Psicoanálisis, estudios feministas y género

La querella psicoanalítica por las mujeres
El debate sobre la sexualidad femenina

Irene Meler

¿Cómo comenzó el debate?. Podemos afirmar que la larga discusión que se ha planteado dentro del campo psicoanalítico y también en una periferia donde florecen estudios transdisciplinarios, comenzó con Freud. Fue el creador del Psicoanálisis quien eligió la confrontación con las feministas, contemporáneas de su pensamiento, surgido en una Europa convulsionada por tendencias progresivas y también por la amenaza del racismo.

El discurso freudiano es complejo y contiene aspectos contradictorios, que han sido seleccionados por diversas corrientes teóricas para formar de ese modo sus insignias. Para dar un ejemplo, recordemos que el desafío a la fe en la razón y el descubrimiento de la potencia de lo inconsciente coexistió con una ilusión en el avance posible de la racionalidad, una conquista de territorio rescatado de lo desconocido, una fuerte creencia en el poder de la ciencia, esa nueva religión. De modo que en el mismo corpus encontramos aspectos vinculados con la postmodernidad y enclaves iluministas.

En 1908, en su trabajo sobre "La moral sexual cultural y la nerviosidad moderna", aparece un Freud libertario, que comprende la eficacia de las improntas subjetivas de las relaciones de poder. Las mujeres no son imbéciles, como pensó Moebius, autor de un texto muy difundido en su época, llamado "La imbecilidad fisiológica de las mujeres", sino que se las ha reprimido en exceso, y en el afán por conservarlas vírgenes, se apagó su curiosidad sexual, fuente de todo afán por el conocimiento. Ellas se vengarán sin saberlo, apartándose de sus maridos y amando con exceso a los hijos, futuros neuróticos sobre excitados por el anhelo insaciado de la madre.

Otro aporte deslumbrante consiste en afirmar que la neurosis es femenina, que el recurso defensivo a la represión deriva de la censura social, y que los varones, al gozar de mayor libertad sexual, suelen ser perversos, es decir, pertenecen al género que, para paliar su sufrimiento, puede ocasionar padecimientos a terceros.

Pero la radicalidad de ese pensamiento se fue perdiendo. Tal vez fue demasiado intentar develar la eficacia del deseo. No hubo espacio histórico para el estudio de la conjunción entre deseo y poder.

Ciegamente, Freud quedó preso de Aristóteles. El pensamiento griego, fálico - narcisista, consideró a las mujeres como hombres menores o fallidos. En el reino de "lo mismo", no había lugar para la diferencia, que naufragó en la inferioridad. Por eso, una vez superada la ilusión especular de que las observaciones extraídas de su autoanálisis pudieran extenderse a las mujeres, la riqueza de su diversidad, la diferencia observable entre los géneros a partir del desarrollo temprano, pasando por el Edipo y continuando durante todo el ciclo vital, fue conceptualizada como carencia, falta, y dolorosa envidia. ¿Error o percepción realista?. Considero que hubo de ambas cosas.

Por un lado, Freud realizó una extensión ilícita de las observaciones realizadas en un sector determinado, formulado leyes supuestamente universales, cuya variabilidad podemos comprobar hoy día, cuando los cambios culturales nos enfrentan con nuevas formas de constitución subjetiva. Por el otro, captó con agudeza el malestar cultural de las mujeres, pero perdió la inicial lucidez acerca de los determinantes que operaban para su producción.

El aspecto más controversial, y donde el pensamiento freudiano naufraga en la mentalidad racista y sexista de su tiempo, se refiere al Super Yo femenino. Considera que ante el daño ya consumado, la castración realizada, ella no tiene nada que perder. ¿Por qué renunciar entonces al amor prohibido, si lograrlo es lo único que le devolvería su amor a sí misma, su estima de sí?. De allí su Super Yo "defectuoso", al que no es posible reclamar la comprensión del carácter universal de la Ley. De allí entonces, la escasa contribución femenina a la creación cultural. Junto con los negros, los indios americanos y sorprendentemente, los judíos, la mitad de la humanidad quedó así discriminada. Su desventaja histórica se leyó como inferioridad esencial y se utilizó para justificar su subordinación.

Sin embargo, dentro del campo psicoanalítico, el escándalo no comenzó allí. Fueron las feministas quienes resintieron ese golpe. Los discípulos, en cambio, cuestionaron el falocentrismo de la teoría. ¿No había creado Dios a hombres y mujeres?, preguntó Ernest Jones. ¿Cómo era posible pensar que las niñas son masculinas?. Cuando aparentan ser fálicas, es por que se han refugiado en una retracción narcisista, de los inevitables desengaños que todo amor supone. En lo profundo de sus afectos, ellas aman a sus padres, como está ordenado.

