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-Ciclo de Conferencias-
"El Psicoanálisis, hoy"

Conferencia:
"El problema del sentido en la práctica analítca"
Pilar Berdullas

 

Hoy contamos con la presencia de Pilar Berdullas: Psicoanalista; Enseñante en la Universidad de Buenos Aires, en la carrera de Psicología y en otras instituciones; Escribe en Redes de la Letra; Supervisora.

Le damos la bienvenida y le agradecemos que esté con nosotros.

Agradezco la invitación de María y del resto de la comisión a participar en este ciclo de conferencias.

El título que propuse para esta charla es "El problema del sentido en la práctica analítica". Y por el camino se me presentó una pregunta -que al mismo tiempo no desatiende el interés que considero tiene el replantear, el plantear una vez más, qué es lo que se problematiza respecto del sentido, en qué consideraciones ha entrado, en lo que concierne a la práctica del análisis- algo que al acercarme a la cuestión surgió como interrogante es, si sería de alguna pertinencia hablar de "retóricas del analista". Obviamente, apunta a una particular relación con el problema del sentido.

Es decir, entonces, que la forma que fue tomando ese interés me llevó a una pregunta acerca de cuál podría ser la pertinencia, si es que la hubiera, de nombrar de este modo al particular trabajo de la lengua al que el analista se presta, y también, acerca de.qué resultaría de llevar estos términos al psicoanálisis en lengua castellana.

Respecto de esto último, tengo la impresión de que, en algún momento, más tarde o más temprano, aquello que cada uno de nosotros prepara, por ejemplo -como me pasa a mí en este caso-, para una charla, o para algún escrito, suele estar marcado por algo que precariamente distingo como el hecho de que el psicoanálisis en castellano resulta ser un psicoanálisis en "segunda lengua". Cosa que, en principio, no tendría por qué ser una desventaja.

Esto nos conduce a una interrogación que, con distintos énfasis y matices, insiste y a la que cabría atender: ¿cómo se sostiene el psicoanálisis en lengua castellana?

Sospecho que el psicoanálisis en lengua castellana no puede dejar de estar marcado, por lo que recién les decía. Referirse a un psicoanálisis en "segunda" lengua, decirlo de este modo -aún cuando esta forma no me convence demasiado porque podría prestarse al absurdo de suponer una lengua que fuera primera- intenta tan sólo hacer resaltar ciertos efectos, debido a que gran parte de las escritos que son de nuestro interés hagan presente otra lengua.

¿Podría acaso quedar sin consecuencias la frecuente injerencia de una lengua que no nos es familiar? Me refiero a algo que encontramos, con lo cual tropezamos muy a menudo, cuando leemos lo que Freud ha escrito. En el cuerpo de las traducciones de Freud, hay lugares donde subsiste el alemán, donde se le da cabida, de tal modo que los vocablos en esa otra lengua permanecen como una especie de suplemento dentro de la traducción.

Otro tanto ocurre con el francés, cuando se trata de Lacan.

Ocasionalmente, en los dos tomos de los "Escritos", y con mayor profusión, en otras publicaciones y en las versiones de los seminarios de Lacan, nos hallamos con una suerte de suplencia respecto de la traducción. En este caso, por la inclusión de términos que suponen –al mismo tiempo que por su misma inclusión des-suponen- la lengua francesa.

En el texto de Freud, tal injerto en el castellano responde, principalmente, a atender a que el inconsciente se soporta en el discurso. Aunque también se pueden hallar ocurrencias diferentes, lo que me interesa es recordar que en la mayor parte de los casos donde esto se produce se trata de trabajos en los que la materia a considerar es la de los sueños, la de los chistes, la de las formaciones del inconsciente en general.

Resultan fácilmente reconocibles, en tanto hablantes del castellano, las múltiples ocasiones en que, en la lectura de "El chiste y su relación con el inconsciente", quedamos detenidos a la puerta de la risa sin poder sancionar el sentido. O también, aquellos pasajes en los que se apunta a la interpretación de algún sueño, y cuya lectura se vuelve bastante costosa, como resultado de una suerte de tironeo entre apropiarse provisoriamente de algunas palabras de una otra lengua, y poder seguir en la lengua que nos es familiar el sentido al que nos invita lo traducido.

Bueno, si nos encontramos en dichas oportunidades con algo que traba lenguas en la lectura, no es por nada que esto sucede con toda exactitud a propósito de lo que allí Freud despliega acerca de la interpretación. No podría ser de otro modo. Por supuesto, no hay nada nuevo en ese tropiezo, que es el mismo que Freud toma en consideración al decir que "La interpretación de los sueños" es, en verdad, una materia intraducible, cuando se asoma al interrogante de cómo sería la interpretación de los sueños leída en otra lengua, teniendo en cuenta que toda la operatoria supone los recursos que sólo provienen de la lengua en la que esos sueños fueron soñados.

