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Revista temática de carácter independiente

Número 16:
Reditus rhetoricae. El regreso de la retórica
[180 páginas. Ediciones de las 47 picas. Rosario, diciembre 2014]

SUMARIO

Auspicium seminarii. Ricardo Bianchi

SEMINARIO Nadja 2015 «Reditus rhetoricae» El regreso de la retórica:

Nombre o metáfora: del bautismo de las cosas. Sergio Cueto
La retórica en ruinas o la ciencia conjetural del sujeto. Juan Ritvo
Teoría del simbolismo a partir de los tres registros de Lacan. Héctor Franch
Retórica, discurso y tragedia en Medea de Eurípides. Marcela Coria

LECTIO:

Del rébus y la letra en Freud. Madeleine Maida Re
El estilo barroco de Lacan. Luciano Lutereau
«¡Oh Aleph, Aleph. Hugo Mujica
La figura de ‘la suposición’ –das Meinen– como apertura de la experiencia de la conciencia. Enrique Rossi
Metonimias mentularias. Ricardo Bianchi
Retórica del análisis de control. Ricardo Bianchi

TRANSLATIO:

Conferencia V. La metáfora. Ivor A. Richards. Traducción de Ana Laura Prado y Eduardo Elizondo

JEAN ALLOUCH en Rosario:

Sinceridades libertinas. Jean Allouch. Traducción de Bruno Carignano
Respuestas a un cuestionario de Ricardo Bianchi, Junio 2014. Jean Allouch

LIBRARIUS:

Algún lugar-teniente. El refugio de la palabra. Andrés Palavecino y Juan Cruz Catena

La mancha. Suplemento

Auspicium seminarii. [Completo]

…¿que quieren ustedes de mí? ¿Qué les suelte frases grandiosas? ¿Qué me permita leer con ustedes ese cántico: Escucha desde lo alto del cielo, el clamor de la Patria, católicos y franceses siempre?

Una de mis abuelas se llamaba Ana Victoria. Había plantado todavía joven, junto a un tapial de nuestra casa, un granado. Durante mi infancia me mostró cómo una vez maduro el fruto, que se reconocía por el color rojo de su cáscara, había que abrirlo con cuidado, pelarlo y desgranar la fruta que estaba adentro. La fruta se disponía dentro del envoltorio rústico y esférico, perfectamente apretada en granos rojos muy oscuros. Ella me mostró cómo había que desgranar esas granadas, con suavidad, con sumo cuidado para mancharse poco, para ennegrecerse apenas, los dedos y las manos. Y antes de comerla, cómo había que colocarla en un recipiente, cubrirla con azúcar y quizás un poco de vino, y guardarla durante unas horas en el fondo iluminado de la General Electric.
La granada se servía después fría, y recuerdo además de su sabor exquisito mi sorpresa cuando descubrí que dentro de los granos se encontraban las semillas.
Cuando regresé, muchos años después, para tomar posesión de la casa de mi infancia, el granado había envejecido. Moría como ya habían muerto los demás habitantes de la casa. Me decidí entonces a retirar el árbol. Hubo que renegar mucho para desarraigarlo. Recién entre tres pudimos arrancarlo. Después lo reemplacé por un limonero que pronto se llenó de enormes frutos que pasaban incesantemente del verde al amarillo y regaba azahares durante todo el año.  
En latín seminarium nombra el semillero, seminarium senatus, el semillero del senado; y también la causa: vinum hilaritatis dulce seminarium, el vino, dulce causa de la risa. Como para Nietzsche –en contra de Schreber y de Bertrand Russell- el habla no puede sustraerse nunca a la retórica, podemos entonces confrontar en una metaforología el semillero a otras metáforas, como por ejemplo, la cantera. Lacantera no es ni semillero ni causa, es, por el contrario, el lugar donde trabajan –gozan entonces, escribe Hegel- los esclavos.
Recuerdo que Ana Victoria, preparando yo un viaje adolescente a Buenos Aires buscó su vieja cartera de cuero, extrajo un monedero mediano y me pasó, casi en silencio, unos billetes coloridos. Con ese dinero compré unos días después en Harrod’s un diccionario editado en 1977 por Gustavo Gili que conservaré siempre. En ese diccionario de nuestra lengua puede leerse que seminario tenía ya entonces un sentido en desuso: seminal. Sentido aún en desuso entre nosotros. Y se lee además que seminario también nombra una institución de enseñanza, y entonces seminarista nombraría al alumno.
Jean Clavreul, secretario de la Escuela Freudiana de París durante muchos años y analizante de Jacques Lacan recordó, entrevistado sobre el análisis de control por la revista Patio –Nº 2 editada en 1984- que Lacan decía que durante su seminario siempre estaba en el pase. Que estuviera durante su seminario en el pase suponía –según Clavreul- que Lacan hablaba entonces sin desentenderse de su fantasma, ni de su objeto a. Lacan como seminarista, como pasante, daba un testimonio. Un testimonio mediatizado por la transferencia y construido según un fantasma y un objeto a, supone lo que Kierkegaard nombraba comunicación indirecta. ¿Cómo se recoge un testimonio, cómo se recogía –entonces y ahora- ese testimonio de Lacan? Esa es una cuestión imposible de responder sin promover el retorno del arte retórico. 
En la lengua latina auspex nombra al augur o adivino que hace sus predicciones observando el vuelo, el canto o el apetito de las aves, por ejemplo los gansos. También nombra al testigo de la boda, al testigo de una imposibilidad. El auspex casi podría identificarse entonces al entenado de Juan José Saer. Lee los significantes en juego y comunica un presagio. Por eso auspicium se traduce por adivinación, augurio, presagio, vaticinio. En el diccionario que había comprado en Harrod’s,auspicio indica también el sentido de amparo o protección.
Es cierto que tanto la revista como yo hemos auspiciado el seminario propuesto por Jean Allouch en Rosario para los días 23 y 24 de Agosto de 2014.
Fueron finalmente las transferencias de la revista Nadja las que contribuyeron y facilitaron toda la primera parte de las conversaciones con Allouch en favor de su viaje a Rosario para impartir por primera vez aquí su seminario, bajo el título de “Un cambio en la erótica, Dionisos y Ariadna, una mujer sin más allá”. Celebro y aprovecho para hacer llegar mi agradecimiento en nombre de la revista a Rogelio Fernández Couto Coordinador General de la Fundación Centro Psicoanalítico Argentino, a Hélyda Peretti, a Marta Olivera de Mattoni y a Vicente Mattoni, psicoanalistas miembros de la ELP. Agradezco además a Hélyda, Marta y Vicente por la hospitalidad que me brindaron en Córdoba cuando asistí al seminario del 19 y 20 de Abril pasado, “Una mujer en sí misma, y sin más allá” que también impartiera Jean Allouch.
No voy a olvidar ese seminario de Córdoba, ni tampoco las charlas informales de ese sábado y domingo al mediodía, durante los intermedios. Para mí, Allouch, era hace un poco más de treinta años, el nombre de un autor. Un autor que escuchaba a Jacques Lacan impartir, bajo el pase, su seminario. Allouch era entonces un autor del que leíamos -en traducciones que circulaban no autorizadas- sus escritos publicados en los primeros números de la revista littoral. Después –siempre para mí- sería el autor de algunos libros imprescindibles en la bibliografía de nuestra Cátedra de Clínica II A en la Facultad de Psicología de la UNR. Pero ahora, Jean Allouch se ha transformado, para mí, en una voz que promueve un diálogo.
Aporto dos testimonios de este diálogo. El primero cuando en alguno de los e-mails que intercambiamos con Allouch durante la primera parte del año para establecer fechas, título y detalles del viaje, propuso como una de las condiciones para su seminario rosarino que tratándose de Lacan debía impartirse en francés, aunque su intervención podía ir acompañada de traducción simultánea y que los debates posteriores podían ser en nuestra lengua. Este primer testimonio –así lo interpreto- resuena en el título de este número de Nadja: Reditus rhetoricae, el regreso de la retórica. Tratándose de Lacan su lalengua es condición de posibilidad, porque todo lo que pasa, pasa equívocamente, porque la interpretación –como afirmó en La tercera y en su seminario dedicado a James Joyce- progresa sólo por la vía del equívoco.  
Junto a Jean Allouch afirmamos que el psicoanálisis es un acto. Y todo acto excede la doctrina. Por lo tanto el discurso psicoanalítico supone para la clínica, transmisión y formación de analistas, modos de lectura que inspirados en la tradición del Trivium –retórica, dialéctica y gramática- reconozcan la inseparabilidad entre voz y escritura. Allouch escribió en su libro letra por letra que la transliteración escribe la homofonía, “uno de los nombres de la no-identidad consigo mismo del significante. Ella es un modo del equívoco”. Por lo tanto impartir su seminario rosarino en francés, tratándose de Lacan, aunque Allouch habla un castellano perfecto, era por fundamentos retóricos, imprescindible.
 El segundo testimonio de nuestro auspicio puede leerse en este mismo número de la revista. Porque Jean Allouch tuvo la amabilidad de aceptar responder un cuestionario que preparé y le envié vía e-mail para ser publicado en Nadja. Con enorme dedicación respondió mis preguntas, revisó la traducción que le envié y la corrigió hasta que luego de superadas todas las sugerencias y observaciones, la consideró un éxito tal como el lector la encontrará en este número. Celebro nuevamente el honor que supone para nuestra revista publicar estas respuestas a mis cuestiones por parte de Jean Allouch. Pero además, también autorizó la publicación aquí de su escrito Sinceridades libertinas, en traducción de Bruno Carignano, destinado a presentar la edición francesa de la correspondencia Freud-Ferenczi y que reviste una gran oportunidad para este número dedicado al arte retórica.
A la vez de reconocer el mío, imagino el placer de los lectores y también, por supuesto, el de las lectoras –de modo particular la notoda lectora de emails- a quienes va dedicada con alegría esta sección de Nadja.
Damos a Jean Allouch todo nuestro agradecimiento y la bienvenida a Rosario.

