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-Ciclo de Conferencias-
"El Psicoanálisis, hoy"

Conferencia:
"Pluralidad del Otro en la transferencia"
David Kreszes

Nos acompaña hoy, David Kreszes.

Quiero comentarles hoy algunas inquietudes y algún recorrido que estuve haciendo en relación a la problemática del lugar del analista en la transferencia.

El título que provisoriamente propuse era "Pluralidad del otro en la transferencia".

La preocupación surge de ciertos momentos en el análisis en los que de alguna manera el cuerpo del analista se hace presente.

El asunto es que cuando decimos ‘cuerpo del analista’, no sabemos muy bien a qué referirnos. Un avatar es cuando se hace presente el cuerpo natural del analista, por ejemplo como hoy, su cuerpo afectado por la gripe; pero otro, cuando lo que se presentifica es lo que llamaré, extrayendo este nombre de otro contexto, el cuerpo político del analista, su cuerpo soberano, el cual pondremos en relación con nuestro familiar Sujeto supuesto al Saber.

Esto me ha llevado a investigar distintas cuestiones, entre ellas un texto fantástico, ya clásico, no sé si lo conocen, de Kantorowicz, "Los dos cuerpos del rey"2.

Kantorowicz ya murió; escribió sobre todo durante la primera parte del siglo. Emigrado a tiempo de la Alemania nazi, se radicó en EEUU en 1938, donde ocupó primero una cátedra en Berkeley y luego en la Universidad de Princeton. Fue en esta última que escribió la obra que comentamos.

Pero antes de ir a dicho texto, y contarles por qué me parece pertinente para ubicar cuestiones inherentes a la lógica de la transferencia, me gustaría hacerles una mención a un conocido artículo de Freud, "El tema de la elección del cofrecillo", 3 donde Freud, hacia el final, comenta una tragedia de Shakespeare, la del Rey Lear.

Lear, ya viejo, tiene tres hijas y decide adelantar la herencia, adelantar el reparto de bienes y descansar tranquilo, después de una vida de monarca agitada. Entonces, para saber cómo repartir la herencia, le pide a cada una de sus tres hijas, que digan cuánto lo quieren. Se ofrece a la lisonja, a la adulación y dice: - Bueno, las escucho -. Dos de las hijas, las dos mayores, hablan y hablan de lo mucho que quieren a su padre, y cada vez que una de ellas termina su lisonja, Lear le dice: - Bueno, a vos te doy tal parte del reino, con tales bienes, para vos y para tu esposo.

Cuando le toca el turno a la tercera, la hija menor, Cordelia, ésta se queda callada. Dice algunas pocas palabras - no recuerdo cuales -, pero, en principio, es como si se quedara callada, y esto, para el Rey Lear constituye una afrenta y un signo del desamor de esta tercera hija. Entonces deshereda a Cordelia, no le da nada, y finalmente reparte el reino y los bienes de la Corona en dos.

No les cuento todo el argumento. Como ustedes ya anticipan, estas dos hijas que lo adulaban tanto, demostraron ser absolutamente desagradecidas. Una vez que se apropiaron del poder, al viejo Lear lo humillaban, no le daban los soldados que necesitaba para su guardia personal, no lo recibían de visita, etc. Lear se da cuenta tarde; enloquece y la tragedia termina en una escena en la que Lear loco y desnudo, lleva desolado en brazos los despojos mortales de su hija Cordelia, la tercera, la que lo quería de verdad.

Freud toma los consejos que de la obra de Shakespeare se deducen. ¿Cuáles son? Primero, no repartir anticipadamente los bienes. También, no confundir lisonja con buena moneda, es decir, descubrir a tiempo cuando se trata de lisonja, de adulación y cuándo no.

Freud también dice que se deduce de la lectura de la tragedia que el tema fundamental es el desagradecimiento, que es una tragedia del desagradecimiento. Acuerda Freud con esto, pero además de todos estos consejos, y haciendo referencia a un saber ancestral, propone lo siguiente:

"...Una sabiduría eterna, con el ropaje del mito primordial aconseja al hombre anciano, renunciar al amor, escoger la muerte, reconciliarse con la necesidad del fenecer..."

¿Qué está planteando Freud aquí? Por lo menos yo me hago la siguiente pregunta: ¿Quién es el destinatario de este consejo? Bueno, lo sabemos, todos nosotros, lectores, pero también este consejo está dirigido al Rey Lear, que no ha sabido renunciar a tiempo al amor, escoger la muerte, y reconciliarse con la necesidad del fenecer.

Pero, otra vez pregunto: ¿Quién es el Rey Lear? Digo, ¿Se trata de un consejo dirigido a un hombre anciano, al moribundo, al que ya está cerca de la muerte y entonces debería reconciliarse con su inminente llegada, o es un consejo dirigido al Rey Lear en tanto rey? El consejo de Freud, ¿se dirige al rey con minúscula, al hombre, o al rey con mayúsculas, al Soberano? ¿Quién debe escoger la muerte?

Me parece importante esta distinción porque, efectivamente, y como anticipaba al principio en relación al analista, tenemos el cuerpo natural, ese cuerpo que se pudre, ese cuerpo imperfecto que tiene gripe, que se muere, y tenemos el cuerpo de la investidura, el cuerpo soberano del rey. El rey en tanto Rey.

¿Qué lugar tiene la muerte en un análisis? Los analistas se mueren, y esto a veces sorprende muchísimo; cuando uno se entera que un analista conocido se muere, hay como un cierto momento de sorpresa. Ellos, esto es, nosotros, también nos morimos.

