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Número Aniversario (10 años!!) - Noviembre 2008

La caricia para la madre Tierra: el llamado de una mujer grande

Zoila Edith Hernández Zamora
zhernandez@uv.mx

Introducción

Es intención de la autora en este trabajo hacer una metáfora entre la vida del planeta Tierra, como Matria de la humanidad y de todo lo que en ella habita y la vida de una mujer mayor, ambas con ese sentimiento de haber pasado o estar pasando por momentos difíciles, donde se han sentido o se sienten enfermas, maltratadas y en peligro de desaparecer. Acudo de manera recurrente a la caricia, traducida en cuidados, en amor, en responsabilidad para la recuperación de la salud y de la felicidad de estas madres-abuelas. Además, establezco comunicación con un consejo de ancianos sabios y mis maestros, los autores de los libros a quienes recurro para la elaboración de este escrito, reflejando aquí nuestro diálogo, y el acuerdo de que todos y todas estamos dispuestos a rescatar a Gaia.

Habla la Madre Tierra

El corazón de la Tierra tiene hombres que lo desgarran
la tierra es muy anciana, sufre ataques al corazón
en sus entrañas sus volcanes
laten demasiado por exceso de odio y de lava.

La tierra no está para muchos trotes, está cansada,
cuando entierran en ella niños con metralla
le dan angustiosas náuseas

Gloria Fuertes

Hablo porque soy la más grande, tanto en años como en inmensidad, entre las grandes, soy la Tierra, un satélite del sol, surgido hace 4.450 millones de años, por tanto me considero ya mayor, o simplemente no soy joven. Me alimenta continuamente la fabulosa energía solar. Tengo una temperatura óptima para el surgir de moléculas complejas y en consecuencia la vida. Durante algunos cientos de millones de años fui victima de colisiones fantásticas de meteoros y planetoides. (Boff, 2002).

Varios científicos sostienen la hipótesis de que yo, Tierra, formo un único sistema, un superorganismo llamado Gaia. Boff (2002) cuenta que los pueblos primitivos y los místicos me han llamado la grande y buena Madre, La Nana y la Pancha Mama.

Agrega Boff (2002) que vista desde fuera, me veo tan pequeña y frágil, una preciosa mancha pequeñita que puedes tapar con tu pulgar. Todo lo que significa algo para ti, toda la historia, el arte, el nacer, la muerte, el amor, la alegría y las lágrimas, todo eso está en aquel punto azul y blanco que puedes tapar con tu pulgar. Al igual que todo cuanto existe en el cosmos soy una manifestación de la creación divina. Me ha tomado muchos miles y millones de años conformar las distintas partes que integran mi cuerpo, un núcleo incandescente, los mares y océanos, la corteza sólida, y la atmósfera.

La integración armónica de mis elementos permitió el surgimiento de la vida, una inmensa variedad de seres aparecieron, primero en los fondos de los mares luego sobre la superficie terrestre. Los paisajes se llenaron de formas, de colores, en todos los confines. Soy madre, cuna, casa de todo cuanto crece, y se reproduce en mí. Como naturaleza fui tradicionalmente idealizada como Madre bondadosa.

Dice Skeldrake (1994) que en la Edad de Oro todo era pacífico y fértil y yo era liberal y generosa; los animales pastaban satisfechos; las aves entonaban puras melodías; había flores por todas partes y los árboles engendraban frutos en abundancia. Hombres y mujeres vivían en armonía y yo recibía la caricia de ellos a través de sus cuidados y respeto hacia mí.

Antes pensaban que yo era muy activa y amorosa que exhalaba el aliento de la vida, que nutría a los organismos vivos sobre la superficie. Pero con el desarrollo de la agricultura, los humanos tuvieron una idea más restringida de mí y quedé sólo como una gran diosa de la vegetación y la cosecha. (Sheldrake, 1994)

En los últimos siglos, una minoría educada de Occidente ha creído que soy un planeta que está muerto, que soy sólo una esfera brumosa de roca inanimada que gira en torno al sol. Estos "educados" no se dan cuenta de toda mi belleza, pureza y esplendor, de mi cambio incesante. De que todos son mis hijos y deben tratarme como se trata a una madre buena, generosa.