Hay soñantes para cada lengua, tal vez no se trata tanto de que cada lengua tenga sus soñantes, como de que se preste a fabricarlos como inestables soportes de sueños. El pasaje realizado de Traumdeutung a La interpretación de los sueños traduce, y también -al toparse con ciertos escollos que, en vez de ser sorteados por la traducción, insisten irreductibles como restos de otra lengua- repite a su manera el ombligo al que apuntan esos sueños, sueños cuya interpretación Freud quiso mostrar, quiso presentar.

De eso se trata en ese trabajo freudiano, y en esos otros textos de Freud, donde con frecuencia se accede a un suplemento de traducción, que entiendo como tal porque no completa en absoluto, ni complementa para nada la traducción; por el contrario, al mismo tiempo que distrae de la significación, y sin que ello impida que se alcance un cierto sentido en el texto, nos obliga a detenernos en unos términos que permanecen ajenos a la lengua en la que hablamos.

Sin duda no podía ser otro el resultado de llevar al castellano algo que responde al hecho de que la dirección que la palabra toma de la transferencia, hace retornar a la palabra como estallido de sentidos.

En la lectura de Freud en castellano, y con el apoyo de lo que queda incluído en alemán, se atisban las ocasiones de la materia que él fue el primero en formular como inconsciente. No siempre se pliegan al reemplazo en otra lengua las ocasiones en que, si algo pretendía decir en las palabras pronunciadas, el que habla, habrá de encontrarse, irremediablemente, habiendo dicho otra cosa que le concierne y enajena al mismo tiempo.

En Lacan, se trata más bien de otra cuestión. Las apariciones de la lengua francesa, entrometiéndose en la traducción castellana, guardan relación con una particularidad del despliegue de su enseñanza.

Lacan deja que en su enseñanza la transmisión resulte causada por su auditorio. No otra cosa, precisamente, es que se coloque en posición de analizante en los seminarios, sin sostener en ello garantía alguna, y que sea en su palabra donde estallen, esta vez, los sentidos.

La expresión ´estallido de sentidos´, apunta, por mi parte, a introducir un determinado pasaje que se revela ineludible, me refiero al pasaje de lo escrito. La homofonía, por ejemplo, hace necesario ese pasaje. No se trata de la escritura como recurso, sino de la escritura como condición, como un supuesto que actúa en la homofonía, introduciendo los cortes con los que se leen las diferencias.

Aquello que antes localizaba de forma no coincidente, o más bien, respondiendo a operaciones diferentes -en la traducción de Freud y en la traducción de los seminarios de Lacan- comporta en el traslado, la restitución del discurso en que se soportan efectos de conmoción, de tensión entre la significación ambigua y la producción de sentido. Es una ocasión en la que se hace más evidente la exigencia del pasaje de lo escrito.

Pasan a lo escrito las homofonías en alemán, las homofonías en francés, cuando el castellano – que, como es claro, jamás las reproduce- fracasa estrepitosamente en cualquier intento de rehacerlas. En principio, la exigencia del pasaje por lo escrito procede allí de la homofonía que habilita diferentes sentidos en esas lenguas. Homofonía que obliga a servirse de la escritura, siendo ésta -la escritura- la que introduce los cortes con que se arman y desarman diferentes lecturas.

Ya sea que se trate de un texto sobre un papel o de algo escuchado, la escritura se vuelve necesaria para disponer lo que, escapando a la pronunciación, al mismo tiempo, queda indicado en la articulación significante.

Si hacemos virar de algún modo lo que estos injertos de otras lenguas -que venimos mencionando- nos permiten palpar, podemos avanzar algo que es inherente a una lengua: la homofonía no es tal sin la escritura que la establece, no hay homofonía sin la escritura.

Encontré en un texto de Paul de Man, que se llama Alegorías de la lectura, una mención breve que encuentro interesante. Paul de Man, en un capítulo de ese libro trabaja, hace un análisis, un rico análisis de Rilke. No nos vamos a detener en nada de eso, sino simplemente en una frase.

Paul de Man dice lo siguiente:

"Entre los poemas franceses de Rilke, que debido al uso de una lengua extranjera implican la renuncia a las seducciones fónicas del lenguaje,..."

Antes de continuar con la cita, y consintiendo la lectura de Rilke que hace Paul de Man, en la obra de este poeta, la creación de sentido toma distancia del referente para privilegiar el gobierno de la eufonía en la elección de las palabras y en la estrategia retórica. Rilke promueve inclusive como término más a su gusto el de figura para diferenciar su hacer poético respecto de las metáforas clásicas.

Esa frase de Paul De Man que recién leía termina del siguiente modo: "..."se encuentra la misma definición de la figura como la conversión de la retórica representativa y visual en retórica puramente auditiva." Si retomamos el párrafo en su totalidad, lo que allí se afirma es que también en los poemas escritos en francés, cuando Rilke deja de estar tomado por las seducciones fónicas del alemán, es decir cuando renuncia a ellas para escribir en una lengua extranjera, la retórica que los define conserva su carácter puramente auditivo.

El interés de estas menciones radica en lo que ellas advierten respecto de un cierto trabajo sobre la materia de la lengua -y de las lenguas- que se despliega en una escritura en particular.

