Volver a la página principal
Número 7 - Abril 2001

Sobre la psicoterapia con adultos mayores

Fernando Berriel
ferber@psico.edu.uy

Resumen

La Psicología ha ido incorporando, en la medida que producía conocimientos, valores sociales que, normativamente, tienden a reproducir órdenes establecidos, donde no faltan las relaciones de opresión. En el presente artículo se abordan algunos efectos de este fenómeno en el campo de la psicoterapia con adultos mayores. Especialmente se considera cierta tradición en la literatura sobre psicoterapia, particularmente alguna literatura psicoanalítica, que ha insistido en la necesidad más o menos imperiosa de introducir "ajustes técnicos" al tratamiento, si quien lo demanda es un adulto mayor. Se define y trabajan algunas dimensiones del "viejismo" (ageism), centrándose finalmente en algunos aspectos que hacen a su inscripción en el sujeto, particularmente ligándolo con la conformación del ideal y su relación con la promesa narcisista. Desde allí se pasa a considerar cómo puede afectar al psicoterapeuta el trabajo con adultos mayores. Se ilustra mediante la transcripción de una sesión psicoterapéutica el planteo central de este escrito: la edad del aspirante al tratamiento no determina por sí misma la necesidad de ningún "ajuste técnico".

Palabras clave: Psicoterapia, técnica, adulto mayor, viejismo (ageism).

I. La Cólera Funesta

Iba parecido a la noche.

La Ilíada, I, 47.

La Psicología ha padecido, y padece, los efectos de las relaciones de poder y de opresión que se dan en las sociedades que, en definitiva, la producen para ponerla a su servicio. Más aún, ha producido y produce discursos funcionales a estas relaciones de poder e, incluso, ha contribuido en forma destacada a reforzarlas mediante refinados mecanismos teóricos y técnicos.

En el campo de la Gerontología, destaca ampliamente la Teoría de la Desvinculación de Cummings y Henry, de 1961 (citado p.e. por Lehr, U., 1988, pp. 244 – 245), que concluía que el envejecimiento "normal" implicaba un progresivo "desenganche" (disengagement) del sujeto del entorno, una intrínseca pérdida de interés en la vida social, una reducción del campo vincular. Esta teoría, conclusión de una monumental investigación empírica, no sólo ha demostrado ser totalmente errónea, sino que ha causado grandes perjuicios a las personas cuyo envejecimiento ha sido interpretado desde semejante marco teórico, y a quienes han envejecido convencidos de una verdad que la "ciencia" confirmaba. A la sombra de esta y otras teorías afines, la Psicología ha contribuido a la concepción del envejecimiento como un proceso de desubjetivación y, como los griegos ante los muros de Troya resignaran la participación de Aquiles, así ha prescindido de sus mejores armas, de intervenir teórica y prácticamente en el sentido del desarrollo de la potencia del sujeto.

Pero ¿qué aspectos del discurso social han pregnado de tal manera a la Gerontología y a nuestra propia disciplina puesta a considerar el envejecimiento humano? Al igual que en el poema homérico, una "cólera funesta" circula entre nosotros, limitando nuestro pensamiento y nuestra acción, ocasionando(nos) "infinitos males". 1

Salvarezza (1993), para referirse a ella, acuña el término "viejismo", como equivalente de la expresión "ageism" de R. N. Butler, designando así al "conjunto de prejuicios, estereotipos y discriminaciones que se aplican a los viejos simplemente en función de su edad" (Salvarezza, 1993, p. 23). Por sus efectos, resulta comparable a otros prejuicios y discriminaciones aplicadas a otros grupos de personas en función de su sexo, su orientación sexual, el color de su piel, su religión, etc., de donde se sigue algo sobre lo que volveremos luego, la dimensión política del viejismo. Lo distinto está en que en este caso no se trata de personas que nacen en una supuesta condición diferencial, sino que llevan determinado tiempo de vida.

Esto último tiene dos derivaciones importantes. En primer lugar se discrimina en función de un rasgo que, si se vive lo suficiente, se terminará por detentar. En segundo término, el rasgo en el que, en un proceso de tipo metonímico se asentará el prejuicio, será identificado en gran medida a través del reconocimiento del cuerpo.

