Trabajo y Psicoanálisis

 

Redimensión del concepto de estrés a la luz de del psicoanálisis (*)

Sebastián T. Plut

"La medida más segura de toda fuerza
es la resistencia que soporta"

(Stefan Zweig)

Introducción

En este artículo me propongo realizar un examen sobre el concepto de estrés laboral con el objeto de establecer los aportes posibles del psicoanálisis para su comprensión.

El terreno de la salud y el trabajo ha sido abonado desde diversas disciplinas, tales como la medicina laboral, la sociología industrial, la antropología, el derecho, la economía y la psicología, entre otras. Cada una de ellas ha ido identificando distintos factores presentes en el ámbito laboral (físicos, químicos, relacionales, culturales, organizacionales, etc.) que de un modo u otro inciden en la salud de los individuos. Llamativamente, el factor de predisposición individual, relacionado con los efectos diferenciales de los factores antes mencionados, si bien suele ser consignado nunca ha sido objeto, creemos, de la atención necesaria. Por ello, entendemos que el psicoanálisis, en tanto ciencia de la singularidad, permite el desarrollo de propuestas renovadoras y complementarias.

En primer lugar haré una breve reseña sobre la historia de la salud y su relación con el trabajo. Luego, examinaré la noción de estrés, destacando los aspectos más relevantes según diferentes autores, las limitaciones teóricas del concepto así como los interrogantes que sugiere. Posteriormente, expondré algunas de las ideas de la corriente de la psicodinámica del trabajo y la lógica que introduce para comprender la trilogía trabajo – salud mental – organización. Finalmente desarrollaré una reformulación del concepto de estrés, a partir de la teoría psicoanalítica, y su relación con los estados de desvalimiento.

Los interrogantes que guían este texto suponen una meta tanto teórica como metodológica. Es decir, apuntamos no solo a profundizar en la comprensión del concepto de estrés sino, también, en la metodología de abordaje que de allí se deriva. Esta última puede desagregarse en las vías para definir criterios diagnósticos y terapéuticos.

Según el espíritu científico de Freud, "no todo saber se traspone en poder terapéutico; pero aun la mera ganancia teórica no debe ser tenida en menos, y cabe aguardar con confianza su aplicación práctica" (1925, pág. 57). Así, creemos que los hallazgos que resulten de los esfuerzos teóricos podrán encontrar lugar en el mundo de las organizaciones.

 

La medicina laboral y su historia

Existe una larga historia en cuanto al desarrollo de la práctica médica y su aplicación al mundo del trabajo. Tal es así que la bibliografía especializada remite sus inicios al Código de Hammurabi (1800 a.C.) el cual, entre otras cosas, establecía normas para impedir que el fuerte oprimiera al débil y, además, detallaba indemnizaciones y la creación de tribunales de conciliación ante eventos dañosos.

La medicina del trabajo, entonces, recorre un extenso trayecto y una compleja evolución. Hipócrates (460-375 a.C.), por ejemplo, describió enfermedades que aquejaban a los trabajadores de las minas de plomo. Así, se sucedieron Jenofonte, Catón, Diodoro de Sicilia, Plinio el Viejo, Galeno y Maimónides. En el siglo XV, a partir del descubrimiento de América, se identifica el denominado escorbuto de los navegantes e, incluso, en las leyes de los Reinos de Indias se establecía la protección de los trabajadores de las minas así como un horario de trabajo y un límite al peso que los indios podían cargar. Dentro de las obligaciones de los patrones, estos debían curar a los indios toda vez que se enfermasen o accidentasen a causa del trabajo.

En el siglo XVI aparecen dos figuras relevantes., Por un lado, Paracelso (1494-1541) a quien se le atribuye la frase "no hay nada que no sea tóxico, solo la dosis diferencia un tóxico de un medicamento" y el apelativo de médico de los pobres. La primera monografía científica sobre enfermedades profesionales es de él y su valor residía en que el eje estaba puesto en el trabajador. Por otro lado, Agricola (1490-1555) prestó especial interés a la prevención de accidentes y, en general, consideraba responsable a la superioridad que no adoptaba las precauciones necesarias.

En esta sucinta reseña histórica debemos mencionar a Bernardino Ramazzini (1633-1714) a quien se lo reconoce como el padre de la Medicina del Trabajo. Este médico aconsejaba a sus discípulos el estudio de las condiciones de los trabajadores en sus puestos de trabajo así como sobre la utilidad de dialogar con los enfermos, no solo acerca de sus dolencias sino de su vida cotidiana. A él se le atribuye la frase "la mejor escuela de aprendizaje es el taller o la casa del obrero".

Esta cronología continúa extensamente, numerosos autores se han sucedido, y baste mencionar para tener una idea de ello que aun faltaría hablar, por ejemplo, de la Revolución Industrial. Pilar Nova Melle (1995), sintetiza las consecuencias de dicho período, entre las que menciona la descripción de la histeria proletaria, denominación que aludía a los campesinos que no lograban adaptarse a la forma de vida urbano-industrial y caían en el alcoholismo.

Al recoger estos antecedentes mi intención es múltiple. Por un lado a modo de ilustración, pero también mostrar que al estudiar el trabajo y su relación con la salud estamos aludiendo a un campo que ya tiene muchos siglos de desarrollo. Finalmente, también cabe señalar que la enumeración precedente recorre períodos en los cuales la noción de trabajo fue mutando y adquiriendo distintas significaciones (desde la esclavitud, el trabajo como tormento, ca stigo, deber y como actividad con utilidad social). En este sentido, encontramos que la medicina laboral se ha ido desarrollando paralelamente a la legislación que protegía primero a los esclavos, luego los pobres y los trabajadores. Ello, sin duda, imprimió un sesgo ideológico que identificó al trabajador como víctima de los abusos del patrón, problema que lamentablemente resulta tan vigente en la actualidad como necesaria su complejización con otras consideraciones.