En relación a esto, habría seguramente muchas otras cuestiones de las cuales se podría sacar partido para indicar las dificultades y las vueltas a las que se presta una pregunta, esa pregunta que vincula retóricas con analista en el punto donde el pasaje de lenguas introduce una encrucijada.

Pero, el punto que quería tomar de la referencia a de Man es nada más que la suposición en la que queda incluída la mención a las seducciones fónicas.

Me parece que está ahí señalado el avatar en que confluyen la maestría del poeta y la lengua en tanto cautivadora, seductora. Y si de seducciones fónicas se trata sin duda ellas son privilegiadamente eficaces cuando se trata de la lengua llamada materna; por cuanto el inconsciente (y ¿por qué no decirlo así?) está estructurado como una lengua, como esa lengua en la que el cuerpo, que la habita, habla y donde la eficacia así supuesta vale para cualquier hablante aunque tan sólo comparta con el poeta la dimensión del equívoco.

Esas seducciones fónicas, es con ellas que se producen ciertos hallazgos de sentido, ciertos desvíos de sentido. Y entiendo que estos injertos o suplementos de traducción a partir de los cuales hacemos coincidir -o encontramos ya coincidiendo en lo que leemos- sobre una misma página la lengua en la que hablamos y otra cosa que en su carácter de no hablado hace lugar a una lengua extranjera, e interrumpiendo de alguna manera peculiar las seducciones fónicas que el castellano mismo tiene para el hablante en castellano, obliga a una detención.

Entre otras muchas referencias posibles, el título del seminario de Lacan al que suele nombrarse de forma abreviada como el seminario de L’insu..., ese título se presta a las solicitaciones provenientes de los ecos y resonancias de la lengua francesa, a partir de los cuales propicia hallazgos de sentido.

Todo eso es lo que lo vuelve no traducible; en ese piso inestable la traducción no hace pie. De ahí que haya dificultades para encontrarle algún modo de traducción que nos resulte convincente.

Me refiero con intraducible a un problema en especial. Uno puede traducir ese título, hay traducciones propuestas; pero, siempre se produce la pérdida de la seducción fónica a la que es sensible el lector en francés de ese seminario, nosotros, en cambio, no lo somos. ¿Cómo recrear eso? ...Con un esfuerzo de presentación de la multiplicación de palabras y sentidos. Mientras que en quien prescinde de la traducción, hay juego de presencias y ausencias y tiempo de repetición.

Cabe suponer, así lo considero, que algo de esto no puede sino dejar huellas en lo que presentamos y escribimos.

De alguna forma, interesándonos en el psicoanálisis, y en tanto habitantes de la lengua castellana, se nos convoca a una especie de exilio.

Es decir, somos habitantes de la lengua castellana convocados al exilio por la proliferación de sentidos que se arman y desarman en la otra lengua, el alemán en Freud, el francés en Lacan.

Para esta proliferación de sentidos, la nuestra -y es mucho apropiársela así- carece de idénticos recursos, no podría ser de otra manera. Y en esta cuestión, muchas veces se hace un ilusorio reparto de excedentes y defectos, como si esa proliferación que causa fascinación y cierto asombro, no proviniese en cualquier lengua de su propio defecto.

Por supuesto, ese reparto no deja de ser espejismo, pero puede ser un espejismo productivo cuando, disuelta la fascinación, algo de esa extrañeza termina por anclar en la propia lengua.

Me parece que la apuesta que se juega cada vez que uno toma la palabra fuera de la práctica del análisis, pero referida a la práctica del análisis, es justamente esta apuesta, que haya algo de la ajenidad que no deje de estar anclado en aquello que uno presenta.

Con la mención de los defectos y de los excedentes, me refiero al modo en que suele intentarse contabilizar aquello que en ocasiones aparece como un chirrido en el pasaje de una lengua a otra. Para traducir L’étourdit, se inventó El atolondradicho, el término ya traducido es vuelto efectivamente extraño, aparece contracturado, contraído, podría decirse condensado de un modo diferente al vocablo que traduce.

En cambio, si fuera posible para la traducción de esa palabra al castellano -cosa que tampoco sería su equivalente, porque lo que justamente me lleva a hablar de esto, es que en verdad nunca hay equivalencia posible- proponer una palabra que no delatara fonéticamente nada de la condensación, una traducción en la que la condensación no pudiera ser oída, tendríamos dadas las condiciones que hacen que para el término en francés la condensación sólo se muestra cuando se la escribe.

Étourdit tiene condensadas dos palabras, que traemos al castellano como aturdido, o atolondrado, y dicho, pero ¿qué de esa condensación queda sonoramente articulado? Nada, solamente la escritura desarma esa condensación, al mismo tiempo que la arma.

Una equivalencia aparente surgiría si al agregar una hache muda a la palabra atolondrado fuera posible escuchar la palabra dicho, si bastara en castellano, para hacer escuchar dicho, con escribir una hache muda.

En ese caso, tendríamos una traducción mucho más cercana al término traducido, por cuanto no habría deformación de la lengua, y al decir atolondrado, podría escucharse al mismo tiempo la posibilidad de que haya escrita una hache que nos devuelva el dicho.

