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Revista temática de carácter independiente

Número 14:
La interpretación + La opacidad sexual
(Haga click sobre el título para comprar la revista por internet)

[204 páginas. Ediciones de las 47 picas. Rosario, Diciembre 2011]

In memoriam David Kreszes y Lena Balzaretti

SUMARIO

Clinicados del porvenir

1. La interpretación

Lectio
Un corazón simple de Flaubert (o el fracaso de la interpretación). Sara Vassallo
El mineral insensato se ha puesto a cantar. Laura Salino
Miller sin adorno. Un malentendido de la angustia lacaniana. Ricardo Bianchi
La lata roja de aceite de oliva. Lo ininterpretable. Ricardo Bianchi

Seminario
La interpretación aristofánica de la sociedad ateniense. Lena Balzaretti y Marcela Coria
Madame Bovary soy yo. Pablo Zöpke
Kafka interpreta a Flaubert. Sergio Cueto
Aporías de la interpretación. De la grieta a la razón de la grieta. Juan Bautista Ritvo

In memoriam
David Kreszes: Un epílogo. Juan Bautista Ritvo

Theatrum
Samuel Beckett: la poetización del misterio, la pregunta, la espera. Alberto Tudurí

Translationis
El caso Dora. Maurice Merleau-Ponty. Traducción de Bruno Carignano
[Centro de estudios de Filosofía y psicoanálisis]
Heráclito [Cuatro fragmentos] Martin Heidegger. Traducción de Carlos Másmela.

2. La opacidad sexual
Cita –Allouch barba
Mi mujer no es nada para mí

Lectio
 “Porque fuerte como la muerte es el amor”. Silvana Rabinovich
De la escena del crimen a la escenificación. El perpetrador como reclutador de mirada: un proceso pornográfico. Ana Arzoumanian
Sobre la historia de la Princesa Bonaparte siguiendo el hilo de la nota “Medio centímetro de tristeza” de Juan Forn de la contratapa del Página/12 del viernes 13/01/12. José Manuel Ramírez

Seminario
Presentación del seminario. Pablo Zöpke
Travestismo y parodia en tres comedias de Aristófanes. Lena Balzaretti y Marcela Coria
Bulevar. Pablo Zöpke
Nombrar lo armenio. Ricardo Bianchi

Librarius
Emilse, la costurera. David Kreszes.
Los textos de Roland Barthes. Una propuesta de lectura para recorrerlos. Adriana Collado

Aristófanes y las aves. Ricardo Bianchi

La mancha. Suplemento

Clinicados del porvenir [Completo]
Ricardo Bianchi
Soles redire et occidere possunt
Este número de la revista es doble, La interpretación + La opacidad sexual. Pero no lo vamos a contar dos veces. Recoge el trabajo del año que termina y el del anterior, dos seminarios homónimos co-organizados en la Librería Homo Sapiens y el conjunto de colaboraciones, reseñas y traducciones preparados en función de uno y otro título. La revista esta vez aparece tarde. De esta tardanza la responsabilidad es mía. Me disculpo pues con quienes han participado en esta edición. Espero eso sí, después de una frecuentación de doce años, la indulgencia del lector. La confesión es una escena íntima. Una escena entre tú y yo. Habré de confesarte entonces –en voz baja- haberme demorado, haberme detenido, haberme distraído. Y en voz más baja aún que la tardanza y mi síntoma se trenzan. Atribuyo a mi síntoma no toda la responsabilidad. Que más o que menos yo también la tuve. Te confieso también que nadie, nadie, nadie, me preguntó nunca si sabía qué era el tiempo. Por eso, tarde también, llegué a clinicar risueño. Creía que llegaba a una avanzada, a una delantera, a una vanguardia… Me equivoqué.
En el año 2005 se publicó en Rosario un libro con una entrevista a Charles Melman, El hombre sin gravedad. Gozar a cualquier precio. Los editores, generosos, me invitaron a participar de su presentación rosarina. “Basculamos, es el caso de decirlo –declaraba ahí Melman- en la psicosis social” (1). Releo ahora su libro. Creo que Melman no se equivocaba. La alusión habrá de dominar nuestro estilo.
Del epígrafe, ese verso que seleccioné ya no es de Catullus. Sus soles pueden caer, morir, y retornar. Nuestra época, impiadosa con la tradición inspirada en las transferencias a Freud, a Lacan y a algunos otros, pone su marca del caso en el occidere que en la antigua lengua latina guarda una homofonía. Dice caer, morir, extinguirse, dice un ocaso, y a la vez, dice trozar, despedazar y también entonces asesinar y mortificar.  
Un psicoanalista porteño –encolumnado en la tradición del acto- nos confesó hace pocos años, en los márgenes de un reportaje publicado en esta revista, que si alguna vez el ejercicio clínico del psicoanálisis desapareciera se iría a su casa a escribir literatura. Del consultorio al scrinium. Aldhelm de Malmesbury, testimonio de la puerilis institutio y autor de un tratado De virginitate –mezcla de prosa y verso- proponía durante el siglo siete que el ejercicio de las artes literales debía servir para comprender mejor la Escritura sagrada. También repitió o plagió esta sentencia en una carta a Lenterio: “Yo, que me creía ya maestro, volví a ser discípulo”.
Afirmémoslo. En contra de aquellos que buscaron y buscan construirse un porvenir –oficial y editorial- franeleando todavía la figura del padre… afirmémoslo para que ¡por favor!... alguien los entere del padre humillado. Durante su entrevista, Melman recordaba que “el problema del padre, hoy, es que ya no tiene más autoridad… Está solo y todo lo invita a renunciar a su función para participar simplemente en la fiesta. La figura paterna se volvió anacrónica”. Y añadía que “ya no hay más autoridad, ni tampoco saber que se sostenga -justamente gracias a la transferencia. Estamos solamente en la gestión, no hay más que prácticas”(2). Anunciaba así que asistimos al final de una época, a “la liquidación colectiva de la transferencia”. Sí. Nuestra época anticipa a los recienvenidos –me cuento entre ellos- un anuncio funesto, la desaparición posible de la clínica psicoanalítica, su occidere.
En la antigua lengua griega, klínoo, inclinar, acostar, en voz pasiva también puede leerse como caer. De ahí que nombrara las cuatro camas. Tanto en esa antigua lengua griega como en el discurso psicoanalítico, klínoo, nombra cuatro camas. El lecho, la cama para coger. Después, la cama para soñar. Después, el triclinium, la cama para comer; y por eso Hegel escribió en su Fenomenología, Begierde –apetito- en vez de Wunsch. Y por último, el féretro, la cama para morir. En vez de una trinidad, cuatro camas encamadas, un diván.
Otros no tan incautos como los patrísticos, augures de nuestra tragedia, buscaron temprano refugio en la Universidad. Ahí ensayaron el ensayo. Y se fabricaron un porvenir. Doctores en Psicología, Epistemólogos, Investigadores en Psicoanálisis, Maestras, Pedagogos… como Macedonio no dejaron de anteponer prólogos, ni de teorizar metapsicologías sin incumbencias clínicas, o incluso a veces tan prudentes como Sócrates, tampoco dejaron de abstenerse del escrito. ¡Ah la sagrada Abstinencia! En estos casos la ceremonia, el ritual, el cuidado de los detalles, el afán en mostrar un culo demasiado limpio, abonaron la nombradía de un nombre que pudo expandirse hasta la atribución apócrifa de libros imaginarios. Finalmente la autoría para los tan lentos de obra.
¿Cómo sería posible para estos augures su arte de la divinatio? Te confieso que no lo sé. Sería como si Gödel decidiera sus indecidibles. Sería como si en un sorteo para establecer una serie compuesta de nueve términos en un orden capaz de todas las permutaciones posibles, adivinasen la serie completa, nueve meses antes de su consumación!
Charles Melman decía, todavía en su libro, que la época que se anuncia irá marcada por una suspensión: “ya no hay más imposible. Como de costumbre, los moralistas fueron los iniciadores…” -y citaba antes que a ninguno a Foucault- “quienes proclamaron el derecho no ya a la felicidad sino al goce”. Las tesis de Melman podrían apretarse en un aforismo: la perversión generalizada. Ése sería el acontecimiento de nuestra época. “La perversión, en este asunto, es la única atadura contra la psicosis. Constituye ahora el punto fijo, la única referencia posible, la última brújula”(3). Por eso este número de la revista se inclina tanto hacia Flaubert, de quien Pablo Zöpke en su Madame Bovary, nos recuerda que se decía, era fetichista. Del calzado… botitas y chinelas.
Una vez en Buenos Aires, Rogelio Fernández Couto me dijo que frente a la tesis de Melman de una Verleugnung generalizada, Rigodón afirmaría una Verwerfung generalizada. En la segunda parte de su libro –reseñada en este número de la revista- Pablo Zöpke se autoriza a extraer la marca del caso de la Ciudad. “Hay una reapropiación de los goces anómalos por parte de la Ciudad. No síntomas nuevos sino economías de goce restringidas que hoy son identificables socialmente”… “Lo que era una patología, ahora es una minoría lanzada a la conquista de sus derechos. El síntoma, como Albertina, ha desaparecido” (4). Su mirada clínica de la Ciudad concluye que “lo social usurpa la clínica”, que tanto el síntoma colectivo fundado en la identificación tercera, histérica de Freud, hace signo –léase en este número Bulevar- como el delirio hace calle. ¿Cuál sería el átomo, el fenómeno elemental de esta Verwerfung generalizada? En Rigodón escribió que una psicosis colectiva, un delirio de varios tiene como condición de posibilidad la folié à deux (5). Y la noche de Bulevar diría: “El punto de partida de la psicosis colectiva es la folié à deux, ampliamente desconocida por la teoría analítica”(6).
Todos ellos, Jacques Lacan, Charles Melman, Pablo Zöpke, vienen del asilo, “del encierro de las mujeres sabias”(7). Freud no. Por eso nunca se han desentendido de la erótica psicótica, ni de su teatro clínico: la presentación de enfermo. Freud, recordó Lacan durante su primera sesión del seminario de Las psicosis, en plural, nunca habló de una clínica de las psicosis. La presentación de enfermo… un ars universitatis tanto como la lectio y la disputatio. Un teatro clínico esquematizado por el discurso universitario. Dos personajes sentados, un dúo, uno junto al otro. El presentador se inclina hacia el otro, sesgado, casi horizontal y lo toca mostrando los dientes. Enfrente del coro, el dúo comienza el diálogo. Las voces insospechadas de bocas nunca antes abiertas, las interrupciones arduas de abismos interminables, lo gutural babeante de oralidades afiladas. Cuenta Platón que Sócrates en cierta época soñaba de modo reiterado que su dáimon le demandaba poetizar. ¿Cómo serán las voces, los parásitos susurrantes que habitan los sueños del dúo? Lacan, también en su seminario de Las psicosis, respondió a medias.
En Calvino y otras ciudades, intervención publicada en el número anterior de Nadja, Pablo Zöpke ya nos había anticipado cuál sería su programa por venir: “Voy a tomar la erótica psicótica para interrogar la erotología analítica. No se ha hecho. Acá ando más bien solo”. En ambas escuchó resonar la repetición del pasaje al acto. En el delirio de celos, “el pasaje al acto tiene un efecto de sedación sobre el delirio” (8)y “Lacan acerca el acto psicoanalítico al pasaje al acto”. En la presentación de enfermo –insistió Pablo- el antagonismo se entabla alrededor de la reticencia. Uno de los agonistas sustrae un rasgo a su delirio, mientras el co-delirante lo completa. Pablo recordó que Clérambault y Lacan, co-deliraban, que tenían a su cargo la mitad de la escena. Por el contrario Melman (9) muestra desestimar las construcciones freudianas, que isomórficas al delirio lo completarían. Fuese como fuese, leyes recién sancionadas auguran a la erótica psicótica y a sus personajes un porvenir de diseminación en nuestra Ciudad. Para la erótica psicoanalítica el mañana se anticipa más funesto, quizás pudiera –marchando o no- resistir afirmándose como una minoría sexual. Peor para el ars universitatis de la presentación de enfermo que parece, sin dudas, condenado a desaparecer o a invisibilizarse por difuminación en la superficie ciudadana. Pero te confieso –dicho en voz muy, muy bajita- que en todos y en cualquiera de los casos, no envidio el porvenir de las viudas.


(1) El hombre sin gravedad. Gozar a cualquier precio. Charles Melman. Entrevista con Jean-Pierre Lebrun. UNR Editora. Rosario, 2005. Página 101.

(2) Idem anterior página 17.

(3) Idem anterior página 106.

(4) Rigodón. Segunda parte. Pablo Zöpke. Edición del autor. Rosario, Noviembre 2010. Página 78.

(5) Idem anterior página 46.

(6) Bulevar. Pablo Zöpke. En este número de Nadja.

(7) Rigodón Segunda parte. Op. cit

(8) Idem anterior página 23.

(9) El hombre sin gravedad. Gozar a cualquier precio. Op. cit pág. 37.

 

La interpretación.

LECTIO

Un corazón simple de Flaubert
(o el fracaso de la interpretación) [Fragmento]
Sara Vassallo
Sería banal recordar, a esta altura, que J. Lacan es enemigo de interpretar los textos literarios. Todos saben que, según él, la literatura lleva más bien a su realización acabada, o mejor dicho, pone en acto, escenificándolo, e inutilizando de entrada todo margen de interpretación, el síntoma y la lógica del inconsciente que lo informa: “Si propongo el texto de Poe [La carta robada] al psicoanálisis, con lo que tiene detrás –dice en el Libro XVIII del Seminario– es justamente para que éste solo pueda mostrar ahí su fracaso”.
Este fracaso sobreentiende, por supuesto, hacerse cargo de la teoría lacaniana del significante. Si interpretar una obra literaria implica la idea de utilizar, para abordarla, un metalenguaje psicoanalítico (o conceptos psicoanalíticos), y por lo tanto, fatalmente, reducir el registro del significante al del significado, interpretar Un corazón simple, La tentación de san Antonio o Madame Bovary equivaldría siempre a quedarse más acá de la puesta en acto significante. O, en última instancia, a producir un discurso segundo que solo lograría presentar redundancias en el plano del significado, sin tocar el núcleo vacío del significante, desde donde se produce, en el inconsciente, la significación. El fracaso de “aplicar” el psicoanálisis a una producción significante se debe al hecho, estructural e ineluctable, de que una obra literaria se produce por un desfase constitutivo entre significante y significado.
Al revés, ese fracaso significa también que si un neófito preguntara, por ejemplo: ¿Qué es el objeto a?, se le podría responder: Lea Un corazón simple de Flaubert, y después hablamos. O si el mismo neófito preguntara: ¿Qué es el significante?, se le podría sugerir que recorra la interminable sucesión de creencias que, relativizando toda certeza, desfilan en La tentación de san Antonio, poniéndolo al borde del vacío de sentido. Más aún, si preguntara: ¿Qué entiende Lacan por un más allá del goce fálico, y porqué lo asocia, en el seminario Aún, con el misticismo, se le podría decir: Flaubert sabe algo de eso cuando prepara el proyecto de Madame Bovary como sostenido por un sujeto “fuera-de-sexo”.

