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Un modelo conceptual para la compresión y el tratamiento psicoanalítico de parejas[1]

Jorge Sánchez-Escárcega[2]

Introducción.

Comenzaremos por establecer una fórmula tajante y un tanto dramática –pero no por ello menos cierta- que nos señale un punto de partida para los desarrollos que aquí intentamos presentar. Consideramos así que, en materia de relaciones amorosas, no existen parejas disparejas, por lo menos en el terreno de lo inconsciente (y como se verá enseguida, también normalmente en el social). Nuestra fórmula es ciertamente conclusiva y general, pero intenta dar cuenta del hecho clínicamente observable de que la gran mayoría de las parejas que de común podemos analizar se encuentran determinadas y signadas por una intrincada red invisible de elementos culturales e intrapsíquicosque condicionan y limitanlas posibilidades de su unión e interacción.[3]Tal vez sean precisamente las parejas que no cumplen esta fórmula las que eventualmente llegan a una ruptura; pero incluso en estos casos, en los que la unión aparentemente se ha disuelto, podemos observar a veces una dinámica relacional que no deja lugar a dudas: permanecen intrapsíquicamente unidos, vincularmente relacionados, en un equilibiriode fuerzas, ganancias y conflictos que llevan a pensar que el rompimiento o la distancia es parte necesaria en la continuidad de la unión, que esto es justamente la precondición de su emparejamiento. Volveremos más adelante sobre este tema.

Estos dos niveles componentes de toda relación -el cultural y el intrapsíquico-, han sido señalados por Lemaire (1971, 1979) como niveles institucional e instintual de la pareja. El primero hace referencia a los elementos socioeconómicos, y el segundo, a los de tipo bio-psicológico.

En el nivel institucional aparece la búsqueda de homogamia, un mecanismo social tendiente a la unión por identidad, semejanza o mantenimiento del statu quo entre los compañeros amorosos.

“En su nivel más conservador y primario da lugar a la simple alianza de linajes (en casos extremos aun sin la participación decisoria de los cónyuges) que busca mantener o incrementar el status social y la fortuna económica. Por ende se suele elegir semejanza en características tales como origen de clase, raza y credo religioso, status social, nivel económico, nivel escolar y cultural, belleza física, etc. Los factores ideológicos tienen aquí un ámbito privilegiado de acción, dada su capacidad encubridora de las motivaciones reales de ciertas acciones individuales, familiares y sociales” (Campuzano, 1997, p. 139).

El nivel instintualhace referencia principalmente a los factores inconscientes que determinan en forma importante la elección y mantenimiento de una pareja. Estos factores están muy influidos por la matriz familiar de origen, por la evolución psicosexual de cada cónyuge y, consecuentemente, por el grado de resolución de los pasajes preedípico y edípico.

Dentro de este nivel es importante mencionar el papel desempeñado en la elección de objeto por la organización defensiva, especialmente por el conjunto de los mecanismos de defensa organizados contra las pulsiones peor integradas en el conjunto pulsional. Las características personales del compañero se eligen en vistas a reforzar los mecanismos de defensa destinados a cerrarle el paso a las pulsiones parciales, y principalmente a las que son extrañas al conjunto pulsional. Tal como lo describe Lemaire (1979),

“...en la elección de pareja, el elemento más importante corresponde a la defensa contra la pulsión aislada, como si inconscientemente el sujeto percibiese un peligro más vivo en este plano. Él asocia su elección de amor principal con esta defensa contra una eventual claudicación, al elegir en su pareja aquellas carácterísticas que no despertarán la pulsión y aun las que contribuirán a reprimirla mejor. Esta es sin duda la carácterística más destacable que en el plano de los procesos inconscientes establece una distinción entre la elección de objeto en la relación de tipo conyugal y en las otras formas de vida amorosa: la aventura pasajera, el coqueteo, el inicio de las primeras relaciones o los primeros sueños de amor de la adolescencia, y en cierta medida algunos tipos de relación poco duradera. (...) En estos casos, el aspecto hedonista y la búsqueda de satisfacciones pulsionales directas es exclusiva o ampliamente prioritaria: lo que se le pide entonces al objeto es fundamentalmente que sea el medio de una satisfacción, y si el objeto no responde a ello, la relación cesa inmediatamente. (...) En la relación presumiblemente duradera, por el contrario, aunque el aspecto hedonista y la búsqueda de satisfacción siguen siendo importantes, no son sin embargo los únicos que motivan la elección de pareja; y su carácterísticamás notable es que el compañero sigue siendo el elegido aun cuando, pasajeramente o de modo duradero, no brinde satisfacciones en estos planos elementales. Por el contrario, el elegido debe poder contribuir a mantener en el sujeto una cierta seguridad interior, para contribuir así a su organización defensiva”. (p. 67, itálicas del autor).

La existencia de una función defensiva de la parejasignifica que durante el periodo de búsqueda, consolidación o ruptura de la pareja, la relación va a ocurrir alrededor de dos ejes: 1) la lucha de cada uno de los participantes por conseguir a través de la relación con el otro el mayor grado de expresión de las necesidades, deseos y fantasías inconscientes propias y, b) el intento de hacer esto con el mínimo grado posible de confrontación con los propios miedos, temores y ansiedades.

En resumen, estos niveles intitucionale instintualestablecen, así, varias funciones:

“1) Logro de un lugar, un status y una apoyatura en la red social amplia (nivel institucional), 2) Apoyo e incremento de fuerza al unirse a un compañero, incluyendo lo económico (nivel institucional), 3) “Colmamiento” narcisista en el enamoramiento y formación de un sistema de confirmación e identidad externos en la pareja, y 4) Establecimiento de un sistema defensivo interpersonal (complementario al intrapsíquico y muy ligado a éste) mediante la elección de la pareja” (Campuzano, 1997, p. 140).

 

Más sobre homogamia.

El tema de la homogamiaen la pareja (la tendencia a la unión de personas similares) ha sido tradicionalmente terreno de los psicólogos sociales, pero no por ello deja de interesar al psicoanalista. Así, por ejemplo, Burgessy Wallin (1953), en un estudio clásico, descubrieron que la mayor parte de las parejas comprometidas eran bastante similares en características tales como apariencia física, salud mental, salud física, antecedentes familiares (incluyendo raza, religión, status de los padres, nivel educacional e ingresos), solidez familiar (es decir, grado de felicidad en el matrimonio de los padres) y popularidad. Plantearon también que en los casos en los que aparentemente no se cumplía este parecido, había habido una especie de “intercambio” de estos “bienes” (por ejemplo, belleza a cambio de ingresos económicos, poder social a cambio de juventud, etc.). La resultante final, “la suma vectorial”, tendía a ser bastante pareja en todos los casos. Silverman (1971), por su parte, encontró que el atractivo físico entre las parejas (al ser calificadas por observadores externos en escalas de medio punto), tendía a coincidir en un 85% de los casos con diferencia de menos de 1 punto (60% con diferencias de medio punto). Berscheid, Walstery Bohrnstedt (1972), en una encuesta realizada con 62,000 personas, encontraron que cuando los sujetos consideraban ser físicamente más atractivos que sus parejas, o que éstas lo eran más que ellos/ellas, invariablemente consideraban como factores “compensatorios” otros tales como la riqueza, el nivel cultural, la personalidad, etc. Bajo la idea de que las personas involucradas en relaciones equitativas tienden a sentirse más satisfechas y felices que las otras parejas, Walster, Walster y Traupmann (1978) estudiaron el comportamiento sexual de parejas de novios. Encontraron que el grado de consentimiento a las relaciones sexuales, y la satisfacción en éstas (a diferencia de la sensación de haber sido “forzados”), estaba directamente relacionado con el nivel de “equidad” considerado en el vínculo. Silverman(1971), por último, formuló la hipótesis de que, mientras más similares fueran dos personas, más satisfechas estarían una con la otra, lo cual se reflejaría en su nivel de contacto físico. En su estudio social, el 60% de las parejas altamente similares tendían a tocarse en situaciones públicas, mientras que las parejas aparentemente distintas sólo lo hacían en el 22% de los casos.

 

Diversos niveles de análisis de la relación de pareja.

El análisis del vínculo de pareja basado en la idea de una correlación institucional e instintual, que a su vez determina un grado de emparejamiento, identificación u homologación de la relación entre dos compañeros amorosos (“a cada quien, su cada cual”), establece también consecuencias teóricas y técnicas que pueden agruparse como diferentes “momentos” o etapas evolutivas en el nivel de la terapéutica de parejas. Mencionaremos a continuación cuatro grandes divisiones (Willi, 1978; Sánchez-Escárcega, 1995c), para posteriormente señalar una objeción o laguna que creemos haber encontrado en nuestra investigación con parejas, así como el intento de solución que hemos pretendido darle (y que en realidad consideramos todavía inacabado).

