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Número 12 - Abril 2003

El cuerpo del (paciente) anciano
y la contratransferencia del analista
(que también envejece)

Edgardo Korovsky
korovsky@chasque.apc.org

Espero que comenzar por citarme a mí mismo no sea tomado como signo de decrepitud ni de extremado narcisismo, sino como intento de retomar un tema apenas tratado. En 1998, en un trabajo sobre "Psicoanálisis en la tercera edad" (6), concluía diciendo:

"Antes de terminar quiero hacer una breve referencia precisamente a la vejez del psicoanalista. Suele ocurrir que con el tiempo, el psicoanalista también puede envejecer. Cabría preguntarse en qué medida ello incide en su tarea profesional. Por supuesto que lo habitual es que haya acumulado experiencia clínica y de vida que le permitiría una actividad prolongada. El prestigio alcanzado y cierto grado de idealización de ex-pacientes y alumnos ayudan seguramente a sostenerse narcisisticamente y en parte paliar las inevitables consecuencias que la vejez acarrea. Dependerá también de la creatividad conservada, del grado de involución, y obviamente, de los avatares de la vida. Pero sobre todo, de la elaboración del proceso normal de envejecimiento que la vida acarrea. Al fin y al cabo, también para los terapeutas puede ser válido aquello de que se envejece según se ha vivido".

Deberíamos comenzar por establecer una diferencia entre la vejez (como un estado) y el envejecer como un proceso.

Envejecer, como proceso, es aquello que nos ocurre a todos los seres vivos como consecuencia de ir viviendo, lo cual genera un desarrollo, desgaste y pérdida de funciones. Digo desarrollo, desgaste y pérdida, porque esos son los destinos de diferentes funciones, aun en la vejez. Hay funciones que se desarrollan y afianzan, como la de la paciencia, la comprensión, otras se desgastan, como la flexibilidad, pero también como la paciencia y la comprensión; otras directamente se pierden. Por ejemplo, perdemos neuronas, además de la paciencia y la comprensión. Pero eso nos enfrenta a un grave problema a resolver por lo aparentemente contradictorio. Perdemos neuronas, pero conservamos recuerdos, sobre todo los antiguos, lo que se denomina memoria retrógrada, mientras que se pierden recuerdos recientes, la memoria anterógrada. Sin embargo, como psicoanalistas, cuando observamos el tipo de recuerdo que se pierde, generalmente de una manera temporaria, advertimos que esos olvidos tienen la estructura del efecto de la represión, y están ligados a afectos displacientes. En ello consiste primordialmente la llamada "pérdida normal de memoria en los ancianos", una de las principales quejas de éstos.

Pero hay más aún. Porque cuando observamos un viejo con demencia, con trastornos de la memoria por problemas orgánicos, encontramos que el hijo cuyo nombre no recuerda o confunde, siempre es aquel con el que históricamente mantiene un conflicto sin resolver. Muy probablemente, los procesos de deterioro del tipo demencial tienen el sentido de desconectarse para no asistir a la propia declinación.

El proceso de envejecimiento trae aparejado pérdidas objetales y disminución o pérdida de funciones corporales además de nuevas posiciones sociales (abuelazgo, jubilación) que demanda permanente adecuación, con duelos que requieren elaboración.

Seguramente el concepto de narcisismo resulta la piedra fundamental de la comprensión de la conflictiva del anciano.

Aunque las pérdidas narcisistas son procesadas en todas las edades, aquellas que estarían referidas al envejecer han sido catalogadas habitualmente como de difícil abordaje. El peso de los ideales insatisfechos, las relaciones de objeto perdidas y el deterioro de las funciones con las consiguientes limitaciones determinan los cuadros melancólicos más habituales en esta etapa vital. La contraidentificación melancólica, el sentimiento de inutilidad e impotencia también pueden afectar al analista, que debe estar atento a ello para rescatarse. Pudiera parecer obvio resaltar la importancia que adquiere el análisis de la contratransferencia con estos pacientes, pero vale la pena hacerlo.

