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Número 20 - Mayo 2007

La vejez, un duelo injusto

Manfredo Teicher
fredi@pccp.com.ar

El diablo sabe por diablo, pero más sabe por viejo.

Uno adquirió mucha, mucha experiencia.

Y ahora ¿qué hace con ella?

Freud, a través de los turcos del caso Signorelli, aunque un poco exagerado, ilustra el problema. Y el Viagra es un riesgo.

La torpeza poco a poco reemplaza a la habilidad, por más entrenado que uno esté. Lo que rige tanto para el cirujano como para el deportista.

Los problemas de la vejez comienzan con el rechazo que produce su imagen.

Observemos la gente en la calle.

Las mujeres, bien entrenadas para "no darse cuenta", "no ven" la atracción que ejercen sobre las miradas, tanto de las rivales como del sexo opuesto. Pero para recibir esa gratificación narcisista hay que ser joven y bonita, dos elementos que habitualmente se encuentran unidos.

A medida que los años pasan, comienzan a ver la indiferencia de los otros.

Los años se acumulan y la indiferencia se convierte en un claro rechazo; una mirada que critica el atrevimiento de existir con tantos años. Deberían esconderse.

Los hombres, tampoco "ven" lo mismo, pero los jóvenes galantean con piropos y siguen con la mirada. Hasta se dan vuelta para, de esta forma homenajear a la beneficiada por los dioses.

A medida que los años transcurren, surge el deseo de vengarse por las heridas narcisistas que se cosechan, por lo tanto se tragan la rabia intentando comunicar: "no te creas que me interesa tu figura. No me interesa en absoluto"

Lástima que es tan difícil ocultar la rabia que produce todo esto.

Y encima, se inventaron los espejos, que están por todos lados.

La herida. El destino (objeto significativo que reina en el fantástico Olimpo de todo sujeto) le ha efectuado una jugada cruel por lo cual su orgullo narcisista clama venganza; un duelo difícil de elaborar

El animal humano está orgulloso de su capacidad de razonar y rápidamente concluye que eso demuestra su superioridad en la evolución de las especies. No se percata que no es dueño de sí, que esa capacidad de razonar está al servicio de sus intereses narcisistas y éstos pretenden el reinado de la magia ya que solamente ésta puede concretar sus delirantes deseos de exclusiva omnipotencia.

A esta fascinante imagen le ha dado forma en su fantasía creando todos los dioses habidos y por haber. En ese campo, el de la fantasía, rinde culto a los dioses reunidos en su personal Olimpo. Habiendo creado un artilugio (el destino) con el que se encara para agradecer o protestar por los "favores" o "castigos" recibidos.

Según este delirante razonamiento, la vejez no puede ser vista sino como cruel e injusto castigo.

Narciso: En el mito, un hermoso joven, con su sola presencia fascina a todos. Este deseo está prohibido por imposible para el adulto mayor. El deber es resignarse a disfrutar de lo permitido dentro de lo posible. Evitar que un duelo normal – la depresión – se convierta en un duelo patológico – la melancolía.

Es conveniente que un narcisismo sublimado logre controlar los caprichos de un narcisismo perverso.

En el mito, Narciso desprecia el amor. Está más allá de esas tonterías.

Lo que es, ni más ni menos, la venganza de todo aquél que ya pasó la edad en que los dioses lo mimaban especialmente, cuando las miradas de los otros, embelesados, elevaban su autoestima más allá de las nubes.

O la revancha del que nunca conoció tal halago, debiendo luchar contra la envidia a los privilegiados.

¿Vengarse? ¿De quién? No sólo que no la temen, sino que a la juventud le encanta despertar tanta envidia.

Y ¡qué difícil es ocultar la rabia!

Uno debe estar "más allá de esas tonterías".

Eso no tiene que ser un duelo. Es algo normal, fisiológico e inevitable.

Después de todo, negarlo es tan fácil. Entonces aparece en el horizonte la enfermedad psicosomática, de la que la locura, la melancolía, no es más que un ejemplo. Y la vejez se acelera. Acompañada de la rabia.

La longevidad introduce serias contradicciones en la relación de pareja, de la familia y de la sociedad. Los sistemas de prevención social se ven superados.

El ocio que podría ser bien aprovechado abre las puertas de la depresión favorecida por la pérdida del poder de seducción que la juventud en sí misma posee y por el rechazo social a quien no posee solvencia económica (casi todos). La franja etaria de los adultos mayores exhibe el mayor porcentaje de suicidios.

