Volver al sumario de La Salamandra 1 Discursos y prácticas profesionales de psicología social en salud mental (España 1970- 1995)
Juan Carlos Duro Martinez

 

Capítulo I. ASPECTOS CONCEPTUALES, METODOLÓGICOS Y TÉCNICOS

1.2. Consideraciones metodológicas

"reitero una vez más mi opinión de que las Ciencias Sociales no deben mirarse en el espejo de las ciencias físico-naturales, tomando a éstas como modelo, pues la peculiaridad de su objeto se lo impide. Se trata, en efecto, de un objeto en el que está incluido, lo quiera o no, el propio estudioso, con todo lo que ello implica; y de un objeto, podríamos decir subjetivo, en el sentido de que posee subjetividad y reflexividad propias, volición y libertad, por más que estas cualidades sean relativas al conjunto social del que forman parte (…). Un objeto de conocimiento, además, reactivo a la observación y al conocimiento, y que utiliza a éste, o a lo que pasa por tal, de manera apasionada y con arreglo a su peculiar concepción ética, limitaciones a las que tampoco escapa el propio estudioso (…) sabiendo además que quien mide, comprende, describe o explica lo hace necesariamente, lo sepa o no, le guste o no, desde posiciones que no tienen nada de neutras" (Beltrán, 1990, pág. 18).

Sirva este ‘alegato literario’, en palabras de Miguel Beltrán, para manifestar nuestra explícita adhesión a esa posición metodológica calificada por este autor como pluralismo metodológico coherente con el pluralismo cognitivo propio de las ciencias sociales para el conocimiento de la realidad social (Beltrán, 1979; 1991).

Dentro de las cinco vías de acceso a la realidad social propuestas por el autor combinaremos preferentemente el método histórico: "la ciencia de la sociedad ha de recurrir de manera sistemática al método histórico (…) que el sociólogo ha de interrogarse, e interrogar a la realidad social, acerca del cursus sufrido por aquello que estudia, sobre cómo ha llegado a ser como es, e incluso por qué ha llegado a serlo" (obra cit., pág. 19), con el método crítico-racional: "el papel del racionalismo (crítico) consiste precisamente en ir más allá de lo dado, en penetrar en el mundo de los valores y las opciones morales, y en el necesario ejercicio de la crítica de los fines" (obra cit., pág. 31) y el método cualitativo en tanto los discursos constituirán también nuestro objeto de estudio: "la hermenéutica (…) busca penetrar a través del lenguaje en el mundo de los significados constitutivos de la realidad social que la subyace, y que comparten quienes la componen y, con ellos, el propio investigador" (obra cit., pág. 44), sin que por ello renunciemos a cuantificar en aquellos momentos que nuestra investigación lo requiera (número de psicólogos, cobertura cubierta, etc.), intentando huir tanto del pragmatismo positivista como del pansemiologismo hermenéutico (Alonso, 1988).

Respecto a la utilización del método histórico seguiremos los planteamientos de la actual historia de la psicología, expresados en nuestro contexto por autores como Rosa, Huertas y Blanco. Éstos consideran a la Psicología, siguiendo a Foucault (1966) no sólo una forma de discurso, sino una formación discursiva "esto es el conjunto de prácticas regladas que hacen posible la aparición de un discurso compartido, su expansión y su transformación. Una ciencia no está formada sólo por textos, sino, también por las redes de prácticas que permiten generar, transmitir, consumir y trabajar sobre esos textos" (Rosa, Huertas y Blanco, 1996, pág. 27). En ese sentido nos referiremos a la psicología social como una formación discursiva dentro de la cual podemos encontrar diversos sistemas aunque tengan ‘objetos’ tan diferentes (modelos o enfoques le llamaremos nosotros), ya que una función de las formaciones discursivas es su capacidad para legitimar la constitución y transformación de estos distintos objetos en un espacio común, en este caso la psicología social en el campo de la salud comunitaria. Así encontraremos distintos discursos psicológicos dentro de la psicología como formación discursiva única que serán objeto de nuestro interés. Ya que el objeto de una ciencia es producto de un conjunto de relaciones semióticas que se dan en un momento histórico determinado, nuestro estudio pretende analizar la constitución de ese objeto –psicología social en salud comunitaria– en estos últimos veinticinco años de historia.

