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-Ciclo de Conferencias-
"El Psicoanálisis, hoy"

Conferencia:
"El psicoanálisis no es un gadget"
Daniel Larsen

Si bien este significante -"El psicoanálisis hoy"- ha aparecido en otros momentos, en otras oportunidades, en títulos de libros, congresos, etc. (recordemos que, Lacan tomó como interlocutores, en una parte de su enseñanza2 a los psicoanalistas postfreudianos -de los que dijo que prefería no nombrarlos- nucleados alrededor de una publicación que se llamó "La psychanalyse d aujourd hui"), nunca como en estos momentos ha cobrado el significado tan particular que posee.

Observemos que no es lo mismo decir "El psicoanálisis de hoy" (u otra variante parecida) que "El psicoanálisis hoy", frase que suena compacta, a la manera de una holofrase que, condensación mediante, hace recaer todo el peso de su sentido sobre el significante "hoy". Un "hoy" que nos interpela, en la medida que la mayoría de las cosas que están sucediendo, que estamos viviendo, a cualquier nivel, incluyendo nuestra clínica, rebasan nuestras posibilidades de entendimiento.

Nuestros conceptos, nuestras teorías, ya no nos alcanzan para dar cuenta de esta realidad. Es como si no estuviéramos preparados, o como si nos hubiéramos preparado para otra cosa, para otra realidad, para un mundo que ya no existe o está en vías de extinción.

Este "hoy" entonces es el nombre de un real que nos avasalla en tanto nos deja sin recursos para responder. Nos avasalla sí, pero no nos deja mudos. Mas bien nos causa a trabajar en la búsqueda de un saber que quizás sea necesario inventar, construir.... por eso estamos acá.

. Es como si estuviéramos dentro de un barco que ha fundido sus motores y que todavía sigue en movimiento, por inercia, aunque sin rumbo, a la deriva. Los sueños que alimentaban la Modernidad se han evaporado en el aire, dejándola como una presencia sin sustancia, casi fantasmagórica... y en agonía. Hemos perdido el rumbo, también el horizonte. La dimensión del futuro se ha esfumado. Ya no sabemos hacia donde vamos, ni donde estamos parados Sólo sabemos que estamos asistiendo al final de una época pero no sabemos, ni podemos saber, qué es lo que viene, cómo sigue esta historia.

Sobre este punto hay consenso en la mayoría de los autores -con algunas excepciones, como Habermas, que habla de una "Ilustración inconclusa"- que tienden a ver a la Modernidad como una estrella que, aunque todavía podamos ver su luz, ya hace tiempo que dejó de existir.

Ahora bien, esta situación no nos deja en una posición muy cómoda que digamos. Nuestras referencias teóricas, nuestros parámetros, en tanto pertenecen a la época que estamos abandonando... ¿siguen teniendo vigencia? ¿Nos sirven todavía para poder enfrentar y entender lo nuevo y absolutamente inédito de este presente? ¿O conviene mas bien pensar que han sufrido un duro cuestionamiento que impone un arduo trabajo de revisión crítica?

Claro que es mucho más fácil esquivar esta incomodidad, recurriendo al Saber establecido, afirmándose en él, y reduciendo toda esta problemática a una suerte de discusión teórica, desplazando, de esta manera, el eje de la cuestión. Así, por ejemplo, es muy común que en lugar de hablar de esta crisis epocal, se hable de "lo que dicen los postmodernos", considerando a la llamada postmodernidad un invento de estos teóricos. Además, la actitud hipercrítica (producto de lecturas prejuiciosas) que muchos mantienen con respecto a los planteos de estos pensadores, dejan entrever lo que podríamos llamar una posición nostálgica, es decir, se cuestiona todo en función de parámetros ideales, de pautas, de valores, que "tendrían que estar" pero ya no se los encuentra3.

Esta crisis se asemeja, aunque solo sea en parte, a la vivida durante el siglo XVII, en el cual se produce una ruptura con el Orden Religioso que regía la vida de los seres humanos. El hombre, al despertar de su largo sueño, al salir de su estado de letargo, comienza a rebelarse contra la tutela de su Dios, el mismo que lo había acunado durante siglos, llenando de sentido su existencia. Todas sus preguntas ya estaban respondidas por anticipado; sabía quien era, de donde venía y fundamentalmente, hacia donde iba: Hacia la vida eterna. Era una situación tranquilizadora y cómoda, no hay dudas.