En la contemporaneidad de Ana Victoria había como es de imaginar otras metáforas. Recuerdo ahora una que escuchaba insistir durante mi infancia y que me resuena muy apropiada en esta época: -No estás muy católico que digamos!- También podría dirigírsela a la autora de nuestro epígrafe. En ese caso la gramática –y la clínica también- hubieran indicado una ligera rectificación: -No estás muy católica que digamos!-
Esta rectificación funciona como anticipo de la décima edición de otro seminario, en este caso el de la revista Nadja en su edición 2014 en la librería rosarina Homo Sapiens, que bajo el título de “La querella de los géneros” se podrá leer en nuestro próximo número. Hasta entonces.

Ricardo Bianchi

 

Nombre o metáfora: del bautismo de las cosas. [Fragmento]
Sergio Cueto
“Se nos ha invitado a hablar de la retórica. Permítasenos entonces hablar o al menos empezar hablando de las flores, pues tarde o temprano tendremos que vérnoslas con esas flores que son las llamadas flores de retórica. Permítaseme elegir algunas de esa floresta retórica, esa silva rethoricae en la que muchos se extraviaron y se extravían y que para otros es nada más que un herbario disecado.
   En un ensayo titulado “San Francisco y la naturaleza”, cuenta Chesterton que un día, ya casi al final de su no muy larga vida, a San Francisco le anuncian que se está quedando ciego y que el único remedio, remedio ciertamente incierto, por otra parte, es, sin anestesia alguna, cauterizarle los ojos. Escribe Chesterton: “Cuando sacaron el cauterio del horno, se incorporó con un gesto educado y le habló a una presencia invisible: ‘Hermano Fuego, Dios te hizo hermoso y fuerte y útil; te ruego que seas amable conmigo’”. Hay que señalar que para Chesterton Francisco era un poeta, esa especie rara de poetas, de ésos que ya no se ven: era un poeta alegre. No sólo el autor del “Cántico de las criaturas” sino el actor o el saltimbanqui o el payaso que nos muestran tantas anécdotas y leyendas como ésta, un hombre cuya vida misma era poética, y ello mucho antes de los decadentes y los dadaístas y los surrealistas. Chesterton comenta la anécdota del siguiente modo: “Recordó la época en la que una llama era una flor, la más gloriosa y alegremente coloreada de las flores del jardín de Dios; y cuando esa flor brillante volvió a él en la forma de un instrumento de tortura, la saludó desde lejos como a un viejo amigo, llamándola por un sobrenombre que podría con toda razón ser su nombre de pila”.
   La flor es imagen de Chesterton, nada dice de ella Francisco, al menos entre las comillas con las que Chesterton dice lo que dijo. Sin embargo, esa introducción o esa invención parece resultar necesaria, al punto que no dudamos en atribuírsela a Francisco. ¿Cuál es la necesidad de esa introducción, de esa imagen?...”

La retórica en ruinas o la ciencia conjetural del sujeto. [Fragmento]
Juan Ritvo
“El concepto central de la tradición retórica, es el de audiencia: los diversos tipos de discursos se ordenan según la diversidad de la audiencia. No obstante, cabe distinguir entre el concepto de audiencia y la audiencia propiamente dicha. El acto retórico consiste esencialmente en hacer entrar a la audiencia efectiva en el concepto de audiencia. Y este es, de acuerdo con el esquema aristotélico, un movimiento pasional. Lo que equivale a disciplinar lo que hay de resistente y hasta de turbulento en la audiencia efectiva, para que entre en los parámetros propios de las reglas que instituyen a la audiencia en el campo del Otro. Disciplinar al prójimo; pero en este juego de tensiones se despliega el conflicto de las fuerzas retóricas en juego en la disputa del favor y hasta del fervor del auditorio, siempre disputado por otras dimensiones, otras figuras ideales.
En esta disputa, algo decisivo del lado del prójimo, algo que podemos llamar salvaje, permanece fuera del campo, pero para retornar, no saturado y de modos y formas intempestivas, al seno del campo en cuestión.
(Y así retornan las intensidades: eróticas, festivas, violentas.)
Si partimos de la audiencia y refrendamos la idea contemporánea de pacto, podemos, desde aquí y mediante un movimiento regresivo, llegar a la  argumentación persuasiva que intenta moldear al prójimo conjeturando sus inclinaciones y tendencias y finalmente al plano de la lexis, vocablo vertido habitualmente por “estilo” o “expresión”, que ahora podemos considerar no como mero catálogo de figuras al modo tradicional, sino como  el momento oportuno (kairós) de emergencia de una figura que rompe el equilibrio del enunciado, para que aflore la enunciación de un argumento apremiado por las circunstancias. ¿De dónde proviene el apremio sino de la audiencia? El retor, entonces, no se dirije solamente a la audiencia, habla desde ella o más bien desde su concepto y en él encuentra las reglas (in)suficientes que lo fuerzan a argumentar...”

Teoría del simbolismo a partir de los tres registros de Lacan. [Fragmento]
Héctor Franch
“Estamos desarrollando esto en términos de qué es la palabra y qué es el símbolo, es fundamental poder contestar bien esto porque del símbolo se pueden decir muchas cosas. Vamos a ver ahora algunas posiciones sobre lo que es el símbolo y lo simbólico, y vamos a mostrar en qué punto son interesantes para nosotros, es decir cómo Lacan dialoga con otras posiciones o versiones de lo que es el símbolo y lo simbólico. Entonces ¿qué es en este punto lo que nos interesa? ¿Cómo se despliega lo simbólico? Lo que tenemos como importante es que el psicoanálisis trata de aplicar a sí mismo la misma técnica que propone. Entonces, la secuencia combinatoria de la que partimos hoy, que es con la que termina Lacan la conferencia, es una secuencia simbólica, y dijimos que es primero una secuencia combinatoria que luego va a dar lugar a un sentido, es el sentido que tratamos de darle con el trabajo que se hace en los tiempos que siguen. Primero es una secuencia combinatoria de letras, que se trate de letras no es independiente de que haya una instancia de la letra en el inconsciente, es afín a esto que Lacan ponga las letras en esta secuencia formal para dar cuenta de los tiempos del análisis. Entonces lo que da lugar a lo que se produce con el trabajo de la imaginación del símbolo, con la simbolización del símbolo y el paso a la simbolización de la imagen, -estas tres estructuras muy claramente entrelazadas- es una posición definida con respecto a qué es el símbolo y qué es la palabra. Esto es lo que llamamos ‘escuchar’, es lo que nos proponemos hacer como psicoanalistas: escuchar. Habrá que ver qué es escuchar porque ‘escuchar’ tiene mucha amplitud, como ocurre con la palabra ‘símbolo’.
Entonces lo que aquí se pone en juego va a ser el saber del inconsciente. Efectivamente, cuando de la imaginación del símbolo se llega a la simbolización de la imagen, interpretación de por medio, lo que ocurre es que se despliega y desarrolla el saber del inconsciente. Ahora bien, este saber del inconsciente tiene una propiedad que es, dice Lacan, que “no piensa, no calcula, no juzga”, (Lacan, 1974)  es lo mismo que decir que es sin sujeto. Y al mismo tiempo Freud fue muy claro en que hay un trabajo del inconsciente, el inconsciente trabaja y genera productos: sueños, chistes, lapsus, etc. Ese saber es un saber que tiene efectos de trabajo. Entonces no piensa, no calcula, no juzga, es sin sujeto y tiene efectos de trabajo. La transferencia es que se le suponga un sujeto a ese saber. Esto significa que cuando se produce la transformación entre la imaginación del símbolo y la simbolización de la imagen, el efecto es de sorpresa, algunas cosas comienzan a ponerse en conexión, no parecían estarlo antes. Allí se hace la experiencia de que hay un saber, ese es el inconsciente; un saber que no piensa, no calcula, no juzga, que funciona solo, que trabaja. Entonces a ese saber necesariamente –porque es muy difícil que no pase esto- se le supone un sujeto. ¿Qué significa esto? Se supone que hay alguien en relación a ese saber. Es muy difícil pensarlo como Lacan lo formula y lo extrae de Freud de esta manera, como siendo un saber que funciona solo. Que no piensa, no calcula y no juzga, solo, sin que haya alguien allí sosteniéndolo. Entonces se le supone un sujeto a ese saber, y cuando se le supone un sujeto a ese saber, el sujeto que se le supone a ese saber es el analista. Le supongo ese saber al analista, esa es la transferencia. Supongo que él es el que sabe ese saber, podríamos decir así. Es el tema del sujeto lo que introduce la transferencia, está claro, porque en realidad lo simbólico funciona solo, ese saber no piensa, no calcula, no juzga. Pero tenemos que ver qué entender por el símbolo, cómo entender el símbolo para entender cómo se produce la operación de transformación de la imaginación de lo simbólico a la simbolización de la imagen, podríamos decir también: del sueño como tal a su interpretación…”

