Psicoanálisis, estudios feministas y género

Subjetividad masculina: entre el Terror y el Temblor

Horacio Belgich

Ibakusha

El sentido de derrota que experimentamos en el tránsito en este aciago momento histórico, nos impele a considerar cuáles son los sucesos dominantes y también cuáles son las subjetividades que encarnan esos sucesos.

La reflexión sobre esas instancias nos introduce a la descripción de la sensación quizás más generalizada en nuestra sociedad, y ésta es la de amenaza de destrucción en la fantasía de los adultos (y también, aunque de diferente manera para los niños). Los japoneses, después de las bombas en agosto de 1945, crearon el término hibakusha para designar a las personas afectadas por la explosión, tanto en el aspecto puramente físico como también en la dimensión exclusivamente subjetiva y singular.

Creo que podemos asimilar algún aspecto de aquella significación que creó el idioma japonés, pues si algo se extiende en nuestra sociedad, la argentina, es la angustia de catástrofe que se extiende después de acontecimientos fuertemente desubjetivantes para hombres y mujeres de nuestro tiempo.

En el marco de ese horizonte y sobre ese zócalo de sensaciones intentamos reflexionar sobre la problemática de la masculinidad contemporánea. Si intentamos indagar sobre este aspecto es porque creemos que la subjetividad masculina fue una instancia fundante de los actuales procesos de reorganización de acumulación de capital que significó la posmodernidad para la Argentina. Además, creemos inseparable para el análisis, el anudamiento que se produce entre la subjetividad masculina (y la subjetividad en general) del Capitalismo Mundial Integrado. Y cada uno de los parámetros de la economía política financiera, tiene su correspondencia y concomitancia en la economía libidinal de las subjetividades.

La ilusión de pertenecer al mundo de los dominantes sólo pudo realizarse en función de una subjetividad colectiva ávida de recibir la marca de un valor de pertenencia. Tampoco es anodino el valor de la unidad del dinero en equiparación al del país central, pues sabemos cómo se funden esos emblemas sociales en los procesos identificatorios de los sujetos, promoviendo modos de sentir y de pensar determinados.

Se generaron también enunciados con sus correspondientes visibilidades acerca del pago de una deuda impagable. Recordemos: honraremos nuestras deudas.

En realidad esa deuda es con un padre despótico que perversamente acota cuándo, cómo y para qué vivirá su hijo.

Deuda, sufrimiento y nuevo hombre ciudadano

Si tomamos como referencia a los textos del Antiguo Testamento, encontramos un episodio donde se conjugan aspectos límites entre el amor, la vida y la muerte, y el comportamiento de dos hombres respecto del padre. El de referencia es aquel donde Abraham, por un mandato del mismo Dios, tiene que dar muerte a su hijo Isaac. En las representaciones pictóricas, especialmente la de Rembrandt, aparece el hijo yaciente sobre un lecho, que suponemos de piedra, con el rostro cubierto casi por completo por la mano izquierda de su padre. Esta mano poderosa no deja que Isaac vea lo que sucede, tampoco puede hablar por la presión sobre su boca; y dudamos que pueda respirar sin dificultad.

El brazo derecho del padre se erige blandiendo un hacha, pero sujetado por el antebrazo por el Arcángel que impide el crimen, mandado por Dios. La prueba de fidelidad ha sido dada. En la expresión corporal del hijo adivinamos una sumisión completa, aunque es un adulto que dispone de toda su fuerza para oponerse y salvar la vida. Entre el padre y el hijo no hay preguntas ni miradas que se encuentren. Parece no existir el derecho a esas preguntas. El cuerpo del padre se halla retenido en un gesto que lo orienta hacia arriba y la mirada lo acompaña en la obediencia a Dios. Creemos que con esa mirada pregunta a su Padre si lo que hace es lo que Él espera, si ésta es la prueba que Él pretendía.

Y con ello suponemos que dada la prueba no hay más exigencias. Si realizamos un esfuerzo de imaginación y trasladamos esa trama de relaciones de poder y acciones humanas a nuestra sociedad latinoamericana, urbana y rural, encontraremos que el sacrificio se consuma. Los hijos son muertos por órdenes de superiores (del mundo financiero y político, nacional e internacional), a través del hambre, el apaleamiento, el maltrato psíquico. Y esas víctimas son niños y adultos, a los que se condenan diariamente a no ver, no hablar, no conocer y si fuera posible no respirar.