 

Y se definió el estrés

Desde los trabajos pioneros de Selye (1956) en adelante se ha conceptualizado el estrés como una experiencia (o un conjunto de ellas) cuya exigencia es excesiva en relación con los recursos del individuo. Así, se han considerado el ambiente físico de trabajo, los contenidos del puesto, el desempeño de roles, las relaciones interpersonales, el desarrollo de carrera, las nuevas tecnologías, los nexos entre trabajo y familia, rutinas reiterativas y monótonas, el ritmo de trabajo determinado por las máquinas, la carga de trabajo o responsabilidad excesivas, las exigencias insuficientes en relación con la capacidad del trabajador, la insatisfacción profesional, el horario de trabajo, las condiciones, el contenido de la tarea, la falta de participación en las decisiones sobre las formas de realizar las tareas, la inseguridad en el empleo, aislamiento social, etc. Los signos e indicadores de estrés comprenden: irritación, preocupación, tensión, depresión, afecciones psicosomáticas, sensación general de insatisfacción ante la vida, baja autoestima, depresión, perturbaciones de la atención, la percepción, de las funciones cognoscitivas y motoras, aburrimiento, baja en el rendimiento, ausentismo, etc.

Al mismo tiempo, las definiciones más específicas varían según se lo conceptualice como estímulo, respuesta, percepción o transacción, pero lo que de alguna manera está presente en todas las descripciones es la importancia de la relación del sujeto no solo con el trabajo (actividad) sino con la organización en la que este se desarrolla.

La psicología social ha estudiado numerosos problemas ligados al trabajo (no solo relativos al estrés) y remito al lector al texto de Kornblit (1996) en el que podrá apreciar una visión de conjunto. En lo que sigue me centraré en los factores psicosociales de estrés laboral.

A partir de los estudios sobre las consecuencias fisiológicas y psicológicas de los procesos de trabajo taylorista y fordista, se ha enfatizado el papel perjudicial, para la salud, de las rutinas reiterativas y monótonas y del ritmo de trabajo determinado por las máquinas. El proyecto de investigación apuntaría a los efectos de la industrialización en la salud. El-Batawi (1998), por ejemplo, ha estudiado los fenómenos de ausentismo, despersonalización, afecciones psicosomáticas y psicóticas en los trabajadores que han tenido que pasar de la vida rural al medio industrial. Este autor describe el cambio exigido en términos del pasaje de la "dependencia tradicional de los procesos naturales de la agricultura y el trabajo manual a la producción en serie, los horarios exactos, el ritmo rápido y la dependencia de energía y de la identificación con la tierra y los cultivos al ambiente impersonal de la máquina" (pág. 16). Levi (1988), por su parte, destaca la importancia de los procesos sociales y la estructura social en los que se originan los estímulos que afectan al organismo a través de su percepción y experiencia.

Los diversos autores, en general, coinciden en que deben distinguirse tres etapas en el desarrollo del estrés laboral: la percepción de la amenaza, los intentos de afrontarla y el fracaso de estos. También se consideran la intensidad de la amenaza y/o la duración (continua o discontinua) de la misma. Al mismo tiempo, se han incluido como factores estresores no solo la carga de trabajo o responsabilidad excesivas sino también las exigencias insuficientes en relación con la capacidad del trabajador, con las consecuentes aspiraciones frustradas e insatisfacción (1).

El modelo explicativo usado habitualmente, en última instancia, remite al esquema causa (agente, trabajo) – efecto (daño), aun cuando la literatura existente no deja de anunciar que "la relación entre los factores psicosociales presentes en el trabajo y la salud se complica por gran número de variables de carácter individual y subjetivo" (Kalimo et al., 1988, pág. 5), variables que, como ya he anunciado en la introducción, no resultan más que en enunciadas. Es decir, no llegan a tener poder explicativo práctico en tanto la ambigüedad e inespecificidad con que se indican no permite ni comprenderlas en toda su dimensión ni diseñar estrategias de abordajes que las incluyan. En la misma línea, Cooper y Davidson (1988) señalan que las manifestaciones dependen de la situación individual, en tanto de dos sujetos expuestos a los mismos factores de estrés uno podrá volcarse a la bebida para evadirse mientras el otro podría sufrir una bronquitis.

Lazarus (1988) ha desarrollado la noción de vulnerabilidad para definir la tendencia de cada individuo a reaccionar ante ciertos tipos de acontecimientos o situaciones con estrés psíquico o con un grado mayor de estrés que otro individuo. Además de los grandes acontecimientos, como las guerras o catástrofes colectivas, cuyas consecuencias psicopatológicas han dado lugar a los estudios sobre las neurosis de guerra o las neurosis traumáticas, existen muchas situaciones rutinarias de la vida, incluidas las del contexto laboral, que no son factores estresantes para la mayoría de los individuos pero sí provocan trastornos en algunos otros.

Las características de personalidad, para este autor, presentan diferencias interindividuales, por ejemplo, en cuanto a la propensión a sentirse dañado, amenazado o puesto a prueba, tres percepciones que pueden ser estresoras.

Una de las variables de la personalidad que Lazarus entiende resultaría productivo analizar es la pauta de compromisos característica del individuo. Los compromisos de una persona son la expresión de sus ideales y metas y de los caminos que se propone seguir para realizarlos. El grado de importancia de los compromisos influye en la vulnerabilidad al estrés pues es más probable que se evalúen como una amenaza o un daño las situaciones que ponen en peligro compromisos fuertes que las que ponen en peligro compromisos débiles.

La manera como influyen los compromisos en la vulnerabilidad al estrés es compleja, ya que el compromiso no solo puede ser causa de vulnerabilidad sino también un recurso, en tanto protege contra el aburrimiento, la falta de sentido y la alienación.

