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Número 8 - Febrero 2007

Cuerpos arrasados

Osvaldo M. Couso


Esta mañana pensé por primera vez que mi cuerpo, ese compañero fiel,
ese amigo más seguro y mejor conocido que mi alma,
no es mas que un monstruo solapado que acabará por devorar a su amo.

Marguerite Yourcenar

PARTE 1: LAS "NEUROSIS GRAVES"

La clínica presenta fenómenos que escapan a la concepción clásica de las neurosis. Fundamentalmente porque no se presentan a la consulta por el mal-estar sintomático. En verdad no hay síntoma, porque no se cumplen cuatro determinaciones mínimas para concebir un fenómeno como tal: su característica de palabra amordazada que pugna por expresarse; su estructuración simbólica en torno a un núcleo central de goce; su función de vehiculizar un enigma que, a su vez, porta una medio-verdad que pone en juego el deseo y el peso de las determinaciones esenciales de un sujeto.

Por la ausencia de tal expresión sustitutiva, aquello que se presenta no está abierto al encadenamiento discursivo, y entonces tampoco al transferencial. Son fenómenos "que no hablan", que no constituyen la expresión simbólica de algo reprimido.

Son reacciones siempre monótonamente iguales (o al menos muy parecidas) que comprometen el cuerpo y se desencadenan por estímulos específicos (a definir en cada caso). El término "reacciones" habla más de respuestas que de preguntas o enigmas. En efecto, tales fenómenos no se pueden de-codificar como una pregunta, son en verdad una respuesta que no conduce a nada, que no propicia ninguna modificación; que tiene características muy similares cada vez que se presenta, como si fuera siempre la misma (aunque cambien las circunstancias desencadenantes y a pesar del paso del tiempo).

Parecen el testimonio mudo de una irrupción devastadora, de una invasión arrasadora a la que se procura poner un límite. Es dudoso entonces que allí pueda hablarse de sujeto. El único resto de sujeto que queda es el que parece en grave riesgo de desaparecer y, como un náufrago que procurara sobrevivir a un naufragio, se aferra a la única tabla de salvación que está a su alcance. Salvación en la que se agota y que es lo único a que puede dedicarse.

Son un grito también mudo que no se dirige a un Otro más que para convocarlo, pero no en la búsqueda de una respuesta a algo in-sabido (como es en las neurosis clásicas), sino para "entregarse" a él, para "ser curado" por él. De ese Otro que es convocado no se espera una respuesta significante, sino que parece como si el sujeto quisiera asegurarse que ese Otro esté, que exista, que lo acoja. Por ello "se ofrece" a la mirada de ese Otro, pero con una característica totalmente diferente que en los síntomas neuróticos clásicos: el "ofrecimiento" no está erotizado, es una mostración, un espectáculo que no es obsceno o burlón o cuestionador; por el contrario, tiene el matiz de un espectáculo desesperado y esto porque no hay en él significación fálica. Lo desesperante es porque se muestra dramáticamente que es lo único que el sujeto encuentra para no quedar arrasado, el último recurso a que puede apelar.

Conviene aclarar que el arrasamiento y la desesperación que describo no es exactamente un dato clínico, sino ya un efecto de cómo teorizamos el problema, una suposición. Suposición que es ya una primera indicación para precisar el abordaje de estos fenómenos.

Freud había mencionado estos casos, diferentes a las neurosis clásicas. Se refiere a ellos como neurosis graves y habla de ellos al estudiar la neurastenia. Dice (1): "... existe otra clase de enfermedades psíquicas, sin duda emparentadas con los psicóticos, la inmensa masa de los neuróticos graves de los que tanto las causas de su enfermedad como los mecanismos patogénicos de la misma tienen que ser idénticos o muy análogos a los de los psicóticos, pero en cambio su yo ha demostrado ser más resistente y no ha llegado a desorganizarse tanto."

En otro texto (2) agrega una precisión esencial: "...los síntomas de los neurasténicos no permiten la reducción histórica o simbólica a vivencias afectivas, no pueden ser concebidas como satisfacciones sexuales sucedáneas, como transacciones entre impulsos impuestos opuestos, en suma, no pueden ser interpretados como síntomas psiconeuróticos, por más que éstos se manifiesten en forma similar. No creo que esta regla llegue a ser refutada por medio del psicoanálisis".

Las citas justifican que abramos un campo de afecciones que "no encaja" ni en las neurosis clásicas ni en las psicosis. Vale la pena subrayar del texto de Freud:

Ahora: las enfermedades que dañan el cuerpo ¿pueden ser todas ellas calificadas, sin más, como psicosomáticas? Pienso que no. Es importante la enunciación del sujeto, tal es así que la aparición de una lesión (por ejemplo dermatológica, o bronquial, etc.) puede tener directamente estatuto de síntoma o bien llegar a alcanzarlo. En el otro extremo, podemos considerar afecciones que aún no podríamos asegurar que son psicosomáticas... o que al menos está en discusión que lo sean (cáncer, diabetes, etc.) en todos los casos. Entonces: el carácter lesional de un órgano del cuerpo real, es en el fenómeno psicosomático una condición necesaria para su definición... pero no suficiente.

La clínica es bastante conocida: asma, úlceras, colitis, tuberculosis pulmonar, alergias, eczemas, psoriasis, hipertensión, ¿cáncer? ¿sida?... son las enfermedades más comunes de afecciones en lo orgánico (no en lo funcional, como en los síntomas) del cuerpo.

Se ha descrito clásicamente el cuadro y la "personalidad" del enfermo psicosomático: sobreadaptados, rígidos, nada "parece" quebrar su unidad narcisística. No tienen angustia, y eso constituye un indicador importante, porque la angustia es el afecto que da cuenta de los efectos del lenguaje sobre el cuerpo; su ausencia puede hablar de una perturbación –en las afecciones que estoy considerando- en esos efectos.