 

El mineral insensato se ha puesto a cantar [Fragmento]
Laura Salino
En el principio del psicoanálisis, es decir, en Freud, la interpretación está ligada a los sueños. El sueño es ya una interpretación del deseo, trabajo que se realiza en el escenario del inconsciente sin que el diablo inoportuno de la conciencia meta la cola. Desde el inicio, Freud insiste en resaltar las analogías entre el lenguaje del sueño y el de la poesía. Habla incluso de la remodelación lingüística del sueño como sucede en el trabajo del poeta.
¿De qué se trata el trabajo del poeta? Según parece, aquellas indicaciones de Lacan en el Escrito La dirección de la cura…, han generado entre los psicoanalistas cierta inercia a pensar y trabajar su lugar en relación con la regurgitada metáfora del bridge. Parece que resulta más sencillo pensar el lugar del analista como aquel muerto bien resguardado que devolverlo a las vicisitudes de la vida de la clínica como poeta.
Sabemos que la interpretación es nuestra herramienta de trabajo, esencial, decisiva en la dirección de la cura. Me pregunto cuán sintomático resulta para nuestra clínica el olvido sistemático de aquella insistencia freudiana, el rechazo simbólico que vomita en lo real un psicoanálisis salvaje de interpretaciones banales que obturan el análisis posible y lo vuelven –a pura negligencia o sordera– interminable reforzador de sentidos. Habríamos retrocedido mucho si tuviésemos que volver sobre aquello que distingue al psicoanálisis de la psicología, de sus sentidos comunes.
Volvamos a la poesía.

 

Miller sin adorno. Un malentendido de la angustia lacaniana [Fragmento]
Ricardo Bianchi
Jacques-Alain Miller dictó seis clases durante el curso de La orientación lacaniana 2003-2004, el 28 de Abril, 5 y 12 de Mayo y 2, 9 y 16 de Junio. Este breve seminario se publicó bajo el título de Introducción a la lectura del Seminario de La angustia de Jacques Lacan, en el Nº 58 de La Cause freudienne, en el año 2004. Miller también participó el 15 de Noviembre de 2004 en la Noche de la Biblioteca de la Escuela de la Causa Freudiana. Su intervención se publicó en el Nº 59 de La Cause freudienne, en el año 2005, bajo el título de Las referencias del Seminario de la angustia, piezas sueltas.
Estas intervenciones, estas publicaciones, recogen su testimonio “entre las primeras y las segundas pruebas” después del trabajo de diórthosis, de establecimiento del texto para la “única edición autorizada” de un “nuevo tomo que está por salir –ediciones Seuil- del Seminario de Jacques Lacan, La angustia, el libro 10”.
Para escribir este artículo se consultó la edición de Paidós que recoge las dos publicaciones en La causa freudienne bajo el título de La angustia lacaniana, Buenos Aires, 2007. Las citas se acompañan entre corchetes  con el número de página en esa edición.
Como el lector podrá advertir hay juego ya desde nuestro título. También advertirá que el fundamento para todos estos juegos no es sino el equívoco… y que el equívoco y el malentendido son inseparables. Un malentendido –por el contrario- busca nombrar ya desde nuestro título a un desentendido del equívoco.
Recordaremos, por último, junto al lector a quien no suponemos incauto que la interpretación sólo progresa a través de la vía del equívoco. Para insistir en el malentendido, para insistir en la interpretación del Seminario de La angustia se dispuso un esquema que corta el testimonio de la lectura de Miller en cinco partes: 1. Hegel-Kierkegaard y Adorno, 2. La excepción, 3. La laminilla, 4. La separación y 5. El objeto causa.  

 

La lata roja de aceite de oliva. Lo ininterpretable [Completo] 
Ricardo Bianchi
El ritual empezaba temprano a la mañana. Generalmente de un sábado o a veces de un feriado. Temprano me despertaba el ruido del agua cayendo sobre la palangana de aluminio. El batir de la brocha. Casi podía ver la espuma, blanca, excesiva. Y enseguida, en movimientos que repetían la forma de la cara, la máquina frotándose sobre la barba. Un ligero raspar. Un leve rumor. Y enseguida el tintineo de la máquina sobre el borde de la palangana. El ruido del agua. Y de nuevo el sonido apagado de la hoja de la Gillette raspando la barba.
Demoraba en abrir los ojos, trataba de aferrarme a la oscuridad de debajo de las sábanas. Nunca pude esquivar ese ritual periódico, cíclico, esa ventana abriéndose para mí, hacia lo inaccesible, hacia lo ininterpretable.
Después de desayunar -té con limón, en el que invariablemente se hundían las redondas masitas, que se deshacían al subir hacia la boca, sin que irrumpiera ningún recuerdo- se me pedía ir hasta la quinta. Pasábamos junto a la puerta de ingreso, por el caminito marcado por aromáticas, un arbolito de cedrón, otro de poleo, unas matas de menta, y hacia la calle, después de superar zonas de dalias amarillas, rosas y anaranjadas, fresias fantásticamente perfumadas, alguna azucena atigrada, enigmáticas flores de pájaro, y -siempre bulbos- algún amarillis temprano; mucho más distante, llegábamos hasta el rosal, poco antes de la verja. Rosas rococó. Se cortaban los pimpollos, rosados, bellísimos, de a uno con la tijera de podar, habitada por la inesperada oruga brillante, clack...clack...clack... El manojo se aumentaba rápido. Los pimpollos perfectos, iguales, salvo más cerrados o más abiertos, todos del mismo tono, todos rosados y pálidos. Y volvíamos por el caminito, echando una mirada de reojo, y con ganas de quedarme allí el resto de la mañana. Como durante la semana, cuando se me mandaba regar, llevando la manguera por el mismo caminito, que ahora desandaba sin ganas, y que entonces con el chorro, despacio, se iba volviendo un pequeño río, con barro, apareciendo invariablemente mi deseo de dejar las huellas de mis manos, esquivando el ardor de las ortigas.
Una vez vueltos a la casa, ya en la cocina, buscaba la lata, guardada siempre en el mismo sitio. Y sobre la mesa, en la que en otro momento del día se comía, se desplegaba su funesto contenido. Lo primero en aparecer era la lata del lustrametales, a rayas negras y blancas y con una tapa, también metálica, después una gastada franela amarilla, otra tijera de podar, un jabón Manuelita, y al final, una toalla limpia y rayada. Una vez revisado el contenido, se volvía a guardar, y se envolvía la lata en un papel madera, luego se ataba doble y prolijamente con hilo sisal. Justo antes de cerrar el envoltorio las rosas eran reunidas en un ramito con hilo de coser, que provenía de uno de los cajones de la máquina Singer, rociadas con el rociador de planchar, envueltas en ramo y puestas delicadamente en el tope de la lata.
Invariablemente entonces, partíamos.
Nunca entendí porqué siempre me dejaba atrás. Siempre quedaba a un par de pasos de los suyos. Por la vereda del cine, larga, interminable, hasta la esquina.
Enseguida el colectivo, el viaje corto, breve. Llegábamos demasiado rápido para mi gusto.
Cruzábamos la avenida, y avanzábamos dentro. Los pequeños edificios flanqueaban nuestro paso. Y enseguida hacia la izquierda se abría un gran ala. No dejaba de sorprenderme la idea de un edificio abierto monumentalmente hacia un lado. Galería enorme de aquél columbario final. Íbamos ciegos. Yo lo seguía a él, y él seguía su meta. Un invisible rastro nos dejaba ante un punto, al principio para mí siempre indeterminado, del columbario. Daguerrotipos, flores, mármoles, bronces, nombres, años. Mágicamente, el nuestro aparecía como emergiendo desde la pared indiferenciada. Debíamos permanecer un ratito en silencio. Mudos. Enseguida comenzaba el despliegue. El paquete se abría dejando ante la luminosidad de la mañana la lata roja y negra, con olivos sobre óvalos blancos, y en el frente una bailarina flamenca con faldas y cabello largos y negros. Las flores -además de las rosas rococó, siempre traíamos algún ramo de dalias, alguna azucena- eran depositadas sobre un banco. El lustrametales cumplía su oficio junto con la franela amarilla. Todo hablando en voz baja, con pocas palabras. Cambiar el agua de los dos floreros, el izquierdo primero, después el otro. Y entonces, una vez cortados los tallos -clack...clack...clack...- colocar, una por una, las dalias, y en el izquierdo la azucena. Recoger todo, empezando por los restos cortados de los tallos, arrojarlos al tacho de basura, volver ante el nombre que emergía para nosotros, un momento más aún, y siempre en silencio, con las manos detrás de la cintura, aguardar los gestos del guía, enigmáticos, auscultar sus ojos, fijos, aventurar la hora de la partida, inminente. Un último movimiento, empaquetando el conjunto desparramado otra vez dentro de la lata. Dejando en la mano las rosas, que inevitablemente, me eran destinadas, con generosidad. Casi no llegaba a ponerlas en el florero donde no estaban las dalias, un momento más, y finalmente partíamos. A nuestras espaldas la pared devoraba juntamente el nombre y las flores, devolviendo el cuadro a lo innominado de un ratito antes de nuestra llegada. Eso por supuesto nunca lo veían nuestros ojos. Era una certeza que invariablemente quedaba a nuestras espaldas. Acompañando al eco nítido de nuestros pasos en la monumental galería.
Al seguir el recorrido pasábamos por dos lugares que me inquietaban, y nunca pude evitar. Uno era un tramo abierto, extenso -según me parecía entonces- cubierto con cruces todas blancas, todas dispuestas en hilera y en línea. Al desplazarnos lateralmente, la perspectiva giraba. El tramado se abría y se cerraba. La malla se desplegaba, acompañándonos. Al final, detrás de ese espacio abierto, se abría -según contaban- la fosa común. Terrible fantasmagoría de aquél sitio al que iban a parar quienes no eran reclamados, quienes olvidados eran sometidos a una especie de embudo que los llevara donde los llevara, tenía un inquietante atributo: masificaba sus víctimas. Yuxtaponiéndolas en vez de clasificarlas.
El otro punto crucial de nuestro recorrido era el pasar, alejándonos todavía de la gran galería, entre edificios más pequeños, apenas de cuatro o cinco hileras, y por lo tanto sin esas interminables escaleras que me atormentaban de sólo mirar hacia arriba. Los pequeños columbarios estaban casi en ruinas. Los ladrillos asomando en lo alto, la ruda prosperando en las grietas altas, los mármoles quebrados, las flores secas, demasiado resecas y podrida el agua, no de los deudos, sino de la lluvia. Y lo que era mucho peor, siniestro sin dudas: las flores de plástico. Rosas, claveles, margaritas, crisantemos, hasta calas, muertas de toda muerte, jamás perfumadas, jamás abriéndose, jamás marchitándose. Irrisoriamente coloreadas. Destinadas de antemano al olvido, como sus beneficiarios, como todo ese lugar, sinceramente inmundo.
Me pregunto cuáles serán las consecuencias de esos vectores aplicados en lugares muy determinados sobre el plano de la ciudad. Si esos lugares donde se ejerce una enorme densidad, esas pequeñas superficies, supongamos una o dos manzanas, concentrando miles y miles de despojos de cuerpos, mejor deshicencia final de multitud de cuerpos, zonas habitadas por eso destinado al más radical olvido y desaparición, no perturbarán irreparablemente los vectores del resto del campo de fuerzas urbano.
¿Qué destino dar al cuerpo? ¿Dónde situar sus restos? ¿Cómo guardarlos? ¿Cómo hacerlos desaparecer? ¿Cómo administrar los residuos últimos? Los muros cumplen apenas ese propósito. Ángeles de piedra, querubines entumecidos, palomas rígidas, cruces, rosetas… se asoman, buscan también volar, huir. Solamente moran, asquerosamente inmundos, los cipreses. Su música funesta, su zumbido, no tiene otra pretensión que la de advertir al paseante, hacerlo retroceder por entre los pasadizos estrechos de la ciudad inverosímil. Aún…

 

Seminario Nadja 2010: “La interpretación”

La interpretación aristofánica de la sociedad ateniense [Fragmento]
Lena Balzaretti y Marcela Coria
En Acarnienses, representada en las Leneas del 425 a.C., el héroe es Diceópolis (“ciudad justa”), un campesino cuyos campos han sido arrasados; por ello, debe emigrar, a disgusto, a la ciudad. Allí padece la escasez y los estragos de la guerra, y añora su tierra y su abundancia. Por ello, intenta participar en la asamblea popular para pronunciarse a favor de la firma de un tratado de paz. Pero la asamblea es un completo fracaso: a nadie le interesa la paz, y mucho menos a los embajadores, que viven lujosamente a costas de los dineros públicos –y que finalmente resultan ser falsos–. Decide entonces hacer un tratado de paz personal con los enemigos, a fin de recuperar su bienestar perdido. Pero es atacado por el coro de acarnienses, ciudadanos de Acarnas, uno de los demos más devastados por las fuerzas espartanas. Consigue convencerlos de su proyecto y abre su mercado personal, en el que comercia con un Megarense y con un Beocio. En el triunfo final del héroe hay abundancia, vino, erotismo. Los blancos privilegiados del ataque son aquí no sólo Pericles, que no quiso evitar la guerra y que incluso la comenzó por un motivo insignificante; Cleón, que se empeña en llevarla adelante; Lámaco, representante de la clase militar que veía en la guerra un medio de ascenso social; los funcionarios públicos ineptos, que no responden a los intereses de los ciudadanos; y el pueblo ateniense, siempre voluble y fácil víctima de la adulación. Se hace patente el divorcio entre los intereses del ciudadano común como Diceópolis y los de los políticos y militares que insisten en la guerra fratricida. Por supuesto, ni ésta ni las otras comedias de Aristófanes deben tomarse sin más como un testimonio histórico; como se ha dicho, Aristófanes era un poeta, y el análisis de la sociedad ateniense que transmite y las reflexiones de los acontecimientos históricos y políticos están atravesados ineludiblemente, más allá de sus posiciones políticas, de las que poco podemos afirmar con seguridad, por las reglas de su arte y del género que cultivó.