La maravillosa tecnología humana, el mayor orgullo de la especie, ha logrado prolongar la vida de la especie al doble o al triple de lo que era. Y continúa en su empeño. Excelente muestra de nuestra inteligencia y habilidad. Pero ¿a qué precio?

Mientras se oyen osados emprendimientos que proponen e intentan demostrar que la vejez es una enfermedad ¡curable!, vemos cómo la gente envejece llegando ya a superar los 80 y los 90, con algunos privilegiados (¿???) que superan los 100.

Sí, hay que felicitarlos. Pero acompañarlos ya no es tan agradable como hablar de ellos.

Los hijos no deberían estar desesperados para cobrar la herencia, si la hay.

El fetiche del dinero es entonces una plaga: si lo hay en abundancia los herederos claman por la Parca. Si no lo hay, la muerte soluciona un serio problema. Tanto para los viejos como para los hijos y nietos.

Es fácil negar lo que duele confesar. No hay duda que la hipocresía es inevitable y necesaria. La dulce mentira gana por varios cuerpos a la amarga verdad. Los sistemas de prevención social colapsan en todo el mundo; o están cerca de hacerlo.

En una época un trabajador con su aporte podía mantener a varios jubilados.

Ahora varios trabajadores deben mantener a un jubilado.

No debería extrañar a nadie que la estadística señale en todo el mundo que la mayor cantidad de suicidios se produce entre los viejos. El miedo a la muerte se convierte en el deseo de terminar con los problemas que duelen más que el temor a la muerte.

Lo más doloroso para cualquier ser humano es percibir el rechazo de los objetos significativos. Algo que los viejos experimentan constantemente.

Resolución: Comparar lo que a uno le gustaría ser con la realidad produce un dolor que no es fácil de soportar. Aceptar las limitaciones, enfrentar la frustración superando las limitaciones dentro de lo posible, lleva al esfuerzo de cambiar lo que me gusta ser y hacer por un cuidadoso juicio de realidad: lo que me conviene ser y hacer (o, más bien, debería llevarlo)

¡Qué bien y fácil suena eso!

Pero la resignación no tiene buena prensa.

Sin embargo, eso es lo que hay que hacer.

Por más difícil que sea, buscar y encontrar un camino para seguir, o empezar, a desarrollar la capacidad de competencia social que todo sujeto humano tiene, o le queda, es la tarea terapéutica que se debe encarar. Con o sin ayuda.

Sí, es la sociedad y el estado que la representa, quien debería encarar esa ayuda.

Debería, pero eso no sucede. Porque no puede o no quiere.

El mensaje de la cultura humana es, fue y será ¡Sálvese quien pueda y cómo pueda!

Y, aunque la mayoría no puede, no son pocos los que lo logran.

Por lo tanto:

¡Viej@, nadie te va a ayudar más que tu mism@!

Deja los lamentos y las quejas para los más jóvenes.

Adaptación activa a la realidad, propone Enrique Pichón Riviére.

La depresión es sana, necesaria y conveniente. Implica poner los pies en la tierra, observar las expectativas de los otros sin pretender someterlos a sus caprichos. Esfuerzo y reflexión, camino de reparación y de adaptación a la comunidad. Duelo normal.

La Melancolía es inconveniente y perjudicial. Es el camino de la envidia, la destrucción y la muerte. Por ende, si nada sirve, ningún esfuerzo vale la pena ni es necesario. Duelo patológico.

La diferencia entre depresión y melancolía depende de la tolerancia, o no, a la frustración.

Esta diferencia no es muy conocida, pero es importante.

Si se logra enfrentar las limitaciones que uno tiene y soportar el bajón que esto produce, seguir dispuesto a la lucha cotidiana -que esa es la vida- estamos en un duelo normal, una depresión nada agradable, inevitable, pero muy conveniente.

En cambio caemos en la melancolía (el duelo patológico) si llegamos a la conclusión que, si la realidad "es así" entonces la vida no tiene sentido. Nos dejamos estar, que será más cómodo que luchar. Esto tiene una leve ventaja: ya que nada sirve, no vale la pena ningún esfuerzo. Pero es el camino de la envidia, del odio y de la muerte.

El Problema Cómo evitar la rabia y el odio por las frustraciones que la vejez injustamente impone.

Fortalecer el deseo de vivir y ayudar a disfrutar de ello, es la tarea que la terapéutica reclama.

La esfinge pregunta:

¿Cuál es el animal que a la mañana anda en cuatro patas, al mediodía en dos…

--- y por la noche en tres?

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