La voz de una de sus aliadas, Karen Horney, fue más innovadora y progresista. Horney tiene el mérito insigne de haber planteado al interior del psicoanálisis, la articulación existente entre subjetividad y cultura, retomando el mensaje freudiano olvidado luego de 1908. Muchos de sus aportes, acerca del temor masculino hacia las mujeres, las manifestaciones femeninas del "complejo de castración" y la huida de la femineidad en tanto se la homologa en forma imaginaria a la castración, mantienen vigencia y motivan a nuevas indagaciones. Pero esos trabajos fueron excepcionales en un contexto muy diverso.

Si Jeanne Lampl de Groot elevó a la sublimidad de lo ridículo el estereotipo del maestro, afirmando que las mujeres femeninas no mastican, luego, no introyectan y por lo tanto no tienen Super Yo, Melanie Klein aportó datos en contrario. La existencia de un conocimiento inconsciente de la vagina, refuerza las tendencias introyectivas de las mujeres (boca y vagina: dos orificios corporales). Por lo tanto, pontificó que el Super Yo femenino es más severo, como cualquiera puede comprobar con facilidad.

Así se naufragó, se perdió el rumbo, discutiendo sobre fundamentos biologistas prefreudianos... ¡Si las niñas son varoniles o femeninas!.

No es de extrañar que la polémica inicial se archivara con prudencia, para bien del desarrollo psicoanalítico. En el congelador quedaron, junto a algunas perlas del grotesco de las ideas pseudocientíficas, preguntas importantes, cuestiones graves. Una de ellas fue desplegada por Karen Horney cuando se sorprendió ante el supuesto implícito en el pensamiento freudiano, de que media humanidad estuviera desconforme con su condición sexual.

El deshielo se produjo en los años ’60. La Revolución Sexual, el mayo francés que se aproximaba, y entonces, un grupo de distinguidos psicoanalistas contemporáneos, comenzó una indagación que se llamaría "La recherche nouvelle". Coordinados por Jeannine Chasseguet Smirgel, dieron a conocer un volumen desparejo, heterogéneo en cuanto a la ideología subyacente, que tanteaba en la penumbra encontrar el camino para una actualización teórica y epistemológica que aún no llegaba. Dedicado a Ernest Jones, el volumen es sin embargo, francés, y por lo tanto muestra también la influencia lacaniana.

Mientras que Catherine Luquet Parat ensayó una defensa del masoquismo femenino, y planteó que la subordinación de las mujeres podía ser producto de una preferencia erótica sustentada sobre su anatomía, Jeannine Chasseguet Smirgel y Marika Torok se preguntaron qué ocurría con las mujeres. ¿Por qué elegían "callarse en la iglesia", auxiliar a los hombres para que triunfaran, ocultarse, someterse?. En lugar de naturalizar esas observaciones, pensaron que algo andaba mal.

Chasseguet Smirgel consideró que no era la pasividad que Freud atribuyó a las mujeres la responsable del síntoma inhibitorio que describió. Por el contrario, las mujeres se sentían culpables por ser demasiado activas. La fuerza de su deseo hacia el pene, tal vez lo hubiera dañado. Si esa angustia universal se presentaba en hijas de padres débiles y madres poderosas, una salida neurótica era dedicarse a sostener, a reparar, al padre dañado. Lo que me interesa destacar es que la vagina pasiva, órgano imaginario alrededor del cual Freud construyó a su mujer, fue reemplazada en los ’60 por una vagina muy diversa, fuerte, voraz, algo semejante a una mano que aprieta, tal vez demasiado. La mujer imaginaria de los ’60 encontró su imaginario órgano genital al interior de una teoría que en ese momento no encontraba otros recursos que la erogeneidad zonal y parcial y los vínculos primarios, para explicar las modalidades del psiquismo.

Sin saberlo, se ponía en evidencia que la erogeneidad no era el dato último, sino una construcción realizada sobre observaciones impresionistas de las actitudes sociales prototípicas de cada época. La "vagina freudiana" fue como sus damas, algo asténica, mientras que la "vagina smirgeliana" mostró toda la fuerza de las nuevas mujeres "liberadas". Pero el salto entre una constelación personal gestada al interior de una modalidad familiar específica y la formulación de hipótesis acerca de la condición social de las mujeres, resulta inaceptable, y expone, a la manera de un síntoma, carencias teóricas y epistemológicas.