Cabe agregar que Kalimo, luego de una intensa revisión de las investigaciones realizadas señala que se "han publicado pruebas de la relación que existe entre los factores de estrés profesionales y los síntomas psíquicos, pero no se ha confirmado una relación causal precisa" (op. cit., pág. 26). Nos parecen interesantes los resultados de este relevamiento pues permiten, por un lado, distinguir entre "relación" y "causa" y, por otro, observar que la re lación resultaría, eventualmente, entre los factores de estrés y los síntomas. Si bien luego me extenderé sobre estos puntos, puedo afirmar ahora, sobre lo primero, que la noción de causalidad es compleja y requiere, a los efectos de comprender la etiología, la inclusión de los agentes estresores en un conjunto más heterogéneo. Al mismo tiempo, sería necesario una mayor sofisticación de la lógica causal. Sobre la relación entre factor y síntoma, la afirmación citada conduce al interrogante respecto de qué es lo que se modifica del aparato psíquico por la influencia social o las condiciones externas.

 

Organización del trabajo y subjetividad

Existen numerosos textos sobre la organización del trabajo y su articulación con la subjetividad pero me centraré, básicamente, en los aportes de la psicodinámica del trabajo (Dejours, 1998, Dessors y Guiho-Bailly, 1998) y de Aubert y Gaulejac (1993). Estos últimos plantean los diferentes modelos de organización del trabajo y el tipo de adhesión que cada uno promueve. En particular, ponen el énfasis en las organizaciones cuyo principio rector es la excelencia y la figura tipo el manager. Los autores examinan la organización managerial, tal como la denominan, en la que se propone un ideal común, sostenido en un conjunto de creencias y principios, tales como la preocupación por la persona, dar el mejor servicio al cliente, la búsqueda de la calidad y la sintonía entre progreso social y económico. En este universo, sostienen, la empresa se afirma como un polo generador de identidad a la par que se debilitan otras referencias sociales. En esta identidad se le ofrece al trabajador la posibilidad de ser su propio patrón lo cual concluiría en la paradoja de un individuo liberado de toda atadura pero desprovisto de su individualidad. El conflicto entre capital y trabajo (o control y resistencia) deja de desplegarse en el escenario de la empresa y pasa a producirse en el interior del sujeto. La adhesión, en este tipo de empresas, consiste en suprimir la distancia taylorista entre el trabajador y la empresa. "El trabajador –dicen- tiene que volverse empresa".

Aubert y Gaulejac, entonces, describen el tipo de organizaciones de la excelencia y el tipo de imperativos que se derivan de ellas, tales como estar motivado, ser el mejor, ser "mi propio patrón", la realización individual. Estas aspiraciones lograrían sustituir la obligatoriedad del trabajo por el amor a la empresa a través de mecanismos no de "hacer hacer" sino de "hacer querer" (2). No obstante, también se preguntan si efectivamente se trataría de amor y concluyen que no e identifican una sentimiento distinto, el profundo apego. Por esta vía quedaría estructurado un sistema de creencias que obstaculiza la expresión externa de los conflictos, por lo que la contradicción resultante permanece en el nivel individual. Los autores recogen frases de directivos entre las que se destacan "estás condenado a triunfar", "en esta empresa estás obligado a expresar tu opinión libremente", "¡cuánto más tiempo ganamos, menos tiempo tenemos!". Puede advertirse en esta muestra discursiva la presencia de exigencias paradojales. Si bien luego retomaré el problema de las contradicciones, deseo señalar ahora la importancia que las mismas tienen en el marco de las organizaciones. Desde marcos teóricos heterogéneos y en diversos campos de aplicación se han estudiado los tipos y efectos de las diversas lógicas contradictorias (Aubert y Gaulejac, 1993; Maldavsky, 1986, Schvarstein, 1998). En general, todos coinciden en que no se trata de órdenes simplemente contradictorias sino que las mismas atrapan al sujeto entre dos afirmaciones que, por un lado, se excluyen mutuamente y, por otro, no pueden resolverse por la sola supresión de uno de los términos. Resulta elocuente una publicidad gráfica recientemente aparecida cuyo texto dice "en la nueva economía de Internet el temor al fracaso es reemplazado por el pánico al éxito". La ligazón entre éxito –meta a alcanzar- y pánico pone en evidencia un tipo de desarrollo afectivo que impregna la organización del trabajo al tiempo que expresa un bienestar imposible.

Pensar que las organizaciones generan paradojas no es lo mismo que suponer que produzcan patologías tales como esquizofrenia, depresión, etc. La relación entre organización del trabajo y salud mental encuentra en este punto un debate muy interesante. Dejours se ha preguntado si existen trastornos mentales específicos determinados por un trabajo en particular o bien si el trabajo contribuye a la aparición de trastornos mentales que no son específicos. A la primera pregunta responde negativamente o, por lo menos, con cierto escepticismo, en la medida en que ninguna de las investigaciones realizadas a partir de la hipótesis de la existencia de trastornos mentales profesionales ha arrojado resultados convincentes.

La respuesta, entonces, requiere de un esfuerzo de complejización, pues, aún reconociendo en el trabajo un factor causal, es en extremo difícil determinar qué función ha desempeñado el trabajo en el conjunto de los factores intervinientes. El autor entiende que entre el estado de descompensación (trastorno mental conocido, tipo esquizofrenia, histeria, depresión, etc.) y el bienestar psíquico existe una zona intermedia en la que aparecen ciertas manifestaciones o perturbaciones que pueden ponerse en relación con el trabajo. Dejours ha optado por denominar a esa zona estado de malestar psíquico, intermedio entre la salud y el trastorno mental. Es decir, los elementos conjugados son el trabajo, la organización y una zona psíquica de sufrimiento. Tal como estuvimos viendo el acento está puesto en la organización y los efectos que la misma promueve. Desde nuestra perspectiva, si bien faltaría examinar cuál es la incidencia posible de la organización (la cual constituye la serie del vivenciar), detengámonos un poco más aun en las ideas que venimos examinando. Aubert y Gaulejac, por su parte, utilizan el concepto de estructura de solicitación para referirse a la articulación entre el afecto o pulsión y el contexto social (empresa). Dicha estructura comprende un conjunto de puntos de anclaje desde los cuales el sujeto se representa la realidad social, expresando en ella su propia historia a la vez que ayuda a sostenerla y desarrollarla. De esta manera, el funcionamiento organizacional y el funcionamiento psíquico son objeto de un apuntalamiento recíproco. La psicodinámica del trabajo, tal como la ha enfocado Dejours (1998), intenta definir las pautas de comportamiento, las actitudes y las defensas colectivas e individuales propias de cada tipo de trabajo.