Pero un análisis, ¿Tendrá que ver con la aceptación de esta muerte, de que somos mortales y que más tarde o más temprano nos moriremos? ¿O el recorrido de un análisis tiene que ver con la muerte en otro sentido, la muerte en tanto afectando la soberanía del analista, la soberanía del Otro? ¿De qué manera el Sujeto supuesto al Saber puede quedar afectado por la muerte? Cuando un analista se muere, el paciente busca otro analista; por supuesto hay allí desplazamiento, sucesión, uno en el lugar de otro.

Podríamos decir que El Analista -con mayúsculas- sobrevive, se mueren los analistas. El Sujeto supuesto al Saber goza de cierta inmortalidad. Un análisis se interrumpe por avatares de la transferencia y se busca otro analista, pero hay algo del orden de la continuidad entre un análisis y otro; lo que pervive, lo que sobrevive es el Sujeto supuesto al Saber.

Entonces, ¿De qué manera el analista en su función de Sujeto supuesto al Saber puede, según el consejo de Freud, escoger la muerte? Me parece que esto es todo lo complicado de un análisis.

Vayamos entonces al texto de Kantorowicz, "Los dos cuerpos del rey".

Les decía que Kantorowicz se fascina con una ficción que encuentra en la Edad Media, puesta a jugar políticamente por los juristas isabelinos, por los juristas de la época de Isabel I en Inglaterra; contemporáneamente también aparece en Francia.

Hay alrededor del 1500 cierta consolidación de una doctrina, tanto en Inglaterra como en Francia, la doctrina de los dos cuerpos del Rey. Esta doctrina venía a resolver un problema político, que era el de la sucesión, porque, ¿Qué pasaba con los bienes de la Corona, y con la Corona misma cuando el Rey moría? ¿Cómo garantizar la continuidad de la Corona? ¿Cómo garantizar que la sucesión no trajera problemas a los bienes de la Corona? Para elaborar la doctrina de los dos cuerpos del Rey, los juristas isabelinos se basaron en el discurso dominante de la época, la teología cristiana. Para Kantorowicz, sin lugar a dudas, la doctrina objeto de su monumental estudio se enraíza en la idea de la doble y heterogénea naturaleza de Cristo.

Les leo un párrafo citado por Kantorowicz:

"El Rey tiene en sí dos Cuerpos, un cuerpo natural, y un Cuerpo político. Su Cuerpo natural (considerado en sí mismo) es un Cuerpo mortal y está sujeto a todas las Dolencias que provienen de la Naturaleza y del Azar; a las Debilidades propias de la Infancia o la Vejez, y todas aquellas Flaquezas a las que están expuestos los Cuerpos naturales de los otros hombres. Pero su Cuerpo político es un Cuerpo invisible e intangible, formado por la Política y el Gobierno, y constituido para Dirigir al Pueblo y para la Administración del bien común, y en este Cuerpo no cabe ni la Infancia ni la Vejez ni ningún otro Defecto ni Flaqueza natural a los que el Cuerpo natural está sujeto, y por esta Razón, lo que el Rey hace con su Cuerpo político, no puede ser invalidado ni frustrado por ninguna de las incapacidades de su Cuerpo natural."

Fíjense que es muy simple la doctrina y fue muy eficaz para solucionar el problema de la sucesión, por otra parte tan caro al psicoanálisis, por supuesto en relación a la lógica de la transferencia, a lo que ocurre en un análisis, y a la lógica inherente a la paternidad y a la filiación. ¿Qué de la sucesión? ¿De qué manera la sucesión? ¿Cómo la entendemos?

Para los juristas isabelinos, el cuerpo natural se subordinaba al cuerpo político, al cuerpo soberano del rey; es decir, mientras el rey vivía, las cualidades del cuerpo natural, sus leyes, quedaban de alguna manera subordinadas al cuerpo político. El problema surgía cuando se moría, cuando devenía la muerte. Entonces ellos dicen así: - La muerte del rey, no es la muerte del Rey. A la muerte del rey, dicen los juristas isabelinos, debemos llamarla la sucesión, porque a ella sobreviene la división de los dos cuerpos -. Es en ese momento en el que se patentiza la presencia de los dos cuerpos. En fin, ¿qué es la sucesión? Simplemente la transferencia del cuerpo político desde un cuerpo natural a otro cuerpo natural. ... Se muere un analista, el sujeto supuesto al saber se transfiere a otro analista.

Demise, en inglés, quiere decir, no sólo sucesión, también legado, y asimismo, quiere decir muerte o defunción. Es un término legal que significa transmisión, cesión, legado póstumo, sucesión, a la vez que muerte o defunción.

Imagínense ustedes, falleció el rey, se pone en juego la sucesión. Mientras tanto, hasta que el nuevo rey asume, ¿qué pasa? Tenemos allí una suerte de vacío, de interregno complicadísimo, porque ese vacío atenta contra la continuidad de la Corona, de la soberanía. Bueno, los juristas isabelinos, pensando en esto inventaron varias cosas.

Primero. Antes de que la sucesión fuera dinástica, antes de que el sucesor fuera el hijo mayor del rey, propusieron lo siguiente: ese vacío, el tiempo que mediaba entre que moría el rey y la asunción del siguiente era ocupado ficcionalmente por Cristo. Cristo era interrex, término latino que significa "el rey que está entre", el que reina en ese espacio que se abre entre la muerte de uno y la asunción del otro. Era Cristo allí el garante de la continuidad de la Corona hasta que se lograba atravesar esa discontinuidad que se abría con la muerte del soberano.