Poco a poco, comenzaron a escucharse voces que abrevaban en fuentes exteriores al campo del Psicoanálisis. El pensamiento filosófico y sociohistórico de inspiración feminista, luego de un período durante el cual la teoría psicoanalítica fue considerada un sinónimo de la reacción conservadora y su dispositivo terapéutico descrito como una herramienta sofisticada destinada a consolidar la subordinación de las mujeres, comenzó a percibir la importancia y la riqueza del Psicoanálisis para la comprensión de la subjetividad. No era posible plantear un cambio en las relaciones sociales entre los géneros sexuales, si no se comprendían los acuerdos secretos, los pactos inconscientes sellados a lo largo de los siglos para sostener en conjunto, la dominación masculina.

En muchos países del mundo, académicas que provenían de las ciencias sociales o psicoanalistas salidas del riñón de las instituciones oficiales, comenzaron una indagación, donde los tonos ásperos recordaban el rencor por la psicopatologización sufrida por las feministas a manos de unos y otros contendientes de la primer polémica psicoanalítica. Al mismo tiempo, se jugó y se juega con la teoría realizando una labor de deconstrucción crítica que ha caracterizado al esfuerzo feminista en muchas disciplinas, mientras se intenta construir nuevos modelos que permitan anudar la eficacia del deseo con la operatividad del poder, y comprender así las subjetividades de la transición.

El psicoanálisis francés se ha mostrado afín con el llamado feminismo de la diferencia. La institución de la diferencia sexual simbólica es un problema clave para comprender el sistema de géneros. Un aspecto antes omitido pasó a ser objeto de indagación. Las subjetividades se construyen en el ámbito de las familias, es cierto, y también sabemos que la letra se inscribe sobre el placer y el dolor de los cuerpos erógenos. Pero si no articulamos ese micromundo con el macrocontexto, perdemos la posibilidad de captar la operatividad de las representaciones sociales.

Ya sea que supongamos la invariancia estructural de un orden simbólico sustentado en el lenguaje, al estilo de Lacan, prefiramos referirnos a las construcciones imaginarias colectivas, o privilegiemos el concepto de prácticas reiteradas, organizadas en torno de una práctica dominante, como es el caso de los ideales o modelos, para explicar la articulación existente entre el macrocontexto y las subjetividades, debemos enfrentar el desafío de articular alguna comprensión de lo social con nuestros abordajes sobre el psiquismo.

La constatación del falocentrismo de nuestro ordenamiento simbólico condujo a elaboraciones disímiles. Mientras una discípula fiel de Lacan, Michèle Montrelay, situaba a lo femenino por fuera de lo simbólico y consideraba que el camino hacia la inclusión de las mujeres pasaba por su incorporación al orden fálico, acomodando su sexualidad difusa al "lenguaje" rítmico del pene, una rebelde post lacaniana, Luce Irigaray, atravesaba el espejo. Su descripción del falogocentrismo del discurso cultural y de la forma en que, tanto Freud como Lacan han quedado presos de esa episteme, permitió vislumbrar la posibilidad de otra modalidad de pensamiento. Sus trabajos dieron lugar a numerosos interrogantes, uno de los cuales consiste en la siguiente pregunta. Si la diferencia, la especificidad de la femineidad ha sido negada por la lógica fálica, ¿desde qué lugar podría existir, hacerse visible, ser reconocida?. La referencia al cuerpo en sí mismo resulta inaceptable para la percepción contemporánea acerca del hecho de que, esos reductos imaginarios de la naturaleza, nuestros cuerpos, no son naturales, como nada lo es en nuestra especie. Su salud y su enfermedad, su erotismo, las actitudes físicas, la fuerza o debilidad, la destreza o la torpeza, son producidas al interior de una compleja malla de prácticas, representaciones e ideales compartidos. Si el recurso a un cuerpo presimbólico no resulta aceptable, ¿cómo es posible fundar una diferencia sexual cuando predomina la lógica cultural de "lo mismo"? Una respuesta que me es posible ensayar, pasa por considerar que eso que denominamos "cultura" está muy lejos de ser homogéneo. En el contexto de las corrientes dominantes, existen subculturas subordinadas, alternativas, o disidentes. Es a partir de esa disidencia como es posible fundar una diferencia, rescatando las voces silenciadas o postergadas, en este caso, de las mujeres.