Es notable el papel y la importancia que los distintos autores asignan a los mandos medios, quienes serían los que cumplen la función de transmitir las contradicciones organizacionales. Dessors y Molinier (1994) se refieren al management por medio de la mentira según el cual los supervisores funcionan como un engranaje entre los imperativos económicos y los problemas que se plantean en el terreno. Las mentiras, a las que "justifican" en tanto permitirían llevar a cabo la tarea (promesas de promoción, etc.) aun cuando saben que resultarán incumplibles, disfrazan el hecho de que cada vez exigen más con cada vez menos recursos.

 

Problemas relacionados

Es los estudios sobre salud y trabajo se han distinguido un conjunto de problemas que no querría dejar de mencionar. No obstante, tales problemas se diferencian –en algunos casos- centralmente por cuestiones descriptivas. Es decir, en ocasiones se pone el énfasis en el tipo de ámbito laboral (por ejemplo, el caso de los trabajadores de la salud), en otras en la sintomatología. Trataré, en este apartado, de presentarlas intentando rescatar lo que, más allá de simples cuestiones de denominación, agrega como valor diferencial para la comprensión del problema.

En primer lugar, entonces, cabe mencionar el síndrome de fatiga crónica cuyo diagnóstico supone un período de fatiga mayor a los 6 meses y un alto porcentaje de disminución del rendimiento (además de descartar otro tipo de enfermedades con efectos similares). Los estudios sobre esta patología ubican como precursores situaciones de excesiva exigencia, signos de agresividad e ideales desproporcionados.

Dejours, a partir de sus estudios sobre las actividades monótonas, se pregunta cómo un trabajador podría soportarlas en tanto las rutinas reiterativas son opuestas a la dinámica biológica y psíquica. Dice: "¿Cómo es posible que un individuo normal tolere mentalmente un ciclo de operaciones que dura, como máximo, unos segundos y se repite durante horas, meses, años o toda una vida laboral?". Esta pregunta expresa con sencillez el drama cotidiano que también podemos apreciar en películas como Tiempos modernos o La clase obrera va al paraíso. El autor entiende que la tarea realizada no guarda ninguna relación con los deseos o fantasías del sujeto a quien le resultaría imposible la investidura pulsional de su trabajo más allá de la "catexia lateral de su salario". La consecuencia de esta vida laboral, de la supresión de la actividad psíquica, para lo cual se requiere un excesivo gasto de energía, es la fatiga. Es interesante señalar que Dejours no pone el acento en la carga física sino en la monotonía o en las tareas carentes de interés, observación que lo lleva a concluir que no es el trabajo propiamente dicho lo que agota al sujeto sino la lucha contra la parte más vital de su economía psíquica (3). Al mismo tiempo destaca que la amputación de la vida psíquica no es fácilmente reversible e, incluso, resultaría tan difícil llegar a ese estado que luego, lejos de abandonarlo, se lo traslada al tiempo libre (a través de exigentes actividades durante los fines de semana o la permanencia pasiva frente al televisor durante largas horas).

En un apartado posterior podremos advertir algunas relaciones con la denominada adicción al trabajo pero cabe referir aquí el texto Las neurosis de los domingos de Ferenczi y el comentario de Abraham (1918) sobre el mismo. Este último, destaca las observaciones de Ferenczi sobre aquellos que recurren a la sobrecarga de trabajo para protegerse de las exigencias pulsionales y cita el caso de un militar que padecía síntomas neuróticos durante la inactividad de la trinchera y pedía su traslado al frente de combate. Finalmente concluye que "cuando tales personas se ven forzadas a la inactividad por una enfermedad o un accidente a menudo la consecuencia es la manifestación de neurosis o el recrudecimiento de la ya existente. En tales casos la tendencia general es relacionar, desde el punto de vista etiológico, la neurosis con la enfermedad, el accidente o lo que haya sucedido en primer término. Pero podemos afirmar que, en muchos casos, durante el período de inactividad forzada la libido se ha impuesto al control del paciente" (pág. 166) (la negrita es mía).

Otro problema relacionado es el denominado mobbing u hostigamiento psicológico en el trabajo. Sobre este punto me interesa, por un lado, remitir al lector al libro de Scialpi (2000) quien, desde una perspectiva sociológica y jurídica, realiza un estudio de casos sobre la violencia en la Administración Pública. Por otro, deseo subrayar, respecto del mobbing, que se trata de un término utilizado en la bibliografía para indicar la situación en la que una persona o grupo ejerce violencia psicológica extrema y sistemática (al menos una vez por sema na durante más de 6 meses) sobre otra persona en el ámbito laboral.

Distintos autores acuerdan en considerar este tipo de violencia como una forma específica de estrés laboral cuyo elemento diferencial es que no deriva de las exigencias del trabajo sino que tiene su origen en la violencia de ciertas relaciones interpersonales en la empresa. Uno de los ejemplos de mayor repercusión es el acoso sexual. Básicamente se trataría de un conflicto asimétrico pues la parte que hostiga posee más recursos u ocupa una posición s uperior a la víctima. En suma, la condición de aparición de estas conductas, en parte, estaría ligada con las formas de gestión de los conflictos por parte de los superiores.