Clásicamente son descriptos como adultos en miniatura. En verdad, no es que nada quiebre su unidad narcisistíca, esa apariencia es defensiva. Es más bien todo lo contrario, se quiebran narcisísticamente en forma reiterada, con todas las manifestaciones típicas de ese quiebre: se obseva clínicamente que están más atentos a si podrán o no "tal o cual cosa", que a si desean "tal o cual cosa" (más atentos a la "preservación" que al deseo). Y por eso su intolerancia a cualquier descalificación o falta de reconocimiento que haga vacilar el espejo; por ejemplo, si desaprueban un examen, esa desaprobación no es leída como referida a una tarea o simplemente a una prueba... sino como una descalificación a su persona misma.

Relacionado con la ausencia de angustia antes mencionada, surge otro dato clínico importante: los pacientes se resisten a todo tratamiento psicológico; recorren consultorios médicos aferrándose al saber médico, saber del Otro que no pueden interrogar, y del que parecen preferir el mandato ("tome tal medicamento", por ejemplo, o incluso tratamientos más complicados o cruentos o engorrosos).

LA BATERÍA SIGNIFICANTE

El "sentido común" nos hace creer que todas las palabras son equivalentes. Como si cada una de ellas pudiera ser reemplazada por cualquier otra. Así, la batería significante sería un todo, ese todo donde están todas las palabras. Un "diccionario" que recibimos e incorporamos.

Pero Lacan escribe la batería con el matema S1-S2. No hay equivalencia entre uno y otro, son disímiles. Imaginemos por ejemplo las cosas del mundo: vacas, manzanas, papeles, automóviles. Son una colección de cosas. Pero si uno de los objetos del mundo lo extraemos de allí y lo usamos para marcar las cosas, ya no será una colección. Extraemos por ejemplo el papel y ya no funciona como papel, con el agregado de unos números lo hacemos funcionar como dinero. Ahora es patrón de medida, una vaca vale tanto, un automóvil tanto. Eso ordena el mundo. Sólo a partir de entonces hay sustitución. Así que se puede pensar el matema S1-S2 como la relación de un significante especial (S1) con cualquiera (y todos) los otros significantes.

Esto es porque los significantes se relacionan por un lado con lo real y por otro con los otros significantes. Relación de los significantes entre sí y relación de los significantes con el mundo real, con los objetos, con las cosas cuya realidad y existencia es extralingüística. Este último aspecto está en función de la marca y de la letra, con el hecho de escribir algo que no funciona más que como representando lo que no está. Esto nos lleva a lo más arcaico, al hecho originario mismo, a un comienzo, en que algo pone un trazo sobre un viviente real, trazo que lo nombra y al nombrarlo lo hace existir "... el nombre de lo que el sujeto es" dice Lacan (3), y que será el núcleo de lo que luego, en un segundo tiempo, se puede unir a otro significante. Ya entonces en esa relación entre significantes se da un paso porque la marca es leída, no queda sólo como marca sino que puede articularse a los otros significantes.

Lacan desarrolla lo que planteo como aspectos ideográficos y fonéticos de la escritura. Despliega dos vertientes del significante que pueden, esquemáticamente, considerarse: relación con lo real (trazo-letra) y relación entre los significantes (sentido). Esas dos vertientes se articulan, y esa articulación da por consecuencia la introducción de la letra, ese elemento mínimo, en sí incomprensible, pero dotado de la potencialidad de asociarse a otras letras y producir sentido. Es el viraje por el cual la materia sonora puede pasar a significar.

En las afecciones llamadas psicosomáticas, parece como si el segundo aspecto no existiera. Como si algo quedara congelado en el tiempo de la traza, sin articularse en un segundo tiempo.

Aunque la utiliza en otro sentido, "congelado" es una idea de Lacan: "Se trata de saber por qué hay algo en el autista o en el llamado esquizofrénico que se congela..." (4). No debe creerse que se refiere sólo a las psicosis. Casi inmediatamente agrega: "...¿cuál es la suerte de goce que se encuentra en el psicosomático? Si evoqué una metáfora como la de congelado es porque hay efectivamente esa especie de fijación...(...)...es que el cuerpo se deja llevar a escribir algo del orden del número." (5).

Si uno de los modos de entender la relación del viviente y del significante, es pensando la escritura en la superficie del cuerpo (es decir pensar en la letra), esto es válido para las neurosis. Pero en las afecciones psicosomáticas ¿cómo pensar una letra que no cifra un goce ni se articula en significaciones? ¿Hay letra realmente o es una "escritura" diferente?.

La articulación entre esos dos aspectos del significante (relación con lo real por un lado y entre los significantes por otro) en la afección psicosomática está interrumpida. Hay trazo, hay escritura que se escribe en el órgano mismo. Pero que no entra a la circulación significante, a la producción de sentido. Por ello no es fonetizable, no es interpretable simbólicamente. Hay cifra, pero no es posible descifrarla. En ese sentido es a la inversa que en la neurosis, donde sí se des-cifra. Un fenómeno psicosomático es una escritura en el cuerpo que en ningún momento se dirige a un Otro. Esta marca del cuerpo es imaginarizable como la firma de las cosas, como un trazo. Es algo totalmente diferente a un conjunto de signos. Eso sucede en la medicina: hay un conjunto de signos, y en ellos "se lee" la presencia de tal o cual enfermedad. Aquí, por el contrario, se trata de algo que está escrito en el cuerpo, pero esa escritura no se puede entender, ya que "no habla", no dice más que lo que se registra como marca. Una cita (6):"Todo sucede como si algo estuviese escrito en el cuerpo, algo que nos es dado como un enigma".