La cuestión de la igualdad y la diferencia puede ser abordada desde una perspectiva filosófica, pero considero que se trata de un tema eminentemente político. Para expresarlo con sencillez, el pensamiento feminista se ha debatido entre el reclamo de igualdad de derechos para las mujeres y la búsqueda de reconocimiento para su diferencia respecto del sujeto masculino modélico. El riesgo del reclamo por la igualdad es la mimesis fálica, el travestismo. La reivindicación de la diferencia puede caer en reciclar el "eterno femenino", desconociendo que aquello que son hoy día las mujeres, se ha construido en el seno del dominio masculino.

Es posible salir de esa "impasse", recordando que lo que hace al espíritu democrático es la igualdad de derechos para aquellos que son diferentes entre sí. Se trata de evitar que la diferencia naufrague en la jerarquía. Considerar a aquellos que difieren del propio ser como enfermos, defectuosos o subhumanos, es una de las características del pensamiento narcisista. Vemos así como una cuestión que parece totalmente exterior al campo del psicoanálisis, se vincula con un tema caro a los psicoanalistas, tal como lo es la exploración de los complejos vínculos entre el narcisismo y las relaciones de objeto.

Y al referirnos a las relaciones de objeto, nos acercamos a los desarrollos psicoanalíticos de Género que se han elaborado de este lado del Atlántico. Se trata de una producción amplia y muy rica, respecto de cuya complejidad es imposible hacer justicia en este espacio. Abarca desde los aportes de quienes introdujeron el concepto de Género, surgido de estudios biológicos, en el discurso del psicoanálisis, tal como Robert Stoller, quien trabajó en ocasiones junto con Gilbert Herdt y con Ralph Greenson, pasando por teóricas feministas que exploraron con entusiasmo las aperturas psicoanalíticas para una teoría del cambio social, como ha sido el caso de Nancy Chodorow, una socióloga cuyo interés en el psicoanálisis la condujo hacia la indagación teórica y la práctica terapéutica. También es necesario mencionar la existencia de una psicóloga, Carol Gilligan, quien revisó estudios que parecían confirmar la tesis freudiana acerca del déficit del Super Yo femenino, planteando una postura alternativa, que reivindicó la diferencia del sentido ético preponderante entre las mujeres, una ética sustentada en el cuidado hacia los más débiles, mas que en el respeto por los derechos de sujetos supuestamente iguales. Esta autora es una exponente del feminismo de la diferencia, que trabaja en un contexto donde la postura que enfatiza la igualdad es más aceptada.

Este campo de estudio es una especie de caldera bullente de creatividad, donde coexisten esfuerzos tales como el de Juliet Mitchell, una exponente de la "nueva izquierda" inglesa, seducida sin embargo por el pensamiento de Lacan, con Jessica Benjamin, una autora que ha realizado aportes de importancia significativa, retomando la línea preferida por Chodorow, que ha elegido dentro del campo psicoanalítico, los aportes de la escuela de las relaciones de objeto, derivada de la escuela inglesa de psicoanálisis, e interesada en el estudio del desarrollo temprano.

Benjamin desarrolla su trabajo sobre la base de un intento superador respecto de la tendencia hacia el estudio del individuo aislado. Si bien el infante puede ser cognitivamente narcisista, su vida se desarrolla en el interior de una red vincular, y su psiquismo se construye a través de la relación con los semejantes, que en un comienzo son sus objetos asistentes. Para esta autora, la satisfacción pulsional se va imbricando con la percepción creciente de la respuesta subjetiva del otro, y el juego intersubjetivo, el "entonamiento" va ganando importancia por sobre la satisfacción de la necesidad.

La tensión existente entre la búsqueda de autonomía y la necesidad de subsistencia de otro que sea capaz de brindar reconocimiento, según Benjamin, debe ser mantenida. Pero tiende a romperse, y un sujeto queda en posición de Amo, mientras que el otro resulta esclavizado. La relación así constituida va perdiendo tensión, y finalmente se disuelve.

Cuando intenta comprender la cuestión de la dominación erótica, asunto clave para captar las bases del sustento intersubjetivo de la dominación masculina, considera que la unidad dual complementaria – activo - pasivo - es la estructura básica de la dominación, pero que ésta no es la única estructura posible.

La concepción intersubjetiva sostiene que el individuo crece en las relaciones con otros sujetos, y a través de ellas. "La idea de la intersubjetividad reorienta la concepción del mundo psíquico desde las relaciones de un sujeto con su objeto hacia las de un sujeto que se encuentra con otro sujeto."