Hablábamos del envejecer como proceso. Llegar a la vejez como estado es el resultado de un largo proceso. Los seres humanos, como el vino, con el tiempo se añejan y mejoran o se agrían.

El concepto de vejez incluye un sentimiento peyorizante, de desvalorización. Es que todos queremos llegar a viejos, y todos negamos haber llegado, como decía Quevedo. Posiblemente, por el dolor de tener que reconocer el deterioro que ello implica. Pero sobre todo, su relación con el sentimiento de finitud. Precisamente, el hecho de que aparezcan tantos sinónimos para referirse a ello, hace pensar en qué se quiere ocultar, seguramente algo ominoso. En castellano advertimos: abuelitud, adultez mayor, ancianidad, antigüedad, añosidad, gerontosidad, senectud, senescencia, tercer a edad, vejentud, vetustez, sin mencionar las denominaciones despectivas.

Etimológicamente la palabra "Viejo" proviene del latín Vëtülus que significa "de cierta edad, algo viejo" "viejecito", que en latín vulgar remplazó al clásico Vëtus, viejo, Si ya los latinos tenían que usar un diminutivo aparentemente cariñoso, para disminuir el sentido de la vejez, ésta debía tener algo malo. Esto hace recordar que otra manera habitual con que se designa a las personas añosas es el de "abuelo" o "abuela", que es la fórmula entre afectuosa y despectiva que los adultos usan con las personas mayores que no les merecen demasiado respeto.

En griego, geraios o geraion significa anciano, pero gerairo significa honrar, distinguir, recompensar, y geraiteros o "los ancianos" era la denominación del Senado en Atenas.

Es decir, que los antiguos griegos honraban a sus viejos, distinguiéndolos y nombrándolos senadores como recompensa. Vale la pena preguntarnos cómo los tratamos nosotros, y reflexionar acerca de la relación entre jubilación y júbilo, que significa "regocijo".

El DRAE dice que se entiende que son viejas las personas de más de setenta años, lo que permitiría calcular la edad de los señores académicos, por aquello de que viejo es el que tiene por lo menos cinco años más que uno.

Existen ciertos estereotipos referidos a la vejez, muchos de ellos contradictorios. Posiblemente se podría abrir un abanico que va desde la idealización a la denigración. En el extremo de la idealización nos encontramos con la figura del viejo venerable, el viejo sabio y el patriarca, mientras que en el otro extremo aparecen la imagen sexualizada del viejo verde y la decrepitud en el viejo de mierda. No es necesaria, creo, una descripción detallada de estos esterotipos,

Habitualmente hacemos una desmentida del transcurso del tiempo. Uno va viviendo, y de pronto, deviene viejo, o adulto mayor. Se da cuenta de golpe que los chicos se gradúan en la Universidad, o que aparecen dolencias nuevas, o se encuentra con antiguos amigos a los que no veía y reconoce lo viejos que ellos están.

A partir de la llamada "edad media de la vida", que habitualmente comienza a los treinta y ocho años, pero corresponde a la quinta década, se inicia un período crítico (que continúa a las crisis anteriores) caracterizado entre otras cosas, por la revisión y el balance de los ideales incumplidos, y también por el reconocimiento de lo envejecidos que están los coetáneos. Es decir, que la concientización del proceso de envejecimiento comienza habitualmente por la vejez de los otros. Si bien estrictamente hablando el envejecimiento se inicia inmediatamente a partir de la concepción, podemos considerar, junto con otros autores, como el envejecer, al período de tiempo que va entre los 55 y los 75/79 años (aun cuando la edad cronológica es siempre relativa y nunca se la puede tomar como única variable) y vejez, el período que se extiende a partir de los 80 años.

La aparición de las canas, la presbicia y los problemas dentales, con la consiguiente necesidad de prótesis, puede ser vivida como signos corporales de vejez o deterioro, así como las arrugas o flacideces, siendo todas ellas las manifestaciones del transcurso del tiempo, y más que eso, del transcurrir de la vida. La emergencia de enfermedades intercurrentes suele incrementar ansiedades hipocondríacas, paranoides o depresivas. Pero además interviene la ruptura de la negación que "normalmente " se hace durante la infancia, la adolescencia y la juventud, de la propia muerte. En estas etapas, el conocimiento de la muerte es más un concepto intelectual, y se refiere a la experiencia de la muerte de los otros. para pasar a tener un sentido más realista, y se renuncia a la ilusión de inmortalidad.