RELACION CON EL SINTOMA

El síntoma neurótico nos muestra que el Inconsciente también se escribe en el cuerpo, pero de otro modo. La escritura que es del Inconsciente "dice" algo, "habla", tiene la posibilidad de significar y de producir sentido, recorre vías que la asociación libre puede encontrar.

Pero en las afecciones psicosomáticas hay algo que es, precisamente, somático: no es inscripción simbólica, sino puro soma que no está articulado al Inconsciente.

En uno de los texrtos citados (7) Freud inventa la metáfora del grano de arena en el centro de la perla. Hay algo que él llama "manifestación sexual somática", esto es en sus términos lo que no es la perla. La perla es el Inconsciente, y el grano de arena un núcleo real que está en su centro, y no está aún revestido psíquicamente.

En determinado momento Lacan se pregunta: ¿Qué relación mantiene el efecto psicosomático con la lesión pavloviana? El hecho mismo de relacionar con Pavlov nos indica una especificidad de la lesión en relación al síntoma, y también nos aproxima a su articulación con el lenguaje: el síntoma neurótico es una metáfora, tal es su relación a la cadena significante. Pero en la afección psicosomática Lacan propone la figura de la holofrase: se gelifican dos significantes de la cadena, que pierde así flexibilidad y conducción. Quedan entonces como opuestas estas afecciones y el síntoma neurótico.

En el síntoma el cuerpo es afectado sólo funcionalmente; en estas afecciones, en cambio, una lesión se vuelve observable en el cuerpo, constituyendo un proceso que es totalmente enigmático para el médico.

Es importante la distinción con el síntoma neurótico, porque son dos modos diferentes de relación al Otro. El Otro es rodeado, es esquivado por el fenómeno psicosomático, y esto implica un evitamiento de la cuestión del deseo. El síntoma es algo de lo que el sujeto se queja, queja que contrasta con el hecho de que la lesión no es observable, sino funcional. La dimensión de la queja nos indica que "hay" un Otro conservado, presente, latente, al que dirigirse. En el fenómeno psicosomático la lesión es observable, y generalmente no hay quejas sobre él: es común enterarse tardíamente de la existencia de una lesión psicosomática en un analizante después de largo tiempo de trabajar con la dimensión de otros síntomas (por los que consultara).

Entonces: el síntoma neurótico es metáfora, formación del Inconsciente, tiene estructura de lenguaje y también de discurso, es funcional y lleva a la consulta porque el sujeto tanto se queja como quiere librarse de él. Por todo esto está abierto a reformulaciones y modificaciones. El fenómeno psicosomático es lenguaje pero no discurso, no es metáfora, sino reacción inespecífica orgánica y real, generalmente muda y solapada.

ACERCA DEL DISCURSO

Entre S1 y S2 está el intervalo significante. Ese intervalo es el hecho mismo de la separación de funciones, lo que permite que el S2 sea "todos los otros" significantes, y que entonces una palabra no sea una cosa. Como en el ejemplo freudiano de alguien para quien tocar el violín significaba masturbarse y cuando se le pide que toque el violín dice que no puede masturbarse en público... porque para él tocar el violín no simboliza masturbarse, sino que lo "es". El intervalo significante es lo que permite que tocar el violín esté incluido en el mundo simbólico. Si no es así, el significante no funciona como tal. Si el intervalo no está, si S1 -S2 están soldados, entonces cada significante parece tener un sentido único, monolítico, congelado, indialectizable, como si el Otro dice lo que dice, y eso "es así".

La holofrase es considerada por Lacan como una de las operaciones esenciales del significante, pero está fuera de la dimensión discursiva. A la inversa de la metáfora y la metonimia (que son las operaciones que permiten que el significante esté articulado como cadena), la holofrase es la operación que determina otro estado del significante: el significante como no dialectizable, no permitiendo la sustitución significante... es como si fuera un significante solo. Es importante distinguir estos dos estados del significante: ya sea articulado en la cadena o ya sea solo, las consecuencias son que si está articulado se organiza la acción del significante en lo simbólico (efectos de significación); si está solo predomina la acción del significante en lo real (efectos de goce).

Entonces S1, S2: dos funciones que se distinguen y el intervalo como diferencia de funcionamiento. La holofrase como el fracaso de ese funcionamiento, por el que fracasa también la pérdida de goce que es originaria para el hablante.

Nos acercamos así, a lo que podríamos llamar el aspecto sugestivo del discurso. Lacan dice, refiriéndose a Pavlov (8): "La experiencia puede provocar en el animal todo tipo de desórdenes, de transtornos, pero, como hasta ahora no es un ser que habla, el animal no está llamado a preguntar por el deseo del experimentador".

Subrayo aquí dos aspectos:

LA AUSENCIA DE PREGUNTA

Por el solo hecho de la existencia del lenguaje como tal, va a aparecer una función de enigma, de misterio. En varios planos esto produce efectos diferentes, pero uno de ellos, especialmente importante, es la función deseo del Otro: "En tanto el campo del Otro no es consistente la enunciación adquiere el giro de la demanda".(9). La inconsistencia lógica, el punto escrito como S (Otro-barrado) en el grafo del deseo, es el hecho de que todo lo que se diga espera obtener su significación en otro lado, en otro nuevo enunciado. No hay lenguaje completo, la significación de una frase depende de otras y la de estas otras de otras y así sucesivamente. Este hecho genera la demanda, obliga a que lo que se diga (sea cual sea el enunciado de que se trata) tenga por enunciación una demanda al Otro. Abre el segundo piso del grafo.

