágrimas y escurrimiento nasal.

A lo largo de nuestra infancia y adolescencia, Los fluidos se hacen presentes y adquieren una particular importancia dependiendo de la etapa por la que pasamos.

Desde que nacemos y hasta que entramos a la escuela, frecuentemente nos orinamos. La falta de control de nuestros esfínteres puede ser también una forma de protesta para llamar la atención de nuestros padres como resultado de algún tipo de carencia afectiva.

Conforme crecemos sufrimos accidentes, nos involucramos en riñas, brota nuestra sangre por cortadas, raspones y moquetes, chillamos y moqueamos; pero también lloramos para hacernos notar y sacar el dolor como respuesta natural del organismo.

Luego se pierde la niñez y se asoma la adolescencia con su semen y sangre.

Los muchachos comienzan a ensuciar las sábanas con el blanco líquido que emana de su pene y las jovencitas tiñen de rojo la ropa de cama desde el advenimiento de su primer período menstrual.

Semen y sangre continúan su fluir y refluir durante varias décadas hasta que un día la regla no baja y el número de eyaculaciones se reduce.

Más tarde, empero, una fase de la niñez regresa y los orines vuelven a ocupar un papel protagónico en nuestras vidas:

Eso fue lo que sucedió con Abel, quien a las 3 de la mañana y a los 67 años, prendió la lámpara de su buró, se destapó, revisó las cobijas de su cama y dijo:

-Me oriné.

-¿Qué?- Dorita, su esposa, despertó también.

Avergonzado observó las sabanas

-Está todo empapado

-¡Ay, Abel!

Se quitó el calzón y pantalón de su pijama. Dorita se levantó aturdida pero bastante lucida para decir:

-Necesitas pañales para adulto.

-¡Fue un accidente!

Abel buscó un pijama limpio y se dirigió al baño, mientras su mujer llevaba todo lo orinado al lavadero.

Antes de abrir la llave de la regadera, Abel, preocupado, revisó su pene percatándose de que aún goteaba.

-En lo que te has convertido-le dijo.

Sus ojos se llenaron de lágrimas y en su mente comenzaron a filtrarse los recuerdos:

Estaba encerrado en el baño de su casa, tenía 17 años y jugueteaba con su miembro, "cacheteándolo " cariñosamente mientras le hablaba:

-Te tienes que llevar la noche, ¿entendiste? Nada de "que no puedo". Recuerda lo que siempre te he dicho: mantente muy firme ante cualquier circunstancia. Yo me encargo de traerte la chica y tú entras como tronco: firme, recto, decidido…

Ajena a las nostálgicas memorias de su marido, Dorita terminó de cambiar la ropa de cama y comenzó a elaborar un diagnóstico anticipado: Abel tenía "Incontinencia Urinaria". Se detuvo un momento en su labor y tomó de la cómoda una pequeña libreta, escribiendo…

"Llamar al Urólogo a las 10 de la mañana".

Escuchó la regadera, pensó en Abel y movió la cabeza preguntándose: "¿Qué hace a los hombres tan infantiles?".

Preparó en la recamara de visitas una colchoneta y le puso encima un plástico. Tomó otro juego de sabanas y cobijas y las tendió sobre el improvisado aposento.

Cuando Abel salió del baño había dos camas listas para volverse a dormir: la matrimonial y la que su mujer acaba de destinarle.

-Ya te hice tu cama en el cuarto de visitas.

-¿En el cuarto de visitas?

-No voy a arriesgarme a que vuelvas a mojar la cama y tener que levantarme otra vez.

-Estás exagerando.

-Ya mañana veremos.

-¡Está bien!, "más vale solo…"-dijo el recientemente orinado y dejó la frase sin completar.

-Buenas noches, Abel.

Abel se fingió enojado y no respondió. Al acostarse lo asustó el sonido a chicharrón que hacía el plástico bajo su cuerpo.

-¡Qué poca confianza!-dijo para sí.

Abel se soñó en medio del mar donde olas enormes le caían encima. Luego, la escena cambiaba y se veía desnudo en plena calle, la gente pasaba y observaba burlonamente sus genitales. Después una mujer le ofrecía uno de sus pechos. Abel lo mordía deseoso y un líquido caliente con sabor a leche resbalaba por su paladar. Luego, la mujer decía:

-Estate quietecito.- y le ponía un pañal desechable.

