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Número 7 - Abril 2001

La crisis de "Dorian Grey" y el riego de desinvestidura

Diana Singer
dsinger@impsat1.com.ar

Quisiera anticiparles el recorrido que voy a hacer.

En primer lugar me voy a referir al concepto de crisis, para luego caracterizar algunos momentos del desarrollo humano y seña-lar cómo el paso del tiempo y la progresiva conciencia de fi-ni-tud, generan crisis vitales que producen movimientos en el psi-quismo que van a subyacer a las crisis acciden-tales (por las que el sujeto atraviese posteriormen-te) y va a colo-rearlas de una tonali-dad singular.

Para terminar, voy a proponer el dispositivo grupal como el mejor ámbito para la elaboración de las crisis vitales.

El sufrimiento, cierto monto de sufrimiento, provoca una crisis. Una ruptura del sentimiento de continuidad, que genera un desequilibrio psíquico. El sufrimiento no es igual para todos. Además los estí-mulos que hacen sufrir a cada uno son diferentes. La subjetividad va a teñir ese sufrimien-to. Esa interio-ridad, hecha de huellas, sentimientos, representacio-nes, en fin de fan-tasías, se apoya, se sostiene y se modela en el cuerpo, en los grupos, en la cultura y en la misma producción psíquica. Cuando alguno de estos apuntalamientos o sostenes flaquea, se produce un estallido. Es la entrada en crisis. Su aparición, aunque siempre es brusca e inesperada, después de un primer momento de ruptura, permite encontrar, por après-coup , los rastros que fueron organizando su i-rru-p-ción. Este sacudimiento que aparece masiva e im-previstamente como único y desesperante, con-lle-va en sí la puesta en marcha de todos los recur-sos disponi-bles del sujeto y de su entor-no, aún los más arcai-cos, aquellos que habían quedado en de-suso. La desa-pari-ción de las garantías de orden y de organización, ca-racteriza esta disfunción.

Se apela entonces a todas las posibilidades y se pone en juego fundamental-mente la creatividad. La esperanza alumbra en el ho-rizonte unida entonces con el deseo de vivir, a des-pecho de la muerte que siem-pre la crisis denuncia. Pienso que las crisis y sus elaboraciones permanentes constituyen las adquisicio-nes que especifican el modo de existencia humano. El hombre se convierte en tal, a traves de crisis que transita y su historia, transcurre entre permanen-tes crisis y resoluciones. Los espacios intercríticos le permiten lograr un senti-miento de continuidad, esa mis-midad que lo sostiene y le informa de sí, a través del paso del tiempo.

Es mi intención ahora brindar algunos aportes, que no solamente fundamenten el dispositivo que con-sidero más apto para la elaboración de las crisis vitales, sino también algunos conceptos para poder pensarlas.

En estos tiempos de acelerado cambio tecnológi-co, de muerte de Dios y de imperio de una ideología, la del mercado, la del consumo, se fetichiza lo juve-nil para garantizar su predominio. La trascendencia, la sabiduría y el compromiso, han sido sustituidos por la cultura de la imagen, el éxito vertiginoso y la supremacía de lo efímero. La cultura de la imagen es también la cultura del libro y el disquette, adon-de el joven ciudadano puede recurrir, tornando inne-cesa-ria la otrora indispensable sabiduría de los ma-yores.

Así como la cultura transmite los valores que a través de representaciones sociales conforman los ideales, que serán rectores de la vida de cada uno, también establece las representaciones que deben ser recusadas. Un pacto contra lo negativo 3 va a ence-rrar lo desconocido, lo destructivo, lo incongnosci-ble, para que las alianzas y los vínculos sociales sean posibles. Allí se vehiculizan, enmascarados, los con-tenidos intolerables que hacen a la inermidad y a la muerte. Por medio de diferentes mecanismos de de-fensa que van desde la negación hasta el más absoluto repu-dio, se silencia la entrada de Tánatos en la cons---ti-tución de las relaciones inter-subjetivas. Dado que la vejez encuentra el límite biológico en la mue-rte, se ha depositado exclusivamente en este gru-po etario su amenazante significación. Por eso hay que mante-nerlo marginado.

Simone de Beauvoir en su obra La vejez, cita a Jean Cocteau en esta réplica de Eurídice a Orfeo :

"Yo les revelo el secreto de los secretos: los espe-jos son las puertas por las cuales la muerte va y viene; no se lo digan a nadie. Sin embargo, mírense toda vuestra vida en un espejo y verán la muerte tra-bajar como las abejas dentro de una colmena de vi-drio. Adiós, buena suerte".