Nos interesa el aspecto histórico de esta tesis tanto para alumbrar el futuro de la psicología (social) en el campo de la salud como para ‘relativizar’ la situación actual entendiéndola a su vez como un producto histórico sobre el que activamente se puede intervenir. Siguiendo la metodología histórica de los tres niveles de análisis diferentes, según Rosa, Huertas y Blanco (1996): del discurso, socioinstitucional y psicológico-biográfico, nos detendremos en los dos primeros incluyendo el tercero en relación con los grupos de referencia y las instituciones de pertenencia de los autores/profesionales. Respecto al nivel socioinstitucional entenderemos, siguiendo a los autores citados, que "en último término, son las demandas sociales, tal como se producen en cada momento, las que actúan como principio explicativo del cambio (…) cuando un grupo social se forma para satisfacer una demanda social, el propio grupo genera unas normas que regulan la interacción, personal y simbólica que realiza el grupo (obra cit. pág. 53).

Respecto al método crítico-racional nos re-situaremos en el empeño de algunos ‘nuevos’ grupos de psicólogos en "enfatizar las relaciones subjetivas y de compromiso social que establecemos con nuestros objetos/sujetos de estudio" (Gordo y Linaza, 1996, pág. 32) retomando los clásicos postulados del psicoanálisis (experiencia personal), del análisis institucional (implicación) y del marxismo (compromiso en la praxis social) a los que adheríamos en los años setenta. Coincidimos así con Torregrosa (1996b) al señalar como consecuencia de la crisis de la psicología social de los setenta, el ‘redescubrimiento’ de los clásicos de las ciencias sociales ya que en las últimas décadas se están haciendo pluralidad de planteamientos desde la filosofía de la ciencia y la sociología del conocimiento científico que han venido a revelar una problematizadora complejidad en los estudios sobre las prácticas concretas de producción, difusión y legitimación del conocimiento científico (Beltrán, 1993; Domenèch y Tirado, 1997) aplicado incluso a la propia psicología social (Domènech, 1998). Según Torregrosa: "aunque la resistencia al cambio puede ser tan común a la comunidad de científicos como a otros tipos de comunidad, resulta difícil pensar que un campo interdisciplinar como es la psicología social –como en realidad lo son todas las ciencias sociales– no se viera de algún modo influida por desarrollos tan próximos y centrales a sus fundamentos teóricos y metodológicos. En cualquier caso creemos que esa desabsolutización del proyecto experimental-naturalista ha tenido como consecuencia el ‘redescubrimiento’ o ‘actualización’ de planteamientos y líneas de investigación apuntadas ya en los clásicos de las ciencias sociales en general y de la psicología social en particular –y cuyo interés no sería la mera erudición histórica sino un modo de profundizar y enriquecer las alternativas del presente–. de un modo resumido cabe decir que se trata de ‘recuperar’ la vertiente humanística, cultural, ideográfica, simbólica, expresiva, comunicativa, comprensiva, hermenéutica, crítico-reflexiva, etc., que restaure y posibilite una percepción no reductiva de lo humano y una estructura conceptual que permitan el entendimiento y la entrada en la subjetividad humana en los propios términos en que ésta se manifiesta y se constituye dialógicamente, interiorizando y exteriorizando significaciones, en contextos socioculturales específicos" (obra cit., págs. 41-42). A esa tarea nos sumamos.

Por último respecto al método cualitativo en su acepción restringida nos referiremos más adelante al hablar del Grupo de Discusión.

