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Comentario al trabajo de Luis Tamayo:
El psicoanálisis: desviación del discurso libertino

Julio Ortega Bobadilla

Instituto de Investigaciones psicológicas
Universidad Veracruzana
Psiconet-México

Hay el amante y hay el amado y cada uno proviene de regiones distintas. Con mucha frecuencia el amado no es más que un estímulo para el amor acumulado durante años en el corazón del amante. No hay amante que no se de cuenta de esto con mayor o menor claridad; en el fondo sabe que su amor es un amor solitario.

(La balada del café triste)

Carson McCullers.

El trabajo de Luis Tamayo aborda un tema sumamente espinoso y que de alguna manera no gusta a los analistas tocar demasiado. Una de las objeciones más poco serias al psicoanálisis proviene de personas que citan casos de abuso sexual por parte de los terapeutas, debido a lo que llamaríamos hoy, puntos ciegos del propio análisis de los analistas. Freud escribió algunos artículos sobre técnica que puntualizaban el lugar del amor de transferencia y que se han convertido hoy en clásicos, sin embargo, como señala nuestro colega, no han sido muy tomados en cuenta por propios y extraños.

En lógica existe, una falacia llamada argumentum ad hominem destinada a objetar esa actitud de atacar al hombre que hace una afirmación, en vez de refutar la verdad de lo que éste afirma. El argumento es falaz porque el carácter del hombre carece de importancia para determinar la verdad o falsedad de un argumento así como su corrección o incorrección. Sin embargo, los embates de este tipo son frecuentes contra nuestra disciplina.

Casos como el de Ferenzci en la historia del psicoanálisis sobran. Cuando Paul Roazen no se conformó con el recuento oficial de Jones, e inició las investigaciones que tomarían forma de documento en sus libros bien conocidos, topó con una veta que más tarde ha sido tocada por otros autores con una oscilación desafortunada entre la seriedad, el recuento anecdótico y el chisme insidioso. Moussaief-Masson, Peter Swales (quien ha sugerido que había una relación de Freud con su cuñada Mina), Janet Malcom, Carotenuto, Ellenberg, Peter Gay y John Kerr han desenterrado sucesos que no son del todo agradables en la historia de los primeros analistas.

Conozco mejor que el caso de Ferenczi los tristes incidentes referentes a la vida de Sabina Spielrein quien ocupó aparentemente un lugar importante en la vida de dos hombres que se juzgaron a sí mismos como padre e hijo. La paciente de Jung fue también su amante y parece haber, más que inspirado, dado a luz algunas ideas que fueron en su momento atribuidas a éste. Freud conoció a fondo la correspondencia de Sabina con su analista y la triste situación de ésta ante el acoso sexual de su médico sin exponerlo ante sus colegas, y no precisamente por tratarse de una etapa previa al psicoanálisis propiamente dicho, sino debido a su propia transferencia con Jung y quizás también con el afán de tratar de llevar la fiesta en paz.

También se encuentran registrados en los anales, los difíciles casos de Otto Grooss —defensor de la poligamia que practicaba Jung con sus pacientes— y de Victor Tausk, personajes que abrazaron el psicoanálisis como leit motiv de su vida pero que tuvieron una relación trágica con éste. Conocemos también las intervenciones decisivas casi de pasaje al acto atribuibles a Freud en el caso del matrimonio MacBrunswick.

La cuestión de fondo en todos estos casos, tiene que ver con el amor de transferencia y la posición casi omnipotente de Amo a la que es fácil ceder ante los embates de la pulsión sexual. El analista debiera ofrecerse como causa del deseo a su paciente y tratar desde esa posición de articular bajo el impulso de la palabra el cúmulo de fantasías acumuladas en la historia personal del analizante a fin de que el sujeto acceda a la significación de éstas, rehistorize su vida y la reconstruya. El analista se ofrece, propiamente hablando, como semblante de una pasión del sujeto que se dirige sólo al encuentro con él mismo.

Pero más allá de eso que es teoría y que deviene máxima de ley entre los analistas, uno pudiera tal y cómo los libertinos lo hacían, retomar con espíritu travieso la cuestión y preguntarse si en realidad hay algo de malo en el hecho de que un analista toque a su paciente, sobretodo cuando ésta lo desea —no conocemos casos de analizantes masculinos en este trance— y puede satisfacerle.