 

Madame Bovary soy yo [Fragmento]
Pablo Zöpke
Se atribuye esta frase a Flaubert. Pudo haberla dicho o firmado. No importa. Pero, cuál es su estatuto? Es una boutade? Es una identificación femenina?
Es una costura enigmática entre la obra y el autor. Flaubert se abre paso entre los narradores de su novela y se afirma como actante. La criatura de papel es él mismo.
Entramos de lleno en el problema del sujeto y su voz, o sus voces. Lacan le retira su identidad y su reflexividad.
Entonces?
Resulta que la soñadora Bovary es él mismo, que la suicida Bovary es él mismo.
Quién? Yo, Flaubert, para servirlo.
El deíctico como tal está vacío. Es preciso lastrarlo con un nombre propio, con un designador rígido, como diría Kripke.
Encima, Flaubert se declara mujer. Es un travesti? Se dice que era fetichista. Del calzado (botitas y chinelas). Cómo es que el pie se presta a la casuística? Qué hay en él? En ellos? Esto me llevaría muy lejos, a otro Seminario quizá. Mejor me voy al castillo del príncipe funesto, de su madre, el espectro, el tío y la suicidada con sus flores.

Todos conocen, creo, el largo comentario de Lacan en su seminario, durante marzo y abril de 1959, dedicado a este dandy enlutado.
La escena del cementerio en la que Lacan hace hincapié, queda, en apariencia, un poco confusa. Hay dos lecturas posibles y que no necesariamente se excluyen: o bien Hamlet se identifica histéricamente a Laertes (su “hermano”, su alter ego), o bien Hamlet se identifica a Ofelia, con el objeto del deseo en cuanto tal.
El lector queda indeciso. Luto o histeria? No es lo mismo. A qué llama Lacan la “vía de un duelo”? Laertes es un soporte del sujeto o un pequeño otro?
Jean Oury lee la escena del cementerio como una identificación especular, transitiva, de tercer tipo. Con este efecto de ser, Hamlet puede comenzar a hacer su duelo, es decir, a recuperar su deseo.
Siempre me pareció muy frágil esto, por no decir insostenible.
Ahora bien, en tres paginitas de L’ Angoisse, el dictante nos brinda la clave del ímpetu de Hamlet, que se convierte en un tigre. En un primer momento, una pequeña crisis de agitación maníaca, cuya fuente es la identificación imaginaria con Luciano, un personaje de la “ratonera”, vestido de negro como él mismo. En un segundo momento, y ya en el cementerio, la identificación con el “alma furiosa” de Ofelia, que clama venganza por la muerte de su padre, muerte absurda y clandestina detrás de un tapiz.
El sonámbulo del castillo se pone en movimiento y endereza sus pasos hacia el tío, finalmente, gracias a una identificación femenina.

 

Kafka interpreta a Flaubert [Fragmento]
Sergio Cueto
…en un pasaje de la carta que Franz Kafka escribió a Felice Bauer la noche del 4 al 5 de diciembre de 1912. Dice Kafka: “Cuando era niño –hace unos años que lo era todavía– me gustaba soñar que me encontraba en una sala repleta de público al que leía –cierto que con una potencia cardíaca, vocal y espiritual algo mayor que la que tenía en aquella época– la ‘Education sentimentale’ entera y sin interrupción, a lo largo de tantos días y noches como resultara necesario, por supuesto que en francés (¡oh mi encantadora pronunciación!), y mi voz retumbaba en las paredes”.
    Siempre me ha parecido que esta anécdota constituye la mejor, la única interpretación que reclama la novela de Flaubert, pues no relata otra cosa que la interpretación de la música que hay en ella o que ella es. Intentemos leer la novela a partir del sueño de Kafka, intentemos corresponder a la exigencia a la que ese sueño respondió a su vez, de modo de aprender lo que para Kafka, es decir, para aquél que decía de sí mismo que era literatura y que no tenía relación alguna con la música, conviene no olvidarlo, quiere decir interpretar.

 

Aporías de la interpretación
De la grieta a la razón de la grieta [Fragmento]
Juan Bautista Ritvo
¿Qué tienen en común la interpretación de una obra musical, de un texto literario, de una escena teatral, de un texto filosófico, del decir del analizante?
Se pueden, desde luego, buscar rasgos comunes a estas especies, y con seguridad, con un poco de paciencia y de técnica, es dable conseguirlo, pero el resultado será –es–  decepcionante. La manta, como suele decirse, o es demasiado corta –pone el acento sobre rasgos de algunas especies pero olvida a otras–, o demasiada larga: abarca todos los tipos de interpretaciones y termina por confundir la noción de interpretación con la de cualquier interpretante que desarrolle, explicite, articule, el sentido de cualquier expresión.
Ahora bien, si evocamos por un instante, la austera y singular versión que Gidon Kremer brinda del adagio de la décima sinfonía de Mahler, o la pulsación penetrante y nostálgica del piano de Michel Petrucciani en State, o la connmocionante versión que Elías Canetti da del temor a ser tocado en Masa y poder, o, y no en último término, la sorprendente intervención de un analista –sorprendente para él mismo– que localiza la palabra justa, insustituible pese a y también por su extrema contingencia, veremos que ciertos rasgos oblicuos, dialécticos, de una dialéctica trunca, atraviesan en diagonal este conjunto que, sin embargo, sostiene una comunidad no de esencia sino logotética, es decir, una comunidad de posición: en todos estos casos, más allá de diferencias que no pueden a ningún precio ser reducidas, algo se proyecta fuera de ciertos límites establecidos. En la inevitable codificación, algo se descodifica. En el completamiento que es producto de la reunión, algo se descompleta. O, para ser más precisos, lo que tienen en común es la excepción a lo común –excepción que agita, conmueve, sacude, y por lo tanto apremia.
(Y, no obstante, esta comunidad nos obliga, en cada caso, a especificar. Por ello, me ocuparé en este texto de la interpretación de textos, aunque resuenen constantemente los armónicos de otras interpretaciones.)

 

IN MEMORIAM
David Kreszes: Un epílogo [Completo]
Juan Ritvo
Una vida no culmina, se interrumpe. Solo en los mitos y en cierta narrativa pomposa hay vidas que terminan en un acorde final.
Estos pensamientos, tan evidentes, tan incontrastables y por eso mismo tan inquietantes, me llegan, una vez más, a propósito de la muerte de David Kreszes, un compañero de tantos años en Ensayo y Crítica y en Redes de la Letra.
¿Qué decir? No vale la pena una nota formal –David no la merecía–; tampoco una nota firmada por todos, es decir, por nadie.
Mas vale recordar cosas que compartíamos y de manera especial, un cierto estilo, que era el suyo, de interrogar los vínculos de la ley con la tradición judía, de la ley con su encarnación en la autoridad –el autor que suponemos autoriza–, de la ley con la arbitrariedad, es decir, con el arbitrio primero.
Por él conocí el texto sobre los dos cuerpos del rey de Kantorowicz, que habla de la concepción medieval acerca del  símbolo de la sociedad global: uno es el cuerpo perecedero de cada rey; el otro, es el cuerpo supuesto que ininterrumpidamente subsiste como garantía de perduración de la totalidad social como ectoplasma patético de la ley: eternidad vacía a que nos aferramos los seres humanos.
En uno de sus últimos textos, que transcriben sus clases en la Maestría en Psicoanálisis de Rosario, evoca una fábula judía contada por Scholem en La cábala y su simbolismo, y que desde el fondo de la tradición rabínica, ilumina el vínculo de la voz del Otro con esa lectura de la ley que es el mandamiento.
Según ella, Moisés no escuchó mandamientos, sino una voz atronadora e inhumana que él tradujo en las tablas de la ley. Así, lo que llamamos “ley” es la interpretación de una voz a la que suponemos transmisora de la legalidad. Esta versión teológica-jurídica, converge con los problemas más candentes del psicoanálisis. Aquí estábamos, coincidiendo y no.
Aquí estamos los vivos, recogiendo el mensaje del muerto para que no se pierda.
¿Qué otra cosa podríamos recuperar?

 

THEATRUM
Samuel Beckett: la poetización del misterio, la pregunta, la espera [Completo]
Alberto Tudurí
En octubre 2008 ofrecimos a la Ciudad una “mise en abyme” luego de largos meses de estudio y ensayos. Nos convocó al trabajo, al emprendimiento de esta aventura, la escritura y el humor mortal del irlandés, que se despliega y repliega en el espacio de lo sutil y de lo ínfimo. Una trama fractal, oblicua, donde lo lineal se desvanece, se deforma, carente de comienzo y de fin, con un ritmo musical entrecortado, quebrado, espasmódico, por momentos fulgurante y oscuro, que nos tomaba a cada instante por sorpresa.
Utilizó Sam frecuentemente auxiliares mecánicos, altavoces, micrófonos, megáfonos, en este caso cintas grabadas hace tiempo que se escuchan desde un antiguo y fiel magnetófono. Recurso para evitar la erosión del tiempo, el olvido, los amores. Así el personaje, dispuesto y con alegría, rápidamente se enfrenta con otro, que ha dejado de ser él mismo. Alteridad, desconocimiento, extrañeza, un enemigo advenedizo que lo amenaza, otro con quién lucha. También Krap’p se convirtió en otro, dejó de ser aquel cuerpo, su voz no es la misma, su humor ha mutado, su células y fluidos se han transformado.
Beckett escribió aletheicamente, buscó obstinadamente ese borde, donde las palabras ya no son activas y carecen de sentido, así pudo disponerse a crear su nido como los pájaros desde el filo del abismo.
Esas palabras ahora ahuecadas, al modo del alfarero, se convierten en murmullos, rumores, anunciando brechas, intermitencias, silencios, sombras, instantes de ser, donde el orden argumental se desbarata, se evapora y el lenguaje fracasa, enmudece

Beckett imagina que donde mueren
las palabras, no hay nada, mas aún,
las palabras se mueren porque no hay
nada, las palabras son nada.

Intentamos expresar la propuesta teatral como un Juego, puesta en marcha que nos permitió la apropiación de un proceso creador amplio. Recibimos de Sam una forma de relación con el mundo básicamente con la Ciudad que admite el sin-sentido, lo inaudito, la confusión, el caos, el azar, la paradoja, hacia un arte abierto, despojado, donde la máscara es símbolo de alteridad.
La marca que nos dejó Beckett es una lección de mesura, de exactitud y de valentía.
Dice A. Badiou “pathos trágico acerca del desamparo y la miseria de los hombres”. A pesar de esa quimera pesada, los personajes beckettianos siempre esperan, esperan lo inesperado, aunque ya saben que Godot no llegará, en este aspecto es firmemente Heraclitiano.
En esta intemperie Krap’p es llevado a que sea la memoria la que reconstruye lo monstruoso, ominoso e irreconocible hasta poder obtener la infinita e irreductible figura del amor.
En abril de 1946 en Dublín haciendo largas caminatas por el campo, fue en uno de esos paseos y en medio de la tormenta, cuando tuvo la celebre visión que estimularía la producción formidable de los próximos años.
En la Ultima Cinta de Krap´p hay una alusión a aquél momento decisivo que nos recuerda J. Ibáñez Fanes

Espiritualmente un año de lo más negro y pobre hasta aquella memorable noche de Marzo, en el extremo del muelle, bajo el ventarrón, jamás lo olvidaré en que todo se me aclaró.
Al fin la revelación (…) Lo que entonces vi, de repente, fue que la creencia que había soñado toda mi vida, es decir (…) grandes rocas de granitos la espuma que brillaba a la luz del faro, y el anemómetro que daba vueltas como una hélice; veía claro, en fin que la oscuridad que yo siempre había rechazado encarnizadamente era, en realidad mi mejor (…) indestructible asociación, hasta mí disolución en la tempestad y noche en la luz del entendimiento y el fuego.

 

TRANSLATIO

El caso Dora [Fragmento]
Maurice Merleau-Ponty. Traducción de Bruno Carignano.
El estudio de un síntoma exige toda una reconstitución histórica. Pero la historia sedimentada en él es como una institución presente y no como unos recuerdos replegados.
Hay una verdad del delirio: hay una verdad del aspecto que las cosas tienen para el enfermo, verdad contra la cual no prevalece absolutamente la explicación objetiva y prosaica: ésta no equivale a la verdad de lo vivido y de la sedimentación más que cuando la explicación asumida realmente por la transferencia deviene acción, decisión, en el sentido de Freud.
La "capa de significaciones" el "revestimiento" (61) último del síntoma de la tos, aquellos que están en relación con la Sra. K no son sin relación con los primeros, i. e. el amor del padre: "expresar, por la identificación con la Sra. K las relaciones sexuales con el padre" (61) "Cambio de significaciones".
 [260] (7) Ejemplo de decisiones existenciales que tienen motivos: ¿por qué me callé los primeros días después de la escena del lago?
¿Por qué a continuación, de un golpe, se los conté a mis padres (70)?
Las modulaciones de existencia: "¿dónde está la caja?", dicho en la vida, deviene en el sueño: "¿dónde está la estación?" Lo que hay de común en las dos: la investigación sexual-existencial. Una es sustituible por la otra porque son equivalentes según este esquema. Caja y estación significarían la misma búsqueda (71). Igualmente, contornos del sueño análogos a aquellas escenas reales vividas con personajes que son unos dobles del amor real (71): "Dos horas al museo", rechaza que se la acompañe, espera [la] venida de [un] conocido al que debe hacer visitar Viena.
El sueño contiene unos pedazos de vida sometidos a su presión porque la vida es perceptiva, cristaliza y proyecta sobre las cosas vistas. (72) (73).

