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Número Aniversario (10 años!!) - Noviembre 2008

La vejez como producción subjetiva.
Representación e imaginario social

Fernando Berriel
ferber@psico.edu.uy

Resumen

El presente texto aborda las representaciones actuales del envejecimiento y la vejez en los propios Adultos Mayores. Parte de algunas consideraciones teóricas sobre el lugar que los viejos han ocupado en la Modernidad. Luego comunica algunos de los resultados obtenidos en un estudio cualitativo desarrollado en la ciudad de Montevideo. De estos resultados se siguen dos líneas de conclusiones: Unas referidas a la elaboración de políticas sociales para los Adultos Mayores y el envejecimiento. Otras directamente centradas en las perspectivas de la Psicogerontología en su afán de aportar conocimientos y prácticas profesionales. Se desarrolla la concepción de clínica del autor. Se concluye que las prácticas clínicas, consideradas en un sentido muy amplio, con adultos mayores, deben incorporar en forma central el trabajo con las representaciones sociales y las producciones imaginarias sobre la vejez y el envejecimiento.

 

Introducción

Seguramente pasará mucho tiempo antes de que hablar de las representaciones sociales sobre el envejecimiento y la vejez no constituya un esfuerzo por develar, digámoslo directamente, procesos de dominación, discriminación y segregación, que se inscriben en el campo de la producción de sentido, pero también en el universo de las pasiones y de los deseos, anudados muchas veces al poder a través de complejos mecanismos discursivos y extradiscursivos.

Esta exposición sobre las representaciones sociales de la vejez, el imaginario social y el envejecimiento no se orienta, sin embargo, hacia el conocimiento de los significados que un colectivo amplio adjudicaría a un grupo más restringido de personas o a un proceso humano por vivir, en este caso el envejecimiento. Por el contrario, en esta comunicación pretendemos compartir algunos nuevos conocimientos sobre las representaciones sociales del envejecimiento que hemos estudiado con otros compañeros en los propios adultos mayores montevideanos, para luego considerar algunos aspectos de la relación que este universo dinámico de significados guarda con la subjetividad de esos mismos sujetos.

Tradicionalmente, el medio académico, social y político ha reconocido sin demasiadas dificultades las actitudes prejuiciosas que las sociedades modernas tienen respecto a la vejez. En el Río de la Plata es ineludible la referencia a los desarrollos conceptuales de Leopoldo Salvarezza (1993). Este autor, muy importante para nosotros, acuña el término "viejismo" como equivalente de la expresión "ageism" de R. N. Butler, y designa así al "conjunto de prejuicios, estereotipos y discriminaciones que se aplican a los viejos simplemente en función de su edad" (p. 23). Por sus efectos, resulta comparable a otros prejuicios y discriminaciones aplicadas a otros grupos de personas en función de su sexo, su orientación sexual, el color de su piel, su religión, etc., lo que ya implica una dimensión política sobre la que luego volveremos. Lo distinto radica en que en este caso no se trata de personas que nacen en una supuesta condición diferencial, sino que llevan determinado tiempo de vida.

Esto último tiene dos derivaciones importantes. En primer lugar se discrimina en función de un rasgo que, si se vive lo suficiente, se terminará por detentar. En segundo término, el rasgo en el que, en un proceso de tipo metonímico, se asentará el prejuicio, será identificado en gran medida a través del reconocimiento del cuerpo. Esta última derivación nos ha llevado a la investigación de la imagen del cuerpo en el envejecimiento y también en otras franjas etarias (Berriel y Pérez, 2006, 2005 y 2002; Berriel, 2007, 2004, 2003, 2003b)

Estos estudios, así como la investigación teórica, nos ha señalado el hecho de que la perspectiva conceptual del prejuicio y el estereotipo presenta una serie de limitaciones para abordar el tema que nos ocupa. En ello pagan tributo a su pertenencia teórica al campo de las ciencias de la conducta. A pesar de los esfuerzos de articular estos fenómenos con algunos desarrollos psicoanalíticos, estos constructos teóricos no nos permiten exceder los límites de los seres humanos entendidos como sujetos de comportamiento.

Si pretendemos un abordaje más comprensivo del fenómeno, se hace necesario recurrir a otros conceptos. Uno de ellos es el de las representaciones sociales del envejecimiento, la vejez y los viejos. Se ha definido al enfoque en el estudio de las representaciones sociales como una "epistemología del sentido común" (Banchs, 1986). Así, las representaciones sociales de la vejez constituirían un sistema lógico no científico, construido en y a través de la interacción "cara a cara" con los miembros de los grupos que nos dan una identidad social y le dan un sentido a la realidad. La "fuerza" de las representaciones sociales como formas de conocer el mundo radica justamente en su cualidad de "atajo" para acceder a fenómenos complejos y en lo que en cuanto a identidad, pertinencia y pertenencia social aportan (Moscovici et al., 1991).