1.2.1. El lugar del investigador

Como una cuestión metodológica central nos referiremos al lugar del psicólogo social en tanto investigador social. El investigador, en tanto ‘parte’ del objeto social a investigar, ha de incluir su subjetividad en el análisis del objeto a estudiar, en este caso estrechamente vinculado al ámbito de la intervención psicosocial en salud. Su investigación, en cuanto él mismo es emergente/portavoz de sus grupos de referencia, ha de ser considerada tanto una producción individual como un efecto de sus sobredeterminaciones grupales e institucionales históricamente determinadas, al quedar ya obsoletos aquellos planteamientos epistemológicos que consideran al conocimiento como el producto intelectual de un sujeto aislado que prescinde de la contextualización histórica. Ha de incluir también análisis procesales que dan cuenta de la interdependencia entre conocimiento, lenguaje y saber. Así Varela (1996), siguiendo planteamientos de N. Elías y M. Foucault, plantea una revisión de los planteamientos que siguen formando parte de la tradición académica y frente a los cuales plantea "la necesidad de reflexionar sobre las categorías de conocimiento en tanto que instrumentos que forman parte de un legado colectivo, instrumentos que poseen características específicas en cada época histórica y en cada cultura (…) tanto el conocimiento como el lenguaje son hechos sociales" (obra cit., pág. 320).

La inclusión del investigador en el proceso de investigación cuando se trata de conocer un ‘objeto’ social ha dejado ya de ser considerado una pérdida del rigor científico, objetivo, para ser considerado más bien al contrario como una premisa epistemológica necesaria en el proceso de conocimiento social (Devereux, 1967; Ibáñez, 1985).

Según Gergen la adopción de una sólida postura autorreflexiva se ha convertido en una de las necesidades de la psicología social moderna ya que "la objetividad no es el producto de la verosimilitud entre palabra y objeto, sino el de la habilidad retórica" (Gergen, 1989, pág. 172). La tan enarbolada separación del sujeto de investigación-objeto a investigar propio de las ciencias sociales, entre ellas la psicología social, siguiendo el modelo de las ciencias naturales, ha sido sustituido por la consideración de que el sujeto en sociedad forma parte del mismo objeto social al que éste pretende estudiar en lo que podemos considerar investigación social de segundo orden: "el pensamiento simple –de primer orden– piensa el objeto (los objetos observados). El pensamiento complejo –de segundo orden– piensa el pensamiento de los objetos (los sistemas observadores)" (Ibáñez, 1990b, pág. 4).

Por otra parte ese investigador ‘puro’, sin valores, ni intereses salvo ‘el avance de conocimiento científico’ ha sido puesto en entredicho tanto por la moderna sociología del conocimiento científico (Lamo de Espinosa, González García y Torres, 1994b; Latour y Woolgar, 1987; Woolgar, 1991) como por la Historia de la Psicología (Rosa, Huertas y Blanco, 1996; Vezzetti, 1998) que le devuelve a la dura realidad terrenal con sus miserias, intereses, valores, prejuicios y demás fenómenos que se dan en cualquier otra parcela del accionar humano. De ahí el relevante papel que autores como Gergen o Ibáñez Gracia han dado a la psicología social en los procesos de formación del conocimiento. En opinión de éste último (Ibáñez Gracia, 1989b) la psicología social ha de operar como un dispositivo deconstruccionista en base a tres tipos de argumentos. El primero de orden ontológico dado el carácter histórico de los fenómenos sociales por lo que es necesario incorporar referencias a su genealogía "como muy bien han señalado los post-estructuralistas no se puede dar cuenta satisfactoriamente de un fenómeno si no se dilucida también su proceso de constitución" (obra cit., pág. 111). El segundo argumento es de orden epistemológico "entre todos los científicos sociales quizás sean los psicólogos sociales, junto con los sociólogos, los antropólogos y también los historiadores, quienes tengan, o deberían tener, un conciencia más aguda del carácter sociohistóricamente determinado de las categorías de pensamiento a las que recurren para dar cuenta de la realidad" (obra cit., pág.112), es decir que el propio conocimiento es dependiente del entramado sociocultural del periodo en el que se produce, tal como ha demostrado la sociología del conocimiento. El hecho de que estos conocimientos sean interiores a la realidad en la que se producen tiene como consecuencia que son intrínsecamente provisionales y que deben ser permanentemente deconstruidos para poder hacer explícitos las determinaciones socioculturales que vehiculan de manera acrítica. El último argumento de Ibáñez surge en la intersección de los dos anteriores y produce el, denominado por Gergen, efecto de ilustración, es decir el hecho de que los conocimientos producidos sobre un determinado fenómeno social revierten sobre ese fenómeno, modificándolo. Este mecanismo confiere al productor de esos conocimientos, el psicólogo social o cualquier otro científico, una evidente responsabilidad política que conlleva el abandono de toda supuesta neutralidad científica y la apuesta por la explicitación de su intencionalidad de futuro.