Son dos las lógicas que se enfrentan. Por un lado la sumisión que enceguecida responde a un mandato que se pretende natural: el sacrificio de una parte importante de la población, pero especialmente de los niños pobres, sin defensas de ningún tipo ante el avance del poder de los adultos (de los financistas que especulan con su existencia y el de algunos padres que repiten el maltrato a que ellos mismos fueron sometidos). Y por otro lado, se encuentra la lógica que dice que debemos amar la vida más que la obediencia; simplemente eso. Y no esperar como Isaac la muerte sin mirar, sin hablar, sin conocer, para después casi dejar de respirar.

Debemos reconocer, por otro lado, la desigualdad de los adultos a las causas que promueven la violencia. Así por ejemplo, en tanto el estatuto social de la mujer se encuentre por debajo del estatuto del hombre, su frustración aumenta y se compensa con la sobrevaloración psicológica del hijo varón. Ello implica que hay una serie de mecanismos que promueven la sumisión de ese hijo, y ello lo ubica en una posición servil respecto de los poderes políticos, que lo manipulan psicoafectivamente, dejándolo sin trabajo, inerme, violentándolo con sueños que la publicidad dice realizables. Pero también esa ubicación del varón se compensa con la agresividad que éste descarga sobre los otros que cree más débiles, su mujer, sus hijos, los más pobres, los extranjeros. Se recorre así un circuito que va de compensación agresiva en compensación agresiva. Otro modo de funcionamiento de esta máquina social paranoica.

Pensamiento nómade

Si consideramos entonces la masculinidad, veremos que se habla como hombre, -como también se habla como mujer, como niño o como niña-, sin embargo son los ejes actuales (caída de la ilusión, inermidad social, reconocimiento de una identidad denostada) los que interaccionan, los que se intersectan y constituyen la subjetividad del hombre de hoy. Por ello, podemos pensar que se habla como hombre o como mujer, desde un determinado efecto y eficacia de la significación imaginaria social hombre o mujer y ese proceso debe indagarse para promover cambios socio - imaginarios en la situación propia de la masculinidad en esta sociedad. Para ello es indispensable contar con una epistemología que acompañe los corrimientos de sentidos de estas significaciones y promueva nuevas figuras para comprender aquella conexión entre identidad, subjetividad y poder. ¿Pues, a través de qué tipo de relación, concordancia y correlación puede producirse un conocimiento sobre la subjetividad masculina, de tal forma que se promuevan líneas de fuga que habiliten procesos de pensamientos diferentes respecto del cuerpo teórico sobre la crisis del sujeto?

Creemos que el pensamiento nómade es una herramienta conceptual y política tal que permite ciertos desplazamientos por niveles de experiencias, además de analizar categorías establecidas; pues es nómade la concepción que permite comprender la presencia simultánea de los ejes constitutivos de la subjetividad (clase, raza, sexo, edad), junto a una conciencia crítica que se resiste a la codificación de los modos convencionales de pensar y de sentir.

Es nómade asimismo la concepción que disuelve la idea de centro, de identidades auténticas y originarias; esa disolución se corresponde además con una concepción que intenta estar más allá de los sentidos monopólicos del falocentrismo, del etnocentrismo y del logocentrismo, pues adhiere a una sensibilidad política y afectiva que desborda los límites de la raza, el sexo y la clase social; sobre ese desbordamiento pretende construir lazos solidarios entre los sujetos.

Por ello si nos preguntamos qué significa ser hombre hoy, podemos enumerar una serie de condiciones -características- determinaciones que sobrellevan en sí mismas las condiciones del logo - falo - etno - centrismo.

Si nos remitimos a la sensación de catástrofe que ahonda los modos de sentir de la ciudadanía (recordemos el ibakusha), también podremos comprender cómo y porqué surgen alternativas microfascistas como resolución de la crisis. Estas improntas fascistas se articulan de manera clara con los modos de pensar y sentir etno – falo- logo-céntricos, pues es la cantera sobre la cual abreva una concepción determinista de la subjetividad y por lo tanto determinante de la identidad de las mujeres y de los hombres, creándoles la ilusión de estar contenidos en la noción de Patria, basado en criterios de pertenencia étnicas y cuasi biológicos.