Después, con las sucesiones dinásticas la cosa fue más simple dado que la muerte del rey automáticamente investía de soberanía al hijo del rey. No hacía falta entonces ni siquiera alguna ceremonia para investirlo. Automáticamente, a la muerte del padre, el hijo quedaba ubicado en el lugar del rey. Con lo cual no había vacío y se lograba sortear este inconveniente.

Yo les decía antes que esta problemática tenía que ver con la paternidad y con la filiación. Es interesante advertir cómo interpretaban la sucesión los juristas isabelinos. La interpretaban como pura continuidad y tomaron elementos de la doctrina del Derecho de sucesiones que había recopilado el emperador Justiniano, si no recuerdo mal, allá por el siglo V o VI después de Cristo. Estamos en el 1500, pero diez siglos antes, los romanos ya planteaban un derecho de sucesión muy particular en el cual, padre e hijo, eran ficcionalmente la misma persona.

En otros términos, había una ficción que homologaba al padre y al hijo, no había discontinuidad entre ellos. La sucesión estaba planteada como pura continuidad; había una continuación de dominio entre padre e hijo.

El predecesor y el sucesor aparecen homologados y esto llevó a considerar al monarca como una suerte de ave Fénix. Al soberano en Francia a veces se lo llamaba Le Petit Phénix, el pequeño Fénix.

Ustedes saben que el Fénix es un ave mitológica que renace de sus cenizas, es decir, que como especie es inmortal y como individuo es mortal. El ave Fénix es el único individuo de la especie. Entonces, muere como individuo, pero inmediatamente renace de sus cenizas asegurando la continuidad de la especie. Hasta se puede decir que es heredero de sí mismo.

Fíjense, nuevamente, no hay discontinuidad en la sucesión; hasta en estas figuras que toman los juristas isabelinos para caracterizar al soberano está presente la apuesta irreductible a la absoluta continuidad. Continuidad entre padre e hijo, continuidad entre el monarca y su sucesor, continuidad del Fénix consigo mismo.

Ahora bien, ¿dónde está ubicada la muerte, esa que tratamos de delimitar al principio? Fíjense que se le hace un lugar a la muerte, pero se la relega a un cuerpo, preservando al otro. Un cuerpo, el cuerpo natural, es el afectado por la muerte, podemos decir, triunfo de la muerte; y el otro cuerpo, el cuerpo soberano, el cuerpo político, no queda afectado por la muerte, es inmortal, y allí hay, entonces, triunfo sobre la muerte .

Continuidad y discontinuidad están ubicadas entonces en zonas separadas. La sucesión es interpretada como pura continuidad y si algo de la discontinuidad irrumpe -la muerte es discontinuidad-, será reservada para el cuerpo natural, pero de ninguna manera para el cuerpo político.

Esto se ve fantásticamente reflejado en los rituales funerarios de la época. ¿Cómo se imaginan ustedes que se hacían estos rituales funerarios cuando moría el rey? Resulta interesante describir de qué manera se le hacía lugar a los dos cuerpos del rey en el funeral. Fíjense lo que inventaron. Por supuesto, el cuerpo natural del rey estaba en el cajón, era el cuerpo que había sido afectado, corrompido por la muerte.

¿Y el cuerpo soberano? La gente de aquella época inventó una efigie, a imagen y semejanza del rey, vestida con todos los atributos de la realeza, con el manto real, con la corona, con el cetro. Esta imagen se colocaba sobre el féretro. Entonces, el cuerpo natural era el que iba a "su último destino" de la mano de la muerte; en cambio, el cuerpo político sobrevivía y era ensalzado. Es decir que el funeral, en realidad, se dividía en dos: se lloraba la muerte del cuerpo natural pero se vivaba y se ensalzaba en el mismo funeral al inmortal cuerpo político.

Ustedes tendrán presente la frase: Muerto el rey, ¡viva el rey! Muerto el rey con minúsculas, viva el Rey con mayúsculas. De allí viene esta frase paradojal. Es más, ¿cómo se vestía la gente? Los condolientes, los que venían a llorar al rey en su cuerpo natural, estaban por supuesto vestidos de negro y eran los que estaban tristes, pero los magistrados, los presidentes de los parlamentos, los que se llamaban los Justicia, los encargados de hacer justicia, venían al funeral vestidos con la toga roja, porque justamente la justicia era inmortal; tampoco la Corona y la dignidad del monarca habían muerto, y en virtud de ello no había que llorarlas. Fíjense esta dicotomía en los funerales, así que muerto el rey, ¡viva el Rey! ....Muerto el analista...

Quiero comentarles muy brevemente - el tema es complejo, no importa demasiado que lo hagamos hoy-, una polém ica que instala Giorgio Agamben en su libro "Homo Sacer" 4, de no tan reciente aparición pero que ha provocado mucha polémica.

Agamben también se refiere a lo mismo que Kantorowicz, es decir, pone en estudio la soberanía, pero a diferencia del segundo, para quién lo importante era la perpetuidad de la soberanía, - fíjense que todo lo que yo he dicho tiene que ver con cómo garantizar la continuidad, la perpetuidad del soberano y de la Corona-, para Agamben, en su discusión con Kantorowicz, lo fundamental de la soberanía es su absolutismo, su carácter absoluto.

Teóricos de la soberanía han acentuado ambas cuestiones, tanto la perpetuidad como lo absoluto de la soberanía.

Kantorowicz se dedica a acentuar la perpetuidad; en cambio, a Agamben le interesa acentuar lo absoluto de la soberanía. ¿Por qué? Porque eso lleva agua para su molino que es caracterizar el núcleo de la ley como bando soberano. Lo característico del bando soberano es su inapelabilidad: deja al destinatario del mismo en un estado de absoluta exposición, de absoluta desnudez, de absoluto desamparo.

