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Número 5 - Noviembre 2002

Cuando la pérdida es en lo real del cuerpo

Paula Contreras


Se trata de un sujeto de 58 años, que está en tratamiento conmigo en el Hospital hace casi 2 años. Consulta derivado por el servicio de Traumatología, donde se le había realizado la amputación de una pierna un mes antes de la primera entrevista. Se presenta sumamente angustiado, habla muy poco, puesto que casi todo el tiempo llora. Dice que perdió las ganas de vivir, que lo único que lo sostiene es su familia y que si no fuera por ellos se habría matado. Está casado hace 27 años y tiene una hija de 27 años y un hijo de 21. Me cuenta de su accidente: trabajando (es albañil) se le cayó un pedazo de cal en un pie y se lastimó un dedo. Se le infectó, lo atendieron en la guardia del hospital, le dieron un antibiótico y a la semana volvió porque había empeorado. En esa segunda consulta con la guardia lo internan y le amputan la pierna. Hay una pregunta que insiste y que se mantendrá en el transcurso de este primer tiempo de tratamiento: "Por qué me pasó esto, justo a mí, que hice las cosas bien?". Hacer las cosas bien es para él, el haber consultado a tiempo, el seguir las indicaciones de los médicos.

Fue muy difícil, al principio, hacerlo hablar. Se trataba de un sujeto conmocionado por la falta real experimentada en su propio cuerpo y por la imposibilidad de encontrar una significación que le permita inscribir algo de esto que le sucedió, lo que se traduce en una frase que él mismo decía, constantemente, sobre todo en las primeras entrevistas: "no encuentro explicación a lo que me pasó".

Este primer tiempo del tratamiento se centró alrededor de dos cuestiones: decía "no puedo hacer nada" y también "no quiero salir para que no me vean así". Me cuenta que tiene un jardín en su casa y que se la pasa todo el día encerrado para evitar que los vecinos lo vean. Estaba instalado en la idea de que los otros, fundamentalmente sus vecinos y sus clientes, sentirían lástima por él al verlo sin la pierna. Esta significación lo dejaba sin recursos y –por eso- aunque podía caminar con sus muletas, prefería quedarse en su casa, rechazaba trabajos, admitiendo incluso que podría hacerlos, pues cuenta con gente a la que puede supervisar. Le pregunto, entonces, si el no hacer nada no sería un modo que él encuentra para evitar que lo vean. Reconoce esto con cierta sorpresa y me cuenta que se la pasa todo el día solo, pensando y que ya no puede más. Le propongo -entonces-que cuente con este espacio para hablar de aquellas cosas que piensa cuando está solo y lo despido diciéndole "nos vemos la semana que viene".

En las siguientes entrevistas comienza a desplegar la importancia que tiene para él "el hacer cosas". Trabaja de albañil hace 35 años y dice que siempre se las ingenió para hacer las cosas aunque no supiera. Nunca tuvo problemas de trabajo y reconoce esto como un mérito propio pues "su filosofía es hacer las cosas bien y rápido". La temática de su trabajo lo lleva a hablar de su padre, de quien dice que fue muy compañero. Cuenta que desde chico le pedía al padre que le consiga materiales para hacer cosas en la casa y que ya de grande –cuando comenzó a trabajar- lo llevaba a su padre a trabajar con él. Tiene una hermana mayor y un hermano menor que él. No tiene mucha relación con ellos y dice que con su hermano no se lleva bien; supone que su hermano tiene envidia por la relación que su padre tenía con él. Me cuenta que su padre murió hace 12 años por una tuberculosis. Luego de su muerte estuvo casi 4 meses sin comer nada, deprimido, al punto que lo internaron por una anemia. En esa internación surge también el diagnóstico de diabetes, enfermedad que si bien -en las primeras entrevistas- no apareció en su relato como un factor relacionado con la amputación de la pierna, luego de un tiempo de entrevistas reconoce que pudo haber tenido incidencia, inclusive me cuenta que tiene un problema cardiovascular que -según lo que le informaron los médicos- asociado a la diabetes, le provocó la complicación por la que tuvieron que efectuarle la amputación, para evitar riesgos mayores.

De su madre comenta que tuvo una pelea con ella hace 9 años a partir de la cual decidió dejar de verla. Ubica las coordenadas de esta pelea: él guardaba sus materiales de trabajo en una habitación de la casa de la madre, y un día ella le dijo que no lo hiciera más. Sin haberle preguntado él por qué de esta decisión, él se enoja y a partir de ese momento decide no verla más. Y dice: "no entiendo cómo pudo hacerme esto, justo a mí, que siempre me ocupé de que a ella y a mi padre nunca les faltara nada".