El hombre queda como "entre dos aguas", por un lado expulsó a Dios del centro de su mundo, pero todavía no sabe como reemplazarlo. Sus hábitos de conducta, sus valores, sus costumbres tampoco encuentran reemplazo. El hombre del siglo XVII se siente desgarrado, desamparado, huérfano de Dios, vive en el desasosiego, melancólico y nostálgico por lo que ha perdido de manera irremediable.

Se produce un desencantamiento del mundo. El hombre dejó de hablarle al cielo, a su Dios, para empezar a confiar en él mismo, en sus posibilidades, en el poder de la Razón sobre todo, que lo va a llevar a creer en una humanidad redimida a través del Saber, del conocimiento, del desarrollo de la ciencia y de la tecnología.

El mundo se había agrietado y era necesario repararlo, con verdades sólidas, fundamentadas científicamente, que transmitan seguridad y tranquilidad, tal como antes lo hacía la verdad de Dios. La Modernidad surge de este punto extremo de desprotección, de ese vacío producido por el retiro de Dios de la historia humana, de esa conciencia de lo que se extingue, conciencia de un sujeto que pasa a ocupar el centro de la escena, que admite y celebra a la vez, el hecho de quedar huérfano divinidades. Desde ese abismo, asumido, el sujeto puede pensarse conciencia de la historia que protagoniza y reordena, en tanto sujeto del conocimiento, de la verdad y sobre todo de la razón.

Estamos en los comienzos de la Modernidad y de lo que conocemos como movimiento Ilustrado, que va a tener su gran momento en el siglo XVIII, bautizado por ese motivo "siglo de Las Luces". Este hombre ilustrado, embriagado de sueños, tenía la convicción de que, con el progreso de la ciencia y la aplicación de los avances tecnológicos, se podía llegar a cambiar la historia, se podía "hacer historia", se podían mejorar o transformar las sociedades. Esto dio lugar a la construcción de cosmovisiones, Grandes Relatos, fundadores, a su vez, de otras discursividades.

Bueno, todo este proyecto de la Razón Ilustrada es el que hoy estaría en crisis: la idea de Progreso, la Historia con un sentido, un fin, una meta a alcanzar, la idea de la autodeterminación del hombre, la supresión de las desigualdades sociales, el ideal de Justicia y los derechos humanos, el ideal de Fraternidad, el de Libertad, todos estos ideales terminaron demostrando, con el tiempo, su carácter de meros sueños, en sentido de que han quedado muy lejos de la realidad que terminó imponiéndose.

El siglo XX con sus guerras, genocidios, Hiroshima, Chernobyl, las dictaduras militares en los países latinoamericanos, el desarrollo la ciencia por fuera de cualquier control humano, colaborando con una tecnología totalmente absorbida por las demandas de un Mercado que es, en definitiva, el nuevo Amo que impone, hoy en día, las reglas del juego....todo esto ha contribuido a demoler los grandes relatos vertebradores que ordenaban y regían nuestras vidas, demostrando el fracaso del Gran Proyecto Racionalizador Ilustrado.

Vivimos en el contexto de un sistema capitalista salvaje, neoliberal globalizado. Ya no cuenta Dios, ni los ideales tan dignos de la Modernidad, ni sus valores, ni siquiera el Estado protector, regulador, benefactor, distribuidor de las riquezas. Un Capitalismo, el de hoy, que ya dejó atrás la etapa de las inversiones industriales que pudieran generar fuentes de trabajo. Hemos pasado a una etapa de Capitalismo Financiero para el que sólo cuenta una cosa: la ganancia económica, aumentar las riquezas sea como sea que se logre, y a cualquier costo.

El estado de defenestración que está sufriendo la Argentina es la consecuencia lógica de un proceso, en el que, sus gobernantes han puesto todo su esfuerzo en ser "los mejores" 4 discípulos de las políticas exigidas por los organismos financieros internacionales, como el FMI, instrumento político de ese nuevo Dios oscuro, anónimo, sin rostro, que es el Mercado.

Para el psicoanálisis, por otra parte, no existe la posibilidad de pensar al individuo en forma aislada, separada de los otros. Como lo dejaba bien claro Freud, en los primeros párrafos de su "Psicología de las masas" : "En la vida anímica del individuo, el otro cuenta, con total regularidad, como modelo, como objeto, como auxiliar y como enemigo, y por eso desde el comienzo mismo la psicología individual es simultáneamente psicología social (...)