En el Seminario XI, Lacan muestra esa inconsistencia presentando cómo el sujeto se encuentra con un enunciado del Otro, cuya enunciación le hace enigma: "... me dice eso, pero ¿qué quiere?"(10)... Es una forma didáctica de expresar que algo escapa al decir, que el que habla no sabe lo que dice. El Otro está en falta, ya que no hay un único significante que "diga lo que es", sino que es necesario otro para que advenga una significación y al agregar otro hace falta un tercero y así indefinidamente.

Entonces: el Otro del significante, en tanto funciona, es el lugar al que se dirige el sujeto para interrogar sobre el deseo de ese Otro. Es un punto decisivo, ya que de lo que se estime quiera el Otro depende la posición (y el deseo propio) que alcance el sujeto. Sólo en la medida en que el deseo del Otro se mantiene como enigma, el sujeto (luego de dirigir sus preguntas-demandas al Otro, demandas que por su inconsistencia el Otro no puede responder) podrá, desentendiéndose de tal estructural falta de respuesta, internarse en el camino de su propio deseo.

Pero en el fenómeno psicosomático es como si el Otro estuviera en el cuerpo. El Otro del cuerpo reemplaza al Otro del deseo. Las preguntas por el deseo no pueden ser tramitadas, ni siquiera planteadas. No habrá entonces deseo y lo único que puede aparecer es un fenómeno psicosomático en el lugar donde "estaría" esta tramitación, pero no aparece como pregunta, sino ya como respuesta.

Lacan dice que un enfermo psicosomático "... se asemeja más a un jeroglífico que a un grito". (11). Es necesaria la respuesta del Otro para que el grito valga como demanda y valga como pregunta. Solamente a partir de la respuesta del Otro hay apertura a la pregunta, porque de las características de esa respuesta es que se puede suponer el deseo del Otro, preguntarse por lo que desea el Otro. Pero en el fenómeno psicosomático el Otro responde con una holofrase; al no haber intervalo significante, el "... me dice eso pero ¿qué quiere?", no se abre, y el deseo del Otro no puede ser interrogado. Así, la respuesta que es el fenómeno psicosomático ocupa el lugar de la pregunta (que no se puede dirigir) al Otro. Es así como puede entenderse que en lugar de pregunta hay respuesta.

Esa respuesta no es para leer, se da a ver, muestra pero no dice, por eso no implica demanda, y no se articula a un saber. Da la impresión que se está mostrando (tal vez denunciando) que el significante falla en apresar lo real. Y esa mostración es en y por el cuerpo, como si el cuerpo mismo fuera la escritura encarnada, como si el cuerpo real fuera en sí mismo una escritura, en una verdadera realización de lo imaginario.

Entonces: es de estructura en el parlêtre que demande al Otro, que se dirija al Otro solicitando respuesta a los enigmas principales que aquejan al neurótico (¿Qué deseas? ¿Qué deseo yo? ¿Qué soy yo?). Pero para que haya estas demandas debe primero, en un tiempo lógico previo, haber a quien demandar. Para que el sujeto demande, ha sido necesario que antes un Otro haya, en tiempos instituyentes, transformado un grito en llamado. La madre decodifica, transforma la reacción orgánica anárquica en llamado y al responder a él, hace que desde entonces el bebé, cada vez que grita, llame. Ese tiempo es necesario para que, en un segundo momento, el neurótico se encuentre con la inconsistencia del Otro, con su imposibilidad de responder a la demanda.

En la afección psicosomática no hay demandas-preguntas. Su Otro no consiste suficientemente como para que aparezca (posteriormente) la inconsistencia.

EFECTO SUGESTIVO DEL DISCURSO

Lacan nos enseña que uno de los elementos más esenciales de la operación de los Nombres del Padre, puede pensarse como que "existe un pacto" más allá de toda imagen. La ausencia de esta operación deja al sujeto enteramente atrapado, capturado imaginariamente, por lo que el sujeto es presa del mimetismo y también de la sugestión.

Resumiendo lo antes expuesto con respecto a Pavlov, conviene recordar que Lacan menciona que en el animal, los significantes del experimentador están holofraseados, es ese el Otro que responde, el que lo hace con la holofrase (como ese Otro primordial que antes mencioné); no responde con la dimensión significante S1-S2. Ya un año antes (12) Lacan decía que la experiencia pavloviana produce en el animal una especie de "perplejidad orgánica", que traerá como consecuencia que pueda llegarse a infringir hasta una lesión. La acción del experimentador tiene una consecuencia que podríamos llamar traumática, por ser recibida como un impacto, como una impresión que no entra (o es dificultosa su transcripción) a la estructura simbólica. Ese encuentro con algo disruptivo que sólo aparece en las fracturas de la realidad, podría pensarse como un real inasimilable que queda en el cuerpo mismo, como una impregnación del goce proveniente del experimentador, que afecta directamente el cuerpo real.

Algunas citas importantes (13): "Si los animales de laboratorio son dañados, esto no es porque uno les hace más o menos mal, están despiertos perfectamente porque no comprenden lo que uno quiere de ellos... (...)... hay lesiones del cuerpo llamado viviente que nosotros causamos y que suspenden la memoria, o al menos no permiten contar sobre las huellas que uno les atribuye cuando se trata de la memoria del discurso". Hay un equívoco entre "charlar" y "causar" (verbo causer) esto permite reconstruir la idea: el discurso "... para lo que sirve ante todo, es para ordenar, entiendo para llevar el comando que yo me permito llamar intención del discurso, puesto que resta algo del imperativo en toda intención. Todo discurso tiene un efecto de sugestión. Es hipnótico."