Al destinatario de la soberanía, Agamben lo llama homo sacer, hombre sagrado, alguien absolutamente expuesto - como les decía - al poder del soberano, matable, asesinable, sin que medie ningún ritual ni ceremonia, ni en el campo del derecho, ni en el de la religión. El homo sacer es directamente suprimible, dado que está absolutamente subordinado al poder del soberano.

El asunto es que - insisto con esto - para Agamben, ley y bando soberano son en cierta manera homologables, con lo cual, su planteo político será ir más allá de la ley, dado que la ley produce esta figura del homo sacer en el destinatario.

Agamben es un intelectual que milita activamente en la política italiana. Sus propuestas son de alguna manera anarquistas, y propone explícitamente ir más allá de la ley – insisto - porque la ley le queda del lado de la soberanía, del poder absoluto.

Pero fíjense, tenemos la soberanía, con sus dos características: su perpetuidad y su absolutismo. Mi propuesta es que ahora emparentemos al Sujeto supuesto al Saber con el soberano, con su poder absoluto y perpetuo.

En el despliegue de un análisis, vamos a advertir la emergencia de otro cuerpo. A ese otro cuerpo, que no es el cuerpo natural, lo voy a llamar cuerpo de ley, un cuerpo que irrumpirá en el análisis, no separado del cuerpo político, a caballo del cuerpo político, a caballo del Sujeto supuesto al Saber pero en exceso respecto del Sujeto supuesto al Saber, y, cuyas consecuencias van a ser, efectivamente, que el cuerpo político sea afectado por la muerte, esa que había quedado de lado, afectando solamente al cuerpo natural.

Vamos a poner de la mano de lo que llamo el cuerpo de ley, la operación de depuesta, de destitución, de erosión del sujeto supuesto al saber.

Para esto, si me permiten, hago otro rodeo, en realidad dos: Uno por la antigüedad y otro por la época del surgimiento del llamado tratamiento moral, a manos de Phillippe Pinel.

En cuanto al primer rodeo, voy a hablar de dos personajes de la antigüedad, del oráculo y del profeta. En principio, cuando uno escucha estos dos nombres, lo primero que piensa es que son homólogos, que se superponen. ¿En qué sentido? Tanto el oráculo como el profeta disponen de un saber sobre el pasado y sobre el presente, pero sobre todo sobre el porvenir. El oráculo sabe lo que va a pasar, y lo enuncia, por supuesto siempre de manera ambigua y equívoca.

Ustedes saben que siempre es necesario interpretar los oráculos, que éstos nunca son del todo claros. Esto los salvaguarda; siempre se puede decir: - No lo interpretamos bien -; pero hay allí una suposición de saber, importantísima, respecto al pasado, al presente, pero sobre todo al futuro.

El oráculo es griego. El profeta tiene otro origen, se enraíza en la tradición hebrea. El asunto es que el profeta clásico - por lo que pude investigar -, no tiene absolutamente nada que ver con este saber oracular del personaje griego.

El profeta no era bien visto ni por el soberano ni por el pueblo; fustigaba al pueblo y al soberano. Su función era recordar la ley. Daba advertencias proféticas, utilizando, no simplemente el futuro - el futuro es un tiempo fundamental de lo oracular: pasará tal cosa, matarás a tu padre, te acostarás con tu madre - ; el tiempo del profeta es el futuro condicional, donde si tal cosa, pasará tal otra. Hay una advertencia profética, no hay certidumbre en lo que advendrá, simplemente un recordatorio de la ley.

Es interesante porque el enunciado oracular desresponsabiliza, dado que no implica un llamado al Sujeto, una cita del Sujeto, sino que le anticipa, haga lo que haga, lo que va a suceder. Es decir, que pone fuera de juego cualquier jugada incalculable. Está todo calculado de antemano, allí la determinación es férrea y absoluta; los dioses lo han determinado de entrada.

Del lado del profeta, esto no es así. Algo de la incertidumbre está presente en los enunciados de este tipo de personaje, del profeta clásico.

Paso al otro momento. Vamos a la Revolución Francesa, a la institución del asilo en Francia. Ustedes saben que todo esto está comentado, teorizado por Foucault, en "La Historia de la Locura"; tienen allí un texto fantástico sobre el nacimiento del asilo.

Foucault escribe allí que el tratamiento moral consagra la apoteosis del personaje médico. Apoteosis quiere decir divinización, el pasaje al campo de lo divino de un héroe, de un hombre. Lo que Foucault encuentra en la inauguración del tratamiento moral de Pinel es una suerte de operación que diviniza al médico.

Foucault dice cosas muy interesantes sobre Pinel. Plantea que inauguró un microcosmos judicial en el asilo, es decir, que le sobreimpuso a la escena asilar médica, un microcosmos judicial. En otros términos, que las medidas terapéuticas se convirtieron en elementos de castigo. Por ejemplo: la ducha fría que se usaba tanto en aquella época, dejó de ser una medida terapéutica para convertirse en instrumento de castigo. En consecuencia, el loco era acusado por su locura, responsable de ella. Fíjense como varía, se torsiona absolutamente la escena asilar.

Me topé hace un tiempito con un interesante texto en una recopilación de artículos sobre Foucault. El libro salió con el título "Pensar la Locura. Ensayos sobre Foucault".

Creo que fue un coloquio que se hizo en Francia, no me acuerdo en qué año, dirigido por Roudinesco. Allí hay un artículo de dos franceses, Postel y Bing, que de alguna manera, plantean cosas distintas a Foucault y que me sirven para terminar de desplegar lo que quería traerles a ustedes.