Retórica, discurso y tragedia en Medea de Eurípides. [Fragmento]
Marcela Coria
 “Medea de Eurípides, representada en la primavera del 431 a.C., formaba parte de una trilogía integrada por otras dos tragedias, Filoctetes y Dictis, y el drama satírico Los recolectores, todas perdidas. La historia es bien conocida: se trata de la nieta del dios Helios (el Sol), una extranjera con poderes mágicos que, enamorada del griego Jasón (quien ha ido a su tierra, la Cólquide, en busca del vellocino de oro para poder recuperar el trono de Yolco que legítimamente le corresponde, pero que ha sido usurpado por su tío Pelias), huye con él, traicionando a su propio padre Eetes y matando a su hermano Apsirto, luego de ayudar a Jasón en difíciles pruebas mediante las cuales éste obtiene el preciado vellocino. En Corinto, después de varios años, Jasón la abandona para casarse con Glauce, hija del rey Creonte; para vengarse, Medea mata a los dos hijos que ha tenido con él y huye en el carro de Helios.
Como toda obra literaria que desde hace tantos siglos despierta el interés y la admiración de sus lectores, ha sido objeto de muy diversas lecturas. El problema del filicidio no deja de ser de una inquietante actualidad. No es infrecuente ver titulares en periódicos de madres que asesinan a sus hijos, comparadas con Medea, en ocasiones con mucha liviandad y sin ningún tipo de profundización en los aspectos centrales del fenómeno específico de la tragedia griega. Sin embargo, Medea de Eurípides involucra mucho más que una simple madre que asesina a sus hijos para vengarse del padre de éstos, que la ha traicionado. Por ejemplo: hay autores que han analizado los aspectos políticos de la obra, como Luschning (2001); otros, en cambio, han leído la obra, como ha sucedido mucho más amplia y frecuentemente con Edipo Rey de Sófocles, en clave psicoanalítica; desde otro punto de vista, Burnett (1973) ha analizado la tragedia como una “tragedia de venganza”. Sin embargo, nos enfocaremos aquí en una lectura de la tragedia que contribuye, a nuestro juicio, a revelar algunas cuestiones relacionadas con las características principales del conflicto trágico y de la protagonista. Teniendo en cuenta que Eurípides es, claramente, el más “retórico” de los tragediógrafos griegos, propondremos, siguiendo a Conacher (1981: 4) y de acuerdo con el tema de este Seminario, que Medea es una tragedia retórica. En efecto, la retórica es un dispositivo que está directamente relacionado con la venganza de la protagonista (Rabinowitz, 1993: 142).
Tal como señala frecuentemente la crítica, en esta obra el lógos ocupa un lugar preponderante. Por ello, ha sido objeto de numerosos análisis desde el punto de vista lingüístico y retórico, sobre todo en los últimos treinta años. Más aún, se la ha denominado “tragedia de discurso”, en el sentido de que se focaliza de manera consciente y deliberada en el lógos, concebido no sólo como medio de comunicación sino como base de la forma que adquiere la realidad, pasada y presente, para quien la narra (Boedeker, 1991: 97). En efecto, el lógos ocupa un lugar central en una obra en la que el éxito o el fracaso de los personajes y sus propias vidas, incluso, dependen en gran medida de sus capacidades retóricas y persuasivas. Lo mismo sucede, por supuesto, en el contexto de producción y representación de la obra: la Atenas democrática del 431 a.C., en la cual la misma dinámica de la Asamblea y los tribunales, en una sociedad que defendía la parrhesía, la “libertad de palabra”, permitió un notable desarrollo de las técnicas retóricas con fines persuasivos. Los espíritus más sutiles de los griegos de la época, entre los cuales ciertamente está Eurípides, se hicieron conscientes desde temprano del poder –enorme pero ambivalente– de la palabra, explotado al máximo por los sofistas…”

Del rébus y la letra en Freud. [Fragmento]
Madeleine Maida Re
“El descubrimiento del inconsciente puede ser considerado una de las revoluciones más importantes para la cultura y el pensamiento del siglo XX. Junto con este descubrimiento, Freud define una psicopatología de la vida cotidiana. Ninguna de las consideraciones del inconsciente anteriores a él se acerca siquiera a lo que Freud encuentra. Hasta podríamos decir que el inconsciente no existía antes de Freud: es él quien lo hace existir. Y éste queda absolutamente ligado a lo que Freud llamó la psicopatología de la vida cotidiana. Hasta ese momento, el término psicopatología se entendía en relación a las categorías de salud y enfermedad. Lo revolucionario es que esta otra psicopatología se define a partir del trabajo del inconsciente. En el siglo XX la neurosis se hace escuchar, y hay quien la escuche.
El psicoanálisis surge a partir de esta nueva consideración del inconsciente, del síntoma y su tratamiento. Una de las primeras tareas de Freud, es la de distinguir el inconsciente de sus producciones. Lo inconsciente no es idéntico a sus formaciones, sino que a partir de ellas encontrará expresión. Lo inconsciente no puede simplemente aparecer, necesita de cierta mediación. Si bien se pueden agrupar cierta cantidad de fenómenos bajo el nombre de formaciones del inconsciente -sueño, chiste, lapsus, olvido y síntoma-, cada uno es particular y diferente del otro. Pero todos presentan la misma estructura: la estructura del lenguaje. Es por eso que pueden ser leídos.
Desde este punto de vista la interpretación es una lectura. No podemos decir que haya pasos prefijados para la interpretación, o que sea un método tal como el método científico. Lo único con lo que se cuenta, es con aquello que se repite en todos los casos: su estructura. Cualquier otra cosa depende de la singularidad. Pero si buscamos una formalización, entonces debemos tratar su estructura. Esta es la única regularidad que se encuentra y que es plausible de formalizar. La interpretación es un trabajo de lectura que se sostiene de lo que se repite -la estructura de las formaciones del inconsciente- y la singularidad -las asociaciones del analizante-. Esa es la propuesta de un análisis…”

El estilo barroco de Lacan. [Fragmento]
Luciano Lutereau
“¿Cuál es la relación entre un discurso y aquello de lo que habla? Antes que una pregunta por la existencia de un metalenguaje, se interroga en este punto la razón de un método de exposición. ¿Qué concepción del lenguaje decanta en el discurso sobre ciertos objetos? Y si se tratase de la descripción de una experiencia, ¿es legítima –y viable– la pretensión de que en el “método de argumentación” se ponga en acto aquella experiencia que se busca aprehender? ¿Qué consecuencias deberían desprenderse de este intento? ¿No debería reconocerse una dimensión estética junto a la ética del método en cuestión? Encuentro en una afirmación de Lacan, de la sesión del 2 de diciembre de 1964, el impulso del comienzo: “siempre que en aportar esos conceptos está implicado el discurso mismo, no puedo hablar de la apertura o del cierre del inconsciente sin estar implicado, en mi discurso, por esa apertura y este cierre”.
De acuerdo con un diálogo platónico –me refiero al Teeteto–, vista desde afuera, la filosofía parece una tarea cómica. Podría parafrasearse esta sentencia de Platón con un apólogo freudiano, aquel del oso polar y la ballena, y afirmar que es imposible discutir con aquellos que no reconocen ciertas premisas básicas como un punto de partida invicto. Restaría añadir que sólo para quien “ve de afuera” la filosofía es La filosofía. Y que es esa actitud, ciertamente ingenua, la que lleva a ocasionales frases apresuradas, aunque igualmente sin fortuna, del estilo: “El psicoanálisis no es una filosofía”. Una mirada de sobrevuelo no es más que el correlato de un decir vano.
Sin embargo, no quisiera desarrollar en este artículo una elucidación de las relaciones entre psicoanálisis y filosofía. Simplemente tomaré como un punto de partida la siguiente consideración: no creo que exista una concepción enfática de lo que sea la filosofía –hoy en día, por ejemplo, casi ningún filósofo de la filosofía sostiene que ésta deba cumplir con un saber apodíctico, o ser la raíz imperturbable de las demás ciencias–; y, en todo caso, una presunción de este talante, apenas declina como el resultado de alguien que “la ve de afuera”, sin participar de la experiencia de la filosofía y, por lo tanto, como un simple prejuicio.
Por lo tanto, si en este artículo me propongo invitar a una incursión filosófica, y ciertas concepciones de retórica y estilística, no es para ofertar un saber, sino para explicitar una pregunta que considero valiosa para cualquier psicoanalista…”

«¡Oh Aleph, Aleph. [Fragmento]
Hugo Mujica
“Con treinta y dos Vías Maravillosas de Sabiduría, Yaveh Dios de los Ejércitos, Señor Viviente y Rey del Universo, Dios Omnipotente y Misericordioso, Clemente y Excelso y que reside en lo Alto y cuyo Nombre es Sagrado, grabó y creó Su mundo… Con diez Sefirot y veintidós letras Fundamentales las grabó, las plasmó, las combinó, las sopesó, las permutó formó con ellas todo lo Creado y todo aquello que ha de formarse en el futuro”.

En este breve párrafo el Sefer Yetzirah ―Libro de la Creación―, uno de los primeros textos del misticismo judío del siglo II o III d.C., redactado en Siria, condensa el pensamiento místico acerca de la Creación, y marca el verdadero origen de la Cábala.

Las diez Sefirot ―atributos o emanaciones divinas que irradian de un centro infinito, el En-Sof― y las veintidós letras del alfabeto hebreo se combinan para formar y dar lugar a lo creado: el lenguaje es la misteriosa estructura de la creación, sus letras vertebran y ordenan el cosmos. Desde esta intuición, esta creencia que aparece por vez primera en este tratado, parte toda la especulación mística posterior.

El hombre y su mundo, en adelante, aparecerán como efectos del lenguaje, y más concretamente, efectos de escritura: Dios, el universo y el hombre son actos de lenguaje.
           
Las diez Sefirot se arropan con las veintidós letras. Ambas forman las “treinta y dos Vías Maravillosas de Sabiduría”.

La primera de estas letras, el Aleph, no dice.
Calla.
No reviste, desnuda.

No dice, no suena, pero hace audible algo que está más allá de toda expresión.
Algo a escuchar, no a oír.”

