Volver a la página principal
Número 35 - Abril 2019

El humor y la risa

Iván Galvani

Resumen:

El artículo recorre la mirada de diferentes filósofos, sociólogos y antropólogos sobre el humor y la risa, para repensar diferentes dimensiones de la vejez.

1. Introducción:

Aristóteles sostenía que el hombre es el único ser viviente que ríe. La risa, como una de las formas siempre móviles que adquieren las pasiones y emociones, nos invita a pensar acerca de la condición humana. Por otra parte, el humor y la risa también tienen un carácter contextual y son diferentes en distintas sociedades, grupos y períodos históricos. Podemos advertir que aquello que es objeto de humor en un determinado grupo de personas, puede ser considerado de mal gusto o incluso una ofensa para otros. Una broma o un chiste no es comprendido si no se conocen mínimamente las circunstancias en las que se produce o aquello a lo que se hace alusión. Poder reírse con alguien, también es conocerlo.
De qué nos reímos, cuando y cómo nos reímos, de quién, quién se ríe de quién y de qué manera, en qué circunstancias, de qué distintos modos, se encuentra en relación con el tipo de sociedad y cultura a la que pertenecemos. Expresa relaciones de poder, distancias y cercanías sociales, valores, formas de sociabilidad.

No obstante la pregunta por lo universal sigue permaneciendo. En la filosofía, en los análisis literarios, cada vez que advertimos que existen clásicos del pensamiento y el arte, que, aún a través del tamiz de las distintas culturas, no siguen haciendo reír, llorar, asombrar o estremecer. Es que, aún bajo distintas formas, la risa, al igual que el resto de las pasiones y emociones, es algo inherente a la condición humana. Abarca todas las épocas, culturas y momentos de la vida.
Vista de esta manera, la risa habilita una de las preguntas fundantes de la Antropología Social: “la pregunta por la igualdad en la diversidad y la diversidad en la igualdad” (Krotz, 2006: 19). Según Krotz, cada vez que reconocemos a otro ser humano reconocemos a alguien diferente pero a su vez a alguien con quien compartimos algo, de modo que también lo consideramos humano igual que nosotros. A través de la risa podemos advertir esta condición. Siempre la risa es contextual, siempre tiene distintos significados y adopta diferentes modos. Pero siempre está. La Antropología se ha planteado esta pregunta y la ha resuelto de diferentes maneras. Una de las más clásicas es ubicando a lo universal en el terreno de la naturaleza y a lo particular en el ámbito de la cultura (Lévi-Strauss, 1993). Todos los seres humanos poseemos características biológicas comunes: tenemos una misma anatomía,  racionalidad, lenguaje, pasiones y emociones. Pero a la vez tenemos diferentes maneras de expresarlas y de resolver nuestras necesidades naturales. De este modo, si bien por ejemplo la necesidad de comer es propia de la condición humana, ésta se resuelve de muy diferentes maneras en diferentes sociedades a lo largo del tiempo. Maneras que no se reducen a satisfacer necesidades materiales sino que también expresan valores éticos, estéticos y morales.

2. La risa como emoción:

Como algo universal pero que se siempre se manifiesta de maneras particulares, podemos ubicar a la risa dentro de las emociones y las pasiones. No se ubican exclusivamente en el plano de lo biológico y de lo puramente irracional, sino que se encuentran moldeadas culturalmente (Le Breton, 2012; Bourdin 2016).