Hoy en día se habla mucho de "la subjetividad de la época", quizá demasiado. Digo esto porque se corre el riesgo, a veces, de caer en una especie de "culturalismo", o sea, se acentúan tanto las determinaciones de la época, que se puede llegar a borrar al sujeto en su particularidad, de suerte tal que terminaríamos siendo, según dan a entender algunos textos, " todos perversos" o "todos adictos", etc.

Nos interesa entonces estudiar las características de la época, pero para ver mejor la influencia que puede tener en los sujetos que nos consultan, o sea, en nuestra clínica de todos los días, una clínica que no es siempre la misma, que cambia y nos obliga constantemente a revisar nuestros "presupuestos", pero que, en tanto se reivindica deudora de Freud y de Lacan, no pierde nunca su brújula, su objetivo, que es siempre el sujeto en su singularidad.

Ahora bien, si nos interesa reflexionar sobre el lazo social, sobre las relaciones entre la pulsión y la cultura, es necesario remitirnos, siguiendo la línea freudiana, al mito de Tótem y tabú, mito fundador de la sociedad humana, según lo teoriza Freud.

Conocemos el argumento del mito: los hermanos de la horda primitiva, cansados de soportar la tiranía de su padre, se rebelan y lo asesinan. Luego lo comen, incorporando su fuerza e identificándose, tanto con el padre muerto como entre ellos. Esta comida totémica, sería el punto de partida, según Freud, de las organizaciones sociales, las religiones y las restricciones morales.

La necesidad de expiar la culpa los condujo a imponerse el mismo renunciamiento que el padre les imponía por la fuerza, instaurando la prohibición de acceder a las mujeres de la horda. Además, como dice Freud": Nunca más podía ni debía nadie alcanzar la omnipotencia paterna, que era el fin primitivo de cada uno."

Este pacto terminó con el reemplazo del padre real y Todopoderoso por la Ley, que hereda esta Omnipotencia, Ley ante la cual, todos son iguales. Para Freud no puede haber sociedad sin el pacto de renunciamiento que la Ley instituye. Cada ser humano tendría que vérselas con esa deuda original y debería aceptar, a su vez, los renunciamientos que se impusieron los hermanos de la horda.

Si hacemos una lectura lacaniana del mito, podríamos considerarlo como la ilustración simbólica de lo que el ser humano debe pagar como precio de su humanidad. Esta integración a lo simbólico, este acceso al lenguaje, exige, un sacrificio: el del goce.

Freud continúa con estas reflexiones en varias oportunidades, pero es en "El Malestar en la Cultura" donde más se va a extender. Citémoslo:"...Cultura designa toda la suma de operaciones y normas que distancian nuestras vidas de la de nuestros antepasados los animales (renuncia pulsional) y que sirven a dos fines: la protección del ser humano frente a la naturaleza y la regulación de los vínculos recíprocos entre los hombres... " Entre estas operaciones y normas Freud va a incluir al Superyo, asociado al Ideal, la Justicia, y el Amor.

Hoy en día podemos observar la importancia del texto freudiano, por un lado, y el desfallecimiento de esos ordenadores sociales por otro. Como consecuencia de esto podemos observar sujetos dominados por una voluntad de goce, que no aceptan la renuncia pulsional fácilmente, más bien vemos como se alienta la corrupción y una violencia que da cuenta de feroces manifestaciones de la pulsión de muerte.

Lacan, retomando y continuando el hilo del pensamiento freudiano, va a construir su teoría de los cuatro Discursos, y para caracterizar a esta época, va a hablar de Discurso Capitalista 5, efecto de la torsión que la Ciencia produjo en el Discurso del Amo Antiguo, modificando sólo dos letras en sus matemas.

El Discurso del Amo sería el discurso del Inconsciente, en el que el significante amo (S1) está en el lugar del dominio, regulando la actividad del Saber (S2), que produce el plus de gozar (objeto a). El sujeto ($) en el lugar de la verdad, al estar dividido, da cuenta de su relación con aquello que lo determina, el saber no sabido del inconsciente.