Para cerrar este apartado querría mencionar, en último término, los estudios sobre el burn out. Este término, si bien no tiene una expresión análoga precisa en español, suele traducirse como estar quemado o fundido. Su origen data de la década del ´70 cuando H. Freudenberger lo utilizó para describir la sintomatología detectada en aquellos trabajadores que están en relación con personas que sufren (enfermeras, por ejemplo). Kornblit (1996) cita distintos estudios en los cuales se pone de manifiesto que esta forma particular del estrés se encuentra ligada con aquellos profesionales que caracterizan su actividad como un apostolado, por la vocación de servicio y el sacrificio (médicos, docentes, asistentes sociales).

Finalmente, cabe mencionar los estudios de Bernardi y de León (1999) quienes estudian el burn out del psicoanalista a partir de problemas clínicos vinculados con los ideales analíticos y con la disposición contratransferencial masoquista del analista.

 

De la extensión del estrés a la intensión metapsicológica

En este apartado me ocuparé de presentar la perspectiva psicoanalítica cuyo modelo etiológico y esquema conceptual permite un abordaje diverso del examinado hasta aquí. Cabe agregar que con estas reflexiones continúo una línea de pensamiento sobre la metapsicología de la vida laboral iniciada en trabajos anteriores (Plut; 1995, 1996, 2000). En este sentido, al revisar la literatura sobre estrés mi impresión es que las investigaciones realizadas apuntan a un desarrollo extensivo en cuanto a la identificación de factores estresores y la detección de signos e indicadores. Nuestras indagaciones, en cambio, se interesan más por un avance intensivo sobre la subjetividad.

De acuerdo con la percepción de esta complejidad podemos plantearnos interrogantes en una doble dirección: así prestamos atención a los componentes pulsionales y los procesos inconcientes de cada sujeto (y su incidencia sobre lo familiar, grupal y/o comunitario) pero también la consideración inversa resulta inherente al psicoanálisis. En síntesis, examinamos el ensamble de las vicisitudes pulsionales con las condiciones laborales.

Es momento ahora de retomar algunas ideas ya planteadas, en particular aquellas que han puesto de manifiesto, según Kalimo, que las relaciones de causalidad (entre factores de estrés y síntomas) son altamente imprecisas (no se confirman) y se complican por las variables subjetivas. Ya habíamos anticipado que tales afirmaciones permiten interrogarnos sobre la relación de lo social con lo anímico. El psicoanálisis plantea un conjunto de hipótesis a doble vía: por un lado, aquellas que refieren a los determinantes pulsionales y cómo lo anímico funda la exterioridad; por otro, cómo se inserta e incide lo social sobre la estructura psíquica. Maldavsky (1998) señala que "podemos figurarnos al sujeto compuesto por círculos de seguridad que preservan un núcleo estable, en el cual hallamos sobre todo a la economía pulsional y ciertas defensas de base. En sectores más superficiales hallamos identificaciones, representaciones-palabra (preconcientes) y defensas secundarias, derivadas de las centrales.". En este sentido podemos afirmar que, mayormente, la eficacia de lo social sobre lo anímico se da sobre aquella zona más superficial, no obstante en ocasiones las transformaciones pueden recaer sobre sectores más centrales (identificaciones constit uyentes del carácter y, más aun, puede quedar perturbada la erogeneidad). Ello ha sido estudiado también desde el punto de vista del desarrollo evolutivo. Me interesa resaltar que para pensar en los fenómenos de estrés laboral, debemos distinguir cómo lo social influye de manera diversa ya sea que se trate de la niñez, la adolescencia y la adultez. Siendo esta última etapa la que nos incumbe en este momento. También es preciso señalar que dejamos de lado las circunstancias de condiciones extremas incluidas en las denominadas neurosis traumáticas. En la vida adulta, entonces, a diferencia de los momentos tempranos de constitución de la subjetividad, la social influye en la periferia de lo psíquico.

En el caso del estrés se da un tipo de situación traumática que no deriva de un episodio único y de gran intensidad sino de la acumulación de sucesivas incitaciones de menor carácter, cuyos efectos podrían recaer sobre lo nuclear del aparato psíquico.

De todos modos, hasta acá se trata de la influencia de lo social sobre el aparato psíquico y falta aun considerar la dimensión inversa y complementaria.

A partir del estudio etiológico sobre los desenlaces clínicos, Freud se interroga sobre la importancia de las impresiones y vivencias accidentales (contingentes) en la determinación de una estructura psíquica. En el esquema de las series complementarias opone otra serie al vivenciar, la de los actos psíquicos puramente internos (necesarios), entre los que incluye los procesos del pensar inconciente y los sentimientos. Ambos procesos se rigen por criterios internos del aparato psíquico por lo que, más allá de las influencias externas y contingentes, aquel no es una tabula rasa, sino que posee sus leyes propias de generación de lo nuevo. La serie de las vivencias aporta el material que pasa a constituir las huellas mnémicas inconcientes sobre las que opera la eficacia de los mencionados pensamientos inconcientes. Para Freud la exterioridad es producida por un movimiento psíquico específico, la proyección: "la espacialidad acaso sea la proyección del carácter extenso del aparato psíquico"(1938, pág. 302). Por lo tanto, aquello que captan nuestros órganos de los sentidos puede distinguirse por su contenido, constituido por las impresiones sensoriales, y por la forma, creada por el proceso proyectivo. En este sentido, la supuesta exterioridad captada por la percepción y transformada en inscripciones psíquicas, no se corresponde con una realidad pretendidamente objetiva, sino con un producto psíquico creado proyectivamente. La vida pulsional, para Freud, funda la exterioridad, que se vuelve eficaz para lo psíquico en la medida en que su significatividad deriva de la investidura pulsional.

Por lo tanto, para comprender la eficacia de los fenómenos de estrés laboral, no solo debemos considerar la sumación de incitaciones exógenas sino las leyes internas del aparto psíquico que imponen transformaciones a tales incitaciones (y las dotan de una significatividad específica).