Es desde esta vinculación que planteamos, hasta donde nos sea posible, utilizar nuestra implicación, como participante activo en el campo que vamos a estudiar, para la mejor comprensión de la relación entre la psicología social y la salud comunitaria y conscientes de que, de alguna manera, este intento no deja de ser una ‘construcción’ de nuestro objeto de estudio/intervención: la psicología social y la salud comunitaria, eso sí, hecho con la mayor explicitación posible de sus referentes. Además nuestra propia concepción teórica del ser humano, (que se pretende psicosocial) que enfatiza sus sobredeterminaciones grupales, institucionales y sociales nos lleva a considerarnos a nosotros mismos como ‘portavoz’ y ‘emergente’ grupal en un contexto institucional y social históricamente determinado (Pichon-Rivière, 1985), ‘portavoces’ de un grupo de profesionales, mayoritariamente psicólogos, aunque con algún que otro psiquiatra, médico especialista en medicina familiar y comunitaria, sociólogo y asistente social, licenciados todos en el fragor de los últimos años de lucha antifranquista (1974-78) y emergentes sociales de una sociedad en un momento de cambio histórico crucial. Es decir que hacer una cierta autobiografía profesional (Ibáñez, 1990a) puede tener el valor de reconstruir un tiempo en un país en el que iniciaban su andadura conjunta lo psicosocial y la atención a la salud, sirviéndonos como punto de referencia para entender la situación actual y recuperando así el carácter profundamente histórico de la psicología social (Gergen, 1973; 1994).

No pretenderemos ‘reconstruir’ unas relaciones entre un ‘disciplina’ y una ‘práctica’ social a partir de nuestra posición autobiográfica, cual observador participante, o en terminología de Ibáñez observador reflexivo, en estos más de veinte años de historia, pero sí creemos que es metodológicamente pertinente ‘aprovechar’ la información obtenida de primera mano por nuestra experiencia, confrontándola con la de otros, con documentos, bibliografía, hechos, etc., así como explicitar el lugar teórico desde el que nos hemos ido colocando para así hacer más comprensible y verosímil el análisis mismo. Nos será de utilidad en el proceso de interpretación/construcción de nuestro texto –nuestro discurso analítico– el acudir a la contratransferencia como fuente de información y a una cierta asociación libre, métodos reivindicados por diferentes autores para la investigación de la realidad social bien procedentes de la antropología (Devereux, 1967), la sociología (Ibáñez, 1985) o la psicología (Parker, 1995).

Es práctica común el relato de ‘historias’ que sólo se ocupan de refrendar como aportaciones sustantivas y relevantes las producidas en el contexto de los grupos de referencia y/o influencia del autor(es) en cuestión (por lo general vinculado(s) al ámbito universitario) sin que, cuanto menos se reconozca su posible parcialidad y la imposibilidad de abordar ‘toda’ la realidad por más que lo intente honestamente el autor. Frente a dichas prácticas nos alineamos con los más modestos planteamientos de otros autores para los que "ni los textos existen por sí mismos, ni los análisis (…) se articulan independientemente de nuestra relación subjetiva con ellos (…). Pensamos que para la elaboración de un conocimiento efectivo se hace imprescindible reconocer la parcialidad de nuestras interpretaciones (…). Es esa parcialidad la que le confiere una ‘validez ecológica’ y ‘social’ a nuestros estudios. Validez que para nosotros fundamentalmente depende de las interpretaciones y usos que las distintas audiencias hagan de nuestros análisis (incluyendo sus metodologías, subjetividades e ideologías)" (Gordo y Linaza, 1996, pág. 34).