La crisis de la imagen

La toma de conciencia del envejeci-miento, cuyo comienzo se ubica según cada campo teó-rico en distin-tos momentos cronológicos, se anuncia en un tiempo de carácter absolutamente subje-tivo. Entiendo por tal un estado mental en el que la flecha del tiempo se clava en la imagen, hace crujir el espejo y pone en marcha un arduo proceso elabora-tivo. A partir de allí se acechará con ansiedad cual-quier cambio que modifique el aspecto corporal y al-tere la imagen que de sí mis-mo se tiene. Podríamos decir que el envejecimiento se anuncia en términos de estética. El culto al cuerpo y a la belleza hoy, en nues-tra cultura occidental, constitu-ye un mandato al que hay que responder, so pena de ser marginado. Se debe hacer realidad el espejismo de la eterna juven-tud. Pero el cuerpo no sabe de mandatos sociales y a pesar de la tecnocosmetología, su aspecto exterior se modi-fica. Este cuerpo marcado por canas, arrugas o calvi-cie, se convierte en una realidad insoslayable, dela-tada por un espejo, un video o una vidriera in-discre-ta que nos refleja al pasar. Se asiste impoten-te al cambio de la imagen. La ayuda de la presbicia no es suficiente para negarlo. El Yo se verá entonces en la necesidad de incluir este cuerpo extraño que golpea duramente los ideales instaurados por la cul-tura, ideales narcisistas que permiten ser un miembro del conjunto, asegurando la pertenencia. Esta imagen coloca al Yo en un lugar de su-fri-mien-to que lo enfrenta con el paso del tiempo y lo lleva a una progresiva y discontinua con-ciencia de finitud.

Voy a hacer un pequeño rodeo teórico. Entre los 8 y l8 meses, el niño al sonreir alborozado frente al espejo en los brazos de su madre, nos informa que ha conformado una imagen que unifica todas las sensacio-nes experimentadas hasta entonces. Se establece así sobre un registro corporal, la unificación de todas las experiencias placenteras constituyendo un yo ideal que resume las satisfacciones experimentadas y marca un cambio cualitativo en la constitución del sujeto. Quedan ahora en el espejo, recusadas, todas las representa-ciones que remitan a la inermidad, al terror al de-samparo, a la angustia catastrófica de desmoronamien-to de las primeras etapas de la vida. Para este Yo ideal, ese bebé maravilloso y sin ten-siones, que subsiste siempre en lo más profundo del ser y es su refugio, resulta insoporta-ble la afrenta de la edad.

Hoy el espejo no devuelve la imagen esperada. En su lugar aparece otra que provoca una inquietante extrañeza, derivada de la confrontación entre el yo ideal y la imagen corporal. Genera una irritante ten-sión psíquica derivada de la falta de coincidencia entre esa imagen que aparece y la que de sí mismo se tiene. Sobrecoge por la semejanza con la de un proge-nitor viejo o generalmente fallecido.

Si bien es la fantasía de eterna juventud la que al ser cuestionada desencadena este proceso, quedan en él involucradas todas aquellas de omnipotencia, de inmortalidad y perfección. Caído el Yo ideal, aparece su negativo, el Yo horror, lugar donde cristalizan la aniquilación, la indefensión, en fin, la castra-ción radical de la muerte.

Estas fantasías inconscientes se filtran en el yo ocasionando reacciones que oscilan entre lo desa-gradable que consterna y lo horroroso que desespera. Es así que el envejecimiento se anticipa en la ima-gen. El paso del tiempo ha generado desajustes en la identidad que parece fugarse por el espejo.

Probablemente haya sido esta experiencia la que llevó a Oscar Wilde a escribir su célebre El retrato de Dorian Grey, poniendo el cuadro en el lugar del espe-jo para ilustrar el drama del envejecimiento. "El drama no es envejecer sino permanecer joven" hace decir el dandy a uno de sus personajes, marcando las incon-gruencias entre lo percibido y lo vivido. Recordemos que el personaje mantiene una perfección intemporal mientras su retrato envejece con los es-tigmas de sus actos. Sólo la muerte -asesina al au-tor del retrato y se suicida- lo libera del sortile-gio y en ese instante muda su aspecto: su rostro se surca de terribles marcas mientras el retrato recupe-ra su belleza original.

No es tarea fácil no caer en esta trampa óptica inconsciente, hacer caso omiso de la publicidad y permanecer indiferente a aquellos mensajes que indi-can que se está quedando fuera de circulación.