Deben darse cuenta de que están trastornado mi equilibrio, cambiando el clima global. Lo que me lleva a la conclusión de que las fuerzas destructivas desencadenadas en el desarrollo económico y tecnológico han cobrado vida propia, desatendiendo sus consecuencias planetarias. Además, acompañadas por un aumento sin precedentes de la población humana. Si mis hijos, en especial los hombres, no me prestan atención, por perseguir sus fines, ponen en peligro su propia supervivencia.

Porque, yo, al igual que la Gran Madre de la mitología antigua, también tengo un aspecto violento. (Sheldrake, 1994)

Yo, Gea, además de ser inteligente, no soy una madre débil que tolera las malas conductas, ni una frágil y delicada doncella que corre peligro en las manos de una humanidad brutal (Sheldrake, 1994). pues como ya dije al principio tengo muchísimos años, tengo experiencia, soy severa y ruda cuando es necesario. Conservo el mundo cálido y confortable para quienes me tratan benevolentemente, para quienes me tratan con amor y caricias, para quienes me cuidan; pero cuando ya no soporto más el daño que me causan, reacciono violentamente a quienes me destruyen, a pesar de mi gran amor por la humanidad entera.

En mi biografía dice Boff (2002) que he soportado a los largo de mi les de millones de años varios asaltos terroríficos. Enorme extinción de especies desaparecieron posiblemente debido a la confabulación sinérgica de la acción de climas perjudiciales con la intervención irresponsable del hombre cazador y agricultor.

He tenido que adaptarme a esta nueva condición de agredida y diezmada, aún, así, regeneré la herencia genética a partir de mis supervivientes, creé otras formas perdurables y continué viva, retomando el proceso de la evolución. Sí las condiciones en las que he vivido me han llevado a liberarme de millares de especies a lo largo de mi biografía ¿Quién les garantiza a los seres humanos que algún día quizá me veré forzada a librarme de ellos? (Boff, 2002)

Actualmente viven en mí casi 6.000 millones y medio de habitantes. Se están acercando a mi límite de capacidad para sostenerlos. Me están saqueando a un ritmo que supera enormemente mi capacidad para soportar la vida. La humanidad no sólo explota y, por supuesto, sobreexplota mi naturaleza, también la daña (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, 2004).

Hay quienes, como Leonardo Boff, que proponen, para el rescate de mi dign idad un nuevo paradigma que demanda un nuevo lenguaje, un nuevo imaginario, un nueva política, una nueva pedagogía, una nueva ética, un nuevo descubrimiento de lo sagrado y un nuevo proceso de individuación, lo que conlleva una buena dosis de espiritualidad (Elizalde, 2003).

Boff también plantea como puntos indispensables para esa transformación, la necesidad de: una recuperación de lo sagrado, una pedagogía de la globalización, la escucha del mensaje permanente de los pueblos indígenas, el cambio hacia un nuevo orden ecológico mundial, una ética de la compasión sin límites y de la correspondencia, y, una espiritualidad y una mística anclada en la ecología interio)

Hoy en día, con el ascenso del movimiento verde, me estoy reafirmando como madre naturaleza. El reconocimiento de que soy un organismo viviente, que soy Gea, que soy Tierra toca una cuerda sensible en millones de personas; los reconecta con esa su experiencia intuitiva personal de la naturaleza y con su comprensión tradicional como algo vivo. Como dice Sheldrake (1994) "yo soy sagrada, soy fuente de vida y receptora de los muertos. Doy origen a todas las cosas, las crío y las recibo de nuevo en mi matriz".

Yo, Gaia, la Gran Madre Tierra me encuentro de búsqueda. Quiero ser hermosa. Deseo ser lo más bella y sana que pueda.