Estos dos autores dicen que, en realidad, no había un solo personaje en el asilo, no era el médico un personaje único, sino que había dos personajes fundamentales en el tratamiento moral: uno era el médico, efectivamente, y el otro era el conserje.

El médico, ¿qué función tenía? Diagnosticar, establecer las medidas terapéuticas. El conserje era, a diferencia del médico, el representante de la ley en el asilo; era quien, tanto individual como institucionalmente ponía a jugar la legalidad presente en el asilo. El conserje de Pinel se llamaba Pussin y, en realidad, muchas de las publicaciones de Pinel tienen que ver con los relatos del conserje, que era quien estaba en directa relación con los enfermos.

Postel y Bing se interrogan sobre los avatares ocurridos con posterioridad al fallecimiento del conserje de Pinel en 1811. Bueno, ¿quién lo sucedió a Pussin? Lo sucedió el famoso Esquirol, quien viene al lugar del conserje. Sin embargo, al poco tiempo quedan unificadas las dos funciones y Esquirol aparentemente asume ambas. En realidad lo que hace es suprimir el lugar del conserje y, eso fue, para estos dos autores, el verdadero final del tratamiento moral.

El tratamiento moral se sostuvo mientras había esta división de funciones entre el soberano médico y el conserje, en tanto esta tensión entre ambos estaba presente en el asilo. Cuando se disolvió esta división, cuando se unificó, cuando el personaje se hizo uno, ese fue el fin del tratamiento moral, y es ahí donde ambos autores ubican la verdadera apoteosis del personaje médico, su divinización -conjuntamente con la declinación del tratamiento moral-, sólo que 25 años después de la fecha situada por Foucault.

Foucault plantea la apoteosis del personaje médico durante el tratamiento moral, al principio, mientras que estos dos autores colocan la apoteosis al final, cuando el médico y el conserje se vuelven una sola persona. Por lo tanto, el tratamiento moral se convirtió en pura pedagogía médica, y dejó de presentificar - esto que estoy tratando de rescatar, que me parece absolutamente central en cualquier análisis - la puesta en juego en la transferencia de lo que llamo, el cuerpo de ley.

No sólo en Francia tuvo lugar el tratamiento moral. En Inglaterra había un tal Willis, al que llamaban el duplicate doctor, el doctor doble, porque el tipo tenía a su cargo ambas funciones pero sin confundirlas: por momentos hacía de médico y por momentos hacía de conserje.

Esquirol no fue un duplicate doctor. Lo que hizo fue suprimir la función del conserje. En resumidas cuentas, encuentro, tanto en la función del conserje como en las intervenciones del otro personaje del que les he hablado, el profeta, lo que llamo cuerpo de ley. No digo que el psicoanalista termine convirtiéndose ni en un profeta ni en un conserje, pero sí que debemos anoticiarnos de las funciones que tenían estos dos personajes.

Entonces, ¿qué es el cuerpo de ley? ¿Qué es ese cuerpo que, les decía yo antes, tiene la función de hacerle un lugar a la muerte, de afectar el lugar del Sujeto supuesto al Saber?

El cuerpo de ley es un cuerpo pulsional, es el cuerpo pulsional del analista en tanto Otro; esto quiere decir, que voz y mirada están concernidas, la Voz y la Mirada del analista.

Cuerpo de ley significa, también, tomar al Superyó por su envés.

No sé si ustedes recuerdan, Lacan desde el primer seminario habla del Superyó. Allí dice que " el Superyó tiene relación con la ley, pero es a la vez una ley insensata, que llega a ser el desconocimiento de la ley". Y agrega: "el superyó es simultáneamente, la ley y su destrucción".

Debemos entonces preguntarnos: ¿cuál es el estatuto de la ley? ¿Qué es lo fundamental que la ley pone a jugar? Me parece que es lo que antes llamaba la cita del sujeto, la llamada, la puesta en juego de la segunda persona del singular, el cual es el único significante que llama al sujeto: el .

Ustedes saben que del lado del fantasma tenemos siempre la tercera persona, el sujeto ocupa el lugar del objeto. De alguna manera, lo que se ha dado en llamar el atravesamiento del fantasma, supone poner en tensión fuerte, la segunda y la tercera persona. En resumen, producir la llamada, producir la cita del sujeto, producir la interpelación del sujeto. Esa interpelación en un análisis es pulsional, viene de la mano de la voz y de la mirada, pero no como en la lógica del Superyó, como exigencia de goce, en tanto éste hunde sus raíces en el Ello. El Superyó es pulsional; pone a jugar una exigencia de goce ofreciéndose el sujeto en una escena masoquista.

El cuerpo del analista como cuerpo de ley supone un pasaje, una torsión de esa exigencia de goce en interpelación. Interpelar es requerir una respuesta y el único que puede responder es el sujeto. Por eso, el cuerpo de ley supone - como les decía antes - la cita, la llamada del sujeto, una suerte de convocatoria, y eso siempre se produce del lado de los objetos pulsionales, siempre es Voz y Mirada.

Es decir, que en las interpretaciones, en las palabras del analista, no importa lo que diga, debe resonar enunciativamente la ley en este sentido: La ley como llamada, una suerte de "tú debes", no una orden. La orden queda del lado del Superyó pero sí el mandato, "tú debes..." , como mandato, como delegación.