 

Heráclito [Cuatro fragmentos] [Parcial]

Martin Heidegger. Traducción de Carlos Másmela

Presentación
Publicamos a continuación cuatro fragmentos del tomo 55 de las Obras completas [Gesamtausgabe] de Martin Heidegger según la edición conjunta preparada por El Hilo de Ariadna y la Biblioteca Internacional Martin Heidegger, Buenos Aires, 2012.
Los tres primeros fragmentos escogidos corresponden al Curso del Semestre de verano de 1943, “El inicio del pensar occidental. Heráclito”.
1. Apartado b) Lo contratendiente esencial y el pensar dialéctico. El lenguaje inadecuado de la dialéctica. Del capítulo 2. La palabra en el inicio del pensar.
2. Apartado a) Observación incidental sobre la tarea de la traducción. Del capítulo 3. El inicio de lo que ha de ser pensado inicialmente. Fragmento 16.
3. Repaso. 1. Traducción e interpretación. El apremio por una comprensión más originaria a partir de la inquietud que se experimenta en lo mismo. Del capítulo 3. El inicio de lo que ha de ser pensado inicialmente. Fragmento 16.
El cuarto fragmento corresponde al Curso del semestre de verano de 1944, “Lógica. Doctrina de Heráclito del Lógos”.
4. Apartado b) La lógica y el impedimento del desdoblamiento esencial del Lógos. Del capítulo 3. Lógica y Lógos. La disciplina y la cosa. La lógica y la metafísica occidental.
Agradecemos a la Fundación Centro Psicoanalítico Argentino y a su Coordinador general, Ps. Rogelio Fernández Couto, por concedernos la debida autorización para publicar estos fragmentos del Heráclito de Martin Heidegger en la revista Nadja. Agradecemos a Said Martínez Grecco y a Cecilia Carlevaro, miembros de la FCPA, por su entrañable colaboración.
Es para nosotros un honor y un placer editar estos fragmentos que han sido seleccionados en resonancia con este número de la revista porque Nadja, Lo inquietante en la cultura insiste en la interpretación de la obra de Martin Heidegger, el último filósofo. Deseamos que esta transferencia de trabajo con la FCPA, comenzada hace ya varios años, continúe con prosperidad en el porvenir. RB

4. b)  La lógica y el impedimento del desdoblamiento esencial del 8`(@l
Con el fin de adquirir una visión correcta de la esencia y el significado de la  lógica, debemos pensar que la “revolución” llevada a cabo por Kant en el modo de pensar se cumplió en el ámbito de la lógica. De manera completamente externa, esto se desprende ya de los títulos de sus tres obras principales: Crítica de la razón pura, Crítica de la razón práctica, Crítica del juicio. En todos los casos se trata de la razón, de la ratio, de la facultad de juzgar, del pensar, de la doctrina de la razón, de la “lógica”. Kant tenía un claro saber de la esencia y del alcance del paso decisivo del pensar que realizó. El paso que dio fue el de la lógica existente hasta entonces a una nueva “lógica”, que Kant llamó “lógica trascendental”. Con múltiples ampliaciones y transformaciones, la “lógica” devino el núcleo del pensar que siguió inmediatamente a Kant, la metafísica de Fichte, Schelling y Hegel. Sí, el pensar de toda una época entre 1790 y 1830 es determinado profundamente por la “lógica” de Kant. Es conocida la importancia, tanto positiva como negativa, del pensar kantiano para Heinrich von Kleist. Incluso, el pensar de Goethe –que, al rozar con la filosofía, no raras veces da la impresión de superficialidad – sólo alcanza claridad y agudeza con la Crítica de la facultad de juzgar de Kant, y no hablemos del pensar de Schiller. Bajo el impacto de la filosofía de Kant y Fichte, cuyas lecciones escuchó en Jena, el joven Hölderlin, de 26 años, escribió a su hermano el 13 de octubre de 1796: “Deberías estudiar filosofía, aun cuando no tuvieras más dinero del necesario para comprar un candil y aceite y no tuvieras más tiempo del que va de la medianoche al canto del gallo.”…

 

La opacidad sexual.

LECTIO

“Porque fuerte como la muerte es el amor [Fragmento]
Silvana Rabinovich
Hay otra película que no entra en el género de amour fou y que sin embargo lo es a su muy peculiar manera. Se trata de El otro muro de Simone Bitton, un documental que explora distintos aspectos del muro construido por el gobierno de Israel con el fin de separar a Cisjordania (al desoír las advertencias de las Naciones Unidas y de la Corte Internacional de Justicia). Como dice Shuli Dichter (quien hace honor a su apellido), un granjero (hijo del kibutz Ma’anit)  entrevistado en esa película: 
“Entre nosotros y este país había una historia de amor. (…) Pero es un amor tan loco y posesivo, que se apropia todo. (…) Amamos tanto a esta tierra que la asfixiamos. Es una interpretación post-moderna del versículo que dice ‘muera mi alma con los filisteos’.” Shuli Dichter explica que se trata, al modo de Sansón, de suicidarse con los palestinos, se trata de morir matando. Recuerda a la poetisa Rajel “ella tenía un amor tan loco por su amante, que escribió un poema suicida que dice: ‘cerraré las puertas de mi corazón/ las llaves lanzaré al mar/ mi corazón impaciente no se sobresaltará ya/ oyéndote venir de lejos’ y termina este poema diciendo ‘de todas mis consolaciones sólo una (hay)/que mi mano me haya infligido esto’.” El entrevistado concluye diciendo “los libros de historia dirán que esto (la búsqueda de la muerte) nos lo hicimos a nosotros mismos, será nuestra única consolación”.
Ya lo advertía en 1921 Franz Rosenzweig:
“Pues la tierra nutre, pero también ata; y cuando un pueblo ama al suelo de la patria más que la propia vida, se cierne de continuo sobre él –y se cierne sobre todos los pueblos del mundo- el peligro de que, aunque por nueve veces haya salvado del enemigo tal amor al suelo de la patria, una décima vez quede el suelo, lo más amado, y la propia vida del pueblo sea derramada sobre su superficie. Al que conquista el país terminan por pertenecerle sus gentes; y no puede ser de otro modo, si éstas están más apegadas al país que a su vida propia como pueblo. La tierra, así, traiciona al pueblo que confió su duración a la de ella. Continúa durando, pero el pueblo que hubo sobre ella pasó.”

 

De la escena del crimen a la escenificación. El perpetrador como reclutador de mirada: un proceso pornográfico [Fragmento]
Ana Arzoumanian
    El general Phillip Sheridan decía que un buen indio, es un indio muerto. De manera
 que el dispositivo genocida aplica su tortura hasta la desposesión de sí. Allí el artista se coloca en medio de la escena para reivindicar el cuerpo como propio, disponiéndonos para sentir repulsa e indignación, vivificando una respuesta afectiva frente a las imágenes.
    Susan Crile, artista norteamericana, pinta unos espectros del martirio en su serie Abuso de Poder, Abu Ghraib/ Abuse of Power (2005) donde retrata a los prisioneros de la prisión iraquí. Sobre la fuente de las fotos que los mismos militares estadounidenses habían tomado, Susan Crile recorre el abuso sexual, la sodomía, el linchamiento. Hombres desnudos encapuchados de frente, que miran, si pudiesen mirar, al espectador del cuadro. Cuerpos desnudos amontonados. Prisioneros obligados a tocarse el sexo que está en el ángulo visual del espectador, ofreciéndose al mismo. Espacios cerrados en cuadrícula donde un perro está al acecho de un hombre desnudo mientras su verdugo lo mira. Soldados montados sobre el cuerpo desnudo de un prisionero. Colores pasteles, el uso de la tiza que hace los contornos de los cuerpos más imprecisos, tonos en pocas variaciones, pinturas casi monocromáticas donde sobresale sólo un color, el color rojo de las heridas o el rojo de una ropa interior. En el año 2010 Susan Crile pinta detenidos en los Black Site cubículos cercados, un detenido desnudo escondido al observador médico es encerrado por unos militares. La artista “pone” al espectador en connivencia con los militares ya que sólo los victimarios en la pintura saben que hay un prisionero en la caja que está abierta a la mirada del espectador. Prisioneros desnudos encapuchados son burlados (gozados) por un militar que mira al espectador. Escenas donde la legalidad, el sistema, las leyes humillan, someten hasta la aniquilación. La voluntad de poder, la lógica orgiástica implica al espectador y, con él, a toda la sociedad en su ser violento. Trasladando la mirada del verdugo al que mira la pintura, lo hace partícipe en su vulnerabilidad. Los colores claros, la suavidad en la elección de los pasteles, actúan como exorcismo y no hace más que actualizar la empatía con la imagen. Una mecánica que se acciona gracias a los grupos o “cuadrillas” genera una economía, un intercambio: la escritura-pintura del gesto obsceno por la implicancia social. Se trata de hacer comunidad. Un cuerpo social herido, mutilado, necesita de otra escritura, de otra codificación. Entonces la artista Susan Crile escribe en el idioma que pueda ser entendida, sin “traducciones” los signos del arrasamiento. La aniquilación del otro y del deseo que sucede en la pornografía está simbolizada por la supresión del rostro. La visión se transforma en captura. Una apropiación sobre el otro a la que le sigue su consumo, su destrucción, su eliminación. Figuras sin sombras suprimen y borran las sombras del pudor hasta convertir a los sujetos en desecho. Una de las obras de Crile llamada Tracked Blood pinta la sangre arrastrada por el piso como el único elemento que queda del prisionero. Y como en las escenas pornográficas, el acto que Susan Crile pinta es real; cada cuadro tiene su referente en una fotografía que han hecho circular los mismos verdugos.

 

Sobre la historia de la Princesa Bonaparte siguiendo el hilo de la nota “Medio centímetro de tristeza” de Juan Forn de la contratapa del Página/12 del 13/01/12 [Completo]
José Manuel Ramírez
El excelente y divertido artículo de Juan Forn publicado en la contratapa de Página/12 el viernes 13 de enero sobre el drama de la Princesa Marie Bonaparte merece ser leído y llama a la reflexión y al comentario. Primero porque al tratarse de un escritor el adentrarse en consideraciones sobre los personajes tan propios del psicoanálisis de una manera tan pertinente merece el elogio y muestra de rebote un vacío que intento paliar mínimamente con esta nota. Segundo porque si no queda su lectura en el mero divertimento, la de aquella nota, puede funcionar como estímulo o causa de investigación y de esfuerzo por articular de acuerdo al discurso del psicoanálisis los mismos elementos para que no queden solamente en una articulación literaria curiosa y graciosa y quizás hasta pasatista que puede dejar una idea equívoca de una realidad que sin lugar a dudas fue dramática en su momento y que puede seguir vigente en la actualidad en más de un sentido.
Es necesario haber leído la nota de Juan Forn para leer a su vez que ésta si no es una respuesta por lo menos la complementa y le confiere un sesgo distinto a una pluma prolífica y variada como la aludida.
La princesa en sus propias memorias dejó sentado el drama de su falta de volupté, como a ella misma gustaba eufemísticamente designar al orgasmo, y también todo lo que hizo por superar dicha falta, desde una intervención quirúrgica de reubicación de su clítoris a 2,5 cm de su vagina porque lo tenía según ella y sus médicos a 3 cm -distancia que consideraban era la causa de su frigidez-, hasta un psicoanálisis con Freud, a través del cual si bien no logró alcanzar la volupté, (tampoco con dos intervenciones quirúrgicas como la citada más arriba), sin embargo con el análisis logró darle un sentido a su vida cuando se encontraba al borde del suicidio en el momento de consultarlo, es decir el análisis le permitió sublimar y desarrollar una actividad social y de ayuda desde el lugar de poder real y económico que su lugar de Princesa le daban.

 

Presentación del Seminario “La opacidad sexual” [Completo]
Pablo Zöpke
La idea de la no-relación, cara a Lacan, es independiente de los matemas y del cuadrado de Apuleyo.
Es el síntoma que lo lleva al psicoanálisis.
Cómo es que lo sexual no deja huella? Como el paso de la gacela entre las rocas?
En el seminario 10, Lacan invoca el proverbio que se atribuye a Salomón, ese de las cuatro cosas que no conozco. Entre ellas, el sendero de un hombre en el corazón de una muchacha. El acto sexual no deja huella. Y sin huella, no hay escritura que pueda efectuar su borramiento.
Por eso la opacidad sexual: el sujeto del significante desfallece en el momento de declarar su sexo.
La relación sexual, en cambio, dará una certeza delirante sobre el asunto.
Importa que ese “no hay” sea una enunciación? También la Todestriebe freudiana es una enunciación.
Se tomará como un principio de razón del psicoanálisis, como un Grund.
 
Sobre esa falla sexual, Lacan forzó una falla lógica. Son las fórmulas de la sexuación, es decir, de la posición sexuada y no de la posición subjetiva.
Fórmulas que admiten, como es debido, veinte y cien lecturas diferentes. Lacan no se sirve de la función fálica en tanto que función.
Lacan abre, con sus desequilibrados lógicos, con el todo y el notodo, una saga erotológica.
La perversión será la invención que da respuesta a la ausencia de relación sexual. El psicoanálisis también.
Pero bastaría una lectura aristotélica de la particular negativa, para que el binarismo apartado por las fórmulas de la sexuación, vuelva por sus fueros y, con él, el tener y no tener freudiano, el reparto masculino/femenino según una lógica de la oposición.
En un escrito que dé lo sexual como relación, sólo hay un lugar alrededor del falo.
La banalidad clínica de los matemas salta a la vista. De los que se encaman o se entienden, no dice nada.
De la identificación sexuada, tampoco. De la histeria o de la psicosis, menos todavía.
El fundamento de la no-relación, en cambio, me habrá permitido dar una razón de la psicosis.
 