Con el fin de recortar esa parcialidad queremos explicitar nuestros referentes. No nos ocultamos que esta necesidad de ‘sinceridad’, además de por prurito epistemológico, venga dada por nuestro posicionamiento en el lugar de cierta marginalidad institucional, más o menos imaginaria.

Queremos decir que nuestra ubicación teórica dentro de las tradiciones de la psicología social (Blanco, 1988a) se podría reclamar en parte de la tradición grupal, en parte de la institucional y en parte de la dialéctica, y, en el mejor de los caso se ha podido encuadrar dentro de las ‘otras’ psicologías sociales, o psicologías sociales marginales (Munné, 1982). Un autodenominado psicólogo social ‘marginal’, sin ninguna inserción institucional académica, pretende estudiar la implicación de la psicología social en el campo de la salud. ¿Qué incluir como psicología social? ¿a quién incluir?. El proceso de autovigilancia ideológica ha de ser puesto a prueba con la seguridad de que siempre quedarán restos no analizados en el camino. se tratara de hacer algo de historia de la psicología social en nuestro contexto sabiendo que "toda narración histórica es un discurso, y como tal, tiene un interlocutor, va dirigido a un público, de manera que su propia arquitectura está construida en función de su finalidad comunicativa (…). No existe, ni puede existir nunca una única historia de la psicología, sino que siempre se trata de discursos temporal y contextualmente contingentes condenados a ser continuamente elaborados" (Rosa, Huertas y Blanco, 1996, pág. 45). Trataremos de contribuir a una cierta Historia Regional dentro de una Historia General.

Necesitamos ‘recuperar’ una cierta vinculación entre un tipo de pensamiento psicosocial y grupal en el que nos reconocemos (podríamos denominarlo con terminología de los 70 como psicología social de orientación marxista y psicoanalítica) y la problemática de la salud, tanto en su vertiente teórico-conceptual como, y sobre todo, en sus niveles de intervención, especialmente desde las administraciones públicas. Nuestra hipótesis es que esta psicología social, más por su vocación intervencionista que por su potencia teórica, contribuyó de manera relevante al cuestionamiento de las prácticas dominantes en los servicios sanitarios públicos y a la puesta en marcha de ‘otra manera’ de intervenir en salud, mucho más psicosocial y grupal. El caso de la salud mental comunitaria y de la promoción de la salud fueron los ámbitos donde se hizo más patente dicha influencia. Ingenuos o malévolamente intencionados seríamos si no incluyéramos como ‘integrantes’ del movimiento global de aproximación de ‘lo social’ a ‘lo sanitario’ a otros profesionales procedentes de otras tradiciones teóricas con los que compartíamos el interés por la salud con un profundo componente social. Así, con profesionales ubicados en un enfoque de la Teoría General de Sistemas y con planteamientos críticos hacia la psiquiatría oficial coincidíamos en los planteamientos generales que más adelante inspiraron la Reforma Psiquiátrica. Con psicólogos de orientación conductista social defendíamos globalmente la llamada psicología comunitaria, con otros más sociocognitivos la psicología (social) de la salud. Con algunos médicos, no con muchos desde luego, reivindicábamos la salud pública, la medicina preventiva, la epidemiología social, etc. Entre todos ellos se ha ido generando una influencia ‘psicosocial’ que directa o indirectamente ha ido calando en la atención a la salud, tanto en sus planteamientos político-legislativos como en las prácticas de sus profesionales.