En cambio, en el Discurso Capitalista, el Saber trabaja en la producción de objetos plus de gozar, pero sin la referencia a un S1 que lo regule. Un S1 que ha dejado el lugar de comando que ocupaba en el Discurso Amo para pasar al lugar de la verdad, en el cual ya no funciona como Ideal que ordena las modalidades de goce, sino más bien como imperativo insensato que ordena gozar.

Si el imperativo de la ciencia es: -¡Sigue adelante. Sigue sabiendo más!- , el mandato del S1 del discurso capitalista es: -¡Sigue adelante, sigue consumiendo más! 6-.

Se pierde, en este discurso, la relación a un Ideal normativo, y es el Mercado mismo el que manda. Al desaparecer la barrera entre el sujeto ($) y el objeto a se produce una desregulación del goce, favoreciendo una especie de "vale todo".

El sujeto de este discurso, que ha perdido la relación con su representante; es un sujeto dividido, habitado por la falta, falta a la cual no cubren los valores, y que se encuentra directamente confrontada con los objetos del Mercado, esos gadgets que al tomar la función de objetos fetichizados obturan la dependencia del sujeto con respecto al significante y a la castración, creando la sensación de que el Uno de la Completud es posible, que la falta puede colmarse, que no existe necesidad que pueda quedar sin satisfacer, desde la procreación, el cambio de sexo, hasta la clonación.

Ahora bien, se trata de saber si la ambición universalizante y uniformante de del discurso científico puede llegar a reducir el síntoma, o incluso a silenciarlo. Si recordamos el planteo que hace del síntoma Lacan en La Tercera, como aquello que viene de lo real a ponerse en cruz al discurso del amo, para indicar lo que no anda, podemos pensar que existe en cada uno algo que le impide hacer absolutamente lo que le prescribe el discurso de su tiempo, un punto de resistencia, que los cantos de las sirenas del Mercado no logran atrapar. La pretensión totalizadora de la ciencia, de cierre del universo simbólico, se choca con el síntoma. Y el Psicoanálisis depende de ello.

Si a pesar de todo lo que venimos diciendo -de esta obturación de la hiancia subjetiva por los objetos de la tecnología - y como es lógico que suceda, puesto que lo real insiste, la angustia persiste, por el retorno de la falta renegada... para eso están las psicoterapias.

Es así como asistimos, en los últimos años, a una suerte de proliferación de las llamadas terapias alternativas7: Análisis transaccional, existencial, terapias guestálticas, cognitivas, logosóficas, etc., que, salvo raras excepciones (flores de Bach, terapias químicas, etc.), basan su eficacia en el valor de la palabra, al despliegue de ésta y a su escucha8.

Ahora bien, sabemos que aquél que está en el lugar del que escucha, el auditor, queda ubicado, por el sólo hecho de escuchar, en una posición de Amo con respecto al que lo consulta, ya que es el que puntúa la frase, adueñándose del sentido. Lugar del Gran Otro que tiene el poder de responder o no a la demanda9 de reestablecer un estado de armonía anterior a la aparición de los síntomas.

También la podemos formular como demanda de un significante que lo identifique, que le dé un sentido a ese de sborde de angustia que da cuenta de lo real del síntoma, que le permita, recobrando el equilibrio perdido, la readaptación a su realidad. Es porque responde a esta demanda que el psicoterapeuta, como agente de salud -es como agente de lo socialmente instituido, es decir, como un engranaje de la sociedad que ayuda a sostener - queda ubicado en el lugar del Ideal, lugar que Freud supo despejar como el del hipnotizador10, desde el cual puede producir, por obra y gracia de la sugestión, efectos terapéuticos, como desapariciones de síntomas por ejemplo. Todas las psicoterapias, se llamen como se llamen, se basan en este esquema y tienen, como único resorte de su eficacia, a la sugestión.

Es interesante recordar lo que dice el diccionario sobre el término sugestión: "Estado psíquico provocado en el cual el individuo experimenta las sensaciones e ideas que le son sugeridas." Y de sugestionar dice: "Dominar la voluntad de una persona, llevándola a obrar en determinado sentido."

O sea que la noción de sugestión es inseparable de la idea de un dominio que alguien ejercería sobre otro, dominio con respecto al cual Freud decía que el paciente tenía todo el derecho a resistirse, a rebelarse. Y ¿qué es lo que resiste en el paciente a los intentos de dominio (ya se trate del hipnotizador o del psicoterapeuta) si no es lo que llamamos su deseo?