Lejos de reducirse a aspectos puramente fisiológicos, las emociones son algo aprendido en el proceso de socialización, desde nuestra más remota infancia. Aprendemos en qué momentos y lugares y frente a quiénes es posible llorar, reírse o enojarse, y de qué modos hacerlo. Hay lugares o circunstancias en las que es esperable que se manifieste cierto tipo de emoción, mientras que otras pueden ser consideradas indeseables. Aún más, existen por lo general ciertos acuerdos sociales implícitos acerca del modo en que las debemos manifestar. Donde una risa leve puede comunicar empatía, una carcajada puede pasar a ser un gesto de mal gusto.
Así, desde las ciencias sociales podemos encontrar explicaciones para las diferentes formas en las que las emociones se manifiestan. A partir de la modernidad, se produce un distanciamiento con el mundo (incluido el propio cuerpo), que pasa a ser considerado como objeto. El mundo, más que vivido, es algo a analizar. Las fuerzas de la naturaleza son algo a domesticar y controlar. Las emociones quedan así relegadas al plano de lo puramente subjetivo, algo de lo que es preciso liberarse para lograr una correcta comprensión del mundo (Le Breton, 2002). Sin embargo, aún así, las emociones son parte de la vida social y también intervienen en su estructuración, y, aunque pueden ser controlables, son también indisociables de los procesos cognitivos.

3. La risa y las relaciones sociales:

Las manifestaciones de las emociones tienen distinto significado según frente a quiénes se estén realizando. En antropólogo inglés Radcliffe-Brown (1986) estudió lo que denomina “relaciones burlescas” (hacer bromas a alguien) en distintas sociedades no capitalistas. Encuentra que en algunos casos, este tipo de relaciones no sólo es tolerado sino que incluso tienen cierta obligatoriedad, considerándose una falta no hacerlo. La relación burlesca implica un acortamiento de las distancias sociales y la posibilidad de dirimir diferencias de intereses evitando conflictos mayores. La otra manera, opuesta, de hacerlo, es generando respeto, formas de evitación mutua. El respeto, el trato circunspecto, es exigido cuando se considera necesario sostener distancias y asimetrías, principalmente para construir y reconocer autoridad. Así por ejemplo, Radcliffe-Brown encuentra que por lo general se mantienen relaciones de respeto entre los jóvenes y la generación mayor de sus padres. En cambio, se producen relaciones burlescas con sus abuelos. Los padres se encuentran en el centro de la vida social y deben organizar diversas actividades para lo cual deben tener autoridad. En cambio con los abuelos, en proceso de retiro del centro de la vida social, se generan relaciones más distendidas. En otros casos, cuando las relaciones son asimétricas, quien se encuentra en posición de superioridad puede burlarse del otro, y éste tiene que aceptar la broma, pero no puede hacer lo mismo (A se puede burlar de B pero B no se puede burlar de A). Así suele suceder por ejemplo, entre padres e hijos. En otras sociedades donde son frecuentes las uniones conyugales entre primos cruzados (hijos/as del hermano del padre con hijos/as del hermano de la madre), no solamente se establecen entre estos primos relaciones burlescas sino que no hacerlo es considerado un desprecio. En este último caso, las relaciones burlescas distienden las posibles diferencias que puedan haber entre una familia y otra.
Así, el modo y la intensidad de las relaciones burlescas o de respeto que deben mantenerse en cada sociedad revela asimetrías y distancias sociales, y su intento de resolverlas en la vida práctica. El análisis de Radcliffe-Brown acerca de las relaciones burlescas, revela la estructura social de las diferentes sociedades.

Por su parte Goffman, sociólogo norteamericano, analiza las relaciones cara a cara entre las personas, lo que se denomina “interacción”. En La presentación de la persona en la vida cotidiana (2004) explica que en nuestra vida cotidiana estamos permanentemente “actuando” diferentes roles, según lo que sea requerido en cada diferente ámbito. Fácilmente podemos advertir que, aún siendo “nosotros mismos”, nos comportamos de diferentes maneras si estamos por ejemplo en un espacio educativo, en un lugar religioso, en un evento deportivo o en una cena entre amigos. Cada escenario de interacción requiere de diferentes roles o “performances”, a los cuales cada individuo por lo general se adapta para cumplir con lo que de él se espera. Así, se espera que en distintas situaciones manifestemos emociones diferentes, y en medidas diferentes. Si en algunos espacios o situaciones se espera e incluso se exige circunspección y seriedad, en otros, por ejemplo en reuniones de amigos, no ser jocoso puede ser interpretado en términos negativos.

