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Número 5 - Junio 2000

Psicoanálisis, televisión, poder y vejez *

Dr. José Ricardo Sahovaler
josaho@connmed.com.ar

Fui convocado a esta mesa a raíz de mi libro "Psicoanálisis de la televisión" y al comenzar a escribir esta ponencia me encontré con la evidente dificultad de cómo articular vejez y psicoanálisis con televisión y poder. El desafío me resultó sumamente interesante así que agradezco especialmente a la Lic. Sara Chapot y al comité organizador por esta invitación que me ha obligado a pensar estas posibles articulaciones y me da la oportunidad de exponérselas a Uds.

En el escaso tiempo que tengo para esta presentación partiré de la hipótesis, que espero que compartan conmigo, de que estamos viviendo el parto de una nueva era; qué el fin del milenio nos encuentra al comienzo de un cambio social de magnitudes difíciles de apreciar aún. Este momento de cambio, con todos los desafíos y dolores con que se acompaña, me obliga a tratar de definirlo. Diré, entonces, citando a Guy Debourd: "Toda la vida de las sociedades donde rigen las condiciones modernas de producción se manifiesta como una inmensa acumulación de espectáculos. Todo lo que antes se vivía directamente, se aleja ahora en una representación... El espectáculo no es un conjunto de imágenes, sino una relación social entre las personas, mediatizada a través de imágenes."

Umberto Eco también nos dice: "No sólo los estudiosos de la comunicación, sino también el gran público, advierten ahora que estamos viviendo en la era de la comunicación. Como ha sugerido el profesor McLuhan, la información ha dejado de ser un instrumento para producir bienes económicos, para convertirse en el principal de los bienes. La comunicación se ha transformado en una industria pesada".

Esta nueva era parece haberse olvidado de la gente mayor: la aceleración, la necesidad de un supuesto cambio constante, el endiosamiento del mercado y del consumo, de lo siempre nuevo y de lo más rápido deja poco espacio para la historia, para la experiencia y aún para las relaciones tiernas y humanas. Sólo lo joven y lo bello parece tener cabida. Este tiempo nuevo puede ser visto a través del televisor. Sin embargo, como estudiar a la televisión escapa a las limitaciones de esta ponencia, puedo, sí, adelantarles un poco sobre lo que he pensado. La televisión se ha convertido en:

En relación al poder U. Eco nos dice: "No hace mucho tiempo que para adueñarse del poder político en un país era suficiente controlar el ejército y la policía. Hoy, sólo en los países subdesarrollados los generales fascistas recurren todavía a los carros blindados para dar un golpe de estado. Basta que un país haya alcanzado un alto nivel de industrialización para que cambie por completo el panorama: el día siguiente de la caída de Kruschev fueron sustituidos los directores de Izvestia, de Pravda y de las cadenas de radio y televisión; ningún movimiento del ejército. Hoy, un país pertenece a quien controla los medios de televisión.

Podría continuar con citas y ejemplos nacionales e internacionales; sin embargo no deseo explayarme en ellos, basta con recordar aquí las elecciones que hemos vivido hace poco: todos sabemos que las propuestas políticas de los candidatos estuvieron más determinadas por estudios de mercado y lógicas publicitarias que por estudios serios de las necesidades de nuestro país.

Vayamos, entonces, a desarrollar algunos de los efectos del impacto mediático y televisivo sobre todos nosotros y sobre la vejez.

Dividiré mi presentación en 2 partes:

Describiré algunas de las características de medio televisivo.

Trabajaré estas características con relación a la vejez.