Lo que resulta interesante, no es sólo la preocupación por comprender la construcción de la subjetividad sexuada, para la cual propone un periplo evolutivo alternativo al que más conocemos, sino el cambio de paradigma, que enfatiza el vínculo por sobre la pulsión. De ese modo, placer y dolor se integran de acuerdo a cual sea su sentido. Benjamin no está sola en la búsqueda de refundación del psicoanálisis sobre el paradigma de la intersubjetividad. Su trabajo se fundamenta en la obra de Daniel Stern y de Winnicott, y coincide en este aspecto con Laplanche, Emilce Dio Bleichmar, y muchos otros autores.

Como puede verse, cualquier intento totalizador naufraga en la amplitud y heterogeneidad de un campo teórico habitado por psicoanalistas clínicos, científicos sociales o filósofos que dialogan con el discurso del psicoanálisis, algunos de ellos influidos por las teorías feministas, otros al margen de éstas. Mientras hay autores formados en el psicoanálisis francés, otros prefieren la escuela anglosajona de las relaciones de objeto. Sobre estas opciones se plantean en ocasiones controversias polarizadas, que considero deben superarse. Para dar un ejemplo: la importancia que las teóricas feministas de orientación lacaniana, uno de cuyos exponentes mexicanos es Marta Lamas, asignan a la noción psicoanalítica de "diferencia sexual" como condición universal de la estructuración psíquica, presenta la dificultad de suponer la existencia de una diferencia sexual estructural, homologando la lógica prevaleciente, que es falico narcisista, con la única lógica posible. De este modo se produce un deslizamiento entre la determinación de sostener la legalidad específica de las indagaciones sobre el psiquismo, y la consideración de que no tiene sentido para el psicoanálisis pensar en la construcción de la subjetividad en contextos sociales e históricos. Aportes como el de Jean Laplanche, permiten suponer la historicidad de la lógica fálico narcisista, y por lo tanto la posibilidad de mutaciones en el orden simbólico, a las que, de hecho, estamos asistiendo. Esta polémica involucra un debate acerca de lo que se considera lo inconsciente, o en términos de la segunda tópica el Ello. Es posible plantear una historicidad no solo para la configuración de ideales propuestos para el Yo, sino también una construcci ón histórica de deseos, como lo ha hecho en la Argentina Mabel Burin.

¿Qué estamos haciendo en Buenos Aires?. Nuestra ciudad es una meca del Psicoanálisis, cuya influencia como método terapéutico y de investigación es más amplia que en muchos otros lugares del mundo. Las instituciones oficiales psicoanalíticas han desconocido el enfoque de Género hasta hace poco tiempo, en que comienza a surgir algún interés por conocerlo, como parte de la empresa de actualización del corpus psicoanalítico.

Pero en los márgenes de las instituciones oficiales, un grupo de analistas se ha ido conformando con el paso de los años, caracterizado en muchos casos por la influencia del pensamiento feminista, mientras que en otros la indagación ha surgido como parte de los Men’s Studies, o sea el campo emergente de estudios interdisciplinarios acerca de la masculinidad.

Las psicoanalistas conocedoras de las teorías feministas, hemos venido trabajando desde hace dos décadas. Los varones, en este caso, llegaron más tarde.

Considero que, a pesar de no existir un nucleamiento institucional más allá del espacio de debate que representa el Foro de Psicoanálisis y Género, existe una escuela argentina de Psicoanálisis y Género, integrada por analistas de amplia trayectoria, cuyas coincidencias no excluyen la heterogeneidad. Es posible considerar que esta corriente de pensamiento incluye a argentinos residentes en el exterior, tales como los miembros del Comité Asesor del Foro mencionado, (espacio que coordino en la Asociación de Psicólogos de Buenos Aires), que residen en Madrid.

La diversidad que caracteriza a este campo se hace presente también entre nosotros. Mientras que Silvia Tubert se ha formado en la perspectiva lacaniana, y luego de numerosos y medulosos estudios ha elaborado una perspectiva crítica dentro de esa corriente teórica, Emilce Dio Bleichmar establece su filiación teórica en el pensamiento de Robert Stoller entre otros, y ha producido textos de gran sistematicidad y claridad que superan algunas "impasses" teóricas.