Los cuatro enfoques teórico-clínicos mencionados son: a) el punto de vista psicoanalítico tradicional, b) la terapia familiar tradicional, c) la terapia sistémica, y d) la teoría de la colusión.[4]

a) El punto de vista psicoanalítico tradicional.- Obviamente, el primer enfoque psicoterapéutico. Se basa en la idea freudiana de que el paciente “repite para no recordar” (Freud, 1914), por lo cual reactualiza constantemente su historia olvidada y reprimida a través de la transferencia. El objeto externo actual es sólo un medio para vehiculizar la relación de objeto temprana, por lo cual se minimizan las características reales del objeto y su efecto directo en el sujeto. Para el psicoanalista tradicional lo importante es identificar el tipo de pulsión y la relación de objeto que intenta satisfacer o repetir el partenaire “causante del problema”. El centro del tratamiento es el análisis de su distorsión transferencial, típicamente basada en la figura de alguno de sus progenitores. El analista trata de identificar al compañero “problema”, y cuando más, intenta “repartir culpas” señalando la distorsión que hacen ambos. El énfasis está puesto en la transferencia y la elección inconsciente de objeto. Este enfoque es unidireccional, lineal, transferencial, histórico e inconsciente.

Ejemplo 1: “En la situación que me relatan, parecería que el origen del problema está en que usted Juan (paciente A) está constantemente esperando que María (paciente B) reaccione como una madre totalmente complaciente y tolerante; creo que no está pudiendo reconocer que ella es una persona con necesidades de otro tipo”.

Ejemplo 2: “Me parece María que usted en el fondo espera que Juan, tarde o temprano, la abandone como lo hizo su padre. Tal vez por eso constantemente lo está celando”.

b) La terapia familiar tradicional.- Se inicia con el tratamiento de familias por parte de Bateson y cols. (1956, 1963). Particularmente se interesan en la resistencia de los familiares al cambio de uno de sus miembros, incluso llegando al sabotaje del tratamiento. Suponen que la familia, toda ella enferma, intenta ubicar de manera defensiva en cada uno de sus miembros determinados roles o papeles (el enfermo, el sano, etc.). Al considerarse el vínculo de pareja, el terapeuta descubre una asignación similar de roles, de hecho establece que el compañero identificado como “problema” en realidad ha sido llevado por el otro a actuar su propia patología. El énfasis está puesto en el síntoma y la defensa contra éste. Este enfoque es unidireccional, lineal, defensivo, histórico e inconsciente. El valor de este modelo estriba en que comienza a identificar una cierta relación vincular inconscienteentre los dos miembros de la pareja.

Ejemplo 1: “Por lo que ustedes me relatan me doy cuenta de que usted, Juan, con su insistencia en la falta de iniciativa sexual de María, intenta establecer una situación donde ella es la del problema. Me pregunto si de esta forma usted no estará tratando de ser reconocido por ambos como el activo sexual. Si esto es así, me parece que en realidad no está interesado en que ella tome inciativas, ya que posiblemente sentiría amenazado su rol”.

Ejemplo 2: “Creo que resulta obvio que usted María también tiene bastantes conductas adictivas y dependientes. Supongo que en el fondo le conviene, y hasta fomenta, el alcoholismo de Juan; de esa forma su propio problema queda opacado por el de él”.

c) La terapia sistémica.- Su antecedente más temprano es la Teoría general de los sistemas de VonBertalanffy (1952, 1956), aunque sus principales aplicaciones a la psicología las desarrolla Watzlawick (1967). Intenta visualizar las formas de relación como un sistema integral, como un organismo total. Considera que el total es diferente a la suma de sus partes, es decir, que el sistema (familia, pareja), como conjunto, tiene comportamientos distintos a los de sus miembros individuales por separado. Un sistema de pareja incluye estructuras individuales (personas) que intentan mantener la totalidad funcional, que se autorregulan mutuamente ante los cambios, y que tratan de alcanzar cada vez más un nivel de funcionalidad mayor. Cada miembro está jerárquicamente relacionado con el otro y es isomórficoen su estructura subyacente. Esto quiere decir que las parejas se autorregulan y se autotransforman “circularmente” en función de mantener el sistema. El terapeuta de parejas propositivamentedeja de lado el pasado y cualquier explicación causa-efecto, ya que considera la relación como un sistema actual, autorregulado, mutuamente interdependiente. El énfasis está puesto en la comunicación y los mensajes circulares entre los miembros de la pareja. Este enfoque es díadico, circular, sistémico, actual y no inconsciente. La consideración al vínculo díadico es completa.

Ejemplo 1: “Me parece que ustedes están funcionando en un círculo vicioso: Usted María quiere que Juan sea más proveedor y por eso lo presiona constantemente; pero toda esa presión lo inhibe y lo paraliza a él. Por supuesto esto hace que usted se sienta molesta y trate de forzarlo más, con lo cual lo único que consigue es que Juan se sienta más inhibido”.

Ejemplo 2: “Me llama la atención cómo cada vez que Juan amenaza con abandonarla, usted María intenta retenerlo; y cómo, cuando desiste de hacerlo, usted Juan empieza a tratar de recuperar la relación. Me parece que puede decirse correctamente que el acercamiento de uno provoca inmediatamente el alejamiento del otro”.

d) La teoría de la colusión.- Se inicia con las ideas de Dicks (1970) y es desarrollada por diversos autores como Willi (1978). Se considera una colusión como “Un proceso simbiótico en el que los dos elementos de la pareja se atribuyen inconsciente y mutuamente sentimientos compartidos. “Esto quiere decir que se puede comprobar en ambos esposos una perturbación fundamental respecto al conflicto conyugal, aunque actúa en papeles distintos” (Willi, 1978, p. 63). La teoría de la colusión puede resumirse en los siguientes puntos: 1) Se trata de un juego conjunto no confesado, oculto recíprocamente, de dos o más compañeros a causa de un conflicto fundamental similar no superado; 2) El conflicto fundamental no superado actúa en distintos papeles, lo que permite tener la impresión de que uno de los miembros es lo contrario del otro, pero se trata meramente de variantes polarizadas de lo mismo; 3) La conexión en el conflicto fundamental similar favorece, en las relaciones de pareja, los intentos de curación individual, progresiva (supercompensadora) en un consorte y regresiva en el otro; 4) Este comportamiento de defensa progresivo y regresivo produce, en parte importante, la atracción y aferramiento díadicode los cónyuges. Cada uno de ellos espera que el otro le libere de su propio conflicto. Ambos creen estar asegurados por el consorte en la defensa contra sus propias angustias, hasta tal punto que creen posible y accesible una satisfacción de la necesidad en medida no alcanzada hasta entonces; 5) En una larga simbiosis fracasa este intento colusivo de curación individual a causa de la vuelta de lo desplazado [retorno de lo reprimido] que tiene lugar en ambos consortes. Las porciones (delegadas o externalizadas) transferidas al otro cónyuge vuelven, incrementadas, al propio yo (Willi, 1978). Desde la teoría de la colusión suponemos, entonces, que ambos miembros de la pareja comparten el mismo conflicto básico, es decir, se encuentran coludidos en el mantenimiento de una determinada sintomatología, la cual, en el fondo, pretenden mantener intacta. La forma en la que realizan esto debe ser entendida a la luz del mecanismo de identificación proyectiva patológica (Sánchez-Escárcega, 1995b), en cuanto que no sólo se proyectan objetos internos y partes del yo en el cónyuge, sino que además cada miembro del binomio intenta forzar sutilmente dichas partes en o dentro del compañero, llevándolo a comportarse de acuerdo al rol necesitado, con la complicidad de ambos. El énfasis está puesto en el síntoma mutuamente compartido y en la tendencia inconsciente a mantenerlo inalterado. Este enfoque es díadico, bidireccional, colusivo, histórico e inconsciente.

Ejemplo 1: “Bien, así que tenemos que usted María es ‘la cariñosa’ y usted Juan es ‘el frío’. Me parece, sin embargo, por lo que hemos visto, que ambos tienen partes ‘cariñosas’ y partes ‘frías’ que únicamente han estado tratando de dividirse en la relación”.

Ejemplo 2: “Ustedes me han relatado cómo Juan siempre la trata como a una niña, María, mientras que él funciona como el ‘papá’ de la relación. Sin embargo, dado que a veces parecen invertirse los papeles, tengo la impresión de que ambos necesitan que haya siempre un ‘adulto’ y un ‘niño’ De hecho creo que constantemente intentan colocar sus propias partes infantiles en el otro para no tener que asumirlas. Esto quizás es lo que determina que nunca puedan encontrarse en el mismo plano”.

En resumen, podemos clasificar esquemáticamente estos cuatro enfoques de la siguiente manera:

 

TERAPIA PSICOANALÍ-TICA TRADICIONAL

TERAPIA FAMILIAR TRADICIONAL

TERAPIA SISTÉMICA

TEORÍA DE LA COLUSIÓN

RELACIÓN SUJETO/OBJE-TO

SUJETO

OBJETO

DÍADA

DÍADA

RELACIÓN CAUSA/EFECTO (SÍNTOMA)

LINEAL

LINEAL

ESPIRAL

UNIDAD INCONSCIENTE

ÉNFASIS PUESTO EN:

TRANSFEREN-CIA

DEFENSA

SISTEMA COMUNICATIVO

COLUSIÓN

EXPLICACIÓN HISTÓRICA

NO

EXPLICACIÓN INCONSCIENTE

NO

 

Una objeción a la teoría de la colusión.