Para Freud el trabajo permite procesar un conjunto de exigencias pulsionales (como las de tipo homosexual y la hostilidad fraterna) y puede constituirse en un escenario en el cual se plasman sentimientos de injusticia, celos y envidia. Ciertas condiciones laborales (amenaza de desempleo, ser marginado de ciertos círculos, exigencias contradictorias, etc.) poseen el valor de potenciar ciertas disposiciones a la adicción al trabajo (4) como forma de procesar y desplegar los componentes antes mencionados. Sobre este tipo de condiciones de trabajo Cupeiro, R.A., Di Pato, S. y Wolff, C. (1994) han señalado que actúan como un medio para arrancar un sobre-trabajo. Es decir, que todo el sufrimiento ocasionado por las características del puesto, la tarea y el contexto laboral promoverían un aumento en la productividad. Los autores sostienen que el sistema aprovecha la propia fuerza del operador, su propio sufrimiento y agresión, de manera tan sutil que hasta termina por ser innecesaria la concreción de un castigo, pues resultan suficientes la incertidumbre, el estado de amenaza e inseguridad. Simultáneamente el trabajo produce sufrimiento y este produce más trabajo, acelera el ritmo. La actividad laboral se convierte entonces en una fuente de incitaciones traumáticas duraderas que poseen un valor semejante a un impacto único y catastrófico. Como resultado de ello se produce un drenaje pulsional, un estado de desvalimiento, que imposibilita la tramitación de las exigencias tanto pulsionales, como las del superyo y la realidad. En tales pacientes, por lo tanto, prevalecen los estados de apatía, estados de los cuales "salen" temporariamente si encuentran alguien que les dé "pila".

El ideal del yo surge como resultado de las transformaciones acaecidas sobre la propia erogeneidad que se destila como valor. Las diferentes fijaciones pulsionales determinan la producción de rasgos específicos en cada contenido del ideal. El contenido del ideal deriva del procesamiento de la voluptuosidad.

Las observaciones clínicas señalan la correspondencia de cada fijación pulsional con un valor que, a su vez, halla su expresión como lenguaje del erotismo y el modo particular de establecer vínculos interindividuales significativos.

La erogeneidad primordial, que inviste los propios órganos y procesos intrasomáticos es el punto de fijación de los pacientes psicosomáticos. Esta sensualidad se expresa en lo anímico en términos de ganancia, término que alude a una realidad utilitaria , numérica. El ideal de la ganancia, entonces, expresa la incidencia específica de la libido intrasomática y cuando predomina este ideal, y el yo se adhiere a él, deviene una estructura de carácter sobreadaptado y, cuando supone que es el otro el que obtiene una ganancia surge la manifestación psicosomática.

Francisco deja su número telefónico y dice que lo llame "cuanto antes" así puede comenzar a tratarse conmigo. El día de la primera entrevista antes de sentarse dice: "estoy borracho de números". Refiere que en el último año su vida "dio un vuelco de 180º" y con ello aludía a su casamiento y al nacimiento de su hijo.

Francisco tiene 31 años y trabaja en una importante empresa multinacional. El motivo de su consulta -dice- es querer "tomarse las cosas con otra filosofía". Cuenta que en su trabajo se esfuerza mucho, hace muchas horas extras y diariamente se encuentra en situaciones en las que lleno de furia va a lavarse la cara al baño "para no explotar". Relata que tiene gastritis, alergia de piel y hemorroides. Sus sesiones transcurren entre relatos hiperrealistas y quejas sobre su trabajo: respecto de sus jefes por el poco reconocimiento que recibe, respecto de sus pares por una supuesta "competencia desleal". Dice: "es una injusticia el cargo que tengo en relación con mis responsabilidades; yo en mi trabajo me brindo completamente".

Una y otra vez habla de sus "nervios"; "concretamente voy dos o tres veces por día a poner la cabeza debajo del agua fría". En la segunda sesión solicita un cambio de hora por las presiones que siente para que se quede en la oficina más allá de su horario: "hay miradas acusadoras pero yo me cago en eso, lo que pasa es que tengo mucho volumen de trabajo".

Describe la empresa en la que trabaja en los siguientes términos: "en un lugar donde hay 18.000 empleados sos un número, y encima cuando no soy el centro me siento un cero".

Sus frases suelen ser "acá estoy, con las tensiones", "me descargo en cualquier lado". También señala que luego de enojarse y estallar siente que "no valió la pena porque no hay que dar por el pito más de lo que el pito vale".

Cuenta que frecuentemente tiene discusiones con su señora porque "ella gasta mucho con la tarjeta; me desborda no poder controlar los gastos". "En la oficina -continúa- si hay una cagada te tiran de las pelotas, y los halagos se los guardan ellos".

Relata que anteriormente trabajó en turismo: "llevaba grupos, no sé cuantos pasajeros tuve pero eran miles. Era muy injusto porque estaba con gente de un poder adquisitivo elevado mientras yo trabajaba. Mi trabajo actual no me gusta, no tengo mi lugar. Hay una lista negra y van a echar a 500 o 600 personas".

Respecto de su esposa dice que "es muy buena madre y muy buena esposa, no le puedo pedir más". Yo le pregunto si a él alguien le pide más y dice: "Si, todo el tiempo. Yo me exijo mucho. Yo siempre hice mucho deporte; jugaba al rugby y varias veces tuve fracturas. Yo siempre quiero más, y más, y más, y más. Aunque esté cansado, si quiero algo no puedo parar. Me exijo hasta lo último. Si yo sé que puedo correr 10 km. no paro aunque esté cansado. El deporte es como el trabajo, todo es ejercicio. Soy muy ansioso, para comer yo no mastico, trago, no saboreo la comida. En mi trabajo estoy en un área donde lo importante no es ganar más sino gastar menos". Le digo que para que otros gasten menos él gasta más y más energía. Rápidamente me contesta: "es el único método que conozco".