Nuestro posicionamiento dentro de una autodenominada psicología social operativa con raíces en el marxismo y en el psicoanálisis crítico, elaborada por autores sudamericanos, especialmente argentinos, no nos ha facilitado el reconocimiento por parte de la que podemos llamar la psicología (social) académica. Esto, más que una queja, es una constatación más del divorcio entre la práctica profesional y la academia por un lado y por otro de la negación de todo lo que se refería a psicoanálisis, especialmente el sudamericano, sin ninguna inserción de poder político-institucional en nuestro contexto. No podemos dejar de señalar un cierto tono xenófobo desde círculos profesionales autóctonos ante la invasión de psicoanalistas mayoritariamente argentinos que directamente se introducían en el mercado de la psicoterapia y de la formación privada acaparando en muchos casos la incipiente demanda de tratamientos psicológicos por parte de las clases acomodadas españolas y cubriendo necesidades de formación de los nuevos licenciados en psicología.

Esta especie de ‘racismo intelectual’ hacia los profesionales argentinos se convertía en un cierto ostracismo académico y no reconocimiento científico de los profesionales españoles que nos habíamos apropiado de estos enfoques "freudomarxistas" intentando aplicarlos y re-crearlos en nuestra realidad española. Estamos hablando de un momento histórico-profesional en nuestro país en el que el enfrentamiento entre el psicoanálisis y el conductismo era tan enconado que una institución con prestigio entre los profesionales de izquierda como la Fundación de Investigaciones Marxistas fue incapaz de organizar en 1982 una mesa redonda en la que participaran psicoanalistas y conductistas, tal y como lo reconoce uno de los promotores: "en un principio se pensó en la realización de un encuentro donde se pudiera discutir tal vez uno de los escollos fundamentales de la profesión: el contencioso psicoanálisis-conductismo. Los intentos fueron vanos, las resistencias, muchas. (…). Así las cosas, se consideró más oportuno comenzar con un ciclo dedicado a la Psicología como Ciencia donde se pudieran discutir los diferentes problemas con que se encuentra la psicología científica y sus profesionales" (Martínez Ramonde, 1982, pág. 28). Sin embargo no sucedió lo mismo en el ámbito profesional y en la inserción de este enfoque de trabajo en las instituciones públicas (de salud, educativas, de servicios sociales, etc.) que, como mostraremos más adelante, cuanto menos se codeaba con las orientaciones conductuales dominantes cuando no las superaba desde los servicios públicos de salud .

No estamos seguros de que esta tesis doctoral no sea sino la re-afirmación personal (y no sabemos hasta qué punto grupal) de que lo hecho profesionalmente en estos veinticinco años ha tenido sentido y de que nuestros referentes teóricos y técnicos merecen un lugar de algo más de re-conocimiento en el panorama español de la psicología social (aunque sea con veleidades clínicas), una vez ¿pasada? por nuestra cultura académica la crisis –en psicología social– de los años 70.

1.2.2. Explicitando nuestro esquema de referencia

Con la finalidad de ‘poner sobre la mesa’, en la medida que seamos capaces de hacerlo, desde dónde partimos para la tarea que nos ocupa, realizaremos un breve recorrido por los pasajes de nuestra historia que, sin duda, han contribuido a la formación del esquema de referencia desde el que operamos, y por tanto desde el que efectuaremos esta tesis doctoral.