Durante un periodo amplio de tiempo, el modelo colusivo nos ha resultado el más idóneo para entender teórica y técnicamente una relación de pareja. Sin embargo, poco a poco ha ido mostrando algunas insuficiencias explicativas, particularmente en lo referente a la aportación individual que cada uno de los partenaireshace a la relación. Esto es, la forma en que cada uno de los compañeros interviene -desde su propia problemática individual, pulsional, transferencial, infantil- a la colusión que se forma entre ambos para sostener el mismo síntoma. Si bien es cierto que tiene la ventaja de considerar a la díada (tal como lo hace, por ejemplo, la teoría sistémica), así como el plano inconsciente involucrado en la relación (tal como lo hace, por ejemplo, la terapia psicoanalítica tradicional y la terapia familiar tradicional), y el aspecto histórico infantil (es decir, la relación pasado/presente, tal como lo hacen estas dos formas de terapia), nuestra opinión actual es que este enfoque enfatiza excesivamente el aspecto díadico del vínculo como un sola unidad, con una minimización de los aportes individuales, personales, de cada uno de los miembros involucrados.

En este sentido encontramos un paralelismo con los diversos cambios históricos que ha sufrido el psicoanálisis grupal, desde lo que ahora se denomina “análisis en grupo”, hasta lo que parece la tendencia más actual en esta forma de psicoterapia (el “análisis a través del grupo”), pasando por una etapa intermedia denominada “análisis del grupo” (etapa que en nuestra opinión bien puede asimilarse a lo que en terapia de parejas corespondeactualmente a la teoría de la colusión).

 

Comparación entre las terapias de pareja y las grupales.

Intentaremos clarificar estos conceptos con una breve disgresiónsobre los cambios que ha sufrido el análisis grupal. De manera muy sintética y parcial, los grandes cambios son:

a) Análisis en grupo: En cierta forma es un análisis individual, realizado sobre distintos miembros, frente a un grupo presente, que se beneficia en la medida en que se encuentra identificado con cada uno de los problemas individuales discutidos. En otras palabras, “la interpretación realizada a uno de sus integrantes debería ser válida para la mayoría de los mismos” (Fernández, 1989).

En términos de la terapia de parejas correspondería, a grandes rasgos, a la terapia psicoanalítica tradicional y a la terapia familiar tradicional en cuanto que el terapeuta interpreta a cada miembro por separado, aún cuando en su intervención haga referencia a ambos. Y esto es así porque al considerarse fundamentalmente los aspectos reactualizados del psiquismo infantil, la interpretación por fuerza se centra en el mundo interno personal, o sea, en el grupo interno y su externalizaciónsobre el compañero; pero la razón principal es que, al tratarse de una interpretación centrada en el pasado reprimido, éste -el pasado olvidado-, por fuerza es individual.

b) Análisis del grupo: Esta corriente toma al grupo como fenómeno central y punto de partida de toda interpretación. Está basada en lo que fue el primer dispositivo analítico propiamente grupal, el de W. R. Bion (1961). La aportación de éste a comienzos de la década de los 40s no sólo transladael encuadre y la teoría psicoanalítica al dispositivo grupal, sino que deviene un modelo original para la comprensión de los procesos grupales. Esas producciones imaginarias (dependencia, ataque-fuga y emparejamiento) con que los integrantes del grupo se unen delimitando posiciones a un liderazgo, creando cierta atmósfera emocional denominada supuestos básicos, son el primer acercamiento teórico a lo que más tarde será conceptualizado como uno de los organizadores del proceso grupal, de la dinámica del grupo (Cao y L’Hoste, 1995), cuando el conjunto de personas que lo integran, al entrar en regresión, pierden su singularidad, dando paso a la suposición, a la creencia, de que “el grupo existe como algo distinto a un agregado de individuos” (Bion, 1961, p. 115), en otras palabras, una representación del grupo que opera como una fantasía.

A partir de Bion, un grupo de analistas (Grinberg, Langer y Rodrigué, 1957) transladan el concepto de fantasía inconsciente al de fantasía inconsciente grupal y, bajo la influencia kleiniana, consideran al grupo como un solo yo, como una totalidad dividida en yos parciales, ya que cada integrante actúa en función de los demás.

“Esta teoría cree encontrar una fantasía inconsciente común del grupo, a la que postula como la quintaesencia de la dinámica y la comprensión psicoanalítica de lo grupal. Esto llevaría a pensar al grupo en términos de una intencionalidad, deslizándose sin solución de continuidad hacia una antropomorfismo, que se veía expresado en las intervenciones que los coordinadores dirigían a un único interlocutor (‘El grupo me dice...; el grupo piensa...’).” (Cao y L’Hoste, 1995, p. 37).

En otras palabras, el grupo es sólo un gran individuo. En términos de la terapia de parejas correspondería, a grandes rasgos, a algunos de los desarrollos realizados por la teoría de la colusión (y en otro contexto más general, a algunos aspectos de la terapia sistémica), en cuanto que la pareja es vista como un conjunto, una totalidad amalgamada, hasta cierto punto indiferenciada (o mutuamente interdependiente, en la terapia sistémica). En particular, en la teoría colusiva, la pareja tiende a ser vista como compartiendo una misma fantasía inconsciente, un conflicto fundamental oculto al que contribuyen con su actuación ambos participantes, porque en realidad es un conflicto que es propiedad de los dos, es decir, ambos lo poseen previamente, y la dinámica de la relación es el espacio idóneo para modelar o conformar un campo de distribuicióno reparto de esa problemática común.

Una forma esquemática de clasificar los desarrollos paralelos entre la terapia de grupo y la de parejas sería la siguiente:

 

MODELO EVOLUTIVO EN EL ANÁLISIS GRUPAL

MODELO EVOLUTIVO EN LA TERAPIA DE PAREJAS

CARACTERÍSTICAS Y DIFERENCIAS PRINCIPALES

Análisis en grupo

Terapia psicoanalítica tradicional y terapia familiar tradicional

Se considera únicamente el aporte individual, transferencial. El grupo o la pareja es el depositario de la proyección inconsciente. No se toma en cuenta el aspecto vincular, interpersonal del objeto (grupo, cónyuge) sobre el sujeto.

Análisis del grupo

Terapia sistémica (en términos generales) y teoría de la colusión

Se considera a la díada como sistema o como grupo con un equilibrio sistémico o inconsciente (colusión). En la terapia sistémica no se considera la relación pasado/presente ni la causalidad inconsciente del síntoma o la dinámica relacional.

Análisis a través del grupo (y desarrollos posteriores)

¿?

Se considera el interjuego dialéctico en las relaciones cambiantes individuo-grupo). La interpretación se dirige al grupo o al individuo, pero también a las subagrupaciones, “incluyendo, además, el ‘aquí y ahora’ contemporáneo como el ‘allá y entonces’ histórico-genético”

Y aquí viene la gran objeción que nos interesa resaltar en términos de la teoría colusiva de Dicks, que tan buenos servicios nos ha prestado. Dicha objeción, como ya se mencionó, básicamente ocurre alrededor del concepto de “fantasía común grupal”, que en la terapia psicoanalítica de parejas queda compendiada en la idea de un “fenómeno colusivo díadico”. La consideración de un concepto de esta naturaleza por fuerza implica plantear una respuesta a la siguiente pregunta: ¿Cómo es que se constituye una “fantasía común grupal” (o un “fenómeno colusivodíadico”)? En el análisis grupal terapéutico, un grupo de individuos no constituyen un “gran individuo” con una fantasía única y propia. Más bien pareciera ser que se trata de una colección de sujetos que mutuamente intentan atribuirse defensivamente, en la medida de su regresión y cercanía emocional, determinadas fantasías individuales por vía de la identificación proyectiva. Esta afirmación es congruente con la crítica de Anzieu (1993) en el sentido de que “sólo hay fantasías individuales, y constituye un abuso del lenguaje (...) hablar de una fantasía de grupo o una fantasía común” (p. 203). La misma opinión externa Ana Ma. Fernández (1989) cuando dice que “si bien es necesario considerar que los grupos construyen sus propias figuraciones imaginarias, es importante diferenciarlas de supuestas fantasías grupales de igual categoría inconsciente que las fantasías investigadas por el psicoanálisis” (p. 92, sus itálicas). Bernard (1993) también expresa “serios reparos teóricos” a la formulación clásica de la interpretación en la cual el analista afirma: “a través de X el grupo me dice que...”, y se pregunta “¿quién es el grupo? (...) ¿desde dónde dice? (...) ¿cómo puede transferenciar pulsiones si carece de un cuerpo físico?”. Kaës (1993) también considera que “decir ‘el grupo piensa’ no es necesariamente describir un pensamiento o una actividad de pensamiento del nivel del grupo” (p. 101), y más adelante afirma, al hablar de “fantasía colectiva”:

“¿Cómo explicar esta calificación de la fantasía?, ¿por su origen?, ¿su función?, ¿su estructura? ¿Las fantasías, en grupo, se manifiestan de preferencia en tanto formación transindividual, como las fantasías originarias? Si se considera que estas fantasías son comunes a todos los miembros del grupo, tal comunidad no explica por sí sola el modo en que liga a esos miembros entre sí, ni el hecho de que se actualice en el grupo a punto tal de organizar los procesos inconscientes, la convicción y la esperanza, también ellas inconscientes, ‘del grupo’” (p. 225).

