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Revista temática de carácter independiente

Texto para la presentación de la revista Nadja dedicada a La huella y el pensamiento judío.
Viernes 22 de Junio de 2001. Librería Homo Sapiens. Rosario, Argentina.

Hasta hacer arder las cenizas.

Rubén Chababo

I. El día en que Ricardo Bianchi me hizo llegar el ejemplar de Nadja dedicado a la huella y el pensamiento judío, yo terminaba de leer un libro magistral, la biografía de Milena Jesenska escrita por su compañera de cautivero en Ravensbruck, Margarete Buber-Neumann. Un libro singular porque de algún modo su lectura permite al lector contemporáneo conocer acerca de los últimos años de la vida de quien fuera en su juventud amiga y pareja de Franz Kafka.

Pero el libro de Margarete Buber-Neumann tiene un valor que trasciende la narración de la historia de esas dos vidas en el corazón de la Hecatombe ya que es a la vez una poderosa ventana abierta a la cultura checa anterior a la gran guerra, a aquellos años en los que Praga era una verdadera Jerusalém, antes de que fuera arrasada por el nazismo primero y luego por el totalitarismo soviético el que terminó por convertirla en eso que hoy es, un museo.

Cuando hoy uno visita Praga, la ciudad de Milena, no encuentra más que huellas, restos, marcas del ayer que reverberan y que vuelven presente a nuestros ojos, a nuestras miradas, todo lo que pudo ser construido por la imaginación judía centro-europea antes que la aniquilación tuviera lugar. Huellas de vidas signadas por la devoción a las Escrituras y el amor a un Dios invisible y poderoso que exigía, y sigue exigiendo, puntuales cumplimientos a los pactos sellados por nuestros ancestros.

Es decir, el día en que terminaba de leer esa monumental biografía de Milena Jesenska, no otra cosa que la historia de una huella ( la de Praga y la de esta mujer) en la historia del siglo XX, vino a mis manos este ejemplar de Nadja desde cuyas páginas se intentan abordar los relatos acerca de otras huellas dejadas por pensadores y obras, en su mayoría pertenecientes al campo cultural centro-europeo en el que el judaísmo o la reflexión en torno a él, ocupan un lugar, podríamos decir, central.

II. Se lee en la Hakdamá, en la página introductoria, que la intención de los editores de Nadja al reunir estos trabajos fue la de ir leyendo la huella de una insistencia, o mejor, los modos en que el judaísmo, como cosmovisión, como pregunta, ha ido diseñando su lugar en los tiempos contemporáneos. Y se aclara en esa misma Hakdamá que no será materia de esta publicación el tema del exterminio, que no se lo pondrá en foco, que no será la Shoá la que sirva de amalgama y dirección a las lecturas, acaso porque ella, como acontecimiento total sobrevuela cualquier reflexión que en torno al judaísmo contemporáneo se haga o se pueda hacer. Lazo mortal, estocada envenada al cuerpo de una cultura, en especial la centro-europea de la que son tributarios la mayoría de los autores tratados. Una cultura que tomó bajo su responsabilidad – sus sobrevivientes- el deber de reconstruir desde las cenizas el legado que la barbarie le intentó arrebatar por la fuerza.

III. Es cierto que el judaísmo como modo de reflexión insiste en la cultura y no solo por la preeminencia de los nombres que definen ese lugar sino por el modo en que desde su voz son formuladas las preguntas al tiempo presente. Y en este punto no nos queda más alternativa que referirnos, que volver, a ese ensayo central de la obra de Borges, "El escritor argentino y la tradición" en el que irlandeses y judíos, por su carácter de insulares uno, de nómades, de extranjeros perpetuos los otros, tendrían, a sus ojos, esa cualidad de poder modificar las culturas centrales en las que habitan por no sentirse necesariamente atados a ellas por una devoción especial. Algo que podríamos aplicar al caso de la judeo-alemana Annah Arendt cuya biografía vacila como lo dice en el comienzo de su ensayo Nicolás Rosa, entre dos mundos, entre dos tiempos, entre dos linajes repartidos por su pertenencia a la nación alemana y a la cultura judía. O el de Baruj Spinoza, un judío excéntrico entre los judíos mismos que padece el Jerem, la excomunión, el exilio dentro del exilio mismo. O en definitiva, el judaísmo como un lugar de interrogación y de incomodidad, que estimula, desde las bases de su misma tradición , y contra la dictadura de los dogmas, a preguntarse una y otra vez por el sentido último de los sentidos. Algo que exacerba hasta el hartazgo Edmond Jabés en su infinito Libro de las preguntas que como un inmenso Talmud horada el silencio de las tumbas, la profundidad de las huellas de sus muertos, la certeza de su propio linaje francés-sefaradí-judío para alcanzar una verdad siempre evanescente. O como lo dice más excatamente Liza Block de Behar en su ensayo : "el judío es el tópico en que Jabés se obstina, un tema y un lugar que no cede, el lugar común donde se instalan su escritura y sus obsesiones, el lugar casi ideal de quien se encuentra fuera de lugar, de quien persevera en ser lo que es, duplica la extrañeza o, al reflejarla en el otro, la repite y la deroga".

Se trata claro que sí, de un fuera de lugar que insiste desde los márgenes por ocupar el centro, tributando a la pregunta, al gesto de interrogar, un modo de instalarse en el mundo. "Los sabios del Talmud- nos recuerda Silvana Rabinovich en su ensayo sobre Emanuel Levinas- dicen que la Escritura es como cenizas o brasas ardientes cuya interpretación responsable reaviva la llama del significado", un significado que puede permanecer latente si no surge aquel que se atreva o se disponga a darle voz a las palabras dormidas en el tiempo. Un mandato, que a su modo, los judíos han llevado a cuestas a lo largo de los tiempos: el de la lectura de las Escrituras, el de su interpretación, el de mimar la letra escrita hasta hacerle relucir aquello que calla, aquello que oculta y que sólo le está reservado como recompensa a aquellos que hagan el esfuerzo de interpretarla, a aquellos que se atrevan a hacer arder nuevamente las cenizas como brasas.