Madre-Abuela Grande

A veces he sentido que estoy a punto de morirme
– como si de pronto envejeciera todo lo vieja que he de ser-
y reflexiono en cosas sencillas, más bien dicho,
alguien en mí se da cuenta de lo profunda y
maravillosamente sencilla y simple que es la vida.

Si tengo hambre, como. Si tengo sed, bebo.

Si tengo amor, me como y me bebo.

No puedo ser mía si no soy de todos
¡Y qué poco soy! ¡Qué extrañas complica ciones
para ser un mundo mío tan pequeño!

Soy agua, soy calor, soy aire,
pero no soy tierra, sobre la tierra ando.

Le daré mi cuerpo a la tierra y otra vez volveré a ser yo.

Jaime Sabines

Aquí empieza mi parábola con la Madre Tierra, porque al igual que ella, soy una mujer mayor, tengo hijos, nietos y toda una familia a quien amo profundamente. Me crié en el campo, al lado de mis padres y de mi nana (a la que ahora identifico mucho con la Pancha Mama), quien me cuidó y me amó, me dio la caricia que necesitaba y así pude tener una niñez feliz y ser lo suficientemente sana para poder parir y cuidar a muchos hijos.

Como mujer, como ser humano, independientemente de mi edad, soy un ser conformado holísticamente, tengo componentes intelectuales, sociales, psicológicos y espirituales, aunque ahora, en esta edad, más que nada me siento espiritual, me siento tan cercana a mi madre Tierra, a la naturaleza y a todos los seres que habitan la Tierra y que sufren, que necesitan de la caricia social para salir de la exclusión en la cual viven.

Me identifico con la Tierra, la escucho y siento lo mismo que ella. Porque yo también, en muchas ocasiones me sentí una mujer enferma, cuántas veces me sentí necesitada de la caricia y me sentí morir por no tenerla. También me sentí abandonada, relegada, descuidada por los seres que amaba, maltratada y ultrajada.

Aunque, al igual que la Tierra, he tenido que defenderme de los que me hacían daño, tuve que hacerlos a un lado, aprendí a vivir sin ellos; debí seguir con mi vida, porque con toda mi herencia cultural de género sentía que otros me necesitaban, y finalmente aprendí que, sobre todo, porque yo misma me necesitaba.

Es ahora Gaia, al igual que un día yo, mujer anciana, quien se siente enferma, pero, al fin mujer, le preocupan más todos los seres vivientes que la habitan, los animales, el agua, hombres y mujeres.

Según Leonardo Boff (2002) existen dos modos de ser en el mundo: el trabajo (y por trabajo, no creo que Boff se refiera exclusivamente al que es remunerado) por el cual me siento conformada e intervengo en el mundo, y el cuidado, ese cuidado que me encanta dar y que me den, que me llena de alquimia, que me transforma, porque a través de él doy caricias, ternura, cariño, afecto, compasión y, además, como dice Gadotti (2000), "sirve de crítica a nuestra civilización agonizante a la vez que de principio inspirador de un nuevo paradigma de convivencia"

Boff (2002) afirma que una de las formas de estar en este mundo es el cuidado, ese cuidado que me llena de amor, porque a través de él doy caricias. Entiendo ese cuidado hacia mis semejantes, hacia Gea y todo lo que habita en ella.

Si bien es cierto que disfruto de escuchar a Gaia, muchas veces me entristecen sus palabras, me dice: que la habito, la escucho, la miro, la siento, que ella está en todas partes, que me cobija a diario. Gaia me pide que atienda urgentemente su grito de auxilio, que es un grito de ayuda. Me pide que no la deje morir, me habla de que es la Tierra, la madre Tierra que me llama, y que permita que mi mente y mi corazón vibre al unísono con ella, y que confía en mi caricia amorosa.