La escena del sueño cambiaba para ver a su madre que le advertía:

-Si te dan ganas de ir al baño acuérdate que estamos de vacaciones en casa de tu tía Panchita. Ella puso una bacinica debajo de tu cama. En esta casa el baño queda muy lejos, tienes que ir hasta el patio y si es de madrugada puede estar haciendo frío. Por eso las ponen bajo la cama, ¿entiendes? Si te dan ganas, la sacas, orinas en ella y la vuelves a meter debajo.

Abel despertó sintiéndose nuevamente mojado, prendió la luz y se percató de que había repetido el desastre:

-¡Diablos!

Mientras Dorita, su esposa, dormía, un nuevo juego de sábanas orinadas llegaba al lavadero.

Dorita consiguió la cita a las 12 del día.

Sobre la pared principal del consultorio destacaba una frase firmada por Séneca:

"Querer curarse es parte de la curación"

Abel leía una revista vieja que sobre el tema de los riñones estaba en la recepción:

"Bajo los puentes, en calles solitarias y bardas de baldíos puede olfatearse ese olor desagradable y nauseabundo que dejan los indigentes cuando convierten en orinal la vía pública.

El olor de los orines es muy fuerte, penetrante, como el del amoniaco. Uno no imagina que dentro de ese líquido amarillo ámbar, expulsado diariamente de nuestro cuerpo pueda haber sustancias como amonio, arsénico, cobre, plomo, azufre, fósforo, magnesio, potasio, sodio y hasta lodo.

La proporción de estos compuestos dentro de nuestra orina resulta básica para determinar el estado de salud en que nos encontramos.

-¡Puras revistas de orines!-exclamó Abel en tono critico.

Son ya las 12:30 y el Urólogo aún no nos recibe-y completó- ¡Que impuntualidad la de los médicos Dorita! ¿Para qué diablos te citan a las 12:00 si te van a recibir a la una. Es una falta de respeto al tiempo de los demás, por eso nos llaman "pacientes" por la paciencia que hay que tenerles, ¡de plano!

-La gente no va a ser como tú quieres que sea. Si ya sabes que nos v an a hacer esperar, acéptalo y punto. Te encanta tener motivos para quejarte, eso es todo.

La recepcionista les invitó a pasar…

Tras los saludos de cortesía, el Urólogo se dirigió con Abel:

-Muy bien Don Abel, ¿cuál es el problema?

Al ver que su marido titubeaba, Dorita se adelantó y fue directa al grano:

-Parece que mi esposo no puede controlar su vejiga, doctor.

-Anoche fue la primera vez-intervino Abel.

-Dos veces en la misma noche-enfatizó Dorita-fueron dos juegos de sabanas.

-Permítanme hacerles algunas preguntas-interrumpió el médico.

-¿Don Abel, ha sentido que se moja cuándo tose o estornuda?

-No.

-Al hacer ejercicio y dar un brinco presenta algún escurrimiento?

-No

-¿Alguna excreción de orina estando simplemente de pie?

-No

-¿Cuántas veces ha orinado hoy?

Abel hizo un esforzado recuento tratando de dar una cifra creíble, pero no la verdadera.

-Siete

-¿Ha tenido tiempo de llegar al baño?

-Sí.

-¿Cómo es el color de su orina: amarillita, castaña, oscura?

-Amarilla.

Le repateaba el tono paternalista y el uso de diminutivos en los médicos.

-¿Siente ardor cuando orina?

-No.

-Huelen fuertes sus orines o normalitos?

-Normal.-recalcó eliminando el diminutivo.

-¿Qué acostumbra beber?

-Dos copas antes de comer y una antes de cenar-respondió Dorita, antes de que su esposo alterara su realidad.

El médico sonrió:

-¿Consume algún antidepresivo?

-No.

-¿Antihistamínicos?

-No.

-¿Alergias?

-No.

-¿Es Diabético, Don Abel?

-No.

-Se considera una persona nerviosa?

-Nerviosísima-adelantó Dorita.

-¿Tiene algún tipo de hábito especial para ir al baño? Por ejemplo: antes de acostarse o pararse a media noche?

-Sí, un par de veces por la noche-se quedó pensando-..¡Ah! Y el ruido del agua…

-¿El ruido del agua?