Cuenta que su hijo últimamente está con mucho resfrío y fiebre: "si llora por hambre lo podés calcular. El se ríe y te compra. El otro día tenía 38º de fiebre y ni lloraba, el tipo es bárbaro. No dice nada".

La demanda de tratamiento de Francisco era una urgencia ("cuanto antes"). Urgencia que de diversos modos aparecía en su rutina laboral: siempre con trabajo acumulado que había que terminar cuanto antes.

Su discurso habitual, carente de fantasías, consistía en expresiones numéricas, cuantitativas: podría decir, con un poco de ironía, que términos como "mucho", "ganar", "gastar", "calcular", "volumen", "más", etc., eran moneda corriente. Ello se combinaba con estallidos de furia, gritos y un discurso catártico con el cual procuraba aliviarse de sus tensiones; luego de lo cual quedaba sumido en un estado de sopor. En sesión ocurría que, luego de proferir -elevando el tono- expresiones de enojo e insultos contra sus jefes y gerentes, sus ojos se tornaban rojos y por momentos se cerraban.

Francisco mayormente no especulaba, no contaba sus intereses; su posición era la inversa: "cuando el yo se consustancia con este ideal sobreviene una estructura, el carácter sobreadaptado, y por el contrario, cuando supone que otro extrae una ganancia, un número, a su costa, surge una manifestación psicosomática, y un estado de depresión esencial, carente de matiz afectivo, como ocurre en All that jazz: cuando el personaje central es operado del corazón por su infarto, simultáneamente los empresarios que lo han contratado hacen cuentas acerca de cuánto ganarían si muere y cuánto si pierde" 1.

Freud plantea, para las neurosis actuales, un estancamiento tóxico de libido objetal homosexual (precisamente la erogeneidad que sublimada es procesada en la actividad laboral). A ello Sami Ali le agrega un fragmento paranoico complementario. Este componente paranoico consiste en la generación de ciertos personajes persecutorios que el paciente coloca en el mundo, vía proyección patológica de un fragmento del superyo ("hay miradas acusadoras", "hay una lista negra...", "es una injusticia", "competencia desleal").

Al referirme a los decretos del superyo sobre lo bueno o malo/ útil o perjudicial, y su enlace con la alteración en la autoconservación, señalé la desmezcla pulsional y las magnitudes hipertróficas de la pulsión de muerte que atentan contra la propia vida. Prosigamos, ahora un poco más: cuando la pulsión sexual entra en contradicción con la autoconservación -y se pone al servicio de la pulsión de muerte- deviene necesariamente una desmentida o desestimación del juicio acerca de lo nocivo del objeto. A su vez, el paciente psicosomático desconstituye la autoobservación; específicamente queda abolida la posibilidad de decidir s obre lo nocivo que afecta al yo. Respecto del ideal, tales pacientes desmienten la distancia entre el yo y aquel. Este conjunto de fallidas estructuraciones o desconstituciones conduce a una degradación del ideal (de la ganancia en este caso), una resexualización del superyo vuelto sádico y a la disolución de las identificaciones. El paciente concluye suponiéndose sólo una cifra en la mente de su interlocutor ("en un lugar donde hay 18.000 empleados sos un número", "me siento un cero"). Hasta la fiebre de su hijo(es decir, su estado corporal) es posible "calcular". El paciente es una cifra, víctima de los cálculos de un ser despótico (paranoico) cuya cuenta siempre termina con el mismo resultado, cero.

En este punto, y cómo último tópico, deseo mencionar las hipótesis sobre las relaciones entre el grupo y el líder, si bien no me extenderé sobre todos los aspectos que son inherentes, tales como la representación-grupo, su forma y contenido, los diferentes tipos de liderazgo (Maldavsky; 1991), así como su enlace con la pulsión social y su importancia en el mundo del trabajo (Plut; 2000). Asimismo, por razones de espacio, dejo sin considerar el problema de la violencia institucional y la producción anímica de lo diferente (Maldavsky; 1996, 1997). Me interesa, particularmente, referirme al problema de las contradicciones.

Es interesante advertir que el término estrés, etimológicamente, deriva de la palabra latina stringere que significa "provocar tensión". Schvarstein (1998, 2000) distingue y reúne las nociones de contradicción y tensión a partir de lo cual desarrolla su forma de comprender y abordar el análisis organizacional.

La teoría psicoanalítica sostiene la hipótesis de que las relaciones interindividuales tienen como fin privilegiado procesar las exigencias pulsionales y, secundariamente, las que pro vienen de la realidad y el superyo. En el caso de las instituciones, el triple vasallaje (que empuja a la complejización) proviene de las aspiraciones de grupos e individuos de la propia organización, de las tradiciones y de la realidad intra y extrainstitucional.

El modo en que una organización específica (y en especial su líder) dé cabida a estas tres fuentes de incitaciones (amos) contiene la clave para la generación y continuidad de proyectos. Cada uno de estos amos posee sus propios representantes en el seno mismo de la institución, respecto de los cuales el líder debe hallar caminos para múltiples transacciones. Los principales encargados de responder a esta triple exigencia son aquellos responsables de las decisiones principales (centralmente el líder).

Tales exigencias (las provenientes de las aspiraciones comunitarias, las tradiciones y la realidad) reúnen dentro de sí fragmentos heterogéneos, por lo que se advierte la complejidad de conflictos posibles. Así, pueden desarrollarse, por ejemplo, enfrentamientos entre representantes de las aspiraciones internas con representantes de las tradiciones (es decir, entre los representantes de distintas exigencias) o bien, entre los representantes de un mismo amo entre sí (por ejemplo, pugnas entre grupos que atribuyen diferentes significados a una misma realidad).