La figura de ‘la suposición’ –das Meinen– como apertura de la experiencia de la conciencia. [Fragmento]
Enrique Rossi
“La Fenomenología del espíritu no se abre de la misma manera que las demás obras de Hegel. En ella, la apertura se da por medio del significante alemán die Sprache, lo cual revela que la primera figura, la conciencia, es una conciencia lingüística que hace su experiencia en el acto de enunciación del objeto. De allí es que leemos die Sprache como ‘el habla’ o como ‘el decir’, en vez de leerlo como ‘el lenguaje’. No se trata de lenguaje en tanto sistema de signos, sino de habla en tanto acto del decir. Lo decisivo, en este caso, es el acto; y también, y por lo tanto, la consecuencia del acto.
La ‘Certeza sensible’ pone en juego el problema de la indicación para luego dar lugar al de la relación entre, ahora sí, lenguaje y percepción. El problema de la indicación no cae en el lenguaje ni en la percepción, sino en el ‘entre’, en la relación, la cual está atravesada por el habla. Entonces, el problema de la indicación y el problema de la relación entre el lenguaje y la percepción se centran en el habla. La indicación es la indicación de la inmediatez, de lo simple, de lo en sí. Esa indicación es el poner, y este acto es lingüístico; y en tanto lingüístico, es universal. El carácter universal es el que rige y el que se anticipa, con lo cual, no se pone sino que se ha puesto, es decir, se supone.
Esta universalidad descubre ese pretérito perfecto y revela que la filosofía de Hegel está inmersa –ya– en el movimiento, que es el movimiento dialéctico. Es decir, no es que se ingresa desde afuera en el movimiento, sino que se está ya en él. El movimiento, la dialéctica y la universalidad de la Fenomenología del espíritu salen a la luz en la instancia de acto de habla, es decir, en el significante alemán die Sprache. Por lo tanto, si no hay habla, no hay movimiento y no hay saber de la conciencia. Y la problemática de esta cuestión es la que nos resuena en las traducciones que disponemos (y que más adelante haremos mención). La problemática que ya se deja ver en la discusión entre ellas es la imposibilidad de la lectura por fuera del movimiento y por fuera del acto. Si quisiéramos referirnos al poner, a lo puesto, como lo en sí, deberíamos detener el movimiento. El poner con el que insistimos es el poner del esto, el poner de la indicación: esto, ¿qué? esto que está aquí, que lo señalo con el dedo y lo enuncio. Pero ello es universal –el esto puede ser cualquier esto–, y por ende, imposible de ser enunciado como inmediatez. Cabe aclarar que la imposibilidad no reside en la enunciación, sino en la inmediatez. Dicho de otra manera, el esto que se enuncia es un esto universal, de modo que la imposibilidad radica en el decir a la inmediatez en tanto que inmediatez. No es imposible decir a la inmediatez porque a ella se la enuncia; lo que es imposible es decirla como inmediatez porque cuando se la dice, se pierde como tal. Por lo tanto, nuestra primera afirmación es que hay decir, hay acto.
El acto es decisivo porque abre el movimiento dialéctico. El acto tiene consecuencias: revela la universalidad y, por ello, el desdoblamiento del objeto. O, dicho de otro modo, no hay saber del objeto por parte de la conciencia sino en el acto mismo de habla. Podríamos también decir que no hay saber del objeto sino en el lenguaje, pero siempre y en cuanto entendamos al lenguaje como acto lingüístico, es decir, como el lenguaje puesto en acción...”

Metonimias mentularias. [Fragmento]
Ricardo Bianchi
“El cortejo exiguo, avanza en la helada mañana. El vaivén de su paso, el ruido crujiente de la hojarasca, un par de horneros alejándose a los saltos sobre el pasto quemado por la helada. Debajo de los zapatos se siente, debajo también del frío en los pies, la tierra. Blanda y húmeda. El paso siempre cadencioso, siempre bamboleante. Si violentamente uno se distanciara de la escena, digamos mirando por entre medio de los tres o cuatro robles pequeños y desde detrás de la fuente escarchada, seguramente lo sorprendería la justeza, mucho mejor que pobreza, del cuadro; vería el cortejo mínimo, desafiando el ridículo y la inclemencia del frío. Reorientando otra vez el campo perceptual, se siente además del frío, que la tierra, el suelo, sigue siempre muelle debajo del frío en los pies. En lo alto, enmarcado en un ángulo, junto a la campana, un nido de hornero a medio terminar. Las campanas empiezan a tañer, mientras el viento hostil parece empujarlas. El avance lento nunca pierde el compás. Crujiente, hacia la derecha, y después crujiente hacia la izquierda. Ninguno se equivoca, ninguno renuncia, ninguno pierde el paso. No deja de sorprender que nadie abandone. Secretamente tenemos la certeza de que ante la menor deserción, nuestra labor se verá inciertamente interrumpida. Nos consuela la sospecha de que la senda pronto terminará, que nuestra mano derecha o izquierda pronto podrá restregarse contra la otra, golpearse o hundirse en el abrigo. Y mientras avanzamos, el viento sopla. Un sol pálido, desteñido, acuarelado, entre hilachas de bruma, entre esbozos de nubes, pálido, amarillento, enfermizo, moribundo, aún no deja sentir calor. Eso sí el olor, siempre frío de las resinas, de la hojarasca, de los árboles. Se mete por las narices, y nos inunda. Todo el cuadro debe ser visto en silencio, salvo las campanadas, esporádicas ahora,  y el crujido de las hojas muertas.

-Toda ciudad que erige obeliscos es una ciudad de putos-
Alguien me dijo eso una vez. Estábamos en Buenos Aires. Y me recordó enseguida lo que advertía Lacan: más firme y más duro. Era casi una adolescente. Delgada y con unas tetas enormes, desmesuradas y redondas. Rubia y de ojos marrones. Perfecta. Ella, su amante y yo íbamos juntos a la universidad. Una mañana mientras yo estaba leyendo la Crítica de la razón pura, abrió la puerta, se metió en el baño, abrió la ducha y con la puerta abierta empezó a hablarme. Estábamos solos. Recuerdo esas mañanas en que el olor de su cuerpo se me pegaba. Recuerdo que prefería después no lavarme las manos durante todo el día. Y después, cuando me las lavaba, lo seguía oliendo. Entonces Husserl no me parecía tan aburrido. Esa vez nos habíamos escapado a Buenos Aires, ella y yo. Deambulamos por una ciudad brumosa hacia el final de la tarde. En el otoño. En la hojarasca. La oscuridad nos empujó y a mí me confundió. Una vez cruzada Corrientes hacia el sur, en vez de ir por Maipú, tomamos Esmeralda. Enseguida apareció el hotel. Era parecido al de otras veces. Era otro. La luz mortecina, la puerta abriéndose despacio y detrás una mujer cansada con poca ropa y mucho maquillaje. Y atrás tres maniquíes más. Pactamos, y una que llevaba puesto un desabillé verde –tan verde como la mantilla que miraba alejarse el seductor kierkegaardiano- nos condujo a los dos a una habitación triste.
Esa noche, más tarde, ya en la habitación, me recordó cómo les dicen a los violines: pitoduros.
Nosotros pasamos, mientras tanto, de lo duro a lo dulce, y a la vez hablábamos, mucho. Yo le hablaba y ella escuchaba. No sé qué le decía, no sé qué escucharía. Recuerdo sí su cuerpo.  Ella no me dejaba olvidar que el cuerpo es un objeto topológico. Y ella sabía gozarlo y hacerlo gozar. Eso siempre era un espectáculo que merecía el triunfo ficticio y final de un orgasmo. Después quedábamos un buen rato abrazados. Nunca supe porqué…”

Retórica del análisis de control. [Fragmento]
Ricardo Bianchi
“En 1984 poco después de la disolución de la École Freudienne de Paris, en el número 2 de la revista Patio, dirigida por Claude Rabant y Héctor Yankélevich se publicaron una serie de entrevistas sobre el análisis de control. Esta decisión editorial no fue ingenua.
De todas esas entrevistas leeremos sólo una, la que concedió Jean Clavreul a Olivier Grignon y Jacques Hassoun.
Ahí Clavreul, después de encuadrar sus respuestas en esa disolución, recuerda el artículo que publicó en el último número, 6-7 de Scilicet, la revista de la École. En ese artículo, editado según la ley de la revista, no constaba el nombre de su autor. En su título resuenan todavía nuestros dos significantes, control e institución: D’un discours à l’autre l’institution dite du contrôle. También puede leerse el sentido de un tercero, el pase: de un discurso al otro.
Clavreul comienza declarando que escribió ese artículo interpretando el control como “una institución mínima enteramente respetable”. Respetable para qué? Para sostener, frente a la disolución de la institución, frente a la disolución de la École Freudienne, el discurso psicoanalítico. Los controles continuaron funcionando, recuerda sorprendido Clavreul. Y añadía que esa confrontación en la historia de las instituciones psicoanalíticas entre las disoluciones y la perennidad de los análisis de control –también de los didácticos y del cartel- demostraba que esas instituciones desconocían “todo lo que atañe a la cuestión del deseo del analista”…”

 

Conferencia V. La metáfora. Ivor A. Richards [Fragmento]
Traducción de Ana Laura Prado y Eduardo Elizondo
“A lo largo de la historia de la retórica, la metáfora ha sido considerada como una suerte de  truco eficaz de palabras, una oportunidad para explotar los accidentes de su versatilidad, algo que ocupa un lugar ocasional pero que requiere precaución y una habilidad inusual. En resumen, un adorno u ornamento, o un valor agregado del lenguaje, y no su forma constitutiva. Es cierto que, a veces, un escritor aventura especulaciones que van más allá. Me resuena la observación de Shelley acerca de que “el lenguaje es esencialmente metafórico, esto es, el lenguaje señala las relaciones anteriores y no advertidas de las cosas y las perpetúa a través de su aprehensión, incluso las palabras, que las representan, se transforman, a través del tiempo, en signos de porciones o clases de pensamiento en lugar de imágenes de pensamientos integrales: entonces, si ningún nuevo poeta surgiera para crear nuevamente las asociaciones que del mismo modo habían sido desorganizadas, el lenguaje estaría muerto para todos los nobles propósitos de los debates humanos”. Pero esta es una declaración excepcional cuyas implicaciones no han sido aún tenidas en consideración por los retóricos. Tampoco la filosofía ha ido más lejos, aunque los historiadores de la lengua hace tiempo nos enseñaron que no podemos hallar una palabra o una descripción referida a alguna de las operaciones intelectuales que, aun si su historia fuera conocida, no pareciera haber sido tomada, metafóricamente, de una descripción de un hecho físico. Sólo Jeremy Bentham, como sucesor de Bacon y Hobbes, enfatizó –con su técnica de la arquetipación y de la fraseoplerosis– una inferencia que podría aproximarse; específicamente, que la mente y sus operaciones son ficciones. Le dejó a Coleridge, a F. H. Bradley y Vaihinger señalar una inferencia más; a saber, que los hechos y sus aventuras, y todos los objetos que derivan de la contemplación, también son ficciones, de diverso orden dada su diversa función. 
He echado un vistazo a estas aguas profundas hacia las cuales un estudio riguroso de la metáfora podría arrojarnos, porque posiblemente el temor a ellas podría ser una de las causas por las que su estudio no ha sido emprendido y por la cual la Retórica tradicionalmente ha limitado sus investigaciones a problemas relativamente superficiales. Pero no debemos avanzar aún en estos a menos que estemos listos para explorar, del mejor modo que podamos, las profundidades de la interacción verbal desde donde aquellos surgen…”