Tomando la expresión de de Man, Lacan consiente las seducciones de la lengua francesa y, leído desde el castellano, lo que de eso resulta no deja de producir una peculiar fascinación.

Como las letras del abecedario no son signos que representen sonidos (para eso está la fonética), una vocal, consonantes y sílabas, necesitan de la escritura porque la ortografía y la gramática de la lengua francesa así lo exigen, pero pueden intervenir como elementos mudos. En castellano, la h es una letra muda. Así, y de otras formas, las lenguas en sus diferencias parecen propiciar, unas, lo que en otras se retacea, contar alguna con fértiles recursos de los que otras carecen en la propagación de sentidos.

Es ése un efecto ilusorio, en el que desemboca a veces una confrontación vuelta incómoda por los desbordes, nunca superponibles, de una lengua y otra.

El sentido se ubica en una cierta encrucijada privilegiada en la que confluyen estos excedentes y estos déficits. Una encrucijada privilegiada para atender a algunas de las cuestiones que plantean tanto la interpretación, como la lectura, o la traducción.

¿Por qué poner en serie esas tres operaciones? Por un lado, desde campos diferentes al psicoanálisis, muchas veces interpretación, traducción y lectura aparecen como sinónimos. En crítica literaria, es frecuente encontrar que en un mismo autor se denomina traducción, a lo que luego se llama lectura, y aun más adelante se califica de interpretación. No son tampoco escasas en psicoanálisis las ocasiones en las que uno y otro término intercambian sus apariciones, o se combinan de modos complejos como en "La interpretación de los sueños" de Freud.

Podría intentarse establecer las pertinentes diferenciaciones para mantenerlas con la inestabilidad que precisemos; pero, en esta oportunidad, el interés está puesto más bien en qué es lo que las coloca en esta tendencia a poder entrar ellas mismas en sustitución. Entiendo que esa circunstancia responde a una tendencia general que es la tendencia al sentido.

La significación se diferencia del sentido, pero llama al sentido, o también podríamos decir que es a partir del orden de la significación, que se fabrican sentidos. En esa materia, la traducción tropieza con sus propias dificultades, la interpretación analítica apunta las suyas y con la lectura sucede otro tanto, tal como surge por ejemplo en la crítica literaria.

Cada una de las tres operaciones procede a su modo con la extrañeza que ancla en la propia lengua, sin que ninguna alcance a disolverla. El sentido abreva en esa extrañeza.

En última instancia, no es otra la peste que el psicoanálisis propaga. El psicoanálisis no la inventó, a lo sumo traza a partir de Freud el mapa de su difusión. Y es por eso también que el psicoanálisis se vuelve antipático para otros discursos, para las prácticas que precisan una lengua familiar en base a la cual reconciliar, por ejemplo, los síntomas con sentidos que los antecedan. Sentidos preparados y ya listos para que respecto de ellos, los síntomas participen de la eficacia de ciertos mercados; mercados de almas a veces, a veces, mercados de fórmulas.

A la ajenidad con la que está marcada la lengua también se la ha llamado imperfección. Las lenguas serían imperfectas.

Por cierto, se han escrito y dicho muchas cosas en relación a las anomalías del régimen de las lenguas. La pluralidad de lenguas, la inexistencia de una lengua única y el consecuente barullo de lenguas que caracteriza el orden del lenguaje, aportaría una cuota de imperfeción siempre apta para ser explorada.

Signo, significante, significado, sentido, referente son algunas de las múltiples categorías que apuntan a fijar nocionalmente el orden del lenguaje. En relación a ellas, el funcionamiento de una lengua aporta "imperfecciones", efectos inestables, inexactitudes y hallazgos.

Salvo si se trata de una lengua que no se habla y para la cual se reserva el atributo que aparece en la expresión lengua muerta, no hay suspensión de las modificaciones que la afectan. Ni siquiera es posible dar por cerrada la cuenta de sus términos, se transforma en cada uno de sus términos sin detención posible por estar abierta a la significación.

Desde accesos heterogéneos entre sí, es posible relevar que una lengua es algo bien diferente a una útil herramienta o a un medio de expresión, y que tampoco se la puede dosificar. No hay más remedio, entonces, que vérselas con lo que a propósito de una lengua no anda. Con esto se relaciona el psicoanálisis, de esto trata el psicoanálisis.

Si podemos circunscribir de esta manera el interés que estas cuestiones guardan para un analista, cómo no hacer un lugar a aquello que, de Freud en adelante los psicoanalistas han reconocido a los escritores, a los poetas, es decir, a quienes hacen de la ajenidad de la lengua ocasión de invención.

A veces, el escritor se sitúa como narrador y dice saber que ha de jugar con la carta del sentido, del "sentido inminente". Y también que, sabiendo que "debe jugar con la carta del sentido", "presta confianza ciega a su advenimiento". Y de esa posición deriva cierto tipo de relatos.