-Sí, a veces creo que ya terminé de orinar, pero cuando le jalo a la cadena del excusado y escucho la salida del agua, siento como si un recipiente de mi vejiga se abriera y soltara la orina que tenía retenida mandándola al tubo de salida.

-¿Algún problema con su próstata, Don Abel?

-Sería bueno que le explicara qué es la próstata, porque según él lo entiende, pero yo lo dudo.

- Con mucho gusto, señora. La próstata, Don Abel, es un órgano glandular del aparato genitourinario, parece una Castañita.-le muestra la forma que tiene valiéndose de sus dedos pulgar e índice…

Abel aprieta las quijadas ante lo que le parece una típica explicación de los absurdos seres de bata blanca.

-Rodea a la uretra, que sería como el tubo que lleva la orina desde la vejiga hasta el exterior.-continua diciendo- Contiene células que producen parte del líquido seminal protegiendo y nutriendo a los espermatozoides contenidos en el semen.

La palabra semen provocó que dejara de escuchar la explicación del médico y comenzara a oír a sus padres ya fallecidos hablando tras de la puerta de su recámara cuando lo creían dormido:

-Ya van dos veces que Abel ensucia su cama con sexo, Enrique.

-Semen, mujer, se dice semen.

-Pues sí con eso. ¿Y cuándo vas a hablar con él?

-A la tercera, "la tercera es la vencida".

El Doctor completó las preguntas de rigor y dijo:

-Debo hacerle una revisión.

-Esperaré afuera-declaró Dorita.

El Urólogo instruyó a su paciente para que se desvistiera en tanto se ponía los guantes para revisarlo. Cuando el especialista intentó tomarle el pene, Abel se apartó impulsivamente y tiró un manotazo sobre el brazo del médico.

-Me vale madre si es usted maricón o no, pero ningún hombre me va a agarrar el pene.-sentenció.

-¡Caramba, señor! No debe tomarlo de esa manera-respondió el Urólogo sin perder la calma-sólo se trata de una revisión médica.

-¡Los únicos análisis que aceptaré son aquellos donde nadie me meta mano!

Con 25 años menos que su paciente, el médico tenía como rutina ir cada mañana de su casa al gimnasio y del gimnasio al consultorio. Producto de su disciplina era un fornido cuerpo de impresionantes bíceps. Cuando tuvo enfrente al geniudo representante del Insen, supo que era preferible controlarse que derribar al adulto mayor con un simple empujoncito menor.

-Está bien señor, pero si no se cuida, tarde o temprano su pene y testículos terminarán en manos de un especialista.

Abel guardó silencio.

El Urólogo canceló su auscultación, mandó llamar a Dorita, tomó su block de recetas y como si nada hubiera pasado explicó los pasos a seguir:

-Tenemos que hacerle varios estudios para determinar por qué está comenzando a funcionar mal su esfínter uretral. Partimos de que hay tres tipos de incontinencia urinaria: leve, media y severa. La de su esposo parece ser leve en este momento-le dijo a Dorita- pero vamos a darle un tratamiento para impedir que avance de grado. Por lo pronto tendrá que usar pañales para dormir.-Se interrumpió y dijo- Quisiera dirigirme a usted, señora, porque seguramente es quien hace las compras de la casa: En las tiendas de auto servicio se encuentran pañales de muchos tipos y marcas. Los hay con barreras anti escurrimiento, pre-doblado con tiras adhesivas. Los tipos Gard, angostos y con bandas elásticas reutilizables y los tipos calzón, que son los que más convienen a su esposo.

Aquí les estoy anotando la marca de los que deben comprar y que son en este momento los que mejores resultados están dando.

Estos pañales no son un regreso a la infancia,-le echó una rápida mirada a Abel- sino una ayuda para un problema de incontinencia. Deben saber que un adulto descarga mayor cantidad de orina que un niño y la rápida absorción del pañal es fundamental para evitar escurrimientos. Se le llama capacidad de absorción a la cantidad de orina que un pañal retiene sin escurrirse. La marca que le recomiendo cuenta con esa propiedad. Otro punto muy importante es la capacidad de sequedad: entre menor sea la cantidad de orina que regrese a la superficie interna del pañal, la persona se sentirá más seca y menos incomoda.

-A ver doctor, dígaselo usted para que haga caso, ¿sirve de algo que compre los pañales y mi esposo no los use?