Y entonces pienso que la tierra, mi Pancha Mama, la más vieja de mis abuelas me necesita, necesita la caricia de otra mujer que la comprenda. (Gadotti, 2000)

Lo mismo que Matria (Gadotti, (2000), yo, madre-abuela, siempre he provocado emociones ambivalentes. He sido hermosa, fértil, nutriente, benévola, pasiva, activa, amorosa y generosa, mis manos han servido de caricia y han hec ho felices a muchos mortales. Pero también he sido, cuando la ocasión lo amerita, salvaje, desordenada, caótica, dura, he tenido que destruir para crear, y he llegado a sentir rencor, me he defendido de quienes me atacan de las formas que mi naturaleza humana me lo permite y, además, porque no soy perfecta y reacciono ante el daño que su fro.

Así, al igual que mi madre Tierra, puedo ofrecer un cálido nicho para la vida, pero, a veces, puedo ser a veces terrible, como Némesis, Hécate y Kali. (Sheldrake, 1994)

Cuando leí a Elizalde (2003) me acordé de mis hijos e hijas, de tanta gente que conozco y sus formas tan artificiales de vivir, y que, de seguir con este tipo de vida, la aprenderán mis nietos. Si bien, no pierdo la esperanza de que esos estilos de vida pueden transformarse. Intentar, a través de la caricia y el cuidado, contagiarlos, re-encantarlos para que nueva mente se acerquen a lo natural, que sientan, al igual que yo, esa atracción ante la belleza de las hojas del otoño, la hermosura de la luna, el olor de la hierba recién cortada, el ruido de la lluvia al caer, el canto de los pájaros; la magia de las plantas, la naturaleza entera, sus semejantes, todos ellos elementos integrantes y esenciales de nuestra existencia, como la tierra y el agua.

Al escribir esto último me acordé que hace poco escuché algo muy poético, bello, que dijo un indio Siux llamado Toro Sentado, Sioux Oglala, que decía así:

"Hermanos: la primavera ha llegado; la Tierra ha hecho el amor con el Sol y pronto veremos las criaturas de ese amor. Todos los seres se levantan. Del gran poder de esa relación debemos toda nuestra existencia y la que nosotros concedemos a nuestras criaturas hermanas. Hasta a nuestros hermanos animales, quienes tienen los mismos derechos que nosotros; los derechos de vivir en nuestra madre tierra" (Elizalde, 2003).

Este texto me llegó al corazón, porque es cierto, todos somos hermanos, también los animales son mis hermanos, los pobres, los enfermos, los que sufren y todos los que son excluidos de esta sociedad capitalista, todos ellos necesitan de mi amor, de mi cuidado, de mi caricia, necesitan de alimento material y espiritual.

Al igual que los excluidos, también soy hija de Gea y los bienes que ella me da son sociales y ningún ser humano puede quedar excluido de ellos. Cortina (2002) afirma que los bienes de la Tierra son bienes sociales. Todos deberíamos de disfrutar de una buena cantidad de bienes por el hecho de vivir en sociedad. La educación, el vestido, la economía, la cultura, y todo lo que nos separa de los animales son bienes de los que disfrutamos por ser sociales.

Afortunadamente, las personas mayores estamos empezando a recuperar el respeto de la sociedad, habemos muchos olvidados y olvidadas, pero estoy segura que llegará el día en que, al igual que nuestros antepasados, vuelvan a sentir amor y respeto por nosotros y nosotras, por nuestra sabiduría, por nuestra espiritualidad, por nuestra generosidad, por nuestra gran capacidad de dar amor y cuidado.

Ya es tiempo de que los niños y niñas, jóvenes y adultos, aprendan y nos den la oportunidad a todas las personas mayores de contribuir para construir una sociedad con menos exclusiones para que nuestras generaciones, las actuales, como las que seguirán después, puedan vivir en una Tierra más justa, participativa e integrada (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, 2004).

En realidad, siento que tengo un corazón de niña-madre-abuela que sigue aprendiendo, de mis maestros y de la alquimia de la vida; gracias a ese aprendizaje en mi corazón ha surgido un profundo y abrumador sentimiento de gratitud, una sensación de paz y seguridad infinitas, un amor y una presencia acariciante y protectora viviente, debe ser la Tierra y todos mis hermanos, los animales, las plantas, el Sol, el rocío, todo lo que siempre he amado.