Pero el psicoanálisis se deconstruye por doquier. Hay otros movimientos en la Ciudad que el analítico (der psychoanalytischen Bewegung), en los que nadie cree seriamente en el síntoma, la patología o la locura.
El heterosexismo de Lacan, o su homofobia, les parece patético. El carácter performativo del género y de la relación sexual conquista a los profesores de filosofía y de retórica. Y el esfuerzo queer intenta una vida utópica más allá del género. El activismo trans, sobre todo, se precave de la patologización y de la violencia.
La Ciudad abandona el psicoanálisis.
Se trata, entonces, de alcanzar a Foucault con Lacan? De una posición del psicoanálisis que sea foucaultiana?
Una cosa es cierta: el estatuto de lo INC es clínico. Sólo a partir del discurso del analista se podrá elaborar su teoría. Lacan tuvo a bien recordarlo en Nápoles, en 1967, por encima del mar y de la canzonetta.
Tenía razón Hamlet: el tiempo de la ciudad está dislocado, está fuera de sus goznes. Toda ciudad está haciéndose.

 

Travestismo y parodia en tres comedias de Aristófanes [Fragmento]
Lena Balzaretti y Marcela Coria
Debe tenerse en cuenta que en el teatro griego los actores eran todos hombres. Estos actores llevaban un disfraz con relleno en las zonas del vientre y de los glúteos, que les confería un aspecto ridículo, y máscaras que contribuían a la caracterización del personaje. El sexo de los personajes se marcaba por una serie de símbolos: los personajes femeninos usaban máscaras blancas y senos postizos, mientras que los masculinos llevaban suspendido un falo de cuero de proporciones considerables que se dejaba ver bajo sus túnicas cortas.
Lisístrata se representó en las Leneas del 411 a.C. Fue la primera pieza de Aristófanes, y la primera comedia griega de la Antigüedad, en presentar a personajes femeninos como protagonistas. En las comedias anteriores, los personajes femeninos tienen una participación marginal en la trama, son personificaciones, figuras mitológicas, esposas o hijas de personajes masculinos o flautistas y bailarinas sin parlamento.
La guerra ha continuado, a pesar de las esperanzas de diez años antes, y con ella la devastación y la miseria. La expedición a Sicilia ha sido un fracaso y las esperanzas atenienses se desvanecen. “La consecuencia más visible de los tiempos de guerra es, en esta comedia, la desarticulación de la armonía de la vida doméstica” (Fernández, 2008a: 32). Asistimos aquí a la puesta en escena de una utopía política urdida por personajes femeninos. La heroína de la pieza, Lisístrata (“la que libera de la guerra” o “la que disuelve el ejército”), decide poner en práctica su proyecto cómico convocando a todas las mujeres de distintas póleis de la Hélade. Este proyecto está dividido en dos partes, cada uno con dominios de injerencia distintos: en el oîkos, las jóvenes harán una huelga sexual para evitar que sus esposos sigan combatiendo en este enfrentamiento fratricida y regresen a sus hogares, a disfrutar de la comida, el vino y el sexo, mientras que, en la pólis, las más ancianas tomarán la Acrópolis, donde se guardaban los fondos públicos que solventaban la guerra. Mientras los hombres, insensatamente, decidan continuar con la guerra, las mujeres se abstendrán de tener relaciones sexuales y no permitirán que se extraiga el tesoro para la construcción de navíos y remos. En la Grecia antigua, el rol social femenino imponía a las mujeres griegas el dominio del oîkos, los quehaceres domésticos, la crianza de los hijos y el silencio en la vida pública; del dominio de la pólis, estaban excluidas casi por completo, ya que no tenían representación política. La parte del plan de Lisístrata que involucra a las jóvenes, como ha señalado atinadamente Taafe (1993: 20), requiere que ellas desempeñen su rol estereotipado como mujeres: ser objetos del deseo para las miradas de los hombres. Vemos aquí a hombres (actores) representando a mujeres que afirman constantemente, de una manera u otra, su naturaleza femenina.

 

