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Número 21 - Diciembre 2007

II Congreso Iberoamericano de Psicogerontología
I Congreso Uruguayo de Psicogerontología
"Envejecimiento, memoria colectiva y construcción de futuro"
7, 8 y 9 de noviembre de 2007
Montevideo, Uruguay 

El ocio en la vejez: prevención de la dependencia y propiedades terapéuticas

Silvia Martinez
smartin@fice.deusto.es

Resumen:

Desde hace décadas el ocio es considerado un factor de calidad de vida y un recurso de primera magnitud para estimular el desarrollo personal del sujeto. Además, son muchas las investigaciones que han puesto de relieve las posibilidades preventivas y terapéuticas del disfrute de experiencias de ocio. Los estudios son numerosos. Mientras que algunas de las investigaciones sobre este tema se refieren a las ventajas que la vivencia del ocio reporta a personas mayores que sufren alguna circunstancia o patología concreta como es el caso de la demencia y las enfermedades que cursan con dolor crónico, otras se centran en su valor preventivo y como mecanismo de adaptación positiva al cambio. La revisión de algunos de los hallazgos a los que llegan estos trabajos pueden ser útiles para orientar nuestros empeños profesionales e inspirar las políticas públicas que incidan en favorecer una mejor calidad del colectivo de personas mayores.

 

Palabras clave: ocio, envejecimiento.

 

Los beneficios del ocio en la vejez

El ocio de las personas mayores viene siendo objeto de estudio desde los años 60 (Nimrod, 2003) coincidiendo con el concepto de envejecimiento satisfactorio desarrollado por Havighurst (1963). A partir de este momento se renueva el énfasis investigador sobre el tema de la salud, el bienestar y su relación con la utilización del tiempo libre. A pesar de ciertas inconsistencias en la investigación sobre los beneficios de la actividad (Litwin y Ahiovitz-Ezra, 2006) es posible generalizar sobre la incidencia favorable de un ocio activo en la calidad de vida de las personas mayores. Mientras que algunas de las investigaciones sobre este tema se refieren a las ventajas que la vivencia del ocio reporta a personas mayores que sufren alguna circunstancia o patología concreta como es el caso de la demencia o las enfermedades que cursan con dolor crónico, otras se centran en su valor preventivo y como mecanismo de adaptación positiva al cambio. La revisión de algunos de los hallazgos a los que llegan estos trabajos pueden ser útiles para orientar nuestros empeños profesionales e inspirar las políticas públicas que incidan en favorecer una mejor calidad del colectivo de personas mayores.