Lo que Salvarezza (1993) señala como el prejuicio más común respecto a la vejez también golpea al cuerpo, y ya da cuenta de una determinada "imagen social" del cuerpo del viejo; es el prejuicio de que "los viejos son todos enfermos o discapacitados" (p. 30). Pero a ello se agrega el hecho de que en nuestra cultura el cuerpo se ha transformado en símbolo, y es actualmente reforzado por un bombardeo de imágenes del "cuerpo deseado" como símbolo de felicidad, como promesa de cumplimiento máximo de los deseos. Hoy las imágenes hablan claramente sobre cómo es el cuerpo deseado, un cuerpo joven apropiado a una cultura "joven", un cuerpo apropiado a una cultura "fast" 2. También hablan claramente, por oposición, y a veces franca y llanamente, sobre cómo es el cuerpo no deseado, allí sí tiene un lugar el cuerpo del viejo3.

Hemos hablado de los prejuicios y los estereotipos. Otra dimensión a incorporar es la de las representaciones sociales de la vejez. Se ha definido al estudio de las representaciones sociales como una "epistemología del sentido común" (Banchs, 1986). Así, las representaciones sociales respecto a la vejez y el envejecimiento constituirían un sistema lógico no "científico", construido en y a través de la interacción "cara a cara" con los miembros de los grupos que nos dan una identidad social y le dan un sentido "consensual" a la realidad. La "fuerza" de las representaciones sociales como formas de conocer al mundo radica justamente en su cualidad de "atajo " para acceder a fenómenos complejos y en lo que en cuanto a identidad y pertenencia social aportan. Monchietti y Lombardo (2000) han comprobado recientemente que, en la construcción de la representación social de la vejez, predominan los contenidos de naturaleza negativa, y que "las significaciones generalmente asignadas son casi equivalentes a agresiones explícitas o solapadas; "chochea", "viejo verde", "resentido", etc.." (p.1). Si bien el carácter de este conocimiento es no "científico", no deja de afectar a hombres y mujeres cultores de la "ciencia". Los cultores de la Psicología tampoco son una excepción, también nosotros construimos nuestros propios sistemas lógicos no "científicos", y ello nos da cohesión grupal, pertenencia e identidad social. A esto se agrega que nuestras representaciones sociales de las cosas se nutrirán en muchos casos de complicadas y refinadísimas intelectualizaciones, se mezclarán con ellas y, viniendo de quienes vienen, no es raro que pasen a formar parte de la "ciencia".

Como habíamos advertido más arriba, estas representaciones sociales, estos prejuicios y estereotipos, al dar lugar a valoraciones jerárquicas (joven > viejo) y a discriminaciones, encierran una dimensión política, una dimensión vinculada al poder, aquí considerado, con Spinoza, como la capacidad de afectar más de lo que se es afectado, tanto en dimensiones macro como micro sociales (Fernández, 1994). Para Foucault (1989), el funcionamiento y la reproducción del poder exige enunciados, normas, sistemas de legitimación, sanciones de las conductas no deseables (discursos del orden). Pero también necesita de prácticas extradiscursivas, "de soportes mitológicos, emblemas, rituales que hablen a las pasiones y, en consecuencia, disciplinen los cuerpos " (Fernández, 1994, p. 240), requiere de un universo de significaciones que más que a la razón interpele a las emociones, a los sentimientos, dando lugar a rituales que regulen comportamientos de agresión, de miedo, de amor, que anuden los deseos al poder. Esto es lo que Castoriadis (1987, 1993) denomina imaginario social4 efectivo, el que "suministra esquemas repetitivos, crea marcos de preceptos y pone en conexión regularidades de los comportamientos con los fines y las metas del poder" (Fernández, 1994, p. 241).