Entonces: todo discurso tiene un aspecto imperativo. El viviente es esa "ratita", ese animal herido por el operador de un discurso, por el deseo del Otro. Pero además, esas heridas pueden no tenerse en el recuerdo, como si las huellas (si las hubiera) no pudieran proporcionar el pasaje a lo discursivo. En esa falta de pasaje ubico el fracaso de la letra.

El trauma que allí irrumpe no es el de la sexualidad, no hace texto. Es ininterrogable. Es como si hubiera una inscripción directa, como si no hubiera transposición del hecho en bruto hacia el Inconsciente. Algo así como un sello, una marca de que hubo allí un sujeto, pero observando que es una marca sin texto, un S1 absoluto, un significante único.

Así, no es extraño que el cuerpo esté tomado por un goce. El cuerpo, en la neurosis, es instrumento de goce. Esto se entiende fácilmente en la vida cotidiana, pero resulta muy complejo cuando el cuerpo parece ponerse a gozar solo, sin Otro. Allí ya no se trata del cuerpo como instrumento de goce, sino como territorio donde el goce reina.

PARTE 2: LA MÁQUINA QUE NO SABÍA ESCRIBIR

Hemos arribado a momentos fundantes de la estructuración psíquica, el trauma originario, la indefensión del cuerpo cuando soporta las primeras inscripciones, a la vez que el oído soporta un caos ruidoso para el cual carece de filtro.

El cuerpo es erotizado por el deseo de la madre que es portadora del lenguaje. Lo que ella "pasa" no es la sola estructura simbólica con su poder combinatorio, sino el goce que obtiene al ubicar el cuerpo del viviente en relación a su carencia.

Es por ello que desde la perspectiva de la letra, las marcas originarias que quedan como testimonio de tal proceso, serán las bisagras que anuden dos aspectos heterogéneos: por un lado lo simbólico y la Ley significante, por otro lado el goce que son capaces de cifrar. Por el primer aspecto, las letras son despojadas de sus valores de imagen y sonido, para ser utilizarlas como unidades combinatorias, componiendo palabras que, llamando otras palabras, iniciarán una circulación discursiva; la función paterna hace de ellas borde y frontera, el sentido del texto hace "olvidar" que las palabras se constituyen por el enlace de letras; cada palabra combina y hace desaparecer en su individualidad las letras que la componen. Por otro lado, por ser memoria del grado cero de la escritura, de la primer trascripción del goce hacia el símbolo, conservan la figurabilidad y el sonido de la voz del Otro llamando al goce. Como si cada letra fuera la sede de ese llamado, el retorno de un empuje a colmar la carencia materna.

Esas dos caras de la letra condensan goce y prohibición. Sus trazos guardan la voz de la madre que reclama al cuerpo del viviente que vuelva a ocupar el lugar que la colma. Por otro lado, sostienen que los trazos se borren en aras de las palabras, con lo que tal llamado al goce se pierde en el vacío.

Es sin embargo difícil imaginarizar tales procesos fundacionales. Por ello, llamo en mi ayuda a un gran creador, que nos aporta lo que considero una formidable metáfora de los mismos. La invitación es para adentrarse en los límites, llevados de la mano por Frank Kafka que, en su relato "En la Colonia Penitenciaria" (14), nos propone una aventura tan propiciatoria como inquietante.

El relato presenta una penitenciaría en la que un oficial, encargado de las ejecuciones, muestra y explica el mecanismo de las mismas a un viajero y testigo (llamado el explorador). Es al menos curioso que en esa colonia el mecanismo de las ejecuciones no sea la silla eléctrica, o la inyección letal, la horca o el garrote vil. El aparato utilizado es… una máquina de escribir; idea verdaderamente original, que sólo a alguien como Kafka se le podría ocurrir.

Se trata de una "máquina de escribir" muy particular, que el autor denomina el aparato, y que consta de tres partes: una "cama" giratoria, un aparato del mismo tamaño que se llama el "dibujante" (que cuelga por sobre la cama), y dentro de éste la rastra, que son varias cintas de acero provistas de agujas de cristal. Junto a las agujas hay un conducto por donde sale un chorro de agua, que va lavando las agujas a medida que se manchan con sangre.

El mecanismo es, efectivamente, sangriento: el condenado es acostado cabeza abajo sobre la cama, a la que se lo ata para que no pueda ver lo que va a suceder. Una vez así inmovilizado, las agujas de cristal escriben sobre el cuerpo un mensaje, acompañado de dibujos ornamentales. Esta escritura se hace sobre todo el cuerpo hasta que se lo cubre por entero. En sucesivas pasadas, mientras el agua va lavando la sangre, se vuelve a escribir lo mismo. Pero lo peor es que en cada vuelta la escritura se va haciendo con mayor profundidad: a las agujas se las hace sobresalir más en cada nueva pasada, para que penetren cada vez más, ahondando así la escritura, que no se limita entonces a la superficie, sino que es "impresa" sobre todo el volumen del cuerpo.

La máquina ejecuta ciegamente un programa instalado, como si fuera un programa en la computadora. El oficial tiene todos los programas, que como el aparato mismo, han sido diseñados por un antiguo comandante de la prisión, hoy destituido. Así, la máquina es el autómata de una ley escrita por el viejo comandante, y el oficial su oficiante.

Los diferentes programas hacen escribir frases que son de tipo prescriptivo: "hacer esto" o "no hacer aquello", etc.; algo que despliega deberes a cumplir. En el caso que el explorador va a observar se va a escribir: "honra a tu superior".

Como se aprecia, Kafka nos presenta muy claramente un aspecto imperativo grabado en la carne misma. El proceso completo dura aproximadamente doce horas, al cabo de las cuales el condenado muere, con su cuerpo destrozado por el aparato. Hay un detalle (que luego se verá tiene importancia): a las dos horas se le acerca al condenado un plato con arroz, y es notable el hecho (cuidadosamente anotado por el oficial) que a pesar de los dolores, no hay ningún condenado que no intente, hasta con cierta desesperación, comer algo de ese plato.