Hablamos los mayores que queremos salvarnos al igual que Gea

De los abuelos y abuelas se decía que su cabello blanco era símbolo de humildad frente a la vida. Es respeto, es símbolo de larga caminata por la vida, es sabiduría.

A partir de las lecturas de varios autores pienso que se hace necesario avanzar hacia una nueva concepción sobre nosotras mismas y nuestro papel como personas mayores en el universo; una concepción más realista, más activa, más completa y más amorosa. Como dice Elizalde (2003) hay que pugnar porque las personas mayores seamos seres que nos auto-construimos, que esculpimos nuestros cuerpos, que cultivamos nuestros espíritus, que desarrollamos moralidad; seres que desplegamos competencias, habilidades y destrezas; seres que, no obstante nuestra edad, tenemos capacidad de aprendizaje.

Somos adultos y adultas a los que Varela (1990) nos ha enseñado que "la inteligencia ha dejado de ser la capacidad para resolver un problema para ser la capacidad de ingresar en un mundo compartido", y no tan sólo eso, de intervenir positivamente en ese mundo, de encontrar el encanto que el mundo ha perdido y devolvérselo.

Como persona mayor me doy cuenta de la profunda ceguera en nuestra civilización occidental respecto a algo tan fundamental para nuestra existencia y para nuestro evolucionar, como son nuestros deseos. Como se lo escuché decir hace algún tiempo a Humberto Maturana: "la historia de la humanidad sigue el curso de los deseos. No existe necesidad ni recurso, son los deseos los que los hacen". (Elizalde, 2003).

Si nuestro deseo es salvar la Tierra, se hace necesario cambiar nuestra forma de relación ecológica. Esto los saben muy bien aquellas culturas que han desarrollado una forma de relación de respeto y de unidad con la naturaleza.

Las generaciones más jóvenes y muchos y muchas de las personas mayores debemos aprender que en Gea no somos más que otra especie: no los propietarios ni los mayordomos de este planeta (Sheldrake, 1994), por muy viejos que seamos, no somos sus dueños. Nuestro futuro depende mucho más de una relación amorosa, llena de cuidado y amor hacia Gea que de la tecnología y del progreso,

Las personas grandes nos incluimos en lo que afirma Boff (2002) acerca de que más que seres en la Tierra somos seres de la Tierra. Somos la expresión hasta hoy más compleja y singular de la Tierra y del cosmos. El hombre y la mujer somos la Tierra que piensa, que espera, que ama, que sueña y que ha entrado en la fase de la decisión ya no instintiva sino consciente.

Entonces, debemos de aprender o, en su caso, re-aprender para llegar a convertirnos en guardianes capaces de salvar a la Tierra, nuestra matria cósmica y madre terrenal.

Los hombres y mujeres mayores que durante años hemos trabajado la Tierra, practicamos la ecoagricultura y no deseamos sacar el máximo provecho humano de las potencialidades que presenta el ecosistema, sino crear más vida, más fertilidad del suelo y más sustentabilidad del ambiente existente (Boff, 2002). Con esto le estamos dando nuestra máxima caricia a la Tierra Madre, caricia que le devolverá la salud perdida.

Cuando digo que la vejez nos ha llevado a ser espirituales y místicos me refiero a que tenemos una visión global que origina convicciones poderosas que nos dan la fuerza y el entusiasmo interior para tener un sentido de y para la vida y encontrar un significado al universo entero. Sólo, como afirma Boff (2002) una mística y una espiritualidad sustentan la esperanza más allá de cualquier crisis y hasta frente a una eventual catástrofe del sistema- Tierra.