Bulevar (el síntoma colectivo) [Completo]
Pablo Zöpke
Buenas noches a todos: 
Hoy deberemos estar atentos a los fenómenos colectivos, a ciertos síntomas del lazo social. En una época, la psiquiatría se ocupó de ellos y el psicoanálisis también. Pero ahora están completamente descuidados.
Menos por Melman, que le ha dedicado a la histeria colectiva uno de sus seminarios más inspirados. Melman pone de relieve la pequeña “trinidad” de la que surge: mujeres, un dolor o una decepción, un convento o un colegio.
Reconoceremos la identificación freudiana de pensionado.
De todos modos, a mí siempre me pareció que el delirio se presta más que el síntoma a los fines colectivos.
Como el síntoma, siempre se soporta de a dos y también de a muchos. Como se sabe, el delirio se conduce muy bien por homonimias y homofonías. Tal vez mañana, todo montaje no científico del saber, sea un delirio. El psicoanálisis mismo, por supuesto, en primer lugar.
Por más que la psicopatología freudiana haya sido puesta en entredicho, por propios y extraños, siempre me recuerda el receptáculo de la perversión.
La Ciudad de hoy anima buena parte de esta voluntad de goce. La ciudad? Sí, la polis, la urbe: una pluralidad de singularidades. El Pueblo no existe (tiene razón Toni Negri). La Ciudad sí. Es sofística y aristotélica, no tiene ni destino ni misión. Como la nave, va.
La ciudad se define por sus minorías y sus marchas. Por sus víctimas. Por el llamado del medio social al derecho. Por la prevalencia acordada al afeminamiento y a la reasignación de sexo.
El síntoma se pierde, y con él, el campo freudiano. La Ciudad abandona el psicoanálisis y el psicoanálisis resiste a la Ciudad. Hay un repliegue sobre la disciplina del caso. Los actores abandonan el ágora y las lecturas políticas se hacen más raras. Los analistas se refugian en sus Escuelas para discutir sobre la reproducción asexuada de sus miembros.
La noción de síntoma colectivo les parece perfectamente extraña. Como la búsqueda de un objeto de plusvalía en mi semejante. Testigos del “nuevo desorden amoroso”, lo desconocen.
Hay una forclusión de la Ciudad por parte de los analistas. El movimiento psicoanalítico no marcha. Todos marchan, menos nosotros. Esta desistencia me llama la atención. Sin una enseñanza política, el psicoanálisis es un asilo o una hospitalidad.
A mí me interesa el bulevar, el puterío y la romería. Defino el síntoma, en el espíritu de Lacan, como un exilio sexual, sus huellas o marcas. Es una definición límpida, impecable. El síntoma es mi relación con lo imposible. De aquí partimos. El síntoma es necesario o contingente? Qué sería un sujeto al que para existir no le haría falta el síntoma?
Por lo tanto, y me parece que los Ecrits no me desmienten, el síntoma es una defensa contra la castración. La castración es el “sesgo radical del sujeto por donde tiene lugar el advenimiento del síntoma”.
El síntoma, así definido, se aclimata perfectamente en la serie del sueño, del acto fallido, del lapsus.
Hay efectos de verdad en lo inconsciente? O efectos de equivocación?
No puedo, en este momento, zanjar la cuestión. Sólo la presento.
Lo que me interesa en este momento es el Unlust del síntoma. Es decir, el síntoma como displacer, como sufrimiento, como algo que escapa al principio freudiano. En suma, el síntoma como un mal.
Es curioso que el síntoma puede hacer signo (como el delirio puede hacer calle).
El síntoma hace signo, llama, representa algo para alguien. Es decir, puede interesar al otro, y a los otros.
El interés por el síntoma del otro se llama histeria.
Esta identificación, la tercera freudiana, está en la base de grandes síntomas colectivos, que los psiquiatras del asilo denominaban “epidemias” psíquicas.
Son viejas cosas de todas la épocas. Plutarco refiere una epidemia de suicidio entre las mujeres de Mileto; Heródoto, una de licantropía en Egipto. La gente erraba por los montes y aullaba como los lobos.
Hubo tres grandes epidemias de corea histérica, llamada el baile de San Vito. Por ejemplo, la de Saint-Guy, en 1374. Esta tuvo un mérito Brueghel, El Viejo, la retrató.
En España se conocen muy bien las epidemias psíquicas de los “alumbrados”. Las epidemias de los conventos fueron numerosísimas durante los siglos XVI y XVII. Por ejemplo, la epidemia desatada en el elegante colegio de las Ursulinas de Loudon, provocada entre jóvenes novicias. El demonio cobraba voz en esos cuerpos poseídos. Los convulsos de San Medardo es el nombre de otra epidemia que duró varios años hasta la clausura del cementerio. Las convulsiones siempre sobrevienen sobre la tumba del presunto santo (un virtuoso diácono jansenista muerto en 1727 en olor de santidad).
Pero la psiquiatría entiende que la difusión de ideales políticos y sociales extremistas, también pueden considerarse un contagio psíquico. No estaba equivocada. No se considera el fascismo como un síntoma colectivo?
Reconoceremos en el síntoma colectivo una gran virtud. Ay, qué alivio! Me deshago de mi subjetividad y me curo bajo la piel de un fascista! Es una ganga. El problema de la psicosis colectiva es muy distinto.
El delirio es un campo de significación regido por un significante. Por lo tanto, obedece a las leyes del matema saussuriano.
El delirio es un significante nuevo. No hace falta que sea una Novela, más o menos disparatada, más o menos creíble, más o menos verosímil.
El delirio es un lugar de enunciación. No se caracteriza por sus enunciados o por sus dichos. La certeza sobre el sexo es un delirio. Así defino yo al transexualismo.
El punto de partida de la psicosis colectiva es la folié à deux, ampliamente desconocida por la teoría analítica. Lacan tuvo el mérito de interesarse por el amor en la psicosis. En su seminario sobre esta entidad clínica, Lacan se apoyó en el librito del jesuita Rousselot, publicado en 1908, sobre la concepción física y la concepción extática del amor en el medioevo.
El amor extático es también un amor muerto. Es decir, conlleva la abolición del sujeto, la aniquilación del amante. Explica la erotomanía de Schreber.
Pero con los casos de folié à deux ingresamos en otro mundo. La folié à deux no es un transamor. Pero sólo con él puede medirse en su articulación del amor con el saber.
No hablo del amor extático ni del amor como delirio. Hablo de una pareja que conozco bien, hablo de los que tienen una verdadera adoración por su loca. Cómo cohabita el delirio en una experiencia amorosa?
Fue el gran psiquiatra Marandon de Montyel el primero que se dio cuenta de esta clínica de la vida conyugal. El marido, denominado co-delirante, declara gritando al psiquiatra que quiere mantener a su mujer en el asilo: “mi mujer jamás ha estado loca, y no lo está hoy más que ayer, ha cometido a sabiendas actos excéntricos para obedecer a la voz e Dios; hoy quiere salir, ya ha pasado el tiempo de las pruebas, nadie puede retenerla”.
Esta folié à deux se aparta de los prototipos conocidos (la comunicada, la simultánea).
El marido dice que su mujer no está loca, que dice la verdad. En este delirio, el amor no cumple ningún papel? O el amor es creer en ese delirio? Se cree en lo que el otro dice. Eso es amor. El lugar Otro de la mujer es decisivo para este marido colérico, para este Erón de libro.
En el seminario 8 hay una meditación de Lacan sobre el luto. El tono cambia. El seminarista parece, él mismo, tocado por una pena. Y se lamenta de los fracasos del amor que el duelo revela. Es cierto. Le hemos fallado al difunto, no hemos ido hasta su ser, no hemos podido llegar a ese uno. Tal vez, en el fondo, por indiferencia. El amor es un don que también escasea.
Y ahora este silencio que viene de nuestra libido estancada!
En esa sesión del seminario, Lacan aborda la cuestión del amor, es decir, la cuestión de la transferencia, y comienza por el luto!
Pero Lacan indica, además, la razón de ese fracaso del amor: el fantasma. El fantasma es un obstáculo para el amor, lo hace marrar.
La lectura del Banquete es un pretexto para introducir el psicoanálisis como una erotología. Es decir, en este momento de su enseñanza, como una praxis del deseo. La connivencia entre el amor y el deseo es perfectamente armónica.
La relación del psicoanálisis con la episteme ha sido trastornada por Lacan gracias al affaire Alcibíades.
El seminario 10 recoge, como un eco, las grandes coordenadas del seminario sobre la transferencia. De ahí la búsqueda del ágalma en el campo del Otro. La inspiración sigue intacta. Pero el analizante (como lo dirá más tarde) no es un sujeto del deseo. En efecto, el analizante sólo da testimonio de su síntoma. Lo que es harina de otro costal.
Encore es un seminario que nos lleva del amor a la relación sexual. Sí, digo bien, a la relación sexual, a esa que no hay con qué escribir.
Como la edición de Miller no es una edición crítica, y como hay estenografías que circulan por doquier, me ha permitido introducir algunos retoques al texto que estableció el albacea.
Estamos en la última sesión del seminario y Lacan anda en ese momento con el asunto de la contingencia que encarnó con el cesa de no escribirse. Qué es pues esa contingencia? Es “ese algo que, por el encuentro, encuentro en la pareja, de los síntomas, de los afectos, de lo que en cada individuo marca la huella de su exilio, no como sujeto sino como hablante, de su exilio de la relación sexual, no es decir que es solamente por el afecto que resulta de esa hiancia que algo en todo caso donde se produce el amor, que algo que puede variar infinitamente en cuanto al nivel de ese saber, que algo que se encuentra y que, por un instante, puede dar la ilusión de que la relación sexual cesa de no escribirse, a saber algo no solamente se articula sino se inscribe, se inscribe en el destino de cada uno, por lo cual durante un tiempo, un tiempo de suspensión, ese algo que sería la relación sexual, ese algo encuentra en el ser hablante su huella y su vía de espejismo?”.
La sintaxis es un poco torpe. Pero habría que leer este pasaje línea por línea.
Lacan no habla del amor engastado en el dispositivo analítico sino del amor entre un hombre y una mujer, de ese encuentro de síntomas que desconoce la inexistencia de la relación sexual. Queda claro que,  en  Lacan, el amor es un hecho que sucede entre un hombre y una mujer, un decir, un acontecimiento.
De qué se trata, pues, en un análisis? De ofrecerse como objeto. No será el amor de transferencia el verdadero almor?
El analista responde, pues, a ese amor sin responder a él. Esta es la ética del psicoanálisis.
Una clínica de las figuras del amor es posible? En lugar de la psicopatología freudiana? Y que diera por tierra con la versión nosográfica de la clínica?
Lacan esbozó este programa en el seminario 21, con los elementos de la cadena borromea. El amor divino, el cortés y el masoquista florecieron allí.
Lacan no dejó de señalar que el masoquismo es lo que ata a los analistas. También ellos, un síntoma colectivo.
Estamos en una erotología? Ya? Nada es menos seguro. O justamente no.
El punto de partida de la erotología analítica es desistir de la partición hombre/mujer. El real lacaniano es lo que queda determinado por el hecho que no hay ninguna manera de escribir en él la relación sexual. El punto de partida de una erotología es, pues: no hay relación erótica.
Si el psicoanálisis es una erotología, una sociedad de analistas o una escuela, es una minoría sexual.
Es un movimiento que no marcha.
Pero que puede confrontarse con otras comunidades en las cuales la noción de síntoma o de patología no tiene la menor pertinencia.
Decir todas estas cosas no parece políticamente correcto. Pero no soy el primero en hablar de la colisión entre el derecho y la clínica.
La Ley Nacional de Salud Mental es una defensa irrestricta de los derechos humanos. Sobre la “enfermedad mental” no dice nada. Es cierto que la medicina alcanzó sus cotas más altas de violencia en los asilos de la psiquiatría.
En la ciudad de hoy, como lo ha visto perfectamente Melman, toda reivindicación es legítima y debe ser satisfecha; si no, hay injusticia, dolo, perjuicio. Doctrina por cuya causa los derechos humanos se hicieron complejos, inextricables y equívocos. Habilitan el derecho a las pulsiones, el derecho al goce? Yo mismo tengo el derecho de interrogar a estos derechos.
Davidson, una vez examinado el zócalo epistemológico de la perversión, adivina una época en al que podemos pensar “Cómo te amo? Quiero contar los modos”.
Está todo dicho. La Ciudad sólo aspira a ese Mehrlust que Lacan anticipó en el seminario XVI. Para eso, habrá que renunciar a la subjetividad.
Podemos sostener enunciados propios de la ciudad, apropiados para la ciudad? Hablar de ella con nuestro propio discurso?
Yo no pienso la ciudad como un ciudadano más. Hasta el mismísimo Joyce, en Dublineses, quiso hacer una clínica de su propia ciudad! Al fin y al cabo sólo somos en ella una minoría sexual. Y por qué tantos remilgos?
He dicho hace un momento que si la clínica no es una enseñanza política, es sólo un asilo o una hospitalidad.
Por supuesto que siempre puedo decirme, tosiendo un poco, que la clínica e slo que se dice en un psicoanálisis. Así, en lugar de lidiar, me meto en el "burladero", mientras el pasodoble me aturde.
Y dónde está la ambición freudiana?
La nueva moral de la Ciudad prescribe que cada cual tenga el derecho de satisfacer plenamente su goce, cualquiera que sea la modalidad de este goce.
Sólo los pedófilos han quedado excluidos de este amparo. La ley debe proteger ciertos goces que, ayer mismo, eran perversos o ilegales.
Pero a los analistas les interesa poco la Ciudad, el llamado del medio social al derecho, la demanda de derecho sobre todo en el campo sexual.
Qué paradoja! Se observa la desaparición de las diferencias simbólicas en una ciudad que proclama para todos el derecho a la diferencia.
Un libro de clínica no puede comenzar con la metapsicología freudiana. Debe comenzar con la ciudad y sus discursos.
El porvenir del psicoanálisis depende de que haya analizantes.
Los habrá? En una ciudad en que la noción de síntoma desaparece?
La virtud “curativa” del derecho se hace sentir. Por lo menos, eso es lo que se promete a los contrayentes del mismo sexo. Creo que nadie esperaba este remedio de la Unbehagen freudiana.
Por de pronto, la jurisprudencia es mucho más importante que la declamación o la declaración de los derechos humanos. Tenía razón Deleuze.
Los derechos humanos tienen un costado demasiado humano, hecho de malicia o de utopía. Compruebo que dan coraje a tu fantasma.
Es posible una Ciudad sin una restricción al goce? Sin una pérdida compartida?
Es cierto que yo vengo de una ciudad en la que la clínica se organizaba en torno a lo que era la imposibilidad de un pleno acceso a un goce común.
Allouch advertía, hace poco, que en los estudios gays y lesbianos, o queers, se prescinde del síntoma. Está claro que si se prescinde del síntoma, se prescinde del campo freudiano. Hasta donde yo sé, el material de un psicoanálisis es el síntoma, la asociación libre y la interpretación.
Con la marcha del Orgullo, la ciudad intenta curarnos del au-sexo, del au-sentido de la relación sexual.
En vano.
Yo hago de la perversión un cliniqueo más.
En las casillas de Kraftt-Ebing, la perversión es, sobre todo, un pasaje al acto. Por eso desfilan por ahí los exhibicionistas con su viejo impermeable, los cortadores de trenzas, los mirones y pedófilos, los violadores de tumbas, los fetichistas con sus zapatitos.
La flor y nata de la psicopatología forense!
La perversión desconoce la represión y el retorno de lo reprimido. No tiene síntoma. Es un fantasma o una voluntad de goce.
Las formas de la sexuación, las de Lacan, tienen una pendiente fatal: la saga erotológica.
Es decir, el psicoanálisis y la perversión. Se puede decir que es una invención que da respuesta a la ausencia de relación sexual.
El psicoanálisis es un ejercicio erótico con un final intrínseco. Es la efectuación de la transferencia.
Los epistemólogos se quedan con la boca abierta.
El amor es una cuestión y no un concepto. La clínica enseña que el amor no es síntoma, pero puede ser un delirio (la erotomanía). El luto tampoco es un síntoma, pero puede ser un delirio (la melancolía). La clínica es la subjetivación. No lo olvidemos. 
Un libro de clínica puede comenzar perfectamente por el amor o por el luto. Entonces se hilvana solo. El libro contiene sus propios algoritmos. Es decir, su propio pase.
Oí mil veces los "fracasos del amor", de Enrique Cadícamo. Y nunca hice nada con eso!
Me tendría que haber dado cuenta que el seminarista, con su último aliento, dejó entrever que la cuestión del amor era la primera cuestión del psicoanálisis. Más aún, que el au-sexo da respuesta a los fracasos del amor.
Fue Melman el que le lanzó un puñado de aserrín a los ojos? No podría afirmarlo. Con los fracasos del amor no se juega.
Amigas y amigos: el tiempo me apremia y hay algo en lo que me gustaría insistir.
El fenómeno más notable de la Ciudad de hoy es el afeminamiento del parlêtre. Es un hecho que se constata, que se comprueba.
Hay muchos interesados en la reasignación de sexo, en documentos apropiados para su nueva identidad de género.
En este sentido, los travestis son los más combativos.
Es algo totalmente previsto por la clínica de Lacan, por su aparato de los sexos, por su notodo.
En efecto, sólo una mujer puede hacer una identificación sexuada. El que está muy estorbado por el falo, se presta mal a las labores de otra comedia.
Es así como florecen las nuevas mujeres venidas del tronco común de los machos. El lenguaje se ríe de la genética y de su célebre monje. La clínica no es una ciencia de la naturaleza.
Ni siquiera Proust pudo soñarlas. Pero ahí están, con sus grandes manos y pies, prometidas al casorio.
Schreber anunció los tiempos modernos y el transexualismo gana terreno con su demanda de transformación corporal. Estas son “mujeres” animadas por la forclusión lacaniana.
Es cierto que el derecho ignora la cara psicótica de todo este asunto. Pero, qué importa! Estoy a la sombra de las nuevas muchachas en flor.
Las personas trans son cada vez más numerosas y más activas en sus reclamos papeles.
La delantera en esta cuestión es de los travestis. Los medios ya bendicen la identidad de género: “la” travesti.
En una clínica de los avatares de la castración, es la perversión misma
El travesti se presta admirablemente a la restitución del objeto al Otro.
Ofrece, a la falla del Otro, el plus de goce que le conviene. Hace existir al Otro. En este sentido, es un devoto, un defensor de la fe, un creyente. Que se lo haya asociado a la prostitución me parece un malentendido.
La comedia y la Ciudad no se separan entre sí. La comedia entra en la Ciudad. Lo de Aristófanes es impagable. Su retrato del travesti evoca a cada momento el relieve de la vestimenta, del atuendo. Así, una vez chamuscado el pubis, con un vestidito color azafrán y un canastito, el sujeto toma carrera con su vergacidad intacta.
El travesti es un hombre perdido en una mujer. Aspira a un leve temblor de la gramática, a un nombre de mujer suave o musical. Helena, por ejemplo.
La perversión siempre estuvo ligada a la promiscuidad de un baño público o a la desmesura de las soledades psíquicas (la del fetichismo con su bombacha o la del violador de tumbas).
Un verdadero transexual está forcluido del pene. El travesti no. El fetichista nos aburre. El travesti no.
No solamente se cree una mujer -y se crea una mujer-, sino que seduce a un partenaire hecho a la medida de su Verleugnung. La pareja no le debe nada al síntoma. Es un nudo de desmentidos, un lazo sobrecargado por el falo. Este dúo es la mejor invención que da respuesta a la falta de relación sexual. Será capaz de consolar a los fracasos del amor?
El psicoanálisis es un movimiento que no marcha. Es una lástima. Porque en lugar de recogerse sobre su práctica o su ley inmanente, podría confrontarse con alguna heteronomía.
El carácter performativo del género conquista a los profesores (y profesoras) de filosofía y de retórica, mas bien inspirados en Foucault y su devenir gay. El activismo trans se precave, sobre todo, de la patologización y la violencia.
Mi amigo Marcel Czermark se reía un poco, hace algunos años, de la relación entre sexuación y democracia. Parecía algo salido de la pluma de Lautreámont!
La clínica nunca sospechó la vanidad de sus hechos de estructura. Podemos llamar todavía delirio de ley a la regulación de la “diversidad sexual”? Qué queda de la nosografía freudiana? De los hechos clínicos? 
El problema es que ahora los cuerpos son andróginos. Y que estos arlequines marchan al Congreso para engrosar el mundo de las mujeres.
Si el género es una construcción social, no tiene identidad. Medio mundo concurre a esas filas tan pobladas, con sus efectos de farsa o parodia.
Esta mutación radical de los usos y costumbres es el triunfo del lenguaje o la pérdida de los tan declamados poderes del cuerpo? La clínica está remachada a la heterosexualidad y las fórmulas de Lacan apenas si enturbian la cuestión. Sólo se trata de la relación del sujeto con el significante fálico. Y la clínica es lo que se hace en la cama...
Por mi formación, tengo la norma metida en la cabeza. Mi norma es la patología. La clínica no tiene un lado sano. Todo es anormalidad.
La relación sexual es mi síntoma, mi Liebestraum. Por qué no decirlo?
Un hombre y una mujer; y un muro entre ellos. La clínica tiene sexo. Pero ahora, tiene razón Allouch: él/ella ha tomado las riendas. Unos pocos parias? No me parece.
Querría el psicoanalista, a fin de ser verdaderamente demócrata, saludar esta locura del día como un “progreso”? Como el verdadero despuntar de una “elección”?
No sé si la democracia y el psicoanálisis hacen buenas migas. Me parece que esto es para la gilada.
Quién es el descarado que me define la clínica por lo que excluye el derecho? Esto sí que es una debilidad mental!
La clínica es el discurso del Amo. En la clínica no hay igualdad ni libertad. El significante tiene por sí mismo un carácter de amo. La clínica es un llamado al Amo, a uno que sea verdadero y no un amo de cartón o de opereta. Esto es la histeria, ciertamente. En el delirio, en cambio, nos encontramos con un Je, con un sujeto de la enunciación más o menos megalomaníaco.
Por eso el amor a la loca es inconmovible: ella ocupa para él un lugar Otro que no está amarrado por la castración. Por eso el significante suena imperativo, despótico, insumergible.
El psicoanálisis es una práctica clínica. No es una psicoterapia social ni una guía de perplejos y descarriados.
Sólo habrá que asentar el filo de su virtud subversiva. Por eso debemos ir contra la Ciudad, contra el síntoma colectivo. Lo que la Ciudad llama “progreso” no es más que un  empuje a la perversión generalizada.
Cómo? La interlocución del psicoanálisis con el campo de la izquierda? Son operaciones filosóficas. Pero valoro el esfuerzo de Laclau, entre otros. El inconsciente es célibe, sanguinario con los extraños, ambivalente con los seres queridos.
En fin, los dejo. Gracias a todos por venir. Gracias Ricardo.

 

Nombrar lo armenio [Fragmento]
Ricardo Bianchi
La enunciación: “las víctimas del genocidio” arrastra en su identificación un rasgo que la hace comunidad. El desafío es volver a nombrarse.
El depósito humano. Una geografía de la desaparición.

El libro de Ana Arzoumanian, El depósito humano. Una geografía de la desaparición, fue editado el año pasado por Xavier Bóveda en la colección El racismo al diván. En el país del olvido, bajo los auspicios de la Fundación Centro Psicoanalítico Argentino. No olvidaré que cuenta también con los auspicios de la Asociación Cultural Armenia.
Recuerdo tantos detalles, primero para celebrar la obra que presentamos aquí evocando a quienes han participado en su publicación pero también porque traje esta noche otro libro de la misma colección y editorial que la FCPA publicó en 1999, la shoah en el siglo, del lenguaje del exterminio al exterminio del discurso. Un libro de Perla Sneh y Juan Carlos Cosaka y que cuenta con un prólogo de Juan Ritvo titulado, Lo monstruoso, lo inquietante, lo inaccesible. Recogeré de ahí dos momentos que aparecerán oportunamente en mi intervención.
Si sumamos a lo anterior la hospitalidad y el marco que brinda el Museo de la Memoria de Rosario, a través de la participación de su Director, Rubén Chababo y la colaboración de todo su staff y destacando la coordinación de Sol Dorigo, podrán ustedes entender que para la revista Nadja y para mí, es ésta, una reunión entre amigos.