Pero también es el mismo analista quien puede verse afectado en su salud. Las enfermedades y sufrimientos que el analista pueda padecer y que lo obliguen a interrumpir su trabajo, puede, además de afectar su economía pecuniaria, también su economía libidinal. Esto último, obviamente, por la enfermedad misma, pero además, porque puede significar una herida narcisista y una ruptura, no solo de la idealización que de él tienen sus pacientes (lo que podría llegar a ser positivo), sino también un ataque a su propia omnipotencia, lo cual también sería positivo en tanto lo obliga a un trabajo psíquico elaborativo.

Asistir a la propia declinación implica una grave herida narcisista. que representa un duelo que no todos o no siempre somos capaces de hacer. Muy probablemente los procesos demenciales tienen el sentido de desconectarse de esa dolorosa vivencia. Afortunadamente, esta declinación en la mayoría de los casos difícilmente sea brusca, y sí paulatina, lo que favorece la adaptación progresiva.

En el trabajo analítico, el analista no solo pone su aparato psíquico al servicio de la comprensión de su paciente; también pone su cuerpo como caja de resonancia de aquellos contenidos inconscientes para el paciente pero también para sí mismo, que es necesario develar. Cuanto menos representaciones-palabras disponga el analista respecto a un determinado conflicto, hay mayor posibilidad de que aparezcan en él reacciones afectivas o manifestaciones somáticas, que requieren el análisis de la contratransferencia. Esta se hará en el momento de la sesión, o bien en una segunda o tercera escucha (supervisión), evitando los saltos epistemológicos que se pudieran dar, por ejemplo, cuando el analista con formación médica intenta comprender el síntoma orgánico desde el punto de vista biológico. La interpretación médica de un síntoma corporal puede enriquecer la comprensión al aportar nuevas representaciones, pero éstas deben ser analizadas para llegar a la concientización de la fantasía inconsciente que vehiculizan. De lo contrario será, desde el punto de vista estrictamente psicoanalítico, una expresión contraresistencial.

El temor de algunos analistas, particularmente los noveles, de proyectar en el paciente sus propias vivencias, sobre todo cuando éstas aparecen como reacciones corporales, resulta plausible en tanto tal proyección se hace posible al arraigarse en un deficiente análisis de la contratransferencia o incluso en una errónea comprensión de la misma. Por ejemplo, en algunas supervisiones, al preguntársele al supervisando el porqué de tal intervención, suelen contestar: "Porque lo sentí contratransferencialmente". Pero la contratransferencia, como la transferencia, es inconsciente, y accedemos a su comprensión mediante el análisis de lo percibido, que es un contenido manifiesto.

En términos generales, el tratamiento psicoanalítico de pacientes añosos crea habitualmente más conflictos en el terapeuta que en el paciente. Sobre todo cuando la edad manifiesta de aquel es menor que la de éste, en cuyo caso la transferencia recíproca predominante del analista es de tipo parental. Al transferir sobre el paciente la figura de sus padres, puede resultarle difícil al analista analizar la sexualidad del paciente añoso. Tiende a negarla o escotomizarla, si no ha procesado adecuadamente en su propio análisis el vínculo con ellos. Pero además, al recibir la transferencia del paciente, y quedando parcialmente identificado por ella, el análisis de su contratransferencia le permitirá acceder a la comprensión de la fantasía inconsciente del campo que constituye con su paciente.

En este sentido, cuando el paciente habla de su relación con sus padres ancianos, habitualmente se le interpreta el vínculo transferencial con el analista, pero también debería ser interpretada la ansiedad frente al propio proceso de envejecimiento, que él ve reflejado en sus padres y en el analista.