De Gadotti (2000) retomo la idea de que soy una mujer mayor holista y sosten go, al igual que él, que la utopía y lo imaginario son instituyentes de la nueva sociedad y de los nuevos aprendizajes. Rechazo un orden fundado en el paradigma cartesiano, en la racionalidad instrumental, que menosprecia el deseo, la pasión, la mirada, la escucha. En lugar de ello, re-tomo aquello que está imbricado: imaginario, tolerancia, acogida, diálogo, autogestión, caos, pasión, acción comunicativa, mundo vivido, esperanza, alegría, cuidado, genero, y lo más elemental para mí: la Caricia.

Cuando leí en Gadoti (2000) la conceptualización que hace Francisco Gutiérrez, sobre lo que es el desarrollo sostenible, refiriéndose a que "son las características (o "claves pedagógicas") que se completan entre ellas en una dimensión holística y que apuntan hacia nuevas formas de vida del ciudadano ambiental"; entre estas características me llama la atención, de manera especial, aquella que habla de "Congruencia armónica que desarrolle la ternura y el asombro, la capacidad de deslumbramiento, de sentirnos como un ser más – aunque privilegiado- del planeta" Y cuando habla de ternura, la imbrico con la caricia. La caricia hacia mí misma, hacia el otro y la otra, hacia los animales y las plantas, en fin, hacia la Tierra, porque todos formamos parte de Ella.

Necesitamos de una conciencia planetaria que desarrolle la solidaridad planetaria, que reconozcamos que somos parte de la Tierra y que podemos vivir con ella en armonía – participando de su devenir- o podemos perecer con su destrucción. Como dice Gadotti (2000) "No hay desarrollo sostenible sin sociedad sostenible".

 

Un rincón de la caricia para la sostenibilidad

Gutiérrez y Prado (1999) proponen un Rincón de la ternura mismo que nace como una respuesta original para encontrarle salida a una de las necesidades humanas fundamentales y más fuertemente sentidas por las mujeres que han sufrido violencia, agresión, desprecio y la ausencia de amor, para lo cual se hace necesario compartir formas afectivas de cariño y de ternura.

Después de leer lo expresado por Gutiérrez y Prado reflexiono que podríamos, entre varias mujeres y hombres grandes, autoorganizar un nicho de ternura especial para personas mayores; crear un ambiente cálido, acogedor y ecogedor donde podríamos expresar e intercambiar genuinamente deseos, emociones, sueños, vivencias, vacíos existenciales; degustar la tierna calidez de la palabra caricia que brota con toda fuerza y naturalidad…..

Gozar de la aceptación tierna de la amiga o amigo que logra hacer contrapeso a la indiferencia de la vida diaria; originar un espacio de confianza, de armonía y de amor donde haya gestos de simpatía, amabilidad, afinidad, sincronicidad, goce, que contrarrestan el desamor de los hijos o de la gente que nos rodea; lograr tener ese dulce sabor de boca que nos deja sentirnos útiles, productivas; poder gozar sanamente del ocio y lograr despertar formas, escondidas en un rincón del alma, de sentir, querer y amar….

Creo que abrir espacios de caricias es una necesidad educativa urgentísima. La caricia exige una inversión sensorial muy grande. Como seres humanos que optamos por una sociedad de sostenibilidad, la ternura es un requisito básico. Carlos Restrepo (citado en Gutiérrez, 1999) habla de la ecoternura como el requerimiento para una redefinición ecológica de la cultura por la recu peración de la sensibilidad perdida. Hemos de aprender a ser tiernos, a ser cariñosos, a ser afectivos, a desarrollar libremente nuestra sensibilidad. Es uno de nuestros recursos endógenos más ricos y preciosos.

Las personas mayores, en esos espacios de aprendizaje-convivencia que hemos autoorganizado especialmente para nosotros, podemos decorarlos con múltiples detalles como la sonrisa espontánea y oportuna, el saludo sincero y consecuente, los gestos congruentes portadores de simpatía, el amor, la aceptación recíproca, la escucha empática, hasta un silencio comprensivo y lleno de acompañamiento, el abrazo, porque abrazar a una persona es como fundirnos en un abrazo de amor con la totalidad del cosmos.