Algún lugar-teniente. El refugio de la palabra. [Fragmento]
Andrés Palavecino y Juan Cruz Catena
“Qué trae un pibe a análisis cuando sólo se esconde debajo del escritorio, intransigentemente, durante 8 sesiones. Siempre lo mismo. Pasan 8 y lo mismo. Es compulsión, pero ya me concierne. Soy testigo de su obsesionada necesidad de esconderse. Cuando no se esconde ni bien llega, busca trabajosamente esconderse. Lo cotorrea la parca, pienso al verlo trabajar desesperadamente. Sin esa estratagema, de maniobra variable, parece que no tiene otra. Sin esa maniobra de engaño y refugio, parece que no encuentra dónde morar. No lo voy a dejar en volandas, supongo que escondiéndose logra reposar; me hago el boludo, le hablo a las paredes, silbo, hago que no lo veo siendo que ¾ de su cuerpo está a la vista. Él se esconde, yo no lo busco en la realidad. Primera complicidad ficticia. A la novena sesión juega unos sonidos, entre sus sonidos y su risa subsiguiente deja entrever una segunda complicidad. Me hizo parir 2 meses para dar al consultorio 1 sonido. No tengo dudas, ese rechazo de 8, esa expulsión de 8, logró 1.
Era compulsión, me concernía, ahora arrancó una cuenta. Lo que no se cuenta es aún compulsivo, no se pueden contar los cigarrillos que uno fuma. Durante esas agotadoras 8 reduje mi ansiedad con una fórmula de Juan Ritvo que me sirvió de cantinela: “La metáfora es, en instancia decisiva, la pura irrupción que se repite”. La esperé, la busqué. La habrá encontrado: un sonido, una sustitución. Esto es evidente en transferencia, fuera de ella importa un rábano. Y la maniobra del escondite, débil, y el trabajo de engaño, débil, inauguraron un sonido que fue pivote en la medida en que el analista se quitó el saco del lugarteniente de la realidad…”

Sinceridades libertinas. Jean Allouch. [Fragmento]
Traducción de Bruno Carignano
“Si lo que no fue de entrada más que una asociación de ideas resiste a la prueba de la crítica, si muestra no reenviar solamente a mi idiotez, entonces habrá de concluirse que el surgimiento del psicoanálisis habría dado lugar, al inicio de este siglo veinte, a algo así como al retorno de cierto libertinaje, un libertinaje tal vez menos osado que aquel de la gran época del siglo XVIII, un libertinaje que, en todo caso, no se reivindica como tal, pero que ya se encuentra denotado (además de este retorno de la novela por cartas) en el balanceo entre diván analítico y literatura. Lo atestigua  lo que Ferenczi realiza con su analizante novia, a la que transporta del diván a la cama y de la cama al diván (un diván sobre el cual le ocurre conocer bíblicamente a una mujer, transformándolo entonces en cama), a quien pasa también de diván en diván, enviándola a análisis con Freud antes de recuperarla, si osamos decirlo, el suyo devenido casto en adelante. He aquí la marca libertina por excelencia: pase lo que pase, Ferenczi toma en todo caso mucho cuidado en poner a Freud al tanto, escribiéndole…”

 

Respuestas a un cuestionario de Ricardo Bianchi, Junio 2014. Jean Allouch [Completo versiones en Francés y traducción]

Agradezco la amabilidad y dedicación con que Jean Allouch respondió todas las preguntas que le hiciera destinadas a su publicación en la revista Nadja. Allouch respondió en francés, se tradujeron sus respuestas y él mismo revisó la traducción e hizo observaciones hasta que después de agotar las correcciones, consideró un éxito la versión final que publicamos aquí. Cuando le envié el cuestionario, añadido entre paréntesis, después de cada una, iba un horizonte de la pregunta. Ese horizonte pretendía indicar las lecturas y orientaciones que se suponen en cada pregunta. Las extensiones de las respuestas estuvieron determinadas por el entrevistado y quedaron a su criterio. Simplemente cuando le envié las preguntas por e-mail declaré que esperaba le pareciesen oportunas y causaran sus respuestas. Editamos de modo exclusivo en nuestro sitio en Psiconet primero la versión francesa y a continuación la traducción de las respuestas de Jean Allouch. RB

Entretien avec Ricardo Bianchi

1.¿Cómo anticipa Usted el porvenir de la “clínica psicoanalítica”?

Jean Allouch: Ladite « clinique psychanalytique » n’a pas su se départir du modèle médical (où le patient est sous le regard, ainsi que l’a montré Michel Foucault 1), cela jusqu’à édifier une nosographie composée de trois grandes entités cliniques : névrose, psychose, perversion. Les dénommer « structures » plutôt que « maladies » ne change rien à l’affaire. Ainsi par exemple continue-t-on à imaginer un degré supérieur de gravité aux psychoses en les comparant aux névroses, ce qui n’a aucun sens, et Lacan n’a pas manqué de le faire savoir. Quant à la perversion, la diversité elle-même que ce terme prétend rassembler suffit à en démontrer la non-pertinence et donc a minima l’inutilité ou, pis, la nocivité (les homosexuels et les transsexuels 2, notamment, en savent quelque chose). Quoi qu’émettent, au titre d’une réserve, les psychanalystes, nombreux, qui s’y emploient, diagnostiquer est identifier. Or l’analyste n’identifie pas.
Une clinique analytique n’aura jamais d’autre effectivité que son propre renouvellement, lequel opère de deux façons au moins : en revisitant les cas publiés (ce que Lacan a largement pratiqué, et bien d’autres également, psychanalystes, historiens, notamment à l’endroit des cas de Freud) ; en publiant de nouveaux cas (ce à quoi Lacan s’est adonné, par exemple avec André Gide et James Joyce, tout en s’abstenant absolument quant à ceux qui auraient été issus de sa pratique). Ces deux biais signalent que la clinique analytique n’est jamais stabilisée, fixée – telle est sa grandeur, laquelle ne va pas sans une certaine misère, celle d’un impossible enseignement clinique hormis, précisément, ces deux voies innovantes, et donc mouvantes, déstabilisantes. Or l’une et l’autre n’adviennent à l’effectivité qu’en prenant acte de ce que Gilles Deleuze dans sa présentation des ultimes avancées de Michel Foucault note dans les termes suivants :
La subjectivation, le rapport à soi, ne cesse pas de se faire, mais en se métamorphosant, en changeant de mode, au point que le mode grec est un bien lointain souvenir. Récupéré par les rapports de pouvoir, par les relations de savoir, le rapport à soi ne cesse de renaître, ailleurs et autrement 3.
On admettra que la casuistique analytique (la casuistique, c’est penser par cas, seulement par cas) ne s’est avérée innovante que lorsqu’elle a su recueillir la manière, chaque fois actuelle, dont le rapport à soi a su « renaître, ailleurs et autrement ».

2. ¿Cómo imagina las formas venideras del síntoma?

Jean Allouch: N’étant ni prophète, ni prévisionniste, ni soucieux de pronostiquer, me voici guère en mesure de vous répondre…

3. ¿Cuál es el lugar y la función del discurso psicoanalítico en la Universidad, en caso de que Usted le asigne alguno?

Jean Allouch: Il n’est pas concevable que puisse se tenir dans l’université un discours autre qu’universitaire. La bonne volonté ou l’intention de ceux qui y enseignent n’est pas ici en cause, mais, plus simplement et plus radicalement, le dispositif (cours, examens, travaux dirigés, diplômes, thèses, etc.).
Cela dit, je ne suis pas pour autant, et en accord avec Lacan, de ceux qui brandissent comme un étendard le discours psychanalytique en insinuant tout le mépris qu’ils ont pour le discours universitaire.
L’adresse de chaque production de savoir qui se présente à l’enseigne de l’analyse est, selon Lacan, le non-analyste, l’universitaire aussi bien. Ce point d’adresse est très important, il vaut comme un des traits, peu nombreux, qui permettent de distinguer le mouvement analytique d’une secte (ce dernier terme entendu péjorativement, comme c’est le cas en Occident – point du tout en Inde). À lui seul, le non-analyste signale qu’il n’y a pas d’« entre psychanalystes », pas de « collègue psychanalyste » ; « analyste » ne s’écrit pas pluriel, si toutefois l’on admet qu’analyser relève de l’acte et que cet acte est d’autant plus nécessairement celui de quelqu’un que ce quelqu’un est appelé, dans cet acte, à incarner n’importe qui. Pensée comme acte, l’analyse exclut que quiconque puisse jamais déclarer : « Je suis psychanalyste », car on ne l’est pas en dehors de l’acte, tandis que dans l’acte, Lacan l’a noté, « le sujet n’y est pas ».
Par ailleurs, il n’est aucun analyste dont la production inventive a pu être appréciée dont on puisse admettre que cette production se soit dispensée de tout appui sur des travaux universitaires. Lacan est à cet égard exemplaire, Freud ne l’est pas moins.