Existe - no lo podemos negar - lo que podríamos llamar una "demanda social de terapia", a la que el psicoterapeuta responde, con el objetivo de readaptar los sujetos a su medio.

El psicoanalista no puede considerarse al margen de las reglas del juego que rigen una sociedad, por lo cual, sin responder a las presiones sociales, debe demostrar, dando a conocer los efectos terapéuticos de la experiencia analítica, que el psicoanálisis es, si vale la expresión, "la mejor terapia".

Sabemos que para Freud el tema de la sugestión representó un problema que nunca dejó de preocuparle. Intentó aislarlo, estudiarlo, despejar su lógica - sobre todo en "Psicología de las masas..." - para diferenciar sus efectos de los propiamente analíticos.

Si bien podemos encontrar referencias al tema a lo largo de su obra, este párrafo de la conferencia 28 es claro y contundente: "La terapia hipnótica busca encubrir y tapar algo en la vida anímica; la analítica, sacar a la luz y remover algo. La primera trabaja como una cosmética, la segunda como una cirugía. La primera utiliza la sugestión para prohibir los síntomas, refuerza las represiones, pero deja intactos todos los procesos que han llevado a la formación de los síntomas. La terapia analítica hinca más hacia la raíz, llega hasta los conflictos de los que han nacido los síntomas y se sirve de la sugestión para modificar el desenlace de esos conflictos".

Me parece interesante observar que el problema no es tan simple. No es cuestión de "dividir aguas" y decir "esto es sugestión y esto es psicoanálisis".

Freud habla de servirse de la sugestión como de una herramienta, la considera parte de la experiencia analítica 11 hasta el punto de llegar a afirmar, en Dinámica de la transferencia: "Debemos reconocer gustosamente que los resultados del Psicoanálisis reposan en la sugestión." Afirmación fuerte ¿no? ¿Confunde las cosas? No lo creo, en tanto no perdamos de vista el hecho de que, para Freud, la sugestión era una parte ineliminable de la transferencia positiva.

Al final del párrafo de la conferencia citada, Freud hace un especial hincapié en el hecho de que las terapias sugestivas dejan al paciente en una situación de pasividad, mientras que la terapia analítica obliga, tanto al paciente como al médico, a un trabajo. Es decir, si bien el analista puede recibir el mismo tipo de demanda de sentido12, en lugar de responder a esa demanda, la pone a trabajar13, trabajo que va a permitir la producción de los significantes amos, en los que el goce del paciente esta atrapado, y que son los que en realidad lo sugestionan, comandando su vida.

Lacan dijo en "La Tercera....." que la Religión tenía el futuro asegurado, no así el Psicoanálisis. Quizás captó que existe algo inherente al vínculo entre lo que él llamó Discurso Capitalista y la Necesidad de Sentido.

Mientras que la Psicoterapia alimenta al síntoma con sentido, cronificándolo, al psicoanálisis le interesa descubrir los significantes sin-sentido en los que está amarrado el goce del síntoma, manteniendo al sujeto como rehén. Es sólo con la caída de las identificaciones a estos significantes amos, y con la consecuente renuncia al goce, que el sujeto puede, desatando sus amarras, encontrarse con su deseo. Pero como solía decir Lacan, el análisis deja al sujeto en el umbral de su acto. De ahí en más... depende de su decisión.

Notas

1 daoslarsen@hotmail.com

2 Particularmente en el escrito "La dirección de la cura..."

3 Digamos de paso que considero errónea tanto la postura hipercrítica como la acrítica, que acepta pasivamente y hasta se postula como defensora de la postmodernidad, como sería el caso de Lipovetsky.

4 ¡Qué raro los argentinos queriendo ser los mejores!

5 El Amo Moderno, como lo llama.

6 En realidad sería: -¡Sigue consumiendo-te!-.

7 ¿alternativas de que?... no sé.

8 De ahí que muchas se digan "de base psicoanalítica"

9 Demanda que no se diferencia de la que puede recibir un psicoanalista.

10 Veáse"Psicología de las masas..."

11 En sentido de que para él es un aspecto de la transferencia.

12 No es otra cosa lo que sucede.

13 Este es el verdadero sentido de la Regla de abstinencia.

Buenos Aires, 28 de mayode 2002

HOSPITAL DE EMERGENCIAS PSIQUIÁTRICAS DR. TORCUATO DE ALVEAR

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