II. Principalía del Paciente

El viejismo oficiará por tanto como un conector del viejo con un universo de significaciones que lo transformará, a su vez, en un determinado "mensaje" activador de sentimientos, movilizador de emociones, estimulador de conductas, al tiempo que lo situará en un régimen de afección y de poder, en procesos de normalización. "Cólera funesta" el viejismo, y complicada con él, la Psicología ha contribuido también, si se me permite volver a recurrir a la epopeya, a causar infinitos males, y a precipitar al Hades valiosos proyectos posibles, "haciéndolos pasto de aves y carne de fieras". Un campo donde esto ha sido particularmente eficiente es el de la psicoterapia, y, especialmente, el del tratamiento psicoanalítico, tal vez a la sombra del Freud de 1904 (1988). Hoy casi ningún psicólogo sostiene que la psicoterapia en sus diversas formas, aún la psicoanalítica, no sea aplicable a ciertas edades, que los sujetos tengamos "fecha de caducidad" como posibles aspirantes al tratamiento. Sin embargo, persisten dos fenómenos interesantes. El primero es que muchos profesionales que se consideran a sí mismos competentes, formados, analizados, prefieren explícita o veladamente no practicar la psicoterapia con adultos mayores sin poder dar cuenta de porqué. El segundo (señalado por Salvarezza, 1998) se expresa en los diversos desarrollos sobre los "ajustes técnicos" que requeriría el tratamiento con viejos, especialmente el psicoanalítico.

Sin embargo, la clínica con sujetos de diversas edades y, particularmente la que desde el Servicio de Psicología de la Vejez venimos desarrollando con adultos mayores, nos da elementos más que suficientes para cuestionar los planteos respecto a "ajustes técnicos" motivados meramente por la edad del consultante. Ejemplificaremos algo de esta clínica con el fragmento de una sesión con una señora de 78 años, Luz. Ella es "impulsada" a consultar en el SPV por parte de algunas conocidas que integran un grupo de adultos mayores en el que ella se niega a participar. La señora es soltera, y ha trabajado toda su vida de modista, lavandera y costurera. Vive sola en una pensión y la única familia que tiene actualmente es una hermana que por una enfermedad está prácticamente recluida en su casa, y su sobrina, casada, con 2 hijos. Consulta porque vive "en una gran angustia", al punto de no poder encontrar "fuerzas para hacer cosas, salir, estar con gente". Al momento de comenzar el tratamiento, Luz se halla medicada considerablemente. Pero lo que nos interesa a los efectos de este trabajo, más que discutir un historial clínico, es poder ilustrar cómo trabaja esta paciente "en sesión", de manera que escuchemos el discurso de Luz.

Yo soy como dijo Florencio Sánchez: "Un borracho es un muerto que camina". Yo no soy borracha pero soy dopada, tomo mucho remedio. No me acuerdo si eso lo dijo Florencio Sánchez o Serafín García. Serafín J. García, el de "Tacuruses" 5. Me acuerdo de un poema de él, sobre la lluvia. Cuando llovía yo salía a la calle por gusto, para mojarme, y ahora le tengo miedo. Si llueve ni me asomo a la vereda. Le tengo miedo. Yo creo que siempre le tuve miedo a alguien (subrayo alguien). Miedo de que se enfermara mi mamá. Ella siempre sufrió, pero era maravillosa. Nunca nos tocó ni un pelo (recuerdo, y anoto, que la paciente nunca tuvo relaciones sexuales). Ella me podía tener miedo a mí porque yo era muy cabrera. Ahora soy tan plasta, no tengo a nadie a quien gritarle.

Yo no conocí a mi padre, murió cuando yo tenía un año. ¡Mi vida hubiera sido tan distinta! Nunca vi a mis hermanas besándose o abrazándose con sus novios o maridos. Hubiera sido completamente distinto. Hubiese visto matrimonio… Tener un padre debe ser lindo (anoto: el sexo, el padre) ¿Porqué estoy tan cansada? Me fatigo de hablar.