En Buenos Aires, el trabajo de Ana María Fernández ha indagado en el sustento lógico y epistemológico de la teoría psicoanalítica, realizando interesantes aportes acerca de la concepción de la diferencia sexual que subyace al texto freudiano y lacaniano. Mabel Burin aportó estudios acerca de la subjetividad de las mujeres, su malestar en la cultura, la medicalización del mismo y cuestiones relacionadas con los vínculos familiares. Eva Giberti ha dedicado gran parte de su esfuerzo al estudio de la reproducción, desarrollando temas en torno de la maternidad, la adopción, y las nuevas tecnologías reproductivas. Martha Rosenberg navega con mayor comodidad en cuestiones teóricas vinculadas con el concepto de diferencia sexual, aunque también se interesa por el estudio de temas vinculados con la reproducción. Entre los varones, en España, Luis Bonino Méndez se dedica al estudio de la psicopatología de la vida cotidiana y el malestar de los varones, y en Buenos Aires, mientras que Norberto Inda indaga sobre la masculinidad y los vínculos de pareja, Juan Carlos Volnovich estudia cuestiones teóricas y se interesa en especial en el ejercicio de la parentalidad masculina.

Personalmente dediqué algunos trabajos a la revisión crítica del discurso psicoanalítico y otros a la articulación entre las relaciones de pareja y las prácticas maternales con el macrocontexto, que luego crecieron para dar lugar al libro sobre Género y Familia que comparto con Mabel Burin. También me han interesado temas relacionados con la salud mental y realicé por ese motivo algunas contribuciones al estudio de ciertos estilos psicopatológicos o caracteriales de las mujeres, tales como las histerias fálico narcisistas, las agorafobias y los estados depresivos.

Más allá de esta enumeración fenoménica, lo que interesa destacar es la existencia de una preocupación compartida por ciertas cuestiones teóricas y clínicas, algunas de las cuales intentaré exponer de modo sistemático.

Narcisismo vs. Intersubjetividad

El recurso psicoanalítico a la psicosexualidad como clave última para comprender la estructuración del psiquismo, mantiene su vigencia, pero al mismo tiempo requiere un proceso de actualización.

Muchos desarrollos teóricos de diverso cuño, parten del supuesto implícito acerca de un ser humano eminentemente narcisista, que se orienta hacia el asistente o el semejante, buscando la satisfacción pulsional. Otros consideran que la percepción del otro como fuente aprovisionadora de suministros, desconocido en su diversidad y en su alteridad, responde a constelaciones psicopatológicas.

La representación monádica del sujeto humano, es en sí misma un producto histórico. El proceso de individuación propio del tardo capitalismo, representa un progreso respecto de la indiferenciación en grupos o masas, pero a la vez, implica el riesgo de ruptura de la percepción de las conexiones existentes entre los sujetos, y por lo tanto de la solidaridad y reciprocidad.

En los últimos años, de ambos lados del Atlántico, el paradigma intersubjetivo está cobrando importancia, tal como se ve en la obra de Jessica Benjamin, autora antes mencionada que plantea lo que denomina "la paradoja del reconocimiento", para referirse a la tensión que se produce entre el anhelo narcisista de aniquilar o sojuzgar al semejante, y la necesidad de contar con una subjetividad exterior e irreductible al sí mismo, que otorgue reconocimiento al sujeto. Entre los autores franceses, Luce Irigaray comienza a destacar la importancia de la intersubjetividad. Un psicoanalista de fuerte raigambre freudiana, como lo es Jean Laplanche, critica el individualismo de muchos desarrollos clásicos, y resalta la presencia y operatividad del otro real, no reductible a una imago fantaseada por el sujeto, en la constitución de desenlaces psíquicos de diversa índole, vinculados con el Edipo y la castración.

Esta cuestión, que excede las preocupaciones por la diferencia de Géneros, está sin embargo fuertemente asociada con la misma. En efecto, una de las características específicas de la lógica narcisista es el solipsismo, y en su defecto, la reducción del otro a un estatuto reificado. El otro, ha sido principalmente "el segundo sexo", para el sujeto hegemónico masculino, y el sexismo, aliado con el racismo, han conspirado para negar la alteridad clasificando a los sujetos en fálicos o castrados, plenos o carentes.

Por este motivo, la difusión del paradigma intersubjetivo va de la mano con las preocupaciones por el estudio de la diferencia sexual simbólica. Cuando Laplanche cuestiona la hegemonía teórica de la lógica fálica, binaria y polarizada, coincide tal vez sin saberlo, con Irigaray y con Benjamin, autora que plantea un estadio postedípico, donde las oposiciones dicotómicas y estereotipadas entre femineidad y masculinidad, dan lugar a un juego flexible con la diversidad, que solo se puede producir una vez establecido con firmeza un núcleo de diferencia.

Cuerpo, discurso, prácticas sociales.