4. El control de las emociones:

Existe un tipo de humor que está destinado a sostener las convenciones, actuando como sutil forma de control social. Para el filósofo francés Bergson (2011), nos reímos cuando alguien se sale de su conducta esperada o cuando comete una torpeza. La risa mantiene a raya ciertos actos y conductas excéntricas para inducirnos a adaptarnos a la vida social. Es la risa que señala de manera benévola aquellos comportamientos considerados incorrectos.
El control de las emociones tiende a facilitar la convivencia cotidiana en las sociedades modernas. Para el sociólogo Elias (1993), a partir del renacimiento se produce un proceso de la civilización, consistente en un crecimiento del control de las emociones, las pasiones y las pulsiones corporales. Acciones como escupir en la mesa, que resultaban totalmente naturales hacia fines de la Edad Media, comienzan a sancionarse. Del mismo modo se van relegando al plano de lo íntimo las acciones relacionadas con las necesidades corporales, hasta llegar al refinamiento y el minucioso control de la conducta de finales del siglo XIX y principios del XX. El proceso de la civilización está relacionado con un proceso de racionalización de la vida social, conjuntamente con una mayor complejización de las sociedades modernas, donde hay una cada vez mayor diferenciación de las actividades. Conjuntamente con la conformación del Estado, se van construyendo las esferas de lo privado y lo público, y delimitando las distintas actividades que pertenecen a cada ámbito. La expresión de los sentimientos y emociones por supuesto no desaparece sino que se fue controlando y confinando a ciertos momentos, espacios y modos. En términos generales, Elias observa un crecimiento del autocontrol individual y de los umbrales de la vergüenza como sentimiento.

Siguiendo las ideas de estos autores, imaginemos una situación donde cada uno expresara de manera absolutamente libre y espontánea sus sentimientos, sin reparo en el momento y el lugar o en sus interlocutores. Imaginemos por ejemplo a alguien riendo desenfrenadamente a carcajadas en medio de una clase o en medio de un evento fúnebre, porque algo le pareció gracioso. O a alguien que, apenas siente algún tipo de deseo o pasión por alguna otra persona, automáticamente va y se lo comunica, sin reparar en modos y circunstancias. Pensemos qué ocurriría si, para satisfacer nuestras necesidades biológicas lo hiciéramos en cualquier lugar, apenas sentimos la necesidad. Más aún, qué ocurriría con nuestros deseos y sentimientos negativos si los manifestáramos sin ningún tipo de control.

El autocontrol de las emociones es indispensable para la vida social. Pero por otra parte, el control de los cuerpos y de las emociones también expresa relaciones de poder y establece formas de dominación. Encauzar las emociones, controlarlas, confinarlas a ciertos modos y espacios, establecer diferencias entre distintas clases de personas (por ejemplo según género, edad o clase social) respecto de cómo deban manifestar sus emociones. Particular interés tiene el control de la risa, porque ésta tiene un efecto liberador. No por casualidad algunos gobiernos autoritarios suelen prohibir los carnavales.

5. Risa, poder y moralidad:

La risa está siempre asociada con valores morales. No solamente porque a partir de la moralidad se señalan como buenas o malas ciertas formas de risa, sino que es producto de la misma moralidad que aprendemos a reírnos de diferentes maneras. La moralidad, como aspecto de la cultura, siempre lábil y contradictoria, va conformando distintos modos de risa.

Los textos bíblicos establecían diferencias entre risas consideradas correctas e incorrectas. En el libro del Génesis hay dos tipos de risa, representadas en el personaje de Sara, esposa de Abraham: la risa que es producto de la felicidad (en este caso, provocada por el contacto con la divinidad), y la risa irónica, que descalifica. Este segundo tipo se representa de la siguiente manera: Dios le comunica a Sara, de 90 años, que va a concebir un hijo con Abraham. Entonces ésta se ríe. ¿Cómo una persona de semejante edad va a poder concebir? Dios luego la reprende y le dice que para Él todo es posible  (Camacho, 2003). Aquí se establece una diferencia entre la risa que genera empatía, que nos permite acercarnos a un otro, y la risa degradante, que descalifica y distancia. En el  mundo contemporáneo podríamos decir que la risa que descalifica es la risa que estigmatiza, que señala y remarca alguna debilidad del otro para encasillarlo en estereotipos negativos. Pero cabe también una segunda interpretación: la risa de Sara es la risa que cuestiona el orden establecido, frente a la (podríamos decir aparente) felicidad de quien no cuestiona.