-Vamos a necesitar mucho de su cooperación-contestó el doctor- Habrá cosas que no le gusten a su marido, pero cuando la salud se agrava el gusto deja de contar y se pasa a la necesidad de sobrevivir.

- ¿Cuánto le debemos?-preguntó Abel secamente.

-La recepcionista se encarga de eso. Ella también les dará la cita para los análisis-respondió sin levantar la vista.

-Muchas gracias, Doctor-respondió Dorita y se despidió.

 

El matrimonio salió del consultorio y se dirigió a la farmacia. Abel comenzó a quejarse:

-¡Casi se fueron todos nuestros ahorros en el costo de la consulta! ¡Poco faltó para que me violara y hasta le tuve que pagar por ello! Y todavía faltan los análisis. No cabe duda que estos tipos lucran con el dolor humano-tragó aire sólo para rematar-Tú y el medicucho éste quieren que me convierta en un contaminador más de este planeta que ya de por sí nos lo estamos acabando.

-Sabía que no podía faltar el numerito teatral que te sale tan bien, querido. Yo no sé por qué no te llamas Shakespeare en lugar de Abel. Lo dramático se te da, se te da.

Haciendo caso omiso a su mujer, continuó con su disertación:

-Hoy en la mañana en el canal científico de la tele dijeron que cerca del 4% de los residuos domésticos del Reino Unido son pañales. Cada año se tiran alrededor de 3500 millones, la mayoría de los cuales acaban en los vertederos. Y te estoy hablando únicamente de un pequeño país de la tierra. ¿Sabías que un solo pañal puede tardar más de 500 años en descomponerse, lo que hace eterna su presencia y su veneno?

-¿Y tú te acuerdas cuando nuestras madres se la pasaban lavando pañales, secándolos, planchándolos y blanqueándolos? ¡Trabajo de mujeres, claro!

-Dijeron en la tele que el número de personas por encima de los 65 años se ha triplicado.-puntualizó evadiendo el anterior comentario de su mujer- La población mundial de adultos mayores ha alcanzado una cifra record de 420 millones de personas. Los que muy pronto dependerán de los pañales desechables. Y te estoy mencionando cifras actualizadas, apenas del 2007.

-Pues admítelo, Abel, ya estamos dentro de los 420 millones que necesitamos usar pañal.

-¡No puede ser, de veras, yo usando pañales, yo contaminando el globo terráqueo!

Llegaron a la farmacia, Abel se quedó refunfuñando dentro del auto y Dorita entró.

Se acercó al mostrador, enseñó su receta y mientras le surtían los medicamentos la empleada señaló el estante donde se encontraban los pañales.

Dorita tomó un paquete y leyó:

"Ultra delgado con mayor absorbencia y sequedad. Mayor control de olores. Cuidado de la piel. Fácil de usar. Sólo ajuste y listo. Cómodo y seguro. Contiene 9 calzones anatómicos para adulto."

Eligió el tamaño mediano y lo llevó a la caja junto con los medicamentos.

Regresó al auto y sonriendo le mostró la bolsa a su marido:

-¡Listo! Aquí viene el maligno producto para destruir al mundo.

-No es chistoso, Dorita.

-No, Abel, no lo es, se llama Incontinencia Urinaria y es un problema bastante serio.

Se hizo un pesado silencio, llegaron a su casa y Dorita se apresuró a arreglarse. Era jueves, día en que ella se reunía con sus mejores amigas para ir a comer.

Cada semana elegían un restaurante diferente y cada mes una cocina distinta. Estaban en el mes de la cocina Japonesa, así que les tocaba disfrutar de las delicias del Sushi y el Teppanyaki.

Como buena hija de restauranteros, Dorita encabezaba a su grupo en este tema de la gastronomía. Había aprendido de sus padres que dos pilares claves de un buen restaurante eran la limpieza y la higiene.

Este principio se había convertido en un juego divertido y necesario en su grupo: en cuanto llegaban al local seleccionado entraban a checar el baño y si encontraban descuidos, suciedad, falta de higiene, simplemente se salían y se iban con " su música a otra parte"

-Como está el baño está la cocina"-no se te olvide-era la frase repetida por la mamá de Dorita-Jamás comas en un restaurante con un baño puerco.