Por lo tanto, coexiste una diversidad de factores (ente los cuales se arman alianzas, rivalidades, desconocimiento, etc.) frente a lo que los decisores deben responder con una lógica cada vez más sofisticada. Los riesgos de fragmentación, entonces, también son numerosos.

Al hablar del pensamiento apocalíptico, Maldavsky señala que este "condena todo proyecto, toda iniciativa comunitaria que abra el futuro a lo posible, a lo nuevo, y pesquisa y magnifica en cada producción sublimatoria los restos de una voluptuosidad irrestricta, por lo cual dicha producción queda anatematizada como introductora de la disolución en los lazos sociales" (1991, pág. 267). Cuando este tipo de pensamiento es encarnado por el líder se va plasmando un despotismo creciente correlativo de una degradación de las identificaciones recíprocas. El liderazgo se va envileciendo progresivamente ante la falta de respuestas adecuadas para hallar transacciones entre las tres fuentes de exigencias. En la organización dirigida por un líder apocalíptico se va desestructurando la pulsión social, uno de cuyos componentes –la autoconservación- se trastorna como en el caso de las personas que perpetran el suicidio. Tal puede ser la situación de aquellos conductores que arrastran su empresa consigo hasta la tumba.

El liderazgo apocalíptico se torna cada vez menos representativo con los consiguientes efectos de supresión de la diversidad, la tendencia a una nivelación descomplejizante y la abolición de los nexos sociales de tipo solidario (requeridos para el trabajo en común).

El líder (o equipo conductor) es el encargado de responder a la triple exigencia y creemos que de él pueden derivar un conjunto de contradicciones.

Maldavsky (1986, 1992) examina cuatro tipos de contradicciones: orgánicas, pragmáticas, semánticas y lógicas, de las cuales describiré solo la primera. Se trata de un problema clínico que comprende el estudio de ciertos procesamientos defensivos y sus efectos sobre el preconciente. Si bien el estudio de las contradicciones suele ser encarado desde la perspe ctiva familiar, creo que puede extenderse a otro tipo de relaciones interindividuales, en particular las que se desarrollan en una organización entre un líder y su equipo.

El mecanismo por el cual estas contradicciones se alojan en lo anímico es la desmentida, el cual supone la oposición a un juicio (el de la castración materna) ligado a una percepción ilusoria. Con el objeto de sostener una idealización, colocar a otro en el lugar de modelo, el yo debe ceder algo de sí y ubicarlo allí donde la percepción y el juicio correspondiente lo refutan. La eficacia anímica de estas contradicciones deriva de que vayan acompañadas de otros componentes que imponen al yo una sumisión a ellas.

Cuando el yo se encuentra ante situaciones paradojales, le caben dos alternativas defensivas: o bien su cuestionamiento superador y, si ello no es posible, la huida. En el caso de las contradicciones enunciadas ninguna de tales opciones es factible, ambas están impedidas. Es decir, a las dos afirmaciones contradictorias se le agregan otras dos órdenes que someten al yo y lo tornan indefenso, una prohibición al cuestionamiento y otra que recae sobre la posibilidad del alejamiento.

En el terreno familiar se ha estudiado el carácter patógeno de estas contradicciones, carácter que se da siempre y cuando queden imposibilitados el cuestionamiento y la evitación mediante la fuga. Pero debemos señalar aquí que no es lo mismo pensar en las estructuras intrapsíquicas que sus determinaciones interindividuales, pues existe el riesgo de apreciar equivocadamente la producción de patología psíquica.

Las contradicciones orgánicas pueden sintetizarse en la frase cuanto mayor tensión voluptuosa, mayor esfuerzo por aumentarla, la cual, en el caso de Francisco, se advierte claramente en su imposibilidad de limitar su actividad motriz ligada a un irrefrenable pens amiento numérico. Dicha tensión se sostiene pues constituye "un precario reaseguro en cuanto a su sentimiento de estar vivo" (Maldavsky, 1992, pág. 201). En el caso de los sujetos que padecen afecciones psicosomáticas, les resulta inverosímil cuestionar la contradicción por el dolor que implica la amenaza de perder la ilusión de ese goce absoluto (en términos de ganancia) que se alcanzará luego de tanto esfuerzo.

Lo expresado hasta aquí es solo fragmentario pero cerraré en este punto mi exposición por cuestiones de espacio. Faltaría incluir el examen de los otros tipos de contradicciones; las lógicas (que complementan las orgánicas) en el caso de las adicciones y las pragmáticas (sumadas también a las orgánicas) en el caso de las enfermedades psicosomáticas. Al mismo tiempo, los estudios sobre estrés pueden distinguirse desde la perspectiva de las neurosis tóxicas y traumáticas.

En síntesis, he intentado poner de manifiesto la complejidad del problema cuando queremos comprender cuál es la eficacia de las relaciones interindividuales en el trabajo. La teoría de los factores estresores resulta útil para conocer las condiciones y medio ambiente de trabajo (e incluso definir modificaciones), pero, al mismo tiempo, resulta insuficiente para entender los desenlaces psicopatológicos.

 

Notas

(*) Una versión abreviada de este trabajo fue publicada en la Revista Actualidad Psicológica N° 280, Octubre 2000.

(1) Kalimo (1988) observa que los estudios de laboratorio han demostrado que la estimulación insuficiente facilita la producción de adrenalina en forma comparable con la estimulación excesiva.

(2) Existen similitudes con el análisis de Anthony Elliott sobre la modernidad y la posmodernidad en Sujetos a nuestro propio y múltiple ser (Amorrortu Editores). Allí se extiende sobre la cultura del narcisismo y cómo el capitalismo produce individuos que quieren comportarse como deben comportarse. Aubert y Gaulejac también plantean que la personalidad narcisista sería el fundamento psicológico del hombre managerial.

(3) Dejours relaciona este estado mental con lo que los psicosomatistas denominan depresión esencial.

(4) Aubert y Gaulejac describen ampliamente los métodos empresariales utilizados a tales efectos.

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