Estas dos clasificaciones establecen sendos modos arquetípicos de considerar la risa en términos de moralidad. La risa, al igual que el resto de las emociones (pero tal vez en mayor medida) es siempre objeto de apreciaciones éticas y morales. Así desde el poder se establece cómo debemos expresar nuestras emociones, en este caso la risa.

Comencemos por la risa que descalifica. ¿Es posible reírse de todo? ¿De cualquier persona? ¿Es ético reírse, por ejemplo, de la desgracia ajena? De qué y cómo nos reímos es algo que está sometido a juicios de valor. En todas las sociedades existen momentos y lugares donde no es considerado correcto reírse. Del mismo modo, no cualquiera se puede reír de cualquiera. Mientras que la risa de los pobres y los débiles suele ser representada como picaresca, inversamente la risa de los ricos y poderosos por lo general aparece como maléfica.

En otros casos, el humor se utiliza en función de jerarquías entre las personas. Cosas que para unos no están permitidas, si las hacen otros son motivos de humor. Volvamos a Goffman: el pobre que se ríe, se burla y comente una grosería no lo hace (por lo menos no solamente) por falta de educación. Lo hace porque no tiene nada que perder, no tiene un status que conservar. Los juicios sobre la risa también establecen diferencias de acuerdo a la posición social de cada individuo. Esto sucede por ejemplo en el caso de los niños o de los borrachos. Tomarse algunas de sus acciones con humor supone evitar sanciones, considerando que la persona que comete las faltas no tiene toda la capacidad de discernimiento.
Así, cotidianamente podemos observar juicios sobre si está bien o no reírse de alguien, en qué lugares nos podemos reír y en qué lugares no, o de qué modo nos podemos reír o no. Por ejemplo, en nuestro país un recurso muy típico de los programas cómicos televisivos para provocar humor es exhibir mujeres jóvenes semidesnudas y hacer alusiones a su cuerpo y comentarios con “doble sentido” relacionados con la sexualidad. En años recientes se han producido algunos cambios respecto de la interpretación de estas representaciones y las emociones que nos provocan. Actualmente es algo que para por lo menos algunos sectores de la sociedad no es gracioso, y es objeto de cuestionamientos. Es señalado como una conducta que cosifica a las mujeres representándolas pura y exclusivamente como objetos de los deseos sexuales masculinos. Este tipo de risa pasa a ser considerada, por lo menos por algunas personas, como una risa estigmatizante y tiende a ser rechazada. Así, mientras que para algunas personas es gracioso, para otras no lo es.

A diferencia de la burla que estudia Radcliffe-Brown, que es aceptada por las distintas partes porque distiende las relaciones sociales y permite expresar algunas diferencias quitando dramatismo a la situación, la risa estigmatizante es unilateral, impuesta por alguien sobre algún otro. Las relaciones burlescas además son contextuales y transitorias. En cambio las risa estigmatizante encasilla a una persona en posiciones fijas, asociando todo su ser o identidad con unas pocas características consideradas negativas, que son objeto de burla.

6. La risa que libera:

Veíamos anteriormente que Radcliffe-Brown demostraba cómo a través ese tipo particular de risa provocada por la broma, se reducían las distancias sociales. Podemos advertir también que la risa muchas veces opera reduciendo distancias sociales mediante la burla contra los poderosos. Hay un tipo de risa irreverente, que subvierte, aunque sea transitoriamente, las relaciones de poder. Ésa es la risa que tiende a ser controlada.