Recordemos pues en este ensayo a Spinoza, para quien el cemento del lazo social no es la identidad étnica, sino que por el contrario, esa identidad, y su promoción, no generan sino ambivalencia afectiva; pues el sujeto quiere que lo consideren uno de los suyos y recorre por ello todos los rituales de la comunidad, pero alberga en sí el temor constante a no ser aceptado, por la vigilancia que se ejerce sobre él y que a su vez él ejerce sobre los otros, a los que intentará reconocer como uno de los suyos. Como es evidente esto genera una seudo amistad, pues el lazo de identidad étnica no es lazo solidario, basado en una ética de la amistad, sino que contrariamente, propone lazos que al mismo tiempo son de enemistad, vigilancia y persecución mutuas.

Sobre esas identidades se construyen salidas imaginarias al mismo tiempo que horrorosas, como el fascismo, y mucho más cercano a nosotros, encontramos salidas como las dictaduras militares, donde la vigilancia de los ciudadanos entre sí era esencial para el régimen; aunque aquí no se trataba de una identidad de raza sino de una sentimiento exacerbado de filiación a una comunidad de fuertes rasgos paranoicos, que segrega por peligroso lo distinto y pesquisa la pequeña diferencia para actuar en consecuencia en su destrucción. Estos mecanismos fueron usados consecuentemente por sociedades altamente despóticas.

Por otro lado -posicionándonos frente a lo anterior-, si una ética es posible, y nos dice Giorgio Agamben, es porque no existe ninguna esencia, ninguna vocación histórica o espiritual, ningún destino biológico que el hombre debería conquistar o realizar.

Y en ese marco referencial de constitución de las subjetividades, se generaliza una crisis muy particular, la de los procesos identificatorios en nuestra sociedad. ¿Qué ocurre con los hombres y las mujeres de hoy, con el sentimiento de pertenencia a una comunidad que se derrumba, con los mandatos de sostener en esta crisis la subjetividad tanto cómo hombre como ciudadano?

Es insoslayable que el encuadre mudo que representa la precariedad laboral y las formas de consumo que se erigen como fácilmente accesibles en la ilusión pero no en la realidad, provocan deterioros en la subjetividad de los hombres, mellando insidiosamente las significaciones -ya deterioradas- de la masculinidad. Por otro lado, esas significaciones fueron creadas y sostenidas por la propia sociedad en aras de mantener un dominio subjetivo de los sujetos que en el imaginario aparecían como necesitados de tutelamiento (mujeres, niños, los considerados "anormales", etc.).

El desfonde de la masculinidad

Los procesos de constitución de la subjetividad masculina, al encontrarse hoy en el centro de lo que puede entenderse como sociedad posmoderna, se hallan en permanente mutación y es posible pensarlos como procesos que se encuentran desfondados, por ello el temblor de viejos sentidos; el lugar del hombre como pareja (pues una mujer está habilitada socialmente para tener más de un hombre para compartir su vida); como hombre proveedor (los procesos productivos prescinden de los hombres muchas veces, ocupando en su lugar a mujeres); como padre con autoridad excluyente (un niño o niña puede tener como referencia paterna a una o más figuras que ejerzan la función paterna, ya sea la actual pareja de la madre, el abuelo, etc.); como hijo desocupado (donde la independencia de los hombres idos de su hogar familiar se ve mellada al retornar a la casa de sus propios padres, generándose una extraña composición familiar en la que este hijo – hombre revive como adulto una situación muchas veces infantilizante); como amante compartido (pues el dominio que la mujeres crecientemente alcanzan en la actualidad respecto de su sexualidad, la vida pública, el trabajo, les permite la independencia necesaria para mantener relaciones no comprometidas ni duraderas con los hombres, pues las significaciones imaginarias de las nociones familia, pareja, madre, también han mutado, y en todas ellas no parece necesario la presencia permanente de los hombres).

También debemos analizar cómo los adelantos tecnológicos gestan en el imaginario social, y también en la cotidianeidad, cambios en las relaciones entre los sexos, mediados por el discurso sobre el cuerpo.