4. ¿Cómo interpreta esa invención de Lacan, “el deseo del analista”, y su relación con la contratransferencia?

Jean Allouch: Un seul séminaire durant toute une année ne suffirait pas à permettre de vous répondre.

5. ¿Cuál es su propuesta para el análisis de control y qué función le asigna?

Jean Allouch: Jean Clavreul – paix à son âme – fait partie de cet ensemble premier de gens qui ont suivi les séminaires de Lacan, mais qui n’ont pas pour autant jugé bon de le lire, moins encore de l’étudier de manière critique. Tout s’est alors passé comme si être imprégné de Lacan suffisait. Ce qui a notamment empêché d’éclaircir le rapport de Lacan à Freud, et qui a laissé tout un chacun inerte sous la suggestion de Lacan, politiquement utile et théoriquement incorrecte, se revendiquant freudien (j’ai appelé « freudolacanisme » cette incapacité des prétendus « élèves » à se dégager de cette suggestion). Pour aller au plus vif, et quitte à simplifier quelque peu, je dirai que Freud pense en deux (en termes de conflit), Lacan en trois (en termes de tiraillement). Pourquoi, si n’était pas en jeu et à l’œuvre ce changement de paradigme, Lacan aurait-il dû reconsidérer, reconfigurer presque toutes les thèses de Freud qu’il a mises sur son établi ? Les exemples ne manquent pas. Ainsi, lorsqu’il définit l’autoérotisme comme un « manque de soi », est-il freudien ? Certainement pas. L’est-il lorsqu’il affirme qu’il y a transfert dans les psychoses ? Pas davantage. Son « moi », celui de l’identification imaginaire, a-t-il le moindre rapport avec le moi de la seconde topique ? Aucun rapport. Etc.
 Dans ce que vous rappelez qu’aurait dit Clavreul je ne lis que sottises. La notion freudienne de « construction » a souvent égaré Freud, le cas dit de « la Jeune Homosexuelle » en est un exemple frappant. De Freud à Lacan le changement de paradigme s’est accompagné d’un changement de style dans l’exercice de l’analyse – il ne pouvait d’ailleurs pas en être autrement, l’un n’allant pas sans l’autre. Et le style lacanien d’analyser, notamment cette manière de coller à l’événement, au ponctuel, autrement dit et mieux dit de laisser place à l’intervention de l’éclair, se dispense de tout recours à la construction. La présentation freudienne de l’analyse comme d’un voyage en deux temps, un premier temps où l’analyste se fait une opinion du cas (en français on dit « se faire une religion »), puis un second temps où il tente de faire admettre cette construction au patient, n’a plus aucun sens avec Lacan.
La Psychanalyse. Science, thérapie – et cause, de Moustapha Safouan 4, récemment paru en France, permet de se rendre compte que le grand ouvrage de Ferenczi et de Rank, Perspectives de la psychanalyse, paru en janvier 1924, avait instauré une fracture dans le champ freudien. Cette fracture distribue deux manières différentes d’analyser qui ne restent pas moins rivales aujourd’hui encore. Le séminaire de Lacan L’Acte psychanalytique a clairement pris position en faveur et du côté de Ferenczi en prônant l’analyse comme acte et non plus seulement comme « perlaboration ». Ainsi, tenter d’introduire chez Lacan la notion freudienne de « construction » revient à négliger cette prise de position de Lacan. On voit ici avec Clavreul le freudolacanisme fonctionner à plein régime. Peut-on être plus confus qu’en attribuant ladite « construction » au « désir de l’analyste » (dont Freud n’avait aucune idée) ? Ce n’est pas le « désir de l’analyste » qui amène Freud à « construire », comme il l’a fait, le cas de la Jeune Homosexuelle, bien plutôt la position de se vouloir, ainsi que l’a noté Lacan, « trop père ». La Jeune Homosexuelle n’a pu que rire, et même se moquer, en voyant Freud tenter de lui refiler un complexe d’Œdipe 5.
La confusion, cette fois interne au frayage de Lacan, atteint son comble lorsque l’on fait du contrôle une forme de passe, comme vous m’écrivez que Clavreul l’aurait envisagé. Je ne vois là qu’un cas de plus où la passe a été malmenée. Bien des gens, qui n’ont que le mot « passe » aux lèvres, n’ont aucune idée de ce dont il s’agit ; certains, même, ont réussi à mettre en place ladite passe dans leurs institutions tout en réussissant à faire oublier qu’ils avaient été résolument opposés à la passe et s’étaient abstenus d’eux-mêmes de s’y engager (avec raison !). Et l’on peut ici se souvenir que Lacan a fini par déclarer, en séminaire, c’est-à-dire en public, qu’à aucun des AE (Analystes de l’École) il ne recommanderait de se présenter à la passe. Ils n’en étaient pas là ! Et c’est pourtant à eux que Lacan s’en était remis pour juger chaque passe, tout en attendant, en vain donc, que la mise en acte réitérée de la passe les transforme. Pourtant guère réservé en inventions, Lacan n’a pas su faire autrement que de demander aux AE qu’il avait lui-même désignés (non sans quelque arbitraire et par commodité) de participer audit « jury d’agrément » censé être en mesure de distinguer si le candidat était bien dans un moment de passe. Il l’a su par après, il s’était fourvoyé.

6. ¿Ha abandonado ese proyecto abierto en su viejo libro letra por letra mediante el ternario: traducir-transcribir-transliterar?

Jean Allouch: Lettre pour lettre, est-ce bien un « vieux livre » ? Le ternaire que vous rappelez : « traduire, transcrire, translittérer », est un dérivé, sous-produit du fondamental car paradigmatique ternaire « imaginaire, réel, symbolique ». Ainsi en subit-il le devenir. Quel devenir ? Beaucoup de ce que je puis lire de littérature « lacanienne » s’avère n’être en rien réglé sur ce paradigme, alors même que Lacan, dès 1953, moment où il l’invente, puis tout au long de son parcours et jusqu’à la fin, n’a cessé de le mettre en jeu dans le moindre de ses propos. Son échec, celui qu’il a dit tel, est aussi là. Et c’est de cette façon que je puis, pour une part tout au moins, m’expliquer le peu de travaux qui se sont servis de mon développement de « imaginaire, réel, symbolique » en « traduire, transcrire, translittérer ». Faire la liste des errements qu’implique cette double non prise en compte serait fastidieux. Lettre pour lettre n’a pas vieilli, n’a pas pris une ride, cet ouvrage, comme et avec le ternaire R. S. I., a bien plutôt été congelé.
Ce qui a suivi le décès de Lacan n’est pas très différent de ce qui a suivi celui de Freud, une sorte de noyade d’un enseignement à force de commentaires ineptes tenus par ceux qui prétendaient le suivre. On compte quelques exceptions. Allez, je me lance dans une évaluation. Parmi les milliers d’ouvrages qui ont été publiés sur Lacan après son décès, combien valent la peine d’être étudiés ? Combien, tout en demeurant dans le fil de l’enseignement de Lacan, éclairent cet enseignement, autrement dit le problématisent ? Un pour cent ? Deux pour cent ? Lors de mes venues en Argentine, je demande à chaque fois : « Un livre a-t-il récemment été publié ici qui mérite d’être traduit en français ? » Rares sont les fois où mes interlocuteurs font aussitôt état d’un tel ouvrage et, lorsque cela a lieu, les éditions de l’École lacanienne (Epel) ne manquent pas de le publier.
De cette marée noire d’inepties « lacaniennes », nul n’est responsable, si ce n’est, d’abord, l’enseignement de Lacan. N’a-t-il pas déclaré : « Mes élèves, s’ils savaient où je les mène, ils seraient terrifiés » ? Ou encore : « Le désir, c’est l’enfer. » L’accès à l’inexistence de l’Autre (qui n’est pas l’enfer) présente en effet à l’occasion une face de terreur, d’où se déduit, au moins pour une part, la distance où l’on s’en tient.
Existe-t-il un biais qui permette l’accès à l’enseignement de Lacan dans sa radicalité ? Exemplaire paraît à cet égard le rapport de Lacan à Freud. Lacan a abordé Freud non pas vierge de tout préalable, mais en disposant d’un point d’appui qui allait lui permettre d’actionner son levier Freud. Lequel ? Son stade du miroir (inventé alors qu’il n’était nullement freudien), autrement dit sa définition du moi, laquelle allait plus tard trouver sa place avec cette autre invention lacanienne (elle aussi nullement freudienne), celle du ternaire symbolique, imaginaire, réel. On peut voir, de là, que la question, pour chacun, se pose de savoir à partir de quel point d’appui, en quelque sorte extérieur à Lacan (comme le stade du miroir était hors champ du discours de Freud), il s’avérerait possible d’aborder Lacan (en ce qui me concerne, ce fut la trouvaille de la translittération). Ou, plutôt, tant que cette question se pose, il ne se passe rien, car c’est une fois résolue que devient possible une inédite et fructueuse lecture de Lacan.

 Notas :
1. Michel Foucault, Naissance de la clinique, Paris, Puf, 1963.
2. Ceux d’entre eux qui ont pu lire une certaine « présentation de malade » de Lacan ont à juste titre jugée intolérable ce qu’a pu alors dire le présentateur. Et tout récemment encore pouvait-on lire dans le journal Le Monde (11 avril 2014) le propos suivant tenu par quelqu’un qui, comme beaucoup d’autres, psychanalystes inclus, a bien dû se mettre au goût du jour, mais dont le propos témoigne qu’on n’y parvient pas. Ayant écrit « transsexualisme », ce journaliste précise, entre parenthèses : « Conviction d’appartenir à un autre sexe que le sien », soit, très exactement, l’assertion qui a été déterminante pour que les transsexuels soient considérés comme des psychotiques et maltraités comme tels.
3. Gilles Deleuze, Foucault [1986], Paris, Minuit, 2004, p. 111.
4. Paris, Thierry Marchaisse éd., 2014.
5. Inès Rieder, Diana Voigt, Sidonie Csillag, homosexuelle chez Freud, lesbienne dans le siècle, trad. de l’allemand par Thomas Gindele, Paris, Epel, 2003. Jean Allouch, Ombre de ton chien. Discours psychanalytique, discours lesbien, Paris, Epel, 2004.