 

Un intento de solución.

Volviendo al terreno de la teoría de los vínculos de parejas, parece necesario reconsiderar con más detalle las relaciones individuo/pareja en la génesis de los fenómenos clínicos de pareja, particularmente en lo referente al estatus metapsicológico que debe otorgarse a la “fantasía inconsciente de pareja” o “representación vincular de la pareja” o “mentalidad de pareja”.

En este sentido Anzieu (1993) formula –en relación al grupo- el concepto de resonancia fantasmática para explicar el “reagrupamiento de algunos participantes en torno a uno de ellos que, a través de su manera de ser, sus actos, sus ideas, ha hecho ver o ha dado a entender una de sus fantasías individuales inconscientes. Reagrupamiento quiere decir no tanto acuerdo como interés, convergencia, eco y estimulación mutua” (p. 204-205, mis itálicas).

Por otro lado, Bernard (1993) propone, en el sentido de su teoría de las configuraciones vinculares, que:

“Cada uno de los integrantes [de un grupo] transfiere (y recordemos que la transferencia es, estrictamente hablando, un fenómeno intrapsíquico) y a partir de allí propone un nuevo patrón de organización a la estructura de roles en la que está incluido, que refleje y sirva de soporte a la fantasía que la situación ha desencadenado en él. La regresión superpone su grupo interno (la estructura de su mundo fantasmático) con el grupo externo, lo confunde, lo fusiona. El proceso secundario, que permitía la palabra, cede lugar a la escenificación de una fantasía, prototipo de la dramática. La distorsión de la estructura de roles que esta dramática promueve no puede dejar de afectar a los otros del grupo, que intentan a su vez, desde su posición, conseguir una manipulación de la estructura manifiesta que permita un apuntalamiento de su propio mundo fantasmático. (...) lo compartido no es una fantasía -que siempre es intrapsíquica y por lo tanto intransferible como tal- sino una escena”.

Esta escena, esta dramática de Bernard, necesariamente se fundamenta no sólo en mecanismos interpersonales sino intrapsíquicos. La propuesta del sujeto al resto de los miembros del grupo implica la doble fase del mecanismo de identificación proyectiva. Implica tanto el “vaciamiento” de contenidos mentales inconscientes por parte del sujeto, como la adjudicación y el “posicionamiento” de estos contenidos sobre o dentro del objeto, junto con el despliegue de toda una serie de técnicas verbales y no verbales encaminadas a lograr o forzar su aceptación -y ejercitación- por parte del otro.

 

Propuestas para trabajar en un nuevo modelo: el espacio psíquico de la pareja.

Buena parte de las siguientes ideas surgen de nuestro trabajo con parejas a lo largo de los últimos años (particularmente Sánchez-Escárcega, 1997a, 1998), que a su vez se fundamentan (no exclusivamente) en las aportaciones seminales de Kaës (1976, 1993), Anzieu (1993), Bernard (1993, 1995a, 1995b) y Kernberg(1995), aplicadas a las relaciones de pareja.

1. Suponemos, en primer lugar, que el objeto-pareja elegido, al ser soporte de las proyecciones del ideal del yo, es de alguna manera “apropiado” y reintroyectado en el yo del sujeto pasando a formar parte de su estructura de objetos internos. Esta fusión desempeña un papel de importancia para la estructuración de la díada, ya que a través de la elaboración de sus relaciones internas genera una identidad de pareja, o sea, conciencia de pertenecer al grupo-pareja. Una frase de Lemaire(1979) lo sintetiza: “Desde que aparece entre los miembros la percepción implícita de un ‘nosotros’ colectivo, la pareja funciona de hecho como grupo”.

2. Parafraseando a Pontalis (1963), Anzieu(1993) y Cao y L’Hoste (1995), una pareja es un objeto de catexia pulsional, un lugar de fomento de imágenes, una puesta en común de las imágenes interiores y de las angustias de los participantes; imágenes que trasuntan en sentimientos y emociones que excitan o paralizan la actividad de la pareja (y sus funciones), sea cuales fueren, y que generan fenómenos de unidad, de disgregación, de defensa, apatía o resignación.

3. La experiencia y el mantenimiento de una relación amorosa exclusiva con otra persona, relación que integra la ternura y el erotismo junto con valores profundos y compartidos, está siempre en oposición abierta o secreta al grupo social circundante. Dicha oposición, a la vez que libera a la pareja adulta de la participación en las convenciones del grupo social, crea una experiencia de intimidad sexual que es eminentemente privada, y establece un escenario en el que las mutuas ambivalencias se integran en la relación amorosa, enriqueciéndola y amenazándola al mismo tiempo (Kernberg, 1995, p. 303).

4. Sin embargo, la pareja, a pesar de su relativa oposición al grupo, necesita de éste para su sobrevivencia. En el caso extremo de aislamiento, la misma estructura de pareja se vuelve depositaria de proyecciones de “relaciones objetales internalizadas, conflictivas, reprimidas o disociadas, que son reescenificadas por la pareja a través de la experiencia proyectiva de lo peor del pasado inconsciente, la ruptura de la unión y el retorno de ambos participantes al grupo, en una búsqueda final, desesperada, de libertad individual” (Kernberg, 1995, p. 304).

5. En otro sentido, los esfuerzos inconscientes de uno o ambos miembros por mezclarse o disolverse en el grupo, pueden ser un modo de preservar la existencia de la pareja, con riesgo de invasión y deterioro de su intimidad. Esta situación puede presentarse de manera atenuada en el establecimiento de relaciones triangulares estables (sean personas, sean actividades fuertemente investidas libidinalmente), que a la vez que representan la probable escenificación de conflictos edípicos no resueltos (Stream, 1980), implican la dificultad para impedir -o el deseo inconsciente de aceptar- la invasión de la pareja por parte del grupo. En el caso extremo, el colapso de la intimidad sexual (por ejemplo en el sexo grupal) representa la destrucción de uno de los principales soportes de la relación amorosa en su diferenciación y oposición al grupo (Pugety Berenstein, 1989; Kernberg, 1995).

6. Consideramos el principio de deslinde de Willi (1978), que plantea la existencia de una delimitación de la pareja respecto del interior y exterior de la relación, y en donde el punto óptimo ocurre en un término medio entre la fusióny el deslinde rígido, es decir, una pareja con límites intradíadicos y extradíadicosclaros y franqueables, en donde la relación de los cónyuges se diferencia de otras relaciones de amistad. La díada se deslinda con claridad respecto al exterior y los cónyuges se perciben como pareja, pero son capaces de exigirse espacio y tiempo propios a la par de llevar una vida conyugal. Hacia adentro de la pareja, los cónyuges se distinguen entre sí y respetan los claros límites entre ellos.

7. Así pues, debemos considerar la existencia no sólo de un límite invisible entre la pareja y el grupo (y por supuesto entre los dos partenaires), sino que este límite tiene una cara que mira hacia afuera y otra que mira hacia adentro. En este mismo sentido, Anzieu (1993) habla del grupo como una envoltura gracias a la cual los individuos se mantienen juntos. En la pareja, en tanto grupo, dicha fantasía de envoltura es vivida con mayor fuerza dada la intensidad de la proyección del ideal del yo sobre ella. Pero, ¿cuál es la naturaleza de esa envoltura psíquica de la pareja? En buena parte está constituida por un entramado de reglas explícitas e implícitas, por costumbres, aniversarios, ritos, actos y hechos; por la asignación de lugares, por sobreentendidos del lenguaje. Todo ello la lleva a constituirse como un espacio interno cuya “superficie” contiene y constriñe los intercambios actuales, pero que al mismo tiempo opera en una dimensión temporal (un pasado en el que se establece su origen y un futuro en el que se proyectan imágenes ideales o catastróficas) (cf. Pugety Berenstein, 1989; Sánchez-Escárcega, 1996).

8. Pero no sólo de esto está constituida su “materia”:

“Una envoltura viva como la epidermis, que se regenera rodeando el cuerpo y como el yo que se esfuerza en englobar el psiquismo, es una membrana que presenta dos caras. Una mira hacia la realidad externa física y social y, fundamentalmente, hacia otros grupos parecidos, diferentes o antitéticos en cuanto a sus sistemas de reglas y que serán considerados como aliados, competidores o neutros. Gracias a esta cara, la envoltura grupal edifica una barrera protectora contra el exterior. (...) La otra cara mira hacia la realidad interna de los miembros del grupo. Aunque no existe más realidad interna inconsciente que la individual, la envoltura grupal se constituye dentro del movimiento por el que los individuos proyectan sobre ella sus fantasías, sus imagos, su tópica subjetiva (es decir, la forma como se articula el funcionamiento de los subsistemas dentro del aparato psíquico: ello, yo, superyó e ideal del yo). Y gracias a su cara interna, la envoltura grupal permite el establecimiento de un estado psíquico transindividualque propongo llamar un self de grupo: el grupo tiene un self propio. Mejor aún, él es el self. Este self es imaginario. Es el continente en el interior del cual va a activarse una circulación fantasmática e identificatoriaentre las personas. Él es el que hace que el grupo viva.” (Anzieu, 1993, p. 13-14, nuestras itálicas).