Es evidente que nuestra historia intelectual, si no es pretencioso etiquetarla como tal, se ha desarrollado paralelamente al desarrollo de nuestro objeto de estudio, es decir desde 1970 a 1995, lo que le da un cierto carácter de ‘representatividad’ a esa formación que ‘atrapó’ a una parte de los jóvenes de la generación de los cincuenta. Ya en nuestra adolescencia nos había atraído, amén de clásicos y novelistas sudamericanos ‘progres’ en aquellos tiempos, los libros de Castilla del Pino, que aparte de plantear temas de actualidad social desde una perspectiva de clínica psicosocial, nos ‘tocaban’ por la pertinencia de los temas para un adolescente más bien inconformista y reprimido. El marxismo nos cautivará enseguida con toda la seducción ligada a lo clandestino, lo prohibido y ¡cómo no! a la lucha contra la dictadura de Franco. Fue en los primeros años de universidad cuando comenzamos a estudiar marxismo, tanto en el ámbito académico dentro de la asignatura de Filosofía como en grupos de estudio clandestinos promovidos por militantes de grupos de izquierda, el PCE era el mayoritario, donde se deshojaba el inefable Politzer o la ortodoxa Marta Harneker.

El estudio del marxismo directamente de sus fuentes o en sus versiones más críticas nos fue acompañando en los años de facultad, primero en Murcia, luego en Somosaguas en Madrid, lo que nos haría especialmente sensibles (en el doble sentido de accesibles y emotivos) a los discursos que reivindicaban el marxismo como base de una nueva manera de entender la psicología. La vinculación de ese discurso al psicoanálisis venía por añadidura desde la Escuela de Frankfort, el marxismo estructuralista de Althusser (1966), autores como Sève (1969), el mismo Castilla del Pino y el movimiento del freudomarxismo en general.

Nuestra ‘militancia’ en ese movimiento general durante los años setenta se prolongará con nuestra adherencia al ‘grupo operativo’ como fórmula técnico-profesional para continuar la adhesión al psicoanálisis y marxismo pero poder trabajar en la psicología profesional en la que estábamos empezando. La inclusión en el campo de la salud mental nos acercó simultáneamente a todas las vertientes de la corriente antipsiquiátrica, desde las más existencialistas inglesas, hasta las más políticas italianas pasando por las sistémicas americanas y centroeuropeas o las psicoanalíticas francesas. Al tiempo deglutíamos todo aquel pensamiento crítico alrededor de la salud vinculado a la salud pública, la epidemiología social algunos con claros postulados libertarios como eran las tesis de Iván Illich (1976). Foucault tampoco nos fue ajeno. Sin embargo nuestra preferencia se decantaba por las líneas que priorizaban la intervención en las instituciones públicas y por consiguiente con un mayor calado político-institucional y profesional lo que nos hizo acercarnos a los planteamientos del socioanálisis o análisis institucional francés (Lourau, 1970; 1980) y en general a los métodos de la investigación-acción heredera de Lewin pero con acento latinoamericano de la que el grupo operativo era su mejor exponente en tanto síntesis de Lewin, el psicoanálisis y el marxismo.

Es en la década de los noventa cuando, a partir de la docencia y la investigación, nos acercamos a nuevos planteamientos teóricos, algo más lejanos de la práctica clínica y psicosocial en salud mental, relacionados con la llamada sociología crítica (cualitativa) española, a través del contacto y colaboración docente con algunos de sus iniciadores como Jesús Ibáñez y Alfonso Ortí y con la antropología social de la salud a través del antropólogo méjico-argentino Eduardo Menéndez y sus colegas españoles de Cataluña y Madrid.

La ‘recuperación’ académica casi general del interaccionismo simbólico y la emergencia de los paradigmas de la etnometodología, el construccionismo, la hermenéutica, el análisis del discurso, etc., nos ofrece la posibilidad de buscar modos de elaboración de los ‘viejos’ paradigmas críticos en los que siempre nos hemos movido con las nuevas teorizaciones de lo ‘psicosocial’.