Monchietti y Lombardo (2000), por ejemplo, han estudiado desde esta perspectiva los discursos dominantes sobre la vejez., destacando que predominan las representaciones de naturaleza negativa. También concluyen que "la representación de sí que el anciano tiene en cuanto tal, se ve influida por la representación que, de la vejez, circula en el discurso de un grupo social determinado" y establecen que "las significaciones generalmente asignadas son casi equivalentes a agresiones explícitas o solapadas; "chochea", "viejo verde", "resentido", etc.." (p.1). Una conclusión clara que podemos extraer de estos aportes es que estas representaciones sociales, estos prejuicios y estereotipos, al dar lugar a valoraciones jerárquicas (cuerpo joven > cuerpo viejo) y a discriminaciones, encierran una dimensión política.

El poder se define, con Spinoza, como la capacidad de afección que, en el marco de una relación entre formaciones subjetivas, tiene un término respecto a otro, tanto en dimensiones macro como micro sociales (Fernández, 1994). Para Foucault (1989), el funcionamiento y la reproducción del poder exige enunciados, normas, sistemas de legitimación, sanciones de las conductas no deseables (discursos del orden). Pero también (cf. Marí, 1993) necesita de prácticas extradiscursivas, a partir "de soportes mitológicos, emblemas, rituales que hablen a las pasiones y, en consecuencia, disciplinen los cuerpos" (Fernández, 1994, p. 240), requiere de un universo de significaciones que más que a la razón interpele a las emociones, a los sentimientos, dando lugar a rituales que regulen comportamientos de agresión, de miedo, de amor, que anuden los deseos al poder. En tal sentido es que aludimos a lo que Castoriadis (1987, 1993) denomina imaginario social efectivo o instituido, el que "suministra esquemas repetitivos, crea marcos de preceptos y pone en conexión regularidades de los comportamientos con los fines y las metas del poder" (Fernández, 1994, p. 241).

La Institución Imaginaria de la Vejez

¿Qué instituye una sociedad? Esta puede ser una formulación de la pregunta de investigación de Castoriadis, y ésta su hipótesis de trabajo: instituye significaciones. Siguiendo esta idea, el conjunto de significaciones relacionadas con el envejecimiento y la vejez se van a relacionar con la propia institución de una sociedad. Bauman (1998,1999) considera que la Modernidad, como proyecto, se ha regido por dos formaciones de sentido que le han sido muy preciadas: "el sueño de la pureza" y el "afán del orden". Desde estas bases la Modernidad elaboró los ideales de belleza, orden, higiene, y se esforzó en configurar complejos dispositivos orientados a limpiar lo sucio y a ordenar el desorden. Necesitó para ello dar una nueva estructura al mundo. Se buscó entonces preservar el orden y, con él, la inteligibilidad del ambiente. Esto abarcó también, por supuesto, a las personas y a las poblaciones, en tanto constituían una de las mayores "fuentes y corporizaciones de lo sucio". Esta perspectiva de lo humano fue particularmente así en relación a determinados grupos, categorías de personas que alterarían el orden del ambiente. Desde este pensamiento único, estos obstáculos para la perfección constituyen una nueva categoría: los otros. Los viejos han formado parte de esta pléyade de sucios, feos y malos, de locos, de pobres y de viejos.

Ese conjunto de cristalizaciones de sentidos y de repetición de prácticas discursivas y extradiscursivas articuladas que constituyen el imaginario social efectivo o instituido propio de la modernidad, no admite otro orden que el de sus propias significaciones, antes que posibilitar otras organizaciones lo que produce son los otros de un orden tomado como único posible, adecuado y correcto. Los otros son también el afuera del orden, los fuera del orden que, como tales, deben ser eliminados: adecuarse o desaparecer, ser retirados de los espacios reservados a los normalizados. El mundo se torna administrable, las personas pasan a ser vistas como gobernables y aquellos que deben ser incluidos en los sistemas normativos y normalizadores de esa sociedad recibirán una especial atención.