Este lugar de la caricia nos puede llevar a tener una mejor relación con nuestros hijos y nietos, con nuestros vecinos, con nuestro ambiente natural, con los animales, y muy especialmente, este Rincón de la Caricia está dirigido hacia el cuidado de nuestra Madre Tierra, Porque todos estamos imbricados en este planeta, todos necesitamos de todos y Gaia nos necesita a nosotros. Encontrar ese lugar donde nos sintamos gozosas al demostrar nuestras capacidades afectivas y emocionales. Porque como dicen Gutiérrez y Prado (1999): "Una de las metas principales en este espacio de aprendizaje ha de llevarnos a recuperar el equilibrio entre la intuición y la razón, que, son la base para fundamentar la creación de la cultura de la sostenibilidad".

Soltar las amarras de la imaginación creadora que vive e n las personas mayores-holísticas que somos, porque esta imaginación es requisito clave para construir la cultura de sostenibilidad. La imaginación me hace más humana, más feliz y más comunicativa. "Es más fácil pensar racionalmente que imaginar, porque razonar es repetir mientras que imaginar es crear" (Gutiérrez y Prado, 1999). Gracias a la imaginación, puedo hacer más vivible y esperanzadora mi vida.

Las personas mayores debemos transitar por los caminos variados, originales, complejos, abiertos y holísticos de un nuevo paradigma.

Algún día ya no será utópico ese lugar lleno de amor donde aprender a amar a la Tierra y a los seres que la habitan, porque el amor es una especie de resonancia. Cuando resueno y amo me elevo al nivel más alto de mi capacidad. Las personas que tenemos un sentido de vida sin importar cuan avanzadas estemos en edad, de manera casi inevitable estamos enamoradas de la vida y ese amor tiene el efecto de elevar nuestro nivel de frecuencia y hacernos brillar. Emoto (2000) dice que sería maravilloso que pudiésemos estar enamorados toda la vida, y estoy de acuerdo con él.

Sé que puedo ayudar a cambiar al mundo porque todo lo que hay en el mundo está interconectado. No importa lo que haga ahora, alguien más lo hace al mismo tiempo, quiero crear, como dice Emoto (2000) un campo mórfico lleno de amor y gratitud,

Quiero llenar mi corazón con amor y gratitud, quiero rodearme de muchas cosas que amar y agradecer; acercarme más a la vida, a la salud y a la felicidad, porque la vida que llevo y el mundo en que vivo también dependen de mí.

Propuesta para una influencia sutil en el ecosistema

Leer a Boff (1996) me hizo tomar conciencia de que necesitamos de una ética que desarrolle un sentido del límite de los deseos humanos por cuanto éstos conducen fácilmente a procurar la ventaja individual a costa de la explotación de clases, sometimiento de pueblos, opresión de sexos y exclusión de los mayores por considerarnos improductivos. Lo ético sería respetar el futuro de los que aún no han nacido. Y reconocer el carácter de autonomía relativa de los demás seres.

Necesitamos que detrás de esa ética haya una mística, una nueva espiritualidad, es decir, un nuevo pacto del ser humano con todos los seres, fundando una nueva religión, si no es así, corremos el riesgo de que esta ética degenere en legalismo, moralismo y hábitos de comportamiento de contención y no de realización jovial de la existencia con relación reverente y afectuosa para con los demás seres (Boff, 2002).

Que los niños y jóvenes no tengan que esperar hasta llegar a nuestra edad para poder sentir, como dicen Gutiérrez y Prado (1999) la tierra desde nuestra propia experiencia: sentir el viento en nuestra piel, saborear las aguas de la montaña, penetrar en la selva virgen y captar las variadas y ricas expresiones de la biodiversidad.

Ojalá y sean tocados por la sensibilidad y la intuición y surja en ellos ese encantamiento especial que lleva a descubrir lo sagrado del cosmos despertando sentimientos de intimidad y gratitud, porque para sobrevivir en el mundo que hemos transformado, debemos aprender a pensar y a actuar de forma diferente. (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, 2004).