Rabia e impotencia ante la injuria narcisista; temor ante lo que el futuro depara, dolor ante la juventud perdida. A esta gama de sentimientos debemos sumar circunstancias vitales particularmente comple-jas: padres viejos que requieren muchos cuidados, duelo por alguno de ellos, hijos que aún reclaman ayuda, necesidad de preveer el futuro económico cerca de los últimos años de vida productiva. Ante este panorama, pocas parecerían ser las posibilidades de evitar el colapso. Sin embargo, la observación coti-diana y el trabajo clínico indican lo contrario. Con mayor o menor éxito, esta crisis se supera y pasado un período depresivo de diferente intensidad en cada uno, el sujeto se moviliza buscando nuevos espacios donde encontrar coincidencias y obtener placer.

Si por el contrario, hubo fallas en la estructu-ración del psiquismo, el individuo sucumbe ante la herida narcisista. El Yo horror desata una violencia indominable que revierte sobre el sujeto de maneras trágicas. (Beliveau, O. y Singer, D. l992).

El acuerdo con los ideales que regula la auto-estima limita los efectos de esta desilusión nar-ci-sista. Estos ideales que movilizaron al sujeto pro-poniéndole metas a lo largo de la vida, capacitarán al yo para resistir los embates del tiempo, de la imagen y también de los mandatos sociales. Además, este suje-to no ha perdido su lugar en el mundo, las satisfac-ciones que experimenta, las actividades que realiza, el reconocimientos de los otros y con los otros, los vínculos, impiden que el horror se imponga sumiéndolo en la desesperación.

El planeamiento de las actividades nuevas o pre-vias, el registro del cansancio y la regulación del tiempo es fundamental en esta nueva etapa de la vida, pero quizás sea aún más fundamental su probabilidad de concreción. La validez de los proyectos que se reali-cen debe estar dada, no sólo por el contenido, sino también por el tiempo y el esfuerzo que demanda su realización. La adecuación del tiempo supone la re-nuncia a metas inaccesibles, efecto de actitudes ma-níacas negadoras de la existencia de un límite.

El riesgo de desinvestir

Pero sigamos acompañando a Cronos. El envejeci-miento fugazmente anticipado por el Yo horror, va imponiendo lentas e im-perceptibles pérdidas que al sumarse se traducen en una limitación de las posibi-lidades. El intercambio antes fluido con la realidad, con los otros y con el propio cuerpo, comienza a di-ficultar-se. Para ello se suman algunas minusvalías fí-sicas: la falta de precisión y agudeza de los sen-tidos, las fallas de la memoria, el menoscabo del sistema os-teoarticular y el desgaste más o menos ge-neralizado de todo el organismo.

Será necesario el desprendimiento del cuerpo en su pura apa-riencia narcisista y su reapropiación como fuente de placer y soporte de vida, para hacer posi-ble la concre-ción de proyectos. Bloquear así el cami-no hacia las ansie-dades hipocondríacas y ponerlas al servicio del cui-dado del cuerpo para mantener la vi-talidad.

La disminución de la capacidad funcional e ins-trumental del yo, genera una sucesión de duelos a los que sobreviene una retracción de la energía sobre sí mismo, repliegue necesario, inherente a la elabora-ción de los duelos. Pero esta pendulación hacia la interioridad buscando nuevos apoyos, puede llevar a una disminución peligrosa de los contactos con el entorno que amenaza la vida de relación, al menosca-barse la salida de las investiduras fuera del yo. Estamos en presencia del duelo tan difícil que es el penar por partes de un Yo que se pierde. Si el su-jeto no encuentra vías adecuadas para re-inte-re-sarse en la realidad, y establecer nuevos víncu-los, su pre-cario equilibrio puede que-brarse ante cua-lquier hecho sig-nificado como pérdida (la muerte de un gato, una caí-da, el robo de una bi-lletera, un nie-to que parte) que lo lleva inexorable-mente a una si-tuación de pasividad extrema, previa a la muerte. El balance de pérdidas y adquisiciones, decide aquí si a la vida lo une el amor o sólo el espanto.

El gran trabajo del Yo durante el envejecimiento es oponerse a esa tendencia espontánea a la desagre-gación, a la desunión, a la desvinculación. El sujeto debe encontrar e investir nuevos objetos que sustitu-yendo a los perdidos, devengan fuentes de placer.

Pienso que el desenlace negativo de esta crisis tiene que ver además, con una disfunción de los meca-nismos de negación de la muerte que el pacto social contra lo negativo que mencioné al principio de este desarro-llo, proponía. La verónica a la muerte es un mecanis-mo normatizador del psiquismo. Al decir: "ya lo sé, pero aún así! y admitirla como realidad inevi-table que hace a la con-di-ción humana, cuya aparición fácti-ca es impreci-sa, se impiden las metas vanas, los pro-yec-tos inaccesi-bles y la tendencia a la desagrega-ción paulatina que desvitaliza.