A) EFECTOS PSIQUICOS DEL IMPACTO MEDIATICO

El medio es el mensaje. Es mucho más importante el efecto del medio, de la tecnología de la forma televisiva, que es constante, que el mensaje a transmitir que es una variable contingente. El medio no es bueno ni malo, simplemente no es neutro: produce efectos en el psiquismo, modelándolo. En la TV tiene mayor importancia la forma que el contenido, la imagen que la palabra, la apariencia que el fondo. La TV es todo movimiento, obligando al sujeto a la pasividad. No existe ni el tiempo quieto ni el tiempo de silencio. La TV es una fuga de imágenes por donde el espectador resbala. Que el medio sea el mensaje quiere decir que existe una estructura formal de la vivencia perceptual y que esta estructura formal impone una lógica de pensamiento y de estructuración particular a las representaciones intrapsíquicas. La TV no es apta para la introspección o para la reflexión. Los planos quietos, los silencios para pensar, las respuestas meditadas tienen poca cabida. En especial se valora el cambio continuo de imagen, el movimiento constante, la respuesta rápida e ingeniosa. No se le pide al personaje televisivo que se sea profundo sino que sea ocurrente. La lentitud no es bien vista. Al pensar el tiempo de la vejez vemos que la velocidad televisiva no contemporiza con la lentitud de los mayores. Sin embargo, por un proceso de identificación es fácil sentirse veloz cuando se es lento, deportista cuando se es sedentario, audaz cuando se es temeroso, joven cuando se es viejo.

No existe profundidad en la pantalla televisiva. La profundidad está dada por los decorados. Por el tipo de pantalla y de cámara que se usa, la imagen televisiva es plana. Así, la TV actúa como un espejo plano produciendo la regresión del espacio tetradimensional al bidimensional con la pérdida de la función continente y esfinteriana del psiquismo. El aplanamiento psíquico (Meltzer) que la TV induce produce un efecto hipnótico en un alto número de personas. Este efecto hipnótico se expresa en la deconstitución del tiempo como registro, en el pasarse horas y horas mirando programas que no interesan. La autohipnosis televisiva implica una percepción sin conciencia y se acompaña con un fantaseo disociado e improductivo (Winnicott). Esta abolición del registro tiempo es particularmente importante cuando pensamos los efectos de la TV en la tercera edad; al olvidarse del paso del tiempo, el vidente televisivo se olvida de sí mismo. La hipnosis televisiva merece ser estudiada con relación a la patología del sueño y del dormir: en cuanto al sueño produce un efecto de intoxicación de estímulos diurnos que favorece un sueño más próximo a la lógica de la pesadilla que al de la realización de deseos. En cuanto al dormir puede producir insomnio o letargo. La bidimensionalidad psíquica altera el registro de la memoria: el espectáculo televisivo no genera un recuerdo significativo, es por ello que podemos mirar infinidad de veces las mismas series o los mismos argumentos repetitivos (hay una regresión similar a la escucha infantil del cuento donde este debe repetirse siempre igual a sí mismo).

La TV tiene un discurso fragmentado: en 5 minutos tiene que aparecer música, propaganda, información, sexo, violencia, noticias, etc. La expresión más acabada del discurso televisivo es el video-clip donde se suceden imágenes que muchas veces nada tienen que ver con la música que intentan promocionar. Al mismo tiempo, muchas veces el video-clip no tiene argumento, es sólo una sucesión de imágenes sin articular. Si pensamos en los programas ómnibus, o si vemos que cada 5 minutos las transmisiones son cortadas por propagandas y avances de programas, es difícil no imaginar una suerte de collage. A ello debemos agregar el zapping: arma interactiva que sea el telespectador el que ahora crea su propio ritmo giratorio, su vértigo intoxicante. La hiperestimulación sensorial que promueve la TV puede ser equivalente a la sobre-estimulación que producen las drogas. Las drogas, al igual que la TV, promueven una mayor investidura en el sistema P-Cc en detrimento del registro representacional y de pensamiento. Cabe que nos preguntemos sí la epidemia adictiva puede ser pensada como un efecto secundario a una previa intoxicación mediática perceptual. Para Freud el pensamiento surge de la frustración; la TV al ofrecer permanentemente objetos de un modo cuasi alucinatorio ataca la posibilidad de pensar. Existe la adicción a la televisión y es posible pensar un síndrome de abstinencia a la TV.

La TV reemplaza al movimiento corporal. Piensen en los chicos: o juegan a la pelota o ven TV. Este fenómeno de que la TV se apropie del cuerpo de telespectador es muy importante a la hora de pensar cuerpo y vejez. Cabe que nos preguntemos, a partir de pensar el armado de la representación-cuerpo sobre la base de la teoría del espejo y de saber el momento crítico que atraviesa en anciano en cuanto a la adecuación de la representación cuerpo con el cuerpo que le toca vivir: ¿qué tipo de imagen corporal le es devuelta al viejo que busca su espejo en la pantalla chica?