9. La noción de un self de pareja parece ser entonces el concepto-puente que nos permite articular algunas de las observaciones hechas a lo largo de este trabajo, en torno al funcionamiento de los grupos-pareja; un funcionamiento que se caracteriza no sólo por la investidura libidinal de los cónyuges o compañeros (tanto de sí mismos como del otro), sino también por la investidura de un tercer objeto (más correctamente un espacio imaginario), al que podemos denominar espacio psíquico de la pareja, es decir, el lugar -el locus- de los fenómenos de la pareja. Tales fenómenos ocurren como formaciones y procesos regidos por una lógica específica y por instancias propias hasta cierto punto irreductibles a los aportes de los miembros individuales.

10. Entre estos fenómenos encontramos, por ejemplo:

10.1 Espacio.

Siguiendo una observación de Kaës (1995) en el sentido de que en los grupos algunas formaciones y procesos generales adquieren una especificidad de funcionamiento relativamente independiente de la situación particular en que se encuentra el conjunto (número de integrantes, ubicación del grupo, etc.), es decir, formaciones y procesos universales que operan en un nivel diferente al de los individuos solos (por ejemplo la ilusión grupal de Anzieu), puede pensarse igualmente en un funcionamiento exclusivo del nivel de la pareja, que sólo se produce ahí o en conjuntos similares (aunque restaría establecer las diferencias entre éste y otros agrupamientos y formas subjetivas de la grupalidad). Aun así, es esta misma observación la que nos permite pensar un espacio psíquico de la pareja, con sus “continentes, superficies, escenas, depósitos, enclaves, límites y fronteras” (p. 101), producidos por los aportes de los dos miembros de la pareja, por la ligazón de esos aportes, y por aquello que se crea o se suscita en la pareja con independencia de sus constituyentes singulares.

10.2 Cuerpo.

El espacio psíquico de la pareja contendría un cuerpo imaginario o representación corporal en el vínculo (Puget y Berenstein, 1989); de hecho, lo corporal está incluido como parámetro definitorio primordial de la relación y opera desde el inicio mismo, sea como cuerpo erotizado, negado, escindido, agresivizado, etc. La representación corporal de un vínculo dado se refiere a un cuerpo simbolizado por -y simbolizante de- la relación interpersonal. Pugety Berenstein le han llamado cuerpo vincular y han estudiado, por ejemplo, los fenómenos somáticos de extrañamiento corporal y fantasías de partes faltantes (del tipo del “miembro fantasma”) producidos por una pérdida o separación del compañero, etc.:

10.3 Tiempo y memoria.

Dicho espacio psíquico contendría, como ya se mencionó, un tiempo psíquico de la pareja, marcado no sólo por la ilusión de inmortalidad, los mitos de origen y una memoria de pareja; memoria que, como hemos podido observar en nuestro trabajo clínico y de investigación:

a) funciona como depositaria de aspectos parciales del self de la pareja,

b) se constituye de manera relativamente diferente a la memoria individual o del grupo pequeño,

c) sirve a la vez como eslabón de enlace y diferenciador de momentos, periodos, fases o etapas de la relación, y

d) es “escrita” o codificada en un tempoafectivo dictado por las vicisitudes del vínculo.

10.4 Mecanismo defensivos.

Finalmente, señalaremos que junto con un espacio y un tiempo específicos, existen también mecanismos de defensa propios de la pareja, que son utilizados por los cónyuges para reforzar sus propias defensas o suplir las faltantes.

11. El concepto “pareja”, el self de pareja, su espacio psíquico ubicado en el punto de entrecruzamiento del ideal de dos yos, no puede existir más que evidentemente en el interior del psiquismo de cada cónyuge o compañero: “modo de presencia determinado esencialmente por las identificaciones, la organización de las relaciones de objeto, por la actividad de fantasmatización” (Kaës, 1993, p. 154). En el campo intrapsíquicode la pareja, los grupos internos constituyen los verdaderos organizadores de la actividad mental de representación de la díada; aparecen ahí como configuraciones de vínculos entre elementos psíquicos (entre pulsiones y sus representantes-representaciones, entre objetos, entre representaciones de palabras o cosas, entre instancias, imagos o personajes internos). En otras palabras, lo que ocurre en el “afuera” de la pareja moviliza también la red de relaciones objetales internalizadas, las fantasías primarias y secundarias, la imagen del cuerpo, el yo, las redes identificatorias, los complejos familiares, el sistema de representación de las instancias y los sistemas del aparato psíquico (Bernard, 1995a). El grupo interno es susceptible de ser proyectado sobre el grupo externo; de hecho, es la base de los fenómenos transferenciales y de las distorsiones que se producen en la percepción de los vínculos en los que participa el sujeto (por ejemplo, la pareja).

12. Los fenómenos específicos del espacio psíquico de la pareja -sus formaciones y procesos- son conjuntamente producidos y regidos por las dinámicas intrapsíquicas de los individuos (su arreglo particular); es decir:

12.1 La realidad psíquica del espacio de la pareja se apoya y se modela sobre las estructuras de la realidad psíquica individual (sobre las formaciones de la grupalidad intrapsíquica, diría Kaës), sobre lo que cada compañero inviste, proyecta, rechaza o dispone en la relación; en otras palabras, sobre los grupos internos, las relaciones objetales internalizadas, las fantasías inconscientes, etc.

12.2 Dichas estructuras son a su vez transformadas, dispuestas y reorganizadas por la estructura díadica del vínculo; por sus fenómenos únicos y diferentes.

12.3 De todo ello resulta un orden o funcionamiento que puede considerarse que estrictamente ocurre en un nivel diferente al de los individuos: el nivel de la pareja, el espacio psíquico de la pareja. Comparte con los fenómenos del grupo todo aquello que -como han señalado Anzieu y Kaës, entre otros- es propio de las formaciones pluripsíquicasgrupales, de las formaciones de más-de-uno.

13. Se diferencia, por el contrario, por lo menos en las siguientes zonas de oposición:

13.1 Corporalidad. La inclusión del cuerpo real -sexualizado, negado, escindido, proyectado- en la relación de pareja es un requisito del vínculo. Lo corporal (zonas erógenas, cavidades, protuberancias, la superficie de la piel, los órganos internos) funciona como depositario de identificaciones y relaciones objetales internalizadas. El self corporal de pareja se diferencia del grupal en cuanto que éste último es siempre imaginario, una metáfora. Aquél, aunque evidentemente implica una actividad similar de fantasía, introduce un registro somático real y distinto, tanto en la individualidad de los partenaires, como en la situación del espacio de la pareja. La pareja, como tal, carece de un cuerpo tangible, pero involucra elementos de la fantasía que se originan o repercuten en lo somático con mucho mayor frecuencia que en los grupos artificiales (por ejemplo, los hijos, cuando los hay, atestiguan, recuerdan o delatan el vínculo de pareja; funcionan como registro somático del cuerpo de la pareja). En otras palabras, lo corpóreo está incluido en estos vínculos al menos en dos dimensiones:

a) el cuerpo de cada uno de los compañeros, junto con su representación mental;

b) el cuerpo de la pareja, básicamente imaginario y representado intrapsíquicamente (aunque con elementos que lo colocan más cerca de lo real que en otras formaciones grupales).

13.2 Tiempo eterno. El pequeño grupo, el grupo amplio, el grupo terapéutico, etc. pueden establecer por momentos una ilusión de eternidad y continuidad, con aparente ausencia de su origen o terminación (por ejemplo, el fenómeno de la ilusión grupal), pero generalmente en algún momento adquieren conciencia de sus límites, de un corte. En este sentido, planteamos la diferencia con la pareja, en cuanto que ésta establece como principio y criterio fundante un tiempo eternoque de hecho funciona como parámetro definitorio (Pugety Berenstein, 1989); eternidad que en ocasiones se supone trasciende los límites de la existencia: seguir más allá de la muerte. Este criterio introduce, de entrada, una serie de lógicas intra y extrapsíquicas que harán a la pareja diferente de cualquier otra forma de grupalidad.

13.3 Regresión. Si el individuo entra al grupo como quien entra a un sueño, según Anzieu(1993), en la pareja la intensidad de la regresión es aun mayor. Dicha regresión ocurre en sus dimensiones tópica, temporal y formal (Laplanche y Pontalis, 1968): tópicamente, porque al ocurrir una escisión entre los objetos buenos y malos que son proyectados sobre la pareja se produce un debilitamiento de la barrera represiva del yo, con el consecuente distanciamiento de la realidad y un afloramiento de pulsiones, fantasías y contenidos cada vez más cargados hacia el polo de lo inconsciente; temporalmente, porque dichos contenidos inconscientes tienden a promover un retroceso hacia pulsiones parciales características de etapas más tempranas del desarrollo; y formalmente, por el surgimiento de modos de expresión y comportamiento generalmente más tempranos y de nivel inferior desde el punto de vista de la complejidad, de la estructuración y de la diferenciación.