Ocio y prevención de la dependencia

Entendido ya ampliamente desde los años 70 como una experiencia subjetiva caracterizada por la percepción de libertad e intrínsecamente motivada (Martínez y Gorbeña, 2006), se puede afirmar que, el ocio, cobra una especial relevancia para el colectivo de personas mayores. Cuando la actividad inherente al trabajo o la maternidad desaparecen o se reducen, queda mucho más tiempo libre y las actividades con las que éste se llena son las encargadas de proporcionar al sujeto nuevas referencias y significaciones (Vega y Bueno, 1995). Según Kelly y Steinkamp (1986) algunas de las motivaciones para el ocio en la tercera edad, que ayudan a la persona a hacer frente a los cambios que se produce en esta fase de la vida son: la interacción social, la autoexpresión, la percepción de competencia, llenar el tiempo y evitar el aburrimiento. Se ha estudiado que las personas mayores que disfrutan con cierta continuidad de experiencias de ocio que revisten cierto grado de complejidad, son personas más alerta desde un punto de vista intelectual (Schooler y Mulatu, 2001) y más implicadas socialmente y con su entorno (Iso-Ahola, Jackson y Dunn, 1994). Esta continuidad en las prácticas de ocio es uno de los atributos que conduce a Stebbins (2005) a hablar de un ocio serio y de un ocio basado en proyectos, que se caracterizan por requerir cierto esfuerzo y planificación (frente a un ocio casual, puntual y en absoluto organizado). Son cada vez más los estudio que ponen en evidencia la relación existente entre las prácticas de ocio en personas mayores (especialmente aquellas que requieren un posicionamiento más activo por parte del sujeto) con un mayor bienestar psicológico y menores índices de depresión (Dupuis y Smale, 1995; Rundek y Bennett, 2006).En este sentido, está recibiendo actualmente gran atención por parte de los investigadores en el ámbito de la gerontología el concepto de reserva cognitiva. La reserva cognitiva es la habilidad del cerebro para tolerar mejor los efectos de la demencia, y puede ser producto de la habilidad innata del sujeto o del impacto de las experiencias vividas (Rodríguez y Sánchez, 2004) como pueden ser la educación recibida, el trabajo desarrollado o las prácticas de ocio. De manera general, se entiende la reserva cognitiva como el efecto protector que ejercen esas experiencias vividas por el sujeto, y su efecto se está estudiando no sólo en el caso de la demencia tipo Alzheimer sino también en la demencia vascular, la enfermedad de Parkinson, el alcoholismo, el SIDA e incluso el deterioro cognitivo vinculado al envejecimiento normal (Verghese, Lipton, Katz, Hall, Derby, Kuslansky, Aambrose, Sliwinski, Buschke 2003). Son numerosos los estudios que hallan relaciones significativas entre el uso del tiempo libre y la incidencia de demencia, coincidiendo en que el ocio cumple una función protectora frente a ésta (Scarmeas, Levy, Tang, Manly, Stern, 2001; Scarmeas, Stern, 2003; Fritsch, Smyth, Debanne, Petot, Friedland, 2005). En concreto Scarmeas, Levy, Tang, Manly y Stern (2001), hallaron que la implicación en actividades de ocio reducía en cierta medida el riesgo de incidencia de demencia incluso en sujetos en los que se daban otros problemas de salud, cerebrovasculares o depresión. Algunas investigaciones se han centrado en estudiar las características de las actividades de ocio y su relación con un mayor o menor efecto protector frente a la demencia. Aunque la mayor parte de estos trabajos evidencian que las actividades de ocio que implican un mayor desafío cognitivo al sujeto son las que parecen estar relacionadas con una mayor reserva cognitiva con la que afrontar los síntomas de la enfermedad, también se ha hallado que son positivas las actividades de tipo físico o social (Scarmeas y Stern, 2003). En este sentido Fritsch, Smyth, Debanne, Petot y Friedland (2005) también hallaron que, aunque las actividades que implicaban intercambio de ideas o encuentro con otros eran positivas en la conformación de una reserva cognitiva, son las actividades que implican una actividad cognitiva de búsqueda de nuevos estímulos las que estaban significativamente asociadas a una menor incidencia de Alzheimer. En relación con este hallazgo, también existen evidencias que relacionan una práctica de ocio sedentaria y popular entre los mayores, como es ver la televisión, con un mayor riesgo de desarrollo de esta patología (Lindstrom, Fritsch, Petot, Smyth, Chen, Debanne, Lerner, Friedland, 2005).

Frente a esta evidencia empírica, aparecen los datos sobre la realidad de las prácticas de ocio de numerosos mayores que se caracterizan todavía por un importante grado de pasividad y sedentarismo. En España, según la encuesta de uso del tiempo libre de las personas mayores (IMSERSO, 2007) existe una tendencia de correlación inversa entre la edad y la realización de actividades, excepto en lo que podría denominarse como ocio pasivo que es la única actividad que aumenta con la edad. La actividad cultural y de ocio más practicada por los mayores de 65 años es asistir a centros comerciales que se puede catalogar como nueva ya que es en estos últimos años cuando han proliferado este tipo de construcciones. La práctica de actividad física regular más popular es el paseo (un 69,4% de personas mayores entrevistadas lo ha practicado en las últimas cuatro semanas) y sólo una de cada cien personas mayores participa en alguna actividad de formación. ¿Cómo suscitar en las personas mayores el hábito de participar y el desarrollo de intereses que impulsen un estilo de envejecer activo y saludable? Tal y como se recoge en el informe de la Organización Mundial de la Salud sobre Envejecimiento activo (2002) es necesario crear las condiciones sociales necesarias para ello y promover el fortalecimiento –empowerment- y la sensibilidad de personas y comunidades. Para este fin resultará fundamental la puesta en marcha de procesos de sensibilización y educación para el ocio que contribuyan al desarrollo de una actitud favorable hacia el ocio, la eliminación de barreras que dificultan su práctica (no sólo arquitectónicas también personales) y, en especial, el desarrollo de nuevos intereses y redes de apoyo social que propicien un estilo de ocio activo y saludable.

Propiedades terapéuticas del ocio

Más allá de su potencialidad para prevenir situaciones no deseadas sobre la salud y el bienestar en general, el ocio puede cumplir una función terapéutica o rehabilitadora que contribuya a mejorar la calidad de vida de la persona cuando se produce una ausencia de las condiciones deseables de salud física y psíquica. Entendemos el "ocio terapéutico " como un proceso en el que se utilizan las experiencias de ocio para producir un cambio en la conducta de aquellos individuos con problemas o necesidades especiales (Monteagudo, 1996).