La televisión puede funcionar en algunas personas como una función de restitución ante un fracaso en el armado del Yo-Piel (D. Anzieu). Vemos entonces, que la TV hace las veces de sustancia intersticial, impidiendo la fragmentación yóica. Una TV siempre prendida puede servir de envoltura continente donde la dependencia ante un objeto ausente es reemplazada por una dependencia a la TV. La TV puede funcionar también como soporte y productor de excitación sexual. La pseudo-piel televisiva puede otorgar una pseudo-identidad a aquel que siente a su yo naufragando con la sensación de carencia de ser (pasar a ser un famoso o pertenecer al club de fans de algún famoso es ser alguien cuando se corre el riesgo de no ser nadie). En esta misma línea de pensamiento la TV puede ofertarse como doble especular para aquellos que se sienten naufragar ante fracasos en la identificación primaria. Esta pseudo piel que estoy intentando escuetamente describir es fundamental cuando pensamos en la dinámica psíquica de un viejo aislado, donde el televisor pasa a ser su más importante compañía.

La TV es el principal medio de información que tenemos. Es el mayor productor de representaciones sociales, de historias, de cuentos y de saberes que se ha inventado, unificando generaciones y clases sociales. Es decir, GASOLEROS lo ven los chicos, los padres y los abuelos. Son pocos los programas discriminados por edades. Hay algunos especiales para los niños o para la juventud, pero por lo general, más que una televisión que discrimine grupos por intereses, edades o problemáticas, el discurso televisivo, al menos la televisión abierta, debe ser lo más masivo y generalizado posible. En este sentido una importante función social que tiene la TV para con los viejos es la de mantenerlos informados y conectados.

La TV no tiene principio ni final. Cualquiera se pueda sumar como televidente en cualquier momento. En este sentido, los programas televisivos no tienen comienzo. El argumento debe ser lo suficientemente sencillo y comprensible para que nadie se pierda nada, aún cuando se prenda el televisor en los últimos 5 minutos. El mayor mandato televisivo, lo único que la TV no soporta es ser apagada. Desde la frase "no me dejen sólo" hasta "no se vayan que ya viene lo mejor", la televisión reclama ser vista ininterrumpidamente. La TV necesita desesperadamente convocar a la atención del telespectador. Cualquier recurso es válido. Desde el "no me dejen sólo" hasta elevar el volumen de la transmisión, la misión principal de la televisión es la de no ser apagada. En aras de llamar la atención la TV emite, cada vez, mayor cantidad de mensajes de violencia y sexo produciendo en especial una resexualización a predominio sado-masoquista del superyo. La resexualización de la atención arrastra al yo y a sus objetos: el Yo tiene 2 opciones: someterse masoquistamente al superyo idealizando objetos televisivos inalcanzables y padeciendo la culpa y la vergüenza por sus propios déficits o puede identificarse sádicamente con el objeto idealizado y a través de la violencia televisiva plasmar su propia violencia convirtiéndose en la víctima y en el victimario.

La TV induce un pasaje del ver activo al mirar pasivo. El voyeurismo televisivo donde uno se reencuentra con sus deseos exhibicionistas acaba por fascinar al televidente. La preeminencia de lo escópico va en detrimento de la palabra: cuanto más elemental y sencillo es el discurso, cuanto más repetitivo y sin sorpresas mejor.

Podría seguir describiendo algunas características más de la televisión pero con lo que he dicho tenemos los elementos suficientes para pensar distintas articulaciones posibles entre vejez, televisión y poder, todo desde una mirada psicoanalítica.

EFECTOS DE LA TELEVISION SOBRE LA VEJEZ

Comencemos por decir que la tercera edad es fiel vidente de la televisión. Si ubicamos como tercera edad a la clase pasiva, aquella que no trabaja, que está jubilada o con limitaciones físicas, muchas veces aislada de la familia y sin amigos, podemos decir que la TV es, muchas veces, el único contacto que pueden tener con el mundo exterior. La película de Hitchcok "La ventana indiscreta" donde James Stewart no podía moverse y su mundo se limitaba a lo que veía por la ventana, puede ser pensado como una realidad para miles y miles de viejos. ¿Se les ocurre un geriátrico sin una televisión encendida? El fenómeno de la desaparición del silencio, tan característico de nuestra época, se potencia al pensar en la vejez.