Y entonces, retomo lo de la sucesión. Si la transferencia comporta una suerte de interpretación de la sucesión como pura continuidad, si la transferencia es uno de los nombres de la continuidad y, de alguna manera, pone fuera de juego la sucesión, la puesta en juego del cuerpo de ley del analista, hace de la transferencia real sucesión. ¿Y que implica esta real sucesión? Que el analizante pasa al lugar del analista, pasa a poder ocupar esa función. Es decir, que están en juego allí tanto la continuidad como la discontinuidad, pero, paradojalmente imbricadas.

Recuerdan que en la doctrina de los dos cuerpos del rey, la continuidad quedaba del lado del cuerpo polí tico y la discontinuidad del lado del cuerpo natural; es una manera de sortear la paradoja de la sucesión. La sucesión, la transmisión, implican al mismo tiempo continuidad y discontinuidad, ligadura y desligadura. Si hay transmisión, digámoslo así, hay ligadura a la falta, ligadura a la falta de ligadura.

En otras palabras, la transmisión no es una operación natural; la sucesión no es una operación natural que asegura la continuidad, sino que pone a jugar esta paradoja, ligadura y desligadura. Y eso es lo que se actualiza en la operación analítica.

No importan tanto los enunciados que el analista da, más o menos certeros respecto de lo que esté en juego allí, sino la resonancia enunciativa del "tú debes...", la interpelación que proviene del campo del Otro, del otro pulsional, y tiene por destinatario al sujeto.

Si en una análisis solamente están presentes el cuerpo natural del analista y su cuerpo soberano, lo que tenemos es la psicoterapia. La psicoterapia consolida estos dos cuerpos. Pero aquello fundamental que hace a la emergencia del sujeto que es la caída del Otro, su división, su inconsistencia, eso sólo puede ocurrir, si en el análisis emerge esto que llamaba cuerpo de ley.

 

Pregunta: Tengo dos preguntas. Una en la línea de esto que vos planteabas como cuerpo de ley en el análisis, donde se conecta transmisión y psicoanálisis, en este pasaje de analizante a analista, donde algo de la transmisión aparece como inherente a la tarea del analista, y la otra, con respecto al lado pulsional del analista: Voz y Mirada.

Hubo durante mucho tiempo esta idea de que era un problema mencionar el tema de la mirada, me gustaría que te refieras a ¿en qué consiste esta mirada?

D.K.: Empiezo por lo segundo. Ya para Freud, en Pulsiones y sus destinos, las pulsiones se singularizan por el hecho de que en gran medida hacen un papel vicario unas respecto de las otras, pudiendo intercambiar con facilidad sus objetos. Esto quiere decir que una voz puede mirar o una mirada puede invocar. Ante cierta fijeza de la mirada, uno puede decir ¿qué me está diciendo? Por otra parte, Freud ha insistido bastante, por ejemplo en el historial del Hombre de los Lobos, acerca de la intrincación de la mirada y de la voz. El complejo de castración cristaliza en la confluencia de lo oído y lo visto, de la amenaza con la visión de los genitales femeninos. Esta intrincación entre voz y mirada que encontramos en la neurosis no se produce en la psicosis.

Otra cosa es, del lado de la mirada, la prevalencia de lo imaginario. Me parece que a esto se apunta cuando se intenta en un análisis despejar de la escena dicha prevalencia para privilegiar la asociación libre. Me parece que la articulación entre voz y mirada puede por supuesto, conducir al campo del Superyó o a su envés. Es allí, en las cercanías del Superyó que opera el analista.

El Superyó cabalga entre la ética y la moral, tiene un pie en la ética y otro en la moral. El Superyó implica un haberle dado el Sí a la interpelación que proviene del campo del Otro. Pero además tenemos la torsión que hace de la ley –como decía Lacan- una ley insensata y que llega incluso a ser el desconocimiento de la ley. Estamos allí en el campo de la moral, esto es, el Superyó ordenando el goce. Insisto: esta torsión tiene por condición el haberle dado el Sí a la Ley, y esto quiere decir, haberle dado el Sí a la llamada del Sujeto, la cual siempre proviene del campo del Otro.

Pregunta: ¿Cómo sería pensarlo como su envés?

D.K.: La ley anuda imperativo y llamado. Es sobre este anudamiento que opera la lógica del Superyó neurótico.

Mencioné antes el "tú debes". El " tú debes" implica un imperativo. Pone a jugar un imperativo, pero dado que se formula en segunda persona se le cede en acto la palabra al sujeto.

El sujeto no puede más que acudir al "tú debes" interpretando, tomando posición. Advertimos entonces que la puesta en juego del "tú debes" implica cierta soberanía, pero con características paradojales, en tanto es una soberanía que se autoatraviesa en su mismo despliegue. Por el contrario, el soberano no le da la palabra al destinatario del bando que emite.

La enunciación de la ley le da la palabra al sujeto. La ley, para ser ley, tiene que ser enunciada en segunda persona. Cuando la ley se enuncia en tercera persona, entramos en el campo del derecho. Aquí se vuelve pertinente hacer una diferencia entre Ley y Derecho.

Hanna Arendt comenta en su libro dedicado al juicio de Eichmann en Israel, que el ideal de Hitler era que no hubiese más juristas en Alemania, pero no que no hubiese Derecho. ¿Cuál es la labor de los juristas? La interpretación. La propuesta nazi era efectivamente la producción de un derecho sin ley, esto es, sin interpretación.

El Superyó hace de esa ley, la que anuda imperativo y llamado, un imperativo de goce. El Superyó en la neurosis es una Ley hecha Derecho, es un imperativo desarticulado del llamado. Por supuesto que también participa lo pulsional, voz y mirada, pero como exigencia de goce, como orden insensata, como nunca suficiente, como una demanda siempre renovada dirigida al sujeto, que nunca está a la altura.