Esta función terapéutica del ocio ha sido puesta de relieve por numerosos estudios a lo largo de las dos últimas décadas y en la actualidad siguen desarrollándose investigaciones que intentan aportar nuevos elementos clarificadores. Muchos de estos trabajos se centran en las rehabilitación de los trastornos que sufre con mayor frecuencia el colectivo de personas ancianas, entre los cuales se hallan los accidentes cerebrovasculares de diferente gravedad, las patologías que cursan con dolor crónico (artrisits, cancer, fibromialgia, etc.) o la demencia. Estos trastornos constituyen una de las fuentes más importantes de discapacidad en las personas mayores de 65 años y afectan de manera considerable la calidad de vida de los pacientes que sobreviven dado que todos los ámbitos de desarrollo de la persona (familia, ocio, actividades de la vida diaria) se ven afectados.

Disfrutar de experiencias de ocio en la vejez contribuye a aumentar la percepción de felicidad del sujeto y favorece además, el ajuste a circunstancias vitales estresantes (Katz, 2000) como es la vivencia de una repentina limitación de la propia autonomía y la discapacidad más o menos severa. Por este motivo, el ocio es una variable estudiada en numerosos trabajos. Uno de ellos es el realizado por Sveen, Thommessen, Baltus-Holter, Wyller y Laake (2004) con pacientes mayores que habían sufrido un accidente cerebrovascular. Estos autores estudiaron el bienestar subjetivo de los componentes de una muestra a través de una versión adaptada del Cuestionario General de Salud (General Health Questionnaire GHQ) y su relación con el nivel de competencia mostrado para el desarrollo de actividades instrumentales de la vida diaria sirviéndose para esta última variable de la Escala de Actividades de la Vida diaria Nottingham (Nottingham Extended ADL Scale). Esta herramienta permite la medición de actividades instrumentales relacionadas con la movilidad (caminar fuera de casa, subir escaleras, entrar y salir del coche, cruzar calles, etc), cocinar (hacerse la propia comida, llevar una bebida caliente de una habitación a otra, lavar, etc), la realización de otras tareas domésticas (manejar dinero, lavar prendas de ropa pequeñas, hacer compras, etc.), y la realización de actividades de ocio (leer libros o periódicos, utilizar el teléfono, escribir cartas, salir con amigos, cuidar el jardín, etc.). El análisis de datos permitió concluir que la realización de actividades instrumentales de ocio era el principal predictor de bienestar subjetivo y estaba relacionado con el grado de satisfacción general de los pacientes con su vida. Por ello plantean, coincidiendo con Parker, Gladman y Drummond (1997), la necesidad de poner en marcha programas de rehabilitación que se sirvan del ocio e incluyan entre sus objetivos principales, ayudar al sujeto que ha padecido un accidente cerebrovascular a encontrar vías para su disfrute. Nour, Desrosiers, Gauthier y Carbonneau (2002) insisten en que este tipo de intervenciones debe servir de guía al anciano para el desarrollo de ciertas habilidad y actitudes hacia el ocio y estar perfectamente adaptados al paciente, siendo puestos en marcha en su casa, si esto fuera necesario. Se basan en los resultados de un estudio de Drummond y Walker (1995) sobre la eficacia de este tipo de programas. En concreto, los sujetos de la muestra utilizada en esta investigación fueron asignados aleatoriamente a tres grupos: un primer grupo experimental que participó en un programa de educación para el ocio; un segundo grupo experimental que fue destinatario de un programa de terapia ocupacional convencional (centrada en la práctica de actividades de vida diaria); y un tercer grupo que no fue objeto de ningún programa de rehabilitación. Los resultados mostraron que los sujetos que habían sido destinatarios del programa de educación para el ocio se percibían a si mismos significativamente más móviles y activos en relación con su ocio y con más energía que los sujetos de los otros dos grupos. Sin embargo el nivel de depresión de los sujetos de este grupo experimental no era estadísticamente diferente del de los otros grupos.