13.4 Transferencia. La multiplicidad de miembros en el grupo hace que por lo menos, por momentos, parte de las transfencias se diluyan o se dispersen en los compañeros, además de en el líder, el afuera y el grupo mismo (tal como ha señalado correctamente Bejarano, 1972). Así, la sospecha, la paranoia, la fusión simbiótica, la voracidad, la rivalidad edípica, el sadismo, las alianzas a favor o en contra, etc., pueden ser disociados en el grupo -incluso por eso mismo- con cierta facilidad e intensidad. El efecto del grupo, como tal, equivaldría al martillo que golpea una gota de mercurio (en el clásico ejemplo de Rosenfeld, 1964) cuyas partículas saldrían impulsadas hacia todos lados, impregnando los objetos a su alrededor. En la pareja, en cambio, principalmente por los fenómenos de regresión y escisión que ya se han mencionado, por la tendencia inconsciente a recuperar la relación idealizada con un objeto único pre-ambivalente (la fantasía de una unión narcisista, el estado de yo-placer puro, incluso cuando defensivamente se niegue este deseo), se intensifica la concentración de múltiples transferencias parciales de objeto sobre un mismo compañero.

13.5 Función defensiva. Puede mencionarse también que, hasta cierto punto, muchos de los grupos que apuntalan o sostienen externamente la red de relaciones intersubjetivasde un sujeto no fueron elegidos voluntariamente. Grupos laborales, grupos escolares, grupos terapéuticos, grupos amplios y pequeños, etc., “estaban ahí”, la mayor parte de las veces, cuando el sujeto llegó a ellos. La pareja, en cambio, es constituida precisamente a partir de una elección defensiva previa (a tal punto que consideramos ésta como uno de los parámetros definitorios que la delimitan).

 

14. En la elección de pareja, por lo tanto, y a diferencia de lo que normalmente sucede en el grupo, el elemento más importante en la constitucióndel vínculo o agrupamiento es la defensa contra la pulsión parcial aislada. Esto no significa que el grupo constituido no cumpla eventualmente funciones similares para el sujeto, o que de hecho parte de su posibilidad de integración al conjunto tenga que ver con el establecimiento, por proyección o desplazamiento, de un sistema defensivo surgido o reforzado por la grupalidad. Sin embargo, en la pareja, la función defensiva es uno de los principales motivos de su constitución. Y dado que ocurre por ambas partes, es en el espacio psíquico de la pareja donde se generan (y se observan) los fenómenos resultantes de esa función. En este sentido, es ahí donde los partenairesse constituyen a la vez uno al otro, y no preexisten, por ejemplo, los sujetos al objeto. Es en esta dimensión imaginaria intermedia donde ocurre, entonces, más que la relación, la interrelación de la pareja.

15. El concepto de estar-en-pareja, o mejor dicho, el concepto de ser-en-pareja,es novedoso en términos de nuestro desarrollo cultural. Las configuraciones vinculares responden al espíritu de la época, y así cada cultura específica constituye subjetividades y modalidades vinculares acordes con sus valores, ideales y significaciones predominantes. En este sentido la pareja funciona como correa de transmisión o grupo intermediario entre sujeto y macrocontexto social (cf. Rojas y Sternbach, 1994). Ella regula, da orden eficaz, organiza y da sentido a las relaciones sociales observables. Al decrecer su papel de transmisora esencial de la especie (función reproductiva), la pareja se vuelve depositaria de un nuevo valor social, el de “realización” y “dicha placentera”, redifiniendoconsecuentemente roles (masculino-femenino), distribución del poder (sexual, económico), proyecto vital (creencia en el futuro “eterno”) y prácticas (monogamia, fidelidad, etc.).

16. Estos valores, junto con otros aquí no mencionados, aparecen o se ubican tanto en el espacio interpersonal de la pareja como en el intrapsíquicode cada uno de los participantes.[5]Así, el concepto mismo de “pareja” cambia, desde uno “mecanicista-estático” hasta uno dinámico en el cual ésta es, a la vez, “objeto, vínculo y espacio” (Caillé, 1991, p. 14).

“Cada pareja crea su propio modelo único, específico, original, (...) el absoluto de esa pareja, puesto que define la existencia de la pareja y marca sus límites. [Así], uno más uno sumarán por tanto tres: los dos componentes de la pareja y su modelo específico, absoluto, evidente e indiscutible para ellos, sin el cual serían unos extraños el uno para el otro. (...) Este modelo, representación actual de su absoluto, interviene constantemente como tercer protagonista de la relación” (Caillé, 1991, p. 15).

17. Ya hemos dicho que este self de pareja funciona como envoltura psíquica, con límites internos y externos y, consecuentemente, con una “superficie” que contiene y constriñe los intercambios vinculares, tanto hacia adentro como hacia afuera de la pareja. Representa, de hecho, el locusde los fenómenos de pareja. Como tal, hace referencia también a:

17.1 Una permanenciatemporal, (que aun como dimensión evolutiva y cambiante, conserva una cierta identidad a pesar del paso del tiempo).

17.2 Un grado de cohesividad(la tendencia a la unidad de los diferentes elementos constituyentes aun bajo condiciones de presión).

17.3 Un cierto coloreo afectivo estable(diferentes grados de bienestar o malestar en la relación) (cf. Michaca, 1987).

18. Esta representación del self de pareja estable presupone que no hay manera de confundirse con otras parejas, ni confundir a éstas con la propia pareja. Se constituye en lo que comúnmente llamamos identidad; es decir, una identidad propia de la pareja (adicional a la identidad de cada uno de los miembros), en la cual -ya lo hemos mencionado antes- se activan las funciones superyoicas conscientes e inconscientes de ambos compañeros, de lo que resulta, con el tiempo, un sistema supeyoico propio, además del de sus constituyentes singulares (Kernberg, 1995, p. 171).

19. Al igual que el self individual, el de pareja se encuentra formado por un conjunto de representaciones, de carácter consciente e inconsciente, que incluyen (cf. Michaca, 1987):

20. Entre los fenómenos del espacio psíquico de la pareja, destacamos dos: la identidad y el vínculo.

20.1 Identidad. Ella comprende no sólo límites intra y extradíadicos, tal como se ha mencionado, sino que se erige como relación intersubjetivaestable entre un yo y otro yo, donde tiene cabida el mundo intrasubjetivode cada uno y donde el vínculo a su vez ocupa un área diferenciada de la estructura objetal (Puget y Berenstein, 1989, p. 32).

20.2 Vínculo. El vínculo de pareja corresponde a dos objetos, pero también significa unión o atadura entre estos objetos. En la relación de pareja típica, esa atadura es asociada normalmente a la fantasía de una relación estable en el tiempo y el espacio. Hace referencia a lugares y a quienes ocupan dichos lugares, tanto como a los elementos encargados de lograr dicha unión. Por lo tanto, tenemos que “vínculo es una estructura de tres términos, los dos yos y un conector”... “Cualquier par de yosdispuestos a establecerse en el marco de pareja deberán llenar esos espacios de algunas de manera” (Puget y Berenstein, 1989, p. 34).

“Postulamos la existencia de un tipo de conector como condición necesaria para explicar por qué dos personas mantienen establemente una relación de pareja y entender aquello que las une, como luego de su fracaso, aquello que las separa” (ibid, p. 35).

21. La disposición a construir un vínculo se basa en tres modalidades de contacto con el otro (Puget y Berenstein, 1989):

21.1 Mediante una manera de representarse el mundo sobre un modelo corporal, previo a la palabra y que nunca podrá ser traducido en comunicación hablada. Es una base que sostiene toda relación con un otro y permite representarse un acompañante permanente en presencia y ausencia del otro. Se realiza en el contacto cuerpo a cuerpo establecido primariamente a través de los órganos sensoriales, sin el cual no podría sostenerse vínculo alguno. Este componente, podría expresarse como un compuesto de imagen-emoción-sentimiento, como recortes especiales realizados por la mente cuando mira, oye o siente la presencia un otro externo a su propio yo y hace suya la imagen.

21.2 Otra modalidad se da con reconocimiento de la existencia de un otro, pero su presencia está teñida de lo que el yo desea que el otro sea. Es una construcción basada en las fantasías, o nivel fantamático. Es equivalente a construir al otro como bueno o malo dependiendo de la investidura fantasmática vigente en el aparato psíquico de cada uno.

21.3 El tercer nivel de modalidad vincular es el de las palabras intercambiadas, que estarán sujetas a un bien-entendido o malentendido. Es la construcción del objeto imaginado. En el caso de la pareja, el yo construye una representación de objeto-pareja compartida, mezcla de las dos modalidades anteriores y de los objeto-pareja de cada uno de los miembros. En los diferentes intercambios habrá predominio de una u otra modalidad individual que imprimirá su sello al objeto-pareja compartido.

22. La consolidación de una pareja involucra invariablemente un proceso de duelo. Así, Kernberg (1995) afirma: “Estar enamorado también representa un proceso de duelo relacionado con el crecimiento y la independencia, con la experiencia de dejar atrás los objetos reales de la infancia” (p. 111). Esta desilusión está dada por la renuncia a prolongar los vínculos familiares ya conocidos, en primer término, la fantasía de retorno o reunión con el objeto omnipotentemente satisfactor, siempre presente, representado por la madre de la más temprana infancia, o más correctamente, por el pecho bueno idealizado de la posición esquizo-paranoide, con la consecuente aceptación e integración de los aspectos frustrantes escindidos (posición depresiva).