Ahora me acuerdo que anoche soñé, soñé con hormigueros grandotes, grandotes, tacuruses los llaman, ¿no? Yo no sé a dónde iba pero tenía que pasar por ahí, y las hormigas se me iban a subir por mis piernas. Yo siempre tuve berretines con mis piernas. Todavía hoy me friego las piernas con una pomada. Hace unos días soñé que le decía a alguien: "¿tengo feas piernas o lindas?" Porque ahora están flacas pero antes eran lindas. En el sueño yo tenía que llegar a un lugar que era como un barrial (anoto: barrial, Berriel), y tenía terror de que las hormigas me picaran y me subieran por las piernas, ¡qué horrible! Yo les tengo terror a las hormigas, de chiquita les tengo miedo. ¡Ya era loquita de chica! Cuando me iba a acostar, no sé, tendría 4 o 5 años, no me podía dormir si no hacía así en la sábana por si se me habían metido migas en la cama…

¿Migas u hormigas?

[Luego de un marcado lapso de silencio, la paciente comienza a hablar con una voz mucho más grave]. Una noche, no sé, tendría 4 o 5 años, me desperté gritando y llorando, había soñado que las hormigas me comían las piernas. Vino mi mamá corriendo y yo le dije: "¡Mamá, tus hormigas me comen las piernas!"

Sólo a los efectos de la anécdota, cabe agregar que este sueño de las hormigas, de mil novecientos veintitantos, fue extensa y recurrentemente trabajado. Al cabo de un año y medio de tratamiento, Luz se había incorporado a algunas actividades grupales y moderado significativamente su tratamiento medicamentoso. Este pasaje, extraído prácticamente en bruto del cuaderno de notas, antes que ilustrar el trabajo del psicoterapeuta (incluimos ex profeso las asociaciones que en el momento consigna y excluimos otros aspectos de su trabajo), ilustra sobre de las posibilidades de un adulto mayor de desplegar un trabajo psicoterapéutico. Pero, si esto es así, cabe preguntarse aún a qué responden tantas salvedades aportadas por tantos autores en cuanto a los "ajustes técnicos" a aplicar con ciertos pacientes adultos en función de un rasgo, su edad, relegando la principalía que en todo proceso psicoterapéutico debe tener quien lo está demandando.

La psicoterapia, aunque probablemente no más que otras prácticas, implica al psicólogo en un régimen de afección que, en tanto tal, no es unidireccional. ¿Pero dónde es el psicoterapeuta afectado?. Justamente en las luces y sombras que ha incorporado en su tránsito por múltiples y sucesivos regímenes de afección. Es afectado, en tanto es él también, ni más ni menos que un sujeto. Un sujeto conformado, entre otros, en base a complejos procesos identificatorios. A un aspecto de estos procesos identificatorios queremos referirnos en esta intervención: La relación entre el ideal y la promesa narcisista.

Para simplificar, podríamos decir, junto a Piera Aulagnier (1994), que todo proyecto se sustentará en la diferencia que resulta entre lo que soy (yo – presente) y lo que deseo llegar a ser (yo – futuro). Se podría agregar que por esta diferencia sufrimos, y también que gracias a ella vivimos. Cuando las personas, en estos complejos procesos identificatorios, incorporamos también prejuicios e ideas negativas respect o a la vejez, incluyendo entre otras convicciones la de que es menos viable la satisfacción de deseos y la posibilidad de proyectos en la última etapa de la vida, ella, la vejez, pasa a ocupar un peculiar lugar, en ella depositaremos temores que en definitiva más que tales sobre un futuro son certezas en el presente. Si el proyecto de vida es sostenible en la medida en que persiste de alguna manera la promesa narcisista de, en un futuro, ser yo el ideal, entonces el viejismo parece confirmar el rechazo a los "anti – ideales" con los que hemos connotado a la vejez. El viejismo está ahí al servicio de esta promesa narcisista o, más propiamente, de los aspectos más reaccionarios de esta promesa narcisista, en tanto limita el campo de conexiones al servicio del deseo o, en otros términos, del encuentro y la sublimación. Esto contribuye significativamente a hacer del viejismo algo tan persistente, aún ante todas las evidencias que desmienten sus enunciados, aún ante la misma experiencia psicoterapéutica, personal, de los propios psicoterapeutas.