Para la sexta hora, en cambio, el hombre ha perdido el hambre, y se produce una curiosa transformación que es visible en sus gestos, en el brillo de sus ojos, en el aguzar el oído como escuchando: tal parece que, aunque no puede ver la escritura, estuviera intentando descifrarla con el cuerpo mismo, con las heridas que la aguja va tallando. Así que las últimas seis horas permanece reconcentrado, como si estuviera leyendo, en las sangrientas marcas que destrozan su cuerpo, el deseo que lleva al Otro a infringirlas.

Un hecho sugestivo es que el acusado no sabe que ha sido acusado, ni sabe de su condena, ni del hecho de que ha sido juzgado. En realidad tampoco ha habido juicio alguno, simplemente es condenado de acuerdo a un principio ineludible: la culpa nunca se pone en duda, es esencial al hombre.

Esta culpa indiscutible, este hecho que repugna al explorador-observador tanto como al lector, es lo que considero el hecho clave: aunque parezca paradójico, porque parece hablarse del fin de la vida, de algún modo también se trata del origen de la vida. Si se suspende por un momento el rechazo por lo arbitrario del abuso de poder, de la brutal posesión de un cuerpo hasta la médula por el imperativo de goce, es posible pensar que el mensaje inscripto puede no ser el castigo por una falta singular cometida por alguien. Podemos tomarla como el enunciado de la esencia misma de la Ley y su valoración universal, como una reafirmación de lo necesario de su introducción. De ser cierta esta lectura, podríamos considerar el cuento como una ficción sobre los orígenes.

Una frase de Céline dice: "Se es virgen del horror como se es virgen de la voluptuosidad".(15). Es de esa pérdida de una virginidad que nos habla Kafka; de la introducción del horror y la voluptuosidad, en un mí tico cuerpo inocente e intocado. Sin apelación, como elección forzada, el viviente es marcado por el lenguaje; y éste introduce la idea de una falta. Fallo, pecado original, transgresión (no cometida) a una juricidad que le es ajena e impuesta. Inquietante metáfora de ese comienzo indecible en la que, sin embargo, Kafka acentúa la introducción del horror y elude la de la voluptuosidad, que sólo es aludida en el pasaje (ya mencionado) en que el condenado, en medio de atroces dolores (la ejecución lleva ya dos horas), intenta desesperadamente comer de un plato de arroz que se le alcanza. Se trata de una comida fría, casi repugnante, algo incluso peor que lo que se le da a un animal. Aunque en cualquier otra circunstancia sería rechazada, se observa sin embargo que el condenado se aferra a ella. El pasaje es desgarrante y conmovedor, tal vez porque para el condenado parece ser la última esperanza de relacionarse con una demanda del Otro. Intenta desesperadamente "inventar" un ofrecimiento del Otro para alimentarse, es decir encontrar un signo de amor en ese Otro (al que sólo lo une, en verdad, el espanto).

Comer es satisfacer la demanda materna de alimentarse. Al comer, el niño es el falo (ausente) de la madre y, como tal, su cuerpo queda afectado de un erotismo alienante, de una sexualización proveniente del Otro. Pero, aunque perdido en una voluptuosidad para la que queda reducido a ser sólo un cuerpo (ya que en su cuerpo mismo se realiza la ecuación niño-falo), a ser sólo la materia capaz de proveer al Otro un goce, el niño tiene la chance de una torsión, de un forzamiento que provendrá de la función paterna que, al introducir la inadecuación entre el símbolo y la cosa, separa falo y objeto.

EL PADRE

La relación del viviente con el lenguaje es mediatizada por el Padre en sus tres aspectos (real, simbólico e imaginario). Al hecho mismo del lenguaje mortificando la carne, se le superpone una segunda instancia: el "golpe significante" del padre, interponiendo una primer línea defensiva que posibilita al sujeto no quedar como objeto de un Otro absoluto.

Esta operatoria es soportada por una persona, "un personaje real investido de símbolo". (16). Pero en tanto tiene cuerpo y sexo, esa persona no puede evitar que si por un lado corta, por otro reniega del corte que ha realizado. Reestablece en un punto de goce la sujeción del sujeto al Otro. Ya no será un Otro sin ley, caprichoso y arbitrario, pero sí un Otro omnipotente. Ya no será un Otro a quién la significación fálica no limita, pero sí un Otro del exceso (omnipotente) fálico.

El "golpe" del significante queda unido indisolublemente al goce de golpear y al de ser golpeado por el padre. La ley organiza, mediatiza, pero también incluye la posibilidad de poder de quien la ejerce. El padre real es el agente de la operatoria simbólica, y no puede no-generar un padre imaginario: "... el padre real hace el trabajo de la agencia amo."(17). El padre imaginario sujeta (otra vez) al sujeto, y hará necesarias nuevas operaciones de corte.

Lo que Lacan llama père-version (18) es inherente a la estructura misma de la función paterna. Desde que hubo padre (y la vida entera del sujeto se organiza en torno al eje de sostenerlo o prescindir de él) el sujeto se enfrenta a una cuestión esencial: el padre que le posibilita una primer defensa, un primer desasimiento del deseo de la madre, lo vuelve a someter a su deseo y poder de Amo.

Aunque ya no será nunca "lo mismo" (porque el sujeto ya no es el objeto, sólo se hace objeto en el fantasma... es decir que accede al parecer ser), el empuje al goce que el superyó promueve varía sensiblemente en intensidad: nunca es definitivo el nivel de crueldad que los dioses oscuros (19) pueden desplegar. Abundan los ejemplos que enseñan el modo en que esa crueldad, brutalmente encarnizada, arrasa violentamente con razas, credos, minorías o sectores de oposición política o religiosa, cuando no con sociedades y culturas enteras.

