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Número 33 - Septiembre 2016

Nuevas miradas sobre la madurez

Laura Mariani.
marianilaura@yahoo.com.ar

                                                                                   
        La presente publicación tiene como objetivo dar cuenta de la experiencia recogida a través del ejercicio profesional de la  psicología durante más de tres décadas y de los diferentes enfoques teóricos aplicados. 
        En principio sabemos que la formación universitaria nos provee de un conocimiento aportado y  elaborado por quienes se dedicaron a investigar los temas que siempre han preocupado y preocupan a la humanidad. Traspusimos las puertas de la Universidad con un título bajo el brazo, sumado a todo aquello que metabolizáramos en compañía de nuestros profesores y compañeros.  Es precisamente en esa instancia en la que, la muy sabia Universidad de la calle nos recibe y comienza a completar y darle sentido a toda la información adquirida y a marcar la fragilidad de algunos conceptos pre-supuestos.
         Los primeros pasos realmente hacen “camino al andar”. El producto de una permanente observación de la conducta humana nos convierte en investigadores cotidianos ávidos de confirmar o refutar teorías. Al mismo tiempo el aporte invalorable de los relatos de nuestros pacientes nos va adentrando en un análisis dinámico que nos lleva a cuestionar todo lo aprendido.
La generación de la segunda mitad del siglo XX, vivió y vive en carne propia, la caída por momentos abrupta, de los paradigmas sostenidos por una sociedad, que no llega a adaptarse al ritmo de los cambios que se producen permanentemente en su entorno.
   Por otra parte, la distancia entre generaciones se acorta y la transmisión de significaciones entre una generación y otra se produce sin bases firmes. El medio familiar y social que, en parte condiciona a los individuos en su forma de percibir, de comunicarse y de pensar, ofrece propuestas contradictorias.  Se produce un juego de aprobación y descarte que distorsiona la supuesta realidad y los modelos identificatorios. Los más jóvenes luchan por un “deber adaptarse” a un múltiple discurso contradictorio proveniente de una combinación entre los mensajes mediáticos, lo heredado de la tradición familiar y el cuestionamiento permanente de sus pares.
En esta breve introducción hemos tratado de recorrer el camino transitado por el actual grupo etario que involucra a los adultos mayores, aquellos cuyos pares  protagonizaron las movilizaciones de los años 60 y sufrieron las consecuencias de la década de los 70. Se podría decir que esa generación de post-guerra, se afianza sobre las vivencias y relatos de padres y abuelos marcados por pérdidas, persecuciones y una física nuclear que hizo posible una imborrable Hiroshima.
Durante el transcurso de tantos acontecimientos y cambios operados durante la destructiva segunda guerra mundial y el posterior período de una supuesta recuperación, los métodos empleados no bastaron para alcanzar los objetivos tendientes a mejorar la calidad de vida de las personas. Las corrientes migratorias propiciaron un permanente intercambio de usos, costumbres y tradiciones, desarraigando y  trasplantando raíces truncadas. Los libretos respetados hasta ese momento por nuestros abuelos, fueron rápidamente abandonados para correr hacia un borrón y cuenta nueva que brindara rápidas gratificaciones. Se embanderaron nuevos paradigmas que al concretarse mostraron crudamente su vulnerabilidad.
    La irrupción de una promisoria tecnología torna posible y supera las más atrevidas fantasías de Julio Verne. Ficción y realidad comienzan a confundirse y a su vez a confundir a los individuos y a los grupos humanos. El lenguaje cibernético conlleva una permanente aparición de nuevos códigos que modifican las tradiciones familiares y la  conducta social. En muy poco tiempo y en la mayoría de los casos,  los nietos pasaron  a ser maestros de sus padres y abuelos mayores. Los adultos, ocupados con su trabajo,  incorporan únicamente aquello que les resulta imprescindible en su quehacer. Podemos decir que la brecha generacional resquebrajó los lazos familiares al marcar las diferencias  de manera tajante. Los valores aparecen  digitados desde un espacio exterior a los lazos afectivos en el que se mide de acuerdo al índice de productividad. La división entre activo y pasivo, que nos remite a un vocabulario del terreno de la economía, encierra para el imaginario colectivo un juicio de valor. La palabra jubilación acarrea una carga de supuesta ancianidad invalidante y no un cambio de tareas, usos y costumbres.
       La prolongación de las expectativas de vida ha generado un período en la existencia de las personas, potencialmente valorado, durante el cual es necesario contar con una capacidad de adaptación que sólo la sabiduría de las experiencias vividas puede desarrollar. Consideramos que abarca desde un poco antes del momento de jubilarse hasta tanto dure la posibilidad de autoabastecimiento. La denominaremos madurez y la definimos como una etapa  de vida reconocida por el grado de criterio, conocimiento, sabiduría, reflexión y juicio que alcanza un individuo.
         Desde mediados del siglo pasado se han intensificado los estudios realizados sobre la madurez y la ancianidad desde: la medicina, la psicología, la gerontología, la geriatría y la sociología y otras áreas que abarcan el análisis de las características y necesidades de dicha etapa.
          El invalorable aporte de las neurociencias y de la física cuántica, permiten en la actualidad realizar nuevas miradas sobre la existencia humana. El tema de la capacidad de resiliencia ha posibilitado encontrar nuevos herramientas para multiplicar los caminos que posibiliten incrementar su eficacia. El facilitar el desarrollo de las fortalezas, la recuperación de habilidades desatendidas, la creación de nuevos proyectos y la conservación de las aptitudes,  permiten acrecentar las posibilidades de ampliar la libre expresión de la interioridad reprimida. Prueba de ello es el arte.
           Por otra parte está demostrado que ciertas prácticas de meditación, que propician el despegue del entorno y nos convierten en observadores  de nuestra esencia, también ayudan a mantener y agilizar ciertas funciones cerebrales.
          Debemos tener en cuenta una vez más, que la misma naturaleza en su sabiduría, nos marca que siempre los frutos maduros son los más degustados.   Sigamos su ejemplo y revaloricemos esta interesante etapa de vida.

Psic. Laura Mariani    

 

Bibliografía
BAUMAN Zygmunt (2009) El arte de la vida. Buenos Aires, Paidos.
CRUZ JENTOFT Alfonso J. (2015) La vejez positiva. Ciudad Autónoma de Buenos Aires; El Ateneo; Madrid: La esfera de los libros.
CHOPRA Deepak (2009) Ediciones B. S.A Barcelona.
HORNSTEIN Luis (2011) Autoestima e identidad: narcisismo y valores sociales. Buenos Aires; Fondo de Cultura Económica.
LIPTON Bruce H. (2013) La biología de la creencia. Buenos Aires: Grupal; Gaia

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