En otras ocasiones, hace de la forma contenido, excluye de su juego la carta del sentido. Pero, incluso entonces, cuando procede de este modo, reconoce que debe presentar alguno, algún sentido, aunque sea indiferente, aunque más no sea "...en consideración a aquellos a quienes toma el lenguaje para otro objeto".

La frase anterior figura en una cita que O. Mannoni incluye en el artículo que se titula "Un Mallarmé para los analistas". Es en Mallarmé en quien aparece esta referencia a un sentido indiferente al que ningún escrito podría escapar, como una atención brindada a los demás,

Las letras del escrito es lo que cuenta, el sentido, relegado a ser indiferente, se independiza de ellas, se presenta mediado por la interposición de aquellos que no están fuera del lenguaje.

Pero aún así, hay un lugar para el sentido. Dadas estas condiciones, no por nada, en materia de traducción, los poemas ofrecen las mayores dificultades.

Por otro lado, lo anteriormente mencionado acerca del narrador, pertenece a Saer. Es este escritor quien ubica al narrador como alguien que confía ciegamente en el advenimiento de un sentido que está por llegar, como quien juega una carta sin pretender gobernar el juego.

Hay estrategias, cálculos propios de esos hombres de letras -recordemos que Freud aspiraba a ser uno de ellos e inclusive pretendía haberlo logrado, si bien bajo el disfraz de hombre de ciencia. De múltiples formas, actúa en la escritura literaria, un saber que importa al psicoanálisis, y respecto del cual ha sabido decirse que, en esa materia, el escritor se adelanta.

También en la práctica del análisis el sentido es una carta. Es una carta que al analista le está dirigida.

El síntoma se presenta como resultado de un hábil artificio del que participa una variedad de creación artística.

En el historial de Dora, al analizar el síntoma de la afonía y atendiendo a la significación en la que el síntoma está comprometido, Freud concluye que una fórmula semejante es la que conviene al síntoma.

Es por la vía de la significación del síntoma que se presenta el descubrimiento del hábil artificio en el que consiste el síntoma mismo. Prerrogativa que no habría de quedar limitada a un síntoma determinado, sino que la misma condición podría ser reencontrada a propósito de cualquier otro síntoma.

En cuanto a la aproximación a una creación artística, es así como en dicho historial se muestra la participación de la fantasía en tanto sostén del síntoma.

Para Freud la fantasía es la creación artística del neurótico.

Creación artística, artificio hábil, este es el trabajo de la lengua. Es consecuencia irrebasable de que el cuerpo habite una lengua de la que no es sino parásito, y que respecto de ello en el síntoma aparezca el mensaje, los modos particulares en los que esto tiene consecuencias para alguien.

La cifra singular del síntoma, del delirio han podido ser aproximadas a la religión, la filosofía y la creación artística como caricatura de éstas últimas; siendo ésa una indicación cuyo valor aparece si podemos despegarnos de la idea de que se restringe a establecer una analogía, para encontrar en esa aproximación una invitación cierta a desplegar las razones de una comunidad que se sostiene en un saber hacer de la lengua con los cuerpos.

En la misma articulación en la que Freud, como otras veces, procede apartando la pesada herencia diagnóstica de la medicina, distingue la materia en la que se asienta la fantasía -y con ella la formación del síntoma- es decir, el cuerpo bajo el modo de la premisa somática.

Incluido en la significación, el síntoma en tanto mensaje, mensaje cifrado, carta de sentido dirigida al analista, parte de una premisa somática. Y en el orden de lo que me interesa destacar, dicha premisa viene al lugar de la opacidad, de una opacidad que como premisa está enraizada en el cuerpo sin que el acceso a la significación pueda sobrepasarla.

¿De qué se trata entonces? De la puesta en juego de una ausencia de sentido y de algo que se inscribe. Hay ausencia de sentido, un nombre posible es el de premisa somática; y sobre esa premisa somática, allí donde no hay sentido, donde hay opacidad, donde la significación encuentra en determinada circunstancia su límite, el síntoma ha procurado, sobre esa opacidad y sin resolverla, inscripción de significación: un artificio al servicio del goce en el que halla su razón la insistencia y la repetición que lo define.

Si el síntoma requiere el trabajo del análisis es en razón de una significación que no cede, que insiste. Y aislar esa significación supone, interpretación mediante, la caída de sentidos, dejar al síntoma privado de su mensaje, pudiendo interrumpir la repetición sintomática.

La interpretación se traduce en gasto de sentidos. Hay gastos de palabras que gastan sentidos, aquellos que, por su parte, le han sido prestados al cuerpo -puesto que el cuerpo como premisa carece de ellos- y que le han sido proporcionados por medio del síntoma.

El lugar de lo que permanece con carácter de fijeza se halla en el fantasma. Es evidente que no hay equivalencia entre la articulación del fantasma y lo que encontramos en Freud en torno a las fantasías, pero sí retoma el fantasma en Lacan esa fijeza de la fantasía freudiana. Fijeza que pasa por la insistencia de la significación como productora de sentidos, que admite la persistencia de satisfacción, y que en última instancia es lo que retiene invisiblemente a los cuerpos en el síntoma.