Tal arrasamiento puede considerarse como el predominio excesivo del aspecto gozoso de la función paterna, en desmedro de su aspecto normativo.

Lo esencial de la función paterna puede pensarse como nominación (20), de la que conviene retener su valor de letra: es la introducción misma de tal elemento. Además, el cuerpo se escinde en un cuerpo real que se pierde, ex-sistiendo, desconocido, por fuera de lo simbólico y de lo imaginario, y un cuerpo imaginario que es la "…imagen confusa que tenemos de nuestro propio cuerpo ." (21). Ambos se anudan: un cuerpo real del que ya nada sabremos y -por la mencionada vía de la sexualización- un cuerpo imaginario, que constituye la imagen de lo que el sujeto cree ser, quedando para siempre unido a la mirada del Otro (a través de un espejo que lo reconforta, aunque sólo incompleta y momentáneamente). Ahora el sujeto habita un tejido desconocido como se habita el lugar de un exilio. El anudamiento del cuerpo real con el imaginario, deja por fuera de la representación al primero, y hace del segundo superficie de inscripciones.

Pero una nueva sujeción, tributaria de la antes citada père-version, implicará que nuevos cortes serán necesarios. Introducida la función paterna, también queda introducido lo que Freud llamaba pasividad hacia el padre, y que relaciono con una idea de Lacan acerca de la letra: la letra feminiza. La función paterna certifica una falta en el Otro, y la búsqueda de un objeto que pudiera corresponderle (aunque siempre falle). Pero si el padre protege, también golpea; si nombra, a la vez erotiza en el golpe; produce un desasimiento y a la vez vuelve a sujetar al sujeto al goce del sonido de la voz atronadora.

He mencionado antes los dos aspectos de la letra, su potencialidad de remitir, por una lado, al trueno de la voz sin texto... y de ser, por otro lado, condición de posibilidad del texto mismo. Su apertura al goce fálico, al juego con las palabras, a apropiarse de ellas, a poder ubicarse como sujeto de la propia frase. Y a la vez su fijación, el riesgo de petrificar la subjetividad en el goce del puro sonido que golpea.

Tal condición ubica la letra como bisagra para la prohibición y las vías de retorno de lo reprimido, entre un goce que puede imaginarizarse como ilimitado y el goce fálico del significante.

Sólo la letra agujerea bordeando, trazando el dibujo de un texto que a la vez aparta y cobija, separa y constituye ese real que "no se deja escribir" en lo que se escribe. (22). Sólo se puede escribir sobre una superficie que hace borde a un agujero. Por eso la letra nominante implica un cuerpo considerado como superficie capaz de soportar la escritura.

Pero sucede que el empuje al goce puede "olvidar" que el cuerpo funciona como superficie; puede no detenerse en el límite que la letra dibuja. Tal el caso que nos plantea Kafka: como "máquina de escribir", la del cuento es defectuosa, porque es incapaz de escribir sobre la piel. La carne destrozada de las víctimas es el testimonio de ese defecto de escritura, la puesta en escena del arrasamiento de un cuerpo. Las letras que lo despedazan testimonian, asimismo, del fracaso de la letra que así no puede hacer litoral de un goce horroroso.

Lo que motiva tal arrasamiento puede ser el fracaso del padre simbólico, o el del padre real, o bien el exceso del padre imaginario. De cual sea el origen del fenómeno dependen las características del mismo y también sus consecuencias (muy diferentes según se trate de una u otra condición).

En cualquier caso, el relato sumerge a quien lo lee en lo m ás descarnado de la potencialidad del lenguaje sobre el cuerpo del viviente. En los términos de Céline, esa acción puede sintetizarse como la introducción de la voluptuosidad, pero también la del horror. Un campo y otro se interrelacionan: lo voluptuoso llevado a su límite, deja entrever el campo de lo horroroso, al que recubre malamente. Pero Kafka no se detiene allí: aparta ese recubrimiento brutalmente, como quien arranca sin piedad una máscara y deja ver el espanto que ocultaba. Como si de un solo golpe corriera (o desgarrara) un velo, para mostrar su trasfondo.

En ese sentido, el relato puede concebirse como una metáfora que lleva hasta el límite, inventando una ficción que permite imaginarizar, poner palabras a un horror indecible.

En las neurosis se puede pensar la acción del significante sobre el cuerpo por la vía del rasgo unario y de la letra, y la eficacia de la interpretación como la operación de extracción de esa letra, que posibilita un cambio en la economía del goce que en ella se cifraba.

Kafka nos ayuda a pensar otro (horroroso) modo de esa acción del significante sobre el cuerpo, que pone en cuestión los conceptos mismos de letra y sujeto del inconsciente.

Por eso a veces resulta tan agotador como infructuoso preguntar algo a un cuerpo. Sólo si ese cuerpo ha sido anudado (borromeanamente), cuando su sustancia ha sido articulada a la significación, se podrá manifestar de algún modo (sintomático) que anude goce y significante.

Al nombrar la palabra deja un resto, no puede nombrar "todo", no captura lo real del sujeto, que así queda determinado tanto por lo que lo certifica y autentifica, como por el hecho que no puede ser autentificado completamente en su ser mismo. Eso que en el sujeto está por fuera de la palabra que lo habita, lo separa de ser sólo lo que "parece ser", le posibilita ser "otro" que el que es, asumir una dualidad: por un lado funciona siendo lo que el significante dice que es... y por otro lado asume que el significante (se) engaña, y soporta que él no es sólo eso.