Dicho de otro modo: la ley produce al sujeto como responsable, porque le dice: - Tú debes -. ¿Qué "tú debes" ? "Tú debes..." puntos suspensivos.

Freud escribe que nacemos deudores. Y bien, la neurosis no es sino una apuesta a intentar desconocer dicha deuda, la cual no es sino una deuda de respuesta, una deuda frente al "tú debes". Del lado del Superyó tenemos esta torsión que hace de la responsabilidad, culpa, de la cual se goza fantasmáticamente, ofreciéndosela como alimento sacrificial al Superyó. De esta estofa está hecha la neurosis.

En ese sentido planteaba que cuerpo de Ley se ubica en el envés del Superyó, actualiza la ley como tal, su estructura de llamada.

Entonces, escoger la muerte, del lado del analista, no es saber que se es mortal. La caída de la transferencia, la erosión del Sujeto supuesto al Saber implica producir en el campo del cuerpo soberano, en el cuerpo político, en el cuerpo del Sujeto supuesto al Saber, ese otro cuerpo en exceso, suplementario, el cuerpo de ley.

Comentario inaudible

D.K.: El analista no opera en tanto sujeto, por eso me gusta decirlo así, que opera como cuerpo de ley.

Volviendo a lo desarrollado acerca de la doctrina de los dos cuerpos del rey, resulta interesante un encuentro lingüístico. El término inglés que Kantorowicz recoge de los juristas isabelinos para dar cuenta de la sucesión es demise. Existe un término francés démise que se traduce como depuesta.

Me resultó interesante la contraposición y la correlación de estos dos términos homógrafos - se escriben igual-, aunque con distinta pronunciación: la sucesión ligada a la depuesta, a la caída.

Me parece interesante el encuentro porque la sucesión supone tanto algo del orden de la continuidad, como así también de una cierta discontinuidad violenta, presente en el término depuesta, como cuando se dice: lo depusieron al rey, lo destronaron. Algo del destronamiento es inherente al final de análisis.

Comentario: Se habla también de deposición...

D.K.: Deposición es interesante, lo usamos en relación a la caída y también respecto a la deposición fecal, es una caída en forma.

Comentario inaudible

D.K.: El analizante habla siempre como hijo en el análisis, no hay otra posición en el análisis más que la de hijo. Un fin de análisis supone ese pasaje de analizante a analista e implica la asunción de cierta paternidad.

De ninguna manera ahí podemos decir que padre e hijo son lo mismo, como planteaba el derecho romano de la época de Justiniano. No hay ninguna continuidad, y sin embargo, algo de la continuidad está en juego. ¿Cuál? La continuidad es la continuidad de la transmisión, pero ¿qué es lo que se transmite? No se transmite ninguna otra cosa más que el acto mismo de transmitir.

Legendre tiene un libro que se llama El inasible objeto de la transmisión. Efectivamente es inasible; lo que se transmite es el mismo acto y en el acto, hay continuidad y discontinuidad.

Lo que has heredado adquiérelo para poseerlo, la famosa y tan remanida frase que Freud extrae del Fausto de Goethe, nos informa que la herencia no supone ninguna continuidad de orden natural, ninguna automaticidad.

Retomando el tema de la sucesión, Yan Thomas, medievalista francés actual, escribe que para el derecho romano el hijo no toma el lugar del padre, porque ficcionalmente ya lo era de manera anticipada. No es que toma algo que le viene del padre sino que toma algo que le era propio, sólo que tuvo que esperar, esperar en el sentido de que él ya era aquel a quien sucede. Esto sucedía automáticamente a la muerte del padre, porque el padre era soberano en Roma hasta su deceso. El hijo estaba realmente expuesto, como dice Agamben, como homo sacer al padre. El padre romano era dios y señor.

Pregunta con respecto a si había sucesión en Agamben

D.K.: Él no se dedica a tematizar la transmisión o la sucesión. Agamben propone, para afectar la soberanía, ir más allá de la ley.

Lo que estoy diciendo es que la afectación de la soberanía tiene que ver con la enunciación misma de la ley. No hay que ir más allá de la ley, es del lado de la ley que se produce la afectación de la soberanía, de su condición tanto perpetua como absoluta.

Por eso me parece que es interesante esta interlocución con Agamben, porque las consecuencias que extrae son opuestas. Explícitamente dice: - Debemos ir más allá de la ley porque la ley en este punto es desastrosa -, ¿qué hace la ley en tanto bando soberano? Produce soberanos, los que detentan el poder, y produce homini sacri, hombres sacros, que son aquellos que están expuestos al poder soberano.

Da como ejemplo, como modelo de homo sacer, al judío de la época del nazismo, exterminado como nuda vida.

Recuerdan que yo decía que el homo sacer era matable sin que mediara ningún ritual, simplemente porque estaba subordinado al poder soberano que hace con él lo que quiere. No es porque sea culpable de algo. Entonces él escribe: no fueron inmolados los judíos en un sacrificio ritual, sino que fueron exterminados como ratas, como pura vida biológica, como nuda vida. Para él el homo sacer es producto de la pura forma de ley. Es muy fuerte el planteo.

Pregunta sobre esto que queda como "pegado" entre el padre y el hijo, si puede ser pensado desde un punto de vista estructural, más precisamente en la psicosis.

D.K.: Bueno, esta es una herramienta ficcional que utiliza el derecho romano, compilado por Justiniano, el derecho de sucesiones.