Empiezo por tener claro que nada ni nadie nos va a sacar del apuro aparte de nosotros y nosotras mismas, y que es preciso que tomemos conciencia de ello. Se hace indispensable volver a lo básico, entender que los problemas globales no me son ajenos. Son nuestros problemas. A todos nos afectan, al igual que lo hacen las cosas comunes de la vida diaria. Y somos nosotros, cada uno de nosotras y nosotros, quienes no sólo podemos entender estos problemas sino que además podemos hacer algo significativo para solucionarlos.

Hemos sido colocados en el Jardín para cuidarlo, guardarlo y darle toda la caricia y protección que necesita y aquí es en donde entra el sentido de la responsabilidad. Debemos dar cuidado, en lugar de explotación dominadora, ésta es la clave. Capra, Steindl-Rast y Matus (1994) mencionan que en el Génesis Adán fue colocado en el Jardín para atenderlo y cuidarlo, así es que ésa es nuestra responsabilidad.

Nuestro compromiso como jardineras y jardineros ya mayores consiste, por tanto, en reconectarnos con el jardín, en enamorarnos de nosotras y nosotros mismos y de la Naturaleza.

Para finalizar: el mensaje de Gaia

Este es un grito de auxilio, es mi llamado a la reflexión y a la conciencia a través del llamado de los más viejos, de los más sabios, de los que hemos vivido y hundido nuestros pies y nuestras manos en la tierra sintiendo su fresca caricia, de los que la hemos cultivado, cuidado y amado, una cruzada de comunicación que busca crear una nueva cultura ambiental en la sociedad basada en valores de respeto y cuidado a la vida.

Este mensaje es para tí que habitas la Tierra, ¿no la ves?, ¿no la oyes?, ¿no la sientes? Es la conciencia de la vida que al unísono con las estrellas camina por el basto universo en perfecta exactitud y armonía. Es Gaia, la Tierra, el Planeta azul, sin importar como se llame es nuestro hogar, el lugar donde habitamos, donde vivimos y somos.

Yo amo a la Tierra no sólo por lo que es, sino también por lo que soy por vivir en ella.

Notas

1 Instituto de Investigaciones Psicológicas, Dr. Luis Castelazo Ayala s/n, Col. Industrial Ánimas, 91190, Xalapa, Ver., México, tel. (228) 8418900 ext. 13218. Fax: (228) 8418914. Correo electrónico zhernandez@uv.mx

Referencias bibliográficas

Boff, Leonardo (1996) Ecología: grito de la tierra, grito de los pobres. Sao Paolo: Editora Ática

Cortina, Adela. (2002). Por una ética del consumo. Madrid, Santillana Ediciones Generales S.L

Elizalde, Antonio (2003). Desarrollo humano y ética para la sustentabilidad. Santiago de Chile: LOM Ediciones Lida

Emoto, Maseru (2005). Los mensajes ocultos del agua. México: Alamah

Fritjof Capra, David Steindl-Rast y Thomas Matus (1994). Pertenecer al Universo. Madrid: Nuevos Temas

Gadotti, Moacir (2000) Pedagogía de la Tierra. Brasil: Editorial Petrópolis

Gutiérrez, Francisco y Prado, Cruz (1999) Ecopedagogía y Ciudadania Planetaria. San José de Costa Rica: IIPEC

Laszlo, Ervin (2004) Tú puedes cambiar el mundo. Madrid: Nowtilus Gadotti, Moacir (2000) Pedagogía de la Tierra. Brasil: Editorial Petrópolis

Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, (2004). Desarrollo Humano y Pacto Fiscal. Guatemala: PNUD

Sheldrake, Rupert (1994) El renacimiento de la Naturaleza. La nueva imagen de la Ciencia y de Dios. Barcelona: Editorial Paidós.

Varela, Francisco (2002). El fenómeno de la vida. Santiago de Chile: Dolmen Ediciones

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