A su vez, los miedos a la muerte, al deterioro o a la vejez misma por parte del analista, pueden entorpecer el vínculo con el paciente añoso al representar éste un espejo en el que puede doler verse reflejado.

La idea de que las personas mayores están más cerca de la muerte genera en los analistas jóvenes sentimientos de culpa por la sensación de "mentar la cuerda en la casa del ahorcado" y el miedo a generar depresiones, y en los analistas más viejos, tener que encarar la propia finitud, a la vez que el riesgo de quedar presos de la identificación concordante con el paciente. En otros casos, la edad manifiestamente mayor del paciente puede funcionar como contrarresistencia en el terapeuta más joven a analizar las transferencias parentales que el paciente hace sobre él.

La posibilidad de hacer consciente por parte del analista su propio proceso de envejecimiento normal, con su consiguiente elaboración sin caer en la melancolía ni en su contracara de omnipotencia maníaca, desde la que los que envejecen son solamente los otros, seguramente facilitará ayudar a sus pacientes en el proceso de elaboración de su propio envejecimiento.

El análisis de pacientes con manifestaciones somáticas de enfermedad nos ha ayudado a comprender también los síntomas corporales de diverso tipo que pueden aparecer en el analista durante la sesión con cualquier tipo de paciente, como manifestaciones contratransferenciales de fantasías inconscientes cuyo sentido es necesario develar.

En el análisis de pacientes añosos, en los que las manifestaciones somáticas pueden ser más habituales, si bien el proceso de envejecimiento no implica en sí mismo patología ni deterioro (aunque sí existe la patología del envejecer) , el analista puede sentirse tentado a derivar tales pacientes sin más ni más al médico tratante sea o no gerontólogo, por sus dolencias, y seguir analizando sus "manifestaciones psíquicas", sin ocuparse de aquellas por considerarlas "orgánicas" y por consiguiente fuera de su ámbito de acción. En realidad, tales derivaciones, perfectamente legítimas, no deben ser óbice para proseguir el análisis de esos síntomas, en la búsqueda de las fantasías inconscientes correspondientes, por más "orgánicas" que sean. Lo que transforma esos síntomas en "psicosomáticos" , independientemente de su etiología, es el sentido o significado inconsciente que poseen en relación con el suceder biográfico del paciente.

Teniendo en cuenta que el 20 % de la población uruguaya está integrada por adultos mayores,

permítaseme terminar actualizando ligeramente el último párrafo de aquel trabajo con cuya cita inicié el presente:

"En este comienzo del siglo XXI, en donde la sociedad en su totalidad mira al futuro incluyendo y previendo los distintos impactos de culturas longevas, creemos que será importante que el psicoanálisis, al igual que en su momento lo hizo con los niños, se plantee la forma de encarar lo que cada vez más aparece necesario: el tratamiento de pacientes añosos."

Bibliografía

1)Adduci, Eduardo (1987) Psicoanálisis de la vejez" Ed. Kargieman Bs. Aires

2)Barash, David P. (1987) El envejecimiento. Salvat. Barcelona.

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4)Corominas, Joan (1967) Breve diccionario etimológico de la lengua castellana. Gredos, Madrid

5)Korovsky, Edgardo (1994) Temas de técnica psicoanalítica Ed. Roca Viva, Mtvdeo

6) " " " " (1996) "Crisis de la edad media de la vida" Primeras Jornadas de Psicogeriatría y Gerontología del Cono Sur, Montevideo

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8)Korovsky, E.; Karp D.(1998) Psicogerontología. Psicosomática psicoanalítica de la vejez. Ed. Roca viva. Montevideo

9)Motlis, Jaime (1988) La vejez y sus múltiples caras Ed. Aurora Israel

10)Pabón de Urbina, José M. (1993) Diccionario manual griego-español. Vox. Barcelona

11)Salvarezza, Leopoldo (1991) Psicogeriatría. Teoría y clínica. Paidos Bs. Aires

12) " ", " " (2001) El envejecimiento Eudeba Buenos Aires

13)Viguera, Virginia (1999) "Reflexiones sobre el envejecimiento". Tiempo Nº1, Internet

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