Esto del "ocuparse de que nunca les faltara nada", posteriormente se va a ligar con dos cuestiones que se le armaban -fundamentalmente- en relación a su madre: siempre la ayudó económicamente (hasta el incidente de la pelea) y tenía la costumbre de ir a verla todos los días, al terminar su día de trabajo. A veces se quedaba a comer con ella, otras veces sólo pasaba para ver cómo estaba.

En relación a la muerte de su padre, surge un "reproche" por no haber podido estar con él en el momento en que murió. Hubiese querido estar para ayudarlo y se angustia mucho cuando dice "mi padre murió solo". Intervengo diciéndole: "efectivamente es doloroso confrontarse con la lamentable realidad de que su padre murió".

El siguiente tiempo del tratamiento en el hospital transcurre con notables mejorías: aunque con muchas dudas, comienza a tomar trabajos, comprueba que hay gente a la que le agrada verlo y empieza a sentirse mejor porque puede salir y no pensar tanto. Este tiempo coincide con la sustitución de las muletas por un sostén ortopédico y se entusiasma con la posibilidad de recibir una prótesis a partir de un subsidio del Estado.

Durante este tiempo recibe la noticia de la muerte de su madre; ese día concurre a la entrevista muy angustiado, llora mucho y se reprocha no haberla perdonado. Admite que su rencor le produce mucho dolor, pero siente que cuando algunas cosas le duelen mucho no puede perdonar. Y agrega: "no pude perdonarle que me quitara el lugar que yo tenía en su casa".

En las siguientes entrevistas continúa comentando sus progresos en relación al tratamiento kinesiológico, obtiene la prótesis y comienza a aparecer con insistencia esta frase: "siento que ahora puedo andar, no sé qué hubiese sido de mí sin usted". En una oportunidad, ante esta frase, le digo: "su andar se sostiene en su deseo", y decido cortar la entrevista.

Ante su clara mejoría y habiendo pasado unos meses del tiempo institucional disponible en el Hospital, le propongo que vayamos pensando en la posibilidad de concluir este tiempo de tratamiento. Acepta esta posibilidad en el momento en que se lo planteo, y en las siguientes entrevistas comienza a aparecer algo que él califica como "nuevo". Me comenta que a la noche se despierta y que ve mi imagen y le cuesta volver a conciliar el sueño. Dice que lo inquieta mucho la posibilidad de "dejar de verme". Le pido que me comente un poco más de todo esto que le está pasando y si puede ubicar desde cuándo le pasa. Dice: "lo que me pasa con usted nunca me había pasado antes, siento un cariño especial" y ubica –aunque no está muy seguro- que esto le ocurre desde el momento en que yo le hablé de su deseo. Le propongo que piense por qué le habrá pasado esto, y responde: "no entiendo, me la paso pensando y no encuentro explicación, cómo me pudo pasar esto, justo con usted". Le pregunto cómo es esto de "justo con usted" y a eso responde: "es que sé que es imposible". Intervengo diciéndole: "piense, entonces, si quiere seguir trabajando conmigo para intentar averiguar el por qué de algunas cosas que le pasan, justo a usted". Y le ofrezco la posibilidad de terminar este tiempo de tratamiento en el hospital y continuar en mi consultorio. Hubo dos entrevistas más, en las que me cuenta algunas cuestiones referidas a sus relaciones amorosas. Tuvo muchas novias antes de casarse, pero que cuando le hablaban de amor o de casamiento, él salía corriendo. Duda de haber estado alguna vez realmente enamorado. De su esposa, dice que al quedar embarazada, "lo apuró con el casamiento". Le pregunto por su implicación en esta decisión y me responde: "ya estaba grande, la quería y también quería ser el padre de ese hijo, no podía seguir jodiendo".