Otro de los usos habituales del ocio con finalidad terapéutica es el relacionado con el afrontamiento del dolor. El dolor es una experiencia subjetiva que si no se trata puede contribuir a que se desarrollen problemáticas asociadas como la depresión, el aumento de peso, las alteraciones del sueño, una disminución de la socialización y una reducción de la movilidad de la persona (Ferrell, Ferrell y Rivera, 1995; Warden, Hurley y Volicer, 2003).El dolor es un problema clínico entre las personas mayores que, por sus características, puede resultar complejo de diagnosticar y tratar. Se ha hallado que el desarrollo de actividades de ocio es un recurso útil para hacer frente a las situaciones derivadas de la vivencia de enfermedades crónicas (Hutchinson, Loy, Kleiber y Dattilo, 2003; Stevens-Ratchford y Lookingbill, 2004; Reynolds y Lim, 2007).Una de las primeras y más elementales funciones que puede cumplir la práctica de una actividad de ocio en estas personas es la distracción. Cuando el sujeto se involucra en una actividad placentera y entretenida, su dolor, aunque siga siendo evidente para ella, no es el foco principal de atención (Garden, 2004). Horgas (2003) alude a una investigación en la que se comparan los efectos del uso alternativo de terapias farmacológicas y no farmacológicas en el tratamiento del dolor de personas mayores con demencia. En dicho estudio se concluye que los síntomas dolorosos mejoraron en un 83.5% de los sujetos que recibieron medicación analgésica y en un 37% de aquellos que fueron destinatarios de una terapia alternativa de tipo físico y/o cognitivo-comportamental (capaz de modificar las percepciones de la persona y ofrecerle pautas de afrontamiento individual). A pesar de lo revelador de estos datos, parecen seguir siendo necesarios más estudios al respecto (Richeson, 2004). En lo que si parece existir cierto consenso es en la importancia de que las actividades de ocio que persiguen un fin terapéutico en los ancianos con dolor crónico deben ser actividades significativas para el sujeto, que distraigan su atención, que le ofrezcan apoyo social (Mobily, 1994; Kovach, Noonan y Griffie, 2001; Buettner, Fitszimmons, 2003; Shank y Coyles, 2002)y que refuercen su percepción de autoeficacia (Wise, 2004). Resumiento, el ocio y el desarrollo de la actividad continuada que éste implica permite a la persona con una dolencia crónicas una percepción de autocapacidad y expresión de la propia valía. El ocio se convierte así en un contexto en el que las personas se aceptan por lo que son, trascendiendo su enfermedad o discapacidad. Payne, Mowen y Montoro-Rodríguez (2006) sugieren a partir de sus trabajos con personas mayores con artritis que un repertorio amplio de ocio contribuye más positivamente al afrontamiento del dolor y a la mejora de la salud física percibida. En relación con esta potencial función del ocio como recurso para el afrontamiento de situaciones estresantes deben ser resaltados los trabajos de Iwasaki y Mannell (1998, 2000). Estos autores son los responsables del desarrollo de dos escalas que brindan a los estudiosos del tema nuevos recursos para la investigación; se trata de la Leisure Coping Belief Scale (que incluye dos dimensiones referidas a la autonomía en el ocio y las amistades de ocio), y la Leisure Coping Strategy Scale (que incluye tres dimensiones: leisure companionship, leisure palliative, leisure mood enhancement).

Otros trabajos han abordando la significación del ocio para personas con un diagnóstico de demencia progresiva (Phinney, Chaudhury y O’Connor, 2007) o discapacidad (Santiago y Coyle, 2004) y han encontrado que la práctica de actividades de ocio contribuye a la aceptación de la enfermedad y a conferir sentido a la vida. Además el ocio tiene otras aplicaciones terapéuticas en personas con demencia relacionado con los posibles comportamientos de deambular, gritar o agredir físicamente. En concreto Kolanowski, Buettner, Costa y Litaker (2001) analizaron la eficacia de las actividades de ocio terapéutico en conseguir minimizar dichas conductas disruptivas. A pesar de las limitaciones del estudio, derivadas fundamentalmente de la reducida muestra utilizada en el mismo, los autores introducen una consideración importante que puede ofrecer un criterio para la elección de las actividades de ocio. El criterio es el siguiente: las actividades deben ajustarse al sujeto en un doble sentido, el nivel de habilidad requerido para su realización y los intereses y personalidad del sujeto. Sólo así se conseguirá una continuidad en la actividad que permita la consecución de los objetivos perseguidos.

Conclusiones

Los efectos beneficiosos del ocio sobre el desarrollo personal, la prevención de patologías y, llegado el caso, la mejora de la calidad de vida en caso de enfermedad, justifican nuestra preocupación porque las personas mayores lleguen a desarrollar los recursos necesarios para disfrutar de experiencias de ocio variadas y saludables. Esto parece ser posible tanto en sujetos sanos como en aquellos que padecen alguna dolencia, en cuyo caso será necesaria la puesta en práctica de un programa de ocio terapéutico.

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Dra. Silvia Martínez
Profesora en la Facultad de Filosofía y Ciencias de la Educación de la Universidad de Deusto. Directora del Curso de Especialización en Gerontología y miembro del Equipo de Investigación en Gerontología de la Universidad de Deusto. De 1995 a 2005 directora del Programa de Formación Permanente de Adultos "Ocio Cultural Universitario".

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