Se trataba sin duda de un alegre grupo de señoras mayores, que se autonombraban "El Club del Tocador".

Lo anterior tenía como consecuencia que el grupo conocía más baños que platillos y ocasionalmente resultaba asqueroso lo que contemplaban. Por consiguiente tenían que dar más vueltas en el tráfico para trasladarse a otro lugar donde sí pudieran comer.

Normalmente contaban con un plan "B" y sabían cuál era el restaurante de reemplazo.

Ese jueves, Dorita mandó llamar al gerente del restaurante y sin mayores preámbulos le dijo:

-Sus baños deberían tener un despachador de pañales para adultos.

Esa tarde, por consecuencia, Abel se había quedado solo en su casa y sabedor de que su orgullo masculino no estaba amenazado por nadie, se dirigió al paquete de pañales que estaba sobre la cama, acercándose lentamente y con precaución como si se tratara de un perro que pudiera morderlo.

Su interés se centró en las instrucciones de colocación, percatándose de la existencia de dos modalidades: ponérselo de pie o acostado. Dada su tendencia a rebelarse y cambiar las cosas a su manera, decidió que ni parado ni acostado, sino sentado es como lo haría.

Desdobló el pañal y lo puso sobre la cama. Lo jaló por los extremos hasta sujetarlo por ambos lados. Lo sintió guango y no muy bien colocado. De todas maneras se había propuesto experimentar y ya con el pañal puesto se sentó a orinar en el w. c.

Comenzó a sentir un líquido caliente entre sus piernas y por un instante tuvo una ligera conexión con sus lejanos días de la infancia cuando a media noche tenían que levantarlo, desnudarlo, bañarlo, cambiar cobijas y pijama. Aunque el pañal absorbió la totalidad de sus orines comprobó al quitárselo que se había mojado un poco la parte interna de sus muslos.

-¡Maldito matasanos, recomienda puras porquerías!-dijo.

Mientras se limpiaba comenzó a recordar una anécdota de su juventud:

-¿Nunca te has orinado adentro de una alberca, Ganchola? ¡Se siente riquísimo, calientito, calientito! y nadie de los que están allí nadando se da cuenta.

-Yo no me orino adentro de las albercas, qué cerdo eres Abel.

-Claro que lo has hecho, Ganchola, todos lo hemos hecho. ¿A poco nunca te has orinado cuando te bañas en regadera?

-Una vez pero con las chanclas de baño puestas, allí por lo menos el mismo jabón que cae al piso limpia los orines y el agua está corriendo, todo se va a la coladera.

-¿Y en los parques? A poco no se siente padrísimo regar las plantitas o hacer figuras sobre la tierra o escribir tu nombre sobre el tronco de un árbol, lo que se llama "echarse una firma".

-Sí, pero no en los parques, no friegues, en el campo ya es diferente.

-¿Y lo hiciste alguna vez dentro de los vasos donde te servían la cerveza en el estadio de "fut" para echarles "agua de riñón" a los de abajo?

Abel tenía más de cinco años de orinar sentado. Había llegado a esa posición a costa de su orgullo y debido a su permanente descuido a la hora de orinar: Siempre que lo hacía parado irremediablemente terminaba limpiando toda la "chis" que caía afuera del inodoro. Dorita estaba fastidiada de sus descuidos y se la sentenció:

-¿O limpias tus orinadas o te acostumbras a hacer sentado?

Siendo una persona tan distraída resultaba frecuente traer "su cañón" apuntando hacia otro lado y siempre se olvidaba de tomar su miembro con una mano y dirigirlo hacia donde debía disparar.

Abel extrañaba aquellas orinadas fuertes, viriles, idénticas a cuando se lava el piso de cemento y sale el chorro a todo lo que da por la manguera. Orinadas que hacen espuma y donde podía sentir toda su fuerza, el verdadero manantial de un hombre.

De hecho y desde que aprendió a ir solo al baño nunca aprendió bien. Su madre lo regañaba y nalgueaba, porque no hacía caso cuando le decía:

-Tienes que agarrarte tu palomita y apuntar al centro del excusado.

Abel sí aprendió a "agarrarse su palomita" pero para masturbarse. Durante muchos años se hizo adicto a la masturbación y tuvo relaciones sexuales ficticias con los mejores cueros del planeta. Sus mejores masturbadas fueron mientras se bañaba. Le fascinaba envolverse en las cortinas del baño imaginándose que el plástico mojado era el cuerpo de la mujer que poseía.