¿Cuánto tiempo pasa un anciano frente a la pantalla? No conozco las cifras ni sé si está discriminada en algún estudio estadístico. Sí puedo decirles que un niño ve entre 4 y 6 horas diarias de televisión y me parece difícil pensar que los viejos vean menos que eso. Entonces, ¿cuál es la función que la TV cumple y cuáles los efectos sobre el psiquismo?

Comencemos por decir que la TV tiene una función de compañía y de relleno del vacío. Si deseo decirlo desde una perspectiva metapsicológica diría que la TV, muchas veces, cumple la función de un doble garante del ser. Trataré de explicarme:

Nuestro Yo es siempre precario, siempre corre el riesgo de derrumbarse. Algunos poseen sus pilares identificatorios básicos (P. Aulagnier) más firmes y logran sortear los avatares de la vida con menos zozobra yoica. Otros, los más, necesitan permanentemente dobles que le devuelvan una imagen de quienes son: dobles que le reflejen el cuerpo, dobles que le hablen de los afectos, dobles que nos supongan siendo, etc. Es decir, cada mañana cuando me encuentro, en mi caso, con mi mujer y mis hijos, el contacto con ellos me devuelve una imagen de mi mismo que me sostiene y me constituye: soy José, el marido de..., el padre de..., soy médico, soy psicoanalista..., etc., etc. Para seguir siendo debo reafirmar mis pilares identificatorios. (Piensen en la patología de las emigraciones donde lo que se pierde son parte de estos pilares. Estudien los fenómenos de los campos de concentración donde el prisionero deja de ser una persona para pasar a ser un número. Piensen en las psicosis donde el paciente ya no sabe quien es. Ahora repiensen la situación del PAMI donde los viejos son tratados como material descartable,).

Bueno, uno de los mayores problemas de la vejez es que los pilares identificatorios básicos van desapareciendo y junto a ello los dobles que hacían las veces de garantes yoicos también: si alguien se definía por su ubicación laboral, ya no trabaja, es un jubilado (que en nuestro país tiene el valor de mala palabra). Si se definía por su relación con su mujer o con su marido aparece la amenaza de viudez. Ni que hablar de la desaparición del doble cuerpo, muchas veces representado por los amigos, que se van muriendo. Además en relación al cuerpo propio, aquel cuerpo más o menos fuerte o armónico o bello que lo representaba pasa a ser algo que molesta, que da dolor, que no gusta y al que hay que seguir invistiendo a pesar de todo. Cuando se abandona el investimiento del cuerpo propio entramos claramente en la patología de la pulsión de muerte y en los fenómenos de renuncia a la vida hasta llegar al suicidio. Uno de los mayores problemas con los que nos enfrenta la vejez es la de seguir invistiendo un cuerpo que ya no nos da placer sino sufrimientos y dolores. El cuerpo pasa a ser vivido como un enemigo.

Bueno, ante la pérdida de tantos pilares identificatorios la TV pasa a ocupar el lugar de pseudo doble. Este es un hecho muy extraño: en lugar de producirse una identificación con un otro significativo, es decir, aquello que podríamos llamar una verdadera identificación: otra persona con la que se generaría un intercambio libidinal, se produce una identificación con el doble de un doble.

¿Cómo es eso de una identificación con el doble de un doble?

Es algo así como una identificación lábil, superficial, no significativa, no modificante de la subjetividad.

Cuando miramos, por ejemplo, un partido de futbol o una pelea, sí prestamos atención hay una especie de amago corporal, de acompañamiento del movimiento del deportista o del actor. Vivimos, en alguna medida, la pelea como si fuéramos nosotros.

Esta identificación con una imagen que no es otra cosa que el reflejo de otro al que si le atribuimos existencia real es un fenómeno habitual cuando miramos TV y nos deja una sensación final de vacuidad, de soledad, de "levedad del ser", para parafrasear a Kundera que es con lo que se quedan los viejos luego de pasarse hs. y hs mirando TV. Finalmente esta sensación de vacuidad es reflejo del desinvestimiento libidinal.