El presente y el futuro demográfico del mundo, particularmente agudizado en nuestro país por situaciones y políticas socio – económicas expulsivas de los jóvenes, está demandando más psicólogos formados para intervenir, en diversos niveles, con adultos mayores. Esta breve exposición no debe interpretarse como una prescripción con pretensiones imperativas, sino más bien como un aporte a un debate que nos ponga a la altura de las circunstancias. Por otra parte, no pretende restarle a la psicoterapia con adultos mayores toda especificidad, por el contrario, a los psicoterapeutas se nos plantearán problemas en cuanto, por ejemplo, a aspectos relativos al encuadre, especialmente en relación al dinero y al sostenimiento de la frecuencia por parte del consultante (véase p.e. Salvarezza, 1993, pp. 208 – 210). Sin embargo, al profundizar en el análisis de estas "especificidades", difícilmente lleguemos a otro hallazgo que a la expresión, en los propios adultos mayores, de la "cólera funesta" aludida más arriba, del viejismo como producción subjetiva. De este modo, el desafío específico del psicoterapeuta, consistirá en poder sostener el tratamiento a la vez que se evita caer en complicidad con el viejismo, que se evita actuar en el sentido que él impone, sabiendo que su fuerza justamente radica en que opera desde todos los términos del vínculo psicoterapéutico.

Notas

1 De aquí al final del capítulo se incluyen, con modificaciones, algunos párrafos extraídos del Plan de Tesis de la Maestría en Psicología Social de la Universidad de Mar del Plata. Berriel, F. (2000).

2 Sugerido en comunicación personal de la Dra. Ana María Araujo.

3 Sobre una perspectiva psicológica respecto al cuerpo y el envejecimiento, remitimos al informe de la investigación Envejecimiento, Cuerpo y Subjetividad, Berriel y Pérez (2000)

4 Lo imaginario aquí alude a significaciones creadas o inventadas prescindiendo de su correspondencia con la realidad, no debe confundirse con desarrollos sartreanos o psicoanalíticos que aluden a la situación especular, la imagen de, reflejo. Aquí alude a la producción colectiva de sentido, la capacidad imaginativa.

5 S. J. García es un poeta gauchesco "libertario" uruguayo, cuya producción fundamental se da entre las décadas del ´40 y ´60 del S. XX. "Tacuruses" es tal vez su obra más clásica. También tacurú es la voz guaraní que designa a un tipo de hormiguero y/o colmena de termitas que sobresale notoriamente del suelo.

 

Referencias Bibliográficas

Aulagnier, P. (1994) Un intérprete en busca de sentido. México: 1994.

Banchs M.A. (1986) Concepto de representaciones sociales. Análisis comparativo. Revista Costarricense de Psicología , 8 pp.27 – 40

Berriel, F (2000) Plan de Tesis de Maestría. Maestría en Psicología Social de la Universidad Nacional de Mar del Plata. Mar del Plata: Facultad de Psicología de la UNMDP.

Berriel, F. y Pérez, R. (2000) Informe de Investigación: Envejecimiento, cuerpo y subjetividad. Montevideo: Comisión Sectorial de Investigación Científica.Universidad de la República.

Castoriadis, C. (1987) La institución imaginaria de la sociedad. Barcelona: Tusquets.

Castoriadis, C. (1993) El mundo fragmentado. Montevideo: Nordam.

Fernández, A.M. (1994) La mujer de la ilusión. Pactos y contratos entre hombres y mujeres. Bs. As.: Paidós.

Foucault, M. (1989) Vigilar y Castigar. Bs. As.: Siglo XXI.

Freud, S. (1988[1904]) Sobre psicoterapia. En Freud, S. Obras Completas, VII. Bs. As.: Amorrortu.

Lehr, U. (1988) Psicología de la Senectud. Proceso y aprendizaje del envejecimiento. Barcelona: Herder.

Monchietti, A. y Lombardo, E. (2000) Representación social de la vejez y su influencia sobre el aislamiento social y la salud de quien envejece. Revista Tiempo, 4.http: //www.psiconet.com/tiempo.

Salvarezza, L. (1993) Psicogeriatría, teoría y clínica. Bs. As.: Paidós.

Salvarezza, L. (1998) La Vejez. Una mirada gerontológica actual. Bs. As.: Paidós.

Volver al Indice del número 7 de Tiempo

PsicoMundo - La red psi en Internet