Rompió varias cortinas y tiró algunos cortineros. Tenía también entre sus masturbaciones favoritas el hacerlo dentro de la tina: le divertía enormemente ver como salía de su pene ese líquido lechoso que se abría paso subiendo hasta la superficie como si evitara ahogarse. Otra de sus aficiones era mantener el semen en la palma de su mano, tallarlo, olerlo y quedársele viendo un largo rato reflexionando sobre esa maravillosa sustancia generadora de vida y donde se escondían millones de espermatozoides a los que les decía:

-Sé que están allí "locochones"…

Esa tarde y al ponerse por primera vez en su vida un pañal para adulto, fue que en cierto modo la experiencia previa de hacer pipi sentado, le fue de gran ayuda para tener que hacerlo dentro de "esa cosa" que acababa de estrenar.

La noche siguiente volvieron a dormir en camas separadas.

-¡Dorita, Dorita!-Abel entró feliz a la recamara-amanecí seco. No derramé ni una sola gota, nada.

-Me da mucho gusto, pero hay que continuar con el tratamiento, apenas llevas un día. Ni se te vaya a ocurrir "cantar victoria" tan pronto.

-¿Por qué tienes que ser así, por qué tienes que estarle viendo a todo el lado negativo?

-Porque te conozco, por eso. Vas a terminar dejando a un lado los medicamentos, te vas a dar permiso de echarte una copita, vas a mandar al diablo los pañales y al rato vas a andar todo orinado.

-¿Sabes una cosa? Me estás degradando. Si sigo escuchándote afecto mi dignidad.

Y salió furioso de la habitación.

Abel era necio, testarudo, siempre se estaba defendiendo y entre más pasaban los años su agudo sentido del análisis se había ido convirtiendo en una critica recalcitrante contra todo y contra todos.

Ella estaba cierta de que su marido se sentía terriblemente asustado y que como un león herido iba a estar lanzando zarpasos para no aceptar lo que le estaba ocurriendo.

El Abel tierno y sensible se encontraba agazapado detrás del Abel presumido. Sólo se veía una mínima parte del Iceberg mientras una enorme masa de hielo se ocultaba en el fondo.

Pensando en la situación de su esposo, Dorita asocio la primera vez que ella misma ensució su cama y la positiva reacción de su madre quien la besó tiernamente:

-Te estás convirtiendo en mujer, Dorita, ayúdame a cambiar las sabanas mientras platicamos de ello. .

Había sido su primer menstruación y a diferencia de los padres de Abel que "le daban la vuelta" a los cambios hormonales de su hijo, los papás de ella estaban más abiertos a las cuestiones sexuales a pesar de la época de tabúes en que se vivía entonces.

Años después cuando tuvo su primera experiencia sexual y sintió como se mojaba su vagina, Dorita experimentó uno de los placeres más hermosos de su vida. Esa vez se enamoró realmente de quien iba a ser su marido, un Abel tierno, respetuoso y caballero que la trató como una dama en todo momento.

Si Dorita había tenido su "jueves de amigas", Abel ideó como acto vengativo tener su "viernes de amigos". Salió de la casa alrededor de la 1.30 p.m. y fingiéndose todavía enojado gritó desde la puerta:

-¡Voy a comer fuera!

Cuando no se despedía de beso y le entraban sus ataques machistas su mujer sabía que había "gato encerrado".

Dorita revisó los medicamentos descubriendo que sobraban dos tomas de cada uno. Es decir, su conyugue había omitido tomarlos la noche anterior y esa mañana.

-Espero que no vaya a pasar lo que creo que va a pasar-se dijo.

Marco lo citó en una nueva cantina a las 2.30 de la tarde, pero Abel llegó a las 2:00, p.m. Era la primera vez que se paraba allí; seleccionó una mesa y ordenó un tequila. Revisó el lugar aún con poca gente y prestó especial atención a las caricaturas y leyendas que decoraban las paredes:

Artistas de la época romántica de México como Pedro Vargas, Lola Beltrán, María Victoria, Agustín Lara, Verónica Loyo, Los Tres Ases, el trío Los Panchos, Sonia Furió, Ninón Sevilla..Charlaban, bebían o bailaban dentro del local. Frases como: "Pal centro y pa dentro" . "El agua te oxida, el alcohol te conserva". "Vino que no has de beber…déjamelo oler" estaban repartidas junto con los dibujos en todas las paredes.