Entonces la TV sirve como una solución de compromiso, es decir, sintomática donde se conjuga una defensa contra la deslibidinización y, al mismo tiempo, un proceso de aislamiento antivital. Para muchos viejos la televisión puede servir como una barrera más frente a la tendencia a la desinvestidura del mundo y de los objetos significativos. Sé que estarán pensando que es un pobre recurso y que mucho mejor que quedarse mirando TV es salir, relacionarse con nuevos o viejos objetos, investir al mundo real. Estoy de acuerdo con Uds., sin embargo, muchas veces algo es mejor que nada cuando el paciente se siente incapacitado de cualquier cosa.

He hablado de la televisión como una pseudo Yo-Piel. Muchas de las funciones que descriptas por Anzieu para el Yo-piel pueden ser reemplazadas, en parte, por la TV: desde otorgar pseudo identidad hasta mantener la excitación sexual. ¿Qué es lo que estoy queriendo decir?. Creo que la sociedad del espectáculo en la que vivimos, este capitalismo postindustrial que llamamos la "sociedad de la comunicación" ha hecho que los vínculos interpersonales se rompan, que los viejos hayan perdido espacio familiar y social y que el individuo sólo sirva si está ubicado como un posible consumidor de bienes y servicios. Esta sociedad que tanto espacio ha quitado a los viejos le ofrece en resarcimiento la televisión que remeda una suerte de relación interpersonal (vemos a los famosos dialogar de sus públicas intimidades como parientes. Es más, conocemos seguramente más sobre la vida de Roxi y Panigassi que sobre la vida de nuestro primo o de nuestro vecino.).

Otro de los problemas con que se encuentra el viejo es la ocupación del tiempo libre. La TV sirve para que el tiempo pase sin que se registre cabalmente su pasaje. El tiempo discurre, se escapa y aquel que esta viendo TV no se da cuenta de ello. ¿Este discurrir del tiempo evita, acaso, las depresiones? Desde ya que no. La sensación de vacuidad, de sin sentido, de falta de inserción social a la que la tercera edad está condenada en esta sociedad no se elimina con el "no darse cuenta ". Sin embargo, debemos reconocer esta suerte de compañía social, de ruido de fondo que la TV produce, sirve de pasatiempo. No hay que olvidar que la TV es casi el único entretenimiento de los sumergidos en la pobreza.

Por otra parte, la TV puede muy bien convertirse en un obstáculo para el esfuerzo de conectarse con el mundo real, objetal. A los viejos les cuesta tanto salir, investir a otros como a los chicos apagar el televisor. Las otras personas pasan a ser poco confiables para el viejo que prefiere envolverse en sus rememoraciones y no arriesgar nuevos desencantos. La TV brinda un escondite que aletarga el tiempo libre, tapa el vacío, aísla a las personas.

Llamativamente esta fidelidad a la pantalla de los viejos no se ve reflejada en los programas televisivos. Y para ello debemos descubrir que los viejos no son, al menos en la Argentina, una franja consumidora de mercancías. Los ancianos consumen poco, al menos en nuestro país (no es igual en EEUU donde los mayores de 80 años siguen siendo un mercado potencialmente interesante y entonces hay toda una estrategia de marketing destinada a captarlos como posibles compradores).

Esta desinserción económica determina su no lugar en la pantalla televisiva, no se los toma en cuenta a la hora de pensar en el público televidente.

Nadie quiere ver viejos por la TV, ni siquiera los viejos. Las mil cirugías de Mirta Legrand o el aniñamiento de Susana Gimenez, mujer ya grande es tan sólo una demostración de la mala prensa que tiene la vejez. ¿Recuerdan alguna emisión televisiva que muestre algo de gente mayor erotizada, haciendo el amor o besándose? Yo no recuerdo casi ninguna. Los viejos y sus problemas son prácticamente ignorados por la pantalla chica.

En ese sentido no existen políticas de poder hacia los viejos, sólo se trata de ignorarlos. La "guerra de los cerdos" de Bioy Casares se ha instalado en nuestro país pero a través de un procesamiento muy particular: hay que quitarles prensa, pantalla, exposición pública. Con ello se intenta hacer desaparecer a los viejos, olvidarlos. Este procedimiento de desaparecer al otro a través de quitarle espacio público en un mundo donde lo único importante es tener pantalla, presencia en los medios, espacio publicitario es particularmente cruel para aquellos que vitalmente padecen el temor de perder justamente eso: un lugar en el mundo.

 

* Conferencia presentada en las Jornadas de la Tercera Edad de la Facultad de Psicología 1999.

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