El depósito humano es una respuesta –siempre estamos respondiendo- de su autora frente a la paradoja de lo armenio: “Había y no había un pueblo armenio…”. Ella encuentra en la estructura misma de los cuentos infantiles armenios la enunciación de las inolvidables paradojas de Zenón de Elea, destinadas a demostrar la imposibilidad del movimiento. Sabemos que el maestro de Zenón fue Parménides y que la Escuela eleática afirmaba el Ser. Quizás sea preferible nombrar los esquemas argumentales de Zenón como aporías porque la imposibilidad que demuestran es inhibitoria y reservar el significante paradoja para el caso kierkegaardiano donde un salto nos permite superar toda inmanencia. Lo armenio será entonces para Ana Arzoumanian la paradoja a la que dedica su libro. Pero una paradoja, eso muestra Kierkegaard, impone la temporalidad de la prisa y la pasión de la angustia. La lectura de nuestro libro no esconde que a su autora la atraviesan ambas en el mismo instante de decidir.

 

LIBRARIUS

Prólogo para el libro: Homicidio, Locura y Subjetividad (…) de Paula I. Aramburu [Completo]
David Kreszes
El lector se topará de entrada en este libro-tesis de Paula Aramburu con la reapertura de interrogantes masivos, la pregunta por el crimen, por el acto homicida en general, pero particularmente por el matricidio y el parricidio. Interrogantes que en el texto desembocan con fuerza renovada en la pregunta por el sujeto y las condiciones de su acto.
Todo acto homicida convoca a la construcción de una red de significaciones, acontecimientos, antecedentes y determinismos que de manera más o menos crítica es ubicada en el lugar de la causa intentando hacer comprensible el acto. Fascina la pregunta por la causa, inquieta y hasta horroriza no encontrar respuestas al por qué del acto. No importa qué teoría sostenga al investigador, la causa debe saturarse. Las construcciones a posteriori son rápidamente situadas a priori, dándole al acto un lugar de efecto -y por lo tanto de eslabón- en la cadena de determinaciones. El carácter opaco y disruptivo del acto sólo alimenta el espíritu detectivesco del investigador, ya se trate del cientista social, del jurista o del psicoanalista. El llamado crimen inmotivado debe finalmente resolverse en el hallazgo de la motivación pertinente. El investigador olvida que las marcas que busca y encuentra no son sino marcas borradas, esto es, que incluyen al sujeto como lector. Y es la indiscernibilidad de las marcas que anteceden y supuestamente anticipan al sujeto respecto de la lectura que las organiza a posteriori, lo que hace fracasar toda empresa clarificadora.
Tenemos aquí una paradoja ineliminable: el sujeto se hace presente al mismo tiempo del lado de la causa, afectándola, como del lado del efecto -el surgimiento del sujeto como término del acto-. Pero entonces, ¿no será que la nominación psiquiátrico-jurídica de crimen inmotivado grita una verdad de estructura, esto es, que todo crimen, como por otra parte cualquier acto, es inmotivado en tanto comporta una dimensión irreductible de salto?  ¿Resultaba inevitable, dada “la transgresión de las leyes filiatorias” que Emilce, la matricida que anima las páginas del presente libro de Paula Aramburu, terminara dándole dolores de cabeza a la madre mediante un certero golpe en la cabeza con un palo? ¿Por qué, en el caso desarrollado en el libro, una mentira que oculta un nacimiento considerado natural y lo sustituye por un nacimiento civil por adopción, debe necesariamente ser caracterizada en sí como transgresora de la ley de filiación y desembocar en una psicosis? Derivado de un pecado de origen con consecuencias devastadoras o pasaje al acto del que surge un sujeto en posición, el matricidio será leído en una oscilación problematizante. Dicha oscilación es ineliminable en una investigación psicoanalítica que se precie de tal. La imposibilidad de delimitar y diferenciar las  marcas de su borradura es lo que distingue la perspectiva psicoanalítica de las numerosas orientaciones objetivantes en el campo de lo humano.
El pasaje al acto homicida es también ocasión para que la autora invoque un fructífero encuentro, no considerado feliz ni armónico, entre el Derecho y el Psicoanálisis. Caracteriza de analógica la equiparación entre el sujeto del Derecho y el sujeto del inconsciente, y en sintonía con el psicoanalista Frank Chaumon, critica las propuestas universalizantes inherentes al horizonte de la práctica jurídica, que proponen para el Derecho una terapéutica función clínica. Dicha apuesta de Pierre Legendre es reevaluada y relativizada en tanto se la había considerado, como cualquier propuesta normativa, aplicable a todos por ley. Las buenas intenciones de una pena en sí misma considerada subjetivante y promotora de responsabilidad subjetiva se estrellan contra la resistencia del sujeto a ser incluido en cualquier clase de la cual se pretenda alguna predicación. El terrorismo responsabilizante, que las más de las veces indiferencia sujeto y yo metapsicólógico, termina coordinándose con su aparente opuesto, la desresponsabilizante operación clasificatoria de la psicopatología, aún la llamada psicoanalítica. Paula Aramburu nos introduce en la compleja y extremadamente difícil tarea de quien no renuncia a sostener los principios del psicoanálisis en el marco del “análisis clínico-jurídico de un homicidio”.  Convocada a diagnosticar y escribir un informe al servicio de un juez que a su vez debe dictar sentencia, la autora apuesta a no dejarse tomar pasivamente por una práctica en gran medida ritualizada, como toda práctica. La afectación de las certezas profesionales por los interrogantes que nos ofrece en su libro seguramente será bienvenida.                                                                                         
Abril, 2008

 

Los textos de Roland Barthes. Una propuesta de lectura para recorrerlos  [Completo] Reseña de El vocabulario de Roland Barthes. Córdoba, Ed. Comunicarte, 2012. Simón, Gabriela (Directora), Coll, Marcela, Raso, Laura y Zuleta, Virginia.
Adriana Collado
El trabajo de investigación –dice Barthes- tiene que responder a dos exigencias: la primera es la exigencia de responsabilidad: el trabajo tiene el deber de aumentar la lucidez, de conseguir desenmascarar las implicaciones de un procedimiento, las coartadas de un lenguaje, de constituir, en suma, una crítica. La segunda exigencia es la exigencia de la escritura, espacio de dispersión del deseo, en el que la ley ha sido eliminada. Responsabilidad, escritura: dos propuestas barthesianas que nos ubican en el horizonte de gestación del texto El vocabulario de Roland Barthes, de Gabriela Simón, Marcela Coll, Laura Raso y Virginia Zuleta. Se trata de un texto en el que decantaron muchos textos. En él puede abstraerse el recorrido epistemológico que las autoras, un equipo de trabajo cohesionado a fuerza de una labor sostenida e insistente, lleva transitado, y esta vez,  además, ha proyectado, imaginando un lector.
Detrás de la publicación de este libro se deja ver una labor ardua y de gran responsabilidad. La autoría-escritura colectiva, ese concierto a muchas voces, es una labor que se adivina compleja: es complejo tomar decisiones en conjunto: qué incluir, cómo, qué y por qué no incluir. Pero también, y además,  principalmente, detrás de la publicación de este libro se deja ver un gesto generoso, una invitación a compartir saberes, un pensar en el otro, en los otros, y de ahí el género que las autoras eligen ofrecernos: un vocabulario nos hace pensar en un texto que uno tiene ahí, a la mano, que auxilia, que ayuda, que da claridad, que echa luz.

El texto tiene como propósito seleccionar términos que son representativos del pensamiento barthesiano, y recorrerlos a través de citas del autor y sus referencias bibliográficas. Los criterios organizativos elegidos, así como los de diseño, ayudan a la tarea de construir un sistema semiológico de acceso a la compleja  y variada obra del autor.
Como objeto lexicográfico que a la vez es crítica del género “diccionario”, puede decirse que este texto es un inventario, pero inventario de sendas que desde el “Alfabeto” (primera entrada) hasta el “Zen” (última entrada) nos posiciona en el lugar de la encrucijada, del cruce de caminos, donde es propicio –y  responsable- desmontar mitos cotidianos.
El Prólogo constituye la justificación de la tarea emprendida: proponer un recorrido crítico de la obra del semiólogo Roland Barthes, transitando un conjunto de términos representativos de su pensamiento.
Una segunda parte dedicada a explicitar los Criterios de organización da cuenta del recorrido de investigación realizado por el equipo: lecturas, fundamento de la selección de términos incluidos en el vocabulario, organización del texto y sistema de convenciones que orienta al lector e invita a revisitar el texto, convirtiéndolo en material de permanente consulta.
La tercera parte, el vocabulario propiamente dicho, presenta las entradas ordenadas alfabéticamente y dispuestas en doble columna, opción gráfica que otorga al texto claridad y accesibilidad. Cada entrada contiene citas de textos en los que Roland Barthes y autores que lo comentan reflexionan sobre ese término, con sus referencias bibliográficas. El sistema de remisiones deja ver un cuidado extremo en la investigación que precedió a la escritura y en la edición del texto. En este trabajo de selección e inclusión de citas puede inferirse el proyecto del equipo: señalar un recorrido posible para acceder a la obra de Barthes.
Al final del texto, la organización de la bibliografía de y sobre Barthes, y un índice de términos invitan a una constante relectura.

Roland Barthes es en este ‘texto de textos’ leído por otros, pero también están otros leídos por Barthes, y finalmente todos ellos leídos por un equipo formado en una tradición que privilegia la desnaturalización como operación barthesiana de develar, desocultar, desabroquelar la doxa.
A partir de este encuentro de lecturas, miradas, puntos de vista, recorridos, búsquedas, este equipo de investigación -desde hace más de diez años referente entre los estudios semióticos de Argentina- dirigido por Gabriela Simón, nos invita a recorrer una teoría y una línea de pensamiento que enriquece la tradición epistemológica de nuestra academia. 
En el contexto actual de la universidad pública argentina, las autoras asumen que la tarea del investigador deviene en un deber político insoslayable en torno al ejercicio concreto de esa responsabilidad. Retomando las palabras de Barthes que cité más arriba, aumentar la lucidez, desenmascarar las implicaciones de un procedimiento, las coartadas de un lenguaje, constituir, en suma, una crítica, es un compromiso que las autoras cultivan como actitud permanente frente al estudio.

 

Aristófanes y las aves
Reseña del libro de Pablo Zöpke, Rigodón, Segunda parte. Edición del autor. Rosario, 2010. [Completo]
Ricardo Bianchi
“El psicoanálisis no es una psicoterapia social. Su papel en la ciudad por venir será el de la filosofía antigua: la ironía, el humor, la paradoja, el tono zumbón. Será la única sintomatología en pie”.
Rigodón. Segunda parte. Pablo Zöpke

Para reseñar la segunda parte de Rigodón, quizás el más reciente libro de Pablo Zöpke y como todos dedicado a cuestiones de clínica psicoanalítica, he escogido, porque es una pajarera, ponerlo en resonancia con la comedia de Aristófanes, Aves, y además porque como puede leerse en nuestro epígrafe, en el porvenir del psicoanálisis espera la comedia antigua. Hemos seleccionado para este propósito la edición de Losada –Buenos Aires, 2007- traducida y anotada por la entrañable Lena Balzaretti. Entre corchetes se indican las páginas correspondientes a las citas de uno y otro libro. Las negritas en todos los casos son mías.
Como para el autor de Rigodón, “la clínica no es un sonajero” [7], sino una escucha asociada de modo inseparable a la interpretación, brindamos a continuación nuestro testimonio después de haber escuchado entre tanto canto la insistencia de ciertos significantes: erótica psicótica, teatro clínico, fisiología del significante, el principio de la clínica, pasaje al acto, desconocimiento sistemático y el Verga. Como para el autor de Rigodón, la lectura comienza en el margen, sus lectores no deben desestimar su dedicatoria, luctuosa.