Respecto de lo que se ha llamado "identidad sexual", término algo reificante, que hoy preferimos reemplazar por una referencia a procesos identificatorios, existe un debate que siempre retorna, acerca del vínculo existente entre las determinaciones corporales y la fuerza de la creencia y de la percepción de los objetos primarios, acerca de lo que el infante es. Natura y Nurtura continúan su pugna por la hegemonía, a través de los más diversos ropajes.

Robert Stoller, a partir de estudios realizados por John Money, destacó la prioridad que en nuestra especie adquiere el otro significativo por sobre la constitución anatómica. Cuando el cuerpo biológico no concuerda con la percepción o el proyecto identificatorio que los padres elaboran respecto del infante, es el deseo parental lo que prevalece. El sentimiento de ser mujer o de ser varón, se establece a mediados del segundo año de vida, mucho antes de que se configure la representación de la diferencia genital. Lo que Stoller denomina "gender core", o núcleo de la identidad de Género y Jessica Benjamin prefiere llamar "identificación genérica nominal", para resaltar el rol estructurante de la denominación asignada, pasa por la percepción del objeto primario, que es una fuerza poderosa para construir la subjetividad sexuada. Los casos de transexualismo ilustran de forma dramática esta situación, pero no hacen más que exacerbar un proceso general, que opera en la identificación por género de todas las personas.

¿Cómo resolver la oscilación entre un cuerpo imaginado como presimbólico y una subjetividad desencarnada? El desafío es crear un marco teórico que articule de modo significativo cuerpo biológico, vínculos primarios, prácticas reiteradas y representaciones colectivas para comprender, tanto la sexuación subjetiva como otras cuestiones.

Un teórico social, a pesar de trabajar desde el exterior del campo psicoanalítico, puede ofrecernos herramientas para pensar. Robert Connell, sociólogo experto en Género y dedicado al estudio de la masculinidad, cuestiona el supuesto muy extendido acerca de que la constitución biológica es la "base", o el "fundamento" de las relaciones sociales de Género. Considera que existen dos versiones principales de la doctrina de la diferencia natural: una ubica a la sociedad como un epifenómeno respecto de la naturaleza, mientras que la otra consiste en una conceptualización aditiva acerca de su relación. Ejemplos de la primera concepción se encuentran en el pensamiento sociobiológico, que considera que la organización social debe responder a necesidades naturales universales, y que en el logro de esa adecuación reside el éxito de los arreglos o instituciones culturales. Se trata de teorías pseudobiológicas, (al igual que algunos desarrollos psicoanalíticos), que construyen una biología imaginaria para sacralizar posturas sociales conservadoras.

La concepción aditiva supone que existe una elaboración cultural de la distinción entre los sexos. Las teorías sociológicas acerca de los roles sexuales se basan sobre ese supuesto. Aún desarrollos progresistas, que abogan por una modernización de los roles sexuales, suponen que existe una diferencia de base, no opresiva puesto que es natural. El énfasis en la variabilidad y potencial de cambio de los roles sociales para ambos sexos, o roles de Género, ha llevado a una toma de distancia respecto de las experiencias corpóreas cuya importancia fue destacada por el Psicoanálisis.

Una objeción acerca de estas teorías "aditivas" se refiere a la observación acerca de que la asignación de Género es dicotómica y polarizada, y que esto ya constituye una operación ideológica. Un estudio histórico de Thomas Laqueur nos demuestra cómo han variado las representaciones sociales acerca del sexo, y la forma en que estas representaciones configuraron la investigación, el avance en los conocimientos y los aspectos ignorados acerca de la biología humana.

El reclamo de los sujetos transexuales respecto del logro de una asignación definida del sexo subjetivo, responde a este ordenamiento dicotómico, que no es biológico sino simbólico.

El campo de estudios denominado "queer theory", que toma como objeto la experiencia homosexual, aporta interesantes contribuciones, que se deben tanto a la solvencia académica de algunos autores, tal como Judith Butler, como a su particular posicionamiento subjetivo respecto del Género, que los habilita para sustraerse al sentido común hegemónico. Butler considera que el Género es un arreglo "performativo", aludiendo a un desempeño cuasi teatral, que se reproduce cotidianamente a través de un proceso de "citacionalidad". Con este término se refiere al hábito de citar referencias bibliográficas. Cuando se cita, se adjudica legitimidad al discurso, pero esta legitimidad no es previa sino que se construye en el acto mismo de citar. De este modo se construyen deseos, pero también es posible ir construyendo un horizonte simbólico alternativo, que permita el despliegue del deseo homosexual sin patologizarlo ni marginalizarlo.