Ahora bien, si esto está en el centro de la práctica del análisis, y si la interpretación en un determinado momento permite aislar aquello que como sentido habita en el síntoma, sobre qué posibilidades se produce, que es lo que posibilita que esto sea así.

Hay muchas formas obviamente de decirlo. La que me ha interesado presentar es la que reúne el artificio del síntoma con el equívoco de la lengua, con lo que hace equívoco en la lengua.

Porque hacer equívoco en la lengua, es precisamente lo que disuelve sentido, lo que multiplica sentidos, lo que indetermina sentidos, lo que puede determinar sentidos. Y también, lo que los hace impredecibles, eso que en una frase Saer anunciaba con acierto: la inminencia de sentido.

Seducciones fónicas, bien podría ser otra forma de referir este equívoco en la lengua.

Tal vez en una formulación resumida, podría decirse que el equívoco es el accidente de la lengua y que, en tal carácter, funciona como trauma del cuerpo.

Porque arroja el cuerpo a una sexualidad que permanece enigmática, en la medida en que el enigma subsiste a sus desciframientos. En la vía forjada por Freud, sentido del síntoma y sexualidad se entrecruzan en el desarmado de la significación que da alojamiento a la satisfacción. Por cierto, la materia con la que se construye la significación no podría ser otra que la de la lengua.

A pesar de lo que se puede alcanzar -como se ha venido haciendo desde el surgimiento mismo del psicoanálisis- en el intento de descifrar qué pasa con el cuerpo a propósito de la lengua, nada de eso borra la dimensión enigmática de la sexualidad y para la cual lo femenino quizá no sea sino uno de sus nombres.

En este sentido indicar el equívoco de la lengua como trauma del cuerpo, supone la necesidad de retomar, no hace más que retomar el hecho que a este trauma se lo llame sexual, lo sexual en tanto enigma.

Es en esta senda abierta por Freud, donde Lacan encuentra señalada la imposibilidad, la ausencia, de relación sexual.

En el síntoma hay rendimiento de una producción de sentido, sin que esta dimensión metafórica haga que las cosas anden bien, y también en el síntoma, lo sexual no sólo califica una satisfacción, sino que lo sexual apunta a lo que del cuerpo se excluye del entramado simbólico, lo que se ausenta del equívoco y del sentido, ese cuerpo otro que el del narcisismo y la constelación significante, cuerpo que no admite ser apropiado y descripto o nombrado. En el síntoma se halla el tropiezo con la sexualidad que no se reconcilia en proporción o partición alguna de los sexos, al tiempo que nada de esto supone otorgarle -al cuerpo o al síntoma- como estatuto, lo inefable, sino bien por el contrario, implica señalar que el cuerpo está atado a la lengua.

El mensaje del síntoma no excluye limpiamente la ausencia de sentido de aquello que como sexualidad se ausenta de toda relación. No otro sería el cruce incómodo del fantasma.

Leemos en Lacan: "Lo real es el misterio del cuerpo que habla, es el misterio del inconsciente." Y como de hablar se trata, se impone la circunstancia de que no se habla sin pausa, sin corte, sin silencio, sin que haya algo imposible de decirse.

Ahora bien, si al respecto se da algún desciframiento posible es porque hay algún rendimiento en términos de sentido. Un modo en el que nos hemos acostumbrados a sintetizar todo esto, es referirnos al inconsciente como retórica.

Lo que hasta acá traté de presentarles, no sé con qué posibilidad de ser seguido, tenía que ver con la deriva de esta retórica en las, tal vez, retóricas del analista.

Porque lo que llamamos retórica del inconsciente, a la que responde en última instancia las posibilidades de sentido -y en esa misma medida, también la interpretación y el síntoma como interpretación en la práctica del análisis- tiene en el caso de aquello que hacemos al presentar las conclusiones de cierta práctica, posibilidades de abrir a juegos de sentido que se dejan visitar por otras lenguas, a juegos de sentido en el que no siempre es fácil que prestemos nuestra lengua, tan habituados estamos a ser jugados por las otras y a, inadvertidamente o no, prestarnos a su vez al juego de la lengua propia.

La lengua propia se nos vuelve claramente ajena, irreconocible, cuando arroja en pérdida los sentidos reconocidos, o cuando nos deja a las puertas de algún sentido que vendrá. Estos bien pueden ser, como tantos otros, modos de indicar el carácter impropio de la propia lengua, la cosa extranjera de la lengua materna. Prestar la propia lengua en el ejercicio de una presentación no está menos expuesto a la complicación del sentido y al límite sintomático que desbarata el cálculo que la precedió.

Entonces, vale la pena, en mi opinión, volver a considerar estas cuestiones, retomar ese límite, interrogar también, los efectos de ajenidad cuando ésta se viste con otra lengua por entender que puede venir muy bien para mostrar el carácter antinómico que distancia al sentido de la significación, al sentido de la articulación lenguajera.