1.¿Cómo anticipa Usted el porvenir de la “clínica psicoanalítica”?

[Horizonte de la pregunta: Entre el breve argumento de su último seminario impartido en Querétaro en Octubre 2013 y el del venidero seminario de Córdoba –Abril 2014- la diferencia queda marcada sólo por el añadido de un párrafo, el último. Ahí Usted escribe que un nuevo caso -el caso Alquié- “viene a desbaratar la casuística analítica (eso que se denomina “clínica psicoanalítica”)”. ¿Desaparecerá la “clínica psicoanalítica” según la enseñanza de Lacan? ¿Cuál será entonces el destino del discurso psicoanalítico?]

Jean Allouch: La llamada “clínica psicoanalítica” no supo separarse del modelo médico (donde el paciente está bajo la mirada, como lo ha mostrado Michel Foucault (1)), hasta edificar una nosografía compuesta por tres grandes entidades clínicas: neurosis, psicosis, perversión. Denominarlas “estructuras” más que “enfermedades” nada modifica. De este modo por ejemplo continuamos imaginando un grado superior de gravedad en las psicosis, comparándolas con las neurosis, lo cual no tiene ningún sentido, situación que Lacan no dejó de hacer saber. En cuanto a la perversión, la diversidad misma que ese término intenta agrupar alcanza para demostrar su no-pertinencia, y por lo tanto a minima la inutilidad, o peor aún, la nocividad (algo de eso saben, especialmente, los homosexuales y los transexuales (2)). Aunque numerosos psicoanalistas que se ocupan de este tema lo digan, bajo reserva, diagnosticar es identificar. Pero, el analista no identifica.
Una clínica analítica nunca tendrá otra efectividad que su propia renovación, que opera al menos de dos maneras: revisitando los casos publicados (lo que Lacan ha practicado ampliamente, igual que muchos otros, psicoanalistas, historiadores, especialmente en los casos de Freud); publicando nuevos casos (algo a lo cual Lacan se dedicó, con André Gide y James Joyce, por ejemplo, absteniéndose absolutamente en cuanto a los que hubieran surgido de su práctica). Estos dos medios indican que la clínica analítica no está jamás estabilizada, fijada –tal es su grandeza, que no puede más que conllevar cierta miseria, la de una imposible enseñanza clínica excepto, precisamente, estas dos vías innovadoras, y por consiguiente inestables, desestabilizantes. Pero, tanto una como la otra no logran efectividad sino realizando aquello que Gilles Deleuze en su presentación de los últimos avances de Michel Foucault apunta en los siguientes términos:
La subjetivación, la relación consigo mismo [rapport à soi] no cesa de traducirse, pero metamorfoseándose, cambiando de modo, hasta el extremo de que el modo griego es un recuerdo bien lejano. Recuperada por las relaciones de poder, por las relaciones de saber, la relación consigo mismo [rapport à soi] no cesa de renacer, en otro sitio y de otra forma (3).
Admitiremos que la casuística analítica (la casuística, es pensar por casos, solamente por casos) sólo se reveló innovadora cuando recogió la manera, cada vez actual, en la que la relación consigo mismo [rapport à soi] supo “renacer, en otro sitio y de otra forma”.

2. ¿Cómo imagina Usted las formas venideras del síntoma?

[Horizonte de la pregunta: En la ciudad que viene ¿será forcluído el síntoma? ¿Desaparecerán el pathos, el malestar en la cultura, el goce fálico?]

Jean Allouch: No siendo ni profeta, ni visionario, ni socio de pronosticar, heme aquí, sin poder responderle…

3. ¿Cuál es el lugar y la función del discurso psicoanalítico en la Universidad, en caso de que Usted le asigne alguno?

[Horizonte de la pregunta: Ni Freud ni Lacan fueron ajenos al discurso universitario. Recordamos la inauguración en 1929 en la Universidad de Frankfurt del Instituto Psicoanalítico y la carta que Freud le envía a Horkheimer agradeciéndole esa “antena psicoanalítica”. Recordamos a Ferenczi en Budapest. No queremos olvidar tampoco ni París, ni la Universidad argentina]

Jean Allouch: No es concebible que pueda existir en la universidad un discurso otro que el universitario. No está en juego aquí la buena voluntad ni la intención de quienes allí  enseñan sino, más sencillamente y más radicalmente, el dispositivo (cursos, exámenes, trabajos dirigidos, diplomas, tesis, etc.).
Dicho esto, no soy sin embargo, y de acuerdo con Lacan, de los que enarbolan el discurso psicoanalítico insinuando todo el desprecio que sienten por el discurso universitario.
La dirección de cada producción de saber que se presenta con la bandera del análisis es, según Lacan, el no-analista, así el universitario. Ese punto de dirección es muy importante, vale como uno de los rasgos, poco numerosos, que permiten distinguir el movimiento analítico de una secta (este último término entendido peyorativamente, como es el caso en Occidente –para nada en India). Por su parte el no-analista señala que no hay “entre psicoanalistas”, no hay “colega psicoanalista”; “analista” no se escribe en plural, si, sin embargo, se admite que analizar remite al acto y que ese acto es más necesariamente el de alguien que es llamado, en ese acto, a encarnar a cualquiera. Pensado como un acto, el análisis excluye que alguien pueda nunca declarar: “Yo soy psicoanalista”, ya que no se lo es por fuera del acto, mientras que en el acto, Lacan lo señaló, “el sujeto no está allí”.
Por otra parte, no existe analista cuya producción inventiva haya podido ser apreciada, del que pueda admitirse que esa producción se haya abstenido de todo apoyo sobre trabajos universitarios. Al respecto Lacan es ejemplar, no lo es menos Freud.

4. ¿Cómo interpreta Usted esa invención de Lacan, “el deseo del analista”, y su relación con la contratransferencia?

[Puede suponerse como horizonte de esta pregunta el seminario de La angustia de Jacques Lacan]

Jean Allouch: Un único seminario de una duración de un año no alcanzaría para permitirme responderle.

5. ¿Cuál es su propuesta para el análisis de control y qué función le asigna?

[Puede proponerse como horizonte para esta pregunta, dos viejas intervenciones de Jean Clavreul. Una la entrevista en el número 2 de la revista Patio -1984- donde se publicaron una serie de entrevistas sobre la cuestión del análisis de control. Otra el artículo que publicó en el último número de Scilicet.
Durante la entrevista, Clavreul decía que el análisis de control es la oportunidad para la presentación de las “construcciones” que hace del caso, el analista. Por otra parte, como en las “construcciones” se inscribe “el deseo del analista”, Clavreul propondría el control como una forma del pase]

Jean Allouch: Jean Clavreul –paz a su alma– forma parte de este primer conjunto de gente que siguió los seminarios de Lacan, pero que no juzgaron adecuado, leerlo ni mucho menos estudiarlo de manera crítica. Todo sucedió entonces como si estar impregnado de Lacan fuese suficiente. Este diagnóstico no es mío, fue del propio Lacan:
En ese momento debía hacerme entender por mi auditorio… ¿Qué podía importarles? Simplemente, ellos escuchaban Lacan. En fin, Lacan, esa especie de payaso, ¿no es cierto? que se movía maravillosamente en su trapecio, por supuesto. Durante ese tiempo, entornaban los ojos pensando cómo podrían regresar a su digestión (4).
Una tal impregnación digestiva impidió sobre todo esclarecer la relación de Lacan a Freud, y dejó a todos y cada uno inerte bajo la sugestión de Lacan, políticamente útil y teóricamente incorrecta, reivindicándose freudiano (llamé “freudolacanismo” a esta incapacidad de los pretendidos “alumnos” de desprenderse de esta sugestión). Abreviando, y a riesgo de simplificar un poco, diría que Freud piensa en dos (en términos de conflicto), Lacan en tres (en términos de tirantez). Por qué, si no estaba en juego ese cambio de paradigma, Lacan habría debido reconsiderar, reconfigurar casi todas las tesis de Freud que puso en su mesa de trabajo. No faltan los ejemplos. ¿Así, cuando define el autoerotismo como una “falta de sí”, es freudiano? Ciertamente no. ¿Lo es cuando afirma que hay transferencia en las psicosis? Tampoco. Su yo –moi-, el de la identificación imaginaria, ¿tiene una mínima relación con el yo –moi- de la segunda tópica? Ninguna relación. Etc.
En lo que usted recuerda que hubiera dicho Clavreul no leo más que pavadas. La noción freudiana de “construcción” desorientó frecuentemente a Freud, y el caso llamado “la Joven Homosexual” fue un claro ejemplo de ello. De Freud a Lacan el cambio de paradigma fue acompañado de un cambio de estilo en el ejercicio del análisis –por otra parte, no podía ser de otra manera, no pudiendo el uno ser sin el otro. Y el estilo lacaniano de analizar, especialmente esta manera de pegarse al acontecimiento, a lo puntual, dicho de otro modo y mejor dicho de dejar lugar a la intervención del relámpago, prescinde de todo recurso a la construcción. La presentación freudiana del análisis como de un viaje en dos tiempos, un primer tiempo en el que el analista se forma una opinión del caso (en francés decimos “se faire une religión”, crearse una religión), luego un segundo tiempo donde trata de hacer admitir esta construcción al paciente, ya no tiene ningún sentido para Lacan.
La Psychanalyse. Science, thérapie – et cause (El psicoanálisis. Ciencia, terapia – y causa),de Moustapha Safouan (5), recientemente aparecido en Francia, permite darse cuenta que la gran obra de Ferenczi y de Rank, (Perspectivas del psicoanálisis), aparecido en enero de 1924, había instaurado una fractura en el campo freudiano. Esta fractura genera dos maneras diferentes de analizar, que permanecen, no menos rivales, aún hoy. El seminario de Lacan El Acto psicoanalítico tomó clara posición a favor y del lado de Ferenczi pregonando el análisis como acto y ya no sólo como “reelaboración”. Entonces, intentar introducir en Lacan la noción freudiana de “construcción” nos lleva a desestimar este posicionamiento de Lacan. Vemos aquí, con Clavreul, funcionar a pleno el freudolacanismo. ¿Se puede estar más confundido que atribuyendo dicha “construcción” al “deseo del analista” (del que Freud no tenía la menor idea)?  No es el “deseo del analista” quien lleva a Freud a “construir”, como lo hizo, el caso de la Joven Homosexual, sino preferentemente la posición de quererse, como lo notó Lacan, “demasiado padre”. La joven homosexual no pudo sino reír, y hasta burlarse, viendo a Freud intentar adjudicarle un complejo de Edipo (6).
La confusión, esta vez interna al trazado –frayage– de Lacan, llega al colmo cuando se hace del control una forma de pase, tal como usted me escribe que Clavreul lo hubiera considerado. No veo allí más que un caso en el que el pase fue mal conducido. Mucha gente que no tiene más que la palabra “pase” en los labios, no tiene ninguna idea de qué se trata; algunos inclusive, han logrado ubicar dicho pase en sus instituciones logrando hacer olvidar que habían estado totalmente en contra del pase y se habían abstenido ellos mismos de comprometerse en el pase (¡con razón!). Y podemos aquí recordar que Lacan declaró, en seminario, es decir en público, que no recomendaba a ninguno de los AE (Analistas de la Escuela) presentarse al pase. ¡Ellos no habían llegado ahí! Y no obstante era a ellos que Lacan se había remitido para juzgar cada pase, esperando, en vano entonces, que la puesta en acto reiterada del pase los transformara. Sin embargo, poco reservado en invenciones, Lacan no supo más que solicitar a los AE que él mismo había designado (no sin cierta  arbitrariedad y por conveniencia) que participen del llamado “jurado de aprobación” considerado en condición de distinguir si el candidato estaba en un momento de pase. Lo supo más tarde, se había equivocado.