23. La posibilidad de realizar un duelo por el objeto bueno idealizado no implica la pérdida de la realidad del objeto global externo sino su realidad psíquica interna, tal y como es vivida por la persona. Supone un esfuerzo considerable ya que exige primero la renuncia a la escisión y después la renuncia a la idealización (proyección de objetos o partes buenas) del compañero. Esta renuncia conlleva la aceptación de los sentimientos ambivalentes que la pareja inspira, y por lo tanto, una aceptación de que nacen sentimientos hostiles en el seno mismo de un verdadero apego por el otro. Es decir, la persona se ve llevada a reconocer que existe un componente de odio en él mismo dirigido hacia un objeto que por otro lado es lo bastante satisfactorio como para no rechazarlo. Renunciar a esta primera escisión y reintroyectar los objetos malos es el proceso que conduce a la posición depresiva (cf. Lemaire, 1979).

24. Así, el duelo implica la dolorosa aceptación de aspectos insatisfactorios del objeto y la pérdida de una representación totalmente buena e idealizada de sí mismo, en otras palabras, que con el pasaje a la posición depresiva se tienen que dar simultáneamente:

a) Una desidealización de la pareja y por lo tanto su percepción y aceptación como una persona real con características buenas y malas;

b) Por otro lado, también exige que se de en el sujeto una renuncia a su propia idealización (o cualquier otra forma de autopercepción escindida, sea buena o sea mala) y,

c) Junto con esta renuncia se origina una tercera situación: la aceptación de la desidealización de uno mismo en el otro, o sea, la posibilidad de ser vividos por la pareja en forma real y objetiva” (Sánchez-Escárcega y Brown, 1992). 

25. Uno de los resultados de la elaboración de este duelo es la capacidad de gratitud (Klein, 1957; Lemaire, 1979; Kernberg, 1995). La capacidad de gratitud aportada tanto por el yo como por el superyó es básica para la reciprocidad en las relaciones humanas; se origina en el placer del infante ante la reaparición en la realidad externa de la imagen del cuidador que gratifica. La aptitud para tolerar la ambivalencia, que indica el pasaje desde la fase de aproximación a la fase de constancia del objeto (Mahler, 1975), está también signada por el aumento de la capacidad de gratitud. El logro de la constancia de objeto también acrecienta la capacidad para experimentar culpa por la propia agresión (cf. Kernberg, 1995, p. 175).

26. En la pareja (al igual que en el individuo), la secuenciación temporal está ligada al recuerdo, a la memoria. Los eventos son almacenados en forma de huellas mnémicas teñidas por el coloreo afectivo de la relación. Así, éstas son obturadas, negadas, privilegiadas, escindidas, proyectadas u ordenadas en función de los aspectos emocionales a los cuales están ligadas (operan, por ejemplo, con la misma lógica inconsciente de los recuerdos encubridores). De hecho, como parte componente del self de pareja, estructuran una red de continentes para la relación: una malla o “piel” psicológica que se apoya y se modela sobre la realidad psíquica tanto individual como del conjunto. Sirven de vehículo, en la relación, a las pulsiones individuales, a los grupos internos, a las relaciones objetales internalizas y a las fantasías inconscientes. Al tratarse al mismo tiempo de un orden o funcionamiento que ocurre en un nivel diferente al de los individuos (el nivel de pareja), expresa también los fenómenos del self de pareja. La memoria de pareja cumple, entre otras, las siguientes funciones (no excluyentes entre sí):

27.1 Como registro de la secuencia evolutiva de la pareja:

Puede considerarse la función más básica y cercana a la conciencia. Establece, para la pareja, una serie de registros o “momentos” cruciales de la relación que señalan, definen, enmarcan y clasifican su historia o desarrollo. En la dimensión temporal, se relaciona principalmente con el pasado y la evolución de la pareja. El recuerdo funciona como archivo de lo vivido. En primer término, determina el primer encuentro(o hasta dónde puede remontarse la relación); también, por supuesto, el inicio del vínculo; y así sucesivamente con cada etapa de la relación. Retomando el símil de Freud en el cual compara las grandes fases del desarrollo psicosexual con las ciudades que aparecen marcadas en las guías ferroviarias, en el sentido de que no por hacerse mención sólo a las de mayor importancia, por eso dejan de existir todos los otros pequeños poblados situados entre una y otra ciudad mayor, y en los cuales también se desarrolla la vida, podríamos decir igualmente de las parejas que éstas mantienen un listado de eventos “mayores” (buenos o malos), pero que también en el medio mantienen un registro de sucesos “menores” que en su conjunto van definiendo el carácter de la relación. Este registro, por cierto, aparece invariablemente en los momentos coyunturales o de crisis de la pareja.

27.2 Como contraste con el ideal del yo de la pareja:

Aquí la dimensión temporal hace referencia al presente (o a un futuro más bien inespecífico), y compara el estado actual de la relación con el ideal del yo que la pareja mantiene permanentemente. La pareja contrasta lo vivido con lo deseado, con lo que ha alcanzado o, precisamente, con lo que no ha podido lograr. Directamente se relaciona con el grado de satisfacción y placer que los miembros de la pareja tienen respecto a su participación en ella. En la medida en que operan poderosos mecanismos de escisión en contra de la integración de los aspectos contradictorios de cada uno de los miembros (y de la vivencia que tienen del compañero), tiende a incrementarse el grado de exigencia e inconformidad por parte del ideal superyoico, así como la presencia de culpa (persecutoria) en el sujeto, debido a la descarga no neutralizada de pulsiones parciales agresivas en contra del objeto y de la propia persona.

27.3 Como expresión de la fantasía básica dual inconsciente:

Los dos puntos anteriores parecen suponer la existencia de un registro de eventos fiel a los hechos “objetivos”. Sin embargo debemos mencionar nuevamente que en cada uno de los conjuntos mnémicossecuenciados, la imagen del self se mantiene vinculada a las circunstancias emocionales representadas en el mundo interno y externo de la persona. La memoria de la pareja sufre ajustes, recortes, desplazamientos, omisiones y sobreinclusionesrelacionadas con la fantasía básica dual inconsciente. El concepto de “historia vivida” se relaciona íntimamente con el de “historia a vivir”, en un nivel que va más allá de las dinámicas individuales. Como tal, está vinculada al ideal de pareja mencionado en el punto anterior (sin que por esto deba obviarse la contribución que realizan los mundos pulsionales y fantasmáticosde sus integrantes, considerados por separado). Este nivel se relaciona evidentemente con la distorsión y con el malentendido, con los recuerdos encubridores de pareja y el retorno de lo reprimido. También, con el recuerdo vinculado a la función defensiva, con los acuerdos de pareja, y con los efectos sobre el sujeto que persigue el mecanismo de identificación proyectiva. De esta manera puede observarse cómo la pareja forma diferentes compromisos entre los diversos rasgos de personalidad de los miembros constituyentes, así como entre las diferentes tareas o fines que consciente e inconscientemente han sido depositados en la formación del vínculo, y cómo el resultado se muestra en la selectividad y distorsión de los eventos vividos a lo largo de la relación.

27.4 Como muestra de los mecanismos defensivos de la pareja:

Si el punto anterior hace referencia al resultadode los complejos mecanismos y dinámicas que se producen en la situación dual, en este apartado consideramos que la memoria de la pareja refleja, en sí misma, el tipo de mecanismos defensivos que operan en el vínculo. Ya hemos mencionado que estos mecanismos no son reductibles a los de la persona individual, y que de hecho pueden llegar a suplir o reforzar las defensas faltantes. Consideramos aquí una gama que va desde típicos mecanismos de funcionamiento neurótico, hasta complejos mecanismos psicóticos (como en la folie à deux), con grados variables de alteración de la realidad en función de “la historia que la pareja tiene que contarse a sí misma”.

27.5 Como expresión de una memoria del cuerpo.

En un orden diferente de ideas, consideramos una “inscripción” o registro del vínculo de pareja en un nivel corporal. Una memoria somática, ubicada tanto en el interior del cuerpo (sensaciones internas, por ejemplo, de “aleteo” en el estómago, etc.), como en la superficie de la piel y aun en otros órganos sensoriales propio y exteroceptivos. Por supuesto, una memoria somática de pareja presupone un nivel somático de vinculación en la pareja. Consideramos que este nivel existe en tanto aceptamos que la inclusión del cuerpo (y consecuentemente del erotismo y la sexualidad genital -sea ésta actuada, postergada, escindida o parcializada-) es uno de los principales parámetros definitorios de la relación de pareja. Al considerar este nivel estamos implicando la noción de que el cuerpo de cada uno de los miembros de la pareja registra y a la vez contribuye a la producción de fantasías vinculares (sin que por ello se tenga necesariamente que hablar de un “cuerpo” real de la pareja, del cual obviamente carece). En este nivel se incluyen diferentes fenómenos clínicos observados en parejas, tales como el mencionado Síndrome de la Couvade (la mimetización que algunos hombres hacen de los cambios corporales en la mujer durante el embarazo y parto); fenómenos del tipo “miembro fantasma” que ciertas personas registran en el cuerpo ante la ausencia del compañero (sensaciones de presión o “vacío” sobre la piel; diversas reacciones dermatológicas); distorsiones perceptualesvisuales, auditivas u olfatorias cuando se ha perdido a la pareja (tener la impresión de que se le ha visto en la calle, que se ha oído su voz o que la propia piel conserva el olor del compañero); el “diálogo de órganos” que muchas veces se produce entre compañeros amorosos, generalmente en ausencia de una conversación verbal (borgorismos, contagio de bostezo); “intuiciones” registradas en el cuerpo y que son experimentadas por ambos compañeros al mismo tiempo, etc.