Habría por ahí otras cosas, pero me gustaría escuchar preguntas o comentarios que ustedes pudieran hacer, y a modo de cierre voy a leer dos renglones muy breves que dicen así:

"Ah!, si un cuerpo nos diese aunque no dure / cualquier señal oscura de sentido."

Esto es, podríamos decir, un suspiro, un suspiro de Adelina Flores, personaje de un cuento de Saer, que dice algo de lo que traté de poner en cuestión, poner en juego, poner en diálogo con ustedes. Porque efectivamente si un cuerpo, nos diese aunque fuera una mínima señal, y aunque no durase mucho, de sentido, no habría artificio necesario del síntoma.

El síntoma no es una alternativa entre otras. Si hay algo que hace necesario al síntoma, podríamos decirlo al modo de Adelina, es porque hay un cuerpo que no nos da señal alguna de sentido.

María Fernández: Se me movieron un poco las cosas, por lo menos para mí y me surgió una pregunta, ¿el sentido, es causa o efecto?

P.B.: El sentido es un efecto, un efecto ineliminable de la articulación discursiva. La interpretación, en la que queda concernida la causa del deseo, afecta el sentido.

El término interpretación ha sido repetidamente devaluado, pero es desde la interpretación que se alcanza la operatoria del sentido. Los efectos de sentido se multiplican, se despliegan como hallazgo sin dejarse prever, y también como avatares de goce que no son cualesquiera, y que no excluyen un desciframiento posible.

Aquello que marca la angustia es que el sentido puede ausentarse, señalando en eso un peligro real. El sentido, aunque sea el sentido incómodo del síntoma neurótico, persiste en proponer, respecto de ese peligro cierto, un rendimiento diferente. Claro está que el síntoma no pone a nadie al abrigo de la angustia, no ahorra la irrupción imprevista de la angustia, más aún conlleva, de modos incompletamente amortiguados, el retorno de la angustia. No obstante, en el síntoma se fabrica un sentido.

La interpretación tiene que ver con este sentido. Se ha puesto en cuestión, y no es ocioso volver sobre esto, si se trata en la interpretación de dar sentido, de gastar sentido respecto de algo que ya es interpretación, proponía antes aislar el sentido, más que darlo, otorgarlo o suprimirlo, pero en tal caso hay allí un orden complejo de cuestiones.

M.F.: Esto de la ausencia de sentido en el cuerpo, podríamos decirlo de alguna manera como la causa de sentido, algo así como es el límite de sentido, o es en el límite del sentido donde estaría el sentido como causado

P.B.: Si hay algo que instala en el cuerpo esa ausencia de sentido es el lenguaje mismo. Intenté, a partir de una sugerencia de Lacan, desarmar en cierta forma el sintagma establecido del inconsciente estructurado como un lenguaje, dando lugar a que aquello que cabe para un lenguaje es efectivamente lo propio de una lengua, que sea un lenguaje porque se trata siempre de una lengua.

Un lenguaje introduce por un lado la producción de sentido, la ausencia de un sentido único abierta por la significación, también, el encuentro con una radical ausencia de sentido. Como parásito del lenguaje, el hablante es afectado de diferentes maneras. Al poeta lo lleva a algunas cosas, al neurótico lo lleva a otras, a los analistas a tratar lo que no funciona y a dar cuenta de cómo esto se produce.

M.F.: En esta conocida definición de Lacan del sentido como la copulación del cuerpo con las palabras, de acuerdo a lo que me pareció entender en tu conferencia, sería el sentido, la copulación lo que no anda, en la copulación del cuerpo con las palabras, la falla de la copulación, más que la copulación misma.

P.B.: Es señalar que la copulación de las palabras con el cuerpo en el sentido, no cubre el encuentro fallido con un trozo de real excluido del sentido. El cuerpo cobra voz del inconsciente, es decir de una realidad sexual en la que sustituciones metafóricas, desplazamientos metonímicos, función de suplencia, soportan una cuota de equívoco, de sentidos y vacilaciones de estos, sin que por eso lo sexual pueda ser zanjado en términos de sentido.

M.F.: Ahí la falla como condición de sentido, como que el sentido está más condicionado, o es la falla condición del sentido más que el encuentro.

Es algo así como a causa del mal encuentro, podríamos decir, o del desencuentro del cuerpo con las palabras donde se produciría el sentido o se causaría el sentido

P.B.: Sí. En la cópula del cuerpo con el lenguaje, y todo indica que no es que uno esté hecho para el otro, el sentido es efecto ambiguo. No ahorra al sujeto el apremio de una interrogación que busca detenerse en alguno, o la ilusión de una lengua sin déficit. El encuentro del cuerpo con el lenguaje es parasitario, y así como no hay detención posible de las cambios que afectan a una lengua en el transcurso del tiempo -y esto testimonia que la lengua es lengua habitada por sus hablantes- el cuerpo resulta hablado. La prematuración, la fragmentación del cuerpo se refieren a un mal encuentro.

Pregunta: Dijiste que la interpretación gasta sentido. ¿el gasto del sentido, toca algo del goce?