Sólo por esa falta significante se constituye un mundo (herido de in-mundo, de algo que está más allá de él y no está regido por las leyes de la palabra) habitable para el sujeto: "... el hombre encuentra su casa en un punto situado en el Otro, más allá de la imagen de que estamos hechos, y ese lugar representa la ausencia en la que nos encontramos." (23).

Es por este sesgo que los fenómenos psicosomáticos nos invitan a repensar y precisar la acción del significante sobre el cuerpo.

PARTE 3: PARA CONCLUIR

Lo hasta aquí expuesto haría pensar que no tenemos recursos para el abordaje terapéutico. Un problema de tales características merece que nos hagamos la siguiente pregunta: ¿el fenómeno psicosomático es inaccesible al trabajo del análisis? La experiencia demuestra lo contrario, aunque es importante destacar que aún la casuística no es abundante ni concluyente. Hay sí algunas descripciones que dan cuenta que los fenómenos psicosomáticos son pasibles del tratamiento psicoanalítico. Como sucede con las psicosis, no es un análisis clásico lo que se puede conducir, ya que las diferencias con el síntoma neurótico lo impiden.

Dice Lacan: "Es por la revelación del goce específico que hay en su fijación como siempre debe tenderse a abordar el fenómeno psicosomático, en eso podemos esperar que la invención del Inconsciente sirva para algo".(24).

Tenemos aquí una primera indicación: el abordaje se intentará por el lado del goce que estos fenómenos implican. Vale recordar al respecto que ellos se pueden considerar como un intento desesperado de resistir la irrupción de un goce arrasador.

Así como el síntoma neurótico depende para su despliegue del modo en que el analista lo recibe, en este caso también es así. Por eso pasa a ser decisivo que el fenómeno sea aceptado como un enigma indescifrable, ya que con ello se está suponiendo un sujeto en el lugar del intento desesperado, y eso ya es mucho: es en realidad bastante más que lo que hacen todos los tratamientos médicos habituales. Incluso bastante más que lo que intentara un psicoanálisis "clásico", que vacilaba entre insistir para encontrar el sentido reprimido en el fenómeno, o no considerarlo en absoluto. En ese sentido, el solo hecho de estudiarlo le da cierta chance de recepción y estatuto.

Sin embargo, preciso es convenir que el psicoanálisis aún está en deuda con estas afecciones, que implican problemas terapéuticos muy complejos.

Dos notas por el lado negativo (lo que no conviene intentar):

A estas breves notas (la suposición de un sujeto en la manifestación clínica, abordaje por el goce específico, no interpretar desde el Ideal, no reducir a un síntoma neurótico) agrego una última aproximación: la posibilidad de dotar al fenómeno de sentido, pero cuidando que ese sentido no sea un sentido genérico, coagulado, sino un sentido singular, anudable a la historia de cada sujeto.

No es mucho, sin duda, pero al menos son puntos decisivos para dejar abierto un campo de búsqueda y de investigación...

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

1. Freud, Sigmund: "Compendio del psicoanálisis". Obras completas, Ed. Biblioteca Nueva, Madrid, 1972. Tomo IX, pág. 3397.

2. Freud, Sigmund: "Contribuciones al simposio sobre la masturbación". Obras completas, Ed. Biblioteca Nueva, Madrid, 1972.Tomo V, pág.1705.

3. Jacques Lacan: El Seminario, libro IX, "La Identificación", inédito.

4. Jacques Lacan: "Conferencia en Ginebra sobre el síntoma", en Intervenciones y textos 2, Ed. Manantial, Argentina, 1991, pág. 134.

5. Ibid, pág. 139.

6. Ibid., pág. 137.

7. Ibid. de 2.

8. Jacques Lacan: El Seminario, libro XI, "Los Cuatro Conceptos Fundamentales del Psicoanálisis", Ed. Paidós, Bs. As., 1987, pág. 245.

9. Jacques Lacan: El Seminario, libro XVI, "De un Otro al otro", inédito. Clase del 11-12-1968.

10. Ibid. de 8, pág. 222.

11. Ibid. de 4, pág. 138.

12. Jacques Lacan: El Seminario, libro X, "La Angustia", inédito. Clase 12-12-1962.

13. Jacques Lacan: El Seminario, libro XXIV, "L' insu...", inédito. Clase del 8-3-1977.

14. Franz Kafka: "En la colonia penitenciaria", en Carta al padre y otros relatos , Ed. Porrúa, México, 1997, pág. 59.

15. Louis Ferdinand Céline: "Viaje al fin de la noche. Compañía General Fabril Editora, Bs As, 1960, pág. 12.

16. Jacques Lacan: El Seminario, Libro V: Las formaciones del Inconsciente, Ed. Paidós, Argentina, 1999, clase del 22-1-58.

17. Jacques Lacan: El Seminario, Libro XVII: El reverso del psicoanálisis, Ed. Paidós, Argentina, 1992, pág. 133.

18. Jacques Lacan. El Seminario, Libro XXII: RSI, inédito, clase 8-4-75.

19. Jacques Lacan: El Seminario, libro XI: Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Ed. Paidós, Argentina, 1987, pág. 282.

20. Jacques Lacan: El Seminario, Libro XXII: RSI, inédito, clase 11-3-75.

21. Jacques Lacan: El Seminario, Libro XXIII: Le sinthome, inédito, clase del 11-5-76.

22 Jean-Francois Lyotard: Lecturas de infancia, Editorial Universitaria de Buenos Aires, Argentina, 1997, pág.13.

23. Jacques Lacan: El Seminario, Libro X: La angustia, inédito, clase del 5-12-62.

24. Ibid. de 4, pág. 139.

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