La cura en psicoanálisis grupal

Si bien mientras se padecen crisis accidentales las personas no son agrupables, después de realizar entrevistas de transición, privilegio, como dije al comenzar, el psico-aná-lisis grupal como el mejor ám-bito para la elabora-ción de las crisis vitales. El grupo, proveedor de vínculos, es por naturaleza el medio más indicado para revertir una cierta tendencia del aparato psí-quico de quien envejece, a descomple-jizarse para abo-lir el sufrimiento. Esta tendencia encuentra su para-digma en las reminiscencias, las últimas astucias de un yo que no quiere claudicar. El pensamiento en coo-peración es el único medio para refor-mular ideologías; es allí donde forjando un nuevo ideal común se revierten las asignaciones de la cultura que los margina.

En el grupo, el tiempo eterno de la fantasía puede ser reemplazado por el tiempo de la historia. La indicación, a veces despierta resistencia que pue-de condensarse en una frase: "Yo no quiero estar con viejos". No nos sorprenda, el viejo siempre es el otro. Aunque uno siempre es el viejo de algún otro, el fantasma de la vejez es una túnica que nadie se quiere poner. Sin embargo, agrupar a los pacientes según las problemáticas, hace a la eficacia y singu-laridad de la técnica. Las resistencias desaparecen al incluir estas explicaciones en las entrevistas preliminares.

La técnica que empleo no difiere de la utilizada en otros grupos de adultos, respetando ciertas espe-cificidades que plantea el análisis con personas de tercera edad. Para los pacientes de edad muy avanza-da también es excelente la indicación de grupo, pero resulta casi impracticable en los consulto-rios priva-dos, y sí muy factible y adecuada, en las institucio-nes donde tienen fundamentalmente como ob-jetivo, re-emplazar los apuntalamientos yoicos y sociales perdi-dos, re-creando y forjando vínculos. Los otros y el grupo actúan como prótesis identificatoria allí don-de la identidad amenaza con naufragar. En esta téc-nica con-curren otros profesionales como kinesiólogos, te-ra-pistas ocupacionales, musicoterapeutas y otros es-pe-cialistas en técnicas de estimulación.

En los inicios de un grupo surge en los sujetos la angustia de no asignación, reproducción de la an-gustia que están sufriendo en la cultura. Se pregun-tan, y ahora qué hago? dónde me pongo? Este interro-gante promueve actitudes dependientes que per-miten ana-lizar rápidamente, desalentándolas, esa tendencia natural del psiquismo que envejece.El grupo funciona como continente, contenido y modelo para los indivi-duos que lo integran. Funciona como ba-rrera de pa-ra-e-xcitación, protegiendo de situaciones traumá-ti-cas y aumentando la capacidad elaborativa. Otorga desde afuera lo que se está per-diendo en el adentro, la continuidad, la unidad, la perma-nen-cia. Allí se nom-bra lo innombrable y se piensa lo impensable.

Así, funcionando con coincidencias y disiden-cias, se experimentan las ventajas de la pertenencia. Al otorgar lugares y tener un lugar, volverá a ser para sí y para los demás, un existente en el cam-po del deseo.

Notas

 1 Ponencia presentada en el Panel Situaciones Críticas: Cri-terios de atención en Psicogeriatría (AGEBA). Bs. As. No-viem-bre de l993.

2 Vice-Presidente y Coordinadora de Investigación del Depto.de Adultos Mayores de la A.A.P.P.G. Coordinadora General del Ateneo Psicoanalítico.

 3 Kaës, R. Lo Negativo. Figuras y Modalidades. Amorrortu editores. Bs. As. l989.

 

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SINGER, D. - "Cultura, los Ideales y el Grupo". Re-vista Vertex . N 4, Vol. II. Bs. As. agosto l99l.

 

RESUMEN

La autora se refiere al concepto de crisis para caracterizar posteriormente algunos momentos del de-sarrollo humano. Señala cómo el paso del tiempo y su inscripción, produce crisis vitales que van a colo-rear las accidentales de una tonalidad singular.

Postula el dispositivo grupal como el mejor ámbi-to para la elaboración de las crisis.

 

Lic. DIANA SILVINA SINGER Licenciada en Psicología, egresada de la Universidad de Buenos Aires.

Coordinadora de investigación del Departamento de Adultos Mayores de la Asociación Argentina de Psico-logía y Psicoterapia de Grupo.

Coordinadora General del Ateneo Psicoanalítico.

Primer Premio al mejor trabajo latinoamericano (Pre-mio Argentino Liniado) sobre Psicoanálisis de la tercera edad, otorgado por la Asociación Psicoanalítica Argentina. l992.

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