Bajo la convicción del control y del ordenamiento del mundo por la racionalidad, el pensamiento moderno embebió también el campo de las ciencias del comportamiento, en la búsqueda de un sujeto universal y, de hecho lo construyó, determinando para él, entre otras prescripciones, etapas de desarrollo y modos de existencia adecuados desde el punto de vista psicológico. Un ejemplo de ello lo constituye el modelo deficitario del envejecimiento, en especial la teoría de la desvinculación de Cummings y Henry, magistralmente desmenuzada y criticada hace veinte años, a partir de múltiples aportes previos, por Leopoldo Salvarezza (1993).

Entonces, esa institución imaginaria que constituye el viejo, y de ahí el envejecimiento y la vejez, sólo puede desarticularse desde una práctica crítica radical de ese Sujeto Universal del racionalismo y humanismo modernos (Ema, 2004), sobre todo agenciándonos a partir de dos fenómenos importantes de la sociedad actual:

Una Generación Bisagra

En el año 2006 se publicó el Estudio Cualitativo del Proyecto Género y Generaciones sobre la reproducción biológica y social de la población uruguaya (López Gómez, A., 2006). El informe de la investigación cualitativa del componente Adultos Mayores en el marco de ese estudio se denominó: Sedimentos y Transformaciones en la Construcción Psicosocial de la Vejez (Berriel, Pérez y Paredes, 2006). Este estudio muestra, entre otras cosas, algunas características importantes de la expresión del imaginario social sobre la vejez en los propios adultos mayores uruguayos.

En primer término, señalaremos que aún hoy, y a pesar de todo lo producido desde las disciplinas científicas y desde las políticas socio – sanitarias, existe una visión negativa del envejecimiento asentada en algunas cristalizaciones de sentido:

La asimilación de la vejez a la enfermedad

Autoexclusión de la vejez

Correlación entre envejecimiento y pasividad

La vejez vinculada a la dependencia

La pérdida de autonomía y las ideas muerte en los varones

La vejez como fallas en el cuerpo considerado como instrumento

La vejez como pérdida de atributos estéticos

La vejez como una soledad temida

La vejez conlleva más libertad para la mujer

La actitud subjetiva hacia la vejez puede incidir en ella

La buena vejez: la mayor cantidad de actividad posible

Virtudes tradicionales de la vejez

Calidad de la vejez relacionada con la calidad de la información

La red social y vincular como panacea para el envejecimiento

Se debe estar bien en la vejez

En este estudio concluíamos que la representación social del envejecimiento y la vejez que tienen los propios adultos mayores merece la definición de compleja. Ya no habría una representación más o menos única, simple, dada en forma casi exclusiva por el modelo tradicional de envejecimiento y por una directa y simple vinculación del envejecimiento con la pasividad, el declive y la enfermedad. Este modelo tradicional no ha perdido aun probablemente su condición de hegemónico, sin embargo, coexiste con un nuevo paradigma con contenidos casi inversos. Las percepciones que encontramos en los sujetos toman elementos de ambos modelos, son producciones contaminadas de ambos paradigmas. Sin embargo los contenidos que componen estas producciones, las formas en las que los mismos se combinan y se manifiestan no se dan en forma meramente caótica, sino que en su complejidad dejan entrever algunos mecanismos que permiten profundizar en las principales características que adopta la producción y reproducción de la vejez y el envejecimiento en el Uruguay de comienzos del siglo XXI, y especialmente el registro subjetivo de estos procesos de producción y reproducción por parte de los adultos mayores, lo que nos permite reflexionar en la eficacia de esta percepción subjetiva en la producción de prácticas concretas.

Tomemos en cuenta que la gran mayoría de nuestros viejos han nacido en la década de 1930 y el comienzo de los ’40. Diversos fenómenos macrosociales atraviesan su historia. A partir de los elementos recogidos en el estudio de Género y Generaciones, podemos destacar los siguientes: el pasaje, aun no definitivamente culminado, de una "cultura bárbara" a una "sensibilidad civilizada" (Barrán, 1990); la transición demográfica del Uruguay ligada a la experiencia de una economía del ahorro y su transición a una economía de consumo; la integración masiva de la mujer al mundo laboral; el surgimiento, apogeo y deterioro de la integración (interclases) y la movilidad social, ligada a una clase media trabajadora como eje de una sociedad organizada en torno al trabajo.

