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Se expresan los adultos mayores

LA SOMBRA

Martha Bertrand *

 

Eduardo Fabre canta, en «La Candelaria»
nació esta zamba en la tarde
cerrando ya la oración
cuando la luna lloraba
astillas de plata la muerte del sol.

 

Con una llamada telefónica, esta tarde a la hora de la oración, han hecho nacer esta reminiscencia que voy a transformar en cuento.

Almita... Almita fue una vieja amiga, primero de mi hermana mucho mayor que yo, después de toda la familia y ahora que estoy sola mía. En mi niñez, fue medio madre, medio hermana, qué se yo..., ahí estaba siempre con su bondad, su gusto exquisito, sus consejos oportunos, su gran discreción, tímidamente opinaba, pero no insistía.

No me perdonó que yo dejara la Universidad para casarme e irme al campo a vivir con mi marido Ingeniero Agrónomo. _ «Yo se porque te lo digo», me decía, y yo joven y feliz, muerta de risa le contestaba: _¿vos cambiarías el amor de este buen mozo por libros y apuntes?

Conocía, hasta que me fui todos los pasos de la vida, de este hermosa morocha de ojos raros. Estudiaba Magisterio, no era brillante, pero sí aplicada, empeñosa y detallista en su tarea, pero a los 16 años conoció a Guido, futuro hombre de Ciencias, rubio y buen mozo, pobre, exigente y machista y «tuvo» que dejar todo. «El la deslumbró», a ella y a toda su familia, en tres meses de relación los tenía a todos en un puño... el papá concedía cosas, insólitas para su fiero y cerrado carácter de inmigrante luchador; la mamá, trabajadora y rutinaria, generosa y buena, llegó a cambiar los menues habituales, los horarios de comida... todo a conveniencia del futuro y exigente sabio... y lo era, al año se recibió con todos los laureles, se dedicó a la investigación y se casaron, y ella se convirtió en una silenciosa sombra... Se amaban? a su manera, creo que sí... no sé... Sí, si que se respetaban, se eran fieles, pues él además de ella tenía sólo como compañero fijo a su microscopio y a su trabajo.

El débil sol inicial, crecía y comenzaba a brillar con luz deslumbrante, la sombra con tanto resplandor se achicaba...

Exigida en todo, si bien gozaba de cierto confort, vivía dedicada al máximo a todos los detalles que hacían al desarrollo científico y celebridad de su hombre... su único hombre... ¿Sería su Geisha?

Cuando yo dejé la ciudad, la dejé con cuatro hijos. A mi regreso, años después, la encontré como siempre elegante (vestida al gusto de Guido) calladita, y con sus retoños recibidos -3 médicos, una bioquímica- y varios nietos que como es lógico y siguiendo los pasos del padre, pedían y exigían al máximo a esa mamá acostumbrada a complacer y no se daban cuenta de que ni sabían nada, ni siquiera qué sentía, qué pensaba ese ser excepcional, dulce, semi-sonriente, semi-frustrado? que vivía, al lado de todos ellos y que casi volaba en vez de caminar para no hacer ruido... y no molestar a nadie.

A mí, la vida me dio mucho y me quitó casi todo de un plumazo. Algunas amigas, para que no sucumbiera, me llevaron, me inscribieron y me hicieron cursar cuanto taller o propuesta publicaran los diarios. Así llegué al Programa para Adultos Mayores.

Almita, compañera fiel, apoyó «telefónicamente» todo lo que me «hacían hacer», cuando yo decaía su voz oportuna llegaba... «seguí, no hay que abandonar ¿te das cuenta lo que significa a tu edad el contacto con la Universidad?

Un día le propuse que también ella debía hacerlo... se parapetó en sus obligaciones, Guido, la ropa que debía llevar cuando le acompañaba a Jornadas y Congresos (y que «elegía él») los hijos, los nietos y sus 83 años. Con otra amiga mía la convencimos, minimizamos sus obligaciones y casi se decidió... pero no pudo ser «Guido» le hizo ver «claramente» que «ella no ea para eso», los hijos (qué egoístas son a veces) se rieron de sus pretensiones y le hicieron notar lo «loco» de querer a su edad vida de facultad... no es exactamente así... pero no se inscribió, una vez más la sombra se achicó.

Yo que era quién había «armado el andamiaje debí buscar la forma de desmontarlo y tratando de que no se desilusionara tanto, le prometí que «algo» veríamos de hacer para cuando se iniciara el segundo semestre. No volvimos a tocar el tema.

Una mañana, a fines de Julio, me llamó por teléfono «desde una cabina» y me dijo: -nadie debe saber nada, nada más que vos, vengo de inscribirme, ya elegí un Taller por ahora y estoy tan contenta y tan asustada...

Hasta que llegó el día de su clase, me llamó desde la cabina tres o cuatro veces diarias... cada vez con un temor o una duda nueva: -podré hacerlo?, -entenderé la clase?, -comprenderé lo que leo? y si tengo que escribir? Hace tanto que no hago nada para mí..., y a todas sus dudas, le seguía una recomendación «guarda el secreto, que no se te escape...» Y comenzó el semestre, yo para no violar el pacto ni me animaba a llamarla, hasta que una tarde en un pasillo, entre curso y curso vi avanzar hacia mí a una mujer elegante, radiante, bien peinada y ¡pintada! suavecito, pero pintada al fin, sonriente, ¡triunfante! Se abrazó a mi casi llorando: _Estoy como loca. Esa profesora es un sol, las compañeras son señoras divinas con problemas parecidos a los míos; conversamos, nos reímos, opino, leo apuntes... pero igual, «guarda el secreto...» me van a matar cuando sepan que vengo a la Facu... Ya elegí los talleres que quiero hacer en el 2000...

Paso el tiempo, de las clases surgieron visitas guiadas, cine, y mil cosas más. No sé como se las componía. En esta su nueva vida era una reina de las mentirosas y las trabajadoras era... dichosa y no sé cómo cumplía con todo y con «todos» hasta con el genio que seguía en el microscopio y no se daba cuenta de nada.

A veces me pedía socorro para hacer sus «deberes» pero estaba maravillada. Ella aprendía, ella podía y lo que es mejor volvía a ser una joven estudiante.

Ayer a la tarde, a eso de la oración... me avisaron... su corazón se detuvo... la encontraron en un cuartito de la terraza caída sobre una mesa rodeada de diccionarios y papeles con un lápiz en la mano, seguramente haciendo un «deber».

Ayer, a eso de la oración, la sombra voló a la noche... y la «Facu» perdió a su alumna de casi 84 años, que después de mucho andar había encontrado un nuevo sendero.

 

Martha Bertrand , 75 años ,es alumna en varios de los Seminarios y Talleres del Programa de Educación Permanente para Adultos Mayores , que depende de la Secretaria de Extensión Universitaria de la Facultad de Humanidades de la UNLP.

Es integrante del Grupo de Apoyo de dicho Programa.

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