El discurso del biopoder -entendido como aquellos enunciados que gobiernan las relaciones entre la sexualidad, la vida y la muerte-, privilegia en la modernidad el lugar de la sexualidad y la reproducción.

La sexualidad y la reproducción continúan siendo el objeto prioritario de las investigaciones de la tecnología. Cambian rápidamente lo límites entre lo que sabemos y lo que es conveniente que sepamos.

Es así que el modelo de poder se encarna en sujetos cuya representación se acota a estas significaciones: hombre, blanco, occidental, masculino, adulto, razonable, heterosexual, que vive en ciudades y habla un idioma estandar. Y todo ello se resume en un modelo de masculinidad determinado. Asimismo, se devasta el posicionamiento de la masculinidad tradicional, pues aquellas variables que en su superposición conforman la subjetividad masculina, no tiene cabida como instancias de poder en la sociedad tecnologizada.

Si la preocupación del mundo occidental es revertir la tendencia decreciente de la tasa demográfica, por otro lado hoy las mujeres de los países centrales se deciden por un crecimiento poblacional nulo. Para ello seguramente estará disponible la fábrica de bebés, lo que será similar a una fabricación serializada y globalizada.

Las fronteras nacionales se derrumban ante la oferta de células de los países pobres, ya sea fetos congelados de cierto país de Asia o de Latinoamérica. Riñones, córneas u organismos vivos abastecerán esta economía planetaria. Se mixturan aquí tanto el racismo como el etnocentrismo, pues son los pobres los que aportan el material para consumo de los que pueden pagarlo.

Por lo tanto, si hablamos de crisis y de desfondamiento de la subjetividad masculina, lo que estamos haciendo es describir un desmoronamiento del sentido que sostiene a la sociedad actual como una malla invisible, en tanto lo que entra en crisis son las significaciones imaginarias sociales que denotaban qué sentido tenía ser hombre, padre, amante, amigo, hijo, ciudadano, en relación a su vez con las significaciones que construyen el lugar imaginario y simbólico de la mujer.

Por lo tanto, preguntémonos ¿cómo ser hombre?, y también ¿qué puede sostenerse de la significación hombre de la modernidad y qué puede encontrarse de nuevo en la reinvención del hombre sobre sí mismo? Pues resulta necesario reflexionar acerca de la pesadez de la subjetividad masculina, pues este hombre de creencia superior, el que soporta las duras pruebas, cree que afirmar es cargar mandatos; y esa carga termina por desplomarlo sobre la tierra seca del desierto. Es esa subjetividad la que se propaga en los microfascismos, donde cada uno de los sujetos se revela como un enclave de la identidad étnica, de clase social, de género, etc.; afirmándose en ella y por ello mismo excluyendo a los que no pertenecen. Por ello los mandatos no sólo esmerilan la subjetividad masculina respecto de ser hombre como padre y como pareja, sino también como ciudadano y como consumidor.

Extendamos la reflexión acerca de aquellos mandatos que el hombre soporta y reproduce, y veremos que esas construcciones sociales de ninguna manera son eternas, sino que tienen prevalencia en este segmento histórico. Recordemos que algunas de ellas son: la Razón occidental, el Tiempo y la Verdad.

Razón Occidental: Acerca de la Razón Occidental, Moderna, es necesario aclarar que intentó explicarlo todo. Si nos remitimos al origen de este movimiento del pensamiento, partiremos de la Ilustración, proceso social intelectual que promovió la idea de que hay una estructura última de lo real y a ella llegamos con el método de la Razón y los conceptos que le son afines. Con ello se desprende que la respuesta está en lo real positivo, lo que indica de manera clara que esa respuesta sólo puede ser una en tanto está inscripta en lo real.

Por lo tanto, se propaga la idea de que el sinsentido es junto a la paradoja, la conclusión de aquello que no tiene una respuesta unívoca y positiva. Esto ordena el pensamiento de los hombres occidentales, pues hay una tendencia normalizadora, de seriación de conjunto y de normalización. Sobre la idea de que es la única válida, no tolera la diferencia, y si lo hace, es porque la misma iguala a la norma. Esa unidimensionalidad en verdad se transforma en el continente sobre el que se construye un modo de sentir particularizado acerca de lo que se desvía, y se aleja de la norma.