1. Erótica psicótica. “No se supera a Lacan. Pero como queda excluido que su obra haga sistema, se puede prolongar a Lacan… Una continuación de Lacan, si fuera posible, exigiría ir más allá del fundamento de su clínica: la inexistencia de la relación sexual. Tal vez la erótica psicótica venga a demostrar la fragilidad de semejante fórmula” [33]. Desde la solapa interna el autor de Rigodón había declarado que se aprovecharía de la erótica psicótica para –y este será su programa- ir más allá del no hay relación sexual.
Rigodón se aprovecha de la erótica psicótica porque como Lacan, su autor viene del asilo, “del encierro de las mujeres sabias” [48], Freud no. Por eso “Lacan nunca fue freudiano. Eso era para la gilada. Me he cansado de subrayar la vena religiosa, cristiana de Lacan, particularmente evidente en su doctrina del padre… Sin embargo, en nuestro medio, está aceptada la idea de una cotraducibilidad, cara a las viudas de Masotta. Es la papilla freudo-lacaniana bien conocida en nuestra Facultad por las vías pedagógicas” [47]. El teatro clínico de las psicosis será en Rigodón un horizonte. Olvidarlo, cuando se lo separa de la clínica, es consecuencia de la trasmisión del psicoanálisis en la tradición del ensayo. Ensayo que la Universidad ha transformado en un género y que nuestro autor ha confesado detestar [8].
Para el autor de Rigodón, “la ciudad cambió y la clínica también” [77]. Para la comedia de Aristófanes, la causa no era otra. Uno y otro extrajeron “la marca del caso de la ciudad misma” [78]
. Uno y otro no dejaron de advertir que “hay una reapropiación de los goces anómalos por parte de la ciudad… por lo tanto, ni síntomas nuevos, ni fenómenos nuevos, sino economías de goce restringidas que hoy son identificables socialmente” [Rigodón 78]. Aristófanes inventa un neologismo, englottogástores, para nombrar a aquellos que viven del trabajo de sus lenguas [207], a los Gorgias y a la manía judiciaria que diseminaron en la pólis los sykophántai [delatores, acusadores]. Porque “las cigarras, uno o dos meses cantan en las higueras –mientras- los atenienses, en cambio, cantan toda la vida encaramados en los juicios” [49]. Aristófanes también denuncia la desaparición del síntoma, cuando la ciudad le da su bienvenida. Por eso sus héroes, Pisetero y Evélpides, provistos de un grajo y una corneja que le han comprado a Filócrates, el pajarero del mercado, deambulan al comienzo de la obra buscando al rey Tereo, la abubilla, “el hombre que se convirtió en pájaro” [47] y marchan errantes “con un canasto, una ollita y guirnaldas de mirto… a la búsqueda de un lugar libre de preocupaciones”, [49] un tópos aprágmon, donde apartados de la polypragmosýne, de la indiscreción e intriga de su ciudad, poder establecerse para fundar otra.
El autor de Rigodón no se dirige –como los héroes de Aves- hacia ninguna utopía. “La ciudad es, para mí, un taller a cielo abierto. Trato de seguir las líneas de fragilidad actuales, no para rechazar lo que somos sino para adivinar lo que seremos” [78]. Como Lacan, la clínica del cuadro de Rigodón afirma que “hay una complicidad o una intriga erótica entre la heterosexualidad y la clínica” [98]. Una confrontación con Foucault, “el gran moralista de nuestra época” y con la ética queer que promueven la desaparición del síntoma [81]. Una confrontación con la polypragmosýne de su ciudad donde “lo que –antes- era una patología, ahora es una minoría lanzada a la conquista de sus derechos” [80]… a la conquista de su derecho al goce.
Rigodón repite la pregunta de Charles Melman: “¿Estamos en los primeros días del matriarcado?” [87]. Una pregunta que resuena en Las asambleístas, una de las últimas comedias aristofánicas, donde Blépiro, el esposo de Praxágoras, la protagonista, se alegra y enorgullece de ser el marido de “la generala”. En esa comedia Aristófanes muestra una utopía de la pólis, representando travestidas sus identificaciones sexuadas. Según las tesis de Melman, nuestra ciudad se dirige hacia una Verleugnung generalizada. Para el autor de Rigodón no será la perversión sino una Verwerfung generalizada, la que triunfará en el porvenir ciudadano. La erótica psicótica es entonces, el destino. El nuestro.

2. Teatro clínico. Del autor de Rigodón se ha reprochado su escritura teatral [8] aunque nadie debiera sorprenderse porque para él “la clínica es una teoría y un teatro –donde- cada cual vocaliza sus propias escrituras” [69]. Leemos en la Advertencia que “la clínica es el gran Hotel de la dramaturgia hegeliana” [9]. Y después, casi al final del libro que sería ininterpretable –la clínica- sin la dialéctica del amo y el esclavo. “El S/M y la folie à deux serían ilegibles sin la dialéctica hegeliana. Lo mismo que la servidumbre conyugal” [83].
Aristófanes compone el coro de Aves de veinticuatro especies diferentes que se atribuyen pertenecer al linaje de Eros [121]… tanto como los pájaros de Rigodón, “el papagayo de Lacan” y su inseparable mochuelo hegeliano.
Los cursos que Alexandre Kojève impartió sobre la Fenomenología del espíritu durante los años 30 en París fueron famosos. ¿Cuál fue la extrañeza y la originalidad de Kojève? Haber puesto la marca justo ahí, en la dialéctica del amo y el esclavo. Celebramos la oportunidad de Rigodón, cuando sugiere a los interesados en la formación del pensamiento lacaniano, averiguar ¿qué encontró Lacan en esa tribuna prestigiosa? [28].

3. Fisiología del significante. Para el autor de Rigodón “la clínica no es una escucha ni la apertura de una escucha. La clínica es una escucha desde la perspectiva de la interpretación” [7]. Este es un cuadro que el autor, viejo residente del asilo, puede componer amparándose en esa residencia. Porque no desestima el teatro clínico de las psicosis, “el gran ejercicio universitario” [12], el ars universitatis –como la lectio o la disputatio- de la presentación de enfermo. Un teatro abierto y público donde las voces de las psicosis –todavía- se dejaban escuchar. “Con su voz, su ritmo, su sintaxis, sus gestos y su retórica, se organizaron los grandes casilleros de la clínica” [12].
En Rigodón se contraponen el montaje escénico de Charcot donde predominan las poses fotografiadas del cuerpo histérico y el automatismo, el parásito del habla –la fisiología del significante- que quizás Clérambault transmitiera a Lacan en 1928-29 cuando fue su interno[15].
Para el autor de Rigodón, “el otro nombre de la clínica es fatalidad. Fatum de la fisiología del significante. Como si se tratara de un golpe de dados. Hay elementos fisiológicamente reprimidos en la cadena del significante sin la intervención de agente alguno” [16]. En contra del formalismo, hay una insistencia en el libro: “el significante es una cadena física y no formal” [16] que “toma su materia del sonido, pero también del cuerpo [38]. Éste sería el materialismo de Lacan.
Casi al final de la comedia Aves, Pisetero buscando inclinar en su favor las opiniones de los embajadores enviados para concertar la paz a la Ciudad de los Chorlitos en las nubes [Nephelokokkygia, condensación entre Nephéle=nube y Kókkyx=cuco, cuclillo pero también =tonto], interpreta la opinión del tríballo [embajador tracio, bárbaros que no habla la lengua griega] equiparando según su conveniencia khelidonízein, hablar como las golondrinas, a barbarízein, hablar como los bárbaros.

4. El principio de la clínica. Las dos leyes fundamentales del materialismo del significante –leemos- son “la posesión y la relación. Se hinca en el cuerpo y abre allí una relación sin relación” [16]. La fisiología del significante testimonia la pérdida del objeto. Para el autor de Rigodón, este objeto constituye la unidad de la clínica.
Rigodón también recuerda que la clínica siempre “se organizó en torno a la imposibilidad de un pleno acceso a compartir un goce común” [77], recuerda que el principio de la clínica para Lacan –su erotología- es la ausencia de relación sexual [20].
Durante una escena de enlace en Aves, el corifeo le pregunta a la abubilla ¿qué azar indujo a Pisetero y Evélpides a llegarse hasta las aves? La respuesta del pájaro está opacada de erotismo: “Un deseo apasionado de tu vida y tus costumbres y de habitar contigo y estar contigo para siempre” [90]. Enseguida Aristófanes habrá de recordar el pacto que Mono, el cuchillero estableció con su mujer: “ni morderme, ni tironearme los testículos, ni hundirme…” [92].

5. Pasaje al acto. Leemos en Rigodón que “Lacan acerca el acto psicoanalítico al pasaje al acto” [23]. Para el autor el “cierre de un análisis efectivamente entablado no puede perder de vista ni el acto sexual ni el pasaje al acto en las psicosis” [23].
Hay una tesis inquietante en este libro. El pasaje al acto anuda el acto psicoanalítico y el delirio que “está siempre a punto de acto” [50]; por eso en ciertos casos como el delirio de celos, “el pasaje al acto tiene un efecto de sedación sobre el delirio” [23]. Pero no está aquí lo inquietante sino en su corolario: “El pasaje al acto es un acto. Con todo derecho. Con su fallido y su cara significante” [24, 67]. ¿No vacilaría toda la lógica del fantasma si desaparece la diferencia entre acto y pasaje al acto? ¿No era el pasaje al acto la forclusión más radical del acto? ¿Añadiremos a los dos esquemas del acto psicoanalítico freudianos, la interpretación y la construcción, un tercero, el co-delirio? “El delirio no se interpreta, se completa. Es un hecho de comunicación (y un llamado)” [52]. Un acto psicoanalítico lacaniano, porque Freud nunca habló de una clínica de las psicosis.
El coro de la parábasis primera de Aves introduce al corifeo: “¡Oh amada, diáfana garganta, la más querida de las aves todas…” [118] El ruiseñor, en la función de corifeo comienza sus anapestos: “Hombres destinados a una vida endeble, semejantes a la fugaz estirpe de las hojas, seres desvalidos, plasmados en barro, caterva de sombras vacilantes, criaturas implumes, seres de un día, dolientes mortales, figuras semejantes a los sueños, prestadnos atención a nosotras…” [119].

6. Desconocimiento sistemático. En 1923 Capgras anunció su síndrome, “la ilusión de los sosías”, un año después junto a su alumno Carrette la figura de un “desconocimiento sistemático”. La tesis de Borel en 1931 muestra que “el sistema, el delirio, declara la inexistencia de una operación simbólica, o la desconoce… un certificado de defunción, un acta de matrimonio, una partida de nacimiento” [64]. El autor de Rigodón escribe: “Ubico este desconocimiento sistemático en la génesis del concepto de forclusión… de ese no querer saber nada en el sentido de la castración (como dice Lacan en su seminario del 15 de Febrero de 1956). Busco una definición psicoanalítica de la psicosis. La tengo. La psicosis es un desconocimiento sistemático de la inexistencia de la relación sexual” [68].
Todavía canta el ruiseñor en la primera parábasis de Aves: “…En los recovecos infinitos del Érebo, la noche de negras alas, antes que todo, engendró un huevo lleno de viento, del cual, con el correr de las estaciones, nació el incitante Eros…”[120]. Lena Balzaretti en una nota a pie de página anota que en ese “huevo lleno de viento” puede leerse una alusión a la partenogénesis. 

7. El Verga. Rigodón recuerda que “Lacan, en Roma, en una conferencia de prensa, el 29 de Octubre de 1974, pudo arañar el evangelio de San Juan y así deslizar el Verga (verge) debajo del Verbo (verbe)” [88]. El libro continúa con la evocación de la “larga y pasmosa historia del Verga”. “Un miembro viril de gran tamaño, en Atenas, para rendir culto a un dios desconocido, epidémico, con su danza y su vino de pura cepa” [88].
Lena Balzaretti y Marcela Coria en Travestismo y parodia en tres comedias de Aristófanes [revista Nadja Nº14] escriben que en el antiguo teatro griego todos los actores eran varones y que “el sexo de los personajes se marcaba por una serie de símbolos: los personajes femeninos usaban máscaras blancas y senos postizos, mientras que los masculinos llevaban suspendido un falo de cuero de proporciones considerables que se dejaba ver bajo sus túnicas cortas”.
Lacan, Melman y otros han advertido que asistimos en nuestra época a una declinación del Nombre del padre, que su figura ya no goza de ninguna autoridad. También Rigodón constata: “se notará que el Verga abandona lentamente la ciudad. Las ménades no tienen consuelo. O no hemos visto y leído La Tercera?” [89]. La referencia a La Tercera alude a un nudo sin ninguna participación del padre. El autor del libro concluye: “La partida del Verga deja detrás de sí un cortejo de psicóticos” [90] y encuentra en la folie à deux el elemento de esta Verwerfung generalizada. El retorno del Dos, “figura que se creía exorcizada” [91]. “La apuesta de Lacan era –titubea el autor- con su pájaro de los trópicos, demostrar que hay una no-relación sexual” [95]. La traductora de Aves, anota [146] que el coturno era el calzado para viajar y que también usaban los actores y las mujeres. Caracterizaba además la vestimenta de Dioniso. No presentaba –por otra parte- ninguna diferencia entre el pie derecho y el izquierdo.

 

La mancha. Suplemento

Ediciones Activo Puente, colección dirigida por Raúl Santana y Rogelio Fernández Couto ha publicado en Mayo de 2011, Káukasos, un libro de poesía [101 páginas] de Ana Arzoumanian. En este número de la revista hemos reseñado, El depósito humano. Una geografía de la desaparición, un ensayo de la misma autora que presentáramos en el Museo de la Memoria de Rosario, en Junio de 2011.

La Biblioteca Internacional Martin Heidegger en colaboración con Letra Viva ha reeditado El abandono de las palabras [1994] y Exceso y donación. La búsqueda del dios sin dios [2003], de Oscar del Barco. Felicitamos al autor a quien tuvimos el privilegio de escuchar el año pasado durante el dictado de su seminario de Postgrado en la Facultad de Humanidades y Artes de la UNR.

La Cátedra de Discursos Psicológicos Contemporáneos “B” [DPC “B”] de la Facultad de Psicología de la UNR ha publicado [2011] un nuevo volumen [203 páginas] que recoge su trabajo colectivo, Ensayos sobre Discursología (o algunas de las políticas del discurso y el Psicoanálisis contemporáneo). Su titular, el psicoanalista José Luis Comas cerraba el Prólogo del libro con una sugerencia que repetimos aquí: “Por eso, no traten de comprender; lean”. Felicitaciones!

Gabriela Simón, Doctora en Semiótica [CEA y Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba] publicó Las semiologías de Roland Barthes [Alción Editora, 2010, 170 páginas], reescritura de su tesis de doctorado defendida en Septiembre de 2008. El lector puede leer en este número de la revista la reseña de otro reciente libro suyo, El vocabulario de Roland Barthes que escribiera Adriana Collado. Gabriela Simón se desempeña en la Facultad de Filosofía, Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de San Juan.

Talía Melpómene teatro, taliamelpomene.com.ar, ha publicado El espejo y el camaleón, un libro de Hernán Ledesma director y dramaturgo de esa compañía teatral. El libro [Magenta, Rosario, Junio 2010, 72 páginas] contiene sinopsis, fotografías, ficha técnica, guión, apéndice de otras obras del grupo y ensayos sobre la obra.

Celebramos el trabajo editorial conjunto de El hilo de Ariadna y la Biblioteca Internacional Martin Heidegger que culminó con la publicación [2012] de dos nuevos volúmenes de la obra de Heidegger: La historia del ser, con traducción de Dina Picotti C. y Heráclito, con traducción de Carlos Másmela. El lector encontrará publicados en este número de la revista Nadja cuatro fragmentos de los cursos sobre Heráclito dictados por Heidegger en Friburgo durante los veranos de 1943 y 44.

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