Ya desde la antigüedad griega había quienes consideraban, como Hipócrates, que la risa tenía un carácter liberador y terapéutico. Pero no constituye meramente un efecto de fenómenos anatómicos. Ese tipo de risa, la que libera es la que desafía el orden establecido, tanto las más manifiestas relaciones y asimetrías de poder como los elementos más profundos que configuran nuestra personalidad y que entendemos como naturales, pero en realidad son productos de procesos sociales. La risa liberadora no es la risa irónica que critica pero a la vez distancia, poniéndonos por encima de aquello que es objeto de risa. Tampoco lo es la risa arrogante. Es la risa que nos pone en contacto con el mundo, la risa que se vive.
Según Aristóteles, la risa alude a lo imperfecto, a lo bajo. En ese sentido la risa desacraliza. Allí donde hay un discurso o representación solemne, la risa lo convierte en terrenal destacando sus imperfecciones. Pero la risa que acerca y que disminuye las distancias sociales no es la que solamente muestra las imperfecciones del otro, sino aquella que parte de mostrarse a uno mismo como imperfecto y terrenal, la que también permite reírse de uno mismo o ponerse a uno mismo como objeto de risa.
Por eso la risa tiene profundas raíces populares. Según Eco (2008), los géneros artísticos que están relacionados con el humor, tienen un origen popular. Las “komai” de donde viene el término “comedia”, eran las aldeas de campesinos. Éstos hacían celebraciones burlescas en las fiestas y después de las comidas.

La risa como fenómeno popular implica una afrenta, transitoria y momentánea al orden establecido, a la celebración de las jerarquías y de los discursos oficiales, que están cargados de solemnidad. Allí donde alguien quiere arrogarse superioridad mediante un discurso y unos gestos solemnes, la risa lo devuelve al orden de lo terrenal, donde nos ubicamos todos. Por eso la risa suele estar muy relacionada con aquellos aspectos más básicos de la existencia: las pasiones, las funciones elementales del cuerpo, los excesos. Cuestiones todas que desde los discursos oficiales tienden a estar silenciadas, convertidas en tabú.

En la novela El nombre de la rosa, de Umberto Eco (2008), el libro de Aristóteles sobre la risa es prohibido y es quemado junto con otros libros. La risa es prohibida o controlada porque tiene un carácter liberador. Un discurso solemne, por más contestarario y revelador que sea, no produce el mismo efecto de la risa de conectarnos con nuestro lado más auténtico. El historiador Bajtin (2003) encuentra esta forma de la risa en el carnaval, particularmente en el carnaval medieval, y el un género literario que toma elementos de las representaciones propias de estos eventos, y que denominó “realismo grotesco”. El humor del carnaval, dice Bajtin, consiste en “rebajar”. Que no consiste en el desprecio liso y llano del otro, sino en hacerlo terrenal. Es bajarlo a la tierra, hacerlo similar a todos los demás, con todas sus imperfecciones.

Por eso muchos investigadores, sobre todo antropólogos e historiadores, se han interesado por el carnaval, como un evento ritual donde a través del humor y el grotesco, se invierten al menos transitoriamente algunas jerarquías sociales.
Bajtin (2003) describe al carnaval medieval como “un mundo paralelo” al de las convenciones, las formalidades y las jerarquías. Es de especial interés su señalamiento de que en el carnaval no se actúa sino que se vive. Por eso, aún con todas sus deformaciones, exageraciones y fantasías, es definido por Bajtin como un tipo de realismo, el realismo grotesco.
El carnaval es un mundo de inversiones: el pobre se vuelve rico, el rico se vuelve objeto de burla, hombres y mujeres pueden cambiar roles, el cielo y el infierno cambian de significado. A partir de lo que señala Bajtin podemos pensar que otra de las inversiones que se realizan en el carnaval es la del uso de la máscara y el disfraz, precisamente para desenmascarar las convenciones y formalidades sociales. Le Breton explica: “el aspecto serio de la vida vuela en pedazos ante la risa irreprimible de la colectividad, unida en el mismo sacrificio ritual de las convenciones” (2002: 30).