Interrogar los textos desde su misma simpleza o complejidad. ¿ Cuántas páginas se ha devorado la interpretación del sacrificio de Isaac por mano de su padre Abraham, cuantas páginas se ha devorado la interpretación de la mansedumbre con que Job acepta y soporta los castigos con que Dios lo pone a prueba, a él, el más justo de entre todos los hombres justos? Por qué no ver que esas discusiones que siguen el mandato de leer las cenizas para que arrojen su luz, es el mismo mandato que impulsa a los hijos del linaje, a que sientan que siempre, absolutamente siempre, existe un más allá que no ha sido develado y que espera la hora de su desciframiento. Un desciframiento que nunca garantizará el resultado de una respuesta absoluta, única, que de por finalizada la última de las discusiones posibles.

IV. "Nuestro único bien es la palabra.

Habéis, hermanos de otro juramento y de otra plenitud, alzado estatuas para vuestros descendientes, provisto de catedrales a vuestras ciudades, cercado de mezquitas los desiertos.

Vuestros tesoros han permanecido en vuestras familias.

Nosotros lloramos el templo destruido" recuerda, otra vez desde Edmond Jabés, Diana Sperling, en su ensayo, reforzando la idea de los textos bíblicos como inmensos desiertos, como territorios marcados por la huella de miles de generaciones que han recibido la orden de transitarlos como única posibilidad para su desciframiento. Una lectura siempre nueva de la Torá en la que se despliegan nuevas interpretaciones, nuevas miradas sobre el universo y los enigmas del mundo. Una nueva lectura del sacrificio de Isaac, una nueva lectura del dolor de Job en el que Job e Isaac son los mismos y a la vez otros por efecto de una lectura que insiste en la huella, para ampliarla, para dotarla de nuevos sentidos resguardados en el corazón mismo del texto. O como bien lo señala la misma Sperling, una lectura cuya función ya no es la de recordar el acontecimiento, sino el de sostenerlo sobre la confusa y variada trama del tiempo.

V. Tres pequeñas historias para cerrar esta presentación :

Primera historia: En los días de la Inquisición, entre aquellos judíos que fueron convertidos por la fuerza, algunos llegaron a transcribir en un libro muy pequeño lo esencial de las oraciones y lo esencial de un cara a cara con Dios. Disimulaban ese librito en un bolsillo confeccionado en el amplio forro de su manga izquierda. Si para salvar su vida se veían obligados a ir a la iglesia, a musitar, a arrodillarse, podían, sin embargo, acariciar con la mano derecha, en el interior de la manga, el libro escondido. Y eso los reconfortaba, los devolvía a sus orígenes.

Segunda historia: En los pequeños pueblos de centro-europa donde alguna vez floreció la cultura ashkenazí, en los célebres shtetls que Sholem Aleijem o Bashevis Singer hicieron perdurar en sus relatos, había una forma de enseñar a los más niños a amar la lectura. Sobre un tablero de madera se dibujaban con miel las letras del alfabeto. El moré o el rabí señalaba entonces la alef y el pequeño entonces repetía el nombre de la letra, si lo hacía correctamente se le permitía pasar su lengua sobre la letra para devoraba. De ese modo el alfabeto entraba en el paladar, junto al gusto dulce de la miel y no se borraba, según los sabios, de ningún alma.

Tercera y última historia: cuando éramos pequeños, acaso como un resto del horrible temor que después de la Shoá sobrevoló el alma de las familias dispersas por la Diáspora, nos contaban en nuestras casas, en la escuela, cuando no comprendíamos aún la diferencia existente entre la vida y la muerte, que durante los años del maldito, cuando el ejército llegaba a las aldeas, allá en Europa, sacaba de sus casas a los hombres más piadosos, y los obligaban a envolverse con los rollos de la Torá, y que luego, no era nada extraño, que se llamara a todo el pueblo para que viera cómo se convertían sus cuerpos junto a los rollos sagrados, en una gran e inmensa hoguera que terminaba nublando el cielo de la aldea.

Si recuerdo estas tres historias en la presentación de Nadja , si les doy un lugar en la presentación de estos textos que hablan de lo judío, de cómo lo judío se ha inscripto en la cultura, de lo judío en tanto huella en el pensamiento de Occidente, es porque a su modo, cada uno de ellas, representa una escena íntima y tributaria del amor que un pueblo a lo largo de su historia ha mantenido con la Escritura. Una fidelidad amorosa, un modo de relacionarse con su Dios invisible que se fue colando de manera sensible para forjar, a través de los siglos, eso que se llama, corrientemente, "un pensamiento".

Hablamos de huellas, hablamos del rostro violento de la historia, de lo que la Historia nos dejó entre las manos: un puñado de nombres, una forma singular de leer el mundo.

Acaso Nadja esta revista que hoy tengo el gusto de presentar a sus futuros lectores, deba ser vista como una pieza más de las múltiples piezas que contribuyen, de manera nada estridente, a reconstruir el mapa del despojo que el siglo XX diseñó sobre el cuerpo de un pueblo.

Escribir sobre lo judío, ver qué de lo judío perdura en nosotros luego de la gran Hecatombe, es un modo acaso de señalar que de aquellas cenizas aún esplende alguna luz cuyo significado puede iluminar alguno de los múltiples derroteros que como lectores apasionados, diseñamos sobre las páginas en este presente.

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