Retornando a la propuesta de Connell, este autor considera que lo social es radicalmente antinatural, pero que esto no implica desconexión con respecto de la naturaleza. La relación entre naturaleza y sociedad es de relevancia práctica, no de causalidad. Aunque eventualmente una persona de sexo masculino puede ser tratado como si fuera mujer, no por eso dará a luz un niño. "Las prácticas sociales que construyen relaciones de Género no expresan patrones naturales, y tampoco los ignoran, más bien los niegan en una transformación práctica". La estereotipia de Género niega las amplias similitudes existentes entre mujeres y varones y destaca la polaridad desconociendo la gran variabilidad que existe al interior de cada subconjunto genérico.

La argumentación de Connell es muy útil para los psicoanalistas, por que reconoce e integra la importancia de la erogeneidad corporal, punto focal del pensamiento psicoanalítico, evitando la creación de un universo de vínculos sin cuerpos.

El erotismo y la agresión son plasmados, construidos a través de prácticas tales como la moda, los deportes, las peleas rituales. Los cuerpos son sexuados y clasados. Género, clase, etnia y edad, se entrecruzan para construir subjetividad.

Deseo y Poder

La construcción de las relaciones de poder como categoría teórica, se debe sobre todo al pensamiento de Michel Foucault. Los estudios feministas mantienen una relación ambivalente con ese autor, debido a que no reconoció especificidad a las relaciones de poder entre los géneros, desconociendo que el sistema de Género es hasta el momento jerárquico. La lógica fálica descripta por autores disímiles como Irigaray y Laplanche, es una lógica derivada tanto de la inmadurez evolutiva del infante como de las relaciones sociales de dominación que la han congelado y extendido al pensamiento adulto.

Foucault consideró que no existía articulación posible entre sus desarrollos teóricos y el discurso freudiano. Sin embargo, muchos autores, entre los cuales me cuento, intentan consumar ese matrimonio desavenido, debido a la convicción acerca de la función estructurante de las relaciones de poder en la constitución del deseo.

Este punto de vista ha sido llevado a su extremo por un antropólogo marxista, Maurice Godelier, quien denomina a la sexualidad "la máquina ventrílocua", o "la muñeca ventrílocua", en el sentido de que se le hacen decir cosas que no emanan de sí misma, sino que derivan de hegemonías que se desea convalidar. Efectivamente, la sexualidad es una sustancia particularmente sensible para inscribir en los cuerpos las improntas del poder. Esta cuestión, si bien implica un elevado nivel de abstracción, resulta crucial también para la clínica psicoanalítica, donde muchos tratamientos han cargado con un contrabando ideológico derivado del sentido común de clase, época y etnia del analista. Es entonces para ser mejores analistas, que debemos navegar por fuera de nuestro campo disciplinario.

Una revisión de los relatos sobre el desarrollo

La forma en que se elaboran estas tensiones teóricas (y otras que será necesario especificar), afecta profundamente los relatos psicoanalíticos acerca del desarrollo temprano, el edipo, pubertad y adolescencia. Por ejemplo, el modelo propuesto por Margaret Mahler para el desarrollo temprano, si bien conserva su utilidad, ha sido cuestionado por Benjamin, debido al hecho de que enfatiza el logro de la individuación a expensas de la adquisición de la capacidad de relacionamiento intersubjetivo.

A partir de estudios realizados por Nancy Chodorow, vemos que la discriminación precoz entre el sí mismo y el objeto se produce de un modo diferente en niñas y varones, debido a que el primer objeto asistente es generalmente femenino. Las niñas tienden a estructurar un "self en relación", mientras que la individuación de los varones es precoz y reactiva. Esta perspectiva es compartida por autoras tales como Jean Baker Miller y Emilce Dio Bleichmar.

Consideraciones vinculadas con este enfoque han sido realizadas respecto de las diversas estructuras de personalidad, en su versión sintomática o caracteroló gica (Burin, 1990, Meler, 1996) y muchos campos de indagación psicoanalítica, pueden beneficiarse mediante el diálogo y la integración de esta perspectiva.

Existe en nuestros días un esfuerzo por superar el carácter doctrinario del psicoanálisis con el fin de actualizar la disciplina. Desde muchas vertientes teóricas surgen aportes significativos en esta dirección. Es necesario perder el respeto reverente por la palabra de nuestros ancestros teóricos, para hacerla vivir en nuestro tiempo.

Bibliografía

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Benjamin, Jessica: Los Lazos de Amor. Bs. As. Paidós 1996

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