A la semana siguiente me llama por teléfono y me avisa que no podía venir porque había tenido un problema: se le cayó –nuevamente- una bolsa de cemento en el pie y tenía que hacerse estudios preventivos, puesto que un médico le había dicho que "corría peligro su pierna". Resumo este tiempo, de dos meses, indudablemente muy difícil, pues vuelve a aparecer una fuerte angustia y temor ante la posibilidad de que le amputen la otra pierna. Decidí sostenerlo con algunas entrevistas en el hospital, alternadas con reiterados llamados telefónicos de él, en los que me iba contando cómo se iban sucediendo las cosas, entre estudios y consultas con los médicos. En uno de esos llamados me comunica, absolutamente angustiado, que se confirmó la amputación de la pierna, a lo que le respondo, con firmeza: "si esto lo tranquiliza, sepa que voy a acompañarlo durante este tiempo hasta que usted pueda retomar su tratamiento conmigo". Luego de algunas semanas posteriores a la amputación de su pierna, en las que me llamó reiteradas veces muy angustiado, me cuenta que estuvo pensando que, tal vez, todo lo que le pasa –su enfermedad, la diabetes, y su sufrimiento- tiene que ver con lo que para él implicó la muerte de su padre y la pelea con su madre. Y me pregunta si puede continuar el tratamiento conmigo en el hospital hasta que pueda sustituir la silla de ruedas por una pilar ortopédico; me aclara que sería por el tiempo que a él le lleve volver a caminar, porque está decidido a intentar "volver a andar como antes". Acepto su pedido y hoy continúa su tratamiento en el hospital. Todavía no recibió la prótesis, pero es notable la diferente posición de este sujeto en relación a esta segunda amputación. Si bien sigue apareciendo la angustia, no volvió a armársele la inhibición con la que llegó en el primer tiempo de tratamiento. Más bien, en lugar de la inhibición, se armó en transferencia una sintomatización de la relación de este sujeto con su deseo: oscila entre significaciones tales como "haría lo imposible por no faltar" o "se me hace difícil esperar a que llegue el viernes para verla a usted". Algunas veces, luego de decir algo de esto le surge el temor a que yo me enoje por las cosas que él me dice. Como también, otras veces, me cuenta que -aunque no entiende por qué- le surge la idea de no volver. La significación del enojo articulada al no volver, puesta a trabajar en transferencia, se liga a partir de sus asociaciones con las respuestas que él ha tenido ante determinadas situaciones de su historia: la pelea con su madre y algunas relaciones amorosas que tuvo antes de casarse. Por lo general, él dice, cuando alguna persona le hace algo que le duele mucho, prefiere no volver a verla más. Ubica esta respuesta como algo que se le impone, que no puede evitar y admite estar decidido a intentar trabajar sobre esto para poder elaborar alguna respuesta diferente.

Hasta aquí el recorte clínico, paso ahora a comentar algunas cuestiones que la particularidad de este caso me convoca a trabajar hoy con ustedes.

Teniendo en cuenta la conceptualización de Freud y las consideraciones de Lacan sobre el duelo, me pregunto si es posible pensar que el primer tiempo de tratamiento con este sujeto, consistió en armar las coordenadas para que un trabajo de duelo sea posible. Mi hipótesis es que la amputación de la pierna, en tanto es una pérdida que se inscribe en lo real del cuerpo (tal es título que elegí para esta presentación) coloca a este sujeto en una posición en la que se hizo necesario ofrecerle un espacio para tramitar, bordear con sus recursos simbólicos este agujero.

Habiendo leído las referencias que encontramos en el Seminario 10 de Lacan respecto de la función de la angustia y el fenómeno de lo siniestro, considero que este caso nos permite ubicar con claridad lo que ocurre en un sujeto cuando surge la falta bajo una forma positiva (amputación). En este sentido, pienso la inhibición con la que llega en el primer tiempo como un modo de defensa, una respuesta que este sujeto se arma ante lo insoportable del encuentro con la falta positivizada.

Tal vez se podría pensar que de lo que se trató en este caso es de armar las coordenadas para que se negativice la falta.

Desde este punto de vista, creo que la negativización de la falta fue una condición necesaria para "poner a funcionar un duelo por está perdida en lo real del cuerpo", lo que al mismo tiempo le permitió a este sujeto bordear el "agujero en la existencia" que le produjo la muerte de su padre.

Sólo que sería necesario diferenciar la pérdida en lo real del cuerpo de la pérdida en lo real, tal como lo define Lacan en la clase 18 del Seminario 6: "el agujero de la pérdida en lo real, de algo que es la dimensión, propiamente hablando, intolerable, ofrecida a la experiencia humana, y que no es la experiencia de la propia muerte, que nadie tiene, sino de aquella de la muerte de otro que es, para nosotros, un ser esencial".

También considero que este caso nos permite preguntarnos por las diferentes respuestas subjetivas ante las diferentes pérdidas: muerte del padre-enfermedad orgánica, diabetes; amputación de la pierna-inhibición. La vertiente de la inhibición, de todas maneras, aunque no es una solución exitosa, permitió ubicar en el tratamiento las coordenadas fantasmáticas en relación al objeto escópico.

Tal vez podría pensarse que el primer tiempo de trabajo consistió en un pasaje del "no quiero que me vean así" al "no quiero verla más" o "se me hace difícil esperar para verla" puesto en juego en la neurosis de transferencia. Significaciones que nos orientan respecto de la posición de este sujeto en relación al enigma del deseo materno, y por ende, a la relación enigmática con su propio deseo. Algo así como un camino que fue de la inhibición al síntoma, por supuesto no sin un pasaje por la angustia. Lo que tal vez le permitió a este sujeto otra vía de tramitación posible ante la segunda amputación de la pierna.

Ver comentario de Adriana Dreizzen

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