El carnaval y muchas veces el humor en general, ponen en evidencia el carácter construido de aquello que se nos quiere presentar como dado. A través del uso de disfraces y máscaras, se desenmascara a los poderosos y al orden establecido. Pero aún más, se evidencia el carácter construido de nuestras convenciones cotidianas, del modo en que nos relacionamos cotidianamente con los demás. Aquello a lo que Goffman, para explicarlo, utilizaba metáforas que no casualmente eran extraídas del teatro.

7. Conclusiones: la vejez, la risa y la belleza:

Sin ser especialista en cuestiones de vejez, dejo algunas rápidas reflexiones a modo de ensayo, en función de lo que me disparan los textos mencionados anteriormente. El poder, decíamos, también opera sobre los cuerpos, estableciendo qué tipo de cuerpos son permitidos, válidos y deseables. En el mundo moderno se establece un modelo único de belleza y de cuerpo aceptable que es el cuerpo joven y productivo. El cuerpo avejentado resulta entonces objeto de desprecio, simboliza la decrepitud (Le Breton, 2002).

El grotesco, sin embargo, señala y utiliza las supuestas “deformidades” y las convierte en objeto de humor y algarabía. Los cuerpos grotescos que se ríen y festejan no son los cuerpos “perfectos” según una idea única de perfección. Son cuerpos que se muestran como son, que además se resisten a quedar confinados al ámbito de lo privado (concepto que surge, por supuesto, posteriormente a la época medieval) y ocultos de la vista de los demás.
Pero no se trata de “lo feo” rebelándose contra “lo lindo”. Existen muchos conceptos e ideas diferentes acerca de lo que es la belleza pero difícilmente podría escapar de ese ámbito aquello que nos genera risa y nos genera un momento de felicidad, por más transitorio que sea. El humor y la risa pueden convertirse en elementos para mostrarnos que hay muchas formas de belleza, que hay muchos cuerpos posibles y, como nos enseña el carnaval, que la vida, en sus diferentes momentos, siempre tiene algo de renacimiento.

Estar en una edad donde ya estamos un poco más corridos del centro de la vida social, más aliviados de las cargas laborales, fuera de la “población económicamente activa” y de la organización de la vida doméstica, de la necesidad de crearse una reputación para posicionarse socialmente, etc., es una buena oportunidad para tomarse la vida más en broma.

Bibliografía:

Bajtin, M. (2003). La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento. Madrid: Alianza Editorial
Bergson, H. (2011) La risa. Ensayo sobre el significado de la comicidad. Buenos Aires: Ediciones Godot
Bourdin, G. (2016). “Antropología de las emociones: conceptos y tendencias”. Rev. Cuicuilco. Vol. 23 Nº 67. Septiembre – diciembre de 2016. Pp. 55-74. México DF.
Camacho, J. (2003). “La risa y el humor en la antigüedad”.  Digital http://www.fundacionforo.com/pdfs/archivo14.pdf
Eco, U. (2008). El nombre de la rosa. Buenos Aires: Debolsillo
Elias, N. (1993). El proceso de la civilización. México: FCE
Goffman, E. (2004). La presentación de la persona en la vida cotidiana. Buenos Aires: Amorrortu
Krotz, E. (2006). “Alteridad y pregunta antropológica”. En. Boivin, Rosato y Arribas (comps.) Constructores de otredad. Buenos Aires: Antropofagia. Pp. 39-54
Le Breton, D. (2002). Antropología del cuerpo y modernidad. Buenos Aires: Nueva Visión
Le Breton, D. (2012). “Por una antropología de las emociones”. En Revista Latinoamericana de Estudios sobre Cuerpos, Emociones y Sociedad – RELACES. Nº 10 Año 4. Diciembre 2012 - marzo 2013. Córdoba
Lévi-Strauss, C. (1993). Las estructucas elementales del parentesco. Tomo I. Barcelona: Planeta-Agostini.
Radcliffe-Brown, A. (1986). “Sobre las relaciones burlescas”. En Estructura y función en la sociedad primitiva. Barcelona: Planeta-Agostini. Pp. 107-122

 

Volver al Indice del número 35 de Tiempo

PsicoMundo - La red psi en Internet