Sintió ganas de ir al baño y le indicaron donde estaba, pero una vez que estuvo dentro se encontró con que no había mingitorios, sino sólo un espantoso "orinadero".

Bautizaba con ese nombre a ese tipo de tinaja estrecha en cuyo fondo colocaban hielo seco y podían estar orinando al mismo tiempo varias personas. Un exhibidor de falos.

En su opinión se trataba de un mecanismo vulgar y corriente, que carecía del mínimo buen gusto. De pronto se le fueron "las ganas" y frustrado regresó a su mesa donde ya lo esperaba su tequila y sentándose le dio un buen trago. En ese momento sonó su celular y descubrió que se trataba de una llamada de Marco:

"¿Y ahora qué"-se dijo.

-¿Bueno?

-Abel, quihubole-la voz se le oía muy mal.-Fíjate que me agarró una gripa del carajo, tengo mucha fiebre y me siento de la fregada. No dejo de estornudar y traigo un escurridero bárbaro.

-¿Me vas a dejar plantado pinche Marco?

-¡Tú sabes cuanto lo lamento, pero en serio, me estoy muriendo, cabrón!

-Me hubieras hablado antes.-le reclamó.

-Estuve tomando mugre y media para sentirme mejor y acudir a nuestra cita, pero nada me hizo efecto… discúlpame..

-Ni remedio mano, tendré que comer solo.

-Te recomiendo muchísimo el consomé de camarón; nos llamamos la semana próxima, ¿te parece?

-Bueno.

-Adiós

-Adiós.

Abel colgó en el preciso instante en que comenzó a escuchar el sonido de una licuadora y el fuerte chorro que escapaba de la llave. Sentado muy cerca de la barra maximizó el sonido como si fuera el estruendoso caer de una cascada. Se percató de algo terrible: ¡estaba a punto de orinarse y no podía impedirlo! Maldijo no traer puesto un pañal. Tuvo fe y "le apostó" a que llegaba al baño. En el preciso momento en que uno de los garroteros llevando una charola sobrecargada con tazas de consomé de camarón pasaba junto a su mesa, Abel se levantó… ¡de un golpe volteó la charola y todo el consomé se le vino encima! Cliente y garrotero pegaron un grito al sentir el liquido caliente.

La situación se hizo muy confusa: un cliente ensopado, un garrotero en el piso y el resto del personal junto con el dueño del establecimiento acercándose apresurados.

Le ofrecieron un millón de disculpas, ropa prestada, mandar un chofer a su casa para traerle una muda; la comida iba a ser por cuenta de la casa y si decidía irse la próxima visita sería gratis.

-¡Ese consomé no olía nada bien!-dijo alguien.

El dueño de La cantina, antiguo sommelier de afamados establecimientos, viejo sabueso con el sentido del olfato altamente desarrollado, cuya capacidad superaba a la de cualquier perro, era capaz de distinguir dentro de un mismo tronco las diferencias entre 10 orines distintos y hasta el orín de una perra en su período de celo. Olió el charco extendido en el piso y sacó una conclusión inmediata: el viejito de la mesa 19 se había orinado del susto al caerle el consomé encima.

Orinado, quemado y avergonzado, Abel se paró al baño, tomó su celular y le marcó a su mujer:

Nuevamente no se pudo contener. Esta vez comenzó a verter lágrimas de impotencia: el Shakespeare que traía dentro le dijo: "vas a comenzar a sangrar por la nariz, la boca, el ano o el pene. Cuestión de tiempo, señales preven tivas de la muerte".

La angustiada voz de su mujer preguntando insistentemente "¿qué te pasa?" lo ayudó a recuperar el habla:

-Amor, necesito ropa limpia, estoy todo orinado. Ven por mí a la cantina de "La Santa Cruz", en la esquina de Doctor Bonilla y Eje Central, en la Colonia de Los Doctores; sí, sí, estoy dentro del baño y por lo que más quieras tráeme un pañal.

Un fuerte aguacero se desprendió del cielo.

Dorita tomó un paraguas y dos pañales para salir al rescate de su marido.

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