Si enumeramos los elementos que surgen como centrales en la caracterización

Que, en el estudio referido, hacen los adultos mayores de los escenarios en los cuales se forman como sujetos, se nos presenta un conjunto articulado de instancias y dinámicas que dan lugar a verdaderas condiciones de producción de las subjetividades propias de una época: sistemas jerárquicos rígidos, fundamentalmente instaurados e internalizados en un cierto tipo de institución familiar, la que proporciona modelos identificatorios estables (Berriel, 2003). Marcada escisión de los ámbitos y los roles sociales, determinando especialmente marcadas diferencias para hombres y mujeres, inscribiéndolos, de acuerdo a su pertenencia a estas construcciones de género concebidas como universales, en estructuras jerárquicas (hombre>mujer) desde las que el envejecimiento masculino y femenino serán significados y vividos. Una fuerte incitación a buscar y creer en el progreso social e individual, sostenida desde una cierta manera de transitar las sucesivas inscripciones sociales e institucionales (familiares, laborales, culturales, sanitarias, políticas, gremiales, académicas, etcétera) que jalonarán emblemas identificatorios centrales para la construcción del proyecto identificatorio (Aulagnier, 1994) y para el sentido que el envejecimiento adoptará en su marco.

Si nos centramos ahora en los cambios que se describen en estas condiciones de producción subjetiva, se puede percibir una sociedad que transita de una a otra formación histórica: los sistemas jerárquicos se esfuman gradualmente en sus visibilidades, flexibilizándose su estilo despótico, aunque no varíen sustancialmente en su fondo autoritario; los modelos identificatorios se tornan cada vez más lábiles, intercambiables, móviles, hasta prescindibles en su identidad (Berriel, 2003b); los ámbitos, la distribución de los espacios físicos e imaginarios se transforma, dando la sensación de mayores niveles de visibilidad (particularmente de los cuerpos), mayor permeabilidad a la luz, mayor transparencia, aunque acompañada en verdad de nuevas opacidades, sentimientos de sobreexposición y sensaciones de peligrosidad de los entornos públicos, que ya no están tan limitados por prohibiciones y vergüenzas pero implican nuevos riesgos; la ligazón antes incuestionable entre progreso individual y colectivo (progresismo histórico) comienza tenue y gradualmente a ser desplazada. Generación en tránsito de una sociedad disciplinaria a una sociedad de control (Deleuze, 1990).

El referido capítulo que redactáramos junto a Mariana Paredes y Robert Pérez concluye con algunas recomendaciones en torno a políticas sociales. En primer lugar establecía la necesidad de admitir que en el Uruguay, y en general en las sociedades actuales, los adultos mayores "constituyen un colectivo que no sólo es insuficientemente atendido por las políticas sociales, sino que es discriminado, infravalorado y segregado socialmente" (p.117). Además, junto a Robert Pérez (2002) hemos destacado el hecho de que, en Uruguay, este grupo etario presenta un alto nivel de autovalidez, autonomía funcional y disposición de sus capacidades físicas e intelectuales. Es claramente falso el difundido prejuicio que asimila vejez a enfermedad y se establece claramente que en esa población se encuentran importantes recursos para el desarrollo social.

Sin embargo, uno de los principales problemas que el estudio de Género y Generaciones nos mostró que existe para movilizar ese recurso, radica en el imaginario social instituido respecto a la vejez y el envejecimiento. Decía el referido texto en su parte final: "Un elemento a considerar sería la implementación de políticas de sensibilización y crítica de las concepciones imperantes en nuestra sociedad sobre el envejecimiento, de una manera que, desmarcada del modelo tradicional (prejuicioso y segregacionista) y del modelo emergente "políticamente correcto" (centrado en un activismo acrítico), incorpore a los propios adultos mayores junto a otros sectores sociales en la construcción de nuevas significaciones y prácticas significativas. Esta integración social de los adultos mayores es uno de los desafíos más importantes y de mayor impacto. Sin embargo, nuestro país presenta tres características que han conspirado durante décadas contra esta integración, a saber: escasa integración etaria; retiro laboral abrupto y pretendidamente total; políticas sociales y sanitarias específicas asistencialistas, pasivizantes y fragmentadas" (p. 117).

Cualquier política de estado articulada con la sociedad civil que se pretenda efectiva, debería abordar estas debilidades estructurales del abordaje que hasta el momento se hace de los temas relacionados con la vejez y el envejecimiento. Lamentablemente, luego de un año largo de publicado aquél estudio es poco lo que se ha avanzado concretamente en ese sentido. No perdemos, sin embargo la esperanza, y sabemos de algunos esfuerzos por comenzar a andar más decididamente.