6. ¿Ha abandonado ese proyecto abierto en su viejo libro letra por letra mediante el ternario: traducir-transcribir-transliterar?

[Horizonte de la pregunta: El psicoanálisis es un acto. Y todo acto excede la doctrina. Por lo tanto el discurso psicoanalítico supone para la práctica, transmisión y formación de analistas, modos de lectura que inspirados en la tradición del Trivium, reconozcan la inseparabilidad entre voz y escritura. Usted escribió en letra por letra que la transliteración escribe la homofonía, “uno de los nombres de la no-identidad consigo mismo del significante. Ella es un modo del equívoco”. El esquematismo que anticipaba en su libro de 1984 todavía aparece como una promesa de consecuencias extraordinarias, considerando que la interpretación progresa por la vía del equívoco]

Jean Allouch: ¿Letra por letra, se trata de un “viejo libro”? El ternario que usted recuerda: “traducir, transcribir, transliterar”, es un derivado, sub-producto del fundamental y paradigmático ternario “imaginario, real, simbólico”. De este modo se condiciona a su devenir. ¿Qué devenir? Mucho de lo que puedo leer de literatura “lacaniana” parece no estar para nada reglada sobre este paradigma, mientras que Lacan, a partir de 1953, momento en que lo inventa, luego a todo lo largo de su recorrido y hasta el final, no cesó de ponerlo en juego en la menor de sus intenciones. Su fracaso, tal como él ha dicho, está también allí. Y es de esa manera que puedo, al menos en parte, explicarme la escasa cantidad de trabajos que se sirvieron de mi desarrollo de “imaginario, real, simbólico” en “traducir, transcribir, transliterar”. Hacer la lista de los errores que implica este doble no tener en cuenta sería fastidioso. Letra por letra no envejeció, no tiene ni una arruga, esta obra, como y con el ternario R.S.I., ha sido más bien congelada.
Lo que siguió al deceso de Lacan no fue muy distinto de lo que siguió al de Freud, una especie de ahogamiento de una enseñanza a fuerza de comentarios ineptos sostenidos por aquellos que pretenden seguirlo. Hay algunas excepciones. Vamos, me lanzo a una evaluación. Entre las miles de obras que fueron publicadas sobre Lacan luego de su deceso, ¿cuántas valen la pena ser estudiadas? ¿Cuántas, siempre en el camino de la enseñanza de Lacan, aclaran esta enseñanza, dicho de otro modo, la problematizan? ¿Uno por ciento? ¿Dos por ciento? En las ocasiones en que vengo a Argentina, pregunto cada vez: “¿Algún libro recientemente publicado aquí merece ser traducido al francés?”. Raras son las veces en que mis interlocutores dan cuenta de una obra de esas características, y cuando eso sucede, las editoriales  de la Escuela Lacaniana (Epel) no dejan de publicarla.
De esta marea  negra de ineptitudes “lacanianas”, nadie es responsable si no, de entrada, la enseñanza de Lacan. ¿No declaró él acaso: “Mis alumnos, si supieran  dónde los conduzco, estarían aterrorizados”? O inclusive: “El deseo, es el infierno”. El acceso a la inexistencia del Otro (que no es el infierno) presenta efectivamente en este caso un rostro de terror, de donde se deduce, al menos en parte, la distancia a la que se está.
Existe un camino que permita el acceso a la enseñanza de Lacan en su radicalidad? Con respecto a esto, parece ejemplar la relación de Lacan a Freud. Lacan abordó a Freud no virgen de toda cosa anterior, sino disponiendo de un punto de apoyo que iba a permitirle accionar su palanca Freud. ¿Cuál? Su estadio del espejo (inventado cuando no era en absoluto freudiano), dicho de otro modo, su definición del yo –moi–, la cual iba a encontrar más tarde su lugar con esta otra invención lacaniana (también para nada freudiana), la del ternario simbólico, imaginario, real. Se puede ver, de allí, que a cada uno se le plantea el interrogante de saber a partir de qué punto de apoyo, de alguna manera exterior a Lacan (como el estado del espejo estaba fuera del campo del discurso de Freud), se presentaría como posible abordar a Lacan (en lo que a mí concierne fue el hallazgo de la transliteración). O mejor aún, mientras este interrogante se presenta, nada sucede, ya que es una vez resuelto que se torna posible una inédita y fructífera lectura de Lacan.

La mancha. Suplemento
Las Ediciones literales de la école lacanienne de psychanalyse, publicaron muy recientemente, Cuadernos de juventud de Ferdinand Alquié, 180 páginas, editado en Córdoba por Babel Editorial. El seminario “Una mujer en sí misma, y sin más allá” impartido en Abril 2014, también en Córdoba, por Jean Allouch giró alrededor de la lectura de este libro.

La editorial rosarina Co-lectora continúa publicando. En este caso editó en 2014, Mito en la estructura de Omar Amorós, 226 páginas. El ensayo que oficia de prólogo al libro, escrito por Andrés Palavecino y Juan Cruz Catena, puede leerse completo en la sección Librarius de este número de la revista. 

La revista de filosofía Nombres publicó un nuevo número, el 27 con un total de 372 páginas, apareció en Noviembre de 2013 y contiene además de trabajos de Marc Richir y Oscar del Barco un dossier dedicado a Psicoanálisis-Filosofía. Distribuida por Alción Editora, la revista está editada en Córdoba y vinculada a la Universidad Nacional de Córdoba, a su Facultad de Filosofía y Humanidades y al Centro de Investigaciones de la Facultad de Filosofía y Humanidades. Felicitaciones!

Hacemos llegar nuestras felicitaciones a la Biblioteca Internacional Martin Heidegger y a El Hilo de Ariadna que volvieron a publicar conjuntamente un nuevo tomo de la obra de Martin Heidegger. Esta vez fue Acerca de Ernst Jünger. El libro de 556 páginas fue impreso en Buenos Aires en 2014. Corresponde según la edición original de las Obras Completas de Heidegger, Gesamtausgabe, al Tomo 90. La traducción es de Dina V. Picotti C. quien ya tradujo otras obras de Heidegger.

(1) Michel Foucault, El nacimiento de la clínica. Siglo XXI editores, 2008.

(2) Aquellos que han podido leer cierta “presentación de enfermo” de Lacan, juzgaron, con toda razón, intolerable lo que llegó a decir el presentador. Y muy recientemente una vez más pudo leerse en el diario Le Monde (11 de abril 2014) la siguiente expresión sostenida por alguien que, como tantos otros, incluidos psicoanalistas, debió haber tenido que ponerse al día, pero cuya expresión da testimonio de no conseguirlo en absoluto. Habiendo escrito “transexualismo” el periodista precisa, entre paréntesis: “Convicción de pertenecer a otro sexo que el suyo”, o sea, exactamente la aserción que fuera determinante para que los transexuales fueran considerados como psicóticos y maltratados como tales.

(3) Giles Deleuze, Foucault, Buenos Aires, Paidós, 2003. Pág. 136.

(4) J. Lacan, …o peor, 21 Junio de 1972, Buenos Aires, Paidós, 2012.

(5) París, Thierry Marchaisse éd., 2014.

(6) Inés Rieder, Diana Voigt, Sidonie Csillag.La joven homosexual de Freud. Buenos Aires, El cuenco de plata/Ediciones literales, 2004. Jean Allouch, La sombra de tu perro. Discurso psicoanalítico. Discurso lesbiano. Buenos Aires, El cuenco de plata, 2004.

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