Se revela esto en la xenofobia, y también la violencia de clase que se ejerce desde la creencia que los otros tiene menos derechos precisamente por ser otros.

Pues ¿cuál es la norma, en general?: ser blanco, hombre, heterosexual y hablar una lengua estandar.

El tiempo y la subjetividad: Para remitirnos a este tema quizás debamos considerar que el tiempo no es una dimensión objetiva, pues para la subjetividad no hay una sola dimensión temporal. Existe para ella un tiempo cronológico y un tiempo subjetivo.

Con Galileo y Descartes se reduce la expresión de la ciencia a un lenguaje matemático, donde prevalece lo cuantitativo por sobre lo cualitativo. Esa exactitud de lo cuantitativo se expande a la consideración del tiempo, pues era necesario para regular temporalmente los procesos productivos. Hacia esa época nace el invento del reloj mecánico.

Como el trabajo comienza a ser medido, se genera en el imaginario social el concepto de utilidad y utilitarismo; por ello se condena al ocio como uno de los males de la sociedad, y se transforma en un objeto de lucha en el que intervienen moralistas y juristas, condenándolo.

Junto a la idea de trabajo medido y productivo, se acopla la idea de progreso y de futuro. Se tolera la debilidad, pero no el ocio. Por ello podemos decir que el capitalismo es un modo de vida, donde el tiempo medido es un elemento que funda las relaciones entre los sujetos y entre estos y el trabajo productivo. La modernidad, con su espíritu conquistador hace de la medición exacta un estilo de vida, y ello se propaga con efectos devastadores sobre las subjetividades, en tanto se liga esa concepción a la razón modernista. La modernidad, en su profundo temor a la incertidumbre, promovía conceptos unilaterales y absolutos.

El camino racional elegido para dominar la naturaleza requería del tiempo medido, y ambas significaciones condenaron a los hombres y a las mujeres a escindir de sí mismos a la razón (por lo demás fiable) de los sentidos (no fiables).

La otra dimensión temporal, el tiempo subjetivo, el de la pasión, no es un tiempo lineal, más bien se opone a ello; pues la finalidad del tiempo cronológico deviene en evolucionismo e historicismo. Ese evolucionismo encuadra a las acciones humanas en un determinismo rígido

Esto se hizo evidente con los modos en que las subjetividades consideraron el crecimiento económico y de consumo de la Argentina en la década del 90, pues allí quedó claramente establecido que no puede existir una evolución productiva en el mundo del capitalismo financiero. Se generó la ilusión de una linealidad ascendente en el marco de otra ilusión, la convertibilidad. Ambas se anudaron para convertir cada segmento de vida en una parte de un todo (país de ciudadanos del primer mundo, con un alto ingreso per cápita en dólares, con un consumo de tecnología también alto, etc.). Y ese todo se ha caído, como es evidente, derrumbándose también las subjetividades que se identificaron a esas significaciones del imaginario social.

Otro tanto podemos afirmar de la lógica lineal de la política representativa y parlamentaria de la Argentina de los últimos años. Esa lógica dice del recambio y del progreso de las instituciones políticas, pero fue la acción -en el espacio público- de la gente, la que generó una importante mutación y la imposición de otra lógica para pensar y sentir las instituciones que hacen de los sujetos, ciudadanos. Ese otro tiempo, el subjetivo, el del cacerolazo, fue un tiempo que rompió el determinismo, a partir de una reflexión deliberada de hacer la historia.

Volvamos a este otro tiempo. Este se opone, como lo dijimos, al determinismo de la lógica de la modernidad y de la razón. Es un tiempo donde los sujetos hacen la historia, en lugar de esperar que la lógica de la razón resuelva de acuerdo a la certeza del progreso. Ese tiempo cósmico es el marco de las subjetividades que no creen en las certezas del devenir, es más, tampoco consideran que el todo, indefectiblemente, es el conjunto de las partes; al contrario, afirma que el todo está en cada una de las partes.