Las Implicaciones Clínicas del Imaginario Social

Tenemos una concepción de clínica que excede el abordaje desde una única perspectiva teórica. Y creemos que esto permite también exceder los sedentarismos a los que, inevitablemente, la autorreferencia teórica y documental por un lado y la estandarización de los abordajes estratégicos por otro, pueden conducir al encuentro clínico. También dejamos sentado que la clínica es, ante todo, una perspectiva que busca la emergencia de la singularidad y la multiplicidad y que, entonces, la clínica que practicamos en y con los equipos por los que transitamos incluye a los individuos, pero también a los grupos, a las familias, a las instituciones, a las comunidades. Se trata de una clínica móvil (Rodríguez Nebot, 2004).

Quien asiste a un encuentro clínico en el marco del cual humildemente buscamos intervenir, se encuentra ante una tensión relacionada a la (im)posibilidad de una acción. La acción se produce en la emergencia de un acontecimiento que trae novedad al mundo, ante un trasfondo de sedimentaciones que funcionan como su condición de posibilidad. Así, quien nos consulta, ya sea una persona, una pareja, una familia, está atrapado entre la imposibilidad de existir como expresión de esa sustancia "viejo" cristalizada en el imaginario social efectivo que la produce con atributos de necesaria y clausurada, aún cuando cabalga los dos paradigmas aludidos, y la existencia como una urgencia por ser de alguna manera, no necesaria, no definitiva, sino contingente, perecedera y cambiante, aunque no arbitraria.

El exceso de sentido que el imaginario social necesita sostener sobre la vejez y el envejecimiento da lugar a una progresiva pérdida de sentido dada por la clausura de la interrogación (y en esto las perspectivas organicistas de la subjetividad son claramente cómplices) o por un exceso de respuestas. De allí se sale, en palabras de Castoriadis, a través de la producción de un imaginario radical o instituyente, dando lugar a nuevos procesos de subjetivación por la única vía posible: la de las prácticas, la de la articulación. Articular lo desarticulado, desarticular lo cristalizado tanto en el plano discursivo (y principalmente de los enunciados, como en el extra discursivo, de las visibilidades, de las percicibilidades.

Cuanta más experiencia clínica vamos desarrollando, gracias a la confianza de los adultos mayores que nos consultan y nos formulan sus problemas, y a los compañeros que nos "soportan" en los equipos por los que transitamos, más convencidos estamos de algo que ya empezamos a avizorar hace unos años: Las especificidades del trabajo clínico con adultos mayores no son muchas, y la principal es la capacidad crítica de los profesionales para abordar la eficacia simbólica del imaginario social instituido, el carácter preformativo de los discursos sobre la vejez. La mayoría de las situaciones clínicas que debemos abordar se relacionan en algún nivel con cierta producción de realidad a partir de este imaginario hecho acto o narrativa.

Un ejemplo de ello es el fenómeno de la identidad unívoca ("yo siempre he sido el mismo y no voy a cambiar"), señalado por Graciela Zarebski (2005) como un claro factor de riesgo psicológico en el envejecimiento. Es claro que las narrativas en las que se sostiene esta producción de una identidad unívoca se vinculan a lo aludido en cuanto a la atribución de esencialidad como una de las características del imaginario social. Sólo para ilustrar la relevancia que esto tiene, tengamos en cuenta que hemos podido determinar (Berriel y Pérez, 2007) que entre los elementos de lo que desde algunos enfoques se denomina "personalidad premórbida" en los casos de enfermedad de Alzheimer, tienen una importante presencia tanto la visión negativa del envejecimiento y la vejez como la presencia de características propias de una identidad unívoca.

Por ello, la práctica clínica, tal como la entendemos ha de posibilitar hacer visible la contingencia que nos define, es decir, nuestro modo concreto de existencia, situado, , no necesario, no natural, no esencial. Y debe dar lugar a la incorporación de novedad, tal que subvierta un orden dado y se proponga fijar otros.

¿Está la Psicogerontología en condiciones de plantearse esta apuesta y, de este modo, realizar aportes sustantivos a un imaginario ya no sólo emergente, sino radical, instituyente del envejecimiento? Creemos que sí.

Notas

1 Artículo publicado en: Facultad de Psicología de la Universidad de la República (2007) Envejecimiento, Memoria colectiva y construcción de Futuro. Memorias del II Congreso Iberoamericano de Psicogerontología y I Congreso Uruguayo de Psicogerontología. Montevideo: Psicolibros Universitario, pp. 59-68

2 Psicólogo. Psicoterapeuta. Magister en Psicología Social. Profesor Adjunto del Servicio de Psicología de la Vejez y Responsable de la Unidad de Apoyo a la Investigación de la Facultad de Psicología, Universidad de la República.

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