P.B.: Efectivamente

Comentario acerca del goce y lo real

P.B.: Gastar el sentido con las palabras no está por fuera de tratar lo real por lo simbólico.

El síntoma que incluye al analista aloja goce. Freud encontró que es desde la satisfacción del síntoma que se alzan los obstáculos más tenaces en el análisis. Cómo vérselas con esos obstáculos no recibe otra orientación que la que proviene de la asociación libre, y en ella encuentra la interpretación su ocasión.

La caída del objeto causa del deseo como resultado de la operación analítica apunta a inscribir la eficacia del tratamiento de lo real por lo simbólico.

Comentario inaudible

P.B.: Entiendo que no hay otra manera que no sea por la vía del significante. Tal vez la dificultad haya estado más de una vez, en cómo se hizo de la interpretación otorgamiento de sentido o retención de la palabra en las coordenadas del reconocimiento. La interpretación que supone la asociación libre, ella misma procede por interpretación, da lugar a la vacilación del sentido, conmueve la fijeza del síntoma.

Un gesto viejo en la reflexión de los analistas respecto de la práctica del análisis es considerar que la interpretación es lo que está viejo, y que hay que innovar estratégicamente la técnica.

Me parece que la lectura de Lacan se empobrece si se desestima el múltiple relieve de la interpretación, que es demasiado apresurado cierto gesto que acompañó a la lectura de Lacan en determinado momento, y que hizo de esa lectura consigna de abandonar la interpretación en favor de, por ejemplo, una clínica del acto o una clínica de lo real.

Esas fórmulas obviamente responden a ciertos desarrollos que muchas veces sostienen el lugar de la interpretación. Me refiero a su transformación en consigna erróneamente simplificadora en la que se perdió el papel de la interpretación. Como toda consigna, comanda un hacer, y se resuelve en una habilidad técnica para conseguir un objetivo, habilidad para la que no faltarán escenas que muestren su virtud ejemplificadora.

Nada nuevo en esto, más de una vez, en las formulaciones del psicoanálisis, algún analista siguió una búsqueda semejante, así se destaca en Ferenczi, así también, en Winnicott. Ferenczi en relación a Freud, Winnicott en relación al análisis kleiniano, repensaron la práctica y la acción del analista en términos críticos a la interpretación.

Ante una práctica que desembocaba en análisis interminables, ante cierta urgencia por que se hiciese presente lo que parecía obstinarse en sustraerse de la transferencia, una alternativa ferenciziana es la técnica activa. Frente a la interpretación devenida inyección de sentido proveniente del analista, se propone aquello que el analista ha de saber como un saber acerca de qué hacer, se establece cierta competencia del analista según esté o no dispuesto a exigencias que serían nuevas; en esta orientación encontramos la propuesta de Winnicott.

Entonces, si para Lacan el saber hacer en el que está concernido el analista es el saber hacer con la lengua, es decir, el inconsciente, no se trata de reeditar el mismo gesto. No es el mismo gesto de la técnica activa ferencziana, no es el gesto de una serie de modos activos de intervenir en los análisis por parte de Winnicott.

Lo que hace interminable un análisis no es la consideración del sentido vía significante -porque no hay otra manera de tratar lo real que no pase por ahí- sino independizar erróneamente la interpretación de la operatoria que define la terminación del análisis.

Cuando la interpretación se libra en el corte señalado por el asomo de un lapsus, o por la finalización de una sesión, y produce algo respecto del sentido, la intervención significante pone en cuestión el fundamento de la transferencia.

Pregunta: Cuando hablaste de interpretación, dijiste que se trataba de gastar sentido ¿qué quiere decir esto?

P.B.: Me refería a que la interpretación no alimenta el sentido, no lo otorga, el sentido se alimenta por fuera de la interpretación.

M.F.: Esto que decías que el psicoanálisis se dedica a lo que a propósito de la lengua no anda, y en esta suerte de militancia entre el significante y lo real, me parece que acá ya queda en otro lugar, ya no es transcribible.

P.B.: Bueno, a eso apuntaba efectivamente, a cuestionar una falsa opción como sería la de militar del lado del significante o del lado de lo real. Es más complicado que eso, real, simbólico y también imaginario no se prestan a ser abordados por separado.

Y a propósito de imaginario, les comento una imagen que, desde este lado, se me impone, tengo la impresión de que por ahí parte de lo que dije se parece a esos trozos sin traducción que se introducen en un texto.

Me parece que, en relación a lo que ustedes se proponen, es realmente interesante que a esta altura del año lo conserven con tanto interés como para estar presentes, y que supone el ejercicio de escuchar distintas versiones, acomodarse a por donde anda el otro.

De este lado supone toda la dificultad de pretender, de tratar de que sea seguible algo de eso, y a ustedes los supongo del otro lado frente a esa frase que no se tradujo.

Buenos Aires, 5 de Noviembre de 2002

HOSPITAL DE EMERGENCIAS PSIQUIÁTRICAS "DR. TORCUATO DE ALVEAR"

Notas

1 Desgrabación a cargo de Lic. Gisela Pereira

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