Si cada parte, entonces, encierra en sí el todo, cada fin, por lo tanto, está en el medio. Esta es una visión libertaria pues no hay una meta a la cual llegar, no hay un progreso gradual que envíe a los sujetos a esperar el fin esperado; contrariamente, ese fin se logra en cada acto que se convierte en el medio. Es tanto así que la libertad, considerada de esta forma, no es un estado al cual llegar; tal como lo decía J. P. Sartre, la libertad no es un fin a alcanzar, sino que se encuentra en cada acto. Lo mismo podemos pensar del futuro, pues éste como lugar central en el determinismo es un momento de totalización, de globalidad realizada; y quizás sea necesario considerar cómo el futuro es un modo del presente. Ese pensamiento puede ser importante en tanto en el presente encontramos una porción de verdad, pues no hay situación universal y el universal es un elemento de la situación singular. Desbrozamos así el camino para considerar y reflexionar sobre el tercer eje despóticamente determinante de la subjetividad contemporánea: la verdad.

Acerca de la verdad: Siguiendo el razonamiento anterior, la linealidad del tiempo cronológico impedía considerar que la parte estaba en el todo; pues si ello era así considerado, debía comprenderse que lo universal forma parte de la situación singular, y ello deriva en que esa situación concreta posee en sí su propia su propia verdad, ya no dependiendo ésta de la situación universal.

De acuerdo a ello cada situación no debe, necesariamente, encajar en la estrategia global; ya no importa el objetivo final sino cómo cada situación encierra en sí mismo una verdad parcial, independiente de una verdad universal. Esa verdad universal permitió que se llevaran adelante genocidios y múltiples horrores, pues en nombre de Verdades abstractas tales como Mundo Occidental Y Cristiano, Patria, y otros, se sepultó en el barro y en la sangre a una generación de argentinos. Pero también en nombre de la Verdad del Primer Mundo y de una pertenencia ilusoria e infantil, se liquidó lo que restaba de un país, desolándolo y haciendo de él un desierto.

Las significaciones centrales en nuestra cultura, como el falocentrismo, el logocentrismo y el etnocentrismo, también son matrices de verdades que se instituyen como absolutas; haciendo que las diferencias finitas se vuelvan absolutas.

Ello nos condiciona a pensar y creer que la verdad no existe con anterioridad sino que hay que crearla a cada momento. Lo que nos produce por un lado intensa angustia, pero también un fuerte sentimiento de libertad, al tomar la decisión y hacernos responsables; y no delegar esas responsabilidades en otros como figuras despóticas y deshumanizantes.

De cada acción somos responsables y ello se sostiene en una ética, de la solidaridad, donde el otro, claramente, es necesario para la creación de la verdad de la situación, y donde también claramente, queda en evidencia que el otro no es mi límite como hombre o mujer.

En síntesis, racionalidad, tiempo y verdad, de acuerdo a lo descrito, son elementos constitutivos de las subjetividades contemporáneas. Y ello no debe dejar de considerarse cuando se analizan los contextos que ejercen fuertes presiones sobre las subjetividades, especialmente las masculinas, ya que se ven impelidas a desligarse de toda acción autónoma y constituyente de una nueva ética, como modo de montarse a una línea de fuga que presuponga interrogantes acerca de las relaciones que pueden inventarse entre los hombres, antes que preguntarse por la identidad definida. Esta última pregunta es la que quiebra a las subjetividades, por el peso de mandatos cada vez más crueles y mortíferos.

Horacio Belgich

Notas

El autor es psicólogo, trabaja actualmente en instituciones educativas, y es investigador independiente; doctorando en psicología, en la Universidad Nacional de Rosario - Argentina- (UNR) . Miembro del grupo Psiqué (Rosario, Argentina);  sus últimos libros son: Convivencia y poder en la escuela. ed del Arca. El trazado de la diferencia (tesis sobre la infancia y la diversidad). ed. Laborde. Los afectos y la sexualidad en la escuela (hacia una diversidad del sentir). Ed. Homo Sapiens.

Bibliografía consultada:

-Agamben, Giorgio; La comunidad que viene. Pretextos. Valencia. 1996.

-Braidotti, Rosi; Sujetos Nómades. Paidós. Bs. As. 1999.

-Castoriadis, Cornelius; El avance de la insignificancia. Eudeba. 1997.

-Deleuze, Gilles; Claire Parnet; Diálogos. Pretextos. Madrid. 1980.

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