27.6 Como “puesta al día” o actualización de la identidad de pareja.

Se relaciona con la necesidad de mantener una cohesiónentre los diversos elementos involucrados en la formación del self de pareja. Es resultado de una tendencia a la integración y el orden en “la historia que la pareja se cuenta a sí misma”, y que a su vez es producto de las formaciones intermedias que surgen en el espacio psíquico de la pareja. Refleja algunas características de la función yoicasintético-integrativa, así como de la “elaboración secundaria” y “el miramiento por la realidad” identificados por Freud en el trabajo del sueño (Freud, 1900 [1899]). Observacionalmente lo podemos encontrar en la necesidad constante de las parejas de relatarse su propia historia, regresando una y otra vez a momentos cruciales del vínculo (“el origen”, “el inicio”, y las diferentes situaciones que a lo largo del tiempo van “signando” la relación), y consecuentemente haciendo los ajustes necesarios de acuerdo a los eventos y “climas emocionales” posteriores.

27.7 En relación al establecimiento de un “mito fundante”.

Compartimos la opinión de Caillé (1991) en el sentido de que “la noción del tiempo tiene un sentido distinto para la institución recién creada y para sus miembros” (p. 48). No sólo se observa en la concepción social, litúrgica, de un tiempo futuro eterno, tan sólo suspendido (temporalmente) por la muerte de los cónyuges (es decir que el “hasta que la muerte nos separe” normalmente esconde una ilusión atemporal mayor: el “para toda la eternidad”). Sin embargo, nuestro interés en este punto se centra en el inicio del vínculo. Ahí encontramos también un desfasamiento entre un tiempo consensual, objetivo, y un tiempo emocional, subjetivo. Este tiempo emocional no sólo está marcado por el coloreo afectivo del individuo (o en este caso, de la pareja), sino que funciona también como receptáculo de las necesidades y fantasías básicas inconscientes de la pareja. Identificamos una muestra de esta actividad fantasmática en la creación, en toda pareja, de un mito fundanteque a nivel inconsciente sintetiza y encapsula tanto el origen como el destino imaginario de la relación. Cumple exactamente el mismo fin que los mitos de origen en las diferentes culturas y religiones del mundo. Desde el punto de vista clínico, la identificación de este mito fundante es de particular importancia para esclarecer el nivel psicodinámicomás profundo y silencioso de la relación.

 

Conclusiones.

Cuando una pareja utiliza la frase “algo entre nosotros”, la frase indica la expresión vivencial de un vínculo (“algo”) que está entre ellos (y que no son ellos), pero que, al mismo  tiempo, es producido por ellos. La frase contiene, de hecho tres términos: “algo” (lo contrario de “nada”), que hace referencia a los contenidos de la relación (emocionales, conductuales, presentes, pasados, etc.); “entre”, que hace referencia al vínculo, a la unión; una situación en medio de dos, dentro de, un estado intermedio; y “nosotros”, que hace referencia a los miembros del conjunto, pero también al conjunto mismo (cf. Cincunegui y M. de Chebar, 1996).

Ese “algo-entre-nosotros” implica, en psicoanálisis de parejas, la tarea de identificar la red vincular que le da origen, y de la que cual a su vez es productor. Implica superar una visión dilemática, para pasar a una binaria; pero implica también superar varias oposiciones: determinismo/azar, acontecimiento/estructura, aparato psíquico abierto/cerrado o modernidad/posmodernidad (Puget, 1996).

Ese “algo-entre-nosotros” se juega en un espacio psíquico (“encuadre” le llaman Cincunegui y M. de Chebar, 1996) y posee diversas características fundamentales, entre ellas, un marco de legalidad(normas consensuadas, variables fijas y otras que se van generando en la relación, etc.); una puesta en escena argumental (la pareja juega distintos personajes de su historia encarnados en y con el otro); y un grado de repetición y creación(la imposibilidad o posibilidad de “jugar” de distinta manera y de elegir cómo hacerlo) (ibid.).

Nos interesa destacar aquí el aspecto que ha sido tratado primordialmente a lo largo del presente trabajo: la dualidad individuo/grupo(separación/ fusión)en la creación de una fantasía vincular de pareja. En este sentido,

“Suponemos un estado fundacional del vínculo de pareja caracterizado por la fusión, el borramiento de límites, entretejido narcisista que contradice la separatividadde dos cuerpos que, funcionando a la manera de la experiencia con el objeto primordial, posee una actividad representacionalque le es propia” (Cincunegui y M. de Chebar, 1996, p. 35, nuestras itálicas).

Esta representación vincular de la pareja estará modelada por el accionar conjunto de los dos sujetos de la pareja, haciendo y eligiendo su particular manera de fusionarse, instalando el modo singular de pertenencia a ese vínculo único. Los efectos del inconsciente vincular se verán plasmados en aquellos elementos de la escena conyugal que sirven de fondo mudo a los intercambios de la pareja (ibid.).

La pareja, como constructo dinámico investido por afectos, tiene que ser definida por una topografía referida a la relación entre los individuos que la componen. La dualidad individuo/pareja significa oposición, pero también complementaridad. Quizás la clave esté dada por el nivel de regresióndado en la pareja, tanto en su constitución como en su funcionamiento normal y durante los periodos críticos. Siguiendo una idea de Lamoureuxy Debanne (1997) proveniente de su trabajo con grupos, podemos considerar que, a mayor regresión, mayor predominio de los mecanismos proyectivos de los miembros constituyentes; es decir, mayor externalización de los objetos parciales internalizados sobre un espacio psíquico vincular, que a su vez progresivamente se conformará como “mentalidad grupal” en el sentido bioniano del término. Por el contrario, cuanto menor sea la regresión, más operarán los mecanismos introyectivospersonales (consolidación estructural), con predominio del mundo interno de cada miembro en lo individual, por encima de una “mentalidad de pareja”.

La pérdida de la “individualidad” en la pareja, así, debe ser considerada en términos de la regresión topográfica, temporal y formal del vínculo (Debanne, de Careful, Bienvenu y Piper, 1986). El grado de regresión revela el fracaso del individuo para confrontar sus deseos, ansiedades y frustraciones al ingresar a una situación de pareja. Las pulsiones institntuales y las relaciones objetales totales tenderán a ser fagmentadas por el yo. Defensivamente, cada miembro de la pareja contribuirá, como parte de esa regresión, a crear una realidad ilusoria, fusional, indiferenciada: la fantasía vincular inconsciente de la pareja como unidad simbiótica, como totalidad, con sus elementos y requerimientos, con su ilusión de completud que en última instancia se dirige a negar la ausencia, la falta y la carencia.

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Notas

[1] El presente trabajo resume parcialmente algunos desarrollos previos sobre el tema, especialmente los surgidos del seminario de investigación Psicoanálisis de las relaciones de parejade la Facultad de Psicología de la Universidad Intercontinental (1994-1999). El lector interesado puede consultar los siguientes artículos señalados en la bibliografía: Sánchez-Escárcega, 1992, 1994a, 1994b, 1994c, 1995a, 1995b, 1995c, 1995d, 1995e, 1995f, 1995g, 1995h, 1996a, 1996b, 1997a, 1997b, 1998, 1999; Sánchez-Escárcega y Brown Parra, 1992, 1996; Sánchez-Escárcega y Oviedo Estrada, 1992, 1993, 1994a, 1994b; Sánchez-Escárcega y Alarcón, Alonso, De La Fuente, Gómez Acevedo, Guzmán y Martínez Bordón, 1998; Sánchez-Escárcega y Pagaza Arroyo, inédito.

[2] Asociación Mexicana de Psicoterapia Psicoanalítica, A.C.; Asociación Mexicana de Psicoterapia Analítica de Grupo, A.C.; Universidad Intercontinental; Universidad Iberoamericana.

[3] No consideramos, por supuesto, otros factores que popularmente son considerados a veces como intervinientes o condicionantes de una relación amorosa (pero que hasta el momento no han sido probados científicamente): es decir, elementos neurológicos, hormonales, instintivos, etc. que supuestamente influyen y determinan no sólo la elección, sino el tipo de vínculo que dos personas establecen.

[4] Otros enfoques teóricos posibles, que pueden estar implicados o no en los aquí mencionados, son: la teoría de los supuestos básicos de Bion (1961) aplicados a la pareja, la teoría del vínculo de Pichón Rivière (1985) y la teoría de las configuraciones vinculares de Bernard y cols. (1990, 1995a, 1995b). Esta última será ampliada más adelante.

[5] De hecho, en términos de Kaës (1993), debiéramos considerar la existencia de fenómenos intersubjetivos, intrasubjetivos y transsubjetivos de la pareja.

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