Fuera de los desafortunados casos en que los analistas han cedido a tener affaires con sus analizantes, la historia consigna matrimonios entre analistas y ex-pacientes que han regularizado su situación anómala llevándola a ese crisol de fuertes emociones que todos conocemos como familia. Recuerdo una película irreverente y amena como Lovesick (1983) de Marshall Brickman, en la que el analista Dudley Moore sigue a su bella paciente Elizabeth MacGobern a pesar de ser casado y de estar advertido de que se acerca a un fruto prohibido que, por cierto, ya ha sido mordido antes por un anterior analista. La situación que para todos los que tenemos alguna formación analítica sería dramática, ruinosa y por demás iatrogénica es presentada como divertida y encantadora.  Alec Guinnes, personifica en una actuación soberbia a un Sigmund Freud que actúa, más bien, como Obi Wan Kenobi impulsando al nuevo caballero Jedi a romper esquemas que él mismo impuso, en beneficio de disfrutar más la vida y abrirse a lo inédito.

La pregunta libertina en el mismo tenor que la podría formular el autor de la Filosofía de la Alcoba sería: ¿Por qué no? ¿Simplemente por qué no lo permiten las reglas?

Me parece que el trabajo de Tamayo pone el acento sobre una respuesta que no va del lado de respetar un mandamiento supremo. Se trata de una cuestión diferente y que involucra la posición misma del analista que tiene siempre algo de infausta, porque la clase de Amo que encarna, es aquel que vive del pathos de lo efímero. Pienso, y no sigo a Lacan en esto, que entre la relación del amante con el amado y la del analista con el analizante no hay una igualdad de términos ni una relación de implicación. Se trata más bien de dos historias paralelas y distintas.

Una historia de amor nos dice Freud en "Puntualizaciones sobre el amor de transferencia" (1915) es inconmensurable, sin comparación, ni escritura posible. La historia de un análisis, por el contrario, tiende a delinear una escritura —¡que no es la de los garabatos de la libreta del analista!— y queda del lado del trazo y del límite. No puede satisfacerse la demanda de amor del paciente simple y sencillamente porque ésta apunta a lo imposible, a la negación de la castración.

La demanda de amor del paciente se dirige a un objeto liso y sin fracturas y que se articula en una sentencia imperativa que Lacan formula en su Seminario de la ‘Lógica del fantasma’ (18/02/1967) con la que define el amor pleno: "Tú no eres nada más que eso que soy"; cuestión que remite a los cimientos del amor, hundidos en el narcisismo primario. El amante poseído por el Eros escoge al amado según esa lógica. Entonces, el amado analista del cual el paciente no sabe nada, accede a ser sujeto de amor sólo al precio de ser objeto puro de proyección del mundo interior del analizante... eso implica la tragedia de que ese amor puro no tiene nada que ver con lo que él es en realidad y por tanto no tendría por qué amar como sujeto y contestar en reciprocidad a ese amor que se le ofrece, a menos que ceda a la tentación siniestra de considerarse objeto puro, para caer estrepitosamente más temprano que tarde.

La reciprocidad a ese amor de transferencia conduce irremediablemente a la búsqueda de la fusión total, a la tragedia del amor-pasión cuyo ejemplo extremo es el incesto y la pulsión de muerte que lo habita.

Si bien ocupar el lugar del analista implica entrar en la categoría de mínimamente deseable, pues es la petición de principio para la transferencia, se entiende que el deseo del analista se debe reducir sólo a analizar, porque de entrada él no puede saber sobre el Bien supremo y el bienestar del paciente... en este orden de ideas, cae por sí sola la estupidez—¡acrítica del todo!—, que considera que lo mejor para el paciente sólo puede ser el analista mismo en calidad de amante.

Más allá de la alevosía de tomar un amor de esta naturaleza y la traición implicada a la confianza del paciente, se encuentra una cuestión más profunda, que no es otra que la de desconocer que la tarea analítica no está para colmar el deseo del sujeto, sino para articularlo, conduciendo al paciente más allá del síntoma, lo que es decir en este caso: el mismo análisis.

Acceder a una pasión así es destituirse del papel de analista, nos dice Tamayo, abandonar la "incómoda posición del analista." Sí... pero también, abandonar al paciente a la fatal creencia, de que el amor lo puede todo.

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