Una premisa epistemológica ha atravesado permanentemente nuestra manera de entender la psicología social: el conocimiento debía ser incorporado a través de la praxis, de la experiencia. La influencia del marxismo, en tanto postulaba el compromiso en la acción social, y del psicoanálisis en tanto remarcaba el pasaje por la experiencia terapéutica como método de aprendizaje personal, nos empujó al continuo tránsito por experiencias que reunieran ambas características. Así, comenzamos a participar en el movimiento estudiantil de los años setenta, militando en organizaciones de base y relacionándonos con los supervivientes de los Grupos de Trabajo de Psicología Crítica a través de nuestra inclusión en la Revista Cuadernos de Psicología cuando, en 1973, éramos un estudiante recién venido de provincias a Madrid, y de nuestra inclusión en el Consejo Editorial de Cuadernos de Psicología 3, en 1976. vivimos en distintas variedades de ‘comunas’ a la española y comenzamos, ya antes de acabar la carrera, a formarnos en grupos de estudio privados sobre psicoanálisis y marxismo, primero en el Grupo Quipú, especialmente con Nicolás Caparrós y haciendo psicoterapia con él mismo y Hernán Kesselman en grupos terapéuticos. Después con A. Bauleo. Todo se hacía en grupo: el trabajo en las asociaciones de vecinos los años siguientes a la muerte del dictador, las primeras experiencias profesionales en el Equipo CUBO del barrio de Hortaleza, en el Colectivo de Psicoterapia y Psicohigiene......

A comienzos de los ochenta formamos parte del CIR (1982-1992), de la Junta Rectora del Colegio de Psicólogos de Madrid (1982-1988) y de la AEN (1985-1996). Nuestra aventura ‘medio empresarial’ de GRUPPO, Instituto de Investigación y Formación duró poco más de tres años (1988-1991).

Nuestra apuesta política por el cambio social implicaba la lucha por la transformación de las instituciones públicas en general y de los servicios públicos de salud en particular. Es por eso que aprovechábamos los mínimos resquicios institucionales para ‘infiltrarnos’ y generar un movimiento de cambio institucional. No era lejana de todos modos la idea de ganarnos la vida con un sueldo público como así ha resultado ser con el transcurso de los años. A propuesta de un psiquiatra progresista comenzamos a colaborar como asistente voluntario en Medicina Psicosomática del Servicio de Aparato Digestivo del Ambulatorio Hermanos Aznar del Insalud en Madrid (1977-1980) desde donde pasaríamos al Centro Municipal de Salud del Ayuntamiento de Getafe (1980-1991) y posteriormente seríamos transferidos al Servicio Regional de Salud de la Comunidad de Madrid (1991 hasta hoy). Como se puede observar toda nuestra vida profesional ha transcurrido en instituciones públicas relacionadas con la salud y especialmente con la salud comunitaria, la salud mental comunitaria, la salud pública y la atención primaria de salud.

Es comprensible que con estos antecedentes teóricos, político-profesionales y de inserción institucional nuestra intención sea hacer una cierta evaluación –dar valor– de estos casi veinticinco años de práctica profesional donde se utilice la trayectoria personal como instrumento de conocimiento del periodo social que estudiaremos. En terminología antropológica nos consideraremos observadores participantes del ‘campo’ que queremos estudiar, al que hemos ayudado a construir y cuya re-construcción elaborativa con la distancia de los años emprendemos con esta tesis.

Presentaremos el trabajo en forma narrativa en donde su coherencia residirá en relacionar todos los acontecimientos dentro de un espacio evaluativo, se trata de la historia como narración analítica (descriptiva y explicativa) de acontecimientos del pasado, como una representación imaginaria, pero plausible e informada.

Salvando las distancias, inconmesurables, para nosotros, igual que para Jesús Ibáñez, la tesis es un reflexión de lo(s) hecho(s) hasta ese momento y supone un momento de síntesis histórica, teórica y afectiva que, sin duda, abrirá nuevos caminos al primer día del resto de nuestra vida. Parafraseando al nómada sociólogo cántabro: "la acotación del tema como reflexión sobre la propia actividad profesional genera una solución de compromiso: permite que la exhaustividad se pliege sobre la pertinencia. Las referencias lingüísticas –citas– son de los textos leídos y las referencias existenciales –hechos– son sobre las prácticas político-profesionales realizadas" [las cursivas son los cambios que hemos hecho de la cita de Jesús Ibáñez] .

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