La ficción de continuidad entre padre e hijo, de alguna manera la abonamos todos, esa es una reserva narci sista que tenemos, de continuarnos en nuestros hijos. Podemos leer esto en Freud, ..... pero no, del lado de la psicosis, no te sigo.

Pregunta: ¿por qué sagrado?

D.K.: Agamben resalta bastante, y esto es así del lado de los romanos, quién era catalogado de sacer, de sagrado. El sacer quedaba en una suerte de umbral entre la vida y la muerte, pasaba a otro espacio; quedar incluido en ese espacio sagrado implicaba el quedar absolutamente expuesto al poder divino.

Por ejemplo: alguien hacía un juramento para que la ciudad se salvara del ataque de los enemigos. Ese juramento implicaba el ofrecimiento de su vida para que los dioses defendieran la ciudad. El que juraba iba a la batalla. Si la ciudad se salvaba y quedaba vivo, permanecía en una situación absolutamente difícil, porque al hacer ese juramento, había pasado a un espacio sagrado, quedando subordinado al poder divino. Entonces ya no era un hombre como todos, no había muerto pero tampoco podía estar entre los vivos. Se resolvía la situación incinerando una suerte de efigie de ese que dio el juramento, de manera tal que era la efigie la que, representando al sacer, cumplía el juramento. El que había jurado, ya liberado, podía entonces retornar al campo profano. El campo de lo sagrado, de lo sacer, es un campo que umbilica la vida y la muerte.

Comentario: Lo sagrado tiene que ver con el sacrificio

D.K.: Sí, es cierto, pero Agamben, cuando habla de homo sacer, dice que éste no puede ser matado en un contexto ceremonial. Lo sacrificial es ceremonial, lo sacrificial es destinado a los dioses. El homo sacer está absolutamente subordinado al poder soberano sin que medie ningún intercambio ritual ni ninguna ceremonia.

Pregunta con respecto a la referencia a lo sagrado, al envés del Superyó, el pasaje de analizante a analista y ese lugar vacío. En esa vuelta del Superyó no se está completando ese lugar vacío con otro discurso, a la manera de una cosmovisión.

D.K.: ¿Vos decís que en este planteo que hoy he desarrollado, en el que le hago un lugar a lo que llamo cuerpo de ley, cuerpo pulsional del analista como envés del Superyó, se vislumbra una cosmovisión?

Me parece que no. Por lo menos el desarrollo que yo traté de hacer me lleva a considerar que no. Se trata de otra cosa, justamente una operación de vaciamiento del ser. El llamado al sujeto va en dirección contraria con la consolidación del ser, de la sustancia del ser.

La presencia del superyó supone dotar al ser de consistencia, me parece que la presencia disruptiva de lo que llamo cuerpo de ley arruina dicha apuesta a la consistencia y está desde el principio en el análisis.

El analista no rechaza la transferencia, acepta ocupar el lugar del Sujeto supuesto al Saber y desde ese lugar se produce en exceso, como suplemento, el cuerpo de ley. No es a partir de un rechazo de la transferencia, es un trabajo de erosión de la transferencia.

Ya que hablamos de los oráculos..... No era así de sencillo en Grecia ir y recibir un oráculo. Había que saber si el oráculo estaba dispuesto a producir el enunciado oracular. Entonces, para saber eso los griegos agarraban a una cabra y le echaban agua fría; si se conmovía, si entraba en convulsiones por el agua helada, eso quería decir que el oráculo estaba dispuesto, era una señal de disposición del oráculo. Si no le pasaba nada a la cabra, entonces eso quería decir que por el momento no había disposición del oráculo a oraculizar; entonces se iban y volvían otro día.

El analista debe dar señales de que está dispuesto y por supuesto entra como oráculo en la escena, en tanto tiene de su lado el campo del saber. Pero tiene que dar señales de estar dispuesto a transferir algo de ese saber, sino el analista es una esfera, se agota en sí mismo.

Muchas veces, las boludeces que uno dice al principio de un análisis, no sé si a ustedes les pasa, las idioteces que uno dice, tienen a veces la función, la señal de , hay disposición, hay analista. Lo que eso dice, no importa qué, es: hay analista, se ha corporizado el analista. Pero ya desde el principio debe operar este cuerpo de ley en exceso.

Ahora, no es que al fin de análisis se llega transcurridos cierta cantidad de años. El fin no deja de estar en el principio.

Pregunta con respecto a la psicoterapia.

D.K.: Eso es lo que ocurre en un análisis, hay cuerpo natural y hay cuerpo soberano. Al cuerpo soberano del analista, Lacan lo llamaba sujeto supuesto al saber.

Lo que digo es que si todo transcurre entre estos dos cuerpos, lo que hay es psicoterapia, no hay análisis. Es decir, el análisis implica la emergencia de este otro cuerpo, pero que hunde sus raíces en el cuerpo soberano, en el cuerpo político, pero lo excede, porque uno dice, la ley es soberana, efectivamente, pero yo acentuaba que esa soberanía es paradojal, es una soberanía que se autoatraviesa, porque el soberano no le da la palabra al destinatario del bando, el soberano dice y se terminó, no es a ver como el otro interpreta, el soberano tiene la última palabra.

Lo paradojalidad de la soberanía del analista es que rehusa tener la última palabra, es decir, que le cede la palabra al sujeto. "Tú debes", ese imperativo enunciado en segunda persona, lo que hace es cederle la palabra, es esto finalmente, ¿Qué otra cosa es un análisis? Que el sujeto responda a la segunda persona del singular, al tú debes...

Buenos Aires, 6 de agosto de 2002

HOSPITAL DE EMERGENCIAS PSIQUIÁTRICAS "DR. TORCUATO DE ALVEAR"

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